Cap. 14 - Veintiuno


A lo largo de las últimas semanas las cosas no habían dejado de complicarse para los Vengadores. Primero el descubrimiento del Zenit, luego Hiperión, HYDRA, el extremis, los agentes mejorados...

A juicio de Tony ya era suficiente.

Acababan de recuperar otra pieza del dichoso dispositivo kree tras una intensa misión en Etiopía. Por fin estaban más cerca de poner fin a toda esa locura; se habían ganado un descanso. O mejor aún, una fiesta.

―Es un poco pronto para cantar victoria ―señaló Steve, en pie junto al panel de control del quinjet―. Todavía no hemos encontrado la base de Marcus Milton, deberíamos centrarnos en recuperar su parte, es la más peligrosa.

―Eso sería factible si los rastreadores no se hubieran quemado por completo. ―Alex chasqueó la lengua. Estaba arrodillada en el suelo del avión, frente a los restos calcinados de los dos artefactos que habían fabricado para buscar tecnología extraterrestre. Pese a que habían cumplido su función localizando la pieza, un rayo de Thor los había alcanzado durante la pelea contra los centinelas encargados de custodiarla.

―Culpa mía. ―El dios del trueno se llevó una mano al pecho.

―¿No puedes arreglarlos? ―El Capitán enarcó una ceja y Alex se mordió la lengua.

Claro que podía. Si usaba sus poderes no le llevaría más de unos minutos...

―Es imposible ―Banner se adelantó y respondió por ella―. Hay que fabricarlos desde cero. Tardaremos unos días.

―Entonces no hay más que hablar. ―Tony palmeó la espalda de su colega científico―. Nos merecemos esta celebración, y que conste que solo os he preguntado por mero formalismo. Mi organizador de eventos ya tiene todo listo para una bacanal en la Torre. Mañana por la noche os quiero a todos allí, que a ninguno se le ocurra quedarse en el Complejo.

Natasha esbozó una sonrisa ladeada e intercambió una mirada divertida con Clint.

―¿Por qué no me sorprende?

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Alex cerró los ojos. El sonido de las burbujillas del analgésico efervescente estallando en el vaso de agua le resultaba relajante, casi hipnótico... Sin embargo, no bastaba para aliviarle la jaqueca. ¿Era posible que desde que sabía lo del tumor su salud hubiese empeorado?

Nunca había pensado en sí misma como una persona derrotista o autocompasiva, más bien era de las que tendían a ignorar los problemas propios, incluso rozando la irresponsabilidad. Su intención era olvidar la enfermedad, hacer como si esta no existiese hasta que Bruce encontrase una solución..., pero cada vez que creía lograrlo, su cerebro se encargaba de devolverla a la realidad con un bonito ataque de cefaleas.

Estaba cabreada, porque no era justo. Esta vez ni siquiera había usado su mutación; había luchado contra los centinelas sin recurrir a la tecnopatía ni a la ciberpatía en ningún momento... Y era consciente de que a sus compañeros eso no les había pasado inadvertido. Si seguía así no tardarían en darse cuenta de la verdad, y eso era lo último que deseaba.

Exhaló un suspiro de cansancio y se llevó el vaso a los labios, vaciando el contenido de un solo trago. A continuación, dejó el recipiente sobre el tocador de la habitación que Tony le había cedido en la Torre y clavó la mirada en el espejo.

Definitivamente necesitaría un par de toneladas de maquillaje si pretendía aparecer en la fiesta luciendo como una persona normal y no como un zombi.

Todavía seguía frente al tocador cuando, media hora más tarde, Natasha se unió a ella.

―Niña, estás que ardes. ―La rusa se apoyó en la pared, a su lado―. Steve se va a arrepentir demasiado de lo de ayer cuando te vea.

―Esa es la intención ―Alex contestó con naturalidad―. Que vea lo que se pierde ―agregó, al tiempo que asentía orgullosa. Se había enfundado en un vestido azul oscuro, lo suficientemente corto y ajustado como para marcar sus curvas y dejar a la vista buena parte de sus piernas.

Natasha negó con la cabeza, divertida.

―¿Quieres hablar de eso?

―Prefiero no hacerlo, la verdad. ―La aludida se encogió de hombros, para luego esbozar una expresión pícara―. ¿Y tú qué? Con ese escote vas a provocarle un paro cardíaco a cierto científico.

Ambas se echaron a reír. Tras un par de bromas más, y unos últimos retoques en sus respectivos atuendos, salieron de la habitación para dirigirse a la planta central de la Torre.

Alex había oído hablar de las fiestas patrocinadas por Tony Stark. En su cabeza ya tenía un par de ideas de cómo se daría la noche; o bien una bacanal al más puro estilo Project X o, más probablemente, algo ostentoso, pero elegante y clásico, con comida de restaurantes estrella michelín, champán del caro e invitados estirados.

Lo que no esperaba, en absoluto, era un enorme cartel con su nombre estampado, a sus compañeros de Berkeley compartiendo estancia con los Vengadores, y un ensordecedor grito de sorpresa inundándole los oídos en cuanto cruzó el umbral.

Se llevó las manos a la boca, totalmente sorprendida.

―Vamos, nena, ¿no creerías que iba a olvidar tu cumpleaños? ―Tony fue el primero en acercarse a ella y darle un rápido abrazo.

―¿Tú has hecho esto? ―Alex parpadeó varias veces.

Quizás Tony no, pero con todo lo que había vivido últimamente, ella sí había olvidado que, a partir de las doce de esa noche, al fin tendría sus ansiados veintiuno.

―Es lo mínimo. ―Él se encogió de hombros―. Te debo los otros veinte en los que no estuve.

Alex negó, conmovida, y volvió a abrazarlo.

―No me debes nada, Tony ―declaró, con la voz algo ronca por la emoción―. Soy yo la que debe dar las gracias por tenerte en mi vida.

El rostro del millonario se iluminó con un brillo de ternura.

―Listilla, no me digas esas cosas cuando hay gente delante. ―Él sonrió, todavía aferrando a la joven entre sus brazos―. Vas a hacer que me emocione, y tengo una imagen que mantener ―añadió con cierto tono irónico, pero no por ello menos sincero.

Alex soltó una carcajada al tiempo que se echaba hacia atrás, dejando algo de espacio entre ambos.

―Por cierto, no sé si apruebo ese vestido. ―Tony arqueó las cejas―. Estás que rompes, cariño, pero creo que lo correcto es que te diga que enseña demasiado. ¿Qué tal una chaqueta?

Alex le devolvió una mirada burlona.

―Creía que te habías decantado por ser el padre enrollado.

―Ya, es fácil ir de padre enrollado cuando no te tengo en una habitación repleta de hombres y bebidas alcohólicas ―reconoció con una mueca―. En fin, yo solito me lo he buscado. ―Negó para sí mismo, y palmeó el hombro de la chica―. Pásalo bien, listilla, pero que sepas que estaré vigilando ―sentenció, guiñándole un ojo.

Alex no pudo evitar reír mientras lo veía perderse entre la multitud. Tony se estaba esforzando de verdad en lo de ser padre, y no se le daba nada mal... con sus momentos Stark, por supuesto.

Enseguida se vio rodeada por decenas de invitados que acudieron a felicitarla. Sin duda, las más escandalosas y exaltadas fueron sus amigas de Delta Psi, a quienes Tony había mandado a recoger a California en uno de sus aviones privados. También acudió casi toda la plantilla del viejo SHIELD, incluidos Nick Fury y Maria Hill, además de otros muchos invitados a los que Alex no conocía en persona, aunque creyó distinguir a un par de senadores del gobierno, y a varios famosos del mundo de la música y del cine. Tony sabía relacionarse.

Sin apenas darse cuenta, se vio envuelta en el clima festivo, en la alegría de compartir un rato con amigas a las que no veía desde hacía bastante tiempo, en la atmósfera divertida y animada que la música, las luces y las bebidas alcohólicas acarreaban consigo. Por un rato logró sentirse como la joven normal y alocada de los últimos tres años.

―Entonces el reportero de Teen Vogue le preguntó a Jessica si alguna vez te habían llevado en helicóptero a clase, y a mí me atosigó a preguntas sobre cómo era convivir con una Stark ―dijo Chelsea, su antigua compañera de habitación―. No te preocupes, no le he dicho que cantas en la ducha igual que un gato agonizante.

Alex soltó una carcajada.

―Cada vez que nos damos la vuelta hay un paparazzi en la puerta de la casa ―añadió Paige, emocionada―. Por dios, Cassie... Alex, lo siento, todavía se me hace raro. ―La chica sacudió una mano―. Ha sido todo un notición, tenías que ver cómo se puso Amber cuando pasaron en televisión la rueda de prensa de Tony Stark reconociéndote como su hija.

Alex dio un trago de su botellín de cerveza antes de sonreír.

―Me alegro de que os lo hayáis tomado tan bien, chicas. Nunca me ha gustado tener secretos con vosotras, pero era necesario.

―¡Oh! No te preocupes, es totalmente comprensible. Y nos está viniendo de perlas. Desde que se sabe que una de las nuestras es una Stark no han dejado de llovernos solicitudes de inscripción. Somos la hermandad más solicitada de Berkeley... qué digo, ¡de California!

―Una Stark y una vengadora ―puntualizó Sarah, otra de las chicas Delta que rodeaban a Alex en los elegantes sofás de la sala―. Vimos los videos de la lucha en el estadio de los Yankees. De la noche a la mañana te has vuelto más famosa que las Kardashian.

―¿Más que las Kardashian? No creo ―la aludida se echó a reír―. Por cierto, ¿alguna sabe algo de Liam? No lo he visto por aquí.

Chelsea negó con la cabeza.

―Nos enteramos de que rompisteis porque volvió por la casa a recoger algunas de las cosas que se había dejado en tu habitación, pero de eso ya hace unos días, luego se marchó de Berkeley.

―¿Se marchó? ―Alex arrugó la frente―. ¿A dónde?

―No lo sabemos. ―Chelsea sacudió la cabeza―. Quisimos localizarlo para que viniera a tu cumpleaños, pero fue imposible, no responde al móvil, y su compañero de habitación tampoco sabía nada.

―Pero no tienes que preocuparte. ―Paige miró con reprobación a Chelsea antes de volver a dirigirse hacia la cumpleañera―. Seguro que está en uno de sus retiros espirituales, para superar la ruptura, ya sabes cómo es.

―Sí será eso. ―Alex asintió, poco convencida. No obstante, la deducción de Paige tenía sentido, desde que salía con Liam habían sido varias las ocasiones en las que él desaparecía durante unos días para un retiro espiritual y desintoxicarse de la tecnología, como él solía decir.

―Señoritas.

Alex se volvió al escuchar un carraspeo a su espalda. Steve Rogers estaba ahí, en pie, con esa pose tan perfecta suya, y ataviado con una elegante camisa azul oscuro que, por casualidades del destino, combinaba a la perfección con su vestido.

―Me permitís a la cumpleañera un momento.

―Estoy ocupada, Rogers ―respondió Alex, intentando no sonar demasiado arisca delante de sus amigas.

―Por favor. ―Steve no pareció molestarse, sino que mantuvo su habitual tono calmado―. Solo serán unos minutos.

―Por nosotras no hay problema, Alex. ―Sarah arqueó las cejas y le dedicó una mirada traviesa―. Ve con el Capitán América, y no tengas prisa.

Las demás dejaron escapar varias risillas nada disimuladas, provocando que Alex rodara los ojos y se pusiera en pie.

―Puedes acompañarme a por algo de beber ―dijo secamente.

Steve la siguió hasta la barra del bar y esperó a que ella pidiera. Tenía que reconocer que esa noche estaba preciosa, pero no más de lo habitual. Con el paso de las semanas había descubierto que su Alex favorita era la recién levantada, la que bajaba a desayunar con el pelo todavía alborotado y divertidos pijamas estampados con caricaturas de Disney...

Se sorprendió a sí mismo con una sonrisa bobalicona en el rostro, sin embargo, no tardó en sustituirla por una mueca de disgusto al ver que el barman le entregaba otro botellín de cerveza a la chica. La había estado observando, y estaba seguro de que esa era ya la cuarta, como mínimo.

Negó con resignación, e inspiró hondo:

―Quería hablar contigo antes, pero has estado evitándome ―dijo, rompiendo el incómodo silencio entre ambos―. Detesto que estemos así, y mucho más en tu cumpleaños. Lo que te dije iba en serio, Alex, de verdad te aprecio...

―No sigas por ahí. ―Ella lo interrumpió―. Escucha, ya te lo dije ayer, no voy a alejarme de ti, quiero seguir siendo tu amiga, pero ahora necesito algo de espacio. Lo entiendes, ¿verdad? ―Miró a su alrededor, buscando cualquier excusa para poner fin a la conversación―. Ahora, si me disculpas, ya tengo mi copa, y he visto a unos amigos a los que todavía no he saludado.

Steve apoyó el brazo en la barra. De nuevo, Alexa le había dado la espalda y se alejaba de él, dejándolo con la palabra en la boca. Empezaba a volverse una costumbre bastante molesta.

―¡Jemma Simmons! ―Alex se acercó a la que había sido su compañera en varios proyectos de SHIELD.

―¡Alexa! ―La aludida le sonrió, pletórica.

Alex no tardó en enredarse en una animada conversación con la chica y su colega, Leo Fitz. Necesitaba el entusiasmo de esos dos para quitarse de encima la frustración que le dejaba estar cerca de Steve Rogers.

La noche siguió avanzando entre música en directo, conversaciones y copas. Para cuando empezaron a sonar las canciones lentas, Alex ya había perdido la cuenta de los cócteles y cervezas que se había pedido, pero tampoco le importaba; en ese estado apenas notaba el dolor de cabeza y eso era todo un alivio..., aunque probablemente también ayudaban los dos analgésicos que se había tomado un rato atrás.

En ese instante bailaba agarrada a Clint Barton que había acudido cual caballero andante tras verla tropezar en la pista.

―¿Me permites? ―Tony dio unos golpecitos en el hombro de su compañero.

―Claro. ―Clint sonrió―. Te dejo bien acompañada, jovencita, pero no más alcohol por esta noche.

Alex puso los ojos en blanco y dejó que Tony la abrazara por la cintura para compartir un baile padre-hija, mientras Clint regresaba a la mesa de billar, donde había dejado una partida a medias con Thor y Sam.

―Es un exagerado, no he bebido tanto, estoy perfectamente ―repuso la chica, apoyando las manos en los hombros del millonario―. Además, ya tengo veintiuno, puedo pedir lo que quiera, soy legal.

―Ya lo veo. ―Tony enarcó una ceja―. ¿Te cuento un secreto? Los Stark tenemos la estúpida manía de guardarnos nuestros problemas, o ahogarlos en alcohol, en lugar de compartirlos con las personas que nos quieren.

―Tony, yo no...

―No digo que sea eso lo que estás haciendo ―la interrumpió él, con una sonrisa cómplice―. Solo que, si necesitas hablar de lo que sea, aquí estoy.

Alex suspiró, inconscientemente. Tony no podía hacer nada para arreglar su problema, decirle la verdad solo le haría daño, y eso era lo último que deseaba. El multimillonario tenía la costumbre de culparse por todo lo malo que sucedía a su alrededor.

Era consciente de que Tony ya padecía ataques de ansiedad a causa de todo lo que cargaba sobre sus espaldas, los chitauri, Ultron, Sokovia... Sería demasiado cruel por su parte añadir otra preocupación a la lista. Él se había portado tan bien con ella... No podía hacerle eso, debía protegerlo.

Pero sí había algo que podía compartir con él.

Tras un par de segundos, apoyó la mejilla sobre el hombro de su padre, sin dejar de moverse lentamente, al compás de la canción que el grupo tocaba en directo, Only you, de Yazoo.

―Me encanta esta canción ―dijo―. Cuando era pequeña solía decir que la bailaría en mi boda con el hombre de mis sueños, aunque de aquellas ese era el príncipe de la Sirenita.

En el semblante de Tony se dibujó una expresión de ternura, y cierta melancolía. No podía evitar ponerse sentimental cada vez que se percataba de todo lo que se había perdido en la vida de su hija...

―Y ahora el hombre de tus sueños la está bailando con otra ―completó él, recibiendo un asentimiento de Alex en respuesta.

Sí, quizás se hubiese perdido muchas cosas, pero eso no afectaba a la profunda conexión que tenía con ella. De algún modo, parecían entenderse a la perfección, sin necesidad de palabras. Él sabía que Alex no estaba bien, y no precisamente porque ella se lo hubiese contado.

Ambos dirigieron la mirada a la otra esquina de la estancia, donde Steve bailaba, o al menos lo intentaba, con Sharon Carter.

Al semblante de Alex afloró una sonrisa abatida, de derrota y cansancio.

―Yo pensaba que no te habías enterado de lo que pasó entre Steve y yo.

―Claro que lo sabía, es mi obligación saberlo, cerebrito. Eso, y que Thor es un cotilla ―respondió él, para luego dejar escapar un suspiro―. Mentiría si te dijera que me encanta la idea, pero decidí no meterme al darme cuenta de que te prefería detrás del virginal Capipaleta, que de cualquier otro tipo con intenciones menos... sanas.

Alex arrugó la frente.

―¿Tú crees que Steve es virgen?

Ambos se miraron y, sin poder evitarlo, se echaron a reír. Apenas fueron unos segundos, pero a Alex esa carcajada sincera le valió más que todos los analgésicos que se había tragado en las últimas dos horas.

―La cuestión es, listilla, que estoy un noventa y nueve coma nueve por ciento seguro de que el anciano te quiere del mismo modo que tú a él ―Tony retomó la palabra―. El problema es que sus principios morales y todas esas cursilerías no le dejan actuar en consecuencia.

―¿Y si te equivocas?, ¿y si la realidad es ese cero coma uno por ciento? ―Alex exhaló un suspiro. Se sentía estúpida por haberse enamorado de un ídolo patriótico que le sacaba unos cien años...

―Entonces me tienes a mí. ―Tony sonrió―. ¿Crees que sería suficiente?

Alex le devolvió la sonrisa.

―Más que suficiente.

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A pesar de que la conversación con Tony le había devuelto las ganas de disfrutar de su cumpleaños, unas tres horas más tarde, cuando ya gran parte de los invitados se habían marchado y la fiesta empezaba a apagarse, Alex volvió a ver a Steve con Sharon Carter, esta vez entrando juntos en el ascensor, y pulsando el interruptor de subida a los dormitorios.

No pudo evitarlo, los celos y el cabreo volvieron a invadirla y decidió ahogarlos con un vaso de bourbon. Acababa de dar el último trago cuando sus compañeras de hermandad le sugirieron continuar la fiesta en un club de Brooklyn que, al parecer, estaba muy de moda.

―Voy a por el bolso y bajo, esperadme fuera, no tardo nada ―respondió sin dudarlo un instante.

Tal y como había prometido, no se demoró ni cinco minutos en bajar al vestíbulo de la Torre, sin embargo, Wanda la interceptó junto a la recepción; acababa de regresar de tomar el aire y charlar con Vision, y estaba deseando quitarse los tacones y dormir ocho horas del tirón, pero le bastó un fugaz vistazo para constatar que no podía dejar que su compañera se marchase en ese estado.

―¿A dónde vas? ―quiso saber la sokoviana―. Son las cuatro y media de la mañana.

―Tú lo has dicho, la noche aún es joven ―contestó Alex, dispuesta a reunirse con las chicas de una vez.

―Has bebido demasiado, Alexa. ―Wanda la miró con suspicacia―. No deberías salir.

―¿Ahora tú también quieres hacer de niñera? ¿Por qué no se os mete en la cabeza de una vez que sé cuidarme sola?, llevo haciéndolo toda la vida. No soy ninguna cría. ―Le espetó, frunciendo el ceño. Sin embargo, se arrepintió al instante; Wanda solo se estaba preocupando por ella y, desde luego, no tenía culpa alguna de su cabreo por lo de Steve, y el tumor, y todo...―. Perdona ―suspiró―. Escucha, voy a salir, puedes dejarme pasar, o puedes venir con nosotras. Estás invitada, será divertido.

La sokoviana resopló con disconformidad, pero asintió. Su cama tendría que esperar, no sería capaz de dormir tranquila sabiendo que había dejado a Alex por su cuenta en ese estado.

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Veinte minutos más tarde se encontraban en el centro de Brooklyn, y no, no era divertido, al menos no para Wanda. No estaba acostumbrada a las fiestas multitudinarias, pero sabía disfrutarlas igual que cualquier veinteañera, sin embargo el desmadre que ahí reinaba era excesivo. El club era tan grande y estaba tan abarrotado que las chicas no tardaron en perderse de vista unas a otras.

En más de una ocasión Wanda se sintió tentada de usar sus poderes para apartar a la multitud que se apretujaba como sardinas en lata y así acelerar la búsqueda de su compañera. Tardó un buen rato en dar con ella; su gesto se contrajo en una mueca de preocupación y disgusto al verla bailando en medio de un grupo de hombres que no se cortaban lo más mínimo a la hora desnudarla con la mirada, algunos incluso aprovechaban el baile como pretexto para arrimarse más de lo debido y tocarla por encima y por debajo de la ropa, sin ningún miramiento.

―¡Alexa! ―Wanda se acercó a ella y la tomó por los hombros. Se asustó al percatarse de lo ida que estaba la chica; tenía la mirada perdida y apenas parecía capaz de mantenerse en pie. Definitivamente, eso no era solo consecuencia del alcohol.

―¡Wanda! ―La tecnópata dejó escapar una risa foja y abrazó a su compañera―. Ven, te presentaré a unos amigos, bueno, acabo de conocerlos, pero son muy divertidos.

―Ya es suficiente, nos vamos ―sentenció la mejorada.

―No, yo no me voy a ningún sitio ―protestó Alex―. Solo quiero divertirme, ¡es mi cumpleaños!

Antes de que Wanda pudiera responder, dos de los hombres que antes rodeaban a Alexa se acercaron a ella.

―¿Qué pasa, preciosa? ―le dijo uno―. ¿No quieres unirte a la fiesta? ―agregó, posándole ambas manos en el trasero.

Wanda se las apartó de un manotazo y lo fulminó con la mirada.

―Vuelve a tocarme y te corto las manos ―siseó entre dientes.

Los dos tipos soltaron una carcajada.

―Vaya, parece que aquí tenemos una fiera ―dijo uno, acercándose de nuevo a la sokoviana.

Pero esta vez Wanda no lo dejó actuar, movió sus dedos en el aire y se metió en la mente de los dos, llevándolos de vuelta a sus experiencias más vergonzosas. Los dejó así, rememorando sus más grandes humillaciones mientras ella volvía a buscar a Alex.

―¡Ey! ¡¿habéis visto lo que ha hecho?!

Wanda chasqueó la lengua. Antes de que pudiera reaccionar se vio rodeada por una multitud de curiosos que la atosigaban a preguntas. No tardaron en reconocerla gracias a los videos que a menudo se filtraban de las misiones de los Vengadores, por lo que no le quedó otro remedio que escapar de esa panda de acosadores.

En cuanto estuvo fuera del club, y a solas en un callejón cercano, sacó su teléfono móvil y buscó el número de Stark. Quería llevar a Alex a la Torre, pero ella ya no podía volver a entrar sin que se le echaran encima... Así le sería imposible encontrarla.

Tony no respondió, y tampoco Natasha. Probablemente el primero estuviera con Pepper Potts, y la segunda con Bruce, así que descartó también llamar al científico. Clint había aprovechado para ir a dormir a la granja con su familia, de modo que tampoco estaría disponible. Sam se había marchado con una chica que había conocido en la fiesta, y Thor no era una opción, llamaba demasiado la atención.

Tras un suspiro llamó a Steve. A Alex no le gustaría, pero no estaba en condiciones de dar su opinión.

El supersoldado contestó al segundo toque.

Wanda, ¿qué ocurre?, ¿estás bien?

―Yo estoy bien, Steve, pero Alex no ―respondió―. Ha bebido demasiado, y no sé si se habrá tomado algo más. Estamos en Brooklyn, en un club nocturno. Yo no puedo entrar a buscarla, me han reconocido.

Voy enseguida. ―No fue difícil captar la inquietud en el tono del Capitán―. Tú vuelve a la Torre. Yo me encargo.

―De acuerdo. ―La sokoviana asintió, agotada. Estaba a punto de poner fin a la llamada, cuando volvió a escuchar la voz de Steve.

Wanda.

―¿Sí?

Gracias por cuidar de ella.

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Las facciones de Alex se arrugaron en una expresión de incomodidad. Algo se apretujaba entre su espalda y el respaldo de un sofá, clavándosele en la piel.

Entreabrió los ojos y se vio en el interior de lo que parecía un cubículo privado dentro del club nocturno. Apenas constaba de cuatro paredes, un par de elegantes sillones y una mesa baja sobre la que reposaban dos botellas de ginebra ya vacías.

¿En qué momento había llegado ahí?

La cabeza le dolía horrores, y apenas era capaz de fijar la vista sin que todo diera vueltas. Aun así, consiguió distinguir la mano de un hombre paseándose ansiosamente por sus piernas. Fue entonces cuando empezó a inquietarse.

Se removió incómoda, solo para darse cuenta de que alguien más la sujetaba desde el otro lado. Tardó un par de segundos en abrir los ojos del todo, y situarse en la realidad. Estaba sentada en un sofá, entre dos desconocidos que no dejaban de manosearla por todas partes.

―¿Cómo he llegado aquí? ―logró decir tras un notable esfuerzo.

―Tranquila, dulzura, nos estamos divirtiendo, ¿recuerdas? ―respondió uno de los tipos, a la vez que la tomaba del mentón y le alzaba el rostro, forzándola a juntar sus labios en un beso.

No, no recordaba.

―Solo déjate llevar ―dijo el otro, mientras trataba de alcanzar el cierre del vestido en la espalda de la chica.

Alex negó con la cabeza. Quiso apartarse del que la estaba besando, pero las piernas le temblaron en cuanto trató de ponerse en pie. Solo consiguió echarse un poco hacia atrás, pegándose más al otro hombre, que aprovechó el movimiento para bajarle la cremallera del vestido.

―No me encuentro bien, quiero irme a casa ―dijo la chica. Apenas era consciente de lo que sucedía a su alrededor, pero algo en su interior le gritaba que saliera de ahí. Estaba asustada, y ni sabía por qué.

―Te llevaremos a casa en cuanto hayamos terminado, no te preocupes.

De nuevo, cuatro manos empezaron a recorrer su cuerpo. Alex sintió como deslizaban la parte de arriba de su vestido hacia abajo. Instintivamente se cubrió el sujetador con los brazos.

―No seas tímida, preciosa ―rio el tipo sentado a su derecha, al tiempo que llevaba los labios al cuello de la chica.

En ese momento, una rendija de luz se coló en el pequeño cubículo. Se escuchó un portazo, y ambos hombres posaron la mirada en la entrada con un gesto de irritación.

―Esta puta ya está pillada, colega. Búscate otra ―dijo uno de ellos.

―No lo diré dos veces. Largaros ahora, o juro que lo vais a lamentar.

A pesar de su estado de seminconsciencia, Alex reconoció la voz de Steve. Y, aunque nunca la había escuchado tan cargada de pura rabia y odio contenidos, de repente se sintió a salvo.

No sabría decir con exactitud qué sucedió a continuación. El supersoldado no llegó a soltar ningún golpe, pero los dos tipos debieron de amedrentarse ante su presencia, porque no tardaron en desaparecer por la puerta.

Antes de que Alex pudiera tratar de incorporarse, Steve ya se había acuclillado a su altura. Le posó ambas manos sobre las mejillas y la obligó a mirarlo a los ojos.

―¿Han llegado a hacerte algo?, porque si es así juro que...

―No, no me han hecho nada. ―Ella negó, todavía confusa―. Creo...

Él suspiró y volvió a mirarla. Wanda tenía razón, Alex estaba mal, demasiado ida como para solo haber consumido alcohol.

―¿Qué te has tomado, Alex? ―preguntó.

Ella le devolvió la mirada, pero no pareció comprender lo que él le decía.

―De acuerdo, nos vamos al hospital. ―Steve se puso en pie, le recolocó el vestido a la chica y volvió a subirle la cremallera, aguantando en todo momento un gesto de cólera. La imagen de esos dos hombres manoseando a Alex se le había quedado grabada en la retina. Le hervía la sangre; ansiaba ir tras ellos y hacer que se arrepintieran... pero no lo haría, ese no era su estilo. Y, en ese instante, Alex lo necesitaba más.

A continuación, la cogió en brazos. Estaba seguro de que ella no sería capaz de salir caminando por su propio pie.

No obstante, al escuchar la palabra hospital, algo hizo clic en la mente de Alex, que no pudo evitar volverse un manojo de nervios.

―Al hospital no, por favor ―suplicó, aferrándose a la camisa del supersoldado―. Me dolía la cabeza y le pedí un analgésico a un chico... luego no recuerdo bien qué pasó... pero estoy bien ―vaciló, porque ni ella misma se creía que estaba bien―. Solo quiero ir a casa, Steve, por favor, llévame a casa. Al hospital no.

El soldado apretó los labios en una fina línea, seguía convencido de que lo más sensato era llevarla a un centro médico. Si Alex había consumido alguna clase de droga probablemente necesitaría un lavado de estómago... Pero el tono suplicante y la desesperación en la voz de la chica pudieron con él.

La sacó del club por una puerta trasera y la dejó en el asiento del copiloto del auto que había cogido prestado en el aparcamiento de la Torre. Seguro que Stark no lo echaría en falta. En lugar de regresar a la Torre, condujo hasta el Complejo, creyendo que Alex se sentiría más cómoda en su propia habitación.

En un momento del viaje, ella empezó a llorar en silencio, y él sintió como si algo se le rompiera por dentro.

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Cuando alcanzaron su destino, la ayudó a llegar hasta su dormitorio y la dejó en la cama con delicadeza. Observó como Alex se acurrucaba en una esquina del colchón, prácticamente haciéndose un ovillo.

Por un segundo, Steve barajó la posibilidad de dejarla sola hasta que ella tuviera ganas de hablar, pero simplemente no fue capaz.

―¿Qué te está pasando, Alex? ―Cruzó los brazos, pero no se movió de su posición junto a la cama.

―Vete, Steve ―respondió ella, todavía tumbada de lado, dándole la espalda

Él exhaló un suspiro y rodeó el colchón para sentarse frente a ella.

―Hace casi dos meses que nos conocemos, y esta es la primera vez que te veo llorar. Sé que algo te está afectando. Puedes confiar en mí.

―No me pasa nada. Solo fui una estúpida, como siempre. Ahora vete, por favor ―contestó, casi en medio de un sollozo.

Todo era culpa suya. Ella había empezado a beber para olvidar sus problemas, y había terminado de emborracharse tras ver a Steve con Sharon... Se había atiborrado a analgésicos porque, por una noche, no quería soportar el dolor, y había aceptado lo que fuera que le hubiera dado aquel chico en el club...

Tenía lo que se merecía.

Steve apretó los puños. No soportaba verla así.

―No voy a dejar que me apartes, Alex ―respondió, en tono tajante―. Háblame, por favor, dime qué te ocurre. Déjame ayudarte.

Ella giró sobre sí misma, volviendo a darle la espalda.

―Voy a estar bien ―susurró―. No te necesito.

Steve se pasó una mano por el pelo, presa de la impotencia. Él no quería eso, nunca lo había querido. La quería a ella.

¿Qué le impedía ser sincero con sus sentimientos? El recuerdo de Peggy, las responsabilidades de ser un Vengador, el parentesco de Alex con Tony, la diferencia de edad, el miedo a estropearlo todo... No eran más que excusas que se había estado contando a sí mismo, con la vaga esperanza de que esa atracción, esos sentimientos terminasen desapareciendo.

Pero no había sido así. Desde el principio había sentido una necesidad instintiva de protegerla, de cuidar de ella y alejarla del peligro..., aunque eso no era raro en él; solía ser bastante sobreprotector con todos los que le importaban.

Lo que sí le sorprendió fue comprobar como, a cada día que pasaba, descubría algo en ella que le atraía un poco más; su espontaneidad, su valentía, el modo en el que lo daba todo por el equipo, su sonrisa y su risa contagiosa, la pasión que ponía en todo lo que empezaba, su tozudez, esa tendencia a desafiarlo, e incluso la manera en la que se metía con él durante los entrenamientos... o en cualquier momento. Se había acostumbrado a todo ello, y no quería perderlo. Sin eso, sin ella, se sentiría vacío.

―Te entiendo, Alex ―se atrevió a decir tras un prolongado silencio―. Me gustaría poder hacerte caso y marcharme, créeme lo último que quiero es hacerte daño. Pero no puedo. ―Suspiró―. No puedo dejarte, porque yo a ti sí te necesito.

Estaba dicho. En cuanto las palabras abandonaron sus labios, sintió como el peso sobre sus hombros se esfumaba, un peso que ni siquiera sabía que estaba ahí. No obstante, no recibió respuesta.

Alex seguía dándole la espalda. Durante varios segundos permaneció tan inmóvil que Steve llegó a pensar que se había desmayado. Pero cuando estaba a punto de comprobarlo, ella se giró, al tiempo que se incorporaba, quedando sentada en el borde del colchón, frente a Steve.

―¿Y qué pasa con Sharon Carter? ―preguntó, todavía con la voz algo quebrada―. Os vi subir juntos a los dormitorios.

―¿Sharon? ―Steve arqueó las cejas―. No fuimos a los dormitorios, fuimos a la terraza. Solo es una amiga, Alex. Puede que en algún momento, hace unos años, llegara a pensar que ella y yo... ―Sacudió la cabeza―. Eso no importa, lo importante es que te quiero, y solo te quiero a ti.

Esta vez fue ella la que arqueó las cejas, entre sorprendida y enfadada.

―Te di la oportunidad, y me rechazaste. ¿Tenías que esperar a que yo casi...? ―Chasqueó la lengua, apenas había estado consciente durante lo ocurrido en el club, pero algo en su interior le decía que se había salvado por los pelos de algo horrible. Esa noche había hecho demasiadas estupideces—. Si es verdad, ¿por qué no me lo dijiste antes?

Una pequeña sonrisa asomó al semblante de Steve. Incluso estando en su momento de mayor vulnerabilidad, Alex sacaba su carácter a relucir. Tenía el rímel algo corrido, las mejillas enrojecidas y los labios ligeramente hinchados... Y, sin embargo, para él lucía tan hermosa que le resultó imposible contener un deseo casi doloroso de besarla, un ansia como no había experimentado jamás, ni siquiera conciliando el fantasma de su pasado con Peggy.

―Supongo que no soy tan valiente como tú ―respondió.

La miró en silencio, y ella le devolvió la mirada. Le bastó ese minúsculo detalle para atreverse a recortar la escasa distancia que los separaba.

Steve le acomodó un rebelde mechón de cabello tras la oreja, pero en lugar de retirar la mano, la deslizó hacia la mejilla femenina en una suave caricia. Buscó entonces los labios de la joven que, para su gozo, se entreabrieron al primer roce de los suyos.

Fue muy distinto a aquel primer beso bajo el estadio. Esta vez ambos eran conscientes de los sentimientos imperantes detrás de ese simbólico gesto. Pronto, lo que empezó como algo dulce y delicado, se volvió frenético y ardiente.

Alex nunca hubiera imaginado que tal fervor fuera posible en el siempre correcto Steve Rogers. Antes de que pudiera reaccionar, estaba recostada sobre la cama, con Steve encima de ella besándola de forma apasionada. Las manos del supersoldado recorrían su cuerpo sin tabúes, mientras las de ella aferraban la espalda y el cabello del hombre.

Pero no era suficiente, no en medio del horrible calor que había invadido cada una de las terminaciones nerviosas de ambos vengadores. Alex logró darse la vuelta y posicionarse encima de Steve; de un solo gesto le quitó la camisa y la arrojó a la otra punta de la habitación. Él respondió afianzando los dedos en las caderas femeninas, para atraerla más hacia él.

Los besos y las caricias continuaron intensificándose hasta que Steve, haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, sujetó los brazos de Alex para detenerla.

―Espera ―susurró.

―¿Qué sucede? ―La joven abrió los ojos. Estaban en el borde de la cama, él sentado, y ella a horcajadas sobre sus piernas―. ¿No quieres hacerlo?

Steve negó con una sonrisa, para luego juntar su frente con la Alex, de manera que sus alientos casi se entrelazaban.

―Créeme, ese no es el problema ―respondió, al tiempo que le acariciaba la mejilla.

―¿Entonces? ―Ella dejó un beso en la mandíbula del supersoldado, y continuó descendiendo hasta el cuello.

Steve no pudo evitar cerrar los ojos. Le encantaba todo lo que ella hacía, le encantaba la delicadeza y pasión con las que lo acariciaba, el aroma a fresas de su cabello, el sabor de sus labios... Pero no podía permitir que continuase, no en ese momento.

―Alex. ―Casi gruñó su nombre, todavía con los ojos cerrados―. Estoy intentando ser un caballero, pero me lo estás poniendo muy difícil.

Ella lo ignoró y siguió a lo suyo.

―Alexa Stark, ya basta. ―Steve volvió a sujetarla. Esta vez se encargó de dejarla tumbada en la cama, aprisionada entre el colchón y su cuerpo.

―¿Pero qué te pasa? ―resopló ella―. ¿Es por qué eres virgen? Tony dijo que lo eras...

Los ojos de Steve se abrieron desmesuradamente, pero tras un instante de desconcierto, se echó a reír. Alex todavía permanecía bajo él, sujeta por las muñecas y con una expresión de no comprender nada que a él le resultó de lo más tierna.

―No soy virgen ―admitió Steve cuando pudo parar de reír.

Ella exhaló un suspiro.

―¿Entonces por qué has querido parar?

―Porque no quiero que nuestra primera vez juntos sea así. ―Él hizo una mueca―. Has pasado una noche horrible y todavía estás ebria...

―Soy muy consciente de lo que estoy haciendo, Steven Grant Rogers. ―Alex frunció el ceño.

―Puede. ―Steve asintió―. Pero también puede que mañana no recuerdes nada de esto, y creo que eso me dolería demasiado. ―Se apartó a un lado, liberándola de su peso, pero se dejó caer a su costado. Apoyó el codo sobre el colchón y la cabeza sobre su mano, sin dejar de mirarla con una expresión tan llena de adoración que desestabilizó todas las defensas de la chica―. Quiero que cuando hagamos el amor por primera vez sea perfecto.

La aludida se esforzó por mirarlo a los ojos. En ocasiones, cuando lo tenía tan cerca, le costaba recordar lo que iba a decir. La mirada de Steve le resultaba hipnótica y relajante, era tan fácil perderse en ella... Tras unos segundos de silencio tomó aire, y esbozó una pequeña sonrisa

―Puedo esperar una noche más.

Él volvió a reír y le acarició el rostro.

―Gracias por entenderlo. ―Depositó un suave beso en la frente de la chica, para luego dejar la mano sobre su cintura―. De todos modos, espero que no te moleste que siga besándote. ―Sonrió, antes de volver a rozar sus labios―. Porque no tengo intención de parar.




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Hola, corazones ^^

Antes de nada, quiero dejaros dos canciones que influyeron bastante en este capítulo. La primera, Only You, es la que baila Alex con Tony en la fiesta. Y la segunda Stay with me de Black English es la canción que yo tenía de fondo en la escena final de Alex y Steve. Os aconsejo que las escucheis porque son preciosas, y si queréis, volved a leer esas escenas con las canciones, merece la pena.

Only you:

Stay with me:

Well, sé que ha sido muy largo, pero me resistía a dividirlo. Sinceramente, es uno de mis favoritos hasta el momento, aunque me ha costado sudor y lágrimas escribirlo xD. ¿Qué os ha parecido? ¿demasiado cursi, poco cursi? ¿too much drama? ¿qué impresiones os ha dejado? Estoy ansiosa por saber vuestra opinión 😋

Ya hacía falta un capítulo de puro #Stalex, aunque yo no sé si amé más la escena con Tony (esos dos me pueden, sorry xD)

*los comentarios hacen feliz a la autora y hacen que se motive y escriba más y mejor xD... Solo lo dejo caer 🙈*

Espero que os haya gustado, y mil gracias por seguir ahí ❤❤

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