Palabras silenciosas

La Dulce Princesa no podía hablar.

Eso quedó bastante claro cuando, tras dos semanas de recuperación, la chica rosada estaba incapacitada de expresar nada, excepto por señas.

No era necesario describir demasiado el simple hecho de que la angustia se había apoderado de sus íntimos amigos, que estaban devastados.

La voz de la Dulce Princesa era algo difícil de olvidar y saber que posiblemente jamás volverían a escucharla les rompía no sólo el corazón, si no también las esperanzas.

Marceline, en su afán de no darse por vencida, había probado todos los métodos disponibles e incluso los que no lo estaban, y habían fallado miserablemente, uno tras otro.

Había quedado exhausta, física y emocionalmente, pero se negaba a darse por vencida, a pesar de no ser especialmente amante de los laboratorios, ciencia y medicina lo intentó, no consiguió nada, tampoco con alguna fuente mágica, los métodos extraños y ortodoxos de Mentita, ni con alquimia o similar, nada era capaz de hacer que Bonnibel hablase de nuevo.

La Princesa, siendo conocedora del profundo dolor que le estaba causando a Marceline y a todos quienes la rodeaban e intentaban ayudarla, también puso de su parte, investigando lo que podía, usando infusiones, gárgaras, todo aquello que pudiese hacer en su aún débil estado, pero nada funcionó. Marceline no quería que la Princesa se sintiera triste por ello, por eso se hacía ver positiva y alegre frente a la rosada, pero esta última podía ver cómo la Vampiresa se derrumbaba por dentro.

Finalmente, cansada de intentar expresarse por palabras, Bonnibel llegó a la conclusión de que si no podía hablar al menos podría expresarse, por ejemplo, con señas, incluso escribiendo, esto último era más sencillo y eficaz que las señas, así que, esa mañana la Dulce Princesa se levantó, se aseó y vistió como de costumbre, tomó una libreta y un bolígrafo y escribía mientras andaba.

Marceline debía estar aún dormida, era temprano, la joven monarca podía ver el sol levantarse en el horizonte, iluminando la Tierra de Ooo.

Bonnie terminó de escribir y con cautela introdujo la nota por debajo de la puerta, esperando que Marceline la viera luego de despertar, luego se retiró por los pasillos, tan silenciosamente como había llegado.

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Marceline despertó luego de un sueño interrumpido constantemente por esas pequeñas pesadillas que nacen de la preocupación y la angustia, sentía que no había descansado muy bien, pero quizá con una siesta entrada la tarde todo aquello volvería a su respectivo lugar.

Ya le costaba ocultar las marcas en sus mejillas, lágrimas que dejaban un surco en su pálida piel, había estado llorando otra vez, se odió por dejar que algo como la voz de la Princesa le hiciera tanta falta... ¿Porqué? ¿Porqué cuando pensaba que había superado todo... Ese sentimiento de siempre estarla buscando y esperando regresaba?

¿Porqué se aferraba a ella?

La noche anterior había estado pensando en un aparato que le permitiera reproducir la voz de la Princesa, pero era difícil recrearla de forma fiel al 100% cuando no había un patrón que pudiera seguir o copiar... Quizá habría alguna grabación o algo similar por ahí...

Miró de forma distraída la poca luz que lograba penetrar en su habitación entre las espesas cortinas, por la intensidad supo que ya estaba bien entrada la mañana y que llegaba tarde al desayuno, a no ser que ya lo hubiera perdido.

-Es tarde- Murmuró para sí misma, buscando algo de energía en su cuerpo, intentando pensar positivo por más imposible que pudiera parecer.

Finalmente se levantó, acudió al baño, luego de prepararse para otro día lleno de una falsa sensación de positivismo, tomó su bajo, quizá le llegaba alguna idea para componer una que otra canción, no fue hasta el momento de abrir la puerta que notó algo curioso allí, una hoja de papel yacía sobresaliendo por debajo de la puerta, notó la letra y por lo pecaminosa y correcta caligráfica y ortográficamente supo que pertenecía a la Dulce Princesa, la tomó y la leyó. 

¨Te estaré esperando para desayunar en el jardín interior.

No tardes demasiado.

-Bonnibel.¨

Marceline sonrió de forma maliciosa, ya había desobedecido la primera orden del día, llegaba terriblemente tarde, aunque Bonnie no pudiera hablar bien aún podía repartirle una buena tuza.

-Allá voy, Dulce. 

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Marceline llegó flotando rápidamente hasta el jardín interior, al entrar sin imprevisto logró ver a Bonnibel quitándole unos pétalos a una flor, le encantó ver su aspecto distraído, le recordaba a cuando era una niña y aún tenía tiempo de entretenerse recogiendo flores.

Al notar que Marceline había llegado y la estaba observando, la Dulce Princesa de inmediato recobró su postura normal y atenta, dejando la flor en la mesa, con sólo dos pétalos restantes, le hizo señas a Marceline de que se acercara y se sentara. Marceline pronto estaba sentada frente a ella, miró la libreta y el bolígrafo cerca del codo derecho de la rosada, en la mesa habían repartidos diversos comestibles, todos con algo en común: eran rojos, eran para ella.

-Perdón por hacerte esperar, me quedé dormida- Se excusó sacando de forma traviesa la lengua.

La princesa garabateó rápidamente en la libreta y se la mostró a la Vampiresa.

¨Casi echo raíces aquí esperando, Marceline Abadeer, deberé crearte un despertador.¨

Lejos de hacer burla por la siempre correcta caligrafía y ortografía, Marceline se preguntó cómo no se le había ocurrido eso de escribir, quizá se había centrado tanto en la voz de la Princesa que había olvidado que lo que realmente importaba no era eso, si no el mensaje en sí, sin importar la forma en la que fuera transmitido.

Ese descubrimiento le dió algo de alivio, pero sabía que esa sensación era falsa y duraría muy poco.

-Gracias por esperarme.- Agradeció, esta vez sin nada de burla en la expresión, esperó a que la rosada terminara de escribir en su libreta.

¨No pasa nada, mejor come, has trabajado mucho, gracias por eso.¨

-Claro que no he estado trabajando...- Marceline se sonrojó en exceso al ser descubierta, Bonnibel sabía que había estado trabajando intentando recobrarle su voz.- Sólo estaba aburrida.

¨Como digas, pero gracias, enserio, ya puedes descansar.¨

No sabía si tomarse eso como que la Princesa se estaba dando por vencida o si ella pensaba trabajar personalmente en ello, sin intermediarios o sólo quería ahorrarle molestias, pero en todo aso, se encogió de hombros y decidió comenzar a comer, extasiándose con el color rojo de esos comestibles.

La pelinegra vió a la Princesa tomar una de las manzanas ya sin color y deshidratada, la rosada le dió una mordida, parecía una niña curiosa, Bonnie masticó la manzana y luego anotó en la libreta.

¨Siempre tuve curiosidad por saber qué sabor adquiría esto luego de que lo deshidrataras, ahora noto que el dulzor se ha ido, está seca, tomó la consistencia de un hongo o una seta, sin sabor definido pero se puede percibir algo de amargura.¨

-¿Cuándo dejarás de ser tan... Científicamente loca?- Preguntó la chica pálida en tono burlesco.

Bonnibel se encogió de hombros y sonrió, Marceline se sintió culpable por amarla nuevamente, por sentirse feliz y egoísta de que esa sonrisa fuese sólo para ella, no pudo evitar sonreír como una tonta. Bonnie escribía.

¨No lo dejaré de hacer, eres un buen objeto de estudios.¨

-Ah, lo dices como si fuera Ciencia o uno de tus otros sujetos de pruebas.

¨No hablo de esa clase de estudios.¨

-¿De cuáles, pues?

¨Lo siento, me gusta dejarte con la incógnita.¨

Nuevamente ambas sonreían, aunque no estuvieran conversando de manera totalmente oral, aquello tenía la pinta de ser sólo un juego, sólo era cuestión de ver hasta dónde llegaba la gracias que les provocaba. 

Quizá se hartarían de esa clase de comunicación, pero hasta encontrar una solución capaz de revertir todo aquello, deberían conformarse con esa libreta, ese bolígrafo y sus limitaciones.

Marceline terminó de comer, había quedado satisfecha y no tenía ganas de comer más, la Dulce Princesa lo supo y con una campanita hizo que algunos sirvientes recogieran los restos del desayuno, nuevamente Bonnibel demostraba saber arreglárselas sin el uso forzoso de la tecnología, con una campana y poco más ya podía dar órdenes, era una líder.

Mientras, la chica rosa se concentraba en Marceline, era única la capacidad que la pelinegra poseía de acaparar su atención, si supiera lo irresistible que se veía con su pelo negro ondeando con la leve brisa, su ropa que solía moldear su cuerpo y su mirada penetrante seguramente notaría lo mucho que le atraía aún, lo mucho que de alguna manera, la deseaba.

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-Tus labios son muy lindos, Marcy.

-¿Enserio?- La joven Vampiresa palpó sus labios- No lo son, son pálidos y fríos.

La rosa se adelantó y tocó suavemente los labios de la pelinegra con la yema de sus dedos.

-Pero son suaves.- Murmuró la joven monarca a su vez- La belleza no es sólo el cómo se vean.

-Los tuyos son más lindos- Replicó a su vez la pelinegra- Tienen un agradable color y son cálidos.

-Pero son rugosos, y cuando hace calor son pegajosos.- Argumentó la rosada mientras hacía una coleta a su pelo de chicle, sintió un escalofrío cuando el viento le recorrió la nuca.

Ambas quedaron en silencio unos momentos, sumidas en sus pensamientos, Bonnibel en esos instantes deseó poder leer la mente ajena para saber qué pensaba, a ella, sin embargo, lo le habría gustado que Marceline supiera que estaba pensando en que, a pesar de eso, sus labios podían ser una interesante combinación.

Pero, lamentablemente, ninguna tuvo el valor de probarlo.

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Cuando recobró su conexión con el tiempo y el espacio, pudo ver a Marceline mirarla fijamente, entonces notó que unos de sus dedos tocaba tímidamente los labios de la pelinegra.

Intentó disculparse y recordó que no podía hablar, así que simplemente deslizó su dedo por los suaves labios ajenos.

-¿Q-qué pasa?- Marceline sentía la sangre subir hasta sus mejillas, por lo calientes que estaban podía deducir lo espeso del rubor que en esos momentos debía de cubrir su rostro.

Bonnie negó con la cabeza, realmente no pasaba nada, aquellos labios se habían sentido tan suaves como siempre y la tentación regresó con fuerza; sin duda, las emociones y sentimientos encontrados juntas no habían desaparecido.

Marceline también lo había notado, no entendían, no comprendían el porqué de aquella atracción, de porqué sus diferencias las unían, Bonnibel ya no podía hablar, pero la Princesa de la Nocheósfera podía escucharla llamarle.

La mesa era lo único que impedía que ese océano de puro deseo y atracción se desbordaba, si lo dejaban salir, ¿Cuáles eran las consecuencias? ¿Valía la pena lanzar la mesa al quinto pino y comprobar qué tan bien se sentía el contacto íntimo, la presión de sus labios sobre los ajenos y el deleite de unas manos que acariciaban? ¿Seguían teniendo miedo?

Marceline fue quien se arrojó a la conquista y a ese mar desconocido, el soldado que se arriesgaba a sufrir el primer disparo certero: se levantó, fue hacia la Princesa de aquel reino, ninguna apartaba la mirada de la otra, al llegar junto a ella se inclinó y la besó.

Entonces explotó, confirmaron que sus labios encajaban perfectamente, tras los primeros roces tímidos se dieron cuenta de que no querían parar; se envolvieron en un beso apasionado, exigente y embriagador, Marceline sentía sus pensamientos nublados y oscuros, envuelta en el sabor dulce de esos labios tintados de rosa, mientras Bonnibel se deleitaba con la suavidad y la leve frialdad de los ajenos, aquello le daba un toque de sensualidad, una besaba de forma suave, la otra era más envolvente y posesiva, Marceline no supo cuánto duró, Bonnie tampoco, pero al terminar ambas se miraron, en sus ojos estaban plasmadas emociones diversas, incluyendo pinceladas de miedo y temor, toques de ligero rechazo.

La pelinegra dió un paso atrás, sorprendida de lo que había hecha, no sabía de dónde había sacado el valor, pero allí estaba el resultado, la Dulce Princesa respiraba algo agitada, con los labios enrojecidos y sin apartar la mirada de ella.

-Lo siento- Balbuceó la Vampiresa- Debo... Debo salir.

Tomó su bajo y salió de allí, Bonnibel tomó su libreta y escribió algo en ella, confundida, exasperada, decepcionada.

¿Hasta cuándo iban a huir?

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Marceline regresó al atardecer, se había encontrado con algunos amigos y habían tocado y practicado canciones, se había olvidado del mundo, pero al regresar al palacio, la realidad y los recuerdos se hacían un peso sobre sus hombros.

Preguntó a Mentita por la Princesa, este le respondió que estaba dormida y que Finn y Jake le habían visitado, habían hecho algunas actividades y la Princesa había quedado cansada, solicitando descanso pronto.

La Princesa de la Nocheósfera cenó sola, en total silencio.

Marceline fue a su habitación, pasó frente al cuarto de Bonnie y comprobó que todas las luces estaban apagadas.

Al llegar a su habitación temporal, se desvistió, se duchó nuevamente y se colocó su pijama, mientras se cepillaba los dientes, teniendo especial cuidado con los colmillos, pensaba en el día que le había tocado vivir y se sintió culpable.

Al recostarse, sintió algo rugoso en la almohada que hizo un ruido similar a cuando se arruga un papel, al levantarse y ver qué era notó un pequeño trozo de papel, a la luz de la lámapra pudo ver lo escrito.

¨Me gustaría tratar acerca de lo que pasó hoy.

-Bonnibel.¨ 

Marceline suspiró, notando que la chica rosada no había usado términos como ¨Me gustaría hablar¨ o ¨Me gustaría conversar¨ya suponía el porqué no lo había hecho. Guardó el trocito de papel, esta vez bajo la almohada.

Y mientras intentaba conciliar el sueño, sentía su estómago ser carcomido por los nervios.

Sintió miedo al rechazo, sin saber qué le iba a decir a Bonnibel.

Y nuevamente, la oscuridad y el silencio fueron las únicas testigos de su llanto silencioso.

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No, no me morí. 

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