7 | Barro, Agua y la Deidad
El prisma de lodo, Yael y el alado llevaban caminando más de dos horas.
Dimitri comenzaba a sentir los estragos del barro secándose sobre las plumas de sus alas. Ese hecho tan simple causaba en sus extremidades un doloroso calambre que lo obligaba a detener la marcha y friccionar el tobillo sobre sus gemelos y el tendón de Aquiles de la pierna contraria. Primero uno y después el otro. La tierra seca se desprendía de las alas y con ellas llegaba cierto alivio que le permitía retomar la marcha.
Cada vez que ocurría, Yael intentaba ayudarlo brindándose a sí mismo como apoyo del alípede que intentaba mantener el equilibrio sobre un pie mientras sacudía el otro y no caer en el intento.
Yael sintió pena por su amigo. La imagen que le llegaba a los ojos, no era ni la cuarta parte del hermoso ser alado que conoce desde hace más de cinco años.
Esta postal frente a sus ojos era apenas un borrón mal dibujado de lo que Dimitri fue. Y ni siquiera había que irse muy lejos, tan solo bastaba retroceder unas semanas en el tiempo para ver el deterioro.
Su pecho empezaba a manifestar unos manchones amarillos alrededor de los hematomas violetas producto de las agresiones recibidas. Primero la cerbatana y el veneno que llegó a disgregarse por toda su carne y segundo, la pugna que llevaron a cabo sus fluidos, sus músculos y los huesos tras el conjuro de curación dejando su caja torácica como un vestigio oscuro y sombrío.
¿Cuánto tiempo llevaba sin probar un bocado? La huella de tristeza y mala alimentación se registraban en todo ese organismo maltrecho.
Pena.
Eso sintió Yael por su amigo.
Pena.
Hubiera corrido a abrazarlo y a decirle que comiera aunque sea un poquito del pan que él le ofrecía a cada momento, mismo que, sistemáticamente era rechazado por el alado. En ese abrazo le transmitiría que todo saldría bien, que dejara de preocuparse. Pero cuando la imagen de Tristán entre los cactus le llegaba a la mente, ya no estaba muy seguro de que las cosas salieran bien. Era mucho el tiempo que el hada de Jacintos llevaba entre las espinas. Era cuestión de vida o muerte para Tristán, que la deidad a quién estaban recurriendo, aceptara la ofrenda y lo pusiera a salvo. Pero también estaba el hecho de que la cosa de barro se llevaría las alitas de Dimitri y con ellas, su vida. Ay, ay...
El prisma delante de ellos nunca se contuvo de cambiar sus formas cada quince minutos. Dimitri con un susurro le dio a entender a su amigo que la esquizofrénica metamorfosis del lodo, lo estaba volviendo loco.
Aún así, siguieron detrás de ella. Cansados y sedientos se detuvieron cuando la cosa comenzó con la más impactante transmutación que hubieran visto hasta el momento.
¡Y eso que ya han presenciado más de cien!
El fango fue esculpiendo ante sus ojos, la forma de un hada y cuando llegó al rostro, tuvieron la sensación de que dos manos invisibles modelaban la arcilla para conformar una cara conocida y amada.
La de Tristán, su amado Tristán frente a él. Lloró y quiso tocarlo pero la cosa no se lo permitió, la boca de barro se expandió en una cavidad desproporcionada y emitió un chillido que sacó a Dimitri del sortilegio.
—No te acerques a mí y no me mires con miedo, yo solo estoy jugando —comentó una de las múltiples voces que salían del agujero que se suponía era la boca de la figura. Dimitri se limitó a retroceder para continuar su eterna caminata cansina.
El Tristán de greda creció casi dos metros llevándose consigo cada milímetro de la tierra húmeda que lo rodeaba para poder alcanzar esa altura
Mas de cinco risas estruendosas salían de cada orificio del gigante. Dimitri sintió que su ser no estaba capacitado para seguir presenciando estos cambios sin sentido que realmente se acercaban más a una agresión que a un juego por parte del barro.
De repente volvieron a percibir aquella ventisca cálida y musical y ante ellos, el ente de cieno reapareció con su forma original, el altísimo prisma triangular.
Habían llegado a lo que se suponía era el sitio de encuentro con la deidad a quien Dimitri debía rendirle honores para poder poner a salvo a su hado.
Una especie de portal extraño se levantaba frente a ellos.
El poderoso olor a mirra circundante les provocó ardor en las fosas nasales. Se hizo un silencio sepulcral en cuanto ellos traspasaron el portal. El ser de lodo, al que ahora se le podían distinguir ojos, se inclinó a noventa grados ante la nada. Hada y alípede imitaron la acción aunque no distinguieran presencia alguna ante ellos.
—Hagan silencio —pronunció el ente.
Ya estaban en silencio. Se miraron entre sí. Dimitri hizo un gesto con su mano que Yael interpretó que su amigo sentía miedo. Y era correcto. Dimitri tenía miedo. Algo en su interior le daba señales de que iba a enfrentarse a algo muy importante y fuerte.
—De rodillas —Les ordenó el prisma.
Con cabezas gachas, se inclinaron sobre una rodilla. Dimitri necesitaba ver ante quién se estaba postrando pero Yael anticipándose, extendió su mano y casi tocando el rostro del alado, le hizo un "no” con un dedo.
Solo podían oír y a decir verdad, lo que escuchaban era poco.
La mirra desapareció del ambiente dándoles un descanso a las fosas nasales pero inmediatamente fue reemplazado por un insolente olor a azufre al que se le sumó un diálogo en una lengua desconocida entre el lodo y el recién llegado.
—Preséntense —Fue lo último que dijo el barro antes de cambiar a su forma original.
Levantaron su vista y ante ellos se erguía hermosa y majestuosa la figura de una robusta mujer cuya cabeza calva estaba repleta de tatuajes.
Era enorme. La obesa dama apenas podía sostenerse de pie.
A Dimitri no le alcanzaban los ojos para recorrer tal magnitud rolliza. Imaginó el esfuerzo sobrehumano que el esqueleto de la voluminosa mujer debería hacer cada vez que ella realizaba cualquier movimiento y no pudo evitar sonreír.
Sonrisa que permaneció cual suspiro en su rostro cuando se dio cuenta que ese era un gesto prohibido para él.
Yael suspiró al ver que la deidad que se había hecho presente no era la que él conocía y se sintió feliz por ello. Por demasiadas cosas había atravesado su amigo como para sumarle la desdicha de que el bosque hubiera decidido enfrentarlo a una deidad maligna.
Él conocía a la gorda. No sabía exactamente cuál era el alcance de sus poderes, pero al menos no se trataba de aquel ser oscuro con el que él tuvo que lidiar.
—De pie. ¿Quiénes sois y qué hacéis en mis suelos.
Yael se adelantó para hablar.
—Soy Yael, hada de cerezos. Hijo de Natani….
—No tú —interrumpió la gorda —Tú —Señaló al alípede.
—Soy dimitri, no tengo rango, ni estirpe, apenas soy un alípede perteneciente a otro reino.
—¿Cómo llegaron a mí?
Dimitri comprendió de manera literal y como tal respondió
—Nos trajo el barro.
La deidad blanqueó sus ojos ante la obviedad pero no pudo evitar el gesto de desconcierto ante el mote que Dimitri había dado a la "cosa".
—¿Barro? —observó que él prisma adquiría la forma de un conejito tierno. Yael y Dimitri señalaron al prisma.
—Sí, bueno, no sabemos su nombre, le decimos barro o tierra…
La gorda se sintió confusa por dentro pero no lo demostró. Sus ojos se encontraron con los del conejo que parecían sonreír.
—¿Te da gracia que te llamen «barro», Agua??
Y las dos comenzaron a reír a carcajadas ante el asombro de los chicos.
—Agua. Que les quede bien claro. Ella no es barro. Es agua.
—¿Agua? ¿Cómo es que el lodo puede llamarse agua?
—No, no entendieron, no se llama Agua, ella «es» Agua.
Hada y alado miraron de arriba a abajo al lodo que sacudía su espalda de la risa.
—¿Yael, tú entiendes por qué se ríen? —secreteó Dimitri al oído del hada de cerezos— ¿Que es tan gracioso?
—No tengo ni la menor idea, Mitri, pero es mejor que estén contentas y rían ellas a que lloremos nosotros.
—Jaja, sí, es verdad.
—¡Basta, silencio! —dijo la señora obesa, quién aún no se había presentado.
Si hay algo que caracteriza a Dimitri es su imprudencia y su curiosidad sin límites, y quedó demostrado cuando siguió hablando aun cuando la deidad había solicitado silencio. Yael creyó que le daría un síncope.
—¿Cómo es que siendo de barro, digas que ella o él “es” agua?
La gorda no podía creer la impertinencia del chico, pero le pareció que la pregunta era demasiado hermosa para no responderle.
—Es agua, claro que sí. Obsérvala, ¿cómo crees que un puñado de tierra podría adquirir forma si no hubiera agua de por medio?
Dimitri miraba con admiración cuando el barro danzaba frente a sus ojos. Se hizo presente la ventisca cálida y musical que escucharon ya en dos ocasiones y de manera abrupta, Agua se separó del lodo que cayó hecho polvo disgregando cualquier forma que hubiera tenido.
Una enorme pared líquida se erguía entre ellos y la gorda. Danzó hasta la deidad y se posicionó detrás de ella cuál transparente marco en continuo movimiento.
—Agua los ha traído hasta mí. Quiero saber tu versión, chiquillo preguntón.
—Le rogué a ba-rr-rro —tartamudeó pero se corrigió en el acto— a Agua, que me trajera hasta usted. Mi enamorado está en peligro, él es un hada de jacintos.
—¿Tu enamorado es un hada? —Se podía sentir la mixtura perfecta entre estupor y fiasco en esa pregunta.
—Sí, sé que está prohibido. Pero nos enamoramos, no pudimos evitarlo y ahora él está muriendo en el jardín de cactus.
—Si es que ya no está muerto —sentenció.
Dimitri sintió que se asfixiaba. Yael lo sostuvo cuando sus piernas flaquearon.
—Vengo a rogar por su ayuda —cayó de rodilla— estoy dispuesto a todo. Sacrificaré lo que se necesario. Cualquier cosa que me pida. Bueno excepto mis alitas, esas son para Agua.
—No entiendo.
—Bueno, Agua me hizo prometer mis alitas para traerme ante usted. Y a mí no me importará morir cuando ella se quede con mis plumas, claro que antes le ruego que usted salve a mi amor.
La gruesa mujer giró su cabeza tatuada al mismo tiempo que Agua se diluía tras ella.
—¡¡Agua!!
El charco tiritaba ante el grito de la diosa.
—Agua, no lo diré dos veces, ven aquí.
Se deslizó ante ella y conformó una enorme charca. De su interior, una forma comenzó a elevarse hasta quedar frente a los ojos de la deidad una gota transparente y brillante. Una sola gota. Pequeña y tímida gotita de agua.
—Deja de temblar.
La gota dejó de hacerlo.
Crees que me darás ternura por verte así, Agüita?
La gota hizo sí con la punta de su cabeza.
—Pues tienes razón, eres una ternurita. Ven aquí —Extendió su mano derecha y el agüita subió allí para filtrarse entre los rechonchos dedos.
—¿Por qué quieres sus alas?
—Solo porque me gustan.
La gorda supo que lo próximo que hablarían no era algo que los jóvenes debieran escuchar, así que simplemente interrogó a Agua en una lengua muy extraña para Dimitri y Yael.
—¿Permitirás que él muera solo porque te gustan sus alas?
—No. No, no, Fuego, nunca provocaría la muerte de alguien por algo tan estúpido.
—Pero lo asustaste. Él piensa que morirá cuando reclames sus alitas.
—¿Cómo puedo hacer para devolver su promesa? Yo no soy cruel.
—No digas nada aún. Veremos cómo suceden los hechos.
La gota se unió a la charca y la diosa retomó el diálogo con Dimitri.
—Dime, Dimitri, ¿Qué es exactamente lo requieres de mí?
—Que pongas a salvo a Tristán Otoño. Solamente eso. Pon a mi niño a salvo y yo te daré mi alma en sacrificio.
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