6 | Yael
Fin de FLASHBACK
Llevaba días volando por zonas inhóspitas y alejándose segundo a segundo de lo que fuera su hogar.
No sabía qué hacer con lo que su madre le confesó con su último aliento de vida.
En ese momento él no fue capaz de reaccionar ¿Cómo podría? pero ahora a la distancia, es peor, porque realmente no sabía cómo sentirse.
—¿Alelí, mi mamá?… o sea, soy el hijo de mi hermana y el nieto de mi madre. No sé si llorar o reír.
Ver morir de esa manera sanguinaria a su familia lo había llenado tanto de odio que llegó a pensar que solo sobrevivía para tomar venganza. Venganza sobre el último monstruo que destrozó a su hermanita.
—Bueno, no mi hermana, mi madre. Ella fue la que me parió y la que me dio de mamar según mi mamá. Bueno, no mi mamá, mi abuela… ¡La gran puta madre!
No podía parar de llorar. Sintió que iba a secarse por dentro.
Se sentaba por horas a monologar consigo mismo en un vano intento de encontrar respuestas.
»¿Cuántas lágrimas tenemos en el cuerpo? Sasha hubiera contestado con sabiduría a mi pregunta estúpida.
También la extraño a ella. Entiendo que mi madre la amara tanto. Era buena, dulce, inteligente y hermosa.
¡¡Oh por todas las estrellas del cielo!! ¿Cómo voy a sobrevivir a esto?
No tengo fuerzas. No quiero tenerlas.
A la mierda la venganza, a la mierda todo. Quiero morir aquí mismo. Ya.
Madre amada, llévame contigo.
¿Por qué me dejaron aquí solo?
Con la cara inflamada de tanto llorar, Dimitri buscó fuerzas quién sabe de dónde y se quitó la ropa que se encontraba crocante por la sangre seca. Se puso las prendas que llevaba en su bolso y acarició la latita al fondo de este.
En ese acto su mano rozó el puñal con que había despedazado al humano. Lo extrajo y limpió el resto de costras secas con los trapos que acababa de sacarse.
Antes de empezar a llorar de nuevo, empuñó el punzón como si fuera un lápiz y rasgó su nombre en la tapa del morral. Había aprendido a leer y a escribir gracias Sasha y con esta sencilla acción, sintió que la hacía presente entre sus cosas. No pudo sonreír ante el recuerdo feliz, pero sí pudo dejarse vencer por el sueño y se permitió dormir.
Un crujir de hojas secas lo despertó y saltó cual saeta con su cuchillo en la mano.
Semi agachado y con movimiento felino, blandía su puñal de izquierda a derecha.
—¿Quién eres? ¡Muéstrate! Ya te escuché.
Detrás de las enormes hojas de la oreja de elefante, se asomaron dos ojitos color de cielo.
Lo próximo en aparecer fueron dos manos en señal de "alto, no me hagas daño" y finalmente todo él apareció ante Dimitri.
—Hola.
—¿Quién eres tú? ¿Y por qué espías mi sueño?
—No te espío, solo intento entender qué hace un ser desconocido durmiendo sobre mi lecho de hojitas rojas.
—Tu lecho… pero.
—Sí, era mi cama, pero la destrozaste cuando saltaste como grillo loco.
Dimitri no pudo reír ante lo que se suponía que era una broma del recién llegado. Él ha olvidado cómo se sonríe.
Pensó en Alelí, la que nunca sonreía y se preguntó si el trauma de haber sido violada siendo una niña le había quitado la sonrisa de la cara para siempre.
Él había vivido momentos atroces viendo cómo asesinaban a sus tres madres y la concatenación de pensamientos lo llevó a creer que él nunca más sonreiría.
Y podría ser verdad. Vio a sus madres ultimar a dos tipos y más tarde las vio desangrarse ante sus narices.
Sí, sí, esa era la cruel realidad. De esto, no se zafa.
Cuando salió de su cabeza se encontró con los ojos azules más cerquita de su cara y retrocedió hasta caer sobre el lecho maltrecho del chiquillo curioso.
No quería a nadie cerca. Así que se puso de pie y batió las alitas de sus pies para alejarse lo más rápido que pudiera del pequeño invasor.
—No soy de temer —Fue lo último que escuchó antes de intentar emprender vuelo.
—Buen viaje, Dimitri —dijo y Dimitri regresó sobre sus volátiles pasos y lo tomó del cuello de su ropa.
—¿Quién mierda eres y cómo sabes mi nombre?
—Sueltame, animal ¿Cómo te atreves a tocar a un hada? ¿Estás loco?
—¿Có-mo sa-bes mi nom-bre? —silabó tratando de no perder la paciencia.
—Por-que lo tie-nes es-crito en tu bol-so —Tambien silabó remedando al alado.
La cara de Dimitri pasaba de rojo a blanco pálido sin medias tintas.
—¿Mi bolso?
Bajó sus ojos negros hasta donde se encontraba cruzado el morral sobre su pecho y se sintió un idiota.
El hada frente a él tapaba su boca para no sonar grosero mientras se carcajeaba a lo grande.
—Yo, ehhh, disculpa. No puedo explicarte algunas cosas pero, bueno, yo, te pido disculpas por ser tan idiota.
«Que vergüenza, soy un imbécil» —pensó sin quitar sus ojos de los del hada.
—Disculpas aceptadas.
—Me iré ahora y no tendrás que lidiar conmigo nunca más.
—Puedes quedarte si quieres. En escasos minutos el sol caerá y eres un foráneo. No te aconsejo que andes solo por nuestras tierras.
Dimitri observaba con total asombro lo que el hada le decía.
—Las hadas parecemos seres buenos, tal vez sea por nuestras alitas tornasoladas o por el polen que desprendemos al volar, pero te aseguro Dimitri, que no querrás estar solo en tierra de hadas, siendo tú un alípede.
Dimitri realmente no sabía qué hacer pero lo que el hada le exponía era absolutamente cierto. Su madre le había comentado en más de una ocasión la guerra que existía entre las dos razas.
¿Que debía hacer? ¿Exponerse a los peligros que el hada le advertía que encontraría afuera? ¿O quedarse a dormir en la cama de hojas que le había usurpado al hadita?
—No lo pienses tanto. No tienes muchas opciones.
—Es verdad. Me quedo.
—Me parece perfecto. Ven, ayúdame a armar dos lechos de hojas cálidas. Mis preferidas. Usaremos las del fresno rojo que está a dos pasos nuestro.
El chico hablaba mucho, demasiado para el gusto de Dimitri.
Fueron hasta el fresno y acarrearon dos bolsas repletas de hojas y él observó al hada armar las dos camitas.
—Listo. Ya puedes recostarte y dormir. Yo cuidaré tu sueño, Dimitri.
—¿Qué? ¿Por qué dijiste eso?
—Soy un buen amigo. Ya me conocerás mejor. Ahora descansa. Parece que lo necesitaras.
Dimitri se sintió seguro después de varios días de vigilia y llanto. Eligió creer en el chico de alas tornasol y recostó su cabeza en el colchón de hojas. Entreabrió sus ojazos por última vez ante de caer en sueño profundo.
—Te dormiste, Dimitri. No alcancé a decirte mi nombre.
—No estoy dormido aún... ¿Cómo te llamas?
—Soy Yael, bienvenido a mi tribu.
La mañana llegó con fuerza y Dimitri se desperezó sin que a la cabeza le llegara el recuerdo de sus madres muertas. Pero solo duró dos segundo.
Uno, dos, listo: «Madres muertas» ese es su primer pensamiento diario.
Un ronquido desde el costado hizo que girará a ver con un gesto adusto. Ahí estaba Yael, desparramado cual marioneta rota sobre las hojas rojas que tanto le gustaban.
Dimitri sonrió pero en el acto "des-sonrió". No podía permitirse sonreír después de semejante tragedia. No. Nunca más. Si sus madre hoy se encontraban calcinadas bajo un fuego que él provocó, él no se permitiría el derecho a sonreír ni a sentir nada.
Pero se quedó observando al hada de piel blanquísima y cabellos verde menta. Era bonito pero roncaba.
Yael abrió un ojo y cinco vidas más tarde abrió el otro.
—¡Buenos días Dimitri! Sonó cantarino a las siete de la mañana.
—Dijiste que cuidarías mi sueño, pero dormías como oso. No creo que me hayas cuidado.
—Que durmiera a tu lado, ya fue una forma de cuidarte.
—No lo entiendo, pero si tú lo dices, ha de ser cierto.
—Lo es, créeme.
El estómago de Dimitri habló entonces tomó conciencia que no se alimentaba desde hacía días.
Yael sonrió ante el sonido matutino y lo invitó a levantarse.
—Ponte de pie, Dimitri. Es momento que conozcas mi hogar.
—Pero, ¿Este no es tu hogar?
—¿Crees que soy una ardilla que duerme en los árboles?
—Bueno, no sé qué pensar, me invitaste a dormir sobre hojas, supuse que está era tu... «¿casita?» y que ustedes los duendes duermen sobre árboles.
—¿Duuu- duendes? —tartamudeó el hada.
—O eres idiota o eres sarcástico y ninguna de las dos opciones me agradan. ¡Cómo es que llamas duende a un hada!
Dimitri quería reír a las carcajadas pero su auto-castigo represivo frente a la felicidad, no se lo permitía, por más efímera y simple que fuera. Así fue, que no sonrió ante el enojo de Yael.
Él bien sabía que alteraría al chico llamándolo duende.
—Ey, ey, no te enojes, duende, hadas ¿Que más da? No quise ofenderte —mintió.
—Si no sabes distinguir entre uno y otro, no mereces que te lo explique, vive en la ignorancia, tonto querubín.
Dimitri cerró sus ojos y se le dibujó una mueca de desagrado en el rostro.
Ahí había llegado la venganza de Yael por llamarlo duende.
—¿Querubín? —ahora sí quiso carcajear sonoramente. Pero lo reprimió.
—Soy un hada de cerezos, Dimitri, que no se te olvide. Si vuelves a llamarme de otro modo, puedes olvidarte de mi hospitalidad.
—Hada de cerezos, suena hermoso.
—Lo soy —confirmó su falta de humildad. —Y para que te quede claro, las hadas vivimos bajo techo. Y no te llevé antes a mi casa, pues, porque no te conozco. No sé nada de ti. Quería ayudarte pero no podía hacer que entraras a mi hogar antes de comprobar que no me desollarías mientras dormía.
Dimitri pensó que si lo hubiera visto con la ropa ensangrentada no hubiera tenido la oportunidad de dormir seguro al lado del hada.
—Pero —continuó el verborrágico Yael— ya comprobé que duermes como lirón y si fueras un asesino, yo lo distinguiría.
Uno rió y el otro no.
—Algún día lograré sacarte una sonrisa, amigo nuevo.
Pensó en voz alta, Yael.
Y Dimitri no lo contradijo pero supuso que el día que Yael se enterara de lo que él cargaba sobre sus espaldas, se arrepentiría de haberlo conocido.
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Nota de la autora: El adjetivo crocante es un galicismo que no tiene familia en español.
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