5 | Tres Madres y un charco de sangre

Latita Vladimir


Las mujeres ante el temor de que Dimitri fuera descubierto por los alfa de su manada, le dejaron crecer el cabello y lo vistieron con la ropa de Alelí durante demasiado tiempo.

Cuando el niño dejó de serlo y comenzó su tránsito por la pubertad, los vestidos y su voz gruesa no combinaban y en lugar de sentirse seguras con el disfraz, se sintieron ridículas.

Annia y Sasha decidieron que ese no era un buen lugar para criar a sus hijos.

Sí, para Sasha, Alelí y Dimitri eran parte de ella.

No sólo estaba el tema de los alfas, también existía el peligro de que los hombres regresaran a buscar a su hijo, y eso las hacía temblar.

Así fue que de un día para el otro, las dos mujeres habían embalado los objetos necesarios de su hogar y emprendieron viaje hacia el bosque de hadas. Donde con suerte, los humanos no se atreverían a entrar.

Antes de la partida, Annia caminó hacia el cenagal donde yacían los restos de su infante difunto. Tomó un puñado de lodo y sin dejar que se le escapara de sus dedos, colocó lo que más pudo en una cajita de lata a la que envolvió con pañuelos de encajes amarillentos y la guardó en su morral.
«Latita Vladimir»

Ya estaba lista para irse. Dejaba atrás carne de su carne que para estas alturas  de seguro debía ser pura brea.
Sintió nostalgia por lo que abandonaba pero con ella se llevaba la esperanza de proteger y amar a sus dos criaturas.

Se establecieron lejos de todo y a la vista de nadie. Construyeron una casita austera pero cálida y llena de luz en las afueras del bosque de flores.

No fueron tan audaces para meterse en zonas donde no son deseados.
¡No señor!
Alípedes y hadas no conviven.

Y el inexorable paso del tiempo se hizo huella en cada uno de ellos.

Dimitri creció bajo el cuidado amoroso de sus dos madres que le enseñaron a usar sus alas y a montar vuelo aprovechando las  corrientes ascendentes de aire.
El hermoso Dimitri de dieciséis años ya era capaz de mantenerse en vuelo durante largos períodos y cuando sus madres no lo veían, él hacía peligrosas acrobacias en el aire. ¡Era feliz!

Ya no usaba vestidos ¡claro que no! pero el cabello largo lo mantuvo y lo ataba en una sola trenza que caía al costado de su cabeza. El contraste de su piel blanca con su pelo negro, hacía ver a Dimitri como un espécimen único y bellísimo.

Una mañana como tantas otras, él salió a cazar para traer algo de sustento proteico y renovar la despensa. Había pasado varias horas muy entretenido pescando ya que cazando era un verdadero fracaso. Con una escueta pesca de tres pescaditos azules, se dispuso a retornar.
Conforme avanzaba hacia su hogar, su pecho le hizo sentir que algo andaba mal y aceleró sus pasos y cuando estos no fueron suficientes, batió sus alas y se echó a volar.

Llegó en el preciso momento en que uno de los humanos de aquellos cuatro que violaron a su madre-hermana, había invadido la vivienda y a los gritos y empujones sacaba a sus madres a las rastras y de los pelos. Cuando el cuarteto nefasto divisó a Dimitri en los cielos, él descendió de manera veloz para correr a defender a sus madres.

Ese ser alado, bello, fornido, era el hijo de una de estas bestias y por extraño que pareciera, se sentían orgullosos de haber dejado preñada una cría de doce años.
Dimitri no alcanzó a tocar el suelo cuando uno de los violentos sostuvo entre sus brazos a Alelí, pasó su lengua por el rostro de la joven y en el acto comenzó a ahogarse con su propia sangre tan pronto Annia, rebanara desde atrás, el gaznate del infeliz con un corte limpio y profundo que casi lo decapita.

—No bajes, Dimitri —Le ordenó Annia a su hijo. —Huye, hijo, huye lejos. ¡Ahora! Es una orden.

Dimitri aleteaba para mantenerse en el mismo lugar mientras trataba de entender qué mierda estaba pasando y si debía obedecer a su madre, o no.

Decidió que no. No dejaría a las tres mujeres de su vida, solas entre estos animales.

Ante la casi decapitación del primer hombre por obra de Annia, se le sumó la muerte del segundo a manos de Sasha. Pero el tercero y el cuarto portaban armas de fuego y contra eso, nadie podía.

El primer disparo perforó el pecho de Sasha y cayó muerta en el acto.

Annia abrazó a su hija y les dio la espalda a la espera del fogonazo que llegó perforando el cuerpo de madre e hija. Annia cayó de rodillas pero no soltó el cuerpo sin vida de su niña amada. Cerró los ojitos de la joven y se abrazo a ella a la espera de su propia muerte.

Dimitri llegó por detrás del tercer asesino y lo apuñaló más de cien veces. Se quedó con la carne pegada en sus nudillos y la piel del hombre salpicada en su cara. Nada pudo hacer ese ser inmundo frente a la furia desbordada de un joven que acababa de perder, de la manera más violenta y feroz, todo lo que tenía en esta vida.

El cuarto alcanzó a huir.

Bañado de sangre de la cabeza a los pies, se arrodilló delante de su madre que aún se aferraba a la vida tan solo para decirle lo más importante que Dimitri oiría en toda su existencia.
Acercó su oreja a la boca de su madre

—Escúchame bien, hijo amado. No queda mucho tiempo. Volverán por ti. Uno de esos hombres, es tu padre. Quizás, con suerte sea uno de los que yacen muertos pero uno alcanzó a huir. Y volverá. No llores, sé fuerte.

—¿Mi padre? ¿Qué dices, madre?

—Ellos violaron a Alelí hace dieciséis años atrás, exactamente tu edad Dimitri.

Los enormes ojos del chico no cabían en su cara.

—Sí, ella es tu verdadera mamá, Dimitri. Esta niña ausente, te parió y te dio de mamar. Yo suplí su lugar porque ella… bueno, bien lo sabes…

—Mamá…

—Dimitri amado, te he amado y cuidado como si te hubiera llevado en mi vientre.

—Lo sé, mami.

—Tenías derecho a saber la verdad.

Con sus últimas fuerzas giró su rostro buscando a Sasha. Dimitri alzó a su otra madre y la acercó hasta Annia que tomó la mano de su hermosa amada y lloró.

—Ella también fue tu mamá.

—Lo sé y por eso la amo.

—Ahora huye hijo mío. Ve al bosque de las hadas y no regreses nunca, nunca más por aquí. Vete. Vete ya.

Por supuesto que él no obedeció. Con sus largos brazos las abrazó a las tres y esperó hasta que el último latido de Annia se apagara tímido y sutil.

Tres madres y un charco de sangre. Dimitri perdió a sus tres madre en pocas horas.

Las fue llevando una por una a la cama de Annia y Sasha.
Las acomodó para que Alelí al medio de ellas dos, descansara por toda la eternidad entre los brazos de sus madres.

Buscó leña y papeles, encendió un inclemente fuego a su hogar y se quedó hasta que las llamas se tragaran todo, todo lo que él amó. Lloró sin consuelo por horas, eternas horas que no lograron calmar el ardor de su alma.

Se deshizo de los cuerpos de las tres basuras que acabaron con su familia, arrojándolos por el acantilado y se quedó observando casi con morbo, cómo reventaban en el fondo contra las rocas.

Ahora sí, cumpliría con lo que le había prometido a su madre.

Antes de que todo ardiera, había levantado una muda de ropa, la guardó hecha un bollo en el morral que Annia llevaba siempre consigo. En él se encontraba envuelta entre encajes amarillentos, la latita con el barro seco que su madre había recogido del fango detrás de su antigua casa y que para ella simbolizaba a Vladimir, su hermano muerto, del que por cierto, Dimitri ignoraba de su existencia. Pero pensó que esa latita le uniría a su madre sin tener ideas de porqué. Seguramente nunca lo supiera, pero para él, la latita era ella. Latita Vladimir.

Huiría al bosque de flores para tratar de encontrar un poco de paz... o la muerte.

Lo que ocurriera primero para él estaba bien.






















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