2 | Encuentro con el Lodo


Yael y Dimitri volaron hacia el bosque de cedros. Un vuelo rasante, muy bajo, las alas de los pies de Dimitri apenas tenía fuerza para levantar del piso, al fornido muchacho.
El olor a maderas y bayas frescas era un bálsamo para los magullados sentidos del alípede.
Sintió que su brazo derecho perdía autonomía producto del veneno pero él seguiría firme hasta llegar al sitio que Yael había señalado. Todo era válido porque el propósito final era salvar a su hada que en este momento estaría luchando entre espinas, quién sabe de qué manera, para mantenerse vivo.

En un claro en el centro del mar de árboles, Yael detuvo el vuelo y descendió. Sus pies se hundieron en el fango. Cuando Dimitri bajó, el hada lo atrajo hacia él y embadurnó su herida con el barro bajo sus pies.

—¿Qué haces?

—Le hago saber a la tierra el sabor de tu carne.

—¿Qué?

—Estamos en territorio permitido para hadas solo en casos muy extremos. Pero vengo contigo que no eres hada.
El chico miró sus embarradas alas en los pies y le devolvió a Yael una mirada de resignación y tristeza

—Este es mi modo de decirles sin palabras —continuó el hada— que necesitamos ayuda. La tierra saboreará tu sangre y distinguirá en ella el veneno que te habita.

Una enorme O, se formó en la boca del ángel.

—Necesitamos que nos indique cuál es…

Se quedó mudo y miró a Dimitri con pánico en sus ojos.

—¿Cuál es qué, Yael?

—A qué deidad deberemos rendirle honores y cuál será la ofrenda solicitada para ganarnos lo que solicitamos.

—¿Una ofrenda a una deidad? Me da un poco de miedo. ¿Las conoces?

Yael miraba hacia abajo. No podía enfrentar los ojos del ángel.

—Solo a una. Y espero por todos los caracoles del reino que no sea ella la escogida.

—¿Por qué?

No pudo contestar porque un embravecido viento interrumpió su diálogo. Se cobijaron tras el tronco más fuerte y esperaron a que el vendaval dejara de azotarlos.
La tromba bajó su ataque y de a poco se fue transformando en una ventisca cálida y musical.
El barro bajo sus pies comenzó una danza sugestiva y a tomar forma con cada silbido que el céfiro emitía.

La  metamorfosis del barro nunca culminó y siguió bailando hasta que decidió hablar y dirigirse a ellos.

—Su sangre está envenenada y su carne comienza a morir —dijo el lodo con voz femenina.

Ambos, hada y alado, hicieron una reverencia de noventa grados ante la forma ondulante.

—Puedes hablar —autorizó el lodo al hada.

—Soy Yael, hada de cerezos. Hijo de Nataniel y Rael. Estamos aquí con mi hermano de corazón, Dimitri, un alípede del reino de…

—No nos es importante saber sus orígenes, solo queremos saber que desean para atreverse a estar aquí.

—Dimitri fue herido por una cerbatana de las hadas. Su pareja —tartamudeó antes de continuar— es Tristán Otoño.

El lodo se acercó a Dimitri y lo envolvió completamente.
El fango en estado semi líquido, ingresó sin medida por sus fosas nasales, boca y oídos.
Yael pudo escuchar la dificultad del ángel para respirar tras las capas con las que el barro lo enfundó.

Cuando se salió del abrazo dejando a Dimitri exánime y sin aliento, la cosa se dirigió a Yael como si Dimitri no existiera.

—Podemos eliminar el veneno del ser. Rápido y sencillo. Pero su corazón está comprometido con uno peor y no es veneno de cerbatana.

—¿En serio? ¿Podrán quitar el veneno de él?

—Quiero sus alas a cambio.

—Si quitas mis alitas de los pies, moriré en el acto, si aceptara ese trato sería un imbécil —alcanzó a decir Dimitri tratando de expulsar el invasivo barro de su garganta.

—Vive lo suficiente para salvar a tu hada. Y cuando él esté a salvo, quiero tus alas.

—Acepto.

—No, no, claro que no —Se interpuso Yael— No aceptaremos eso.

—Pues que muera ahora —escupió la cosa embarrada— el veneno ya está en todo su sistema.

—Acepto —El alípede sonó categórico— liberame ya del veneno.

—Ya está hecho —sonaron más de tres voces en tres diferentes lenguas dentro de la figura de lodo.

Yael y Dimitri observaron cómo el pecho del chico se cerraba ante sus ojos y el color verdoso producto de la ponzoña era reemplazado por el tono rosado de su piel.

Dimitri recobró el dominio de su brazo derecho y la fuerza de sus alitas en los pies.

—¡Oh! ¡Por todas las orquídeas del reino! —gritó Yael— Dimitri, estás limpio pero has hecho el peor trato del universo.

—Después pensaremos en eso, amigo, ahora debemos ir a rescatar a Tristán, pero necesito saber qué quiso decir —Giró para hablarle directo al sector donde se suponía que el lodo debería tener los ojos— cuando dijo que mi corazón está comprometido con un veneno peor que el del arma.

—Has hecho alianza de sangre, carne y alma con una hada. Y tú no lo eres.

—Ya lo sé, ya está hecho… nos amamos.

—Tu hada morirá. Él no puede mezclar sangre con otro ser que no sea de su raza.

—¿Según quién?

—Shhh no, no, Dimitri, no vaya por ahí —gimió Yael— No es la forma, no los desafíes. Intenta ser menos orgulloso. Baja un poco a tierra, por favor. Tristán te necesita.

Y él lo entendió, supo que por sí solo no llegaría a tiempo para salvar a su amado. Además de sentirse en deuda por haber sido liberado del ponzoñoso veneno que estaba a punto de matarlo.

—Perdón —se arrodilló ante el barro— he venido hasta aquí a suplicar que me ayuden a mí y al amor de mi vida. Estoy dispuesto a todo.

El barro cambió de forma y se convirtió en un enorme prisma triangular de cuatro metros de altura. En él estaba grabada una grafía indescifrable.

—No es a mí a quién debes pedir ayuda —habló la enorme forma— yo solo soy un servidor de las deidades.

—Pero eres a quién prometí mis alas...

—Bueno... Sí, me gusta coleccionar plumitas.

—Eres un maldit...

—Basta Dimitri, no digas más nada.

Dimitri miró a su amigo que al igual que él parecía no comprender ni una palabra de lo que estaba escrito en el prisma y tampoco comprendía el porqué del cambio de forma. Pero entendía que detrás de cada metamorfosis había un mensaje  que tarde o temprano descifrarían. Entonces tomó la palabra y se limitó a hacer la pregunta que había evitado hasta el momento.

—¿Ante quién deberá hacer la ofrenda?

El monolito tembló dando la sensación de estar riéndose.
Cuando dejó de sacudirse, volvió a tomar la forma del ser de barro y las voces salieron de su gaznate como maquiavélicas risas.

—Vengan con nosotros. Ella quiere verlos en persona.











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