14 | El Cielo Encima
Dimitri esperó pacientemente a que la madre de los inviernos se retirara y cuando dejó a Tristán hecho un nudo de angustia, él se acercó y se quedó embobado mirándolo a pocos pasos. El nido improvisado era el marco perfecto para su grácil silueta tornasolada. Tristán y su belleza irreal era difícil de describir, su nariz se erguía como un pequeño botón al que él deseó besar y morder despacito. Se descubrió sonriendo nuevamente y nuevamente permitió que el gesto lo habitara.
Decidió hacer notar su presencia de una manera distinta. Y susurró un canto bajito en un antiguo lenguaje angélico.
Tristán reaccionó a la melodía, abrió los ojos y caminó hacia donde Dimitri en cuclillas, se encontraba cantando. Dimitri estiró sus brazos, rodeó la cintura del hada y apoyó su cabeza sobre su cadera. Tristán acariciaba los cabellos renegridos de su ángel…
—Dimitri. Dimitri, regresaste.
El alípede se puso de pie y muy cerquita de su boca, suspiró profundo.
—No pude irme, Tristán. No quiero renunciar a lo que sentí a tu lado. No sé lo que vaya a costarnos pero sea lo que sea, no quiero renunciar a ti.
—Gracias por volver. Nunca en mi vida me había sentido tan triste.
Dimitri acariciaba la espalda de Tristán de arriba abajo y en el camino se detenía a jugar con sus dedos entre las hebras de hilos tornasolados de las alas del chico.
—¿Quién era la mujer que estaba contigo?
—¿La viste?
—Sí, vi que hablaban y vi tu cara de angustia ante lo que sea que ella te haya dicho.
—Me dijo cosas buenas —sonrió y sus ojos se hicieron medialunas— confirmó que soy un otoño, qué deberé volver en un año a recibir mis dones únicos y que el clan me envió en una estación equivocada por error.
—¡Te lo dije! ¡Eres un otoño!
Tristán sonreía ante la alegría que desbordaba a Dimitri.
—Pero también dijo cosas feas…
Se quedó mudo y dibujó ochos sobre el suelo con la punta de su pie.
—¿Qué? ¿Qué cosas feas, Tristán?
—Dijo que el bosque y todos sus seres habían visto nuestros besos. Y que somos dos seres de distintas razas. Razas que no pueden unirse en este reino.
Todas las lágrimas contenidas que Tristán había acumulado en su pecho salieron de golpe y un llanto sentido le sofocó la garganta.
—No, no llores, Otoño, cálmate por favor.
Lo abrazó fuerte y acarició su espalda hasta que el llanto fue cesando poco a poco pero no su hipo. Fue entonces que Dimitri descubrió que el hipo de Tristán comenzaría a ser parte de las cosas más tiernas y hermosas que su hada amarilla poseía. Este sin duda, sería su "hipo preferido".
Tristán hipaba tan exageradamente que el zarandeo de la cabeza provocaba que las flores amarillas enredadas en su cabello, derramaran justo sobre su nariz una dorada lluvia de polen. Y entonces le llegaba un fuerte y sonoro estornudo. Y así, en bucle hasta que todas las flores movidas por el sacudón quedaban esparcidas por el suelo. Y allí acababa el ciclo hipo/estornudo.
Dimitri levantó cada flor y con total dedicación volvió a colocar una a una sobre la melenita dorada que ya comenzaba a amar.
Acomodó la enorme bufanda roja sobre su cuello lo tomó de la mano, batieron alas y descendieron al manto de nieve.
—Con los pies fríos pienso mejor.
—¿Qué dices, Dimitri?
—Una mentira —exclamó bajito— el frío jamás me permitió pensar.
—A mí me gusta. Aunque sea un otoño, la nieve y el frío me gustan.
—Lo que te gusta del invierno es poder estar calentito.
Sí, dijo Tristán con su cabeza.
—Entonces te gusta, es el calor, no el invierno.
Ambos rieron sonoramente y Dimitri una vez más se permitió reír. Se encontraba de la mano de un hada despeinada, con los pies sobre la nieve en un entorno de hielo pero como nunca en su vida sintió su corazón palpitar cálido y contento.
[...]
Se dirigieron al bosque, Dimitri en el corto trayecto que había hecho en su huída había explorado una pequeña cabaña abandonada, hecha con ramas y hojas.
Y hacia allí fueron.
Dimitri encendió un fuego para mantenerse calentitos mientras desayunaban frutas y miel que habían recolectado en el camino.
Se contaron historias y secretos, y se hicieron caricias y halagos. Se reían y se divertían, olvidando que lo que hacían estaba penado por las leyes del bosque.
Recorrieron la zona, encontraron una fosa de aguas termales en medio de la nieve y sin mediar palabra, Dimitri se quitó su ropa, luego la de su flor y ambos se sumergieron en el estanque de aguas ardientes.
Jugaron en el agua y se besaron hasta hacer estremecer hasta el mismísimo bosque.
Se miraron a los ojos, se dijeron te quiero, y se entregaron al amor con pasión y ternura.
Un te quiero cargado de profundo sentimiento y respeto. Ellos se permitieron sentir lo que no debían. Lo que estaba prohibido. Pero no podían evitarlo. Tampoco querían hacerlo.
Regresaron y se acurrucaron en la cabaña. Se hicieron preguntas que no tienen respuestas pero hicieron el solemne juramento de mantenerse juntos aunque el cielo les cayera encima.
Y les cayó.
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