9

Un día después.

16 de septiembre de 2011


—¿Por qué Sebastián no nos ha contactado? —cuestionó Ramírez y les lanzó una mirada inquisitiva a cada uno de los presentes mientras conducía hacia el centro de la ciudad.

—Quizá no ha encontrado la forma de contactarnos —respondió Elías, sentado en el asiento de copiloto.

El comandante volvió a fijar su mirada en la periodista en un esfuerzo por tratar de encontrar un gesto, un movimiento, una mirada que le dijese que Karla mentía. A Ramírez le resultaba imposible creer que Sebastián, ante la situación en la que se encontraba, no se hubiese contactado con la mujer a la que el chico le confiaría su vida con los ojos vendados. Sin embargo, el ensimismamiento que se observaba en el rostro de la periodista y la preocupación con la que actualizaba la sección de noticias en su celular una y otra vez, le dejaba claro que ella no sabía nada de su amigo.

—Ramírez, ya te lo dije mil veces, no sé en dónde está Sebastián —dijo Karla, molesta, cuando descubrió al comandante analizándola.

—Karla, es que ¡joder! Eres la opción a la que me aferraba —expresó Ramírez y apretó los labios—. Sí Sebastián no te ha contactado ni a ti, me da demasiados motivos para preocuparme por él.

—Yo creo que es obvio que no haya contactado a Karla —intervino Elías una vez más—. Siempre me esfuerzo por conocer a las personas con las que hago equipo y sé que Sebastián es un chico inteligente, la fiscalía, como era obvio, se fue de inmediato sobre la familia de Sebastián y sobre Karla. Estoy seguro de que Sebastián sabía que eso sucedería y lo último que querría sería ponerlos en riesgo, por eso no los contactó.

Elías miró a Ramírez y de inmediato supo que el comandante estaba en uno de esos momentos en los que perdía el control, como aquella vez que Emiliano Legarreta fue capturado por lo mudos y ellos tenían la nada sencilla misión de rescatarlo. Las cosas no eran distintas a aquella vez, la forma en la que Ramírez tomaba el volante y miraba de un lado a otro con desesperación, dejaban claro que su personalidad arrebatada lo dominaba. Sin embargo, esa era la razón por la que Elías era su mano derecha, al abogado pocas cosas podían hacerlo perder el control, era un hombre de emociones frías y analítico de los detalles. Fue sincero cuando dijo que se esforzaba por conocer a las personas con las que hacía equipo; conocía a Sebastián y, aunque fue más difícil romper las barreras, también conocía a Karla y estaba seguro de que no mentía, la periodista no sabía a ciencia cierta en dónde se encontraba Sebastián.

La desesperación de Ramírez por encontrar a Sebastián a toda costa no lo dejaba analizar los detalles, sin embargo, Elías hacía el trabajo que le correspondía y no se le pasaba ni uno solo; usó el retrovisor para ver a las personas en el asiento central de la camioneta y fijó su mirada en Daniel, quizá a Elías podía escapársele un gesto que delatara a Karla, pasar por alto alguna posible reacción de Sebastián, pero Daniel era su amigo más cercano, su compañero de habitación o tienda de campaña en las misiones y de lucha en las batallas, su mano derecha así como él era la de Ramírez. Si había alguien que no podía mentirle ese eran Daniel, el chico siempre estaba callado y metido en sus propios pensamientos, pero esa mañana había algo distinto en su comportamiento. Ramírez no tenía la paciencia para analizarlo, Elías sonrió porque acababa de hacer bingo sin ni siquiera jugar; el silencio que Daniel guardaba no era normal, la forma en la que sus ojos evitaban en el retrovisor, pero sobre todo, lo tranquilo que el muchacho se encontraba cuando era tan cercano a Sebastián, le dejaron claro a Elías que algo ocultaba y creía estar seguro del qué.

—¿Adónde vamos? —inquirió Karla.

—Tenemos que darla la cara al presidente —respondió Ramírez.

—Yo no le debo ningún tipo de lealtad —aclaró la periodista—, sobre todo después de lo que ha pasado el último año.

—Ahora no es momento para tener a presidencia en nuestra contra —dijo Ramírez, frenó de golpe porque tres camionetas del ejército pasaron a gran velocidad frente a ellos.

—No tengo tan claro el que presidencia esté de nuestro lado —dijo Karla al recuperar la compostura luego del frenazo de la camioneta.

—Quizá no de nuestro lado, pero tampoco en nuestra contra —defendió Ramírez su postura.

—La tibieza es de cobardes. —La mirada de la periodista volvió a encontrarse con la del comandante en el retrovisor—. Castrejón debería posicionarse —sentenció Karla.

—Pero Sebastián y Castrejón son íntimos amigos, ¿o me equivoco? —terció Elías y buscó la mirada de Karla.

—En la política no hay amistades, hay intereses —concluyó Karla y volvió a actualizar su inicio de Twitter.

Todos dentro de la camioneta se quedaron callados, nadie tenía cómo refutarle esa afirmación a la periodista.

El presidente Castrejón los había citado en una casa de seguridad a las afueras de la ciudad a la que les tomó casi media hora llegar. Cuando hicieron su arribo, el lugar ya estaba lleno de camionetas del ejército y del estado mayor. Ramírez y Elías fueron los primeros en bajarse, saludaron a un par de oficiales y se enfrascaron en una conversación sobre lo que sucedía. Karla y Daniel se dedicaron una mirada, no podían hablar porque los otros dos hombres que acompañaban a Ramírez permanecían junto a ellos en el asiento trasero de la camioneta. Con un asentimiento, Daniel le hizo saber a Karla que Sebastián se encontraba bien, ella moría por interrogarlo a detalle sobre el estado de su amigo y el lugar en el que se reguardaba, sin embargo, la prudencia debía ser el as bajo la manga en la partida que jugaba.

Con una seña, el comandante les pidió que se bajaran de la camioneta, siguieron las ordenes y caminaron hacia las casa de seguridad. Karla se encontró con la mirada de Jorge Luna Sosa, el secretario de defensa nacional y quien sustituyó a Antonio de la Barrera tras su muerte. La periodista llevaba meses investigando la vida del hombre que se encontraba frente a ella. «La gente dice que es un hombre incorruptible, te toca investigar si eso es verdad», le había pedido Emiliano a Karla y, a la fecha, la periodista no había podido encontrar nada en su contra. El hombre se quitó la gorra de su uniforme como un acto protocolario de su saludo, luego les tendió la mano y les sonrió.

—Es un gusto hacer equipo con ustedes, el presidente ya los espera, pasen por favor —les dijo y les cedió el paso.

Se encontraron con Fernando Castrejón de pie, al centro del recibidor de la casa, el presidente mantenía una conversación con Fátima Carvajal, la asistente de presidencia. Karla frunció el gesto en cuanto reconoció a la mujer, su presencia en el lugar no era un buen augurio. Las intuiciones de Karla se comprobaron en cuanto Fátima notó su presencia y, sin siquiera saludar, se dirigió a Ramírez.

—Comandante, espero que tenga ya noticias de Sebastián Meléndez —le dijo, sus palabras sonaron a advertencia.

—Lamentablemente no —informó Ramírez—, no sabemos nada de él y por lo que veo ustedes tampoco.

—A Sebastián no se lo pudo tragar la tierra, tiene que estar en algún lugar —aseveró Fátima.

—Justo por eso estamos aquí, señorita Carvajal, para colaborar, porque queremos encontrarlo.

—Buenas noches —intervino el presidente—. Por favor, acompáñenme a tomar asiento, es preciso hablar en tranquilidad.

Apenas avanzaron unos cuantos pasos, Karla y Daniel se dedicaron una mirada; aquella no era una simple casa como aparentaba serlo, esa solo era la fachada. Castrejón los condujo a otra habitación que parecía ser la sala de operaciones de la fiscalía: las paredes del lugar estaban llenas de pantallas en las que podían observarse distintos ángulos de las calles del Distrito Federal, al centro había una gran mesa de metal en la que el presidente los invitó a tomar asiento.

—Como ya todos sabrán —volvió a tomar la palabra el presidente—, esta ha sido una noche trágica para el país, y tenemos que dar soluciones rápidas. Nos encontramos en alerta máxima.

—No tenemos tiempo para rodeos y explicaciones —interrumpió Fátima a Fernando—. ¡Necesitamos saber en dónde está Sebastián!

—¡Justo por eso estamos aquí! —alzó la voz Ramírez cansado del tono de la asistente de presidencia.

—¡Comandante, entenderá que estamos al borde del colapso! —gritó Fátima—, los mercados financieros se desploman, la incertidumbre solo está destrozando nuestra economía, no hemos parado de recibir llamadas del vecino de arriba amenazándonos con desplegar todo su ejército en nuestras calles, estamos a nada de entrar en una guerra después de más de un siglo y todo porque no podemos encontrar a un simple hombre. —Las manos de Fátima golpearon el metal de la mesa y se puso de pie.

—Ya estamos en una guerra —aclaró Ramírez.

—Pues estamos a punto de perderla —sentenció Fátima y fijó su mirada en las pantallas que trasmitían el minuto a minuto de la ciudad.

El celular de Daniel vibró en la bolsa de su pantalón y Karla lo vio sacarlo en discreción por debajo de la mesa, teclear un par de teclas y observar la pantalla. «La chota cayó en la casa, hemos tenido que escapar», decía el mensaje de texto que la madre de Daniel le envió. Guardó el celular con la mano temblorosa, los labios entreabiertos y el ceño fruncido. Al observar su rostro, Karla entendió que algo sucedía y tuvo que obligarse a respirar más deprisa para poder guardar la calma.

Ramírez y Fátima seguían enfrascados en su discusión, el secretario de defensa y el presidente escuchaban con atención a los otros dos discutir, Elías, por su parte, analizaba en silencio cada movimiento. Karla aprovechó para interrogar a Daniel con la mirada, él apretó los labios y negó, su respuesta solo aumentó las ganas de la periodista de escapar de ahí y dejar de perder el tiempo.

—Karla, por lo que sé tú ya declaraste ante el fiscal, ¿verdad? —la cuestionó Fátima.

El cuestionamiento de la asistente de presidencia la sacó de sus pensamientos, Karla se obligó a centrarse en lo que ocurría dentro del lugar en el que se encontraba.

Sí, ha sido un interrogatorio voluntario —respondió.

—Sé que Sebastián es tu amigo —se dirigió Fátima hacia ella una vez más—, espero que entiendas la magnitud de lo que ha ocurrido y cooperes con nosotros.

—Por eso estoy aquí, Fátima —dijo Karla y la miró con firmeza.

—Agradezco esto, la estabilidad del país depende de que encontremos a ese asesino— manifestó la mujer con contundencia.

Karla entendió que el utilizar la palabra "asesino", solo era un intento de provocarla y buscar alguna reacción que la delatara, así que respiró con normalidad y asintió sin dejar de mirarla a los ojos.

—Presunto asesino —intervino Elías luego de estar todo el tiempo callado.

—Yo vi a Sebastián ante el cuerpo de Alexander con mis propios ojos y luego escapar del salón de embajadores con la misma pistola con la que me amenazó, en alto, dispuesto a atacar a quien se interpusiera en su camino. Incluso las cámaras captaron cómo hirió a un guardia de seguridad —aclaró Fátima con la mirada puesta en Elías.

—Además de policía, soy abogado —precisó Elías—. La presunción de inocencia es el principio de la justicia: "nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario".

—¿Qué trata de decir con esto, abogado? —inquirió Fátima con un dejo de ironía en su voz.

—Que ante la situación en la que estamos es importante analizar todas las posibilidades. Estoy de acuerdo en que, al ser Sebastián el principal sospechoso, es primordial encontrarlo, pero sin dejar de lado a otras líneas de investigación.

—Tenemos a todo un equipo investigando cada detalle —terció Jorge Luna—, créame, señor Lazcano, llegaremos al fondo de esto, pero como bien dice, ahora mismo encontrar a Sebastián Meléndez es primordial.

—Bueno, venimos aquí para hacerles saber que vamos a colaborar con ustedes —dijo Ramírez—, pero no podemos seguir perdiendo el tiempo aquí sentados, trabajaremos en equipo, cuenten con nosotros. Ahora nos retiramos.

Los cuatro se pusieron de pie para abandonar la sala y se dispusieron a salir, antes de que se fueran, el presidente Castrejón tomó a Ramírez del brazo y lo obligó a mirarlo a la cara.

—Por favor, comandante, encuéntrelo —le pidió casi en una súplica.


Cuando salieron, un escuadrón de patrullas ya los esperaba. Ramírez y Elías se quedaron un momento atrás para intercambiar palabras. Karla aprovechó para hacer lo mismo con Daniel.

—¿Qué sucede? —le preguntó.

—Estamos en problemas —fue lo único que Daniel pudo decirle.

La noche se había quedado atrás y el sol comenzaba a asomarse con discreción entre los edificios. Varios helicópteros sobrevolaban las calles de la ciudad en busca del hombre con el que, en el pasado, se solidarizaron y que ahora señalaban como culpable. Karla alzó la vista para ver a uno de los helicópteros que volaba justo por encima de donde se encontraban. Ramírez elevó la voz para hacerse notar, su gente formó un medio círculo a su alrededor y lo miraron expectantes.

—Los he mandado llamar aquí porque hoy tenemos una misión de suma importancia. La tregua se ha roto y la guerra ya no se combate desde las sombras, la lucha se ha trasladado a las calles. Es nuestro deber resguardar la seguridad nacional y eso haremos, para lograrlo es primordial hacer una cosa muy simple: encuentren a Sebastián Meléndez a como dé lugar —ordenó Ramírez dedicándoles una mirada a cada miembro de su equipo a los que convocó.

—Para hacer esto nos dividiéremos —habló Elías esta vez—. Ya cada quien tiene las instrucciones de lo que harán—. Karla, tú irás con Daniel en una patrulla —le indicó mientras le tendía una pistola—. Cuida cómo la usas que para el mundo entero solo eres una periodista.

Daniel cachó las llaves que Elías le lanzó de la patrulla que conduciría , los cuatro se despidieron con un apretón de manos y se dedicaron una mirada de promesa, sabían que eran ellos y nadie más quienes debían encontrar a Sebastián. A Daniel le remordió la conciencia por mentirle a Ramírez y, sobre todo a Elías, pero se lo había prometido a Sebastián y él era un hombre de palabra, no iba a decir nada hasta que estuviese seguro de que la vida y la seguridad de Sebastián no estuviesen en peligro. Localizó con la vista la patrulla que le asignaron y se apuró a subirse.

Karla hizo lo propio en el asiento de copiloto, antes de que la patrulla arrancara, alcanzó a ver a Castrejón asomándose por la ventana para mirar con atención la patrulla en la que ellos se iban, intentó mantener la calma hasta que estuviesen fuera de la vista de cualquiera, cuando dieron la vuelta a la calle, se desabrochó el cinturón de seguridad y cuestionó a Daniel:

—¿Qué ha pasado?

—No lo sé, mi mamá solo me mandó este mensaje —le respondió y le entregó el celular para que ella pudiese leer.

—¿Pero por qué la policía fue a tu casa? —cuestionó Karla—. Además, no pueden entrar a las casas de las personas así como si nada, eso es ilegal.

Daniel se rió.

—Como si eso importara, soy policía y créeme, no van a detenerse.

—Justo eso Daniel, eres policía, si alguien va ir a catear tu casa, deberías saberlo.

—El problema es que Ramírez no es el único comandante de la policía federal y tampoco somos los únicos que buscamos a Sebastián. No sé cómo ocurrieron las cosas, mi casa está a las orillas de la ciudad en una zona en la que si alguien no quiere ser encontrado, iría justo ahí. Quizá solo tuvimos mala suerte de que comenzaran a buscar casa por casa. Pero ahora eso no es importante, necesitamos conocer la situación en la que se encuentran y para ello tenemos que tomar riesgos. Manda un mensaje a mi mamá y pregúntale dónde y cómo están.

Karla le dio la razón a Daniel y tecleó para escribir el mensaje, lo envió e, intranquila, observó una vez más a los helicópteros volar sobre ellos.

—Tenemos que desaparecer del radar, Daniel.

—Lo sé, y usaré las mismas técnicas que Ramírez, vamos a los túneles.

En el trascurso hacia la carretera, el celular de Daniel volvió a vibrar y Karla lo encendió de inmediato, la madre de Daniel ya había respondido el mensaje. «Logramos escapar por la parte de atrás de la vecindad. Estamos en las bodegas traseras a Iztapalapa, escondidos entre los camiones que llegan al mercado. No sé qué hacer, cabrón, la ciudad parece una selva militar, llámame». Karla leyó el mensaje en voz alta a Daniel.

—No podemos hacer llamadas, no es seguro —dijo Karla.

—Ya lo sé, mándale un mensaje y dile que iremos por ellos, y antes de que lo digas sé que es muy arriesgado, ¿pero qué otra pinche opción tenemos? —expresó Daniel y pisó el acelerador a fondo.

—Ninguna —concordó Karla—, pero tenemos que pensar qué haremos después.

—Yo no tengo tanto poder, lo dejo en tus manos, Karla.

—Bien, tendremos que llegar a los aliados de Emiliano a como dé lugar, él no puede hacer mucho por su cuenta debido a la situación en la que se encuentra.

Daniel aprovechó una desviación para dar la vuelta de regreso y conducir hacia Iztapalapa, en sus adentros, reflexionó si hacía lo correcto, si el ocultarle la verdad a Ramírez era lo apropiado. Sabía por qué Sebastián no quería que el comandante lo encontrara, en la última reunión que tuvieron, ambos habían discutido casi hasta llegar a los golpes, Ramírez era un hombre de pocas pulgas y Sebastián no se quedaba atrás, lograr la conciliación de sus diferencias se miraba improbable. «Rosa Blanca los había unido, pero el rumbo de hacia dónde querían llevarlo, los dividía a muerte», pensó Daniel.

Cincuenta y cuatro minutos les había costado llegar a Iztapalapa. Daniel sonrió ante la inteligencia de su madre, había lugares en la ciudad en los que la policía no entraba, Iztapalapa era uno de ellos. Aceleró con rumbo al mercado, algunos puestos abrían con normalidad, aún en guerra tenían que ganarse la vida, pero otros tantos, se dejaban llevar por la incertidumbre y permanecían con sus puertas cerradas. De prisa, Daniel condujo hacia la parte trasera del mercado, esa donde los camiones de descarga arribaban.

«Estamos aquí», escribió Karla en el celular y Daniel redujo la velocidad; ese era sin duda un buen lugar para esconderse. Había decenas de camiones estacionados y sus grandes y largas cajas impedían una visión completa. Daniel se introdujo más a la calle, conducía y miraba de un lado a otro con atención. Fue cuando Karla alzó la vista del celular que se encontró con la mirada de su amigo que intentaba pasar desapercibido, oculto en un rincón de una pared y con una sudadera negra con capucha como armadura. Ambos se reconocieron al instante, Sebastián avanzó hacia la patrulla y Karla aprovechó la poca velocidad con la que Daniel conducía para abrir la puerta y bajarse. Se encontraron entre dos tráileres y se abrazaron. Daniel frenó y fue tras ellos, su madre salió del rincón y también lo abrazó.

—Tenemos que irnos de aquí ahora mismo —dijo Daniel, desesperado, pero una voz a sus espaldas que los presentes conocían muy bien, los hizo frenarse de golpe.

—No tan rápido —dijo Ramírez—. Sebastián, ya basta de escapar.

Los cuatro voltearon hacia atrás y se encontraron al comandante y a Elías apuntando hacia ellos. 

Hola, mis estimados.

¿Qué tal su semana?

La historia avanza y Sebastián está en serios problemas, es el hombre más buscado y necesita un milagro para salvarse, veremos si ese milagro llega.

Nos leemos el lunes.

Con cariño, Ignacio.

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