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234 días antes.

4 de febrero de 2011


—Él es Alexander Murphy —dijo Emiliano mientras sostenía la fotografía del embajador estadunidense a la altura de su pecho—. Grábense bien su rostro y su nombre.

Sebastián miró la foto con atención y de reojo vio a Karla sonreír, le dio un codazo con disimulo y ella se encogió de hombros con una sonrisa pícara en su rostro. A él le divirtió mantener un juego de miradas y gestos con su amiga, las últimas semanas habían sido extenuantes entre el entrenamiento teórico y práctico, pero sobre todo con el segundo. Después de lo sucedido en la sierra, Emiliano no volvió a internarlos en sus profundidades, quizá matarlos con los cientos de abdominales y lagartijas que a diario Willy los obligaba a hacer y los diez kilómetros que cada mañana debían correr, fue un castigo de Emiliano por haberlo desobedecido aquella mañana de diciembre. Tal vez pretendía darles una lección, pero no estaba logrando demasiado, porque ni Karla, ni mucho menos Sebastián, se arrepentían de haber quebrantado las reglas de Emiliano aquel día.

Lograron salvar a siete niñas y, por lo que escucharon entre pasillos, dejar con vida al quinto hombre fue de gran utilidad porque al final soltó un par de nombres y ubicaciones en las que la DEA trabajaba; el sujeto que transportaba a las niñas fue un hueso duro de roer, según lo que Karla y Sebastián pudieron investigar, sin embargo, el hecho de que Emiliano hubiese sido una víctima de los mudos, fue para él lo peor y lo mejor que le pudo pasar: porque estuvieron a punto de desquebrajar todo lo que era, pero no lo hicieron y él supo aprovechar el haber estado cautivo en las raíces de la organización, era el agente que mejor conocía a los mudos y cómo operaban, esa ventaja les permitió aquella victoria.

Eran principios de febrero y volvían a estar frente Emiliano, quizá el castigo llegaba a su fin. Se encontraban en el municipio de la muerte, y a Sebastián lo invadía un sentimiento de frustración al saberse tan cerca y tan lejos de su familia. Emiliano le había pedido prestada a Ramírez la bodega que utilizaba para hacer sus amigables interrogatorios extraoficiales. A Sebastián se le enchinó la piel al recordarse, más de un años atrás, en ese bodega en su regreso a México, ahí donde se enteró que habían abandonado a Salvador durante aquella misión en los túneles del rancho de los Arriaga, cuando todos asumían que Salvador estaba muerto ante su captura.

—¿Por qué nos has traído de regreso a México, Emiliano? —le preguntó Karla directo y sin tapujos—. ¿Ya te divertiste lo suficiente castigándonos por haber tenido la razón?

Emiliano se carcajeó.

—Me encanta cuando te pones contundente, Karla, me encanta —le dijo y siguió riéndose.

A la memoria de Sebastián llegó también el recuerdo de aquel amanecer en el departamento del presidente luego de que ganaron una de las batallas más importantes. Recordó a Emiliano burlándose de él y de Salvador por haber pasado la noche juntos. Sebastián decidió cobrar su venganza.

—Ustedes dos deberían de una vez por todas dejarse llevar por la pasión y liberar esa tensión que sienten —les dijo y les guiñó un ojo antes de soltar una sonora carcajada.

Karla encogió los hombros con dignidad y desvió la mirada, pero Sebastián logró ver la discreta sonrisa que curvó sus labios. Volvió a carcajearse cuando vio a Emiliano fingir buscar algo entre los papeles sobre la mesa con las mejillas sonrojadas.

—Te creía más valiente, amigo —siguió Sebastián mofándose de él.

Emiliano se refugió de la mejor forma que podía, puso cara de serio y volvió a mirarlos con firmeza, les entregó una carpeta a cada uno y, cuando Sebastián se descuidó, le dio un zape. «¡Auch!», gritó al tiempo que se sobaba. Emiliano le dedicó su mirada de «estate quieto», pero luego le sonrió como si estuviera agradeciéndole. Karla negaba desde su lugar mientras torcía los ojos.

—Bien, ya vamos a ponernos serios —pidió Emiliano y se sentó sobre la mesa—. ¿Son conscientes de por qué están aquí?

—Porque tenemos potencial —respondió Sebastián imitando la voz de Willy.

Una sonrisa volvió a formarse en el rostro de Emiliano, le alegraba ver a ese Sebastián tan espontaneo, después de verlo en sus peores momentos, era un estímulo ver al chico recuperar su sonrisa, su sentido del humor, sin esa preocupación en su mirada ante la guerra que desde las sombras seguía su curso. Emiliano no quería terminar con el momento, sin embargo, lo que estaba por decirles requería seriedad y compromiso, así que dejó de lado el papel de camarada y retomó el de agente.

—Ya estuvo bueno de bromas, esto es serio e importante, por favor respondan mi pregunta —les demandó Emiliano.

—Porque la DEA necesita a toda costa recuperar su estatus dentro de México y nosotros somos sus peones y sus vínculos —manifestó Karla con voz firme luego de estar tanto tiempo callada.

Emiliano se puso de pie y dio un par de pasos hacia ella, cada vez que Karla hablaba, dejaba claro que no estaba ahí para jugar, era una mujer inteligente y analítica, tenerla frente a él solo reafirmaba la fascinación que Emiliano sentía hacia ella; habían pasado días, sucesos, mentiras y verdades entre ambos, pero Karla no dejaba de ser esa chica que dos años atrás Emiliano eligió por su determinación, por su sinceridad, por sus motivaciones y sus causas.

—Agradezco tu sinceridad —le expresó Emiliano.

—Gracias por confirmar mis sospechas —dijo Karla con un dejo de molestia.

—Te debo justo le que me das. —Armándose de valor, Emiliano tomó su mano.

—No estoy aquí para ser el peón de nadie —aseveró Karla y le apretó la mano.

—Quizás no usaste las palabras correctas —se defendió él.

—Entonces usa las palabras correctas y explícame en qué me equivoco o, de lo contrario, mi aventura termina aquí mismo.

Sebastián veía de uno a otro, se esforzaba por seguir a ambos y entender de lo que hablaban.

La siguiente acción de Emiliano fue ponerse en cuclillas para que su mirada estuviese a la altura de la de Karla, luego tendió su mano derecha hacia Sebastián y con un gesto lo alentó para que se la tomara, cuando lo hizo, Emiliano unió las manos de los tres como si fuesen uno solo, se tomó un tiempo para quitarse el parche que cubría el hueco que quedó donde antes estaba su ojo izquierdo, era su forma de desnudarse en sinceridad ante ellos. Volvió a unir las manos de los tres y les dedicó una sonrisa para dejarles claro que iba a hablarles el amigo y no el agente.

—Fue Willy quien tuvo la idea de reclutarlos —comenzó a hablar—, pero yo apoyé su idea de inmediato porque llevaba bastante tiempo pensándolo, quería encontrar la mejor forma de protegerlos y, aunque me dolió y me costó aceptarlo, sabía que mandarlos lejos, borrar sus vidas, resguardarlos a costa de todo, por más que fuese la opción que más quería, no iba a ser la más eficiente. Esa opción tenía una fecha de caducidad y no me sentía capaz de enfrentar las consecuencias que podría traer, porque en el fondo sabía que tarde o temprano iban a encontrarlos.

»Elegir esa opción, la de resguardarlos, significaba también obligarlos a olvidarse de su vida tal y como la conocían, tenían que dejar de vivir para solo sobrevivir. Pero en cuanto Willy me habló de ustedes con ese fervor, cuando juntos estudiamos todo lo que ustedes hicieron para sobrevivir, entendí que había otra salida que, aunque quizá más peligrosa, les daba armas para explotar todo ese potencial que tienen y así luchar por recuperar sus vidas sin tener que sobrevivir entre las sombras y con el temor de algún día ser descubiertos.

»No voy a mentirles, en la organización tenemos grandes planes para ustedes, pero bajo ninguna circunstancia yo los llamaría peones o los trataría como tal. ¡Estamos en una guerra! Y ustedes están aquí porque comparten ideales y objetivos conmigo. El presidente Castrejón tomó las medidas necesarias para poner un alto al fuego, sin embargo, estarán de acuerdo conmigo, porque lo han visto con sus propios ojos, que las acciones tomadas no están funcionando del todo, la estabilidad del país pende de un hilo y si ese hilo se rompe, las consecuencias van a alcanzarnos a todos. Si México y Estados Unidos rompen sus relaciones diplomáticas, es México quien lleva todas las de perder y lo saben, un conflicto entre ambos países solo traería peores crisis y ninguna solución.

Sebastián sintió a Emiliano apretar con fuerza la unión que formaron con sus manos y en su mirada pudo ver la sinceridad que les brindaba en busca de un voto de confianza de su parte. Él emprendió esa batalla porque creía en Emiliano y sabía que el agente tenía razón cuando decía que las acciones del presidente, aunque necesarias, no estaban funcionando del todo. Sebastián buscó la mirada de Karla y en ella encontró cierta reserva ante las palabras que Emiliano acababa de decir, se asustó porque si Karla se bajaba del barco y decidía luchar por su cuenta, él le iba a dar esa fidelidad que le prometió y se iría junto a ella sin importar las consecuencias que dicha decisión pudiese traer. Sin embargo, cuando Karla también imprimió fuerza al agarre entre los tres, una pizca de esperanza acompañó al ritmo cardíaco de Sebastián.

—Estoy aquí porque creo en ti y en tu lucha —declaró Karla—, sin embargo, tengo que reiterar que es ti en quien creo, porque alrededor y por encima de ti hay demasiadas personas y yo quiero estar segura de que estoy del lado correcto. No voy a rendirme, solo quiero que quede claro que mi lealtad y mi compromiso está con ustedes dos, el resto son solo los medios para llegar al fin, ¿entendido? Aquí, en este horrible lugar, nos toca sellar el pacto de nuestra lucha y todo lo que ello implica: entre nosotros no hay secretos, solo verdades, porque mentir es poner en riesgo la vida del otro.

El sonido de algo que golpeaba contra el metal del techo los hizo voltear hacia atrás al mismo tiempo y llevarse la mano a las pistolas ajustadas a sus cinturas. Emiliano se puso de pie y con cautela se dirigió al origen del sonido, sacó la pistola y caminó hacia el frente con el arma bien sujeta, Sebastián y Karla fueron tras él. La oscuridad al fondo de la bodega no les permitía ver con claridad.

—¡Tranquilos, es solo un pájaro! —les gritó Emiliano cuando estuvo más cerca.

Karla y Sebastián guardaron sus pistolas y corrieron hacia Emiliano.

—Pobrecito, no puede volar, debe estar herido —dijo Karla.

—Debe haber entrado por aquel hueco de allá arriba —señaló Sebastián.

Con precaución, la periodista se acercó al ave y la tomó entre sus manos, el animal luchó por instinto, pero Karla se aferró a él para intentar ayudarlo.

—Tiene sangre —dijo desesperada—. ¡Tenemos que ayudarlo!

—Tráelo a donde allá más luz —dijo Emiliano y corrió a buscar entre las cajas que Ramírez tenía apiladas en un rincón—. El comandante tiene botiquines por si alguna vez se le pasa la mano con los interrogados o por si tiene que auxiliar de urgencia a alguno de sus hombres.

La periodista sostuvo al ave sobre la mesa en la que Emiliano se sentó minutos atrás.

—Es un gorrión —dijo Sebastián—. Denisse y yo capturamos uno cuando éramos niños, pero luego nos remordió la conciencia y lo dejamos libre.

—Tiene el ala herida —se lamentó Karla.

—Encontré esto, hay agua oxigenada y vendas, quizá eso pueda ayudar —dijo Emiliano.

Entre los tres trabajaron en equipo para curar al gorrión, Sebastián lo sostuvo con cuidado para no lastimarlo, Emiliano se encargó de curar el ala con agua oxigenada y Karla, con su paciencia, de vendar el ala para contener el sangrado.

—Creo que lo mejor será protegerlo en una de esas cajas hasta que pueda volver a volar —sugirió Sebastián. Karla y Emiliano estuvieron de acuerdo.

El sonido de una camioneta que se estacionaba a las afueras de la bodega los puso en alerta, no bajaron la guardia hasta que vieron a Ramírez entrar. Junto con el comandante entraron dos hombres más y se quitaron los pasamontañas: uno debía rondar la edad de Ramírez, era moreno y alto, todo en él imponía. El otro era muy joven, quizá más joven que Sebastián, Karla intuyó que debía estar en los veinte, su cabello alborotado dejaba ver que le hacía falta un corte, era menos alto que el comandante y que el otro, pero sin ser tan bajo de estatura, tenía un cuerpo atlético, lucía tímido y algo inseguro en comparación a los otros dos.

—Qué gusto tenerlos por aquí y volver a saludarlos —dijo Ramírez dándoles un abrazo—. Ellos son Elías y Daniel, mis dos hombres de mayor confianza.

Los dos policías asintieron como forma de saludo.

—Ante la situación en la que nos encontramos, es necesario trabajar en equipo, por eso ellos están aquí —intervino Emiliano, invitó a todos a sentarse y les entregó una carpeta a los hombres que se les unían.

Al mismo tiempo, los cinco abrieron la carpeta y se encontraron con la misma fotografía que Emiliano sostenía a la altura del pecho, solo que la de la carpeta era más pequeña.

—Algunos ya lo conocen —volvió a tomar la palabra Emiliano—, otros no. El hombre de la fotografía es Alexander Murphy, el actual embajador estadunidense en México, entró en el puesto meses después de que Fernando Castrejón se volviera presidente del país. Lean con calma la información, después pueden hacer las preguntas que quieran.

Alexander Murphy tenía treinta y siete años, nació en Miami, Florida, de padres estadunidenses y abuelo mexicano que emigró desde los quince años al país del norte y allá se casó con una ciudadana americana. El abuelo de Alexander se dedicó casi toda su vida a la jardinería y su abuela fue maestra de primaria hasta que cumplió los cincuenta años. Tuvieron dos hijos: Tom y Hanna. La mujer se volvió maestra como su madre, Tom se enlistó en el ejército a los diecisiete años y murió dieciocho años después durante la etapa final de la guerra fría. Alexander fue el último de tres hijos y el único varón que Tom procreó, nació unas semanas antes de que su padre se fuese a esa guerra de la que ya no regresó. Diecinueve años después, Alexander decidió seguir los pasos de su padre y se enlistó en el ejército, sirvió a los Estados Unidos por más de cinco años hasta que la política llamó su atención y comenzó estudios universitarios en relaciones internacionales. A la corta edad de treinta años, Alexander logró convertirse en senador por el estado de Florida, luego de que el entonces senador, decidiese jubilarse. Venció por una amplia mayoría a su rival, gracias al carisma y lo cercano que siempre fue con las personas. Ocupó ese puesto durante cuatro años, hasta que fue nombrado como el embajador estadunidense en México gracias a las estrechas relaciones que formó como senador.

Sebastián terminó de leer y cerró la carpeta, volteó hacia la izquierda cuando sintió que alguien lo observaba, se encontró con la mirada del chico policía que llegó junto a Ramírez.

—Hola, soy Sebastián, un gusto —se presentó y estiró su mano para estrecharla por educación.

—Sé quién eres —dijo el chico y sonrió mientras correspondía a su saludo—. Yo soy Daniel, el gusto es todo mío.

Luego de presentarse con él, a Sebastián ya no le pareció tan tímido como en un principio, le sonrió de vuelta por cortesía.

—He escuchado hablar bastante de este hombre las últimas semanas —dijo Ramírez en voz alta cuando terminó de leer—. Veo que hay motivos si hoy nos tiene reunidos aquí.

—Alexander siempre ha sido un hombre polémico y sí, sus posturas y declaraciones lo tienen en el ojo del huracán —aclaró Emiliano y volvió a sostener la fotografía del embajador entre sus manos.

—Y por eso el embajador será nuestro objetivo —afirmó Elías.

Emiliano asintió.

—Ramírez, necesitamos de ti y de tus hombres para que protejan al embajador —declaró Emiliano—. Karla y Sebastián, ustedes dos tendrán que inmiscuirse en su vida y averiguar a profundidad sus motivos, con la tensión política que hay entre ambos países, Alexander Murphy es quizá el hombre más importante en esta guerra.

Los cinco asintieron y volvieron a observar la sonrisa de Alexander en la fotografía. Aquella tarde, el amanecer los alcanzó ideando el plan que les permitiese ser parte de la vida del hombre que necesitaban para ganar esa guerra.

Hola, mis estimados.

Debí publicar este capítulo ayer, pero estaba muy cansado y me quedé dormido desde las siete de la tarde.

Por fin sabemos más de Alexander.

Escribir este capítulo me ha encantado porque amo ver a Karla, Emiliano y Sebastián tan fuertes y unidos.

Nos leemos el viernes.

Con cariño, Ignacio.

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