7
Un día después.
16 de septiembre de 2011
Cuando Karla vio las imágenes de su amigo escapar con las manos manchadas de sangre, se fue a su departamento a beber una copa de whisky mientras escuchaba a José Alfredo cantar "El Rey". Esperó con paciencia algo que, de antemano, sabía que sucedería, y no se equivocó. Se servía su segunda copa cuando el timbre sonó, antes de abrir, se tomó unos cuantos segundos para observar por la ventana a las cuatro patrullas que se estacionaron frente a su edificio. «Cuatro para una sola mujer —pensó—, no dejan de ser unos cobardes». Se terminó el whisky de un solo trago, se ajustó la bata a la cintura y, antes de abrir, preguntó con paciencia quién era y para qué la querían.
—Policía, abra, por favor —dijo la voz de una mujer.
Karla abrió y los recibió con una sonrisa que se amplió en cuanto vio al mismísimo fiscal ante su puerta, sin embargo, en sus adentros sus pulsaciones se aceleraron ante los nervios que se esforzó en disimular.
—¿En qué puedo ayudarlos? —preguntó mientras correspondía a la mirada inquisitiva del fiscal.
—¿Qué no ha visto las noticias, señorita? —inquirió el fiscal con ironía y sin dejar de mirarla.
—La verdad es que no —le respondió Karla sin intimidarse—. Vivo de la noticia, y a veces me aburro de ella. Hoy fue un día largo, así que, en cuanto terminé mi trabajo, me vine a descansar.
La mujer policía que acompañaba al fiscal estiraba el cuello con desesperación en un intento de ver más allá de la puerta.
—¿Podemos pasar? —pregunto el fiscal y sin esperar respuesta avanzó hacia el frente.
Karla se hizo a un lado y abrió la puerta por completo, el fiscal y los tres agentes que los acompañaban ingresaron a su departamento. En cuanto estuvieron dentro, lanzaron miradas de trecientos sesenta grados por todo el lugar, un par de minutos después se sentaron en los sillones y Karla hizo lo propio.
—¿En qué puedo ayudarles? —volvió a cuestionarlos.
—¿Conoce a Sebastián Meléndez? —la interrogó el fiscal con la misma mirada inquisitiva con la que se presentó ante ella.
La periodista se sabía de comienzo a fin los protocolos de interrogatorios, formales e informales, de la policía. Sabía también cómo actuar y qué responder, por semanas enteras Willy fue su maestro.
—Sí, soy amiga cercana de Sebastián —respondió ella sin dudarlo.
El fiscal solo asintió, un gesto de aprobación, la confirmación de que ya conocía la respuesta, justo por eso el hombre estaba ahí ante ella.
—¿Coincidió con él durante este día? —La mirada penetrante del fiscal se desvió hacia la fotografía frente a él en la que podían verse una Karla y un Sebastián, sonrientes, sentados a la orilla del Río Santiago, Denisse la había tomado un par de meses atrás.
—¡Pero qué mal educada soy! —se reprendió Karla así misma—. ¿Les ofrezco algo de tomar?
—No, gracias, estamos bien —contestó el fiscal por todos.
—Respondiendo a su cuestionamiento —retomó Karla el hilo del interrogatorio—: Sí, vi a Sebastián esta mañana, ¿qué ha ocurrido? ¿Sebastián está bien?
Esa mañana, Karla se encontró con un Sebastián distante; sus padres, su hermana e Isabela lo visitaban en la capital y eso siempre sacaba el lado más optimista e indulgente de su amigo, cuando estaba junto a su familia, Sebastián se obligaba a dejar los problemas fuera del entorno que compartía con ellos. Sin embargo, cuando Karla y él coincidieron para desayunar antes de ir a recogerlos al aeropuerto, la periodista lo notó retraído, demasiado metido en sus pensamientos, no estaba en su rostro esa sonrisa que debía acompañarlo ante la felicidad de rencontrarse con los que quería.
Karla, que había aprendido a conocerlo luego de tantos días y vivencias juntos, cuestionó de inmediato su estado de ánimo, pero Sebastián solo fingió una sonrisa y le quitó importancia a la preocupación de su amiga; desayunaron enfrascados en el debate de la propuesta de ley para la legalización de las drogas que mantenía en expectativa a todo el país. Veinte horas pasaron desde entonces y, con el fiscal frente a ella, Karla sabía que se equivocó al no ser más contundente con los cuestionamientos que le hizo a Sebastián, algo le pasaba a su amigo, y ese algo explotó como bomba atómica unas horas después.
—Sebastián es el principal sospechoso de perpetuar el asesinato del embajador estadunidense, Alexander Murphy —dijo el fiscal sin miramientos y estudió la reacción de Karla.
Para ella, no fue necesario fingir dolor ni sorpresa, esos sentimientos eran reales, el escuchar de la boca del fiscal que Alexander había sido asesinado le estrujó el corazón y un cúmulo de sentimientos se atoró en su garganta; recordó la última vez que lo vio y la forma en que discutieron, aquella vez, ella sacó el dolor y resentimiento que, en ese momento, sentía hacia él y no se guardó nada. Alexander llegó a su vida como un tsunami, de forma avasallante la hizo descubrir sentimientos que desconocía, se volvió su amante, su aliado y su confidente a la vez y todo lo que ello implicaba. Sebastián siempre le cuestionó si no se había convertido en una víctima más de Alexander y su personalidad encantadora, Karla siempre lo negó, pero, ante el recuento de los daños, no podía sino darle la razón a Sebastián: fue una víctima más de Alexander, para su desgracia, se dio cuenta de ello demasiado tarde.
—¿Que Sebastián hizo qué? —cuestiono más para sí misma que para el fiscal. Se negaba si quiera a considerar que su amigo fuese el asesino de Alexander, sin embargo, tampoco podía eludir ese obstinado sentimiento de duda que la acometía, al final de cuentas, Sebastián había sido tan víctima de Alexander Murphy como ella.
—Estamos investigando y créame, llegaremos al fondo de los hechos —afirmó el fiscal.
Karla asintió y volvió a hacer la misma pregunta porque necesitaba escuchar en voz del hombre eso que ya sabía que tarde o temprano iba a decirle:
—¿Y yo en qué puedo ayudarles?
—Entenderá la gravedad de lo ocurrido, al ser usted alguien cercana a Sebastián y de las últimas personas en hablar con él, necesito que vaya ahora mismo conmigo a la fiscalía a rendir una declaración formal.
—¿Es necesario que llame a mi abogado?
—No... de momento, nadie la está acusando de nada, solo agradeceríamos mucho su colaboración. Ahora mismo Sebastián Meléndez es un prófugo de la justicia, queremos encontrarlo para que esto se aclare lo más pronto posible.
—Bien, si me permite voy a cambiarme —se disculpó Karla—, son las tantas de la madrugada y ya me preparaba para ir a dormir.
En cuento estuvo en su habitación, Karla cerró la puerta y resopló para liberar la tensión que sentía. Volvió a pensar en Sebastián, las imágenes de su amigo escapando del salón de embajadores con las manos, el rostro y la ropa manchados de sangre, no la dejaban pensar con claridad. Más allá de las diferencias que Sebastián tuvo con Alexander, ¿qué otro motivo pudo tener para asesinarlo? Habían demasiadas cosas que no cuadraban, con todo el entrenamiento que Sebastián tuvo por meses, no sería tan tonto como para cometer un asesinato de ese magnitud y dejar tantas pruebas que lo incriminaran, ¿qué pasó en realidad dentro de ese salón?, se preguntaba Karla. Si bien, ese sentimiento de duda no la abandonaba, también algo en su interior la hacía ser fiel a la confianza que Sebastián y ella se prometieron. Ambos tenían demasiados enemigos a sus espaldas, se recriminó a sí misma por dudar de él, las imágenes mostradas en televisión no mostraban toda la verdad, antes que nadie, ella tenía que llegar al fondo de lo ocurrido. Se vistió deprisa y salió de su departamento rodeada por los cuatro policías.
Karla fue consciente de la magnitud de lo sucedido cuando volvió a las calles de la ciudad, en cada vuelta que daba la patrulla en la que la transportaban a la fiscalía, se encontraban con más patrullas y camionetas del ejército. Esa noche, la celebración de la independencia debía tener las calles llenas de música, personas y algarabía, así fue hasta que el presidente dio el grito, sin embargo, con la noticia del asesinato de Alexander, las calles lucían vacías y en el ambiente podía respirarse ese sentimiento de angustia ante esa guerra que, luego de un respiro, retomaba su curso.
Llegaron a la fiscalía media hora después, el caos en el lugar no era muy diferente al que había en las calles: patrullas que iban y venían en busca del presunto culpable del magnicidio. Uno de los policías le abrió la puerta y el fresco de esa madrugada otoñal le mordió la piel y la hizo abrasarse a sí misma. El estar al pie de ese edificio, trajo a la memoria de Karla recuerdos nítidos de lo vivido hace más de un año justo ahí donde se encontraba: aquel día, ya había amanecido y ella junto a una decena más de compañeros de oficio esperaban expectantes a que la puerta del edificio se abriera. Recordó a Salvador siendo escoltado por varios policías, también a la camioneta de seguridad estacionada unos cuantos metros atrás, en la que Sebastián y Emiliano observaban cada detalle. La imagen de Salvador cayendo abatido con la ropa mancha de sangre por las escaleras, la hizo temblar ante lo real y apabullante que fue. cuánto extrañaba y necesitaba a su amigo en esos momentos.
Los flashazos y los micrófonos en su rostro cuando comenzó el ascenso hacia el edificio la obligaron a dejar esos recuerdos atrás. Karla se esforzó en mantenerse concentrada y tranquila, tenía que pensar a consciencia lo que diría, ante un asesinato como el que acababa de perpetuarse, no había espacio para vacilaciones. Cuando estaban por llegar a la entrada de la fiscalía, la puerta se abrió, lo que provocó un encuentro con las personas que salían; Karla reconoció al instante la mirada de Hilario, el hombre la miró con desesperación y la interrogó con un gesto, al cual, ella respondió con una negación; el hombre apretó los labios, agachó la mirada, abatido, y continúo su descenso.
Detrás de Hilario salieron Dalia y Denisse, la madre de Sebastián llevaba el rostro cubierto con un rebozo y no se preocupó en alzar la mirada, aun así, Karla pudo ver que la mujer lloraba. Denisse, tan vivaz como siempre, prestaba atención a su entorno y, en cuanto reconoció a su amiga, empujó a los policías que la escoltaban para llegar hasta ella y la abrazó. Karla correspondió al abrazo, pero sabía que no tenían demasiado tiempo, así que susurro deprisa al oído de Denisse:
—Cuida a tus padres y a la niña y no den declaraciones, yo te mantendré informada, ¡voy a encontrarlo!
Denisse entendió el mensaje, se desprendió de Karla y descendió detrás de sus padres, antes de subirse a la camioneta que los esperaba a los pies del edificio, volteó una vez más hacia atrás y se encontró con la mirada de Karla, el miedo que vio en los ojos de la periodista la dejó bastante intranquila, pero quiso creer en su promesa.
Para sorpresa de Karla, en cuanto puso un pie dentro del edificio se encontró con otra mirada que conocía muy bien.
—Buenas noches, caballeros, soy Elías Lazcano, el abogado de la señorita, ¿en qué sala van a interrogarla? —preguntó al tiempo que se ponía frente a ellos para detener sus pasos.
Karla le sonrió y le dio las gracias con un discreto movimiento de labios.
—No es necesaria su presencia —dijo el fiscal—, esta será una declaración voluntaria y de rutina.
—Aun así, estaré con mi clienta para asesorarla, ¿tiene algún problema con ello, señor fiscal?
—Para nada, llévenla a la sala cuatro —ordenó el hombre y se fue deprisa.
Elías se acercó a Karla y le dio un abrazo, no dijo nada porque sabía que no era el momento indicado, estaba ahí por órdenes de Ramírez y tenía dos objetivos: obtener la mayor cantidad de información y sacar a la familia Meléndez y a Karla de ahí sin problema alguno, con los primeros ya había cumplido, era el turno de su amiga.
Cuando entraron a la sala de interrogatorios el fiscal ya los esperaba, el lugar tenía mucha más iluminación de lo normal y tanto Karla como Elías sabían que se debía a que los grababan y a que no querían perderse ni un solo detalle de sus reacciones. Karla había ganado ya la batalla contra los nervios que antes la acometían, el tener a un amigo tan fiel como Elías a su lado le daba mayor tranquilidad.
—Hoy es viernes 16 de septiembre y son las 04:32 am —dijo el fiscal—. La señorita Karla Irigoyen se encuentra aquí, en compañía de su abogado, por voluntad propia para rendir declaración sobre el encuentro que mantuvo el día de hoy con Sebastián Meléndez Camarena. Esta conversación está siendo grabada con fines de investigación.
Karla y Elías asintieron, el fiscal comenzó el interrogatorio de inmediato:
—Karla, ¿podría decirme dónde y a qué hora vio a Sebastián Meléndez Camarena el día de ayer? —cuestionó el fiscal sin quitarle la vista de encima.
—Lo vi en una cafetería que está cerca del aeropuerto, a unas cuantas cuadras, no recuerdo el nombre exacto. Ahí desayunamos antes de ir a recoger a la familia de Sebastián, como usted ya sabe, por la celebraciones de la independencia están aquí en la ciudad —respondió Karla con firmeza.
—¿Por qué usted lo acompañó a recoger a su familia?
—Soy amiga cercana de Sebastián y también de su familia.
—¿Notó algún comportamiento extraño en su amigo? ¿Algo inusual? —interrogó el fiscal y endureció su voz y su mirada.
—No, todo normal. Sebastián estaba feliz por la visita de su familia —mintió Karla.
—¿De qué hablaron durante su desayuno?
—Cosas personales.
—¿Puede ser más específica?
—¡No tienes que responder a eso, Karla! —intervino Elías.
—Elías Lazcano —dijo el fiscal y se rió—. Creí que usted era policía y que el derecho lo había aburrido.
—No era policía, soy policía, y mi cédula profesional de abogado está vigente, ¿tiene algún problema, señor fiscal? Estamos aquí para un interrogatorio voluntario a mi clienta, no para que indague a qué me dedico yo —se defendió Elías.
El fiscal se volvió a reír y dirigió su mirada a Karla una vez más.
—Hablamos de una fiesta sorpresa que estamos organizando a Isabela, la prima de Sebastián —dijo Karla verdades a medias.
—¡Isabela! Estuvimos investigando sobre esa niña, no hay ningún registro que compruebe que es familiar de los Meléndez... qué curioso —manifestó el fiscal.
—Es porque no es familiar directa de ellos —confirmó Karla—, es hija de una amiga muy cercana de Doña Dalia, entonces es como de la familia.
—No estamos aquí para definir los orígenes de esa niña, ¿o sí? —volvió a interrumpir Elías.
—Yo tengo que indagar sobre todo, cualquier cosa podría estar relacionada, señor Elías. Pero bueno, dígame Karla, ¿volvió a ver a Sebastián después del desayuno?
—No, en cuanto recogimos a su familia yo me fui a mi trabajo y ya no lo volví a ver.
—¿Cubrió usted la celebración del grito?
—Sí, pero por la parte externa al palacio, mi trabajo era hacer un reportaje de lo vivido afuera. En cuanto el presidente terminó su participación, me fui a mi departamento.
—¿No se enteró de lo sucedido hasta que fuimos a buscarla a su departamento?
—No, como le dije antes, estaba cansada y me fui de inmediato para desconectarme de todo.
—¿Recibió alguna llamada o mensaje de Sebastián?
—Nada en absoluto, puedo dejar mi celular si gusta para que lo analicen.
—Eso sería de gran ayuda señorita.
—¿Algo más en lo que pueda ayudar?
El fiscal se recargó en su silla, la miró con atención y le dedicó una sonrisa.
—En nada, por lo pronto —le respondió—, pero esté pendiente porque en cualquier momento podríamos necesitar de su colaboración.
—Lo estaré señor fiscal, si no puedo hacer nada más por la investigación, me retiro.
—Muchas gracias, señorita Irigoyen. Ahora mismo le digo a una patrulla que la lleve a su departamento.
—Nos es necesario —intervino Elías por tercera ocasión—, yo mismo la llevo.
—Si así lo desean ustedes... —dijo el fiscal y encogió los hombros—, solo tengan mucho cuidado, las cosas allá afuera están muy feas.
—Lo tendremos, no se preocupe —expresó Elías y le tendió la mano.
Karla hizo lo propio y ambos salieron del lugar. Entre arrempujones y disculpas lograron llegar hasta el estacionamiento de la fiscalía, se subieron al carro, se pusieron los cinturones e hicieron eso para lo que estaban entrenados: no emitieron palabra alguna ni se miraron hasta que estuvieron fuera del edificio por completo. En cuanto tomaron la calle, Karla resopló y se desabrochó el cinturón.
—¿Qué demonios está pasando, Elías?
—Eso es justo lo que yo quiero saber, ¿en dónde demonios está Sebastián?
—No tengo ni la más remota idea, te lo juro.
—Karla, sabes que en mí puedes confiar, Sebastián nos necesita, ¡joder!
—Te estoy diciendo la verdad, Elías, no tengo ni puta idea de dónde está.
—Entonces tenemos que encontrarlo lo más pronto posible.
—¡Rosa blanca en acción! Pero no será tan sencillo, nos están siguiendo, Elías —dijo Karla mientras veía por el retrovisor.
—Lo sé, nos siguen desde que salimos, pero ahorita me encargo de eso. Ramírez quiere vernos.
Karla entendió a lo que Elías se refería cuando dijo «me hago cargo de eso», en cuanto vio la carretera que tomó y pudo vislumbrar el túnel que atravesaba la carretera.
—Prepárate para bajarte a madres —le advirtió Elías en cuanto entraron al túnel.
Una patrulla pasó por el carril contrario a gran velocidad y, apenas ellos estuvieron dentro del túnel, la patrulla cerró el paso atravesándose en la entrada. Elías frenó de golpe y Karla se bajó deprisa, una segunda camioneta ya los esperaba unos cuantos metros delante. Ambos corrieron hacia el vehículo y, en el momento que Elías logró subir un pie y agarrarse del travesaño, arrancaron sin dar tiempo de más. Karla reconoció la mirada de Ramírez y al menos a tres de los cinco policías que lo acompañan; a ella le tocó apretujarse contra Daniel, este le sonrió como forma de saludo. Volvieron a entrar a un segundo túnel y todo dentro de la camioneta se oscureció, fue el momento que Daniel aprovechó para susurrar al oído de Karla: «El gorrión ha vuelto a volar». La periodista se llevó las manos al rostro, pero en cuanto salieron del túnel, se obligó a respirar para aparentar tranquilidad.
Todas las dudas que la acometían se disiparon, Sebastián la necesitaba y no iba a fallarle.
Hola, mis estimados.
¿Qué tal ha ido su semana?
Por fin viernes y un nuevo capítulo.
La guerra ha retomado su curso y una vez más Karla al rescate de su amigo.
¿Soy el único que sintió feo ante los recuerdos que Karla tuvo afuera de la fiscalía?
Al parecer Alexander fue como un tsunami en la vida de todos, tanto que terminó siendo quien volvió a detonar la guerra.
Nos leemos el lunes.
Los quiere, Ignacio.
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