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274 días antes.
26 de diciembre de 2010
Aquella mañana el frío les mordía la piel.
Sebastián removió con un palo los leños de la fogata para evitar que el fuego se apagara. Era la segunda vez en tres meses de entrenamiento que se internaban en las profundidades de la sierra madre occidental, sus días se habían vuelto un constante ir y venir entre el centro de entrenamiento en Florida y el trabajo de campo e investigación en el que Emiliano los inmiscuía por días enteros. «Este es su verdadero entrenamiento, o, al menos, el más importante», les decía Emiliano mientras desde las sombras y el anonimato que ofrecían las profundidades de la sierra, intentaban llegar a las raíces de esa nueva organización en la que se convertían los mudos.
Un día anterior había sido navidad y Sebastián tenía en su mano izquierda el extraño celular que parecía un ladrillo por su tamaño y que, en la parte superior, tenía una larga antena que superaba los treinta centímetros de largo para mejorar la recepción de la señal; Emiliano cargaba el ladrillo consigo de un lado para otro, pero Sebastián logró que esa mañana se lo prestara para poder llamar a Isabela. «No más de tres minutos, lo sabes», le advirtió Emiliano cuando le dejó el celular y él se fue junto a Karla para buscar más leña.
En su tercer intento la llamada logró conectarse y, de inmediato, Sebastián reconoció la voz de Isabela al otro lado del teléfono.
—Sebastián, Sebastián, ¿eres tú? —le preguntó la niña, emocionada.
—Oh, claro que sí, él es quien habla, ¿estoy hablando con la princesa Isabela? —Con los ojos cerrados, Sebastián imaginó la sonrisa que Isabela debía tener en esos momentos y sonrío también.
—Sebastián, ¿cuándo vas a venir? —lo cuestionó la niña.
—Pronto, Isabela, muy pronto estaré de regreso —respondió Sebastián y la sonrisa se le borró del rostro porque sabía que era una mentira, aún le quedaban algunos meses antes de poder regresar—. ¿Qué tal pasaste tu navidad? ¿Comiste muchos dulces? ¿Cómo te fue con los regalos? —le preguntó Sebastián con toda intención de cambiar de tema.
—Denisse no me dejó comer muchos dulces —le contestó Ia niña—, pero sí que hubo muchos regalos, los he abierto junto con Denisse, el tío Hilario y la tía Dalia.
Sebastián miró el reloj en su muñeca, le quedaba menos de un minuto.
—Me alegro mucho de eso, divierte mucho, Isabela —le dijo Sebastián e intentó que la melancolía que sentía no se notase en su voz—. Ponme al teléfono a los tíos.
—Adiós, Sebastián, te quiero —le dijo la niña y la escuchó cuchichear con alguien al otro lado hasta que otra voz la sustituyó:
—Hola Sebastián —le dijo Denisse—. ¡Feliz Navidad!
—Feliz navidad también para ustedes.
—¿Están mis papás ahí? No tengo mucho tiempo —se lamentó Sebastián.
—Sí, aquí están a mi lado, el teléfono está en alta voz —indicó Denisse.
—¡Feliz navidad, te queremos y te extrañamos! —oyó Sebastián decir a sus padres.
—También los quiero y los extraño. Les vuelvo a llamar en unos días cuando tenga más tiempo —les dijo y terminó con la llamada dos segundos antes de los tres minutos.
Una ráfaga de viento hizo bailar las llamas de la fogata y a Sebastián abrazarse a sí mismo. Puso el ladrillo a un lado y, cuando el viento se fue, frotó las manos frente a la lumbre. Lo que evitó durante los días que llevaba internado en las profundidades de la sierra, sucedió de forma inevitable, y los cuestionamientos reflexivos atacaron su conciencia: «¿Qué hago aquí?», se preguntó a sí mismo. «En estos momentos podría estar en mi hogar, bebiendo chocolate caliente y abriendo regalos junto a Isabela, Denisse y mis padres», pensó, apretó los dientes y frotó sus manos con más fuerza.
El vibrar y el sonido del ladrillo lo hizo saltar del susto, nunca antes lo había escuchado sonar. Sebastián miró el teléfono móvil, confundido, y lo volvió a tomar entre sus dedos; dudó por unos instantes, echó un vistazo de un lado a otro en un intento de encontrar a Emiliano, pero se encontraba en completa soledad. El teléfono no dejaba de sonar, así que Sebastián presionó la tecla verde a la derecha y se llevó el ladrillo a la oreja.
—Hola —dijo con voz fuerte y clara, pero al otro lado del teléfono nadie respondió.
—Hola —volvió a decir Sebastián y logró escuchar una respiración entrecortada, sin embargo, la persona al otro lado del teléfono siguió sin emitir palabra.
—Hola, ¿quién habla? —insistió Sebastián y, esta vez, además de la respiración, logró escuchar una distante "o" que luego se perdió cuando la persona al otro lado del teléfono terminó con la llamada.
Sebastián miró el teléfono con extrañeza por varios segundos, luego volvió a ponerlo a un lado y siguió frotando sus manos frente a la fogata. A la distancia alcanzó a ver a Karla y a Emiliano regresar: Karla llevaba ambos brazos cargados de leña y Emiliano traía consigo una ardilla de considerable tamaño, la sostenía por la cola, ya muerta. Karla tiró la leña a unos cuantos metros de la fogata y se apuró a sentarse a un lado de Sebastián, entrelazó su brazo con el suyo y recargó la cabeza en su hombro con el objetivo de generar un poco más de calor. Emiliano se sentó al otro extremo de la fogata, Karla y Sebastián con la mirada perdida entre las llamas y él, lo vieron pelar a la ardilla en silencio.
Los tres desayunaron sin emitir palabra alguna, la ardilla que Emiliano cocinó en la fogata, que a pesar de no tener sazón por la falta de sal, a Sebastián le pareció un manjar, pues los últimos cuatro días sus desayunos se resumían en pan embarrado con aguacate y café sin endulzar que, aunque amargo, era una bebida necesaria para calentarles las tripas y mantenerlos despiertos. Karla sucumbió a las necesidades de su cuerpo e informó que se iría a dormir a la camioneta al menos media hora, ambos la vieron echarse y arroparse en el asiento.
Emiliano decidió acortar la distancia, en todo sentido, entre él y Sebastián. Se puso de pie para rodear la fogata y se sentó en el espacio que antes había ocupado Karla, de la bolsa interior de su chamarra sacó un cantimplora con tequila y le dio un largo trago; Sebastián no lo miraba ni le dirigía la palabra y Emiliano entendía a la perfección el porqué, no es que hubiese sido especialmente amable con él los últimos meses, se tenía esa indiferencia ganada. Podía intentar explicarle que esa era su forma de protegerlo y hacerlo más resiliente, ganarse su compresión y, de esa manera, limar las asperezas entre ambos. No obstante, era consciente de que eso lo llevaría a sacar a flote temas de los que no podía ni quería hablar, así que solo decidió comenzar a ser más amable y empático con ese chico al que, aunque no lo exteriorizara, tenía en alta estima. Sebastián había aprendido bastante los últimos meses, Emiliano cada vez veía más potencial en él y eso lo enorgullecía, quizá era momento de decírselo.
—¿Quieres un trago de tequila? —le preguntó tendiéndole la botella.
—¿Beber durante una misión de entrenamiento? Eso no es muy Emiliano de tu parte —ironizó Sebastián—. ¿Qué te hizo Karla durante esa hora que se fueron a buscar leña?
—Unos cuantos tragos para calentar las tripas ante este perro frío no está mal —argumentó Emiliano mientras volvía a ofrecerle la botella a Sebastián.
Sebastián observó con duda la cantimplora, pero entendió que con esa acción lo que Emiliano pretendía era ondear la bandera de la paz y, a decir verdad, él estaba francamente cansado de tener que pasar tanto tiempo con Emiliano sin dirigirle la palabra más que solo para lo necesario. Así que tomó la botella y le dio un largo trago que lo hizo hacer gestos ante el sabor desagradable y el ardor que le provocó en la garganta y el estómago. Emiliano se carcajeó y le arrebató la bebida.
—Un trago es suficiente —le dijo.
—No pensaba darle más —aclaró Sebastián aún con el gesto fruncido.
—Creo que tendremos que darle más de media hora Karla, se lo merece —expresó Emiliano para comenzar a romper el hielo.
—Te veo cada vez más cercano a ella —comentó Sebastián y se atrevió a mirarlo a la cara—, había una tensión súper incómoda entre ustedes.
—Estoy luchando por arreglar las cosas con ella, y quiero hacer lo mismo contigo —se sinceró Emiliano.
—Eso se soluciona bien fácil.
—Explícame cómo, llevamos meses sin dirigirnos la palabra.
—Solo tienes que dejar de mentirme y utilizarme a conveniencia, solo eso.
—Diciéndolo así suena horrible, Sebastián.
—¿Somos hombres o payasos, Emiliano? No es más que la pura verdad.
—No hay verdades, Sebastián, solo perspectivas.
—¡Pudiste decírmelo, Emiliano, joder! Después de todo, créeme, lo hubiese entendido.
—¿Otra vez volverás a ese tema? ¡Ya déjalo ir!
—Es el tema que nos mantiene en constante enfrentamiento y seguirá así hasta que no lo hablemos.
Emiliano resopló y volvió a darle un largo trago al tequila y luego se la guardó, se frotó las manos ante la fogata y escudriñó a Sebastián con la mirada. Quería entender qué había sido tan fuerte para unirlo a Salvador de esa forma, sin embargo, fue consciente de que quizá, por más que lo intentara, jamás podría entenderlo del todo. A veces el amor tenía extrañas formas de manifestarse. Si era lo que Sebastián quería para estar en paz, entonces se lo daría, aunque de antemano sabía que las respuestas no iban a gustarle del todo.
—Bien, Sebastián, si es lo que necesitas para estar bien conmigo, hablemos de eso entonces —le dijo Emiliano sin quitarle la vista de encima—. Sí, te mentí, y de cierta forma te utilicé. Te pido perdón por eso.
—¿Por qué no me contaron el verdadero plan? —cuestionó Sebastián con el gesto endurecido—. ¿Por qué me hicieron sufrir de esa forma?
—Porque... —Emiliano desvió la mirada y se tomó algo de tiempo para terminar de responder—... porque hacerte sufrir era necesario para que pareciera real.
Sebastián asintió como si ya lo supiera, pero todo ese tiempo solo hubiese querido escucharlo de la voz de Emiliano.
—¿Él estuvo de acuerdo en todo esto? —inquirió Sebastián luego de también tomarse un tiempo.
Emiliano no dudo en responder, le debía sinceridad.
—Sí, lo sabía todo
Esta vez fue Sebastián quien desvió la mirada.
—Pero sé que entiendes muy bien por qué lo hizo —completó Emiliano ante su reacción.
—Por Isabela —expresó Sebastián más para sí mismo.
—Y por ti —afirmó Emiliano con contundencia.
La forma en la que las pulsaciones de Sebastián se aceleraron, el temblor que invadió sus extremidades y el nudo que había logrado expulsar de su pecho pero que volvió, fueron casi motivos suficientes para que Sebastián quisiera terminar con la conversación, dejar el tema de lado y seguir. Sin embargo, Emiliano le estaba dando lo que por tanto tiempo pidió, ya no podía echarse para atrás.
—¿En dónde está? —se atrevió a sacar Sebastián esa duda que lo carcomía, que no lo dejaba en paz.
—No puedo responder esa pregunta —dijo Emiliano y apretó los labios—. Hemos llegado a esa parte de la conversación a la que no quería llegar.
—¿A qué te refieres, Emiliano?
—Sebastián, Salvador Arriaga murió para siempre, ¿entiendes a lo que me refiero?
Las palabras que Sebastián dijo a continuación, le costó casi su vida entera decirlas, sentía que el pecho le iba a explotar:
—Sí, lo entiendo.
—Me encantaría decirte que ganaremos esta guerra, que todo terminara en un par de meses, que recuperaremos el ritmo de nuestras vidas y que bastará con tratar de olvidar —se sinceró Emiliano—, sin embargo, no soy de los que vende ilusiones. Él también está en una misión y no es una misión sencilla, lo sabes mejor que nadie, involucrarse en esto es estar en peligro constante. Mucho menos podrá regresar a México pronto y sabes bien por qué. Así que, Sebastián, voy a volverte a dar un consejo que no me pediste: olvídalo y sigue adelante. Me permitiré ser optimista por un momento, vamos a imaginar que ganaremos esta guerra, tú eres muy joven, conocerás a otras personas, te volverás a enamorar...
Sebastián iba a refutar las afirmaciones de Emiliano sobre lo que pasaría si ganaban esa guerra, porque él tenía bien claro lo que haría si lograba salir avante y quizá, las ilusiones a las que se aferraba no iban a gustarle mucho a Emiliano, pero antes de que pudiera hablar, el sonido de varias camionetas que pasaban a gran velocidad por debajo de ellos, lo hizo enmudecer. Karla que ya tenía el oído bien entrenado, salió deprisa de la camioneta con pistola en mano.
—pasamontañas, ahora mismo —ordenó Emiliano con la mayor calma que le fue posible.
Ambos siguieron su orden y se cubrieron el rostro, con el dedo Emiliano les pidió que guardaran silencio; el sonido de los motores había dejado de escucharse, pero fue sustituido por varias voces que hablaban sin miedo a ser escuchadas. Despacio, Emiliano caminó hacia el origen de las voces con pistola al frente y protegiéndose entre los troncos, piedras y arbustos que la altura a la que se encontraba le brindaba, Karla y Sebastián detrás de él.
Avanzaron más de doscientos metros hasta que logran ver un par de camionetas negras que se habían estacionado en el camino inferior. Emiliano se puso en cuclillas y sus pupilos a sus espaldas, contó de inmediato a los hombres vestidos de negro y con rifles colgados a su hombro que se habían bajado de las camionetas, eran cinco, pero eso no fue lo que los sorprendió, estaban acostumbrados a ver a hombres así; el ver a las ocho niñas que llevaban con ellos con bolsas negras en la cabeza y las manos amarradas, fue lo que los asombró.
Sebastián, que era el más impulsivo, levantó su arma de inmediato y apuntó hacia ellos. Emiliano lo tomó del brazo y negó con la cabeza. Karla tenía su atención puesta en las niñas, observaba cómo las iban cambiando de camioneta a camioneta.
—No haremos nada —dijo Emiliano casi en un susurro.
—¡Pero Emiliano, tenemos las armas la posición y una clara ventaja! —se quejó Sebastián.
—¡No, somos dos menos que ellos! ¡No haremos nada! No puedo ponerlos en peligro, ni a ustedes ni a la misión, eso es lo más importante. —aseveró Emiliano.
—Sí la misión es quedarnos de brazos cruzados ante esto, ahora mismo renuncio —sentenció Karla, poniéndose de lado de Sebastián—. Lo siento no voy a quedarme de brazos cruzados, Sebastián tiene razón, tenemos una clara ventaja por nuestra posición.
—¡Yo doy una orden y ustedes la siguen! —se intentó imponer Emiliano.
—Lo siento —expresó Sebastián—. En este caso aplicaremos la democracia, y somos dos contra uno —concluyó y fijó su mirada en el objetivo.
Emiliano supo que no haría cambiarlos de parecer, así que se apresuró a coordinar, tenía que asegurarse de salir ganadores en esta batalla, no podía poner en riesgo a dos elementos tan importantes, no solo en lo laboral, sino también en lo sentimental para él.
—Sebastián derecha, Karla al de la izquierda, yo me encargo de los dos del centro y dejamos con vida al que conduce a las niñas, será más útil así —ordenó Emiliano—. A la cuenta de tres disparamos exactamente al mismo tiempo, si alguno falla, estaremos en serios problemas, ¿entendido?
Ambos dieron un leve asentimiento.
—Uno...
—Dos...
—Tres...
Los silenciadores en sus armas no permitieron que ningún sonido se escuchara, el que cada uno hiciera su trabajo, se convirtió en un acto de extrema fe, pero los tres saltaron al vacío. Un suspiro salió de sus bocas cuando los primeros objetivos cayeron al suelo. La sorpresa de lo que sus ojos veían dejó a las niñas paralizadas, y a los otros dos sin tiempo de reaccionar. Emiliano se encargó del cuarto hombre. Sebastián intentó inmovilizar al quinto, pero falló. Fue Karla quien logró darle en una pierna. Cuando entendieron lo que sucedía, las niñas se tiraron al suelo y el hombre comenzó a disparar con el rifle a la nada. Emiliano rodó para llegar hasta la parte inferior, sus pupilos lo siguieron, cada uno tomó un extremo para rodear las camionetas y emboscar al hombre.
—¡Tira el arma o te mueres! —le gritó Emiliano.
—¡Qué la bajes, chingada madre! —gritó también Sebastián ante la negativa del hombre.
El sujeto conocía muy bien las leyes no escritas de ese mundo: "Si te atrapan mejor muerto que vivo", e intentó cumplir con ese mandato, pero Karla, que había intuido lo que intentaría, le disparó al brazo e hizo que soltara el rifle. De inmediato, Emiliano y Sebastián se hicieron con el arma y lo inmovilizaron. Karla se dirigió a las niñas para protegerlas, ahí fue que se dio cuenta de que, en la desesperación del hombre al disparar a la nada, varias balas habían alcanzado a una de las niñas. La periodista maldijo entre dientes y gritó.
—Logramos salvar a siete —le susurró Emiliano al oído y le apretó el hombro porque sabía como esto la marcaría—, pero sí no nos vamos ahora mismo, no salvaremos a ninguna. Nos llevaremos su cuerpo para entregarlo a sus padres.
Karla se quitó el pasamontañas para darles más confianza a las pequeñas y les dijo: «Yo voy a cuidarlas». Aseguraron al hombre y se subieron a una de las camionetas para dejara atrás ese lugar que pronto se convertiría en el mismísimo infierno. Emiliano tomó el ladrillo mientras conducía y llamó a Ramírez: «Necesitamos refuerzos urgentes», le dijo. Una de las niñas miró a Karla a los ojos y tuvo la fortaleza y la valentía para sonreírle como agradecimiento, se quitó una de las flores que adornaba su cabello y se la dio a la periodista. Sebastián vio todo por el espejo retrovisor, cuando su mirada se encontró con la de Karla, ambos sonrieron y asintieron; ese fue el comienzo de "Rosa Blanca".
Hola, mis estimados.
¿Qué tal su día?
Hoy es lunes de actualización, así que aquí estamos.
¿También les ha pasado que de repente les llama el mudo?
¡Por fin Sebastián y Emiliano se han puesto serios y han hablado sin tapujos de lo que les correspondía!
"Rosa blanca", no se olviden de este par de palabras.
Nos leemos el viernes.
Los quiere, Ignacio
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