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23 días después.

08 de octubre de 2011


Las manos y piernas de Salvador todavía temblaban.

De pronto la patrulla dejó de ir en reversa y tomó una avenida alterna.

—¡Sebastián! —volvió a gritar Salvador.

A la distancia los disparos seguían escuchándose.

—¡Regresa! —le ordenó Salvador al conductor.

Pero este ignoró sus palabras, o tal vez no las escuchó, sus manos estaban aferradas al volante y su mirada fija al frente como si estuviese en estado de shock. Salvador se estiró hacia adelante y lo sacudió del hombro. El conductor frenó de golpe.

—¡Regresa! —volvió a ordenar Salvador en un grito.

El conductor lo miró con duda por el espejo retrovisor durante algunos segundos, más disparos volvieron a escucharse; el hombre puso la palanca en reversa para seguir las órdenes de Salvador, sin embargo, otro grito lo obligó a disminuir la velocidad.

—¡No, detente! —exigió Oliver esta vez.

De nueva cuenta, el conductor miró hacia atrás, en sus ojos podía apreciarse el duelo en el que su conciencia se debatía entre seguir las órdenes de su superior o hacerle caso a la sensatez del hombre que no era más que un rehén; la cordura terminó imponiéndose y el conductor volvió a frenar de golpe.

—¡Quién demonios crees que eres para contradecirme y dar órdenes! —En cuestión de segundos Salvador ya estaba encima de Oliver y volvía a apuntarle con la pistola en la frente.

—¡Estoy intentando salvarte! —exclamó Oliver—, ¡qué salgamos vivos de aquí!

—¡No te creo nada! ¡Todo esto es tu culpa! —Los ojos de Salvador estaban rojos, casi fuera de sus orbitas—. Estoy seguro de que nos tendiste una trampa, pero no vas a salirte con la tuya, no del todo, ¡voy a matarte!

—Si alguien les tendió una trampa ese no fui yo —se defendió Oliver—, ¿escuchas esos disparos?, no quiero ni imaginar a cuántos de mis elementos perdí.

—¡Sebastián! —gritó una vez más Salvador, respiró agitado durante algunos segundos y presionó con más fuerza la punta del arma en la frente de Oliver—, atraparon a Sebastián, lo tienen —dijo Salvador y su voz se rompió como como si fuese un hilo, luego volvió a soltar un grito desgarrador.

—Lo sé, Salvador, sé que han atrapado a Sebastián, y yo quiero ayudarte, ayudarlos —dijo Oliver y lo miró a los ojos—. Alexander creía en él, lo apreciaba, es solo que... todo apuntaba a que Sebastián fue su asesino, y yo no podía permitir que la muerte de mi hermano quedara impune, ¡tienen que pagar por lo que le hicieron! Sin embargo, lo que hoy vi en los ojos de Sebastián, lo que está sucediendo, esta emboscada, esta masacre, me hace creer en su inocencia, necesitaba ver a Sebastián a los ojos para comprobarlo.

Salvador dejó de ejercer presión contra la frente de Oliver, los disparos habían cesado y en su lugar los sonidos de sirenas de patrullas y ambulancias y de vehículos que iban y venían dominaron las calles del Distrito Federal. Salvador se quitó de encima de Oliver y se llevó las manos a la cabeza, de forma inevitable comenzó a llorar.

Oliver lo miró en silencio y decidió darle algunos segundos de deshago, pero la claridad con la que comenzaba a teñirse el cielo fue el aviso de que no podían perder ni un segundo más.

—Tenemos que bajar de la patrulla —sugirió Oliver—, si queremos salir vivos de esta tendremos que ir a pie, al menos hasta que logremos conseguir otro vehículo.

Con pistolas en mano, los otros tres elementos de Rosa Blanca hicieron caso a las palabras de Oliver y bajaron de la patrulla. Salvador tomó un respiro profundo, pero el nudo que tenía incrustado en la garganta no desapareció, pensó en Sebastián y una lágrima más descendió por su mejilla, luego se dio cuenta de que Oliver lo esperaba afuera de la patrulla y le tendía la mano para ayudarlo a bajar. Salvador dudó durante algunos segundos, pero luego la tomó porque, de momento, ese era la única opción que le quedaba, con la otra mano se aferró a su pistola y los cinco iniciaron la travesía a pie por las calles del Distrito Federal.

Oliver era el único que no llevaba pistola y Salvador caminaba a sus espaldas, que fuese su única opción no significaba que se había ganado del todo su confianza.

—Agáchense —dijo uno de los elementos cuando un par de calles frente a ellos pasó una caravana de camionetas del ejército.

Los cinco se pusieron en cuclillas para ocultar sus cuerpos detrás de los troncones de un par de árboles a la orilla de la banqueta. La imagen de Sebastián volvió a incrustarse en la mente de Salvador y entonces todo su cuerpo comenzó a temblar cuando un montón de pensamientos intrusivos atacaron su consciencia: ¿Y si Sebastián ya está muerto? Quizá en la primera oportunidad que tuvieron le metieron una bala en la cabeza, y si no está muerto todavía lo estará muy pronto, Sebastián representa una amenaza para ellos y a las amenazas hay que aniquilarlas en cuanto se tiene la oportunidad.

Fue la voz de Oliver lo que hizo que Salvador comenzara a salir del trance al que lo llevaron los pensamientos intrusivos. «Salvador, ¿puedes mirar el cielo? Mira el cielo, por favor». Oliver se arrodilló junto a él y lo tomó de la mano con la que Salvador no sujetaba la pistola; en aquella primera guerra a la que fue como soldado, varios de sus compañeros experimentaron ataques de ansiedad cuando lo siniestro de las batallas los sobrepasaba o cuando la desolación se apoderaba de ellos, Oliver aprendió entonces que mostrar cercanía con sus compañeros y hablarles de temas triviales era la forma en las que podía ayudarlos a salir del abismo. «¿Puedes ver el color naranja entre las nubes? ¡Es hermoso!».

Salvador siguió la voz de Oliver y fijó su mirada en el cielo, el amanecer había llegado ya con una mezcla de naranja y azul que embellecía la vista y la hacía parecer ajena a los vehementes sonidos de sirenas y motores que anunciaban el caos en las calles de la ciudad; la noche se había ido casi por completo y con ella el sentimiento de incertidumbre y angustia que suele venir con la oscuridad. Salvador se aferró a la mano que sostenía a la suya y se obligó a dar un respiro profundo para llenar los pulmones de aire. Cuando el estado de shock lo abandonó, una sensación de nausea le subió desde el estómago hasta el esófago haciéndolo vomitar. La plena consciencia del lugar en el que se encontraba y de lo que acababa de suceder le llegó de golpe. Salvador volvió a aferrarse a la pistola y, desesperado, se puso de pie.

—¡No, ir de pie es demasiado peligroso! —exclamó Oliver—, tendremos que ir pecho tierra hasta que logremos cruzar la calle y llegar a otra que nos permita abandonar el cerco que los militares han formado.

El sonido de las sirenas y rugidos de motores que retumbaron en sus tímpanos obligó a Salvador a hacer caso a las palabras de Oliver. Deprisa se tiró pecho tierra y comenzó a desplazarse, cuando llegaron a la orilla de la banqueta se detuvieron algunos segundos porque la protección que les brindaban los árboles y arbustos estaba por terminarse. Salvador miró hacia ambos lados de la calle, el panorama parecía estar despejado, sin embargo, de pronto, una ambulancia dio la vuelta a la calle a gran velocidad y obligó a Salvador a replegarse hacia los arbustos.

—Es cuestión de tiempo para que militares pasen por aquí y nos descubran y yo no puedo permitir que eso suceda —dijo Salvador y buscó a Oliver con la mirada—, pecho tierra no vamos llegar muy lejos, ¡yo tengo que arriesgar! Así que voy a correr hacia la otra calle, pueden seguirme o quedarse aquí, ahora mismo es lo último que me importa.

Sin esperar una respuesta, Salvador se puso de pie y con velocidad corrió hacia la otra calle. Oliver no lo dudó ni un solo segundo y corrió tras él, no podía perderlo bajo ninguna circunstancia, no lo había exteriorizado pero, tras la captura de Sebastián, Salvador representaba también para él la única opción que tenía para poder seguir adelante en esa maldita guerra. Fieles a las lecciones de compañerismo y supervivencia que Ramírez le enseñó, los elementos de Rosa Blanca corrieron detrás de ambos con las pistolas al frente.

Los ruidos de sirenas y motores no cesaban, en cuanto Salvador logró llegar a la calle de al lado se recargó contra la pared para recuperar el aliento, Oliver y los otros tres elementos llegaron un par de segundos después e hicieron lo mismo. Las miradas de Salvador y de Oliver volvieron a encontrarse, Salvador aún no lograba descifrar qué tanto podía confiar en ese hombre junto a él, pero algo en su mirada le generaba una sensación de que sus acciones partían de un interés genuino por descubrir la verdad, una verdad que tal cual él lo había dicho, podía convertirlos en grandes aliados o en acérrimos enemigos.

Salvador miró a su alrededor y se dio cuenta de que algunos civiles miraban curiosos por las ventanas, entonces decidió lo que intentaría hacer para salvarse, cruzó la calle y, con determinación, golpeó la puerta principal de una de las casas en las que vio movimiento. «Policía federal, abran la puerta», gritó Salvador sin dejar de golpear. «Abran o vamos a derribar la puerta, este es el único aviso que voy a darles», insistió Salvador con vehemencia. Oliver entendió lo que Salvador pretendía hacer y con una señal le indicó a los elementos de Rosa Blanca que lo siguieran, segundos después entre los cinco golpearon la puerta con violencia. Vinieron algunos instantes de absoluto silencio, pero luego la puerta se abrió y se encontraron con la mirada asustada de una anciana que había tomado un palo de escoba para intentar defenderse, a sus espaldas un niño y una niña de entre ocho y doce años, respectivamente, se aferraban a la anciana.

—Señora, no vamos a hacerle daño, ni a usted ni a los niños —se apuró a explicarle Salvador—, solo necesitamos que nos deje pasar un par de horas.

Sin esperar a que la anciana diera su aprobación, Salvador abrió la puerta por completo y por un costado entró a la casa, los tres elementos entraron tras él, Oliver fue el último en entrar y quien intuyó lo que la anciana intentaría, hacer así que, una vez adentro, de un portazo selló la salida y se puso frente la anciana.

—Usted y los niños aguardaran aquí —le dijo Oliver con menos tacto que Salvador, pero cuando vio la mirada llena de miedo en la mujer, Oliver intentó suavizar su tono de voz—, como mi compañero le explicó, no vamos a hacerles daño.

Con una señal, Oliver le pidió a uno de los elementos de Rosa Blanca que se acercara para que vigilara a la anciana y a los niños, luego Oliver inspeccionó cada rincón de la casa para asegurarse de que todo estaba en orden, durante la inspección buscó también el generador de energía eléctrica y se apresuró a bajar la palanca para cortar cualquier fuente de comunicación que ellos no pudiesen controlar.

Cuando Oliver regresó a la sala se encontró con la anciana que abrazaba a quienes debían ser sus nietos en un rincón y a Salvador sentado en la mesa a la orilla opuesta con los codos sobre la madera y las manos en la cabeza, respiraba de forma agitada. Oliver decidió sentarse junto a él.

—Resguardarnos dentro de la casa de civiles ha sido una buena idea —le dijo con la intención de romper el hielo—, sin embargo, estoy seguro de que pronto los militares comenzarán a catear casa por casa, estamos en una bomba de tiempo.

—¡Televisión! —gritó de pronto Salvador, absorto de las palabras que Oliver acababa de decirle—, ¡necesito encender la televisión para saber qué es lo que sucede con Sebastián!

—No, no es lo que necesitas —lo contradijo Oliver, contundente—, además, por seguridad he cortado la fuente de energía eléctrica.

—¿Por qué has hecho eso? —cuestionó Salvador, golpeó la mesa con los puños y le dedicó una mirada de odio a Oliver.

—Salvador, lo que necesitas es intentar tranquilizarte, sabes muy bien que los medios controlan la narrativa, lo último que necesitas ahora mismo son notas amarillistas que te llenen de frustración. Ya te dije que he cortado la energía eléctrica por seguridad.

Salvador volvió a tomar un respiro profundo y a pasarse las manos por el cabello.

—¿Crees que esté muerto? —le preguntó de pronto Salvador y se atrevió a mirarlo a los ojos.

—No, para nada creo eso —respondió Oliver con seguridad—, Sebastián está vivo y así durará varios días, que no va a pasarla nada bien eso es un hecho, pero no van a matarlo, hacerlo, al menos en este momento, no representaría una victoria y ellos necesitan a toda costa ganar.

—¿Qué crees que van a hacer con él? —inquirió Salvador y Oliver logró apreciar como las manos le temblaban, pero a la vez luchaba por disimularlo.

Oliver entendió que Salvador buscaba encontrar alguna esperanza a la que aferrarse, sin embargo, él no era de los que vendía falsas ilusiones, lo único que podía darle era la honestidad de su pensar.

—No creo que hagan aún oficial su captura, van a interrogarlo de manera extraoficial y dependiendo de lo que consigan analizarán cuál es el siguiente movimiento que les conviene dar —expresó Oliver y correspondió a la mirada de Salvador para hacerle ver que le hablaba con sinceridad.

—Necesitó sacarlo vivo de donde sea que lo tengan —declaró Salvador y volvió a abstraerse en sus pensamientos.

—Para ello primero necesitas salir vivo tú de aquí —le dijo Oliver con total franqueza—, un paso a la vez, Salvador.

—¿Cuál es tu interés en que yo salga vivo de aquí? —cuestionó Salvador sin tapujos y volvió a mirar a Oliver a los ojos.

—Creo que tú y Sebastián pueden ayudarme a conseguir justicia para Alexander y para su hija, y yo puedo ayudarlos a ustedes a ganar esta guerra, eso es lo que Alexander quería.

—¿Y entonces por qué llegaste a la bodega con esa actitud, Oliver?

—Ya te lo expliqué, Salvador, porque creía que Sebastián era el asesino de Alexander, pero ahora estoy seguro de que no fue así.

—¿Y cómo es que estás seguro de ello? Voy a serte sincero, Oliver, aún no te has ganado mi confianza, no te conozco, no sé cuáles son tus intereses, tus ideales. Si quieres que una alianza entre nosotros prospere, tienes que ser sincero conmigo.

—Lo estoy siendo, Salvador. Ahora creo en la inocencia de Sebastián porque lo que vi en sus ojos, luego de que leyó la carta que Alexander dejó para él, me quedó claro que, a pesar de sus diferencias, Sebastián jamás le hubiese hecho daño a Alexander, por más poético que suene en verdad creo que los ojos son la ventana del alma. Ahora mismo puedo ver en los tuyos el dolor que sientes porque amas a Sebastián con locura y una sensación de culpa domina tu ser por haberle fallado otra vez.

Salvador apartó la mirada, avergonzado, porque encontró sentido en las palabras de Oliver y sintió que desnudaba su alma.

—Puedes preguntarme lo que quieras, Salvador, voy a serte sincero, solo espero lo mismo de tu parte.

—¿Cómo diste con la bodega en la que nos encontrábamos? —inquirió Salvador y volvió a mirarlo a los ojos.

—Porque Alexander también era parte de Rosa Blanca y por ende conocía todos los refugios de Ramírez en la ciudad, yo era su aliado más cercano, todo lo que él sabía, lo sabía yo también. Luego de que logré recuperar algo de fuerzas, solo tuve que reconstruir mi ejército y ser paciente, tenía vigilado cada lugar, la bodega fue el momento perfecto que encontré para actuar.

—¿Recuperar fuerzas? ¿A qué te refieres? —Salvador analizó en silencio las expresiones faciales de Oliver.

—Como yo se los dije, fui yo quien se llevó la caja fuerte de la casa de seguridad, Alexander había colocado un geo localizador y solo tuve que activarlo para dar con ella, fui también yo quien se llevó a esa mujer, Cristina, la madre de Daniel, y también quien realizó la negociación en Valle de Bravo: entregar a Cristina con bien a cambio de que Sebastián se entregara. En un principio, en verdad creí que a quien nos llevábamos en el helicóptero era Sebastián, por lo que Alexander me contó de él, pensé que su honor estaría en primera posición. Luego me di cuenta de que no era Sebastián, pero ya no podía cambiar nada, me llevé a Daniel a la sierra madre occidental donde Alexander y yo construimos nuestra base y refugio, ya sabes a los enemigos hay que tenerlos cerca, ahí vería qué paso dar con Daniel como rehén, alguna forma de hacer a Sebastián caer; necesitaba a Sebastián, verlo a los ojos, cuestionarlo, interrogarlo, oír de su propia voz lo que sucedió aquella noche, sin embargo, en el camino, fuimos emboscados por sicarios del cartel del norte, perdí a varios elementos y también a Daniel, pero otros cuantos y yo logramos escapar. A Eso me refiero con recuperar fuerzas, perder tantas batallas me trastocó, me debilitó y me hizo creer que no cumpliría con mi objetivo: hacerle justicia a Alexander y a su hija.

Salvador miró a Oliver y, en silencio, reflexionó sobre lo que acababa de contarle. Se dio cuenta de que el relato estaba lleno de sinceridad, los hechos contados por Oliver eran las piezas sueltas en el armado del rompecabezas que terminaban de completarlo; cuando Sebastián y él recapitularon lo ocurrido durante las últimas semanas, los secuestros de Cristina y Daniel se escapan de su entendimiento al tratar de descubrir quiénes habían estado detrás, pero luego del relato de Oliver todo cobraba sentido. Al final de cuentas la guerra era una cuestión de justicia o de venganza, la línea entre ambos conceptos podía ser tan delgada que durante las batallas se diluían y se convertían en sinónimos. Cada persona involucrada en esa siniestra guerra tenía motivaciones que nacían de la sed de justicia o de venganza, las circunstancias de Oliver no eran distintas a las del resto, su guerra terminaría cuando la justicia, la venganza o ambas en un solo acto se terminasen de imponer.

—Lo único que yo puedo ofrecerte son las pruebas que confirman del todo que Sebastián no asesinó a Alexander. —Salvador dejó de temblar, poco a poco la determinación que sabía iba a necesitar para ganar las batallas que le ayudasen a rescatar a Sebastián, se impuso al nerviosismo y a la ansiedad que lo invadieron al perder a su compañero en un momento crítico, al fallar en la promesa que le hizo—. Aquella noche Sebastián y Alexander no estaban solos en el salón —continuó Salvador con su acto de sinceridad hacia Oliver—, lo sabemos porque Ramírez logró recuperar las grabaciones de seguridad que habían sido borradas.

—¿Y quién más estuvo dentro de ese salón? —inquirió Oliver, lo dicho por Salvador terminaba de confirmar una conjetura que ya había contemplado.

—Un hombre que llevaba un uniforme de policía federal, pero además Fátima Carvajal parece estar relacionada también.

—Fátima Carvajal... —dijo Oliver, el nombre revivió recuerdos de conversaciones que tuvo con Alexander de ella en el pasado—. Recuerdo que Alexander me dijo que era una de las personas que quería investigar porque algo en ella lo hacía dudar, Alexander tenía buen instinto, pero esa investigación nunca se concretó por su asesinato.

Salvador iba a hablarle a Oliver de la investigación que ellos hacían sobre Fátima, sin embargo, la vibración que sintió en su muslo lo hizo saltar ante lo inesperada que fue la sensación; extrañado, se toqueteó la pierna y solo hasta entonces logró recordar que el celular de seguridad que Ramírez le había dado aún lo acompañaba. Deprisa, Salvador sacó el pequeño aparato de la bolsa del pantalón y tecleó el botón derecho para responder a la llamada.

—Hola —dijo Salvador llevándose el celular al oído.

—¡Salvador, eres tú, en verdad eres tú! —gritó el comandante Ramírez al otro lado del teléfono—. Pensé lo peor, creí que... creí que tú y Sebastián no lo habían logrado, por favor, dime que están bien.

El nudo áspero de la impotencia volvió a incrustarse en la garganta de Salvador, la ansiedad y la desesperación estuvieron a punto de volver a apoderarse de él, pero Salvador luchó porque la entereza volviera a imponerse; escuchar la voz de Ramírez le generó sentimientos contradictorios: consuelo y esperanza al poder hablar con un amigo que podía ayudarlo a recuperar la fuerza para no claudicar, para aferrarse a esa probabilidad de seguir con vida y cumplir con su promesa, pero también un sentimiento de agobio y abatimiento luchaban por imponerse a causa de la siniestra realidad que Salvador estaba por confesar.

—Yo he logrado escapar, pero a Sebastián le he fallado, Sebastián no ha corrido con la misma suerte que yo. ¡Lo tienen, Ramírez, ellos lo tienen!

Tras la confesión, vinieron segundos de silencio que Salvador sintió como una caída lenta al precipicio, sin embargo, Salvador entendería después que el silencio de Ramírez se debía a que Hilario estaba a su lado, y que darle la noticia que él acababa de revelarle requería de un tacto y una prudencia que en ese momento no podía ofrecerle.

—¿En dónde estás? —inquirió Ramírez en cuanto se recuperó del impacto de la noticia dada por Salvador.

—Aún estamos cerca de la bodega —respondió Salvador—, nos hemos visto obligados a abandonar la patrulla y a refugiarnos en la casa de unos civiles, no logramos superar el cerco que armaron los militares.

—Escucha bien lo que voy a decirte —le pidió Ramírez—, necesito que en veinticinco minutos exactos salgas de donde sea que te encuentres e intentes llegar al parque fundidora que se encuentra a unas cuadras de la bodega, ese el lugar al que puedo acercarme para rescatarte, una vez logre entrar al cerco militar no puedo perder tiempo buscándote casa por casa.

—Bien, intentaré llegar hasta ahí —dijo Salvador y sus ojos se encontraron con la mirada expectante de Oliver.

—Salvador, no puedo perderte a ti también, ¿entendido? —dijo Ramírez en un susurro.

—Entendido, comandante —respondió Salvador y se puso de pie—, voy a salvarlo así sea lo último que haga.


El celular de Ramírez sonó con insistencia en cuanto él e Hilario entraron a la casa de seguridad, de inmediato el comandante atendió la llamada, el fuego cruzado todavía podía escucharse a la distancia, Hilario caminaba de un lado para otro, nervioso.

—¡Ramírez, soy yo, Karla! —exclamó la periodista en cuanto el comandante contestó.

—¡Qué demonios sucede! —la cuestionó Ramírez—, ¿están todos bien?

—No sé qué es lo que pasó —respondió Karla—, luego de que Salvador y Sebastián se fueron los disparos comenzaron a escucharse, no supe que hacer y tomé al rehén para sacarlo de la bodega en una patrulla y envíe al resto de elementos a buscar las patrullas en las que Salvador y Sebastián se fueron, un montón de camionetas militares pasaron junto a mí a gran velocidad y más disparos volvieron a escucharse. Estoy estacionada en una calle solitaria, pero no sé qué hacer, no sé nada de Salvador y Sebastián y estoy demasiada preocupada por lo que pueda pasarles.

—Hilario y yo hemos llegado a la casa de seguridad a la que enviaríamos a Sebastián, pero está vacía —explicó Ramírez, compungido—, te enviaré la dirección por un mensaje de texto, debes estar cerca, e intentaré ponerme en contacto con Salvador.

Ramírez terminó con la llamada de Karla y le envió la dirección por mensaje, luego tecleó el número de Salvador y, en el momento que este atendió la llamada, le volvió el alma al cuerpo, sin embargo, cuando Salvador le dijo lo que ocurrió, un nudo se incrustó en su garganta. Ramírez había caminado hasta el fondo del pasillo para intentar que Hilario no escuchara la conversación que mantenía con Salvador, pero el hombre no se quedó sentado en la sala como Ramírez se lo pidió, lo observaba expectante a unos cuantos metros de distancia.

—Comandante, por favor le pido que me hable con la verdad —demandó Hilario con voz firme y mirándolo a los ojos.

Un suspiro profundo para tomar valor, luego Ramírez correspondió a la mirada de Hilario y decidió responderle con la verdad tal y como se lo exigía. Caminó despacio hacia él y lo agarró del hombro, se tomó algunos segundos en un intento de encontrar palabras que pudiesen ser más amables y menos dolorosas, no obstante, Ramírez se dio cuenta de que no había modo de poder amortiguar el impacto de la noticia sin decir mentiras, así que sin más rodeos se lo dijo.

—Hilario, han atrapado a Sebastián, ellos lo tienen, Salvador me lo ha confirmado.

Contrario a lo que Ramírez pensaba, que presenciaría un ataque de ira y dolor, Hilario solo apretó los puños, contrajo las facciones y tomó un respiro profundo. Ramírez comprendió entonces que el hombre frente a él había visto morir y revivir a su hijo, comprendió que, en el pasado, el dolor y la desolación ya lo habían hecho tocar fondo, comprendió, viendo su propio reflejo en Hilario, que la guerra obligaba a los hombres a acostumbrarse al dolor.

—¿Y qué es lo que vamos a hacer? —inquirió Hilario luego de tomarse un tiempo para sopesar la noticia.

A Ramírez le sorprendió y entusiasmó la determinación de Hilario por igual, pero a la vez sintió compasión y tristeza por el hombre a su lado, la valentía que se esforzaba en aparentar solo era la respuesta a un destino cruel que ya sabía que vendría, desde hace tiempo que Hilario se preparó para lo peor, por eso reaccionaba con arrojo ante lo sucedido.

—Necesito recuperar a mi equipo —respondió Ramírez—, Karla y Salvador la han librado de momento, ella viene hacia acá, pero Salvador aún se encuentra dentro del cerco militar y mientras no logre sacarlo de ahí seguirá en peligro, el primer paso es rescatarlo a él.

—Dime qué es lo que tengo qué hacer para ayudar, comandante —dijo Hilario con firmeza.

El hombre intentaba imponerse a los demonios que lo jalaban hacia el abismo, Ramírez lo notó en la forma en la que las manos de Hilario temblaban ante el nerviosismo que sentía, pero él las movía con vehemencia en un intento de ganar.

—Tú vas a quedarte aquí —le dijo Ramírez—, por más alcalde que seas no dejas de ser un civil, no tienes preparación militar y por supuesto que yo no voy a ponerte en riesgo, ¡te necesito vivo! Vas a ser de mucha ayuda, pero vivo. Vamos a necesitar de todo el poder político que sea posible y tu influencia solo puede ser un arma si tú estás entero. También haré que Castrejón venga hasta aquí, ¡tiene que cumplir con sus promesas!

—Esperaré entonces a que tú y tu equipo regresen y a que Castrejón venga aquí, a mí también me adeuda algunas promesas que debe cumplir.

Ramírez asintió y luego, como forma de apoyo y agradecimiento a la determinación con la que afrontaba los hechos, estrechó la mano de Hilario. Apenas y el acto de unión entre ambos terminó, Ramírez se movilizó para ejecutar el plan de rescate, a través del radio llamó a los elementos de mayor rango y les ordenó que entraran a la casa, un par de minutos después tres mujeres y cinco hombres estaban alineados frente a él.

—Agente Erika, ¿qué pasó con la ambulancia que le pedí? —cuestionó Ramírez.

—Está a menos de tres minutos de llegar —respondió Erika—, Néstor y yo iremos al frente como paramédicos, tú y cuatro elementos más pueden ir en la parte de atrás.

—Excelente. Y mientras nosotros intentamos infiltrarnos en el cerco militar, necesito que tú Javier armes un equipo y distraigas la atención de la policía y los militares, a una distancia prudente del cerco militar, disparen en tandas de cuarenta y cinco segundos, como si fuese fuego cruzado, luego huyan de ahí tan lejos como puedan, el objetivo es aligerar el cerco militar alejando a una cantidad considerable de ellos.

—Entendido, procederé a llevarme a cuatro patrullas entonces, pido permiso para retirarme —dijo Javier y cuando Ramírez asintió se dio la vuelta para marcharse.

—La ambulancia ha llegado —informó Erika.

—Bien, prepáralo todo, nos vamos en tres minutos —indicó Ramírez.

Cuando los elementos salieron de la casa de seguridad, Ramírez se acomodó el uniforme y las armas, y justo en el momento que el comandante estaba listo para marcharse, la puerta principal se abrió y Karla entró, detrás de ella el rehén de origen inglés que capturaron en la batalla del ángel de la independencia, Karla lo llevaba esposado de ambas manos y lo jalaba con una cadena.

—Que lo encierren en la peor habitación que haya —ordenó Karla.

Dos elementos siguieron las órdenes de la periodista y se llevaron a tirones a Cooper hacia la parte trasera de la casa de seguridad. En cuanto los elementos cerraron la puerta, Karla se acercó a Ramírez y a Hilario para darles un abrazo.

—¿Qué fue lo que sucedió? —inquirió Karla con voz quebradiza.

—No estoy del todo seguro —respondió Ramírez—, pero todo parece indicar que sufrimos una emboscada... Salvador, de momento, la ha librado, ahora mismo intentaré rescatarlo, Sebastián no ha corrido con la misma suerte, ellos lo tienen, no sé bien cómo sucedió, pero lo han atrapado.

Karla se llevó las manos al rostro y luego soltó un grito lleno de frustración.

—¿Ellos, quiénes? —cuestionó Karla en cuanto logró que las palabras salieran de su boca.

—El ejército, la policía, quienes sea que estén atrás de lo que sucedió —contestó Ramírez y apretó los labios, abatido.

—Yo voy contigo a por Salvador —dijo Karla de inmediato.

—No —negó Ramírez al instante—, no podemos fragmentar el equipo y arriesgarnos así.

—Está bien, pero tienes que prometerme que van a regresar, que van a sobrevivir —exigió la periodista.

—Sabes que haré hasta lo imposible porque sea así. —Ramírez la miró a los ojos y volvió a abrazarla, luego se dio la vuelta para despedirse de Hilario. —Espero poder volver a verte aquí en una hora, de lo contrario tienes la clave de mi caja fuerte en las que dejo instrucciones precisas de cómo debes actuar, pero en verdad espero que no sea necesario que la abras.


Quince minutos después, la ambulancia se vio obligada a disminuir la velocidad cuando un par de camionetas militares los arrebasaron, Ramírez y tres elementos más iban sentados en el suelo de la parte trasera del vehículo. El agente Nestor conducía la ambulancia a una velocidad constante, llevaba la torreta y la sirena encendidas para intentar vencer al tráfico de la ciudad.

Ramírez miró la hora en el reloj en su muñeca y se aferró a la pistola que llevaba sujeta con la mano derecha, si sus cálculos no fallaban llegarían al cerco militar en menos de dos minutos. «Hemos salido de la casa», le informó Salvador a través de un mensaje de texto minutos atrás.

De pronto, la ambulancia frenó de golpe, Ramírez casi pierde la pistola al intentar agarrase, era ese el aviso indirecto de que habían llegado al cerco militar; el comandante tomó un respiro profundo y luego contuvo la respiración. Hasta atrás lograron escuchar las voces que cuestionaban a Erika y a Néstor.

—¿Hacia dónde se dirigen? —preguntó una voz grave y ronca.

—Somos la unidad 0422 —respondió Néstor con voz calma—, nos han enviado a la calle José Revueltas, la que está cerca del parque fundidora por una emergencia de código rojo, le agradecería, compañero, que no obstaculice nuestro trabajo, la vida de personas depende de nuestra eficacia.

El militar analizó la ambulancia de arriba abajo con la mirada, Ramírez sonrió en la parte trasera de la patrulla ante la seguridad y contundencia que utilizó Néstor al hablar. Con una señal, el militar dio la indicación de que dejasen pasar a la patrulla. Deprisa, Néstor pisó el acelerador, pero lo que vio en las calles lo hizo aferrar las manos al volante: camionetas militares y de policías rondaban las avenidas y otras aguardaban expectantes en las esquinas, el panorama le recordó a Néstor aquellas noches en las que la guerra se luchaba en las calles de San Pedro, el sudor le escurrió a chorros por el cuello y la frente, aunque había librado ya varias batallas al lado de Ramírez no terminaba de acostumbrarse a lo que implicaba estar en medio de una guerra, quizá nunca se acostumbraría.

Los disparos que se escucharon a la distancia fueron la señal de que Javier hacía la parte que le tocaba unas cuadras más allá, Néstor volvió a pisar el acelerador a fondo hasta que el parque fundidora se vislumbró a la distancia. Los disparos siguieron escuchándose en rangos de cuarenta y cinco segundos, tal y como Ramírez lo había ordenado, en la tercera tanda de disparos, Néstor se estacionó frente al parque.

Un lugar que debía estar lleno de niños, voces, colores y vida, se encontraba desierto por completo. Néstor y Erika estiraron el cuello para ver más allá de los árboles, pero en el parque no lograba apreciarse ni una sola alma. De nueva cuenta, la ciudad fue invadida por el sonido de sirenas, rugidos de motores y llantas que rodaban contra el asfalto, los disparos habían surtido el efecto deseado. Desde la parte trasera, Ramírez se enderezó para poder apreciar por cuenta propia lo que sucedía, la desolación en el parque volvió a reinar por más de cinco minutos hasta que las ráfagas de fuego cruzado invadieron los tímpanos de los elementos en la ambulancia a solo unos cuantos metros a distancia, por instinto Ramírez se agachó, pero luego, a través del espejo retrovisor, logró apreciar que una patrulla disparaba hacia los árboles en el parque, de inmediato el comandante entendió lo que sucedía.

—¡Enciende la ambulancia! —le ordenó Ramírez a Néstor y este siguió de inmediato las indicaciones—, da la vuelta y cuando estemos junto a la patrulla comiencen a disparar.

Los policías en la patrulla no esperaban que, desde la ambulancia, recibieran una ráfaga contundente de disparos que no les dio tiempo siquiera de reaccionar, los cuatro policías fueron abatidos en cuestión de segundos. Ramírez se apresuró a bajar de la ambulancia y logró apreciar a Salvador arrodillado junto al cuerpo de uno de los agentes de Rosa Blanca, tenía las manos sobre el pecho del agente e intentaba detener de forma inútil la sangre que salía a brotones, otro elemento se encontraba tirado un par de metros a la izquierda, ya sin vida. Un tercer elemento apuntaba hacia la patrulla hasta que reconoció a Ramírez. Un hombre que el comandante nunca había visto estrujaba a Salvador del brazo para que se pusiera de pie.

—¡Ya no hay nada que hacer por él, vámonos! —le gritaba el hombre a Salvador.

En un instante de desesperación Salvador alzó la mirada y logró reconocer a Ramírez, con los ojos llenos de lágrimas, se puso de pie y corrió para abrazarlo como si fuese un niño perdido que encontraba a su padre. Ramírez correspondió al abrazo y un nudo se le formó en la garganta, pero la siniestra realidad de donde se encontraban lo obligó a desprenderse de él y estirarlo hacia la ambulancia. Con el acelerador a fondo y la torreta y las sirenas encendidas, la ambulancia abandonó el cerco militar.


Cuando llegaron a la casa de seguridad, Karla e Hilario los esperaban, expectantes. El padre de Sebastián se había hecho un café cargado que dejó enfriar sobre la mesa sin darle un solo trago. Karla intentó ocuparse mientras revisaba los portales más importantes de noticias en busca de información valiosa, sin embargo, ni siquiera los propios medios de comunicación sabían lo que sucedía, solo especulaban y hablaban sobre los distintos tiroteos que hubo en la ciudad. Ambos se habían rendido ante la desesperación y se sentaron a esperar mientras veían por la ventana en completo silencio.

Karla vio reflejarse las luces de la torreta y se apresuró a abrir, Ramírez fue el primero en bajar de la ambulancia y la periodista lo cuestionó con la mirada, el comandante solo asintió en silencio y deprisa abrió la puerta trasera de la ambulancia. Varios elementos bajaron, Karla esperaba expectante hasta que vio bajarse al último par de hombres y reconoció la mirada de Salvador.

Su compañero y amigo estaba lleno de sangre del rostro, las manos y el uniforme, eso aceleró las pulsaciones de la periodista, pero en cuanto lo vio caminar con normalidad, el alma le volvió al cuerpo. Sin embargo, hubo un hecho que extrañó a la periodista: apoyándose del hombro de Salvador, el tal Oliver cojeaba hacia la casa a causa de una herida que tenía en la pierna. Karla miró al hombre con recelo y él correspondió a su mirada, pero Salvador no se detuvo a darle explicaciones, deprisa entró a la casa de seguridad junto con Oliver.

Fue hasta que todos estuvieron adentro y Oliver sentado sobre el sillón en el que minutos atrás Karla e Hilario lucharon contra la desesperación, que Salvador se dirigió hacia la periodista y la abrazó con las fuerzas que le quedaban, Karla correspondió al abrazo con la misma intensidad y escuchó a su amigo sollozar en su hombro; Salvador no dijo palabras y Karla no las necesitó, podía entender el dolor y la desesperación de su amigo en la forma en la que temblaba y en la fuerza con la que se aferraba a ella.

Cuando Salvador se desprendió de Karla, llegó el turno de darle la cara a Hilario, pero apenas las miradas de ambos se encontraron, Salvador agachó el rostro, avergonzado. Fue Hilario quien se acercó a él para darle un abrazo, la entereza con la que actuaba Hilario sorprendió a todos por igual.

—No agaches la mirada, muchacho —le pidió Hilario y con la mano lo tomo de la barbilla con delicadeza para enderezar su rostro—, tú no tienes nada de qué avergonzarte.

—Te fallé, Hilario —dijo Salvador con la voz entrecortada—, no pude cumplir la promesa que te hice.

—No me fallaste, muchacho —lo contradijo Hilario—, sigues con vida y mientras estés vivo puedes cumplir con tu promesa. La única manera en que podrías fallarme es si te dieras por vencido, pero sé que no vas a hacerlo, sé que como yo lucharás hasta el final.

—Lucharé hasta el final —confirmó Salvador al tiempo que estrechaba la mano con Hilario.

Después del acto de comprensión y respaldo que todos le dieron a Salvador, un par de elementos entraron a la casa para curar las heridas que dejó el rescate del cerco militar, mientras los compañeros hacían los trabajos médicos, Salvador tomó el valor necesario y les relató detalle a detalle lo que había sucedido. Oliver también se decidió a hablar luego de que Salvador terminó, consciente de que debía ganarse la confianza de los presentes en esa casa, en voz alta y con la mirada en alto, realizó el mismo acto de sinceridad que tuvo con Salvador.

El día avanzó sin tener noticias de Sebastián, pero eso era algo que ya todos esperaban, Oliver no se equivocó en sus conjeturas: antes de hacer oficial su captura, antes de regodearse ante el mundo al presumir que tenían entre sus manos al hombre más buscado del país y colgarse esa medalla, iban a asegurarse de poder controlar la narrativa y sacar todo el provecho que se pudiesen de ello. Sin embargo, nadie dentro de esa casa estaba dispuesto a rendirse, en Rosa Blanca estaban listos para atacar.

—No vamos a quedarnos de brazos cruzados cuando la vida de nuestro amigo, compañero, hijo y aliado está en juego —dijo Ramírez fuerte y claro—. Con la captura de Sebastián hemos perdido una batalla importante, quizá la más importante de momento, pero perder una batalla no significa perder la guerra, esa vamos a ganarla o dejo de llamarme Alejandro Ramírez. Mi primera meta era recuperar a mi equipo, sepan que sin ustedes soy nada, sin ustedes no podría luchar. Esa primera meta, lamentablemente, no podré cumplirla del todo: Daniel aún se encuentra en ese hospital, han tenido que someterlo a un coma inducido para salvar su vida, tengo fe y esperanza de que así será. Tampoco tendremos a Elías con nosotros, desde hace más de cinco días que he perdido toda comunicación con él, Elías se quedó en las profundidades de la sierra madre occidental en cumplimiento de su deber, pero soy sincero y admito que tengo miedo de lo que haya podido pasarle. Ya he armado un equipo que partirá en su búsqueda, espero que los resultados sean favorables.

»Karla y Sebastián, a ustedes los tengo conmigo y eso me ha devuelto el alma al cuerpo, saber que lucharé a su lado me llena de seguridad y confianza —continuó Ramírez con su discurso—. Cuatro de nuestros amigos y compañeros hoy nos necesitan, digo cuatro porque incluyo a Emiliano en el grupo, porque hoy reconozco que me equivoqué con él. A ellos la guerra los ha llevado hacia circunstancias adversas, pero será nuestro trabajo luchar hasta volver a tenerlos a nuestro lado.

»Sebastián sigue con vida, estoy seguro de ello, y mientras esté vivo esta guerra no se ha perdido. No vamos a darles un respiro a nuestros enemigos, al contrario, vamos a atacar. Si ellos no han hecho oficial su captura, nosotros vamos a hacerlo, seremos nosotros quienes controlemos la narrativa. Si no sabemos en dónde está Sebastián, eso complica las cosas, por ello el primer paso a dar seré ese: que todo el país se entere que Sebastián ha sido capturado, hacerlo le dará un respiro a Sebastián y a ellos les quitará tiempo valioso porque tendrán que actuar desde la legalidad, tendrán que presentarlo ante las autoridades.

»Cuando eso suceda, habremos obtenido nuestra primera victoria porque ellos se verán obligados a iniciar el proceso legal de Sebastián, no les daremos tiempo para que lo lastimen. En el momento que el proceso legal comience, Sebastián se vuelve sujeto de derechos y esa será nuestra segunda victoria. Hilario, cuando te dije que serías de mucha ayuda no mentía, vamos a hacer que este caso se vuelva tan político como sea posible, más de lo que ya lo es, y tu influencia será de suma importancia para lograrlo. Hilario, vas a luchar por tu hijo con el mismo fervor que lo hiciste en el pasado. De igual forma, haremos que Castrejón cumpla sus promesas, que utilice su poder a nuestro favor.

»Esto me lleva a un punto importante, el más importante quizá. —Ramírez fijó su mirada en Hilario—. En un año tendremos a un nuevo presidente, y si queremos ganar esta guerra tenemos que asegurarnos que quien llegue al poder esté de nuestro lado por completo y para ello necesitamos tener a nuestro propio candidato. Esto yo lo supe desde que te convertiste en alcalde del municipio de la muerte, Karla lo sabe también y está de acuerdo conmigo, ella está aquí presente y no me dejará mentir, Sebastián siempre fue consciente de ello y sabía que pronto tendría que ponerse el tema sobre la mesa. Hilario, tu eres nuestro candidato, tú vas a ganar las próximas elecciones presidenciales, tendrás que hacerlo si quieres salvar a tu hijo, necesitamos de ese poder para ganar esta maldita guerra.

Hilario se vio obligado a aflojarse el nudo de la corbata porque sabía que las palabras de Ramírez estaban llenas de razón, en el fondo era consciente de que lo que el comandante acababa de plantear podía ser una posibilidad, pero nunca se atrevió a asimilarlo del todo. Ahora tenía que hacerlo, esa era la guerra que él tenía que ganar, su última batalla, e iba a hacerlo, darse por vencido no era una opción a considerar. Hilario correspondió a la mirada de Ramírez y asintió, tenía una campaña electoral que planear.

»Soy consciente de cómo es la justicia en este país —retomó Ramírez el discurso—, sé que esta guerra debemos enfrentarla desde todas las perspectivas. Nosotros ganaremos batallas, pero ellos no van a quedarse de brazos cruzados. Dada la magnitud del crimen por el que Sebastián será juzgado, será imposible lograr libertad bajo fianza, Sebastián tendrá que llevar su proceso en la cárcel. —A pesar de que todos en esa casa eran conscientes de lo que Ramírez acaba de decir, un silencio sepulcral se apoderó del ambiente—. Para ganar esta guerra hay que entender que ellos también intentarán ganarla y sin duda alguna asesinar a Sebastián podría ser su victoria definitiva, van a intentarlo y todos aquí lo sabemos. Por ello no podemos dejar ni un solo cabo suelto, esta guerra también se luchará desde adentro de la cárcel, sabemos los peligros que una prisión representa, será entonces nuestro deber blindar a Sebastián, protegerlo a costa de todo, y para lograrlo tendremos que tener nuestro propio ejército dentro de la cárcel.

Ramírez terminó con el discurso y se encontró con las miradas determinantes de sus compañeros sobre él, el silencio reinaba porque cada uno sopesaba y reflexionaba lo que acababan de escuchar. Fue Karla la primera en ponerse de pie para dirigirse a la computadora, sabía que su trabajo consistiría en armar la historia con la que se le revelaría al país entero que Sebastián ya había sido detenido.

Salvador por su parte se encargó de mostrarle a Oliver los videos que Ramírez recuperó de las grabaciones de la noche del grito, así fue como el hermano por elección de Alexander terminó convirtiéndose en un aliado y no en un enemigo. Hilario se retiró a el pasillo que daba hacia las habitaciones para realizar la llamada en la que pondría al tanto a Denisse y Dalia sobre lo que sucedió con Sebastián y lo que estaba por venir. Oliver le pidió a Ramírez que le proporcionara un par de patrullas que pudiesen llevarlo a la casa de seguridad donde reguardaba la caja fuerte de Alexander; el comandante accedió y un par de horas después ambos regresaban a la casa con el pesado objeto que desató varias batallas de esa siniestra guerra.

Oliver abrió la caja y con la mirada invitó a Salvador a acercarse. Sin rodeos, Salvador se colocó junto al hombre que se convertía en un nuevo aliado y, con curiosidad, miró hacia adentro de la caja fuerte; esta estaba llena carpetas, fajos dinero, memorias USB y un par de computadoras. Salvador tomó las carpetas de la parte superior y, una a una, leyó los títulos que tenían al frente; Alexander tenía investigaciones sobre el cartel del norte, supremacy, los mudos y la DEA. También sobre personas individuales como el presidente Castrejón, Emiliano, el secretario de seguridad, Andrea Ramos, Manuel Arriaga, el H22 e incluso sobre el propio Salvador. Al final había una carpeta que no tenía el mismo grosor que las otras, al ver el nombre al frente entendieron que se debía a que Alexander no pudo concluir esa investigación porque fue asesinado, era una carpeta sobre Fátima Carvajal.

Salvador la abrió y en las pocas páginas que había se encontró con una biografía que resumía la vida de la mujer a grandes rasgos, sin embargo, al finalizar las hojas de papel, Salvador se encontró con algo que lo dejó paralizado y que provocó la misma reacción en el resto cuando se los mostró: en la carpeta había tres fotografías en las que podía apreciarse a Fátima bajar de una camioneta en compañía de Willy Lawrence, las fotografías tenían fecha del 08 de septiembre y Willy estaba encerrado un círculo rojo en las tres imágenes. Las manos de Salvador temblaron ante las conjeturas que su mente comenzó a elucubrar, buscó a Karla con la mirada y lo que vio en los ojos de su amiga terminó por hacerlo temblar por completo, los pensamientos de ambos estaban en sintonía: en la guerra los aliados podían convertirse en enemigos.

Por más de cinco horas, todos trabajaron en el plan de Ramírez y en el análisis de la información que Alexander dejó para ellos. Cuando el atardecer estaba por darle paso a la noche, a través del blog del narco, Karla publicó la noticia de la que todo el país hablaría esa noche: Sebastián Meléndez había sido detenido como principal sospechoso del asesinato del embajador estadunidense, Alexander Murphy.

Rosa Blanca daba el primer paso definitivo para ganar y ponerle punto final a esa siniestra guerra que había marcado sus vidas

Hola, mis estimados.

El sábado El Hijo Desgraciado llega a su final y no me queda más que agradecerles por seguir acompañándome en este aventura.

Leo aquí sus opiniones sobre el capítulo.


Nos leemos el sábado con el final.

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