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22 días después.
07 de octubre de 2011
Sebastián miró desconfiado al hombre frente a él.
El sujeto se encontraba arrodillado y con ambas manos sobre la nunca; Karla y Salvador le apuntaban con las pistolas, sin embargo, a pesar de que el hombre se encontraba sometido y de que tenía todas las de perder, algo en la tranquilidad con la que lo miraba hacía que Sebastián estuviera perturbado.
«Oliver», pensó Sebastián, Alexander les habló de él en varias ocasiones, sin tapujos les contó que eran como hermanos, un hombre de su entera confianza, incluso les mostró sus deseos de que lo conocieran, pero el momento indicado para que se realizara el encuentro nunca llegó, no con Alexander vivo, el momento llegaba en las peores circunstancias.
Según lo que Alexander les contó, el hombre arrodillado frente a Sebastián y que no dejaba de mirarlo fue una pieza clave en el rescate de Rodo y en los avances que Alexander tuvo respecto a Supremacy, esos hechos los colocaba en igualdad de circunstancias y motivos: Sebastián era un aliado de Alexander y si ese hombre también era un aliado del embajador, entonces, ¿por qué había dicho esas palabras? «Podemos ser grandes aliados o acérrimos enemigos, eso depende de ti». Al volver a analizar las palabras del hombre con calma, Sebastián logró entenderlo, pero quiso evaluar a profundidad a quien se enfrentaba, dio un par de pasos al frente y preguntó lo que ya sabía para empezar a tantear las respuestas del sujeto.
—¿Quién eres? —lo cuestionó.
—Mi nombre es Oliver, soy Oliver, pero eso tú ya lo sabes —respondió el hombre sin dejar de mirarlo.
—¿Y cómo sé que eres ese Oliver? No tengo ningún elemento para comprobarlo. —Sebastián endureció la mirada
—Los tienes, abre el sobre que acabo de entregarte. —Contrario a Sebastián, el hombre lo miró de una forma sosegada que lo desconcertó.
Salvador, de pronto, dejó de apuntarle al hombre y se apresuró a arrebatarle el sobre a Sebastián, había estudiado a profundidad tácticas de guerra y sabía de la existencia de venenos que salían disparados al abrir cajas y sobres, venos que incluso podían impregnarse a cualquier superficie y bastaba tocarse la piel para estar en problemas.
—Espera, Sebastián —le pidió Salvador—, necesitamos que este sobre sea analizado antes de que sea abierto, tú y yo vamos a ponernos cubrebocas y gafas de protección, cuando estemos seguros de que todo está en orden, entonces lo abrirás. ¿Karla puedes hacerte cargo de este sujeto?
—Lo tengo todo bajo control —respondió la periodista.
—Salvador Arriaga... el mismísimo Salvador Arriaga. Alexander no se equivocó en sus conjeturas, tenía razón —dijo el hombre mientras observaba a detalle a los compañeros de desgracias—. Pero no se preocupen, les doy mi palabra de que no hay ningún veneno en ese sobre.
Sebastián fue incapaz de ignorar las palabras del hombre y lo miró, analítico, quería cuestionarlo, preguntarle a qué se refería, pero Salvador no se lo permitió. Lo tomó del hombro y lo obligó a caminar hacia la parte trasera de la bodega, mientras caminaban, Salvador sacó el radio para dar indicaciones: «Necesito que un par de elementos apoyen a Karla y los elementos preparados en protocolos de seguridad me ayuden a analizar un sobre». De inmediato, los elementos dentro y fuera de la bodega comenzaron a movilizarse, Salvador se llevó a Sebastián a un rincón alejado para interrogarlo.
—Necesito que me expliques quién demonios ese ese tal Oliver —le exigió, ahora era Salvador quien tomaba el papel de sensato.
—El aliado más cercano de Alexander —contestó Sebastián—, Alexander nos habló varias veces de él, pero nunca pudimos conocerlo, por ello no puedo asegurar que sea el mismo Oliver del que Alexander nos hablaba.
—¿Y qué hace aquí? ¿Cómo demonios dio con la bodega? ¿Qué quiere de ti? —exteriorizó Salvador todas las dudas que lo invadían.
—También quisiera saberlo, quizá las respuestas están en el sobre.
—No sé, Sebastián, esto no me gusta nada. Creo que lo mejor será que nos movamos de lugar, sometamos a este sujeto y lo interroguemos cuando estemos en otro sitio más seguro.
—Te doy la razón, no me gusta nada que nuestra ubicación esté expuesta, sin embargo, la otra bodega se encuentra al extremo opuesto de la ciudad y hacer esa travesía teniendo al tal Cooper y este hombre como rehenes, sería peligroso. Es un traslado que tenemos que planear a detalle, ¡necesitamos a Ramírez y más refuerzos!
Salvador asintió, su compañero tenía razón en que hacer un traslado de esa magnitud necesitaba de una minuciosa organización y varios refuerzos, pero permanecer ahí hasta que el traslado pudiese ejecutarse no era una idea que le gustara, así que sacó el celular y decidió llamarle a Ramírez, Sebastián lo cuestionó con la mirada, pero Salvador no se detuvo.
—Comandante, ha ocurrido una situación que nos obliga a tomar decisiones rápidas —explicó Salvador en cuento Ramírez atendió la llamada.
—¿Qué ocurre? —cuestionó el comandante, la tensión en su voz pudo distinguirse de inmediato.
—Un hombre ha llegado hasta la bodega pidiendo ver a Sebastián, dice llamarse Oliver y ser aliado de Alexander, tiene una carta para Sebastián que supuestamente Alexander dejó para él, también dice tener la caja fuerte de Alexander en su poder y la contraseña para abrirla —informó Salvador deprisa—, sin embargo, nos preocupa que la ubicación de la bodega esté expuesta, creemos que un traslado es lo más pertinente, pero a la vez es arriesgado atravesar la ciudad entera en las circunstancias en las que nos encontramos.
—Definitivamente atravesar la ciudad no es una opción viable en estos momentos —expresó Ramírez—. Lo primordial ahora mismo es proteger a Sebastián; cerca de la bodega hay otra casa de seguridad, te enviaré la dirección por mensaje de texto. Lo mejor es que Sebastián sea trasladado a esa casa con un equipo de seguridad. Estoy por llegar al aeropuerto en el que dejaré a Denisse y a Boris, en cuanto termine con esto regresaré a la bodega para coordinar el traslado y encargarnos de los rehenes.
—Entendido, comandante —dijo Salvador y colgó.
—¿Qué has hecho, Salvador? —inquirió Sebastián.
—Tomar decisiones, vas a irte a una casa de seguridad y en cuanto Ramírez regrese a la bodega nosotros nos encargaremos del traslado y los interrogatorios.
Sebastián apretó los labios, pero sabía que no podía protestar, cuando una decisión de seguridad era tomada, solo había que acatarla, así que solo asintió.
—Ya hemos revisado el sobre —informó uno de los elementos a través del radio—, todo está en orden, aun así sería pertinente que usaran la protección necesaria cuando manipulen el sobre y lo que hay en él.
—Perfecto, vamos para ya, necesitaré a un grupo de quince elementos para que se encarguen del traslado y seguridad del agente 01 en una nueva casa de seguridad.
Por instinto, Salvador tomó a Sebastián y lo abrazó con vehemencia, un acto dominado por la desesperación y la incertidumbre que no fue capaz de controlar, el agente entrenado y sensato no pudo imponerse, ganó el hombre, el humano lleno de miedos, el desgraciado. Sebastián correspondió al abrazo, decidió aprovechar la intimidad que les brindaba la oscuridad en la que se encontraban. «Todo va a estar bien», le susurró Sebastián al oído y ambos imprimieron más fuerza a su agarre hasta que fueron conscientes de que un tiempo del que no podían permitirse gozar avanzaba inexorable como un tren bala. Dejaron atrás el sosiego que la oscuridad les brindó y caminaron juntos hacia la incertidumbre de la guerra en la que estaban obligados a luchar.
Tal como el elemento se los dijo, en cuanto llegaron a la parte de la bodega en la que fue analizado el sobre, Salvador y Sebastián se colocaron gafas y cubrebocas de seguridad, se acercaron a la mesa y se dieron cuenta de que el sobre estaba al centro con el contenido adentro, solo que ya no se encontraba sellado como en un principio, había sido abierto para su análisis. Sebastián miró a Salvador y este asintió, con precaución Sebastián tomó el sobre y levantó la parte que había sido desgarrada; lo primero que se encontró dentro del pliego de papel fueron varias fotografías, Sebastián dejó el sobre en la mesa y tomó las imágenes con ambas manos para poder analizarlas a detalle.
En la primera fotografía podía observarse a un par de jóvenes soldados que no debían tener más de veinte años, se intuía que eran soldados por los uniformes que llevaban puestos; Sebastián no necesitó demasiado tiempo para reconocer al soldado a la derecha, los ojos verdes miraban con la misma contundencia, la sonrisa simétrica que luchaba por ser discreta expresaba las mismas contradicciones entre añoranza y compostura, la piel lisa, sin bellos faciales ni cicatrices de guerra reflejaba la juventud, la inocencia y las ganas de comerse al mundo. Aunque veinte años más joven que el día en el que lo conoció, ese soldado era Alexander.
Las pulsaciones de Sebastián se aceleraron cuando fijó su atención en el soldado a la izquierda, de inmediato se encontró con la mirada franca y contundente con la que tuvo una lucha minutos atrás, la poca familiaridad llevó a Sebastián a analizar al segundo soldado con mayor minuciosidad, ansioso de descubrir las similitudes y con ello la verdad. De reojo, Sebastián miró al hombre que se encontraban arrodillado al inicio de la bodega, luego cambió de fotografía y volvió a encontrarse con los mismos hombres, pero esta vez ya no con uniformes de soldado sino en la cotidianidad de sus vidas, en una navidad por el árbol con esferas rojas y doradas a sus espaldas, esta vez sonrisas genuinas en sus rostros y ya no la inocencia de chicos que ansían ser hombres, el avance del tiempo podía observarse en lo osco de sus facciones a pesar de la sinceridad de sus sonrisas.
Otras tres fotografías precedieron a las dos primeras, los años avanzaban en cada una de ellas, la siguiente mostraba a tres personas, una mujer en gestación que era abrazada por el soldado a la izquierda de la primera fotografía y un sonriente Alexander junto a ellos. En la penúltima imagen aparecían cuatro personas: Alexander junto a Jessica el día de su boda y nuevamente la pareja de la fotografía anterior. El último retrato dejó boquiabierto a Sebastián, era una fotografía reciente, ver en todo su esplendor al Alexander que conoció hizo que un escalofrío recorriese la columna vertebral de Sebastián. El hombre arrodillado a la entrada de la bodega no estaba mintiendo, era ese Oliver del que Alexander les habló, en la imagen podía vérseles a ambos posar en un paisaje de la fría Rusia en la que Rodo fue rescatado.
Luego de ver la última fotografía durante un par de minutos, Sebastián le entregó las imágenes a Salvador para que él las analizara, después tomó un suspiro profundo y volvió a agarrar el sobre, una hoja con cuatro dobleces se encontraba adentro, con precaución Sebastián la sacó, la sostuvo entre sus dedos con duda y un extraño miedo quiso apoderarse de él, sin embargo, volvió a tomar un respiro profundo y se obligó a disipar los demonios; desdobló la hoja y se encontró con una caligrafía que reconoció al instante, eso provocó que una vez más los escalofríos le hicieran temblar. Un tercer suspiro profundo, luego Sebastián comenzó a leer.
"Hace seis meses, cuando te conocí a ti y a Karla, en verdad creí que podríamos ganar esta guerra. Hoy, lamentablemente, ya no estoy tan seguro de ello.
Que nos hayamos conocido no fue una casualidad, tal cual se los dije sin tapujos, yo moví todos los hilos para que así sucediera. Desde que te convertiste en el hijo pródigo, supe que serías una pieza clave en las batallas que vendrían, Sebastián, te seguí de cerca, cada uno de tus pasos, y cuando pude conocerte supe que no me había equivocado en mis conjeturas, quien sea que quiera ganar esta guerra tendrá que encumbrarte o aniquilarte, por más dura que sea esa verdad. Cuando digo que ya no podremos ganar esta guerra es porque yo me excluyó de esa oración, yo ya he perdido, Sebastián, me han dado donde más me duele, me han destrozado, ganar para mí ya no tiene sentido.
¿Alguna vez sentiste que respirar se convertía en un acto inhumano, en un fuego que quema los pulmones y que, contradictoriamente, asfixia? Desde aquella noche en que mi hija fue asesinada me he sentido así; le fallé a una de las personas a las que no debía fallarle, me concentré tanto en ganar esta guerra, me empeciné en consumar una venganza que me diera justicia y con ello paz, que me olvidé de lo más importante, bajé la guardia y una bala inexorable atravesó mi pecho e hizo explotar mi corazón sin ni siquiera tocarme.
Eso me ha hecho replantearme mis prioridades, lo único que me mantiene de pie es la sed de venganza, ese sentimiento se ha intensificado, y ya no tiene nada que ver con ganar esta guerra, hacerlo ya no me salva ni me redime, ya no me interesa el mundo ni lo que suceda con él, sé que dos de mis hijas aún viven, pero creo firmemente que la única forma que tengo ya de salvarlas es destruyendo a quienes nos destruyeron sin importar consecuencias. Te dije que una guerra se ganaba con prudencia, sin embargo, hoy me desdigo, me refuto a mí mismo, desmiento los ideales insulsos en los que una vez creí.
Soy consciente de que tú quieres ganar esta guerra, de que no vas a rendirte, y lo entiendo, en verdad lo entiendo; ganar para ti tiene todo el sentido del mundo, tu libertad y felicidad depende de ello. Por eso, no pido que me entiendas, deseo que no lo hagas, me sentiría decepcionado si te das por vencido, no obstante, las circunstancias que nos unieron nos ponen hoy en discordancia. Yo no voy a parar, juro que no voy a descansar hasta que haga pagar a los culpables de mi ruina; Karla y tú han decidido creer en uno de esos culpables, defenderlo a costa de todo y eso contrapone nuestros deseos, destruye nuestra relación. No voy a negar que me duele, que no logró entenderlo, tus acciones y las de Karla contradicen la imagen que me formé de ustedes, sin embargo, en el fondo, tenía el presentimiento de que nuestra historia terminaría así, que la concordancia en la que se forjó nuestra amistad sería efímera.
A pesar de ello, quiero que ganes, Sebastián, que salgas victorioso de esta guerra en la que yo dejo de luchar, pero que sé tú enfrentarás hasta las últimas consecuencias. Cuando yo logre mi cometido, pongo todas mis esperanzas en ti. Soy un hombre de palabra y voy ayudarte en todo lo que está en mis manos, será tu obligación destruir a todos aquellos que destruiríamos juntos, a todos, desde la raíz. Yo no he dejado de indagar, de construir y de luchar desde mis trincheras, por eso te hago esta pregunta: ¿estás seguro de que puedes confiar en todos aquellos en los que alguna vez confiaste? Reflexiona bien tu respuesta, Sebastián, recuerda que estás inmiscuido en una siniestra guerra y que todos los que quieren ganarla no van encumbrarte, van a querer destruirte.
He escrito esta carta porque mañana, 15 de septiembre, es la última noche que planeo hablar contigo; es necesario que nuestra relación y alianza termine antes de que nos hagamos más daño, debo tomar distancia y cumplir mis objetivos en soledad. Pero repito, soy un hombre de palabra y yo si quiero encumbrarte a pesar de todo, necesito y deseo que esta guerra la ganes tú. Por ello voy a dejarte un arsenal para que utilices en las batallas que están por venir, todo lo que he investigado y descubierto será para ti y para Rosa Blanca, le he pedido a Oliver que te entregue todo; Oliver es la única persona en la que puedes confiar, vuelvo a darte mi palabra. Será él, mi hermano por elección, quien te entregue esta carta, después de la celebración del grito de independencia no volverás a verme, voy a renunciar a mi puesto de embajador y me convertiré en un fantasma silencioso, un fantasma que se vengará desde las sombras.
Gana esta guerra en mi honor, Sebastián".
Salvador se apuró a tomar a Sebastián de los hombros cuando se dio cuenta de que las manos le temblaban y un par de lágrimas escurrían por sus mejillas sonrojadas. Sebastián apretó los dientes y volvió a tomar un respiro profundo, no era el momento para llorar, no era el momento para quebrarse y dejar a la debilidad ganar; dobló la hoja de papel entre sus manos y volvió a colocarla dentro del sobre, con una señal le pidió a Salvador que le entregara las fotografías y también las colocó en el mismo lugar del que minutos atrás las sacó. Guardó el sobre en la bolsa interior con la que contaba su uniforme, se quitó las gafas protectoras y el cubrebocas y fijó sus ojos vidriosos en Salvador.
—No hay ninguna duda, Salvador, ese hombre de ahí es Oliver —afirmó Sebastián en cuanto recuperó la compostura.
—Sí, pero que sea Oliver no cambia nada —exclamó Salvador al tiempo que miraba hacia la entrada de la bodega—, la forma en la que ese hombre llegó aquí y las palabras que ha dicho lo único que me inspira es a mantenerte alejado de él.
—Creo que sé porque ha llegado con esa actitud y lo que quiere de mí —declaró Sebastián y también miró hacia la entrada de la bodega—. Él cree que yo asesiné a Alexander y no será mi aliado hasta que le demuestre lo contrario, sino logro demostrarlo nos convertiremos en acérrimos enemigos, tal cual ha dicho. Oliver va encargarse de terminar lo que Alexander dejó a medias.
—¿Entonces crees que puedes confiar en él?
—No hasta que las circunstancias de la muerte de Alexander se aclaren, entonces quizás nuestros deseos puedan ser compatibles.
El celular de Salvador vibró en la bolsa de su pantalón, deprisa lo tomó y abrió el mensaje de texto que llegó, era la dirección de la nueva casa de seguridad que Ramírez consiguió cerca de la bodega. Salvador memorizó la información y luego borró el mensaje.
—Ya tengo la dirección de la nueva casa de seguridad —le dijo a Sebastián y volvió a tomarlo del hombro—. Creo que lo mejor es dejar que las cosas se calmen un poco, cuando estemos en la otra bodega Ramírez y yo nos encargaremos de interrogar al tal Oliver, luego que tengamos un panorama más amplio tú puedes hablar con él.
Sebastián reflexionó las palabras de su compañero, sabía que ni Ramírez, ni Salvador, ni siquiera Karla le permitirían hablar con Oliver hasta que consideraran que era seguro, poco podía hacer cuando el equipo tomaba una decisión, sin embargo, la carta de Alexander lo había dejado intranquilo, de pronto comenzó a entender cosas que en el pasado no logró comprender por más que se esforzó, cada una de las actitudes de Alexander cobraron sentido en ese momento. Quizá tomarse unas horas para releer la carta y reflexionar en soledad podía ser de gran ayuda.
—Está bien —dijo Sebastián—, hagámoslo a tu manera.
Salvador asintió y le dedicó una de características sonrisas chuecas.
—¿Está listo el escuadrón que se encargará de la seguridad del agente 01? —cuestionó Salvador.
—Estamos listos —respondió uno de los elementos—, esperamos indicaciones.
—distribúyanse en tres patrullas, Sebastián irá en el del centro, cuando lleguen a la casa, cinco hombres se encargan de la seguridad desde adentro y los otros diez cubren los alrededores, ¿entendido?
—Entendido —respondió el hombre llevándose la mano a la frente.
—Ven, vamos a explicarle a Karla el plan y a que te despidas de ella —le indicó Salvador a Sebastián.
Ambos caminaron hacia la entrada de la bodega, lo primero con lo que se encontraron fue con la mirada inquisidora de Oliver, pero ninguno detuvo su andar, cuando pasaron junto a ellos, Salvador le hizo una señal a Karla para que los siguiera y al resto de elementos para que continuaran apuntando hacia Oliver, sin embargo, el contundente grito que Oliver soltó, aún arrodillado, obligó a todos a detenerse.
—¡Esperen! ¡Que nadie de un paso más! —vocifero Oliver, alebrestado—. Creo que las cosas no han quedado claras... Sebastián, tú y yo tenemos mucho de qué hablar.
—¡Tú no estás en posición de exigir nada! —gritó también Salvador en respuesta.
—Lo estoy, créeme que los estoy. —Oliver miró el reloj en su muñeca—. Sebastián, ¿leíste la carta, viste las fotografías?
—¡Él no va a responderte nada! —volvió a gritar Salvador—. ¡Continúen!
—Va a hacerlo si quiere que todos salgan con vida de aquí. —Oliver buscó los ojos de Sebastián con los suyos.
Sebastián se detuvo y correspondió a la mirada de Oliver, las palabras que dijo lo dejaron pasmado. Salvador perdió la paciencia y desencajó la pistola de la cintura y apuntó con ella a la nuca de Oliver.
—¿Acaso nos has amenazado? —lo cuestionó Salvador mientras ejercía presión con la punta de la pistola.
—Lo he hecho —afirmó Oliver sin tapujos—, si en veinticinco minutos no salgo de aquí, mi ejército atacará esta bodega sin contemplaciones, los tenemos sitiados cinco cuadras a la redonda y los triplicamos en números. ¡Solo quiero hablar con Sebastián para evitar una tragedia!
Las miradas de Salvador y Sebastián coincidieron, sus intuiciones eran ciertas: la bodega había sido situada y eso invertía los papeles, ellos se convertían en rehenes. Karla los miró a la espera de cualquier señal que la hiciera actuar de inmediato, pero no tenían demasiadas opciones, o hacían lo que Oliver decía o luchaban contra él, cualquier elección que tomaran podía tener consecuencias lamentables. Sebastián decidió accionar.
—Dime de qué quieres que hablemos —le dijo a Oliver y lo miró a los ojos.
—Tengo una pregunta muy simple que definirá nuestro futuro, Sebastián, ¿por qué asesinaste a Alexander? —Los ojos de Oliver se llenaron de ira.
Sebastián tampoco se equivocó en esa conjetura, eso le permitió reaccionar sin un ápice de duda.
—Ponte de pie —le exigió a Oliver, quería que sus miradas estuvieran a la altura.
Entre trastabilleos a causa del tiempo que estuvo arrodillado, Oliver logró levantarse pero hizo una mueca de dolor cuando intentó extender la rodilla derecha, sin embargo, a pesar del malestar, se obligó a mirar a Sebastián a los ojos.
—Yo no asesiné a Alexander —declaró Sebastián en cuanto sus miradas coincidieron—, todos estos días he luchado para descubrir la verdad sobre lo que sucedió. He leído la carta de Alexander y ahora puedo entender sus motivos, también entiendo el porqué de tu accionar, Oliver, pero mirándote a los ojos vuelvo a decírtelo: yo no asesiné a Alexander.
—¿Tienes alguna forma de comprobarlo? —lo cuestionó Oliver y endureció la mirada.
—La tengo —respondió Sebastián, tajante—. ¿Sabes, Oliver? Alexander también era mi amigo, yo también le tenía aprecio, su muerte también me dolió.
—Eso no fue lo que pareció luego del asesinato de su hija, ¡lo traicionaste!
—¡No lo traicioné! Todo este tiempo solo he querido que se descubra la verdad sobre lo que sucedió porque el dolor de Alexander era importante para mí, también quiero justicia para él y su hija.
Ambos se miraron en silencio durante algunos segundos, Salvador aprovechó ese momento para interceder:
—Creo que todas sus diferencias pueden aclarase —terció Salvador—, nuestra reacción ha sido una consecuencia a tu comportamiento —dijo, dirigiéndose a Oliver—. Nosotros protegeremos a Sebastián sobre todo, así como tú lo estás haciendo con la memoria de tu amigo. Te propongo lo siguiente: este no es ya un lugar seguro para hablar, cerca de aquí hay una casa de seguridad en la que la conversación puede llevarse en calma y donde, además, podemos mostrarte todo lo que hemos investigado sobre el asesinato de Alexander. No es ninguna trampa, nosotros somos personas de palabra, puedes si quieres llevar a todo tu ejército para allá. Cuando veas y analices la información que tenemos, entonces tocará tomar decisiones, ¿de acuerdo?
Salvador se vio obligado a realizar un cambio de planes tras las circunstancias, fue consciente de que la única forma de avanzar era darle al tal Oliver la oportunidad de tener la conversación que quería, no obstante, bajo ningún motivo dejaría solo a Sebastián junto a ese hombre, aún estaba demasiado lejos de ganarse su confianza.
—Necesito que me presten un celular —pidió Oliver, su mirada se trasladó de Sebastián a Salvador—, es necesario que de órdenes a mi ejército de no atacar.
Todavía con dudas, Salvador se sacó el celular de la bolsa del pantalón y se lo tendió a Oliver, sabía que para poder avanzar tenía que ceder en ciertos aspectos. Oliver tomó el celular y deprisa tecleó los números, luego se llevó el celular al oído.
—Va a suceder lo siguiente —dijo Oliver fuerte y Claro a través de la bocina—, saldré de la bodega en un convoy de patrullas, no es necesario que ataquen, repito, ¡no es necesario que ataquen! En cuanto las patrullas abandonen la zona de la bodega, síganlas, y en cuanto lleguemos al lugar en el que nos dirigimos, sitúen y rodeen la casa, tres de ustedes entraran conmigo, ¿entendido? —Oliver asintió y terminó con la llamada, le entregó el celular a Salvador sosteniéndole la mirada—. Podemos irnos cuando quieran —dijo.
Con un movimiento de cabeza, Karla cuestionó a Salvador, él le pidió que se acercara y ambos se retiraron un par de metros para hablar.
—No puedo dejar a Sebastián solo con este hombre —le dijo Salvador—, los acompañaré a la casa de seguridad, tú espera aquí y vigila a Cooper, cuando Ramírez llegue explícale lo que sucedió y hagan el traslado. Cuando todo esté bajo control alcáncenos en la casa de seguridad, envíenos tantos refuerzos como sea posible.
Karla asintió y le dio un abrazo fraternal a Salvador, «cuídense mucho y sobrevivan», le susurró la periodista al oído.
Salvador avanzó nuevamente hacia la entrada dela bodega y con una señal le indicó a Oliver y a Sebastián que el momento de marcharse había llegado, los elementos de Rosa Blanca siguieron apuntando hacia Oliver en todo momento, Karla los vio salir de la bodega y se aferró a su pistola, un nudo se incrustó en su garganta y no la abandonó en toda la noche.
—La patrulla de adelante nos dirige, Sebastián irá en la patrulla central, tú y yo iremos en la patrulla trasera —indicó Salvador, luego se acercó al elemento que conduciría la primera patrulla y le dijo la dirección a la que se dirigían.
Oliver siguió las indicaciones de Salvador y se subió a la patrulla de atrás. Salvador permaneció inmóvil durante algunos segundos, se debatía entre la prudencia y la insensatez, pero dejó que la segunda ganara, la vida le había enseñado que debía aprovechar cada segundo: abrazó a Sebastián con fervor, luego le dio un beso en los labios sin importar que Oliver fuese testigo de ello. Ambos se vieron y sonrieron y cada uno se apresuró a subir a su respectiva patrulla.
El tiempo muerto entre el día y la noche se apoderó del ambiente, el cielo se tiñó del color grisáceo de las pesadillas de Salvador, un escalofrío lo hizo temblar y dar un suspiro profundo; la ciudad se encontraba en medio de un silencio abrumador, lo único que lograba escucharse dentro de las patrullas eran las respiraciones constantes de los hombres al interior. Salvador miró a Oliver de reojo y se encontró con una ecuanimidad que lo desconcertó, el hombre miraba el frente con una expresión llena de indiferencia, aunque su exterior era indescifrable, Salvador intuía que en su interior debía estar tan revolucionado como él.
Las patrullas dejaron atrás la bodega y tomaron una larga avenida, la hora muerta entre la luz y la oscuridad era quizá la culpable de que las calles se encontraran vacías. Por instinto, Salvador se aferró con más fuerza a su pistola, miró con atención hacia la patrulla del frente y logró distinguir entre sombras y reflejos la nunca de Sebastián, eso le dio un poco de sosiego. Avanzaron en su trayecto a un ritmo constante, el silencio siguió siendo ocupado por las respiraciones de los hombres en las patrullas, hasta que avanzaron un par de cuadras más y los primeros disparos se empezaron a escuchar.
Salvador reaccionó al instante y en cuestión de segundos se trepó a Oliver para someterlo y le apuntó con la pistola a la frente. «¿Qué chingados ocurre?», lo cuestionó, pero Oliver alzó las manos y su mirada dejó de ser indescifrable y se llenó de desconcierto, los disparos se volvieron constantes. «¿Qué chingados ocurre?», volvió a cuestionar Salvador, las patrullas se vieron obligadas a detenerse. «No lo sé, no lo sé, mis órdenes fueron precisas», gritó Oliver, sus ojos se movían de un lado a otro y el ritmo de su respiración aumentó. Salvador se dio cuenta de que todos los elementos dentro de la patrulla también apuntaban hacia Oliver.
Una vibración en su muslo hizo a Salvador temblar, cuando se dio cuenta de que estaba protegido por sus compañeros, se llevó la mano a la bolsa del pantalón y entendió que lo que vibraba era el celular, afuera de la patrulla los disparos no cesaban; sacó el teléfono deprisa y atendió la llamada sin ni siquiera mirar la pantalla.
—¡Oliver, nos están atacando! —gritó una voz al otro lado del teléfono—, ¡Son militares, muchos militares: ejército, marinos y fuerzas armadas. También tiene sitiado el lugar!
Salvador terminó la llamada y volvió a guardarse el celular, de pronto las manos comenzaron a temblarle, quiso controlarse, pero los nervios ya se habían apoderado de él. Volvió a aferrarse con fuerza a la pistola y, con violencia, apuntó hacia la frente de Oliver una vez más.
—¡Dime qué chingados hiciste! —exigió Salvador—, ¡nos tendiste una trampa, eres un cabrón!
—¡No sé de qué chingados me hablas! —se defendió Oliver.
—¡Militares, estamos rodeados de militares!
—¿Qué, militares?
—¡No te hagas pendejo, todo esto es tu culpa!
El ritmo de respiración de Oliver aumentó y el sudor escurrió a chorros por su rostro, de pronto cerró los ojos y se obligó a escuchar con atención.
—¡Es fuego cruzado! —gritó Oliver luego de unos segundos—, ¡Date cuenta, los militares están atacando a mi ejército! ¡Yo no tengo nada que ver con esto, que haya militares aquí me jode tanto como a ustedes!
—¡Maldita sea! —gritó Salvador—, ¡hay que volver a la bodega!
—¡No! —lo contradijo Oliver—, en cuestión de minutos eso va a convertirse en una ratonera, lo mejor es avanzar y tratar de romper la redada. ¡Avancen! —clamó Oliver, pero nadie le hizo caso, esperaban las órdenes de Salvador.
—¡Avancen! —mandó Salvador y esta vez las patrullas avanzaron a gran velocidad.
Durante tres cuadras el avance fue constante, sin embargo, cuando las patrullas estaban por tomar la avenida que podía ser su medio de escape, cuatro camionetas militares que lograron traspasar la barrera del ejército de Oliver se interpusieron en su camino, una de ellas obligó a la patrulla en la que viajaban Salvador y Oliver a frenar de golpe, habían acorralado a las dos patrullas al frente.
—¡Reversa y toma otra calle, ahora! —gritó Oliver, desesperado.
—¡No, no, no, Sebastián! —se negó Salvador—, ¡tengo que ayudarlo!
Salvador se aferró a su pistola e iba a bajar de la patrulla, pero Oliver lo tomó del brazo y se lo impidió.
—Si te atrapan también a ti no vas a poder ayudarlo, ¡piensa bien lo que vas a hacer!
Cinco militares apuntaron hacia la patrulla, de inmediato dos de los elementos dentro comenzaron a disparar, el conductor no lo dudó, colocó la palanca en reversa y pisó el acelerador hasta el fondo, el grito desolador de Salvador retumbó dentro de la patrulla.
Más de cuarenta militares rodearon las otras dos patrullas, los elementos ni siquiera intentaron defenderse, sabían que estaban perdidos; permanecieron dentro de las patrullas, inmóviles, con la respiración entrecortada y sus extremidades temblando hasta que un militar les ordenó a gritos que se bajaran. Ninguno puso resistencia, bajaron de las patrullas con las manos en alto, un montón de linternas apuntaban hacia sus rostros.
—¡Miren nada más, canijos, nos hemos sacado la lotería! —vocifero el secretario de seguridad.
A la distancia los disparos seguían escuchándose.
—Sebastián Meléndez, quedas detenido en nombre de la justicia mexicana —dijo el secretario con una sonrisa en el rostro, luego le dio un riflazo a Sebastián en el abdomen y lo obligó a ponerse de rodillas con ambas manos en la nunca.
La captura de Sebastián se volvía oficial esa madrugada.
Hola, mis estimados.
Ignacio se muda esta tarde de ciudad, país, continente, planeta, galaxia.
Es más, ¿quién es Ignacio?
¡No me odien! Bueno, pueden odiarme poquito, me lo merezco.
¡Muero por leer sus teorías!
¡Solo nos faltan tres capítulos!
Nos leemos pronto.
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