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18 días después.
03 de octubre de 2011
Las miradas de Willy y Manuel volvieron a encontrarse.
El dirigente de la DEA había trasladado al líder del cartel del norte a una de las casas de seguridad que la agencia anti drogas estadunidense tenía en la capital de México. Con toda intención, Willy dejó a Manuel amarrado de pies y manos y tirado el suelo de la sala por más de dieciséis horas en completa soledad.
Cuando Willy llegó a la casa de seguridad se encontró con un Manuel Arriaga dormido, con toda la saña que en esos momentos lo dominaba, el dirigente de la DEA despertó a Manuel con una contundente patada en el estómago. El líder del cartel del norte abrió los ojos, sobresaltado, y soltó un quejido ahogado por el sofocón que el golpe le provocó.
—Buenos días, princesa, ¿qué tal dormiste? —lo cuestionó Willy, burlesco.
Manuel permanecía hecho bola en el suelo en un intento de recuperar el aliento.
Willy sacó la cajetilla de cigarros que llevaba en la chamarra negra de piel y encendió uno en parsimonia, luego caminó despacio alrededor de Manuel. El líder del cartel del norte enderezó la mirada con la intención de encontrarse con los ojos de Willy, cuando lo logró le dedicó una mirada lapidaria para después carcajearse como un desquiciado, escupió un cuajarón de sangre a la pulcra bota del dirigente de la DEA, a través de su cinismo, Manuel intentaba preservar su orgullo.
Una discreta sonrisa curvó los labios de Willy, luego, con más ira que la primera vez, volvió a estampar la punta de su bota contra el estómago de Manuel y utilizó la camisa que el mayor de los Arriaga llevaba puesta para limpiarse la sangre. Una vez más, Manuel se hizo bola en el suelo y soltó un gemido ahogado, sin embargo, para quebrantarlo, Willy necesitaría más que dos patadas, el líder del cartel del norte volvió a sonreír.
—Ay, Manuelito, no te preocupes que esto es solo el comienzo —amenazó Willy y también sonrió—, yo voy a encargarme de que esa sonrisita pendeja se te borre del rostro, te lo prometo.
Una mujer que era parte de los elementos de Willy abrió la puerta y con una señal le pidió que se acercara, Willy asintió y le lanzó una mirada de advertencia a Manuel, luego se dio la vuelta para atender el llamado de la mujer en el pasillo.
—¿Qué sucede? —cuestionó Willy.
—En la capital han sucedido varias cosas —informó la mujer—, en Paseo de Reforma hubo un tiroteo que dejó a varios hombres muertos y a otros cuentos heridos, todos de nacionalidad estadunidense, y en un hospital cercano un chico, del que se desconoce su identidad pero que se sabe es extranjero y que fue atropellado al mediodía, fue raptado del hospital; según los informes los responsables del tiroteo y del rapto viajaban en patrullas de la policía federal mexicana.
«Rosa Blanca», pensó Willy, pero no lo dijo.
—¿Se sabe algo de Sebastián Meléndez? —preguntó Willy a la mujer.
—Nada aún, sigue siendo un prófugo de la justicia —respondió ella.
—¿Y de Salvador? —volvió a preguntar el dirigente de la DEA.
—Nada tampoco, sigue desaparecido —contestó la mujer mientras miraba a Willy a los ojos, como le gustaba que se dirigieran a él cuando le hablaban.
—Bien, mantenme informado de cualquier cosa. —Willy se dio la vuelta para volver a entrar a la casa, pero la mujer lo detuvo.
—Espera, falta una cosa más —le dijo sosteniéndole la mirada—, Emiliano recibió una visita en la cárcel, fue visitado por Hilario Meléndez.
Esa última información dejó preocupado y pensativo a Willy, ¿para qué visitaría Hilario a Emiliano?, se preguntó en sus adentros. Apenas y se encargara de Manuel tendría que hacerle una visita a Emiliano. Con un asentimiento, Willy se despidió de la mujer y volvió a entrar a la casa de seguridad, Manuel seguía hecho bola en el suelo y de la comisura derecha de sus labios escurría saliva mezclada con sangre. Willy tomó un par de sillas del comedor y las colocó una frente a la otra, luego, de un jalón, tomó a Manuel del brazo y lo obligó a ponerse de pie y a sentarse en la silla, él tomó lugar en la silla de enfrente.
—¡Debí matarte aquella vez que te tuve de rodillas ante mí en el rancho de los Meléndez! —exclamó Willy mientras le sostenía la mirada a Manuel.
—Es que eres un pendejo. —Se rió el mayor de los Arriaga—, si lo lugares estuviesen invertidos yo ya te habría matado.
Esta vez fue Willy quien se carcajeó.
—No te creas tan inteligente, Manuelito, date cuenta donde estás. —La sonrisa en el rostro de Willy se amplió—. Tuviste en tu poder a Daniel, uno de los hombres más importantes para Ramírez, también tuviste en tu poder a Karla, ese sin duda iba a ser una extraordinaria jugada de tu parte, pero también eres un pendejo y yo arruiné tus planes y ahora soy yo el que te tiene en su poder: el cazador ha sido cazado.
—¿Qué quieres de mí, Willy? —cuestionó Manuel con total seriedad.
—Justo lo que ahora sucede: ¡verte sufrir! Sé que estás sufriendo, Manuel, solo que intentas hacerte el fuerte, crees que con ese sonrisa y ese cinismo logras engañarme, pero no lo haces, Manuel. Sé que en tu mente estás tratando de encontrar las palabras precisas, esas que ayuden a salvarte... no pierdas tu tiempo, de aquí no vas a salir vivo.
—¿Es una amenaza, Willy?
—Ya conoces la respuesta, Manuel.
Willy volvió a sacar la cajetilla de cigarros de la bolsa de su chamarra y con toda intención encendió uno frente a Manuel, fue testigo de cómo el cuerpo de Manuel temblaba, deseoso de tener un cigarro entre sus labios que lo ayudara a sobrellevar el estrés que intentaba a toda costa ocultar; Willy sonrió y expulsó el humo en total parsimonia.
—Cuéntame, Manuelito, ¿cuáles eran tus planes?
—No me tomes por estúpido, Willy, no creas que voy a ponerme a charlar contigo sobre mis planes como si fueras un amigo de toda la vida.
—Sé que no eres estúpido y justo por eso vas a hablar, sabes muy bien cómo es un interrogatorio... puedes hacer que esto sea amable o puedes dejar a tu orgullo ganar y sufrir bastante de aquí al final, cuéntame, Manuelito, ¿cómo quieres que sean las cosas?
Una calada larga y profunda al cigarro y Willy volvió a fijar su mirada en Manuel, lo vio fruncir el ceño y limpiarse los residuos de sangre alrededor de sus labios con la lengua; Manuel permaneció en silencio, pero Willy no lo presionó, el dirigente de la DEA sabía a la perfección cuándo atacar y cuándo guardar silencio, el líder del cartel del norte sería un hueso duro de roer, por ello debía dosificar sus energías, jugar con él, llevarlo hasta su límite. Willy terminó de fumar su cigarrillo en tranquilidad.
—Tienes razón, Willy, sé muy bien cómo funcionan las cosas, por eso sé que no vas a matarme, te sirvo más vivo que muerto. Necesitas una medallita que colgarte, al matarme solo desperdiciarías tu tiempo. —Manuel dejó de sonreír, era consciente de que si quería seguir vivo tenía que cambiar de estrategia.
—Ay, Manuelito, estás dándote demasiado valor. —Willy se puso de pie, cerró su puño derecho y lo estampó con fuerza contra el rostro de Manuel, casi lo tumba de la silla—. Espero que te quede claro que no voy a ser amable contigo, voy a darte lo que te mereces. Tú no estabas siendo nada amable con Karla.
Manuel apretó los dientes ante el impacto, quería ponerse de pie, trozar las cadenas que mantenían sujetas sus manos y reventarle la cara a golpes a Willy, pero sabía que no estaba en condiciones de hacerlo, así que se obligó a respirar y volvió a enderezar el rostro. Lo que el dirigente de la DEA acababa de decirle le dio un hilo del que tirar.
—¿Entonces la periodista de ojos bonitos sigue siendo tu aliada o por qué tanto afán por defenderla? —inquirió Manuel y volvió a mirarlo a los ojos.
—¡Defendería a cualquier mujer de una escoria como tú! —exclamó Willy mientras caminaba hacia la mesa a sus espaldas para servirse un whisky.
—Eso no responde a mi pregunta, lo que quiere decir que es una respuesta negativa: Karla ya no es tu aliada, entonces, ¿por qué la dejaste ir, Willy? —desde donde estaba sentado, Manuel vio a Willy fruncir los labios, ¿acaso había dado en un blanco importante?, se preguntó.
—Ay, Manuelito, ¿en verdad tengo que recordarte que el que hace las preguntas aquí soy yo? —El dirigente de la DEA volvió a sentarse frente a él, bebió del whisky y se remojó los labios.
—Pues al parecer a huevo tendré que hablar contigo, no me queda de otra, así que pregunta —dijo Manuel y como pudo se recargó sobre el respaldo de la silla.
—¿Por qué Karla, Manuel? ¿Qué es lo que querías de ella?
—Como tú mismo lo dijiste, Willy, tener a Karla en mi poder hubiese sido una maravillosa jugada, pero tenías que llegar tú a arruinarlo todo.
—Eso no responde del todo a mi pregunta, ¿quieres volver a saludar a mi puño?
Manuel se tomó unos segundos en silencio, luego resopló.
—Pues fácil, porque Karla es la aliada más cercana a Sebastián Meléndez, y ahora mismo tener en su poder al hijo pródigo es algo que todos quieren.
—Entonces querías a Karla para así atraer a Sebastián, pero... mmm, ¿para qué quieres a Sebastián? No es más que un asesino prófugo de la justicia.
—Por lo que veo el hijo de Hilario Meléndez ya no es tu aliado tampoco... ¡vaya! ¿Quién lo diría, Willy?
El dirigente de la DEA miró a Manuel y se tomó el whisky restante de un solo trago.
—¿En verdad quieres que vuelva a recordarte que no estamos aquí para hablar de mí, Manuelito?
Willy volvió a ponerse de pie y, por reflejo, Manuel ladeó el rostro porque creyó que el dirigente de la DEA le daría un segundo puñetazo, sin embargo, Willy caminó una vez más hacia la mesa para servirse otro whisky.
—Responde a mi pregunta, Manuel —ordenó Willy mientras llenaba su vaso—, ¿para qué querías a Sebastián?
—¿No es obvio, Willy?
—Quiero oírlo de ti, Manuel.
—Porque ese tal Sebastián ha tomado demasiado poder y no podía permitir que siguiera haciéndose más fuerte, esa denuncia a los Estados Unidos por el tráfico de armas fue una buena jugada de su parte y ni hablar de esa propuesta para legalizar las drogas en México, que de aprobarse va a traernos varios problemas; no voy a negar que el cabrón del hijo de Hilario tiene determinación y visión, es inteligente y era necesario ponerle un alto. —Manuel le sostuvo la mirada a Willy, sabía que se encontraban en un punto trascendente de la conversación—. Tú has impedido que yo le ponga ese alto a Sebastián, pero estoy seguro de que alguien más se lo pondrá por mí, Sebastián Meléndez tiene los días contados.
A Willy le sorprendió la sinceridad de Manuel porque al verlo a los ojos no le quedó ni una sola duda de que el líder del cartel del norte estaba siendo sincero. Willy se preguntó qué tanto sabía Manuel sobre Sebastián, ¿acaso sabía que Sebastián estaba al frente de Rosa Blanca? Hasta ahora él había decidido mantener su descubrimiento en secreto porque aún no lograba dimensionar lo que implicaba y tampoco lo que haría al respecto. Descubrir que Karla y Sebastián estaban al frente de Rosa Blanca lo sorprendió en un principio, pero luego, cuando lo reflexionó con la cabeza fría, le resultó tan obvio que se recriminó así mismo por no haberse dado cuenta antes. La DEA reclutó a ambos porque tenían un gran potencial para ser parte de la organización, explotaron dicho potencial y los prepararon para la guerra. Willy se dio cuenta demasiado tarde que los habían subestimado.
—¿Entonces querías a Sebastián en tu poder para asesinarlo? —cuestionó Willy sin tapujos, quería tantear hasta donde llegaría la sinceridad de Manuel.
—Muerto el perro se acabó la rabia, dice el dicho —afirmó Manuel y sonrió una vez más.
—Sin embargo, ahora, Sebastián se ha encargado de destruirse a sí mismo y todo lo que construyó, del asesinato del embajador estadunidense no va a salir indemne. Ya no será necesario que nadie acabe con él porque solo se ha llevado a la ruina —declaró Willy para tantear a Manuel y lo que sabía.
—Tengo que admitir que el hecho de que Sebastián asesinara al embajador me sorprendió, aunque... no estoy del todo seguro de que él lo haya hecho. —Manuel soltó un quejido ante el dolor que le provocó enderezarse del respaldo—. Sin embargo, la seguridad con lo que tú lo afirmas debo admitir que me sorprende aún más, justo porque se trata de ti. Si tú no confías en la inocencia de Sebastián pues...
—Bueno, no me consta nada, pero... las imágenes hablan por sí mismas: Sebastián salió de ese lugar con pistola en mano y con las manos manchadas de sangre.
—No sé, tengo mis dudas sobre lo que pasó en ese salón, aunque a mí y a muchos más nos conviene que Sebastián sea culpable, pero contradictoriamente es a partir de eso que surgen mis dudas, Sebastián tiene a muchos enemigos que quieren hacerlo caer y como bien dices el que esté implicado en ese asesinato de cierta forma lo ha destrozado, todo lo que construyó se ha derrumbado. Si el hijo de Hilario en verdad lo hizo, pues fue un imbécil, pudo ser en defensa propia, pero entonces, ¿por qué huyó? No lo sé, Willy, hay demasiadas cosas extrañas detrás de ese asesinato. Otra opción es que alguien más haya querido destruir a Sebastián involucrándolo en el magnicidio, si fue así esa persona tiene mis respetos, fue una maravillosa jugada.
Willy miró a Manuel y luego se apresuró a encender un cigarrillo más, al parecer el líder del cartel del norte no sabía que Sebastián estaba detrás de Rosa Blanca, de lo contrario se lo habría mencionado para usarlo como un recurso con el que salvarse. Manuel tenía razón en que Sebastián se hizo de varios enemigos, pero fue por las acciones que emprendió al ser nombrado dirigente de la organización por la paz, no porque supiesen que el chico estaba detrás de esa organización que comenzaba tomar demasiada fuerza y poder, de saberlo, tal y como Manuel lo dijo, Sebastián estaría muerto y con mayores razones. En ese momento, tras reflexionar las palabras que Manuel dijo, dar con Sebastián se volvió un asunto prioritario para Willy.
La puerta principal de la casa de seguridad volvió a abrirse y las palabras que Willy estaba por decirle a Manuel para retomar la conversación que mantenían se quedaron atoradas en su garganta. El dirigente de la DEA volteó hacia la puerta y se encontró de nueva cuenta con el rostro de su informante, la mujer lo miró y le hizo una señal para que acercara. Willy le dio una calada profunda al cigarrillo y dejó a Manuel atrás para atender el llamado.
—Tienes una llamada importante —le informó la mujer en cuanto cerró la puerta a sus espaldas.
—¿Quién me llama? —inquirió Willy con curiosidad.
—Es la agente 2054.
Willy tomó de inmediato el celular y caminó hacia el final del pasillo para hablar.
—Fátima, ¿qué sucede? —cuestionó Willy, inquieto, recibir una llamada de Fátima era inusual.
—¿En dónde estás? —preguntó la mujer al otro lado del teléfono con una seriedad que lo asustó.
—Estoy resolviendo algo importante —contestó Willy—, nuestra comunicación debe ser siempre a través de correos electrónicos, ¿por qué me has llamado?, ¿qué sucede?
—Willy, se me ha encomendado a mí la responsabilidad de darte esta lamentable noticia.
—¡¿Qué ocurre?!
—Es sobre tu hijo... lamentablemente acaba de perder la vida en el hospital en el que luchaba por sobrevivir, lo siento mucho, Willy... por favor, intenta viajar a la brevedad a Arlington, tu esposa te necesita, como es obvio la noticia le ha venido fatal.
El celular cayó al suelo de golpe y la llamada terminó. Las manos y piernas del dirigente de la DEA temblaron y se vio obligado a deslizarse sobre la pared para sentarse en el suelo, su informante se puso en cuclillas a su lado y lo tomó del hombro para darle su apoyo. Varias lágrimas descendieron a brotones por sus mejillas y, ante el impacto que le causó la noticia, un desgarrador «No» salió de su garganta.
Por más de veinte años, Willy había luchado en la guerra contra las drogas, sin embargo, paradójicamente, eran las drogas las que le arrebataban a su hijo. Un sentimiento de culpa se incrustó en su garganta, se enfocó tanto en ganar esa guerra que descuidó lo más valioso que tenía; las lágrimas siguieron escurriendo a brotones por sus mejillas y una vez más un desgarrador grito retumbó en las paredes de la casa de seguridad. De pronto, el sentimiento de culpa se transformó en odio, el odio que lo había motivado a luchar los últimos meses, desde que descubrió que su hijo se había vuelto un adicto a esa droga infernal que los mudos se encargaron de producir y distribuir. Pensar en los mudos hizo que el odio en su garganta se volviese más denso, Willy se vio obligado a volver el estómago para poder respirar.
La imagen de su hijo sonriente en su cumpleaños dieciséis vino a su mente y el nudo en su garganta volvió a quemarle con intensidad, ¿cómo alguien podía siquiera pensar en legalizar las drogas cuando lo que había que hacer era erradicarlas? Ese pensamiento dominó su consciencia, Willy no se arrepentía en absoluto de lo que había hecho en los últimos meses, esa guerra, más que nunca, tenía que ganarla a como diera lugar. Honrar la memoria de su hijo se convertía en su misión de vida desde ese momento.
Un instante de lucidez se apoderó de Willy y recordó que tenía en su poder a uno de esos hombres que se encargaban de destruir vidas con el único fin de ganar dinero y poder. Se puso de pie, su informante intentó detenerlo pero él la empujó. Volvió a entrar a la sala y se encontró con la mirada de Manuel, se le fue encima sin contemplaciones, lo tiró al suelo y, a través de sus puños, el dirigente de la DEA liberó toda la ira que lo dominaba. Del rostro de Manuel salió sangre a brotones, Willy vio sus manos salpicadas y se paralizó durante algunos segundos. El líder del cartel del norte aprovechó ese respiro para, con las fuerzas que le quedaban, jugar la última carta con la que podría para salvarse:
—Mátame si quieres —le dijo—, pero antes permíteme ayudarte a destruir a los mudos, a terminar con ellos de una vez por todas. Puedo hacerlo, te juro que voy a hacerlo.
Hola, mis estimados.
El final nos respira en la nunca, ¡estamos muy cerca!
Pero las piezas del rompecabezas van uniéndose y este toma forma.
Pueden dejar sus opiniones del capítulo aquí.
Nos leemos muy pronto.
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