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14 días después.

29 de septiembre de 2011


Cristina se quedó paralizada en cuanto vio entrar a Salvador y Sebastián con Daniel en brazos, quiso moverse, correr hacia su hijo, gritar, pero su cuerpo no reaccionó. De inmediato, Karla se acercó a ella y la abrazó. «Perdón, perdón, perdón. Lo siento tanto», le susurró la periodista al oído. Aquella fue la primera vez que Cristina vio a Karla llorar, eso la hizo volver en sí, correspondió al agarre de la periodista y luego el nombre de su hijo salió de forma tenue de sus labios: «Daniel».

Salvador fue testigo de cómo Sebastián perdía la tranquilidad y entereza que lo acompañaron desde que dejaron atrás su hogar. En cuanto acostaron al chico en la cama, Sebastián se arrodilló a su lado y, desesperado, revisó sus signos vitales; los ojos se le iluminaron cuando puso los dedos sobre el cuello del chico y se dio cuenta de que todavía respiraba. «Daniel resiste, por favor, resiste», oyó Salvador a Sebastián implorar y después tomó al chico moribundo de la mano y se aferró a ella con vehemencia.

Segundos después, Salvador notó que Karla y la otra mujer que no conocía entraban a la habitación, la mujer rodeó la cama, se arrodilló y también tomó al chico de la mano y lloró sin contenerse, no guardó ni un solo sentimiento, sus alaridos hicieron temblar a los presentes. En ese momento, Salvador se encontró con la mirada de Karla, sus ojos estaban rojos e hinchados de tanto llorar, pero además tenía el rostro rojizo y con moretones, como si alguien la hubiese golpeado. Fue ella la primera en reaccionar, cuando la impresión la abandonó y la asimilación hizo su llegada, caminó deprisa hacia él y lo abrazó. «No tienes idea cuánta falta nos hiciste», le dijo Karla al oído y se aferró a él con más fuerza, no le pidió explicaciones, solo lo estrechó como si intentase corroborar que su mente no la engañaba.

—¡Daniel aún respira! —gritó Sebastián en cuanto el impacto del momento pasó—, ¡tenemos que llamar un doctor!

Desesperado, Sebastián salió de la habitación, pudieron escucharse algunos ruidos al fondo del pasillo, entonces vieron a Sebastián volver mientras cargaba lo que parecía ser un tanque de oxígeno, Salvador comprobó su teoría cuando vio a su compañero conectar la mascarilla que colgaba del tanque y colocársela al chico en la cama, luego volvió a aferrarse a su mano. Estaban en una casa de seguridad, tener tanques de oxígeno era parte del protocolo.

—Lo traje a la casa de seguridad porque creí que era lo mejor, no supe qué hacer —se disculpó Karla—. Quizá un hospital hubiese sido una mejor opción.

—¿Qué fue lo que le sucedió? —inquirió Salvador y se acercó al chico para revisar sus signos vitales, aunque con dificultad, aún respiraba, el recibir oxigeno de un tanque le estaba salvado la vida.

—Manuel... —dijo Karla

—¿Qué? —escudriñó Salvador, sorprendido.

—Sí, Manuel, tu hermano. Era el quien tenía en su poder a Daniel y el que le hizo esto —explicó ella entre lágrimas.

Salvador la miró y con un gesto le pidió que siguiese hablando.

—Es muy largo y difícil de explicar y Daniel necesita que hagamos algo por él —exclamó Karla, sus manos temblaban—, solo sé que Manuel inyectó un veneno en el cuerpo de Daniel que hace que sus vías respiratorias colapsen poco a poco, solo Manuel tenía el antídoto que podía salvarlo, pero él mismo se encargó de deshacerse de la sustancia. —La frustración que la periodista sentía la hizo llorar con vehemencia.

«Veneno», pensó Salvador y en su mente repasó las palabras que Karla acababa de decir. «Veneno», volvió a pensar y obligó a su memoria a hacer un viaje al pasado. Recordó aquellos días en los que el Chepe Arriaga, su padre, los llevaba a los sótanos en los que torturaba a sus enemigos y a las personas a las que necesitaba sacarles información. En ese lugar oscuro y maloliente, el Chepe los obligaba a aprender y replicar sus técnicas de tortura; las extremidades de Salvador temblaron ante las desagradables sensaciones que las memorias de ese pasado al que se vio obligado a volver, le trajeron.

Una sensación de nausea lo invadió, pero Salvador se obligó a respirar y, aunque volver al pasado era lo último que deseaba, se aferró a los recuerdos en aquel sótano. «Veneno», volvió a pensar. Hubo una ocasión en la que su padre mantenía recluido en aquel siniestro lugar a un colombiano, llevaban varios días interrogándolo pero el hombre no soltaba la lengua, entonces el padre de Salvador le encomendó a Manuel la tarea de capturar al hijo del hombre, habían obtenido sus datos más personales de las tarjetas que llevaba en la billetera cuando lo capturaron.

El Chepe habló a solas con Salvador y Manuel, al mayor le dio instrucciones precisas de lo que tendría que hacer: le entregó una botella que contenía un líquido transparente y una jeringa, luego le indicó a Manuel que en cuanto tuviese al hijo del colombiano en su poder, le esparciera el líquido de la botella en el oído y se lo trajese a la brevedad de regreso. Cuando Manuel se fue, con una sonrisa en el rostro, el Chepe le dijo a Salvador que lo acaba de darle a su hermano era un veneno hecho a base de fentanilo, el cual, al entrar al cuerpo, atacaba poco a poco las vías respiratorias hasta que estas colapsaban; las intenciones del Chepe eran que el colombiano viese a su hijo morir lentamente hasta que no le quedase otra opción que hablar para salvarlo.

Manuel, tan preocupado de quedar bien ante los ojos del Chepe para ganarse su respeto, cumplió al pie de la letra sus órdenes y un día después regresó con el hijo del colombiano y la jeringa vacía. El Chepe no se había equivocado, en cuanto el colombiano se dio cuenta de que su hijo, con cada segundo que pasaba, respiraba con mayor dificultad, terminó por soltar la lengua y le dio al padre de Salvador toda la información que quería mientras le imploraba que le pusiera el antídoto a su hijo, sin embargo, en cuanto el hombre habló, el Chepe lo asesinó a sangre fría y luego, con una sonrisa en el rostro, esperó a que el hijo del hombre dejase de respirar.

—Este antídoto me lo guardó para después que cuesta un ojo de la cara —había dicho el Chepe mientras observaba la diminuta botella de plástico.

—¿Quién te enseñó este método, papá? —lo cuestionó Manuel—, ¿dónde conseguiste ese veneno?

—Con mis socios los israelís —contestó el Chepe y palmeó la espalda de Manuel, reconociéndole el trabajo que hizo—. En 1999 intentaron asesinar a un líder opositor con este veneno, pero luego fueron chantajeados y obligados a entregar el antídoto. El líder opositor no murió, pero el veneno demostró ser una lenta y letal arma de gran utilidad.

Salvador dejó atrás sus recuerdos, miró a Daniel y se dio cuenta de que su respiración era casi inexistente, si no estuviese conectado a un tanque de oxígeno tal vez ahora mis estaría muerto, había que ver con suma atención su estómago para detectar algún movimiento. Salvador se paralizó durante algunos segundos, pero el llanto de la mujer que se aferraba a la mano del chico en la cama y las lágrimas que descendían por el rostro de Sebastián lo obligaron a reaccionar.

—¡Una computadora, necesito una computadora! —gritó Salvador y comenzó a dar vueltas alrededor de la habitación.

Karla y Sebastián lo miraron extrañados, no entendían su reacción ni el porqué, en ese momento que la vida de Daniel pendía de un hilo, Salvador hacía una exigencia de esa índole.

—¡Necesito una computadora! —volvió a gritar Salvador y, ante la nula reacción de Karla y Sebastián, salió de la habitación para buscarla por cuenta propia.

Llegó a la sala y vio el computador portátil que se encontraba sobre la mesa, se apresuró a llegar hasta ahí levantó la pantalla, se encontró con el inconveniente de que necesitaba una contraseña para entrar, pero Karla y Sebastián habían salido de la habitación tras él y de inmediato se colocaron a sus costados.

—¿Qué sucede, Salvador? —lo cuestionó Karla, aún extrañada por su actitud.

—La contraseña, ¿te la sabes? ¡Necesito la contraseña! —exclamó Salvador.

La periodista se inclinó sobre el computador y tecleó algunos números. En cuanto tuvo acceso, Salvador abrió la pestaña del internet, el nerviosismo que sentía podía apreciarse en la forma en la que sus pies y sus manos tamborileaban en el suelo y en la mesa, respectivamente. La venta se abrió y, de inmediato, Salvador comenzó a teclear: «Líder israelí, intento de asesinato con veneno en el oído», leyeron Sebastián y Karla lo que Salvador tecleó en el buscador, luego se miraron, sorprendidos.

Varios enlaces aparecieron en la pantalla y Salvador abrió el primero que encontró, una nota periodística se desplegó en el monitor y, con el dedo sobre los renglones, Salvador leyó tan rápido como pudo, pasó de un párrafo a otro, pero la información que buscaba no la encontró en esa nota. Se obligó a tranquilizarse, tomó un respiro profundo y cambió de página, volvió a repetir el ritual de búsqueda: leyó con el dedo sobre los renglones y párrafo a párrafo hasta que Sebastián y Karla notaron que se detuvo durante un par de segundos en un párrafo y renglón en específico.

—¡Naloxona! —gritó Salvador—, ¡tienen que ir a una farmacia y traer toda la Naloxona que sea posible!

Karla se puso de pie y corrió hacia la entrada principal para dar la orden a los policías del equipo de Ramírez de que trajesen lo que Salvador pedía.

—Sebastián si hay una tina de baño o cualquier cosa donde el chico en la cama pueda caber, necesito que la llenes con agua fría —continuó Salvador dando instrucciones—, el chico tiene una fiebre altísima y debemos cortarla. También voy a necesitar que muevan y utilicen todos los contactos e influencias que tengan para que contacten a la brevedad a la embajada israelí, en cuanto lo hagan díganles que necesitan el antídoto que salvó la vida de su líder en 1999 del veneno hecho a base de fentanilo, la Naloxona nos ayudará a retrasar los efectos, pero necesitamos el antídoto preciso.

En cuanto Salvador terminó con sus indicaciones, Sebastián corrió hacia el baño para llenar la tina con agua fría y Karla tomó la computadora que, antes uso Salvador, para buscar la información sobre la embajada israelí. En la habitación, Cristina no se separaba de su hijo, seguía aferrada a su mano y no podía dejar de llorar, sentía que le había fallado, que no hizo lo suficiente para protegerlo, la culpa la invadía porque fue ella quien orilló a Daniel a enlistarse en la policía, la que lo motivó a luchar junto a Ramírez, pero ahora le tocaba vivir en carne propia las consecuencias de la guerra y como en casi toda batalla perdida, los remordimientos eran sus peores verdugos.

Salvador y Sebastián entraron a la habitación y se dirigieron a la cama, Cristina se hizo a un lado para no estorbar, ya no tenía nada que recriminarles, ni a Sebastián ni a Karla ni a ningún miembro del equipo, había sido testigo de cómo todos pusieron su vida en riesgo para salvar la de su hijo, se sentía avergonzada por haberlos juzgado tan duro en el pasado. Cristina se retiró a un rincón y siguió llorando en soledad.

Con precaución, Sebastián cargó en peso a Daniel y Salvador se hizo cargo de trasladar el tanque de oxígeno al baño, tenían miedo de quitarle la mascarilla y que el chico dejase de respirar. Con sumo cuidado, entre ambos, le quitaron la playera y el pantalón, rotos y sucios, que Daniel llevaba puestos y luego lo cargaron de hombros y piernas para meterlo a la tina. A pesar de que llevaba la mascarilla de oxígeno puesta, lograron apreciar cómo el chico abría la boca en cuanto su piel hizo contacto con el agua, todo su cuerpo temblaba y, una vez adentro de la tina, utilizó las fuerzas que le quedaban para intentar hacerse bolita.

Sebastián comenzó a mojar el cuerpo del chico con un recipiente, sin embargo Salvador notó cómo sus manos temblaban y decidió relevarlo; del rostro de Sebastián descendieron un par de lágrimas y Salvador entendió por qué: el cuerpo del chico estaba lleno de cicatrices y moretones a causa de las torturas a las que seguro fue sometido, no sabía el motivo por el cual ese chico era tan importante para Sebastián, pero entendía que, en el pasado, debieron ser compañeros de batalla y el ver a quien fue tu compañero está cerca de la muerte representaba una situación que desestabilizaba a cualquiera.

Karla entró al cuarto de baño. «Tengo la Naloxona», dijo, agitada. Sebastián y Salvador asintieron, el primero se limpió las lágrimas para después sacar a Daniel de la tina en peso. En cuanto vio las cicatrices en su cuerpo, la periodista también hizo un puchero. Salvador se encargó de limpiar el cuerpo del chico con una toalla y volvieron a trasladarlo a la habitación. Karla lo tomó de la mano y le imploró al oído que luchara, que no se diese por vencido.

En cuanto volvieron a acostarlo en la cama, la periodista sacó el medicamento de la bolsa.

—Hay una versión inhalable y otra inyectable, los compañeros me trajeron ambas pero no creo que Daniel esté en condiciones de inhalar, creo que tendremos que ir por la segunda —explicó Karla, las manos le temblaban.

—Yo lo inyectó —dijo Cristina, abandonó el rincón en el que se había recluido y dejó de llorar, sacó el temple que necesitaba si quería salvar a su hijo.

Daniel fue inyectado y los presentes lo vieron retorcerse en la cama en cuanto la sustancia entró a su cuerpo.

—Tranquilos, es normal —explicó Salvador—, en media hora tendremos que inyectarle una dosis más, el veneno ha estado en su cuerpo por mucho tiempo. —Salvador apretó el hombro de Sebastián para hacerle saber que estaba ahí para él—. Si creen en Dios recen, recen para que esto funcione.

—Necesito llamar a Ramírez para explicarle lo que ha sucedido, vamos a necesitarlo aquí —dijo Karla mientras veía a Daniel retorcerse en la cama.


Denisse esperaba impaciente a que su padre saliera del reclusorio, quería bajarse de la camioneta, pero los hombres de seguridad no se lo permitían, miró el reloj en su muñeca y apretó los labios, había pasado ya casi una hora, «cinco minutos más y entro a buscarlo», pensó y su mirada se concentró en las puertas de metal a la distancia. De pronto, a los costados de donde estaban estacionados, llegaron seis patrullas y los rodearon. Denisse vio cómo el hombre de seguridad se llevaba la mano a la cintura para hacerse con su pistola, ella hizo lo propio, abrió la guantera y tomó el arma que guardaban ahí. Sin embargo, de la patrulla a su lado, bajó un hombre que conocía bien: el comandante Ramírez.

Intuitivo a lo que representaba que seis patrullas te rodeasen cuando se estaba en guerra, el comandante bajó de su patrulla con las manos en alto y, con cautela, caminó hacia la camioneta. «Soy el comandante Alejandro Ramírez y vengo porque Karla Irigoyen me ha informado de la situación». Apenas y Denisse escuchó el nombre de la periodista abrió la puerta y se bajó de la camioneta, los hombres de seguridad tras ella.

—Comandante, qué gusto me da saludarlo —dijo Denisse y le estrechó la mano—, no tiene idea de los esfuerzos que hicimos para intentar contactarlos, ¿ha dicho que Karla es quien le ha informado de la situación? ¿Entonces ella también está viva?

—Afirmativo a ambas preguntas —respondió el comandante—, pero yo también tengo unas cuantas: ¿cómo que Sebastián estuvo todo este tiempo en su rancho? ¡Y además junto con Salvador! ¿En qué momento Salvador regresó a México?

—Creo que todos tenemos mucho que contarnos, pero, comandante, ya habrá tiempo para eso. Ahora misma estoy preocupada, hace casi una hora que mi padre entró al reclusorio para visitar a Emiliano, pero no ha salido de ahí —explicó Denisse y se obligó a respirar con calma para que los nervios no la dominaran.

—No te preocupes que por eso estoy aquí —dijo Ramírez para intentar tranquilizarla—, Karla me dijo que Hilario podría necesitarme. Permanece en la camioneta que yo entraré al reclusorio y créeme, no voy a salir de ahí sin tu padre.

Denisse acató las instrucciones del comandante y volvió a subirse a la camioneta junto con los hombres de seguridad. Ramírez inició su camino hacia el reclusorio en compañía de cinco de sus elementos. Al intentar ingresar, uno de los guardias se interpuso en su camino, Ramírez sacó su placa y se la mostró al hombre.

—Soy el comandante Alejandro Ramírez y estoy a cargo de la seguridad del alcalde, Hilario Meléndez, estoy facultado por el presidente Fernando Castrejón para entrar al reclusorio y comprobar que mi protegido se encuentre bien.

El hombre lo miró de arriba abajo, Ramírez no se inmutó ni un solo instante, le sostuvo la mirada y su placa en alto, el guardia no tuvo más opción que hacerse a un lado. El comandante y sus elementos entraron al reclusorio, de reojo Ramírez vio que el hombre de seguridad avisaba de su llegada por el radio, aceleró el pasó. Para su sorpresa, se encontró con Hilario a las puertas de la entrada al edificio, estaba rodeado por tres celadores y por el director del penal.

—¿Qué sucede aquí? —preguntó Ramírez en cuanto llegó a la puerta.

—Estos hombres están reteniéndome en contra de mi voluntad —explicó Hilario, revolucionado, poco podía verse del hombre sereno que solía ser.

El director del penal sonrió.

—No estamos reteniéndolo —dijo y miró a Ramírez con displicencia—, es solo que don Hilario se portó mal dentro de la sala de visitas.

—¡Ya le dije que si tiene una orden de aprensión en mi contra me lo haga saber! —gritó Hilario, las manos le temblaban ante la impotencia que sentía.

—A mí también me encantaría ver esa orden de aprensión —dijo Ramírez con voz contundente.

—Ya le dije que don Hilario se portó mal dentro de la sala de visitas —insistió el director del penal.

—¿Pero cuál es el delito del que se le acusa? —cuestionó Ramírez, comenzaba a perder la paciencia—, ¿si sabe quién es el hombre a quien está deteniendo de manera arbitraria?

El director del penal no respondió, con una señal les indicó a sus hombres que se hicieran a un lado y él hizo lo propio.

—Esto lo va a saber el presidente Castrejón, créeme que no va a quedarse así —advirtió Ramírez y tomó a Hilario del hombro para ayudarlo a salir.

—¿Es una amenaza? —cuestionó el director del penal cuando se dieron la vuelta.

—Es una amenaza —respondió Ramírez y sonrió.

Ramírez notó que Hilario cojeaba al caminar, de inmediato lo obligó a detener su andar.

—¿Qué ha pasado ahí adentro, Hilario? —inquirió Ramírez y volvió a mirar a sus espaldas, el director del penal seguía observándolos.

—Nada que ahora mismo importe —respondió Hilario y volvió a andar—, estoy bien, pero agradezco mucho la ayuda recibida. Sé por qué ese hombre intentaba detenerme, Ramírez, tenemos que darnos prisa, debemos sacar a Emiliano de ahí, van a matarlo en la primera oportunidad que tengan.

—Sobre mi cadáver pasará eso, Hilario. —Ramírez volvió a tomar del hombro a Hilario y lo miró a la cara—. Tengo pruebas contundentes que podrían demostrar la inocencia de Sebastián, pero necesitamos ser cautos y actuar con inteligencia. A partir de ahora las cosas van a ponerse peor de lo que están, sin embargo, creo más que nunca que podemos lograrlo, vamos a demostrar la inocencia de Sebastián y vamos a sacar a Emiliano de ahí. En el pasado me equivoqué, creí que Emiliano era culpable, ahora mi perspectiva ha cambiado por completo, creo que el asesino de Alexander tiene mucho que ver con lo sucedido con Emiliano.

En cuanto los vio salir, Denisse se bajó de la camioneta y corrió para abrazar a su padre.

—No tenemos mucho tiempo y debemos llegar a la casa de seguridad y estoy seguro de que van a seguirnos, tendremos que dar varias vueltas en la ciudad para perderlos —dijo Ramírez y miró una vez más hacia el reclusorio—, súbanse a mi patrulla y que sus camionetas de seguridad nos sigan.


Daniel había dejado de retorcerse, aunque aún seguía apoyándose por el oxígeno, el chico respiraba y el tiempo que Manuel dijo que le quedaba de vida ya había pasado, al parecer la ayuda que le dio Salvador funcionaba. Karla miró el reloj, preocupada, hacía casi una hora desde que llamó a Ramírez u aún no llegaban a la casa; para lidiar con la tensión decidió dejar a Daniel al cuidado de Cristina y salió a la sala para encontrarse con Salvador y Sebastián, ambos llevaban ahí varios minutos, en pocas palabras le contaron lo sucedido con el chico que Salvador rescató en Rusia, los dos se encontraban frente al computador tratando de seguir el rastro de ese chico a través de las cámaras en la ciudad.

La periodista iba a sentarse al lado de ambos, pero en ese momento la puerta principal se abrió y vio a Ramírez entrar, Hilario y Denisse tras él. Apenas y la hermana de Sebastián la reconoció, corrió hacia ella y le dio un fuerte abrazo, ambas habían forjado una estrecha amistad. Los ojos de Karla vieron algo inusual, el comandante Ramírez se apresuró a caminar hacia Salvador y también le abrazó con entusiasmo, luego le dijo algo al oído que nadie logró escuchar. A Sebastián, de igual forma, lo rodeó con sus brazos, pero, a diferencia de Salvador, a él le habló fuerte y claro: «Lograste sobrevivir, nunca me decepcionas».

—¿Por qué tardaron tanto? —los cuestionó Karla.

—Algunos problemas en el reclusorio —respondió Ramírez—, tuvimos que dar unas cuantas vueltas por la ciudad y cambiar de vehículo porque teníamos a algunas ratas persiguiéndonos, pero todo está solucionado. Ahora no hay tiempo que perder, he contactado con la embajada israelí como me lo has pedido en la llamada, hay una ambulancia afuera que trasladará a Daniel y un médico de mi entera confianza trabajará en el antídoto. Voy a poner a seis patrullas y más de treinta elementos a cuidar ese hospital.

Dos paramédicos entraron a la casa con una camilla, minutos después sacaban a Daniel. Antes de que se lo llevaran, Karla y Sebastián se acercaron y se despidieron de él con un beso en la frente.

—Cristina, cuida a ese muchacho, de mi parte tendrás todo el apoyo, Daniel tiene que sobrevivir —le dijo a Ramírez, ella asintió y se subió a la ambulancia junto con su hijo.

Apenas y la ambulancia se fue siendo escoltada por las patrullas, el comandante se sacó una USB de entre sus genitales y deprisa la conectó al computador. Los presentes rodearon la mesa para ver el monitor.

—Lo que voy a mostrarles —explicó Ramírez—, son quizá las pruebas fehacientes de la inocencia de Sebastián, mi contacto en fiscalía ha logrado conseguir las grabaciones que casualmente desparecieron la noche del asesinato de Alexander.

Todos miraron a la pantalla, expectantes.

—Como podrán ver a continuación —prosiguió Ramírez con su explicación—, en estas grabaciones se ve entrar a Alexander al salón de embajadores, posteriormente se ve entrar a Sebastián y luego lo que ya todos vimos: Fátima Carvajal llegando y a Sebastián saliendo del salón con pistola en mano y manchado de sangre. —Todos asintieron, atentos a los detalles—. Las grabaciones que estaban "perdidas" —continuó Ramírez—, eran de algunas horas antes de que Alexander entrara al salón. Bien, pues aquí las tengo.

»Pueden darse cuenta de que muchas personas entran y salen en ese tiempo, todo normal hasta ahí, quien entra al salón luego sale, pero la cosa cambia cuando Fátima Carvajal, quien curiosamente fue la que descubrió a Sebastián en el acto, entra al salón de embajadores en compañía de seis policías, todos encapuchados. Al celebrarse el grito de independencia se supone que deben revisar que las cosas estén en orden, Fátima hizo esas labores durante la tarde, está ahí todo bien. La cosa cambia cuando Fátima Carvajal sale del salón de embajadores, si prestan atención a los detalles lo notarán: Fátima entró al salón en compañía de seis policías, pero, minutos después, sale del salón solo en compañía de cinco elementos, y pueden ver las grabaciones segundo a segundo y repetirlo cuantas veces quieran, pero el sexto policía nunca sale del salón.

Un silencio abrumador se apoderó de la sala en la que analizaban las grabaciones. Sorprendidos, unos miraban a otros y luego volvían a concentrarse en las imágenes en la pantalla. Ramírez fue mostrándoles plano a plano hasta que Alexander entra al salón. Luego adelantó el vídeo hasta la parte en la que el cuerpo de Alexander es descubierto y la policía y los peritos entran al salón.

—Y aquí está la otra parte interesante —retomó Ramírez su explicación—, junto con los peritos entran ocho policías, están ahí durante un largo rato haciendo su trabajo, vuelven a salir los peritos y los ocho policías con el cuerpo de Alexander, un par de minutos después sale un policía en completa soledad, sí el policía que nos faltaba y nunca salió.

—Entonces el verdadero asesino de Alexander entró y salió como si nada frente a las narices de todos —exclamó Denisse, sorprendida.

—Pero... Alexander y yo estábamos solos ahí —dijo Sebastián, confundido—, ahí no había nadie más, nadie.

—Eso creíamos todos, Sebastián, pero las coincidencias no existen, esa parte de las grabaciones se "desapareció" porque muestra algo que no querían que viéramos —dijo Ramírez, luego tomó a Sebastián de la mano—, perdón por haber dudado de ti, pero quien hizo esto en verdad sabía lo que hacía.

—¡Un escondite! —gritó Salvador—, seguro en ese salón hay un escondite.

—Castrejón nunca mencionó nada —expresó Sebastián, todavía confundido.

—Seguro ni el mismo Castrejón lo sabe —dijo Ramírez.

—Fátima Carvajal —dijo Karla por su parte—, entonces la clave está en esa mujer.

—Bingo, Karlita, tú siempre tan intuitiva. —Ramírez se puso de pie y le palmeó la espalda—. Tenemos que ser muy cautos con esto, yo no puedo poner en riesgo a mi contacto en fiscalía, ahora mismo es el mejor aliado que tenemos. No podemos hacer público esto hasta que sepamos qué hay detrás.

—Por lo que se ve en las grabaciones, claramente es un hombre quien está debajo del uniforme de policía —dijo Karla, analítica.

—No es muy alto y aunque es delgado no tiene un cuerpo del todo atlético —contribuyó Salvador con el análisis.

—Pero nunca se le ve la cara —contribuyó Hilario al análisis—, el pasamontañas, el casco y los lentes lo encubren muy bien.

—Debemos analizar cuadro a cuadro, pixel a pixel, movimiento a movimiento —dijo Karla y pidió a Ramírez que le permitiese tomar el control de la computadora.

—Comandante, yo quiero pedirle otro favor. —Salvador se acercó a Ramírez—. Hay un chico que ayudé a escapar de Rusia y lo traje a México conmigo, pero ahora mismo está en peligro y quiero pedirle su ayuda para encontrarlo.

—Cuenta con ello, pero antes todos debemos sentarnos y ponernos al tanto de lo que ha sucedido, si queremos ganar esta guerra debemos estar en sintonía —expresó Ramírez y miró a cada uno a la cara.

Todos los presentes se sentaron alrededor del comedor, el comandante fue el primero en tomar la palabra:

—Salvador, Hilario,Denisse, sean bienvenidos a Rosa Blanca.

Hola, mis estimados.

No quería que se terminara la semana sin publicar un nuevo capítulo.

¡Estamos en el clímax de la historia y cada vez más cerca del final!

En este capítulo Salvador ha vuelto a hacerlo honor a su nombre, ¿quién diría que las horribles torturas del Chepe servirían de algo?

Se ha descubierto algo que ya se sabía: Alexander y Sebastián no estaban solos en ese salón. ¡Estamos muy cerca!


Nos leemos muy pronto.

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