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14 días después.

29 de septiembre de 2011


Karla se sumió en el tumultuoso tráfico de la capital y, desesperada, miró la hora en la parte superior de la pantalla del celular; hacía más de cuarenta minutos que Ramírez y ella se habían separado, él para reunirse con su contacto en la fiscalía, ella para intentar encontrar a Daniel.

La periodista miró el otro extremo de la pantalla y se dio cuenta de que solo le quedaba el ocho por ciento de batería, maldijo entre dientes y bloqueó el teléfono con la esperanza de que la vida del celular se alargara un poco más. De pronto, su cuerpo comenzó a cobrarle los estragos de la intensidad a la que lo sometió los últimos días: sentía que alguien había partido en dos su espalda y sus piernas y los parpados se le cerraban cada cierto tiempo, a pesar de la insisten de su comandante, Karla había dormido poco durante el trayecto de regreso, las preocupaciones no se lo permitieron.

Agradeció que no fuese ella quien manejaba y se permitió cerrar los ojos durante algunos minutos, Karla iba en el asiento del copiloto en compañía de cinco elementos más, tras ellos otra patrulla con la misma cantidad de personas a bordo los escoltaba y acompañaba; en las profundidades de la sierra perdieron a una buena cantidad de elementos, rosa blanca debía reestructurar su equipo, eso era primordial, Ramírez se encargaría de ello en cuanto atendiera la cita con su contacto.

Los minutos de tranquilidad de Karla se vieron interrumpidos cuando el celular en su mano vibró con insistencia, sobresaltada, se enderezó en el asiento y miró la pantalla, la llamada provenía de un número desconocido, luego de reflexionarlo un par de segundos decidió contestar y llevarse el celular al oído.

—¿Karla, eres tú? —preguntó con discreción una voz al otro lado del teléfono.

Al reconocer la voz, Karla espabiló de inmediato, quiso decir algo, pero las palabras se quedaron atoradas en sus cuerdas vocales. Tras un par de segundos de silencio ante el impacto, Karla se obligó dejar atrás la conmoción.

—Daniel... —articuló ella con voz entrecortada—, ¿eres tú?, ¿cómo te encuentras?

—Sí, soy yo y necesito verte, necesito tu ayuda. —Daniel se escuchaba perturbado al otro lado del teléfono—. Tengo miedo de moverme y que ellos me atrapen.

—¿Ellos quiénes? ¿Dónde estás, Daniel? —interrogó Karla con deseperación.

—¿Sebastián está contigo? —inquirió él, e ignoró las interrogantes de su compañera.

—No... Sebastián no se encuentra conmigo —respondió Karla y tomó con fuerza el celular entre sus dedos—. ¡Pero dime dónde estás! ¿Qué ha pasado, Daniel?

—Karla, tengo mucho miedo.

—Lo sé y lo entiendo, Daniel, pero necesito, por favor, que me digas dónde estás.

—Estoy en la carretera que va de Valle de Bravo a la Ciudad de México.

—¿Puedes decirme aproximadamente en qué Kilometro?

—Entre el treinta y dos y el treinta y cuatro, más o menos. —La voz de Daniel era un hilo que estaba a punto de romperse.

Karla guardó un silencio reflexivo durante algunos segundos para analizar lo que sucedía, no podía dejarse llevar por sus emociones.

—Daniel, ¿te encuentras bien?, ¿de dónde me estás llamando? —interrogó Karla con la intención de recabar más información.

—No tengo muchas fuerzas... —expresó Daniel, tuvo que tomarse un respiro para que su voz no se quebrase—, no sé cuánto tiempo pueda resistir. Estoy en una gasolinera, le he pedido el celular a uno de los empleados.

—Daniel, escúchame bien, por favor: tienes que ser fuerte, tienes que resistir, tienes que luchar. Resguárdate, escóndete, has lo necesario, pero resiste. Tardaré cerca de una hora o más en llegar, quisiera hacerlo más pronto pero mis circunstancias no me lo permiten. ¡Resiste, Daniel, por favor, resiste!

Lo último que Karla escuchó fue el sollozo de su amigo, luego él terminó con la llamada. El tráfico en la capital se volvió de pronto más denso. Un ataque de pánico estuvo a punto de dominar a la periodista, quiso abrir la puerta del carro y correr, pero se obligó a respirar, lento y profundo, para imponerse a la desesperación que quería apoderase de su cuerpo. Un montón de preguntas atacaron su mente, ¿cómo Daniel volvió a llegar a Valle de Bravo? ¿Acaso las pistas que los llevaron a buscarlo en las profundidades de la sierra madre occidental, habían sido equivocadas? ¿A quiénes se refería Daniel cuando decía que tenía miedo de que volviesen a atraparlo? ¿Cómo logró escapar de ellos?

El sonido y las vibraciones del celular volvieron a sacar a Karla de sus pensamientos, atendió la llamada de inmediato, sin ni siquiera ver el número del que procedía, creyó que volvería a tratarse de Daniel. Sin embargo, al instante se dio cuenta de que quien llamaba no era Daniel, sino Cristina, la madre de su amigo.

—Karla, ¡Daniel me ha vuelto a llamar hace unos minutos! —informó la mujer, desesperada, al otro lado del teléfono—, le he dado tú último número de seguridad, no quería llamarte por si él lo hacía la línea no estuviese ocupada, pero la desesperación me ganó y creí que sería oportuno informarte.

—Sí, he hablado con Daniel hace unos minutos, Cristina —le dijo Karla en un intento de darle un poco de tranquilidad—, hiciste bien en darle mi número de seguridad, ahora mismo voy hacia dónde me indicó que se encuentra.

—¿Pero qué te ha dicho, Karla? A mí no dijo nada, solo me pidió el número con desesperación y en cuanto se lo di, dijo: «Mamá, te quiero», y luego colgó.

—No voy a mentirte, Cristina. Daniel no escuchaba para nada bien, también estoy preocupada, pero intentaré llegar a él y ponerlo a salvo, espero hacerlo a tiempo.

—¡Karla, tienes que rescatar a mi hijo, por favor, te lo pido por favor! —Esas fueron las últimas palabras que Karla logró escuchar antes de que el celular perdiera la batería y se apagase por completo.

Tras más de cincuenta minutos de embotellamiento, la patrulla en la que Karla viajaba logró dejar atrás el turbulento tráfico de la ciudad y, el elemento que conducía, tomó la autopista a toda la velocidad que el acelerador le permitió: «Valle de bravo, siga de frente», leyó Karla el letrero y el nerviosismo que sentía hizo que sus manos comenzaran a temblar, como reflejo, jugueteó con los cierres del pantalón de su uniforme para intentar disipar los pensamientos intrusivos. Cuando leyó a la orilla de la carretera: «Kilometro 32», la periodista dejó de jugar con los cierres y tomó entre sus manos el fusil que la acompañaba desde que estuvo en las profundidades de la sierra.

A la distancia, logró apreciarse la gasolinera que Daniel había mencionado en su llamada, era la única en más de diez kilómetros, no podían equivocarse. La soledad que se apreciaba en la carretera y en el establecimiento de combustible hizo a Karla temblar, su compañero disminuyó la velocidad y se acercó con precaución. Con la mano, la periodista les dio la señal a los elementos que la acompañaban de que resguardasen dentro de la patrulla hasta que notaran algún movimiento.

Pasaron cinco minutos de absoluta calma, Karla comenzaba a creer que se encontraba en el lugar equivocado cuando, del fondo de la gasolinera, vio una silueta que reconoció al instante trastabillar hacia las patrullas. La periodista abrió la puerta y dio la orden de que la siguieran; a través del radio, el elemento que conducía les dio la orden a sus compañeros de la patrulla tras ellos que se bajaran y formasen una barrera alrededor de Karla.

Casi arrastrándose, Daniel logró llegar hasta donde los policías formaron el perímetro. Cuando lo vio de cerca, Karla quiso salir de la barrera humana que la protegía para ayudar y abrazar a Daniel, sin embargo, se contuvo, sabía que era su obligación ser prudente.

—¡Manos arriba! —le gritó a Daniel el elemento que se encontraba al frente.

Como pudo, el chico levantó las manos, lo que ocasionó que la escueta playera de tirantes que llevaba encima se le levantara dejando al descubierto las marcas y los moretones de la violencia a la que había sido sometido. Cuando se dieron cuenta de que, en apariencia, Daniel iba desarmado, Karla dio la señal para que cuatro de los policías se acercasen a él para hacerle una inspección más profunda. Con precaución, los hombres se acercaron a él, le pidieron que colocara las manos a su espalda, luego, lo ayudaron a ponerse de pie y lo inspeccionaron de pies a cabeza.

—¡Está limpio! —gritó uno de los elementos.

Entonces Karla dejó atrás la barrera humana y corrió hacia Daniel para abrazarlo; él chico la estrechó con las fuerzas que le quedaban y ella correspondió con el mismo ahínco. El olor que Daniel desprendía casi hizo a Karla volver el estómago, seguro llevaba varios días sin ducharse, pero además, era como si su cuerpo estuviese pudriéndose. La periodista quiso desprenderse de él para mirarlo a los ojos, sin embargo Daniel la estrechó con más fuerza y luego, con voz entrecortada, le susurró al oído:

—Perdóname, Karla, por favor perdóname. —Un sollozo vino después—. Luché, en verdad luché, fui tan fuerte como pude, pero me rompieron, él me rompió. ¡No quiero morir, Karla, no quiero morir!

—¿Qué pasa, Daniel? —inquirió Karla y volvió a estrecharlo con fuerza.

No necesitó una respuesta, de inmediato lo entendió: de la parte trasera de la gasolinera, un ejército de hombres vestidos de militares hizo acto de presencia con fusiles en mano. Karla miró de reojo hacia atrás y se dio cuenta de que más sicarios salían de entre los árboles al otro lado de la carretera. Los elementos que la acompañaban quisieron actuar, pero ese cuarenta contra doce les dejaba claro que no tendrían muchas opciones de victoria. Karla se desprendió de Daniel y se encontró con sus ojos, un brotón de lágrimas escurrían por sus mejillas. «Perdóname», volvió a decirle él en un susurro.

Los sicarios se acercaron a ellos a gran velocidad, dos de los elementos que acompañaban a Karla quisieron reaccionar, pero ella, con la mirada, les pidió que no intentaran nada: era una batalla pérdida. Con atención, Karla analizó los uniformes de los hombres que los emboscaron, a primera vista podía creerse que eran militares, sin embargo ella sabía que no era así, tenían estudiados a cada bando, esos eran hombres del cartel del norte.

Sin contemplaciones, los sicarios sometieron de rodillas en el suelo a los elementos que acompañaban a Karla, los desarmaron y obligaron a poner las manos sobre la cabeza. A ella no la sometieron como a sus compañeros, solo la desarmaron y dos hombres la tomaron de los brazos, uno de cada lado. Otro más tomó a Daniel del brazo y lo obligó a arrodillarse, no fue necesario que el sujeto utilizara demasiada fuerza, bastaba mirar a Daniel para darse cuenta de que en cualquier momento iba desvanecerse.

Cinco hombres más salieron de los baños de la gasolinera, cuatro iban vestidos de militares, el otro debía ser el empleado del establecimiento, su uniforme grisáceo así lo hacía ver. Uno de los militares caminó al frente con los otros dos a su lado, como si lo protegieran, el otro estrujo al empleado para que caminara tras ellos. En un principio, quizá debido al uniforme, Karla no logró reconocerlo, pero conforme la distancia se hacía cada vez menor, supo que tenía frente a ella al hombre que diecisiete años atrás le había arruinado la vida, pero que, de forma contradictoria, también la había salvado: Manuel Arriaga.

El líder del cartel del norte se paró a un par de metros frente a ella y le dedicó una de sus sonrisas cínicas, el rostro de la periodista se contrajo, sus pulsaciones se aceleraron a ritmos insanos, sentía que en cualquier momento su corazón sería capaz de atravesarle el pecho. Se obligó a volver a respirar para intentar aplacar la ira que corrió por sus venas. Karla no desvió la mirada, al contrario, sus ojos actuaron como balas, lo miró con firmeza; la sonrisa en el rostro de Manuel se amplió.

—Sabía que más temprano que tarde tú y yo volveríamos a vernos las caras —dijo Manuel y dio un par de pasos hacia el frente.

Tal y como lo hizo aquella vez que Manuel se encargó de darle paz y destrozarle la vida por igual, cuando la llevó hasta la fosa en la que los restos de su hermano se hicieron polvo, Karla le escupió a la cara a Manuel, él frunció el gesto y se limpió los restos de saliva con la manga de su uniforme, luego, sin contemplaciones, dio una cacheta a Karla que le hizo girar el rostro y enrojeció su mejilla, Daniel se restregó en el suelo ante la impotencia que sentía, las lágrimas no paraban de descender a brotones por sus mejillas.

El furor que corría por las venas de la periodista aumentó después de la bofetada, Karla no se intimidó y volvió a mirar a Manuel con desprecio, esta vez fue ella quien sonrió; esa sonrisa descolocó a Manuel, no podía negar que la forma en la que Karla no se intimidaba ante él, lo exasperaba.

—¿Por qué será que no me sorprenden tus acciones cobardes, Manuel? —clamó Karla y se carcajeó—, dos de tus guarros tienen que estar deteniéndome para que tú puedas golpearme, agradece que no puedo defenderme, de los contrario ya te habría sacado los ojos.

La sonrisa en el rostro de Manuel se borró, Karla logró apreciar en su mirada que la frustración por no poder doblegarla comenzaba a dominarlo; ante eso, Manuel hizo lo que mejor sabía hacer para apaciguar sus frustraciones, se dio la vuelta y caminó hacia el empleado de la gasolinera, lo tomó del cabello y, sin contemplaciones, le metió un tiro en la sien, el hombre cayó al suelo, ya sin vida, y un charco de sangre se formó a su alrededor. El corazón de Karla se estrujó y cerró los ojos un par de segundos, Manuel volvió a sonreír, ambos se conocían bien y sabían cómo lastimarse.

Karla intuyó lo que pasaría a continuación, Manuel caminó hacia las espaldas de la periodista; con un nudo en la garganta, Karla escuchó los once disparos siguientes, una lágrima estuvo a punto de escapar por su mejilla cuando pensó en sus compañeros, pero apretó los dientes y la mandíbula y evitó a toda costa llorar. Manuel volvió a pararse frente a ella, algunas gotas de sangre habían salpicado su rostro.

—¿Qué pasó con esa sonrisa tan bella?, —inquirió Manuel, burlesco, y la tomó de la barbilla—, ya no la veo por aquí.

La periodista le sostuvo la mirada, el odio con el que lo miró provocó un escalofrío en la columna vertebral de Manuel.

—Compadre, esto no tarde en llenarse de guachos y federales —intervino Víctor, la mano derecha de Manuel—, no estamos en nuestra zona, tenemos que irnos ya.

Manuel asintió.

—¿Qué crees, preciosa? Tendrás que venir con nosotros. —El líder del cartel del norte acarició la mejilla de Karla—. ¡Acerquen las camionetas! —ordenó.

Un convoy de diez vehículos llenó el estacionamiento de la gasolinera, se encontraban escondidos detrás del establecimiento y entre los árboles al otro lado de la carretera. Los sicarios de Manuel subieron a los autos con una velocidad coordinada, a Karla la arrastraron hacia el mismo vehículo que Manuel; no obstante, cuando la periodista notó que dejaban a su amigo en el suelo, opuso resistencia a subirse, intuyó que algo andaba mal.

—¡No pienso ir a ningún lado sin él! —increpó Karla y se dejó caer al suelo—, ¡mátame si quieres!

Manuel sonrió y, con paciencia, miró el reloj en su muñeca.

—No entiendo por qué te preocupas en salvarlo si fue él quien me ha entregado tu cabeza.

—En efecto, Manuel, el valor de la amistad y cariño sincero es algo que jamás podrás entender.

—Siempre has sido una sentimental, Karla. —Manuel se carcajeó—. Han pasado cuarenta y dos horas, a tu amiguito le quedan cuatro horas de vida, seis si somos optimistas —informó Manuel con una frialdad que provocó que el nudo que Karla tenía en la garganta se hiciera más áspero.

—¿A qué te refieres? —cuestionó Karla aún de rodillas.

—Por la sangre de tu amigo corre un veneno que está haciendo que sus pulmones y vías respiratorias colapsen poco a poco, ¿y qué crees? Soy el único que tiene el antídoto, ¿y qué otra cosa crees? Tu amiguito me mintió y yo aborrezco a los pinches mentirosos. Despídete de él que el cabrón hasta aquí llegó.

—Escucha bien, Manuel —amenazó Karla, su voz era tan áspera que sentía que sus palabras cortaban su lengua al salir—, vas a ponerle a mi amigo ese antídoto porque créeme, si él muere, yo voy a morir junto con él, no importa las torturas a las que me sometas, no importa lo que trates de hacer: ¡No voy a hablar! A diferencia de ti, yo ya no tengo nada que perder.

Manuel la miró en un silencio reflexivo, en el fondo admiraba su gallardía, pero a la vez repudiaba ese desprecio con el que lo miraba; era consciente de que la periodista hablaba con toda sinceridad, iba luchar, y no hablar podía ser su mejor arma en estos momentos. No entendía del todo por qué, pero sentía que estaba en deuda con ella, apretó los labios y tomó un respiro, luego asintió.

—Bien, bien, bien —dijo y sonrió—, vamos a jugar un rato: tictac, tictac, tictac. Súbanlo en una de las camionetas.

Casi a rastras los subieron a ambos y dejaron atrás la gasolinera.

Luego de manejar por cerca de diez minutos, se perdieron en la zona boscosa de la carretera, ahí llegaría un helicóptero que recogería a Manuel para llevarlo a una pista clandestina de aterrizaje en Guanajuato donde tomaría una avioneta que lo llevaría de vuelta a las profundidades de la sierra madre occidental, su zona de confort, por supuesto que se llevaría a Karla con él.

—El helicóptero tardará poco más de veinte minutos en llegar —informó Víctor.

Con una señal, Manuel dio la indicación para que sus hombres bajasen a Karla y a Daniel de los vehículos. Los sicarios los echaron hacia afuera a empujones, Daniel cayó sin fuerzas al suelo y Karla se apuró a ir con él para sostenerlo, apretó su mano con fuerza y le susurró al oído: «Daniel, lucha, no dejes de luchar».

Manuel se bajó del auto y su sonrisa cínica curvaba sus labios como de manera habitual, estiró sus extremidades y miró a la periodista; despacio se acercó a ella y buscó sus ojos, luego estiró la mano y Víctor se acercó a él con un maletín, de ahí sacó una un líquido resguardado en una botella transparente de plástico, se lo entregó a Manuel y este lo alzó a la altura de su vista para analizarlo.

—Karlita, te dije que íbamos a jugar —exclamó Manuel y la sonrisa en su rostro se amplió—. Esto que tengo en mis manos es al antídoto que puede salvar a tu amigo, ¿y qué crees? De ti y solamente de ti dependerá que él se salve o no. —Una vez más Manuel se carcajeó—. Alardeas mucho sobre tu valentía y fuerza, dijiste que si tuvieras la oportunidad me sacarías los ojos, pues bien, a mí me gusta dar oportunidades a las personas. Voy a meter esta botellita en la bolsa de mi pantalón, si tú logras someterme y quitármela, es toda tuya.

De inmediato, Karla se puso de pie.

—¿Cómo sé que lo que está en esa botella es el antídoto? —cuestiono Karla y le lanzó a través de sus ojos todo el odio que fue capaz.

—Tendrás que confiar en mi palabra —respondió Manuel mientras metía la botella a su pantalón y la aseguraba con el cierre.

—Tu palabra no tiene demasiado valor para mí.

—No tienes más opción que confiar, tienes quince minutos antes de que el helicóptero llegue.

Apenas y Manuel dijo la última palabra, Karla se lanzó sobre él, el mejor ataque es la sorpresa, la afirmación quedó comprobada cuando el líder del cartel del norte se quedó pasmado por un par de segundos ante la velocidad de la periodista. Manuel no había puesto reglas de combate así que Karla se fue con una patada directa sus genitales, sin embargo, en el segundo que Manuel logró reaccionar, desvió la cintura y el pie de Karla impactó en su muslo, eso fue suficiente para hacerlo trastabillar, ella lo aprovechó y se abalanzó sobre él con toda su corpulencia haciéndolo caer al suelo.

De inmediato, Karla comenzó a lanzarle puñetazos en el rostro, los sicarios que observaban la pelea, expectantes, lanzaron una sonora bulla. «Bien, la he subestimado», pensó Manuel, y con todas sus fuerzas, tomó las manos de la periodista para que dejase de golpearlo e intentó darle la vuelta, pero Karla puso resistencia; mientras ella intentaba zafarse de su agarre, él aprovechó para subir la rodilla y golpearla en el estómago, el que fuese diez doce centímetros más alto y pesara al menos quince kilos más, lo ayudó en su propósito. La periodista soltó un quejido ante el golpe y Manuel la empujó hacia arriba y luego se giró, tan rápido como le fue posible, se montó sobre ella, sin embargo, en el transcurso, Karla logró liberar su mano derecha y, sin contemplaciones, encajó sus uñas en el rostro de Manuel, quiso llegar al ojo, pero la diferencia de estaturas no se lo permitió; Manuel soltó un bramido y se hizo hacia atrás con la intención de zafarse, pero Karla se aferró a su piel con vehemencia. «¡Buen intento, preciosa!», le gritó él y, con su mano, se extendió para darle un puñetazo, luego hizo un movimiento rápido, desencajó la pistola que llevaba en la cintura y apuntó hacia la frente de la periodista.

Los primeros disparos tomaron a todos por sorpresa, aturdida y desde el suelo, Karla logró apreciar como los sicarios de Manuel caían uno a uno al suelo. Atónito, Manuel se obligó a reaccionar y se quitó de encima de Karla para rodar por el suelo hasta quedar pecho tierra. La periodista hizo lo mismo, se giró y se llevó las manos a la cabeza, luego cerró los ojos.

El intercambio de disparo continuó, Karla apretó sus parpados y su nuca con fuerza, logró escuchar el rugido de algunos motores y llantas patinar; fue hasta cinco minutos después que las balas dejaron de estallar que se atrevió a abrir los ojos y enderezar la cabeza. Confundida, miró que a su alrededor había decenas de cuerpos en el suelo, sin embargo estaba tan aturdida, que no logró discernir detalles precisos.

—Manuel Arriaga, siempre supe que eras un maldito cobarde, pero jamás me imaginé que llegarías al nivel de golpear a una mujer —dijo una voz que Karla reconoció al instante y que la motivó a darse la vuelta y enderezar la cabeza.

Logró distinguir a Willy a la distancia, tenía a Manuel arrinconado en el tronco de un árbol y le apuntaba con una metralleta al pecho. Todavía aturdida, Karla se puso de pie y utilizó las fuerzas que le quedaban para localizar a Daniel, pensó lo peor. Dio uno, dos, tres giros desesperados hasta que se obligó a sí misma a tranquilizarse. Analizó el entorno con calma y descubrió que un par de hombres que vestían chamarras negras de piel y pantalones de mezclilla, lo tenían arrinconado en un árbol como Willy tenía Manuel. De inmediato trastabilló hacia él, pero tuvo que detenerse de golpe cuando sintió que la boquilla de una metralleta hacía presión contra su espalda, luego un par de manos la tomaron de los brazos y la arrinconaron en el mismo árbol que a Daniel.

Desde ahí, Karla logró ver cómo Willy obligaba a Manuel a ponerse de rodillas, pero antes de que lo sometieran por completo, el líder del cartel del norte hizo la última de sus canalladas: sacó la botella de la bolsa de su pantalón y la apretó en su mano con todas sus fuerzas hasta que el líquido se derramó entre sus dedos, luego miró a Karla, le sonrió y le lanzó un beso; segundos después, los hombres de Willy estrellaron su rostro contra el suelo terroso y amarraron sus manos a su espalda con vehemencia.

Cuando estuvo asegurado, Willy caminó hacia donde se encontraba Karla y, durante un par de minutos la miró en silencio.

—He visto todo lo que sucedió —le dijo Willy mientras la miraba a los ojos—, no me equivoqué contigo, eres una mujer leal y valiente, solo te subestimé. —El dirigente de la DEA extendió su mano y uno de sus hombres le dio unas llaves—. Esto lo hago por nuestro pasado, y porque gracias a ti ahora tengo a Manuel Arriaga en mi poder, hasta aquí estamos a mano.

Willy le tendió las llaves y le señaló uno de los carros en los que la gente de Manuel se transportaba, Karla lo entendió de inmediato y mientras apretaba los dientes para mitigar el dolor que sentía, se puso de pie, utilizó las fuerzas que le quedaban y levantó a Daniel hasta que, entre trastabilleos, logró subirlo al carro. Apoyándose en las orillas, la periodista se dio la vuelta y lo echó a andar.

—Ay, Manuelito, cuántas cuentas pendientes tenemos tú y yo —escuchó Karla decir a Willy, esperaba que el dirigente de la DEA le hiciera pagar a Manuel todas las que debía, se tomó un par de segundos para analizar los signos vitales de Daniel, apenas y respiraba. El sonido de un helicóptero se escuchó rondar por el cielo, no miró a sus espaldas, pisó el acelerador hasta el fondo para dejar atrás la zona boscosa que la rodeaba. 

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