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13 días después.
28 de septiembre de 2011
Ante la desesperación de no poder hacer nada, Salvador comenzó a explorar cada rincón del refugio que los padres de Sebastián construyeron para resguardarlo. Debajo de la escalera encontró varias cajas de madera, con curiosidad, Salvador se sentó en el suelo y sacó uno a uno cada baúl para husmear qué había en ellos. Desde el sillón, con una sonrisa genuina, Sebastián observaba a su compañero de desgracias entretenerse como si fuera un niño aburrido.
Salvador puso la primera caja frente a él y, emocionado, la destapó. Curioso metió la mano y de ahí sacó un carrito rojo de juguete, lo alzó a la altura de sus ojos para analizarlo mejor, se dio cuenta de que se trataba de cochecito viejo, había partes descarapeladas por el paso de los años y también le faltaban un par de llantas. Salvador puso el juguete en el suelo y siguió con su inspección, se encontró con un montón de monos de plástico que eran luchadores, el paso de los años los dejó despintados de varias partes, pero aún podían apreciarse los detalles de las máscaras en los rostros de plástico e incluso algunos conservaban sus capas.
La sonrisa en el rostro de Sebastián se amplió y, con discreción, se levantó del sillón para caminar hacia la escalera. Salvador se encontraba tan concentrado que cuando enderezó la mirada y se dio cuenta de que su compañero estaba de rodillas a su lado, se sorprendió. Sin decir palabra alguna, Sebastián tomó uno de los monos de la caja, el que en el pasado fue Blue Demon, y lo tentó y miró con melancolía, no dejó de sonreír. Todavía en silencio, ambos curiosearon, en esa primera caja encontraron una colección de animales de granja y más carritos de distintos tamaños y colores.
—Son mis juguetes —dijo de pronto Sebastián—, los juguetes de mi infancia.
Una sonrisa curvó también los labios de Salvador al confirmar lo que ya sospechaba.
—No creí que mamá aún conservase estas cosas. —Sebastián fijó su mirada en un carrito de madera pintado de azul, lo tomó y, con sumo cuidado, lo rodó por el suelo hasta que la extensión de la mano se lo permitió.
—¿Ese era tu favorito, verdad? —inquirió Salvador mientras observaba a su compañero juguetear con el carrito de madera. En la mirada de Sebastián podía apreciar la nostalgia ante los recuerdos del pasado feliz de su infancia, cuando la vida y su siniestra realidad aún no lo alcanzaban.
—Sí, me lo regaló papá en una navidad —confirmó Sebastián, la sonrisa en su rostro aún permanecía intacta—. Tenía como cinco años, por más de una semana obligué a papá a salir a jugar conmigo a los sembradíos, construíamos casas y carreteras con lodo; tengo esos días bastante presentes en mi memoria, quizá porque estuvieron llenos de felicidad.
Al ver a Sebastián tan nostálgico ante los recuerdos que los juguetes de su infancia le trajeron, Salvador quiso traer a su memoria algún recuerdo feliz de su niñez, sin embargo, a su mente solo llegaron momentos de dolor, prefirió centrarse en la felicidad de su compañero. Entusiasmado, Salvador sacó una segunda caja de la escalera para inspeccionarla, en ella se encontró más de una docena de películas de videocasete. Al igual que lo hizo con los juguetes, sacó una a una las películas para curiosear, la mayoría eran películas animadas de Disney.
Sebastián dejó de lado los juguetes y se unió a Salvador para ver las que fueron las películas de su pasado, su compañero sostenía en la mano la caja que resguardaba la película del Rey León. De pronto, la característica sonrisa chueca de Salvador volvió a curvar sus labios.
—Esta la vi un par de veces cuando era niño —dijo Salvador al tiempo que le mostraba la portada a Sebastián—, recuerdo que me gustó mucho.
—Esa es mi película favorita —confesó Sebastián y con un gesto le pidió a Salvador que se la prestase para verla más de cerca—. Yo la vi bastantes veces, y en todas me hizo llorar, creo que si la volviese a ver me haría llorar una vez más; pienso que eso es lo que distingue al buen arte, no importa cuántas veces volvamos, los sentimientos serán los mismos.
Salvador guardó silencio para reflexionar lo que Sebastián acababa de decirle, puso a trabajar a su memoria, y los sentimientos que la película que, al parecer, era la favorita de ambos, a él le traía recuerdos de felicidad; no entendía por qué a Sebastián lo había hecho llorar, sin tapujos se lo preguntó:
—¿Puedo saber por qué la película te hizo llorar?
Sebastián lo miró con extrañeza.
—¿Cómo que por qué? El padre de Simba es asesinado de una forma muy trágica y dolorosa, cada vez que la veo siento que es papá quien cae de la cima de esa colina.
Al escuchar a su compañero, Salvador no necesitó más palabras, lo entendió. Y también, comprendió cómo el buen arte impacta en las personas de manera distinta: a Sebastián la película lo hacía llorar porque amaba a su padre, y perderlo representaría un fuerte dolor para él, Salvador por el contrario, proyectó en esa película el odio que sentía hacia su padre y fantaseó con la idea de su muerte, quizá de forma inconsciente, la película representaba para él felicidad porque el hombre que lo trajo al mundo nunca fue un Mufasa, y al no poder tener esa representación que Sebastián si tuvo, canalizó sus sentimientos aversivos en esa figura paterna y en lugar de que la muerte le causara tristeza, le causó felicidad. Prefirió guardarse para él esa reflexión y las conclusiones que a las que llegó.
—Olvídalo —le dijo a Sebastián—, la película me gusta tanto que lo primero que vino a mi mente fue felicidad.
Con la intención de cambiar de tema, Salvador tomó la tercera caja. Al levantarla se dio cuenta de que era más pesada que las otras dos, eso despertó con mayor ahínco su curiosidad; hizo el baúl de las películas a un lado y puso el otro frente a él, lo abrió y dentro se encontró con decenas de CD's. Conforme fue sacándolos de la caja, notó que el peso se debía a que debajo de los discos se encontraba una radiograbadora. Con cuidado la sacó y, con cierta expectativa, comprobó que no estuviese dañada: analizó los botones, el cable que le daba electricidad y las bocinas. Salvador localizó extasiado el enchufe más cercano, a su memoria vino cómo en el pasado, cuando tuvieron que salvarse el uno a otro por primera vez, la música había sido una fiel aliada de su día a día, una compañera de sus tristezas y alegrías, una cómplice de los sentimientos que surgieron entre ambos.
En el momento que Salvador volvió a prestarle atención a los discos, se dio cuenta de que Sebastián ya los examinaba con el mismo ahínco con el que él los descubrió. De pronto, Salvador se encontró con la sonrisa más auténtica que le había visto a Sebastián desde que volvieron a encontrarse, incluso mayor a la que curvó sus labios cuando se reencontró con sus padres, más grande que la sonrisa que contrajo sus facciones cuando reconoció los juguetes de su infancia. Sebastián le mostró el CD que tenía entre sus manos y entonces Salvador lo entendió: José Alfredo miraba a la nada, entre sonriente y ensimismado, en la portada del disco que Sebastián le enseñaba. Los recuerdos llegaron a Salvador como un huracán de sentimientos y emociones, de forma inevitable, también sonrió.
Salvador pensó en lo imprevista que podía ser la vida, apenas unos cuantos días atrás luchaba por sobrevivir en el frío de las entrañas del mundo, pero por una sucesión inesperada de los hechos y las circunstancias, ahora sus ojos podían volver a ver la misma sonrisa de la que se enamoró durante aquel amanecer en las playas donde descubrió que estaba vivo en todo sentido. La sangre de Salvador ardió en sus venas ante el éxtasis de ser consciente a cabalidad de que se encontraba frente al hombre que amaba, de que la vida a veces dejaba de lado su crueldad, concedía treguas y permitía tomarse respiros.
Con anhelo, Salvador centró su mirada en los ojos del que reconocía como su compañero de desgracias y, despacio, arrastró por el suelo su corpulencia para terminar con la distancia que los separaba. Sin dudas ni tapujos, Salvador tomó el rostro del que se convirtió en su aliado, amigo y amante, cerró los ojos y con su tacto reconoció las facciones del hombre frente a él: sus parpados suaves y sus pestañas alargadas, su nariz fina, puntiaguda, y la respiración tibia y acelerada que chocaba contra su mano. Un dedo travieso navegó por el contorno de sus labios, lo examinó, lo rememoró, y luego, rebelde, los separó y sintió su humedad; vino un mordisco que no dolió, que lo alentó, y después una sonrisa de nerviosismo y excitación. Ya sin una pizca de mesura, sus labios se unieron y lucharon, ansiosos, las lenguas chocaron y convulsionaron hasta que se volvieron una sola.
En un instante, cuando sus alientos se desprendieron del otro, ambos se miraron en ese presente que se volvió un momento único, volvieron a sonreír. Salvador acarició con calma la mejilla de Sebastián, luego, juguetón, le arrebató el disco de la mano, abrió la caja en dos y, apoyando los dedos en las orillas, sacó el círculo brillante. Volvió a arrastrar su corpulencia hasta el lugar en el que había dejado la radiograbadora; con cierta torpeza, presionó todos los botones hasta que una tapa se levantó. Aún con la sonrisa en el rostro, Salvador colocó el disco y volvió a presionar botones al azar hasta que el silencio de la habitación se llenó con el sonido de violines, guitarras y trompetas. «Si nos dejan, nos vamos a querer toda la vida», el gesto de Sebastián se frunció, contradictorio, entre una sonrisa y un puchero. «Si nos dejan, nos vamos a vivir a un mundo nuevo», Salvador giró el botón del volumen para aumentarlo. «Yo creo podemos ver el nuevo amanecer de un nuevo día, yo pienso que tú y yo podemos ser felices todavía», como un niño travieso, Sebastián se puso de pie y, deprisa, subió las escaleras hasta llegar a la puerta y la aseguró por dentro, volvió a bajar y se encontró con Salvador de pie y su sonrisa chueca. «Si nos dejan, buscamos un rincón cerca del cielo».
Una ola de recuerdos del pasado en el que se salvaron, conocieron, descubrieron y enamoraron, irrumpió en los adentros de Salvador cuando Sebastián se paró frente a él y lo miró con firmeza a los ojos. El primer «te quiero» que su compañero le dijo, se incrustó en su mente e hizo a Salvador temblar ante las memorias del caos que ese par de palabras trajeron a sus sentimientos y emociones; sin embargo, aquellos recuerdos también lo llenaban de fervor por la implicaciones que la sinceridad de Sebastián trajo consigo. Salvador jamás olvidaría la forma en la que su compañero entró a aquel baño y lo enfrentó, el cómo con su simple mirada lo obligó a ser valiente y sincero. Mucho menos podría olvidar lo que vino después de que se aceptó frágil ante Sebastián: el beso desenfrenado a mitad de ese baño que fue lo que los llevó a ambos a aceptar sus sentimientos sin tapujos, lo que sucedió dentro de aquella tina de baño y que los unió en cuerpo y alma.
Salvador avanzó un par de pasos para terminar con la distancia que los separaba y volvió a tomar el rostro de Sebastián con sus manos; se miraron en silencio durante algunos segundos hasta que Salvador volvió a tomar sus labios y el aliento de Sebastián impregnó su garganta, el apremio con el que su acto revolucionario fue correspondido lo motivó y lo llevó a enredar sus dedos entre el cabello de su aliado, amigo y amante. Sebastián se empeñó en memorizar los movimientos de la lengua de Salvador al luchar contra la suya. ¡Cuánto extrañó estos momentos! ¡Ni él mismo podía dimensionar lo mucho que necesitaba esos labios sobre él! ¡Este era el instante que lo llevaba a descubrir las revoluciones que generaba el tacto de otro sobre la piel!
Las manos de Sebastián reaccionaron a la asiduidad de su compañero al besarlo, lo tomó del cuello y lo estrechó para sentirlo con mayor intensidad. Durante un par de segundos, las miradas de ambos volvieron a coincidir, la voz de José Alfredo siguió retumbando entre las paredes de la habitación y los compañeros de desgracias se fundieron en un abrazo; Salvador aspiró el aroma del cabello de Sebastián y Sebastián hundió su rostro en el pecho de Salvador. Luego de permanecer por un lapso en esa posición, fue Sebastián quien hizo el siguiente movimiento y besó la extensión del cuello de su compañero. Con paciencia desabrochó uno a uno los botones de la camisa que Salvador llevaba encima y, cuando su piel estuvo expuesta, Sebastián acarició su pecho y su abdomen.
Durante noches de soledad en su dormitorio en el centro de entrenamientos de la DEA, en las profundidades de la sierra madre occidental y en la habitación que se le asignó del departamento de Karla, Sebastián había fantaseado con ese instante: reencontrarse con el hombre que había revolucionado su vida y unirse a él en cuerpo y alma una vez más, hubo momentos en los que creyó que sería imposible, que tendría que conformar a sus sentimientos y deseos solo con su imaginación y los recuerdos de aquellos días añorados, llegó un punto en el que prefirió comenzar a asimilar que Salvador solo sería una bella memoria; quizá por eso ahora su cuerpo temblaba como si se tratase de una primera vez. «Lo es», reflexionó en sus adentros y sonrió para sí mismo: «Este es nuestro reencuentro».
Ya sin ningún afán por detenerse, Sebastián cambió el tacto de sus dedos en el cuerpo de su compañero por el de sus labios, comenzó en el pecho y luego descendió al abdomen hasta que se puso de rodillas por completo; Salvador se aferró a sus hombros para detenerlo, lo tomó con delicadeza del barbilla, lo obligó a enderezar el rostro y a mirarlo, no quería que esto se tratase de él, no deseaba que este fuese un momento humillante y de sumisión, añoraba una igualdad de circunstancias, que el amor que ambos sentían fuese recíproco.
Sebastián le sonrió desde la posición en la que se encontraba y después lo tomó de las manos con las suyas y le dio besos continuos y calmos, luego, lo miró con intensidad y Salvador asintió. Aferrándose a las manos de su aliado, amigo y amante, Sebastián comenzó a besar la parte baja de su abdomen, cuando Salvador jugueteó con su cabello, Sebastián lo soltó de las manos y con paciencia desabrochó su pantalón para liberar su sexo. En sus propias noches de soledad en la frialdad de Norilsk, Salvador también había anhelado la cercanía de su compañero de desgracias, el temor de que lo odiara lo acompañó durante toda su estadía en el otro lado del mundo, tal vez ese era el motivo por el que ahora su cuerpo temblaba: Sebastián no lo odiaba, lo anhelaba tanto como él.
Cuando Sebastián tomó su sexo con sus labios, Salvador cerró los ojos y siguió acariciándole el cabello con serenidad; su respiración se volvió entrecortada, en algún momento el pudor estuvo a punto de vencerlo, pero la paciencia y el cariño de Sebastián lo reconfortó; tomó un respiro profundo, luego se atrevió a abrir los ojos, se encontró con la mirada contundente y pasional de Sebastián y sintió cómo su sangre ardía y su rostro se enrojecía. Con prudencia, Salvador acarició la mejilla de su compañero, volvió a tomarlo de la barbilla y con una mirada cómplice le pidió que se pusiera de pie. Sebastián hizo caso y, sin dejar de mirarlo, irguió su cuerpo para estar a la altura de sus ojos. Salvador también quiso entrar en el juego jocoso y, con apremio y toda intención, tomó su rostro y lo besó sin mesura; decidió esta vez tomar el control, le quitó la playera con desesperación para después desabrocharle el pantalón. Se deshicieron de la ropa sin dejar de besarse y cayeron en el colchón en medio de una carcajada.
Desnudos por completo en la cama, Salvador disfrutó la igualdad de ese momento. Volvió a besarlo con premura, acarició la piel de su espalda y, cediendo a su salvajismo más insensato, se dio la vuelta para posarse encima de él. Sucedió. Salvador entró a su cuerpo despacio pero con firmeza; sus miradas coincidieron, ninguno dejó de mirar al otro con fascinación. Sebastián se aferró a su espalda y lo estrechó con fuerza desmedida. De pronto, Sebastián vio a una lágrima descender indiscreta por la mejilla izquierda de Salvador; no le preguntó qué ocurría, conocía la respuesta, él también estaba a punto de quebrarse, sin embargo se esmeró en ser fuerte. Con delicadeza limpió la lágrima de su compañero antes de que esta se escapase por su cuello, tomó su rostro con ambas manos y le dio un beso calmo y conciliador en los labios.
Otra lágrima se escapó de Salvador, esta vez del lado derecho, no obstante se mezcló con una sonrisa. Sebastián lo estrechó con más fuerza y él aumentó la velocidad de sus movimientos. Volvieron a besarse con urgencia hasta que Salvador se enderezó un poco para tomar el sexo erguido de Sebastián y masturbarlo, dejó que la respiración de su compañero marcase el ritmo de los movimientos de su mano y su pelvis. Llegaron juntos al éxtasis, a la culminación de ese deseo que el uno guardaba para el otro. Vino un momento de absoluta calma; José Alfredo no había dejado de cantar, pero ellos decidieron estrecharse en silencio. Alargaron ese momento de paz tanto como quisieron. Fue Sebastián quien se puso de pie y le tendió la mano, Salvador entrelazó sus dedos con lo de él y lo siguió sin rechistar. En la regadera, el agua tibia empapó sus cuerpos. Volvieron a besarse, con apremio-calma-apremio-calma. Salvador lo estrechó por la espalda y así permanecieron hasta que el jabón se cayó de sus piles. El momento de intimidad que acaban de vivir inspiró a Salvador a volver a susurrarle la promesa que antes le había hecho: «Mientras viva, nadie, nunca, volverá a separarme de ti».
Cuando se vistieron y ordenaron la cama y las cajas debajo de la escalera, se sentaron en el sillón y bebieron café mientras seguían escuchando a José Alfredo, el tequila no había sido una opción a considerar de los padres de Sebastián al construir el refugio para su hijo. Siendo consciente de que se refugiaban en una bomba de tiempo, Salvador invitó a Sebastián a terminar con la distancia entre ambos, lo abrazó y lo hizo que colocara la cabeza sobre su pecho.
—¿Cuál era tu misión en Rusia? —le preguntó de pronto Sebastián—. Lo siento, pero creo que llegó el momento de que volvamos a hablar de guerras.
Salvador guardó silencio para tratar de encontrar las palabras precisas, no era su intención mentirle, uno de los principales errores que cometieron en el pasado fue ocultarse información para intentar protegerse, ambos eran conscientes de que hacerlo solo los alejó y puso en mayor peligro, ya no podía ser así, esa guerra debían ganarla juntos; Sebastián ya había sido sincero, era su turno de hablar con claridad.
—Investigar a una organización de nombre Supremacy —dijo y entrelazó sus dedos con los de Sebastián—. Creo que tú sabes incluso mejor que yo qué o quiénes son esa organización.
—Dime lo que sabes, por favor —pidió Sebastián y se aferró al agarre de su compañero.
—Desde hace un par de años que la DEA tenía puestos los ojos en esa organización —comenzó a relatar Salvador—, por lo que sé la organización se formó desde finales de los noventas, pero fue hasta los últimos años que comenzaron a tomar demasiado poder. Tienen presencia en casi todos los países del mundo y justo ese es su objetivo: tomar el control de cuanto gobierno sea posible.
Sebastián asintió, y también se tomó un tiempo en silencio para reflexionar lo que Salvador acababa de decirle.
—Creo que estamos en sintonía —dijo luego de sus reflexiones—, Salvador, ¿te das cuenta de cómo las circunstancias vuelven a unirnos? Supremacy marcó tu vida en Rusia y, de igual forma, marcó mi vida aquí.
—Sí, desde que mencionaste el nombre de la organización me di cuenta de ello. —Salvador lo estrechó con más fuerza.
—Alexander era parte de Supremacy —confesó Sebastián—, y junto a él trabajábamos para desarticular la organización, al menos aquí en México y Estados Unidos, pero luego ocurrió lo de Emiliano y nuestros planes se fueron al carajo.
Ante las confesiones de Sebastián, una vez más Salvador decidió guardar silencio para sopesar lo que acaba de escuchar, varias preguntas surgieron en su mente, con cada cosa de la que se enteraba, se daba cuenta de que la situación se complicaban aún más.
—Sebastián, ¿qué fue lo que pasó en esa fiesta de antifaces por la que Emiliano terminó preso? —preguntó Salvador sin tapujos—, creo que lo ocurrido esa noche fue el punto de quiebre, lo que hoy nos tiene en estas circunstancias.
—Tienes razón, aquella noche fue el punto de quiebre —estuvo de acuerdo Sebastián—. Esto debes saberlo mejor que yo, desde que Willy tomó la dirección de la DEA se propuso capturar a los principales líderes de los carteles mexicanos: el H22 y Manuel, tu hermano; el asunto es que debido a las acciones que implementó el presidente Castrejón para intentar ponerle fin a la guerra, la DEA perdió hegemonía en el país, las fronteras se cerraron y la organización ya no tenía jurisdicción para actuar dentro de México.
—Sí, eso lo sé, de hecho Willy lo vio como una traición, pues la DEA colaboró de manera intrínseca para desenmascarar a Antonio de la Barrera y a la organización que lideraba mi padre.
—No sé si una traición, pero Castrejón se vio obligado a cumplir con las promesas que hizo; eso ayudó a poner la guerra en pausa, o al menos a llevarla a las sombras.
—Bueno, Sebastián, las estrategias de Castrejón no funcionaron, la guerra se encuentra en un punto álgido, tú y yo somos testigos de ello.
—Como dicen: a cada acción pertenece una reacción, Salvador. Creo que las acciones de Castrejón fueron contundentes y eso provocó que la guerra aumentara de intensidad. Esa noche de la fiesta de antifaces, la DEA actuó de manera ilegal y no respetaron la soberanía del país; todos ahí queríamos capturar al H22, era una oportunidad única, pero todo cambió cuando los mudos tomaron a civiles como rehenes, y la mayoría eran niños. La DEA sobrepuso sus objetivos a la vida de inocentes.
—Sé que eso estuvo mal, Sebastián, pero entiendo las motivaciones que tuvieron, los mudos han arrebatado muchas vidas inocentes. Lo que me cuesta creer es que Emiliano haya dado esas órdenes, que haya interpuesto sus ambiciones. ¿Estamos de acuerdo en que se haya declarado culpable solo ayudó a las autoridades mexicanas a tener un responsable de la tragedia para cubrir su ineptitud?
—Estamos de acuerdo en eso, Salvador, justo fue por ello que el punto de quiebre ocurrió, sobre todo en Rosa Blanca, Karla y yo creíamos en la inocencia de Emiliano, eso causó divisiones entre nosotros mismos, sin embargo el tiempo terminó dándonos la razón: Emiliano es inocente.
—A veces la guerra, el estrés y el miedo pueden llevarnos a tomar decisiones equivocadas, Emiliano pudo equivocarse, es humano como todos nosotros, ¿por qué estás tan seguro de su inocencia?
—Emiliano se negó a vernos durante meses, no quiso darnos la cara, pero hace unos días Karla logró verlo y él mismo le confesó que nos estaba protegiendo, aunque aún no logro entender de qué y cómo el declararse culpable y estar en prisión, nos protege.
—¡Tenemos que hablar con él, Sebastián! ¡Emiliano tiene que hablar y decirnos qué sucede!
—Dadas nuestras circunstancias creo que eso es imposible, Salvador, tú o yo ponemos un pie en esa prisión y ya no salimos vivos de ahí.
—¡Tiene que haber una forma!
—Quizá la hay, es cuestión de que alguien que esté limpio lo visite, pero esa opción implica poner en riesgo a la persona que lo haga, Karla casi no la cuenta cuando lo visitó.
—Aunque haya riesgos, si esa es la única manera tendremos que hacerlo.
Sebastián se desprendió del agarre de Salvador para tomar la taza de café que dejó en la mesa y darlo un trago, tal vez la cafeína podría ayudarle a espabilar y pensar en cómo llegar a Emiliano una vez más, cómo salir intacto de su hogar y cómo encontrar a Karla, Ramírez, Elías y saber qué sucedió con Daniel.
—Salvador —lo llamó Sebastián luego de sus reflexiones—, creo que otro punto importante que debemos saber es qué lograste investigar sobre Supremacy, estuviste en la raíz de los orígenes de la organización, Karla y yo lo hablamos antes, descubrir si seguías con vida y llegar a ti fue uno de nuestros objetivos y la principal razón por la que Karla visitó a Emiliano, ahora te tengo frente a mí, puedes decírmelo de viva voz.
—La verdad es que llegué a Rusia un poco con las manos atadas —relató Salvador luego de terminar de beber su propio café—, Willy no me dio demasiado, al ser el país que es la DEA tiene nulas jurisdicciones. Para cumplir mi misión debía entrar a una ciudad llamada Norilsk, entrar casi me cuesta la vida. Mi objetivo consistía en investigar un centro nocturno que era justo la matriz de las operaciones de Supremacy, otro agente había tenido avances significativos, sin embargo lo descubrieron y asesinaron, fue entonces que me enviaron a mí.
Sebastián escuchó atento el relato de Salvador al tiempo que se preparaba un segundo café.
—Supremacy no solo trafica con drogas, su principal negocio es el tráfico de personas, fue así que logré entrar a esa ciudad —continuó Salvador con la historia de lo que vivió—. La única forma de ingresar es a través de sobornos, intentar hacerlo por la vía legal es ponerte en la mira; durante meses estuve moviéndome en los bajos mundos, busqué contactos y destapé cloacas, así di con un hombre que me ayudaría a entrar, le pagué una cantidad estratosférica de dinero, pero el día que me ayudaría a entrar a la ciudad, ese cabrón me traicionó, iba a asesinarme para solo quedarse con el dinero.
»Pero entonces, el hombre que era su ayudante lo traicionó a él y me salvó a mí, luego me propuso un trato: él me ayudaba a entrar a cambio de darle el dinero que le prometí a su jefe; me costó confiar en ese hombre, pero no tenía demasiadas opciones, no obstante confiar en él fue lo que me tiene hoy con vida y junto a ti. Ambos pudimos entrar a Norilsk y, con el tiempo, descubrí que él también estaba ahí con un objetivo: encontrar a su hermano. Los padres de ambos habían sido asesinados dos años atrás, y su hermano fue secuestrado por Supremacy, durante esos años investigó hasta debajo de las piedras para dar con el paradero del chico y lo logró; Supremacy nos unió y terminamos valiéndonos amigos, de cierta forma compartíamos objetivos.
»Jasha, ese era el nombre de mi amigo, y yo, trabajamos durante meses, si entrar a Norilsk era complicado, entrar a las profundidades de ese bar parecía una misión imposible, fue hasta que logramos contactar afuera del bar con una mujer que llevaba años en las garras de Supremacy, que lo logramos. Armamos un plan junto a ella, sabíamos que nunca íbamos a poder entrar, entonces teníamos que destruirlo desde adentro; ella nos ayudó a hacerlo y recabó en una memoria la información que yo necesitaba, también ayudó al hermano de Jasha a escapar, lamentablemente, ella y Jasha murieron en el intento de escape. —Salvador se persignó al recordar el final que tuvo su amigo y la mujer que arriesgó todo por ayudarlos y ser libre.
»Eso me dejó con la información que ponía fin a mi misión y un chico que no conocía, pero que prometí con mi vida salvarlo y protegerlo —siguió Salvador contando lo sucedido en Rusia—. Boris, ese es el nombre del chico, escapó junto a mí de la ruinas de ese bar, fue él quien me entregó la USB con la información. Sebastián, si te soy sincero, creí que no iba a lograrlo, salir de Norilsk es incluso más difícil que entrar, tampoco me imaginaba que Boris fuese tan importante para la organización. Uno de los principales líderes tiene una especie de obsesión enfermiza y asquerosa con el chico, y aunque me duele admitirlo, fue esa obsesión la que nos salvó a ambos: Boris se usó a sí mismo como arma y logramos salir de ahí, también el debo la vida.
»Cuando logramos dejar Rusia atrás, pude contactarme con Willy y luego de varias horas de incertidumbre logró rescatarnos con vida, hicimos un viaje en avión que se sintió eterno hasta las oficinas centrales de la DEA, ahí duramos poco tiempo porque luego Willy me encomendó una misión que estoy seguro de antemano sabía que yo aceptaría: venir a México a buscarte. Llegué al país y me traje a Boris conmigo, dejé al chico en una casa de seguridad en la capital recibiendo el apoyo necesario para superar todo lo horrible que tuvo que vivir. La USB se la entregué a Willy y nunca pude revisar qué contenía, pero supongo que debe ser importante, Boris también lo es, el haber estado tan cerca durante dos años de uno de los líderes principales de la organización, lo vuelve una pieza clave... Sebastián, creo que llegó el momento de irnos de aquí por más duro que eso pueda ser.
La historia de lo que Salvador tuvo que vivir al otro lado del mundo le causó a Sebastián un nudo en la garganta, durante un tiempo odió a Salvador por mentirle y haberlo abandonado, sin embargo, ahora podía entender sus motivaciones y ser consciente de que fue la guerra lo que lo orilló a tomar esas decisiones, no podía juzgarlo cuando él en carne propia tuvo que afrontar lo que implicaba decidir cuando se estaba en medio de una guerra. Sebastián pensó en Karla, tan intuitiva como solía ser, la periodista no se equivocó cuando llegó a la conclusión de que Salvador podría tener información que los ayudaría a ganar; ya no le quedaba ni una sola duda de que Supremacy era un hilo del que jalar si querían salir abantes.
—Tu relato me ayudado a entenderte, a comprender tus motivaciones —se sinceró Sebastián con él—, la guerra nos llevó a ambos por caminos dolorosos.
Salvador se acercó a él y volvió a abrazarlo, Sebastián lo tomó de las manos.
—Si analizamos nuestras historias durante el último año, nos damos cuenta de que existe un punto en común entre ambos: Supremacy —dijo Sebastián—. Alexander fue reclutado por ellos cuando viajó a la guerra en Afganistán, una noche, él se sinceró con nosotros y nos contó los motivos por los que renunció al ejército americano: Alexander se enlistó porque toda su vida creyó que su padre había sido un héroe y que, por lo tanto, él debía seguir sus pasos; una vez dentro se dio cuenta de lo equivocado que estaba, el ejército no era más que una organización que seguía intereses políticos, nada que no sepamos, pero cuando su padre se dio cuenta de eso, quiso revelarse y esa rebeldía provocó su asesinato. No murió en batalla como se los hicieron creer, fue asesinado por los que entonces eran sus propios líderes.
»Enterarse de ello causó un gran impacto en Alexander, los ideales con los que creció se derrumbaron en segundos; por supuesto que dentro del ejército estadunidense hay infiltrados de Supremacy que estudian minuciosamente a cada soldado, en Alexander vieron un gran potencial y fueron quienes le quitaron la venda de los ojos, pero sabían muy bien lo que hacían, utilizaron la cólera y dolor de Alexander para reclutarlo a su organización. La DEA nos ordenó investigar qué fue de Alexander durante los dos años en los que no regresó a los Estados Unidos luego de renunciar al ejército, y de la voz del propio Alexander conocimos la respuesta: fue el tiempo durante el que Supremacy lo entrenó y volvió parte de su organización.
»Con lágrimas en los ojos, Alexander nos contó cómo, tras enterarse de lo sucedido con su padre, la irá y la sed de venganza lo dominaron; los líderes de Supremacy se aprovecharon de su vulnerabilidad y a él, el dolor que sentía no le permitió ser objetivo. Por ello, durante años, trabajó fielmente para Supremacy, su senaduría en los Estados Unidos y su nombramiento como embajador en México eran parte de un plan de la organización. Sin embargo, con los años, y conforme los líderes más confiaban en él, pero sobre todo, cuando la cólera por lo que le hicieron a su padre se asentó, Alexander pudo llegar al entendimiento de que solo estaba siendo utilizado; los ideales y propósitos de Supremacy comenzaron a asustarle, descubrió lo de la trata de personas y la prostitución infantil y decidió que no quería ser parte de ello, el pensar que algo así podía pasarle a su esposa e hijas, lo trastocó.
»Comenzó a investigar más a fondo, Alexander destapó muchas cloacas y se dio cuenta de la podredumbre de la que era parte, fue entonces que sus planes individuales comenzaron. Alexander conocía en qué consistían las principales objetivos de la organización y decidió usarlos en su contra. De igual manera, su objetivo de sacar a la luz las porquerías dentro del ejército y organizaciones y lo que hay detrás de la política estadunidense, se convirtió en una obsesión. Por eso se acercó a Karla y a mí, fue el motivo por el cual nos propuso una alianza para él, nos dio información a la que por nuestra cuenta quizá nuca hubiésemos podido llegar y nos ayudó con el tema de la legalización de las drogas y la demanda a los Estados Unidos contra el tráfico de armas. Salvador, teníamos un plan elaborado para hacerlo, luego cada uno huiría al lugar más lejano y nos olvidaríamos de la guerra; eso era lo que Alexander anhelaba: vivir tranquilo al lado de su familia, pero luego ocurrió el asesinato de su hija y todo cambió. Por los motivos que ya conoces, él dejó de confiar en Karla y en mí. Hay una caja fuerte que Alexander resguardaba en el que era su refugio, Karla y yo logramos recuperarla, pero la perdimos cuando nos concentramos en la visita a Emiliano.
Salvador resopló y, desesperado, se pasó las manos por el cabello en reiteradas ocasiones. La plena conciencia de lo inmiscuidos y salpicados que ambos estaban en esa guerra, le llegó de golpe. Con las mismas ansías que lo invadían abrazó a Sebastián una vez más. Salvador deseó con fervor que el tiempo se detuviera, se permitió ser débil y sentir miedo por un instante, estrechó a su amigo, aliado y amante con tantas fuerzas como pudo hasta que el sonido de alguien que golpeaba la puerta en la cima de las escaleras los obligó a volver a la realidad.
Sebastián se desprendió de él y se apresuró a subir las escaleras para quitarle el seguro a la puerta; se encontró con Denisse e Hilario, esperó ver la sonrisa burlona de su hermana, sin embargo ambos lucían serios. Bajaron las escaleras, Salvador esperaba expectante.
—Tenemos información que darles —anunció Hilario—. Contactar a Karla y Ramírez ha sido imposible, pero contactos en el ejército me confirmaron que han logrado controlar la situación en las profundidades de la sierra y todos los bandos han tenido que replegarse; sin embargo, hay demasiados muertos, si puede considerarse como una buena noticia, es que de momento ni Karla ni Ramírez han sido identificados entre los fallecidos.
—¿Y Elías o Daniel? ¿Se ha sabido algo de ellos? —preguntó Sebastián, sobresaltado.
—Nada —respondió Hilario.
Sebastián no supo si alegrarse o preocuparse.
—¿Y de Willy se supo algo? —inquirió esta vez Salvador.
—Tampoco está entre los cuerpos reconocidos.
—Hay otra información que necesitamos proporcionarles —intervino Denisse y miró a Hilario.
—Hijo, no sé cómo vayas a tomarte esto que voy a decirte. —Hilario miró a Sebastián a los ojos—. Debes comprender que estamos en guerra y por lo que nuestra familia ha pasado, me obligó a ser precavido, este refugio es la prueba.
—Papá, ¡habla!, sabes que no voy a recriminarte nada —exclamó Sebastián y correspondió a la mirada de su padre.
—Desde que te nombraron dirigente de la paz y volviste a este país, contraté seguridad privada que te vigilaba a ti y a todo tu entorno, incluidas personas cercanas a ti —confesó Hilario—. No lo hice para invadir tu privacidad, lo hice porque siempre querré protegerte.
—Gracias a esto —volvió a intervenir Denisse—, tenemos información que creemos puede servir. —Denisse colocó la laptop que llevaba con ella sobre la mesa y continuó con su explicación—. Una de las personas de tu entorno cercano a las que papá vigila es Emiliano, no ha dejado de hacerlo desde que entró a la cárcel. Emiliano solo recibía visitas constantes de Willy, pero hace unos días recibió una visita inusual y creemos que esto puede ser importante. La gente de seguridad de papá me ha enviado varias imágenes a mi correo. A Emiliano lo visitó un hombre de mediana edad y parece ser que extranjero.
—Cooper... —susurró Salvador en cuanto vio las imágenes en la computadora.
Ese simple susurro de parte de su compañero hizo entender a Sebastián que la bomba de tiempo acababa de estallar, la vida dejaba de ser amable con ellos y ponía fin a las treguas y respiros. Sus miradas se encontraron y Sebastián se apuró a tomarlo de la mano.
—No vas irte solo —le advirtió Sebastián a Salvador—, sabes que no voy a permitirlo.
—Sabía que la tranquilidad de tenerlos aquí estaba por terminas —expresó Hilario mientras asentía—. Denisse y yo hemos preparado todo para ello. Sebastián, sube a despedirte de tu madre, es seguro que lo hagas, tengo todo bajo control. Salvador y yo te alcanzaremos en un rato que él y yo tenemos cosas de que hablar.
Sebastián se encogió de hombros, tomó a su hermana de la mano y juntos comenzaron a subir las escaleras. En un instante las miradas de los compañeros de desgracias coincidieron, Salvador le guiñó un ojo y Sebastián no pudo evitar sonreír. «Ojalá la instancia en este refugio pudiese ser eterna», pensó al cerrar la puerta tras él para volver a la vida, a la siniestra realidad.
Hola, mis estimados.
Qué gusto volver a saludarnos.
Y pues sí, como lo han leído: las treguas y respiros para nuestro par se han terminado; entramos de lleno al clímax de la historia, vuelvan a sacar los tanques de oxígeno que les van a hacer falta.
Nos leemos pronto.
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