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13 días después.
28 de septiembre de 2011
Elías intentaba deshacer el nudo que mantenía sus manos amarradas, aprovechando el momento de soledad en el que se encontraba, sin embargo esos nudos habían sido hechos por profesionales, fracasó en todos sus intentos. Hasta ese momento, nadie lo había lastimado. «Esto lo hacemos por precaución», le dijeron; pero el estar ahí sin conocer la situación en la que se encontraba su equipo, sin poder hacer nada por ellos, lo llevaba a su límite, la frustración se apoderaba de él.
La imagen de Sebastián volvió a incrustarse en su mente, Elías no podía dejar de pensar en su compañero; en un principio creyó que, al igual que a él, los hombres de la DEA lo habían capturado, que no había logrado escapar. Luego se dio cuenta de que no, de que Sebastián logró descender por completo de ese despeñadero, cuál fue su destino después de dicho escape, era incierto, pero Elías pensaba lo peor. Estaban en medio de una zona de guerra: mudos, sicarios del cartel del norte, militares y policías se encontraban al acecho; Sebastián era el hombre más buscado en el país, por ende su importancia lo convertía en la joya de la corona, algo que todos querían poseer, dominar. Quien tuviese a Sebastián en su poder tenía ganada la batalla más importante.
El que Sebastián estuviese solo en las profundidades de la sierra, lo convertía en un corderillo en medio de una jauría de lobos. Elías se santiguó e hizo memoria para recordar una de las oraciones que su madre le enseñó de niño, y rezó por su amigo. «Maldita sea la hora en la que sugerí intentar escapar», se recriminó en sus adentros; estar en las manos de la DEA era la menos peor de todas las opciones, ¿pero cómo iba a saberlo? La alianza que mantuvieron con la organización era lo que aún lo mantenía con vida, Elías era consciente de ello.
Las últimas horas habían sido igual para Elías, sus pensamientos iban y venían de un compañero a otro, esta vez fue la imagen de Daniel la que se incrustó en su mente y, de inmediato, un nudo se formó en su garganta: si con Sebastián las esperanzas de que estuviese a salvo eran pocas, con Daniel el pesimismo aumentaba de nivel. Al que adoptó como su hermano menor, llevaba días en las manos de quien sabe quién. Elías se aferraba a que Daniel era un chico inteligente que sabría poner en práctica los entrenamientos que él y Ramírez le dieron, esperaba que su hermano hubiese hablado, que dijera lo necesario para poder sobrevivir. De lo contrario ahora mismo debía estar muerto, aunque le costara reconocerlo, desde que descubriesen que Daniel no era Sebastián, se convertiría en alguien desechable.
«Que Daniel haya dicho las palabras correctas», imploró Elías.
Cuando escuchó el característico sonido que hacen los zapatos al caminar entre el césped terroso, Elías dejó sus pensamientos de lado y fijó su mirada hacia el lugar donde se originaba el sonido; estaba a punto de amanecer, el cielo aún se teñía de un gris oscuro que dificultaba la visión clara, sin embargo, pronto los rayos del sol llenarían el ambiente con su luminosidad.
A la distancia, Elías logró distinguir la silueta de un hombre que se acercaba a él, no necesitó ver su rostro con claridad para saber de quién se trataba, sabía que quien lo visitaba en su soledad era Willy Jensen, el dirigente de la DEA. Cuando lo tuvo a unos cuantos metros confirmó su teoría, el agente estadunidense fumaba un cigarrillo y se sentó en una piedra frente a él; no lo miró, tampoco le habló hasta que el tabaco llegó a la parte final y tiró la colilla para pisarla y que se apagase.
—Elías, Elías, el mismísimo Elías —le dijo Willy, y esta vez sí lo miró a la cara—. El otro hijo pródigo que decidió revelarse contra el sistema.
Una sonrisa discreta curvó los labios de Elías, no necesitó sobre analizar las palabras de Willy, sabía a la perfección a qué se refería, que su padre fuese el abogado con mayor reconocimiento en el país y que él hubiese decidido dejar el mundo del derecho para convertirse en policía, era algo que lo acompañaría toda su vida. Lo que hizo a Elías sonreír fue la comparación con Sebastián y su tonto chiste sobre el hijo pródigo, aunque en el fondo el dirigente de la DEA no se equivocaba, tanto él como Sebastián eran hijos que tenían un destino marcado pero que terminaron revelándose a él.
—Willy, Willy, el mismísimo Willy —respondió Elías y la sonrisa en su rostro se amplió—. El que se convirtió en el dirigente de la DEA. ¿Quién lo iba a decir, colega? Hace unos meses nos tomábamos juntos una copa y hablábamos de cómo íbamos a ganar esta guerra, y ahora me tienes aquí, como tu prisionero. Sin duda alguna la vida es una ruleta.
Willy también sonrió.
—No es tan difícil de entender, colega, nuestras prioridades cambiaron. —Willy dejó de mirar a Elías y perdió su mirada en los primeros rayos del sol que dejaban verse.
—No solo nuestras prioridades, también nuestras lealtades —dijo Elías para llevar la conversación al punto que le permitiría analizar las posibilidades que tenía de salir con vida de ahí.
—Ustedes decidieron darle la espalda a Emiliano y ponerse de en el bando que ingenuamente cree que legalizando las drogas se acabará el problema. —Willy volvió a mirarlo y elevó su tono de voz.
—Nosotros no le dimos la espalda a Emiliano, pero en su obsesión por atrapar a los mudos, muchas personas inocentes murieron. Solo hicimos lo correcto, Willy, lo sabes.
—Que inocentes murieran fue un hecho lamentable, pero yo entiendo la decisión que Emiliano tomó, los mudos y sus malditas drogas han matado a más inocentes todavía, ¿y qué fue lo que la justicia mexicana hizo? Ensañarse con Emiliano y solo buscar un culpable con el que cubrir su ineptitud. Jamás creí que tú jefe sería capaz de traicionarnos de esa manera.
—¡Ramírez no los traicionó, Willy! Él quería y quiere atrapar al H22 tanto como tú, pero sabes perfectamente que hay líneas que no se deben rebasar, cuando la vida de civiles está en riesgo, uno debe de dejar de lado sus ambiciones y priorizar, ustedes debieron detenerse, ¡joder, murieron niños! Los familiares de las víctimas exigían culpables, no podíamos hacernos de la vista gorda, no era justo. Además, Emiliano demostró ser un hombre ecuánime y asumió su responsabilidad, en menos de cinco años estará libre, si logran extraditarlo, lo estará en mucho menos.
—La extradición no será posible, Elías. Tu gobierno no lo permitirá, y no sé si Emiliano vaya lograr sobrevivir ahí adentro, ¿sabes cuántas veces han intentado asesinarlo? Mi protección no será infalible por siempre, y Emiliano no se merece morir por intentar terminar con un cabrón que en verdad le ha hecho daño a tantos. Muchos niños y otras personas seguirán muriendo porque ese güey del H22 está impune y libre traficando esa maldita droga que cobra vidas. ¡Mi hijo está en la cama de un hospital luchando por sobrevivir!
La declaración de Willy tomó a Elías por sorpresa. El dirigente de la DEA dejó de mirarlo, se puso de pie y, de espaldas a él, encendió otro cigarrillo. Volvió a fumárselo sin dirigirle la palabra. Una vez más, Elías puso a trabajar su memoria y recordó las pláticas que mantuvo con Willy cuando fueron aliados, siempre le pareció un hombre sensato y de ideales firmes, sin embargo en ese idealismo el dirigente de la DEA tenía sus flaquezas; Elías sabía que Willy tenía un pasado complicado con las drogas, estas marcaron su vida y lo llevaron a convertirse en agente.
La memoria de Elías lo llevó a recordar una de las primeras conversaciones que ambos tuvieron, ocurrió durante aquellos días que planeaban el ingreso al rancho de los Arriaga a través de los túneles para hacerse con la información que evidenciaba la corrupción de Antonio de la Barrera; ambos se presentaron el uno con el otro y para romper el hielo hablaron de las motivaciones que tuvieron para convertirse en policías, Elías le fue sincero y le habló de lo mucho que el derecho le aburría, de cómo no estaba dispuesto a perder su vida entre la burocracia mexicana y la corrupción.
Para su sorpresa, Willy también le fue sincero y le habló de su adicción a la cocaína durante la adolescencia; con seriedad y honestidad le contó que estuvo cerca de perderse por completo en ese mundo, pero sus padres nunca lo soltaron; le confesó que la imagen de su madre llorando durante la última sobredosis que sufrió, se incrustó en su mente y nunca, hasta la fecha, pudo arrancársela. Fueron cuatro años de rehabilitación en los que tuvo que ser demasiado duro consigo mismo. «Tenía que ser así, era la única manera para no volver a caer, para salir indemne de ese mundo», le dijo Willy aquella vez.
El que se convertiría en el dirigente de la DEA, no solo no volvió a consumir, sino que le hizo la promesa a su padre de que lucharía por terminar con las drogas y los cabrones que las producían y distribuían. Cinco meses después de salir de rehabilitación, Willy asistió a la primera convocatoria que tuvo oportunidad para convertirse en agente y cumplir con su promesa.
Al recordar aquellas confesiones, lo que Willy acababa de decirle sorprendió y asustó todavía más a Elías porque logró empatizar con su colega y, al ponerse en sus zapatos, comprendió lo difícil que debía ser para él el hecho de que a pesar de luchar toda su vida contra las drogas, no hubiese podido salvar a su hijo de ese mundo y ahora se debatiera entre la vida y la muerte en una cama de hospital. Quizá esos eran los motivos por los que a Willy le parecía absurda esa iniciativa de ley que pretendía legalizar las drogas, su odio hacia ese mundo no le permitía ver con claridad y analizar a profundidad lo que implicaría. Elías entendió que el hecho de que le dirigente de la DEA quisiera terminar de facto, no solo con las drogas sino también con quienes las producían, no era solo un cuestión de justicia y responsabilidad, aquello se trataba más que nada de un asunto de venganza.
—Willy, ¿por qué me tienes aquí? —se atrevió a preguntarle Elías—, fuimos compañeros, aliados, amigos.
—Creo que lo sabes, Elías —respondió Willy y se dio la vuelta para volver a verlo—. Estamos en guerra y, lamentablemente, ya no puedo confiar del todo en ti. Como bien dijimos ambos: nuestras prioridades y lealtades ya no son las mismas.
—Nuestras diferencias no nos vuelven enemigos, Willy. Si en el pasado fuimos todo eso que ya te dije fue porque teníamos puntos en común. En cuanto a mí, la cosa no es contigo, yo no te veo como un enemigo. —Elías le sostuvo la mirada para demostrarle que era sincero.
El dirigente de la DEA guardó silencio y caminó hacia él una vez más para luego volver a sentarse en la piedra. Cuando estuvieron frente a frente de nuevo fue que Willy retomó la conversación que mantenían.
—Elías, ¿en dónde está Sebastián? —lo cuestionó y correspondió a la mirada que el policía mexicano le dedicaba con firmeza.
—La pregunta del millón de dólares —respondió Elías y sonrió—. No lo sé.
—No sé por qué —dijo Willy y también sus labios se curvaron en una sonrisa—, pero no te creo. ¿Quién era el cabrón que intentó escapar contigo por el despeñadero?
—Como tú lo dices, un cabrón más de los hombres a mi mando que decidió seguirme en mi idea loca de intentar escapar. Pero vamos a ver, Willy. Tú y tu organización fueron quienes reclutaron a Sebastián y quienes lo convirtieron en lo que hoy es, tú mejor que nadie deberías saber en dónde está y qué lo motiva.
—Debo reconocer que subestimé a Sebastián y se me fue de las manos. El cabrón tiene potencial, pero la rebeldía y el idealismo que seguro heredó del padre, le nublan el juicio.
—Si tú lo dices, Willy... como te dije, tú debes conocerlo mejor que yo. ¿En verdad crees que Sebastián asesinó a Alexander? —cuestionó Elías y agradeció que los primeros rayos del sol ya le permitiesen analizar el rostro del agente a detalle, no quería perderse ni una de sus expresiones.
—Sí, lo creo —respondió Willy, tajante, y el gesto en su mirada se endureció—. Creo que Sebastián tiene el potencial y el temperamento para hacerlo.
Una vez más, Elías guardó silencio ante la firmeza en las palabras del dirigente de la DEA y volvió a hacer un viaje hacia el pasado para que sus recuerdos lo ayudasen a llegar a las respuestas que deseaba: unas semanas antes de su asesinato, Alexander Murphy se presentó sin previo aviso en una de las casas de seguridad que tenían en la capital y exigió hablar con Ramírez, el comandante lo recibió con gusto y lo invitó a tomarse una copa en la habitación que utilizaba como despacho; Elías trabajaba fuera de la habitación en sus propias investigaciones, por lo que guardar silencio le ayudó a escuchar parte de lo que Ramírez y Alexander hablaron.
El embajador estadunidense, con cierta melancolía en su voz, le contó al comandante que se tuvo que alejar de Sebastián y Karla porque ya no confiaba en ellos, no como antes lo hacía. Por esos días, Elías y Ramírez también se distanciaron de Karla y Sebastián, lo ocurrido con Emiliano había fracturado el estrecho equipo que formaron alrededor de Rosa Blanca; Elías entendía que la relación que Emiliano tenía con la periodista y con el llamado hijo pródigo, era tan estrecha que por eso ambos lo defendieron y creyeron en él sin dejar espacio para la duda. Sin embargo, tanto Karla como Sebastián desarrollaron de igual forma una cercana relación de amistad con el embajador estadunidense; la hija de Alexander había sido asesinada y Emiliano aceptó tener responsabilidad en ese acto atroz. Elías podía comprender el dolor de Alexander, pues a quienes creyó sus amigos defendían a uno de los responsables del asesinato de su hija.
Fueron dichas acciones las que hicieron que Ramírez y Elías dudasen de la inocencia de Sebastián cuando se enteraron que Alexander había sido asesinado y vieron las imágenes de Sebastián escapar con pistola en mano y las manos manchadas de sangre, todo parecía encajar. No obstante, luego de que Ramírez y Elías capturaran a Sebastián y de que Ramírez lo interrogara, lo que Elías vio en los ojos del muchacho le hizo volver a otorgarle el beneficio de la duda, su mirada rebozaba sinceridad.
Elías mentía cuando le dijo a Willy que debía conocer a Sebastián mejor que él, una de las virtudes de Elías era su capacidad de análisis, de percepción. Sí, Sebastián era un rebelde y un idealista, muchas veces su carácter impulsivo lo dominaba, pero una de sus principales virtudes era la lealtad hacia los que quería, lo había demostrado infinidad de veces. Detrás del asesinato de Alexander, existían cabos sueltos que hacían que Elías le diese a Sebastián el beneficio de la duda. En cambio, en la firmeza de las palabras de Willy, encontraba un sentimiento que no podía descifrar del todo, pero que no le daba esa tranquilidad que la mirada de Sebastián si le dio durante aquel interrogatorio.
—¿Qué te hace pensar, además de la rebeldía e idealismo de Sebastián, que él pudo asesinarlo? —inquirió Elías sin tapujos, en verdad le intrigaba la respuesta del agente.
Con su mirada analítica, Elías vio que Willy abrió los labios para responder, pero luego lo miró guardar silencio e intentar llevar su mano a la cintura, luego negar con resignación y levantar las manos. Entonces Elías sintió la presencia de más personas a su alrededor, agudizó su sentido del oído y logró escuchar las pisadas rápidas a sus espaldas y costados; iba a levantar las manos y despedirse de la vida con una última santiguada, pero en cuanto algunos de los hombres que apuntaba hacia ellos terminaron de rodearlos y los pudo ver, reconoció de inmediato los uniformes y una sonrisa curvó sus labios. «Rosa Blanca», susurró.
Sin embargo, la alegría se le terminó pronto a Elías, cuando se dio cuenta de que los elementos de Willy aparecían a sus espaldas y apuntaban hacia los que eran sus compañeros, quedando Willy y él en medio de ambos escuadrones.
—Nadie disparen, venimos en son de paz. —Reconoció Elías al instante la voz de su comandante.
Al parecer Willy también la había reconocido porque Elías lo escuchó susurrar: «Ramírez».
Con precaución, Elías se puso de pie y se dio la vuelta. Fue el momento en el que su comandante se quitó el pasamontañas y dejó su rostro al descubierto, Karla fue la siguiente en hacerlo y los labios de Elías volvieron a curvarse en una sonrisa. La alegría volvió a terminársele pronto.
—¡Nadie se mueva! —gritó Willy, y Elías sintió como el dirigente de la DEA le ponía el arma a la altura de los pulmones.
—¡Willy, te exijo que liberes a mi hombre de inmediato! —replicó Ramírez desde el frente con el fusil firme entre las manos.
—Lo siento, comandante, pero usted no está en posición de exigirme nada. —Willy presionó con más fuerza en la espalda de Elías.
—Lo estoy, como autoridad mexicana, lo estoy, ¿o es necesario que le recuerde en qué territorio estamos? Usted aquí no tiene la jurisdicción para retener a nadie, sabe que su sola presencia en este país es ilegal en estos momentos.
Willy se carcajeó.
—Ay, comandante, pero si usted y yo hace unos meses tomábamos juntos el café.
—Es por esa alianza y buena relación que tuvimos que le pido libere a mi hombre ahora mismo.
Durante algunos segundos, Willy guardó silencio, después sonrió con discreción y asintió. Despacio, comenzó a desatar las manos de Elías. Le llevó un par de minutos hacerlo, y en cuanto estuvo libre, Elías se apresuró a posicionarse junto a sus compañeros, Karla no pudo contenerse y le dio un fuerte abrazo.
—Karlita, veo que mi entrenamiento te fue de suma utilidad, ¿ahora eres policía?
—Me fue muy útil, Willy, no voy a negarlo. Gracias por lo que corresponde, y respondiendo a tu pregunta: sí, luchar es lo único que me queda.
Ninguno de los dos bandos había dejado de apuntar.
—Willy, ¿qué haces aquí? —cuestionó Ramírez.
—Lo mismo que tú, comandante, tratar de ganar esta guerra, ¿lo recuerdas? Ese era nuestro objetivo en común—respondió Willy y la sonrisa en su rostro se amplió.
—Bueno, creo que aquí estamos perdiendo el tiempo, camarada, porque aunque ya no somos aliados, tampoco somos enemigos. Al menos no de mi parte.
—Te equivocas, tú y yo tenemos algunas cuentas pendientes, comandante, nos diste la espalda y encerraste a mi mejor hombre. Pero luego podemos arreglarlo con café, como en los viejos tiempos, ahora mismo hay a nuestro alrededor problemas más serios, váyanse, que ya luego nos volveremos a encontrar. Puedes llevarte también a todos los otros que capturamos, igual sus patrullas.
Ramírez bajó su fusil y, con la mirada al frente, caminó hacia Willy y le tendió la mano, ambos se estrecharon y miraron con firmeza. El comandante le hizo una señal a su equipo para que lo siguieran, el resto de elementos que Willy liberó se les unieron más delante. El dirigente de la DEA los vio subirse a las camionetas y a otra parte perderse entre los árboles, cuando estuvieron lo suficiente lejos, con una señal le indicó a Ben que se le acercara.
—Escucha bien, Ben, esto es lo que vamos a hacer: nos dividiremos en dos, tú te quedarás aquí para intentar encontrar a Salvador, capturar al H22 o cualquier avance que logres hacer, yo seguiré a estos canijos. Estoy seguro de que me llevarán a Sebastián o algo importante, en tres días espero que podamos volver a reunirnos y que ambos tengamos buenas noticias. ¡Todos atentos! —gritó Willy—, ¡luchen, resistan, sobrevivían!
Ramírez tomó a gran velocidad una de las carreteras alternas, a su lado Elías se soba las muñecas y, desde atrás, Karla alzaba el celular con la esperanza de que agarrara señal. Cuando consideró que estaba a una distancia oportuna, Ramírez frenó y analizó a Elías de arriba abajo.
—¿Cómo estás, Elías? —lo interrogó Ramírez de inmediato.
—Bien, solo me mantuvieron amarrado, pero no me hicieron nada —respondió Elías y de la guantera tomó una nueva pistola, Willy se había quedado con la que le confiscó.
—¿En dónde está Sebastián? —La desesperación era evidente en la voz del comandante.
Elías agachó la mirada.
—No lo sé —respondió y apretó los labios—, cuando los Deas nos rodearon, ambos intentamos escapar por un despeñadero, a mí me atraparon a la mitad, creo que Sebastián si logró descender por completo, pero luego ya no supe más de él.
—¡Maldita sea! —exclamó Ramírez. En el asiento de atrás, Karla se llevó las manos al rostro, desesperada—, Sebastián desaparecido, no sabemos nada de Daniel y los enfrentamientos con los mudos perdimos mucha gente, ¡esto es un desastre!
El vibrar constante de un celular hizo que todos guardaran silencio y pusieran atención al asiento trasero, Karla miró la pantalla con duda y vio la raya diminuta de la señal que le teléfono logró captar, el descender de la sierra había funcionado; de inmediato tomó la llamada.
—Hola, ¿quién habla? —inquirió la periodista—, ¡Cristina! —gritó y luego puso el celular en altavoz.
—¡Karla, llevo horas intentado comunicarme contigo! Estaba con el alma en un hilo —exclamó la mujer al otro lado del teléfono, su voz estaba llena de desesperación.
—Hasta ahora he conseguido tener señal —se justificó Karla—, aquí las cosas están de la fregada.
—Escúchame bien, Karla —continuó Cristina—, hace un par de horas me llamó Daniel, uno de los celulares de seguridad sonó, debió ser el último que mi hijo recordó.
—¿Qué? ¿Daniel? ¿Qué te ha dicho? —preguntó la periodista en un grito.
—Que logró escapar de sus captores, no tuvo demasiado tiempo para explicarme las cosas, me dijo que intentaría llegar a la capital, pero que no podía acercarse a ninguna casa de seguridad porque podía ser peligroso, que en cualquier momento podían volver a capturarlo, que necesitaba tu ayuda, que se desharía del celular porque iban a rastrearlo, que buscaría la forma de volverme a llamar, luego colgó. —Cristina no resistió y se rompió en llanto.
—Cristina, trata de tranquilizarte —le pidió Ramírez—, ¿estás segura de que era Daniel?
—¡Es mi hijo, por supuesto que estoy segura! ¡Se oía muy asustado!
—¿Has dicho que iría a la capital? —volvió a interrogarla Ramírez.
—Sí, eso me dijo.
—Bien, esas pueden ser buenas noticias, pero... no lo sé, debemos ser precavidos —dijo Ramírez y se puso reflexivo, luego encendió su propio celular. Su bandeja de mensajes estaba llena, pero había uno en especial que captó su atención: su contacto en la fiscalía le informaba que tenía pruebas y avances importantes sobre el caso de Sebastián, pero que solo podía entregárselos a él.
—¿Qué haremos? —cuestionó Elías, con un nerviosismo que hace tiempo no experimentaba.
—Esto no me gusta del todo, pero creo que tendremos que dividirnos, Karla y yo regresaremos a la capital para atender el asunto de Daniel y este mensaje que mi contacto en la fiscalía me ha enviado, tú te quedarás aquí, Elías, intenta encontrar a Sebastián, ojalá que con vida, olvídate de la guerra, de los mudos, de Manuel, de todo. Evita la confrontación, solo utiliza la defensa, si en tres días no sabes nada de Sebastián, regresa a la capital. Voy a dividir a los elementos que me quedan para que nos apoyen, te dejaré a la mayoría a ti, nosotros nos apoyaremos con los elementos que están en la ciudad. ¡Elías, sobrevive!
—¡Sí, señor! —profirió Elías y abrió la puerta para bajarse de la camioneta, antes de que se bajara, tanto el comandante como la periodista le dieron un abrazo, él les sonrió y se dio la vuelta para coordinar a los elementos que lo acompañarían.
Ramírez volvió a echar a andar la camioneta, miró a Karla con el objetivo de armarse de valor y aceleró para dejar atrás los infiernos de la sierra madre occidental.
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