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12 días después.
27 de septiembre de 2011
Andrea despertó a mitad de una pesadilla, sobresaltada.
Miró por la ventana y se dio cuenta de que aún no amanecía, la oscuridad seguía siniestra y desconcertante más allá de la ventana. Lo comprobó cuando fijó su mirada en el reloj que se encontraba en el buró, indicaba que apenas pasaban ocho minutos de las cuatro de la madrugada.
Como si se tratase de un reflejo, Andrea se llevó las manos al cuello para sobarse; en su pesadilla, Fernando, su casi ex esposo, la estrangulaba en la oficina presidencial, ella intentaba gritar para pedir ayuda, sin embargo su voz se ahogaba entre sus cuerdas vocales. Una vez que logró espabilar, quiso darle sentido al horrible sueño que acababa de tener; la noche anterior se había dormido hasta tarde mientras veía el noticiero de mayor relevancia en el país, durante el programa hablaron de su ex marido y lo complicado que sería su último año al frente de la presidencia, aunque su estrategia de soberanía nacional le funcionó durante algunos meses, una vez más el país se caía a pedazos en su cara y lo único que a él le quedaba por hacer era resistir.
Andrea, en cambio, debía aprovechar esa catástrofe para posicionarse, había dejado a su equipo en la capital para que trabajasen arduamente mientras ella se esforzaba por solidificar la relación y alianza con Manuel Arriaga, sabía que ese era un paso importante que debía dar. En un balance de los hechos Andrea consideraba que lo logró, no obstante, era tiempo de abandonar aquel infierno para entrar de lleno en su papel y fijar los objetivos en la presidencia del siguiente año.
A su costado, Manuel restregó su cuerpo desnudo en el colchón, Andrea lo escuchó susurrar un par de cosas, seguro el mayor de los Arriaga también era una víctima de las pesadillas y los demonios internos. «Papá, papá, papá», expresó Manuel entre susurros y, segundos después, Andrea lo vio abrir los ojos y medio enderezarse. Tras un par de minutos en silencio, el líder del cartel del norte se levantó, todavía adormilado, y con torpeza se dirigió hacia al baño; se le escuchó orinar y luego enjuagarse la cara en el lavabo durante algunos minutos.
El reloj marcaba las cuatro de la madrugada y un cuarto cuando Manuel salió del baño. Andrea sintió como el hombre que fue su enemigo y que ahora era su aliado y amante la observaba en la oscuridad desde el marco de la puerta. A ella, la incertidumbre de la penumbra la exasperaba, le causaba ansiedad, así que estiró el brazo y jaló la pequeña cadena para encender la lámpara en el buró. La luz le permitió ver a cabalidad el cuerpo desnudo de Manuel, este le sonrió, burlesco, estiró las extremidades y volvió a dirigirse a la cama.
—¿Las pesadillas también te han atacado? —lo cuestionó Andrea mientras sus miradas coincidían.
—¡Las pesadillas me la pelan! —exclamó Manuel al tiempo que dejaba caer su corpulencia sobre el colchón.
—Eso no parecía hace unos minutos —refutó Andrea, y esta vez fue ella quien sonrió.
—Las pesadillas no me han matado. —Manuel abrió el cajón a su derecha para buscar la cajetilla de cigarros y el encendedor—. Mírame, aquí sigo.
—No dirías lo mismo si te hubieses visto, lucias muy asustado e intranquilo.
—Las pesadillas son solo malos sueños, pero se terminan en cuanto despiertas. Me preocupa mucho más lo que sucede afuera de los sueños. Andrea, ¿cómo vamos a ganar esta guerra?
—Ya tienes la respuesta, Manuel.
—¿En verdad estás tan segura de que ganarás las presidencia el próximo año?
—Lo estoy, Manuel. He trabajado mucho para ello.
Manuel guardó silencio y pensó en los mudos y el poderío que tenían, Andrea era demasiado optimista... mmm, no, esa no era la palabra, la mujer era demasiado soberbia, quizá porque nunca le tocó enfrentar la ferocidad de los mudos en carne propia, pero Manuel, que si se había enfrentado a ellos cuerpo a cuerpo, sabía que no serían un rival sencillo, aventajarlos antes de que la batalla presidencial comenzara de lleno, era primordial.
—Venga, Manuel, si estás aquí conmigo es porque sabes que soy el caballo ganador —expresó Andrea ante el silencio de su aliado y amante.
Una vez más, Manuel decidió no responder. Volvió a perderse en sus pensamientos, no podía negar que Andrea tenía razón, la eligió porque el panorama rumbo a las elecciones presidenciales indicaba que ella era la aspirante mejor posicionada, la mujer era inteligente y sabía actuar y mover sus piezas, estaba seguro de que la apuesta de los mudos sería el secretario de seguridad, esos cabrones utilizaban la misma estrategia que intentó implementar Antonio de la Barrera: elevar una figura militar como mesías exterminador de la violencia que ellos mismos provocaban y controlaban; Manuel lo descartó de inmediato, si bien el secretario era una figura con poder, el cabrón tenía menos encanto que una babosa muerta, además, tras la guerra en la que se encontraban, no estaba del todo seguro que la gente quisiese jugar del lado de un militar cuando el ejército, como institución, cada día perdía la confianza de las personas.
Apostar por Andrea también representaba riesgos, el país pasaba por una hecatombe y ante la visión machista que permeaba tal vez una mujer al frente no sería la opción idónea, sin embargo el día que Andrea se paró frente a las cámaras y anunció públicamente su separación del presidente, a Manuel ya no le quedaron dudas de que era la opción correcta; en el mundo del crimen, el personaje de la profesora siempre había sido sumamente respetado, la mujer contaba con personas de poder tanto en México como en Estados Unidos y tenía razón cuando afirmaba que trabajó mucho para llegar hasta ahí, lo más sorprendente era que la mujer estaba limpia, él mismo había buscado, hasta debajo de las piedras, algo que la ensuciara, pero su nombre estaba limpio y su imagen cada día cobraba más fuerza y popularidad; tragarse su orgullo y hacer equipo con ella fue el paso obvio que Manuel dio. No obstante, era consciente de que no la tenían ganada, había demasiado trabajo por hacer.
—Debes dejar de ser tan soberbia, Andrea —expresó Manuel para terminar con su silencio—, y mira que te lo dice el rey de la soberbia, no la tenemos ganada, nos queda mucho por hacer.
—Y yo soy consciente de eso, Manuel, pero es primordial que confíe en mí misma y dé esa imagen, de lo contrario estoy perdida. Soy mujer y debo esforzarme al doble, lo sabes.
—Claro, ante el resto debes mostrarte fuerte, y justo la forma en lo que lo has hecho es lo que me tiene a tu lado, pero para ti misma también debes ser objetiva, que no se te nuble el pinche juicio. Los mudos no serán un rival sencillo, además nos falta conocer el que será el candidato de tu esposo.
Andrea asintió y, en silencio, reflexionó las palabras que Manuel acaba de decirle.
—Yo creía que ese candidato sería Sebastián Meléndez —declaró Andrea luego de su silencio reflexivo—, y admito que le tenía miedo y respeto, pero ahora se ha jodido bien y bonito.
—¿Crees que él en verdad mató a Alexander? —inquirió Manuel tras darle un calada profunda al cigarrillo.
—No lo sé —respondió Andrea, pensativa—, Alexander fue un enigma que nunca pude descifrar, estaba bien protegido, pero ambos eran muy cercanos, eso es justo lo que más miedo me daba, lo que sucedió me tomó por sorpresa. Si te soy sincera no sé lo que pudo pasar, yo esperaba que el asesinado fuese Sebastián, yo misma lo tenía en la mira, lo de Alexander no lo veía venir.
—Tampoco nunca vi al embajador como un peligro o problema, tal vez, como dices, estaba bien protegido. Sebastián era también mi objetivo.
—Sigue siendo nuestro objetivo, Manuel. Dar con ese cabrón es primordial.
—El pendejo que tenemos en los calabozos nos llevará a él, eso tenlo por seguro.
—De verdad espero que nuestro plan funcione, no hay espacio para el error, Manuel, no lo hay. ¿Eres consciente de todo lo que nos jugamos?
—Lo soy, por eso he decidido confiar en ti, si algo me pasa tú quedas al frente del cartel, Andrea, a nadie más podría dejarle ese puesto.
Ante las palabras del mayor de los Arriaga, Andrea enmudeció. Lo que Manuel acaba de decirle representaba una declaración de confianza absoluta y eso, hasta cierto punto, la asustó. Andrea conocía a Manuel y sabía que las declaraciones que hacía había que tomarlas con pinzas, era un hombre egoísta que solo veía por sus intereses, no obstante ambos se acercaron el uno al otro porque se necesitaban, y en ese acercamiento ella descubrió algo de Manuel que no esperaba, no de esa forma: el líder del cartel del norte se encontraba completamente solo, no tenía amigos cercanos, solo aliados, tampoco tenía familia, sus padres estaban muertos, ella misma había mandado asesinar al Chepe Arriaga, aún seguía sorprendiéndole que superar ese hecho fuese lo que más les unió; en cuanto a os hermanos legítimos que Manuel tenía, a uno lo odiaba y la otra era solo una niña que no le interesaba en lo más mínimo; hijos legítimos tampoco tenía y si tenía regados por ahí no lo sabía o no le importaba. Eso llevó a pensar a Andrea que la declaración que Manuel acaba de hacerle quizá era genuina, el trabajo estaba hecho y, como ella se lo propuso, había logrado ganarse la confianza de Manuel, eso le causó una motivación que hizo su sangre arder.
—Manuel, vamos a lograrlo, te lo prometo —dijo Andrea y, sin que Manuel se lo esperase, volvió a besarlo.
Daniel no sabía si era de día o de noche, las últimas horas se vio obligado a sucumbir a la necesidad de dormir que terminó perdiendo la noción del tiempo. La última vez creyó que había ganado una batalla importante, pero se equivocó, al menos no fue el triunfo que esperaba; seguía con vida y eso era importante, se aferraba a ello con uñas y dientes, pero luego de confesar que conocía a Karla, los interrogatorios habían aumentado de nivel; el cuerpo a un le dolía ante los batazos que vinieron horas después de dicha confesión, cuando lo sumergieron en el agua, tan fría que quemaba, en verdad creyó que iba a morir, así que se vio obligado a hablar, a contar mentiras con pizcas de verdad: les habló de Ramírez, les dijo que aunque no lo conocía en persona sabía que era el líder que dirigía y hacía los pagos. Cuando sintió que estaba cerca de su final, habló sobre Karla y se inventó historias en las que ella lo había contratado para ayudarla en investigaciones periodísticas que en realidad eran inexistentes.
Luego de esos falsos relatos y confesiones lo dejaron en paz por unas horas, fue ese el momento en el que no pudo más y se quedó dormido, porque lo necesitaba y porque quería olvidarse del dolor que su cuerpo sentía. Tras despertar, de forma inevitable, Daniel lloró; las fuerzas y la entereza comenzaban a acabársele, no estaba seguro de si podría resistir un interrogatorio más, lo peor era que las esperanzas también se le terminaban, creyó que su equipo, sus amigos, sus hermanos, lo buscarían y lucharían por él hasta las últimas consecuencias, pero ya habían pasado muchos días y eso no sucedió. El sentimiento de que no era tan importante para ellos comenzó a apoderarse de él.
De pronto, una luz incandescente se encendió y Daniel se vio obligado a cerrar los ojos hasta que logró acostumbrarse al drástico cambio, pasó más de un minuto hasta que poco a poco Daniel fue abriendo los ojos. Cuando logró hacerlo por completo, detectó una figura borrosa en el marco de la puerta, con desesperación se talló los ojos para que la vista se le aclarase, fue entonces que pudo reconocer a Manuel.
El líder del cartel del norte lo observó en silencio desde la puerta durante varios minutos, Daniel se sorprendió a sí mismo cuando se descubrió sosteniéndole la mirada, a pesar de todo aún se aferraba con uñas y dientes, aún le quedaban fuerzas para luchar. Manuel lucía un impoluto traje negro y, con las manos en los bolsillos del pantalón, dio un par de pasos lentos hacia dentro del calabozo, sus labios se curvaron en su característica sonrisa desvergonzada. Daniel no dejó de mirarlo, si esa iba ser su última batalla, quería morir de pie.
—Hoy te vas de aquí —le dijo Manuel sin que la sonrisa cínica se le borrara del rostro.
Daniel intentó entender sus palabras, dimensionarlas. ¿Se iba de ahí porque iban a cambiarlo de lugar? ¿Se iba de ahí porque iban a dejarlo libre? ¿O con irse de ahí Manuel se refería al plano terrenal, acaso iban a asesinarlo? Un escalofrío recorrió su columna vertebral cuando se dio cuenta de que la tercera opción era la más factible. Le sostuvo la mirada a Manuel, pero este se adentró todavía más en el calabozo y le dio la espalda. Daniel iba a girarse para seguir en el duelo de miradas, no obstante escuchó con claridad el característico ruido que hacen los tacones al impactarse contra el piso; el instinto de Daniel lo hizo voltear: una mujer se encontraba de pie un paso detrás del marco de la puerta, la luz no alcanzaba a iluminar su rostro, sin embargo, con toda intención, ella dio un paso hacia el frente y su rostro se iluminó.
Las miradas de Daniel y de la mujer coincidieron durante un par de segundos, él la reconoció al instante: era Andrea Ramos, la todavía primera dama. La revelación le aceleró las pulsaciones, la mujer le dedicó una sonrisa a Manuel para después darse la media vuelta e irse. De pronto una molesta sensación de nausea invadió a Daniel y la pregunta, ¿qué hace esta mujer aquí se incrustó en su mente? El ser consciente de que quizá conocía la respuesta y sus implicaciones hicieron que Daniel no pudiese contener más y devolvió el estómago a un costado de Manuel.
El mayor de los Arriaga arrugó la nariz y se alejó un par de pasos más, Daniel no paró hasta que su estómago estuvo libre de bilis, en cuanto dejó de evacuar, pensó en su madre, en Elías, en Sebastián, en Ramírez, en Karla y en el peligro que implicaba que Manuel y Andrea estuviesen juntos; sabía que Andrea estaba implicada en el asesinato del padre de Manuel, sin embargo, a pesar de esa aversión que debía existir entre ellos, estaban juntos. Y eso solo significaba que su ambición por alcanzar el poder era más grande incluso que su orgullo, más que nunca Daniel quiso no estar ahí.
Daniel estaba tan perdido en sus pensamientos que no se dio cuenta cuando Manuel se acercó a él, fue hasta que sintió que le inyectaba algo en el oído que Daniel volteó arisco hacia donde Manuel estaba, logró ver como el líder del cartel del norte se guardaba una extraña jeringa en la bolsa del pantalón. Asustado, Daniel se replegó contra la pared, sin embargo, para su sorpresa, Manuel sacó un teléfono celular de la bolsa de su sacó y lo puso a los pies de Daniel, luego, de la misma bolsa, tomó una cajetilla de cigarros y un encendedor, se llevó uno a la boca y caminó en círculos por el calabozo. Daniel observó el celular sin entender qué pretendía Manuel.
—Ahora vas a tomar ese celular y vas a llamar a quien sea que tengas que llamar hasta que logres ponerte en contacto con Karla Irigoyen —dijo Manuel sin dejar de caminar en círculos por el calabozo—. Aquí tengo un guion que tendrás que seguir. —Cuando estuvo frente a Daniel le lanzó una hoja de papel perfectamente doblada—. Apréndete bien ese guion, que cuando hables con Karla tendrás que decírselo tal cual, y tiene que creerte, ¿entendido?
Aún con dudas, Daniel miró el celular y la hoja de papel a sus pies, intentaba espabilar para lograr entender las pretensiones de Manuel, sin embargo, por más que se esforzó, no logró llegar a nada. El oído comenzó a arderle, así que hizo un esfuerzo para mover su mano encadenada y tentarse la oreja, miró a Manuel y se dio cuenta de que también lo miraba, la serenidad que el líder del cartel tenía, lo asustó.
—Te recomiendo que no pierdas mucho tiempo —volvió a dirigirse Manuel a él.
—¿Qué es lo que quieres, Manuel? —se atrevió a preguntarle Daniel sin dejar de mirarlo a la cara.
—¿Cómo, no has entendido? Creí que había quedado claro, ¿tendré que repetirte las instrucciones? —Manuel tiró al suelo la colilla y la restregó con su zapato.
—No sé cómo ponerme en contacto con Karla. —Daniel volvió a fijar su mirada en el celular.
—Lo sabes, yo sé que lo sabes. Pero está bien, voy a motivarte un poco. —Manuel se puso en cuclillas para que su mirada estuviese a la altura de la de Daniel—. En tu oído he inyectado un veneno letal que actúa lento, muy lento, pero que llegará el momento en el que tu garganta se cerrara, tus vías respiratorias colapsaran, el aire no llegará a tus pulmones y por más que lo intentes no podrás respirar. Para ser exacto, eso pasará en menos de cuarenta y ocho horas, así que si yo fuese tú me daría prisa, por supuesto, yo soy el único que tiene el antídoto que puede evitar que te mueras.
Las pulsaciones de Daniel se aceleraron todavía más, su cuerpo estaba en repeso, pero por la forma en la que se comportaba su sistema nervioso parecía que acababa de correr un maratón. Manuel lo miró con firmeza y esa sonrisa desvergonzada que causaba la repulsión de cualquier que lo tuviese enfrente, no volvió a emitir palabra luego de la declaración que acababa de hacerle. A Daniel eso lo desconcertó, pero, tras unos segundos, logró entender que el líder del cartel del norte no hacía más que darle tiempo para que sopesara sus palabras: o hacía lo que le ordenaba o iba a morir, quizá aunque lo hiciese moriría de todas formas, pero sabía que Manuel era un gran jugador y que le daba la opción del antídoto como una última oportunidad, la esperanza siempre era lo último en morir.
«¡Qué tonto he sido al creer que podría ganarle!» «¡He sido un pendejo al pensar que alguien vendría aquí a salvarme!», pensó Daniel, y dos lágrimas densas escurrieron por sus mejillas; sin embargo, algo en la forma en la que su corazón latía lo hizo seguir aferrándose a la vida con uñas y dientes, deseaba salvar a los que quería a pesar de que los que quería lo habían abandonado, y muerto poco podría hacer por ellos.
Con desesperación tomó el guion que Manuel había escrito para él y lo leyó, al terminar se dio cuenta de que Manuel no lo había escrito, era demasiado inteligente para la desfachatez del mayor de los Arriaga, seguro aquellas eran palabras de Andrea Ramos. Daniel le dio una segunda lectura y luego puso la hoja a un lado para tomar el celular, forzó a trabajar a su memoria y recordó los números telefónicos que Ramírez les había obligado a memorizar para emergencias, tecleó ya sin dudas y se llevó el celular al oído, pero Manuel negó y le indicó que le pusiera al altavoz. El timbre sonó una, dos y tres veces, cuando Daniel creyó que la llamada iba perderse, alguien al otro lado la tomó.
—Karla... ¿eres tú? Soy yo, Daniel.
Hola mis estimados, qué gusto volver a saludarlos.
Me tomé unos días de descanso sin actualización porque la crisis de estar acercándome al final de este segundo libro, me llegó. Además me dio un bajón de ánimos y cuando eso sucede mejor alejarme. A pesar de que no actualicé, no me alejé de la historia, al contrario, leí los capítulos faltantes de publicar de este segundo libro y los bosquejos que tengo del tercero y eso me ayudó muchísimo;el problema nunca fue con la historia, eran cuestiones externas, pero acercarme a lo que más me gusta fue la chispa que necesitaba.
Ahora volvemos a las actualizaciones regulares.
Nos leemos pronto.
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