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148 días antes

1 de mayo de 2011


Tal y como los miembros de Rosa Blanca lo habían esperado, dos semanas después de la noche en la que los mudos le declararon la guerra al municipio y raptaron a cinco niños, Paola Torres apareció junto a su esposo para, con un falso sufrimiento y, de forma contradictoria, con bombo y platillo, anunciar que habían logrado rescatar a uno de los dos niños que faltaban por ser encontrados.

Aquella noche Rosa Blanca le dio al cartel de la letra muda una estocada que los dejó sangrando: abatieron a muchos de sus sicarios, lograron rescatar a tres de los cinco niños y capturaron vivos a varios de sus hombres, a los cuales interrogaron y obtuvieron información valiosa, pero sobre todo, les dieron una cucharada de su propio chocolate y exhibieron ante los ojos del país que los mudos no eran invencibles.

Las dos semanas posteriores a aquella noche fueron demasiado tensas, la escuela volvió a cerrar y las personas se recluyeron en sus casas sin atreverse siquiera a mirar por la ventana. En las profundidades de la sierra la guerra continúo con algunos enfrentamientos esporádicos, el golpe que los mudos recibieron los obligó a relegarse para retomar fuerzas. Mientras, el país esperaba expectante a ver cómo terminarían las cosas en el llamado nuevo municipio de la muerte, los medios de comunicación, las autoridades y las personas comenzaron a hablar de Rosa Blanca, a especular y con ello a tratar de entender quiénes eran y cuál era su papel en esa guerra.

Las autoridades se encargaron de alimentar la narrativa de que se trataba de una nueva organización criminal que se enfrentaba a los mudos por la plaza, por tener el control del tráfico de drogas y personas. Afirmaban que nadie que estuviese dispuesto a conseguir justicia utilizaría los mismos métodos que utilizaban escorias como los mudos. Ante eso, los miembros de Rosa Blanca respondieron entregando sanos y salvos a los niños que rescataron de los mudos y se comprometían a regresar con vida a sus familias a los dos niños que no pudieron ser rescatados.

Entonces una guerra mediática que dividió las opiniones del país entero surgió, mientras las autoridades oficiales atacaban a Rosa Blanca con suposiciones y relatos inventados, con el apoyo de Alexander, la logística de Ramírez, los dotes de investigación de Karla y el poder de palabra de Sebastián, Rosa Blanca se encargaba de seguir exponiendo actos de corrupción e ilegalidad del poder político desde el anonimato. Mientras, a plena luz del día y sin esconderse, trabajaban en la organización por la paz desde la vía legal y por la democracia.

De pronto, Sebastián se convirtió en un foco de atención, el primer paso como dirigente de la organización por la paz fue pararse, primero ante la cámara de diputados, y luego ante el senado, para exigir leyes que permitieran alcanzar la cultura de la paz, la cual abarcaba áreas como: democracia, justicia, desarme, derechos humanos, tolerancia, respeto a la diversidad cultural, preservación del medio ambiente, prevención y resolución de conflictos, reconciliación, no violencia y, sobre todo, educación en y por la paz. Para hacerlo, Sebastián formó un equipo de expertos en cada materia que incluía activistas y civiles dispuestos a cambiar las cosas.

Las acciones que la organización por la paz comenzó a implementar incomodaron a todo aquel que ejercía y disfrutaba del poder, entonces las descalificaciones y guerra sucia en contra de Sebastián y su organización se volvieron recurrentes, pero eso no los detuvo, por el contrario, con cada acción tomaban más fuerza. Fue cuando la demanda contra los Estados Unidos por el tráfico de armas y la iniciativa de ley por la legalización de las drogas tomaron forma, que el país terminó de dividirse por completo y Sebastián y toda la organización por la paz se volvieron un claro objetivo.


Desde una de las patrullas que los miembros de Rosa Blanca utilizaban para infiltrarse como policías federales, Daniel y Sebastián observaban el espectáculo que Paola Torres y su esposo habían montado para quedar como héroes ante todos los habitantes del municipio. Un ataque de ira y ansiedad invadió a Daniel cuando vio al niño salir de la mano de Paola y su esposo, como si fuese un trofeo para presumir, En un intento de liberar la frustración que sentía, Daniel golpeó el tablero de la patrulla con el puño cerrado y soltó un grito entre la furia y la contención. En el fondo, Sebastián sabía que la frustración de su amigo no solo se debía a que utilizaran al niño de esa manera, sino también a que Rodo, ese niño con el que Daniel formó una conexión especial, no estuviese dentro del plan de redención de Paola y siguiera desaparecido.

—¿Por qué, Sebastián? ¿Por qué no han incluido a Rodo en su circo? ¿Acaso él... murió? —inquirió Daniel, la frustración seguía dominándolo.

Sebastián se tomó un tiempo en silencio antes de responder, no iba a ser condescendiente con su amigo, no iba decirle palabras falsas para hacerlo sentir mejor. Por más que les doliera, las posibilidades de que a Rodo le hubiesen arrebatado la vida eran una realidad latente, por eso cuando Daniel se quebró y lloró a su lado, lo único sensato que Sebastián atinó a hacer fue poner su mano sobre el hombro de su compañero para hacerle ver que estaba ahí para él.

Cuando el show de Paola terminó, Sebastián le quitó la llave de la patrulla a Daniel y condujo por las afueras del municipio hasta llegar a la que Rosa Blanca había convertido en su guarida. Para sorpresa de Sebastián, en cuanto entraron a la habitación que convirtieron en su sala de reuniones y estrategias se encontró con la presencia de Alexander, él y el resto del equipo se encontraban alrededor de la mesa para observar algo que Alexander les mostraba en la pantalla de la computadora.

Daniel y Sebastián entraron y saludaron con un discreto «Buenas tardes». Elías, que conocía a la perfección a Daniel, de inmediato caminó hacia él y le dio un abrazo fraternal, por segunda vez en el día el menor del equipo volvió a quebrarse. El resto de los presentes respetaron el dolor de Daniel y guardaron silencio para que el chico pudiese liberar los sentimientos aversivos que lo invadían. Cuando estuvo más tranquilo, Alexander se acercó a él y mientras lo miraba a los ojos le comunicó el motivo de su presencia:

—El niño está vivo —confesó y tomó a Daniel del hombro—, pero mañana los mudos planean enviarlo a Rusia.

La declaración hizo que Daniel enmudeciera, sin duda alguna lo que Alexander acababa de decir lo cambiaba todo, incluso el mismo Sebastián quedó sorprendido, tanto por las palabras del embajador como por el hecho de lo que implicaba tenerlo de su lado. Con cada acción que Alexander hacía por la organización a Sebastián le quedaba claro que no se equivocaron al acercarse a él y brindarle la confianza de ser parte de algo tan grande como Rosa Blanca, Alexander estaba siendo una pieza clave en sus victorias pues siempre iban un paso adelante.

Una vez que sopeso la información que el embajador acababa de darles y que estudió a detalle las posibilidades, Sebastián se acercó a Daniel y lo abrazó, fue hasta cuando correspondió a su gesto que ya con más certezas a las que aferrarse, Sebastián le susurró al oído: «Vamos a salvarlo, te juro que vamos a hacerlo».


Al anochecer, Rosa Blanca había desplegado su ejército en las profundidades de la sierra madre occidental, se habían dividido en equipos para cubrir a la redonda la ruta que Alexander les dio del camino que los mudos seguirían para hacer el traslado. A Sebastián y Daniel les tocó estar juntos, no por asares del destino sino porque Ramírez sabía a la perfección que Sebastián era el indicado para mantener a Daniel a raya gracias al vínculo que ambos desarrollaron. Los dos se encontraban escondidos entre la protección que los enormes árboles a su alrededor les ofrecían; las parejas y escuadrones formados se separaban de forma estratégica en espacios de cincuenta metros. Pasaba de media noche y el silencio a su alrededor era abrumador, de vez en cuando se escuchaba uno que otro grillo cantar y el ulular lejano de un búho. El cielo estaba despejado y a través de las ramas de los árboles lograban apreciarse algunas estrellas.

Daniel aprovechó el tiempo muerto en el que se encontraban para acostarse boca arriba y apreciar el cielo, el traslado del niño estaba previsto, según la información que Alexander consiguió, hacerse entre las cuatro y las cinco de la madrugada, por lo que les quedaban cerca de cuatro horas sin nada que hacer. Sebastián colocó su fusil, cargado y listo para disparar, a un lado y decidió hacerle compañía a Daniel, gateó un par de metros por el suelo terroso y luego se acostó junto a él en la misma posición.

—¿En qué piensas? —le preguntó Sebastián mientras se acomodaba a su lado.

—Estos días he pensado tantas cosas, Sebastián, que no tengo una respuesta concreta. —Daniel tenía la mirada perdida en la negrura luminosa del cielo.

—Bueno, ahora no hay mucho por hacer, cuéntame algo, lo que tú quieras, Daniel, que este silencio desolador comienza a abrumarme. —Sebastián no tenía la mirada perdida en el cielo, fijó sus ojos en el rostro de Daniel e intentó reconocer sus facciones en la oscuridad.

—Hace una semana quería agarrar mis cosas y huir de aquí —confesó Daniel y también dejó de mirar las estrellas, de pronto sus miradas se encontraron.

—Eso es tan normal, las crisis es algo con lo que todos tenemos que luchar, a mí suelen atacarme de forma constante. —Sebastián sonrió de forma discreta, era una forma de solidarizarse con su compañero y amigo.

—Es que los últimos días he pensado demasiado en mi mamá —dijo Daniel y su voz se volvió más cruda, esa crudeza que venía con la certeza de estar en medio de una guerra—. El hecho de que en cualquier momento me llenan de plomo y la dejo completamente sola.

—Esa es una de nuestras realidades y también uno de nuestros mayores miedos, creo que a todos nos pasa, Karla también me lo ha dicho y yo también se lo he dicho a ella.

—A mí creo que es la primera vez que me pasa, al menos de una forma tan fuerte. En verdad estos últimos días he cuestionado demasiado mi vida, lo que he hecho con ella.

—¿Qué es lo que te gustaría cambiar? —inquirió Sebastián sosteniéndole la mirada, aunque la oscuridad no les permitía verse a plenitud, ambos sabían que sus ojos estaba fijos en los del otro—, las crisis son normales, pero el no superarlas también lo es, renunciar es una decisión sabía. A veces yo quisiera tener el valor suficiente para hacerlo.

—No estoy seguro de querer renunciar, siento que al hacerlo me sentiría vacío —respondió Daniel—, este es mi lugar. Lo que quiero es aprovechar mi vida porque se me puede ir en cualquier momento.

Sebastián guardó silencio, por un momento dejó de ver a Daniel, perdió la mirada en el cielo tal cual su compañero lo hizo minutos atrás y reflexionó lo acaba de escuchar. Entendía a lo que Daniel se refería, esa contradicción de seguir luchando sin que la vida se te vaya de las manos. En un instante, Sebastián dejó de mirar al cielo y volvió a fijar sus ojos en el rostro de su amigo.

—Entonces intenta vivir sin dejar de luchar —le dijo con toda franqueza.

—Tengo miedo de hacerlo —se sinceró Daniel—, miedo a que hacerlo termine de destruirme.

—No vas a saberlo si no lo intentas, si no lo intentas la incertidumbre te matará de todos modos.

Esta vez fue Daniel quien guardó silencio, pero no desvió la mirada hacia el cielo, siguió con sus ojos fijos en los de Sebastián. Entonces una chispa se encendió en su corazón y comenzó a esparcirse por sus venas, Daniel hizo un movimiento mínimo y un par de segundos después se descubrió con su rostro a milímetros del de Sebastián, dudó durante algunos segundos, la incertidumbre que suele venir antes de las acciones contundentes quiso apoderarse de él, pero las palabras de Sebastián volvieron a resonar fuerte en sus adentros, entonces decidió vencer al miedo y, en lugar de retroceder, acercó su rostro al de Sebastián hasta que logró hacer contacto con sus labios. Para sorpresa de Daniel, Sebastián no retrocedió.

El primer beso fue calmo, lleno de nervios e inseguridades, pero cuando se vio correspondido, Daniel se aferró a su compañero de guerra del cuello y tomó sus labios con apremio, con una pasión desbordada que llevaba meses guardándose. El beso se prolongó durante varios segundos, Sebastián también tomó su cuello y eso estímulo a Daniel a seguir, un instante después se descubrió encima de él, pero no quería parar, no iba a par si Sebastián no se lo pedía. De pronto, la lujuria se apoderó de su cuerpo, Daniel dejó en paz los labios de Sebastián y bajó hacia su cuello, mientras besaba la extensión de su yugular, con precaución, Daniel bajó la mano hacia la entrepierna de su compañero, Sebastián siguió sin poner resistencia y él se entusiasmó al darse cuenta que su deseo era correspondido, con desesperación y algo de torpeza le desabrochó el pantalón.

Sebastián fijó su mirada en el cielo y, sobrecogido, descubrió que una lágrima descendía con lentitud por su mejilla izquierda, sentía un cariño especial por Daniel, un lazo fuerte que los unía, pero no de la forma que su compañero esperaba; Daniel era atractivo, en lo físico le gustaba, sin embargo, en él solo era capaz de ver un amigo, no podía verlo de otra forma porque sus sentimientos y su corazón le pertenecían a otra persona, ¿entonces por qué no lo hacía parar?, ¿por qué lo alentaba a seguir? Correspondía a su amigo porque no quería lastimarlo, porque se sentía incapaz de negarle ese respiro en medio de la violencia y desolación en la que se encontraban, porque sentía la responsabilidad de ayudarlo. Cuando Daniel tomó con los labios su sexo erguido, Sebastián cerró los ojos, acarició el cabello de su amigo con ternura y pensó en el hombre que amaba en realidad, pensó en Salvador.

Un par de horas después los dos observaban al cielo en absoluto silencio, ninguno se atrevía a mirar al otro; luego de que Sebastián se corriera en su boca, Daniel no había vuelto a emitir palabra alguna y Sebastián tampoco quiso alentar la conversación. Ambos tenían sentimientos encontrados tras lo ocurrido que mantenerse callados fue la elección más inteligente. Fue la voz de Ramírez, que retumbó en sus audífonos, lo que los obligó a volver a la realidad en la que se encontraban. «Se acercan camionetas, todos atentos», dijo el comandante a través de su intercomunicador.

Sebastián se enderezó al instante y tomó su fusil, Daniel lo imitó segundos después. El silencio del bosque fue sustituido por el sonido de motores que se acercaban a la distancia. Con un par de movimientos, Sebastián se colocó pecho tierra sobre el despeñadero en el que se encontraban, su compañero de guerra se colocó a su lado.

—Al parecer las camionetas si pasarán por el camino que Alexander indicó —dijo Daniel mientras sostenía su fusil al frente.

Volver a escuchar la voz de su compañero sacó a Sebastián de su centro, pero a la vez lo hizo recordar por qué estaba ahí, durante un par de segundos miró a Daniel, luego volvió a centrarse en el camino que se encontraba debajo de ellos.

—Daniel, recuerda todo lo que está en juego —expresó Sebastián sin quitar su ojo diestro de la mirilla de su fusil—, debemos ser prudentes.

—Lo sé, Sebastián —respondió Daniel también con la mirada fija en el camino— la imprudencia no siempre me gana.

A la distancia, los dos lograron ver unas luces tenues que se acercaban. Sebastián volteó de reojo y apreció como Daniel tomaba su fusil con fuerza, él contuvo la respiración. Cuando las camionetas estaban a menos de treinta metros de pasar justo debajo de ellos lograron escuchar como los neumáticos tronaban al poncharse por las trampas de alambres de púas y clavos que pusieron en el camino. De inmediato, los elementos del ejército de Rosa Blanca que se encontraban a pie de camino rodearon las tres camionetas. Sebastián estiró la mano para indicarle a Daniel que esperara los segundos reglamentarios antes de hacer cualquier movimiento, contaron mentalmente hasta sesenta y luego ambos descendieron con precaución por el despeñadero.

Durante el tiempo que Sebastián llevaba internándose en las profundidades de la sierra, había aprendido a desarrollar su intuición, desde que vio acercarse a las camionetas en total tranquilidad supo que algo iba mal y en el momento comprobó que solo se trataba de tres camionetas terminó de comprobar que sus sospechas tenían fundamento. Cuando terminaron su descenso, Ramírez, Elías y otros elementos ya tenían un completo control sobre las camionetas. Con precaución Sebastián se acercó, Daniel se paralizó a sus espaldas, entonces comprobó que en los vehículos había niños, pero no el niño que esperaban. Lo único que Sebastián pudo hacer fue apretar los labios.

Los tres vehículos iban manejados por tres menores, de entre once y doce años. Sebastián supo que los mudos los habían enviado con toda intención, para burlarse de ellos y porque sabían que a menores jamás los someterían a sus rigurosos interrogatorios. Ramírez les ordenó a los tres escuincles que se bajaran con las manos en alto y así lo hicieron, sin poner resistencia alguna. Los elementos de Rosa Blanca los iluminaron con las linternas y luego comprobaron que iban desarmados, pero en sus playeras llevaban letreros pegados en los que podía leerse: «Ahora sabemos que hay un soplón entre nosotros y vamos a dar con él para cortarle la lengua».

Sebastián escuchó a Daniel maldecir a sus espaldas, pero no se atrevió a voltear para mirarlo, le había fallado en su promesa, Rodo ya debía estar en un avión con rumbo a Rusia.

Como ya es costumbre, vengo con actualización de fin de semana.

Como pueden darse cuenta por las fechas el pasado cada vez se acerca más al presente, a ese día en el que Alexander fue asesinado.

Los capítulos del pasado nos ayudan entender lo que sucede en el presente y los porqués de los personajes. En este capítulo hemos descubierto algo de lo que sucedió entre Daniel y Sebastián, que sé puede ser hasta cierto punto polémico.


Nos leemos muy pronto que las batallas más importantes están por venir.

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