4
318 días antes.
12 de noviembre de 2010
Cuando Sebastián salió de México un par de meses atrás jamás pensó que volvería pisar tan pronto las tierras donde murió y volvió a nacer, sin embargo, ahí estaba, internado en las profundidades de la sierra madre occidental.
Karla iba a su lado y Emiliano al otro extremo, el agente de la DEA conducía con suma lentitud, como si se negara a llegar a su destino; se tomaba su tiempo para apreciar la inmensidad de los árboles y el cómo, al tiempo que ellos avanzaban, el cielo perdía claridad y una que otra estrella aparecía de pronto en su camino.
Estaban en su sesión diaria de tiro al blanco cuando Emiliano irrumpió en la sala de entrenamientos, con la mano les había hecho una señal para que terminaran sus actividades y, desde la entrada, los observó disparar. La presencia del agente había puesto nervioso a Sebastián, disparó cinco tiros más y ninguno logró dar en el centro, Karla, en cambio, por orgullo o motivación, la primera era más probable, dio en el punto rojo en cada uno de sus tiros y sonrió, satisfecha. Sebastián había volteado de reojo para ver a Emiliano y lo vio sonreír con discreción.
Ambos se quitaron las orejeras de protección y guardaron el equipo que llevaban encima, Sebastián caminó hacia Emiliano, Karla unos pasos por detrás de él. Cuando estuvo frente al agente le tendió la mano para saludarlo, Emiliano la apretó con fuerza, lo miró a los ojos y lo analizó por un par de segundos con seriedad hasta que lo atrajo hacia él y le dio un fuerte abrazo y un par de palmadas en la espalda. Siguió el turno de Karla, ella también lo saludó de mano y Sebastián pudo observar como su amiga intentó deshacer el agarre con rapidez, sin embargo, Emiliano se lo había impedido, sostuvo su mano con fuerza y, con el único ojo que los mudos le permitieron conservar, la miró a los ojos con mayor intensidad que la dedicada a Sebastián, dudoso, extendió su rostro hacia Karla y ella le dio un discreto beso en la mejilla, al parecer aún no saldaban del todo sus cuentas pendientes.
—Hagan una maleta para una semana que puedan llevar al hombro —les ordenó Emiliano—. En quince minutos los espero en la oficina de Willy.
Se cuestionaron con la mirada y encogieron los hombros como negativa mientras veían a Emiliano abandonar la sala de entrenamientos, pero, con cierta expectativa y emoción, se podía ver en la sonrisa que curvó los labios de ambos, se dirigieron a sus habitaciones para cumplir con la orden.
Cuando Sebastián llegó a la oficina de Willy, Karla ya estaba sentada frente a ambos agentes, él ocupó la silla de al lado y esperó expectante a que Emiliano terminara de tomar de su café para que empezara hablar. Antes de hacerlo, volvió a mirarlos a ambos y asintió, más para sí mismo que para otra persona, como si acabase de comprobar que había hecho lo correcto.
—Bien, como les dije antes —tomó Emiliano la palabra—, abandonaran las instalaciones de entrenamiento por una semana.
—Creí que el entrenamiento debía ser ininterrumpido —replicó Karla.
—Esto es parte de su entrenamiento —aseveró Emiliano.
—¿Adónde iremos? —preguntó Sebastián.
—Viaje todo pagado a México —respondió Willy.
El escuchar el nombre de su país ocasionó que las pulsaciones de Sebastián se aceleraran y los ojos se le iluminaran, en el momento que Emiliano percibió su entusiasmo, volvió a intervenir de inmediato.
—Sebastián, que quede claro que no vas de vacaciones, ¿entendido?
—Sí, sí, entendido —dijo, cruzó los brazos sobre su abdomen y un puchero le frunció el gesto. A Emiliano le recordó a ese Sebastián que vio la primera vez en aquella casa de playa, algunas cosas, por más que se intentara, nunca cambiaban.
—¿Qué iremos a hacer a México? —inquirió Karla, analítica.
Willy y Emiliano la voltearon a ver al mismo tiempo, orgullosos. Por su determinación estaba ahí, y no los había decepcionado ni un solo día.
—Su primera misión —respondió Willy mientras tecleaba algo en su computadora.
—¿Y en qué consiste esa misión? —preguntó Sebastián esta vez, le habían picado el orgullo, trabajaba duro y quería demostrarlo.
La impresora junto al escritorio hizo el característico sonido de hojas de papel que pasan a través de ella para impregnarse de su tinta, en silencio, los cuatro vieron a hojas y hojas salir del aparato. Willy tomó primero una parte y las puso en una carpeta, cuando el proceso finalizó, les echó una mirada rápida y las puso en otra distinta, las tomó con ambas manos y les tendió una Karla y la otra a Sebastián.
—Partimos de aquí a las cuatro en punto —dijo Emiliano y miró el reloj en su muñeca—, tienen hora y cuarenta y dos minutos para leer toda la información. Ya tendrán tiempo de hacerme las preguntas que quieran.
—¿Algún adelanto que puedas darnos para ponernos en contexto? —pidió Karla al tiempo que se ponía de pie para marcharse.
—Los mudos que no dejan de tocarnos las pelotas —respondió Emiliano mientras se tronaba los dedos de las manos.
La periodista asintió y salió de la oficina tras Sebastián. Ya en el pasillo, ambos se dirigieron al área de habitaciones y, recostados en la cama de Sebastián, leyeron juntos la información que Willy les había proporcionado: cuarenta y dos páginas con fichas, testimonios, estadísticas, artículos de información y una que otra fotografía. Leyeron la información que ya sabían, los mudos no perdían el tiempo durante la supuesta tregua de paz en la que el país se encontraba, habían perdido a su líder, pero en este cuento de nunca acabar, uno más tomó el mando, y era alguien que conocían bien: ese chico que era tan valioso para el cártel, ese que la DEA y la policía federal tuvieron en su poder, pero que se les escapó.
La carpeta de investigación ponía como prioridad la captura de ese chico, que se hacía llamar "El H22", se ofrecía una recompensa de dos millones de dólares a quien diera información precisa sobre su ubicación. Había dos temas que tenían especialmente preocupados a los gobiernos de México y de Estados Unidos: al gobierno mexicano le preocupaba que, en los últimos meses, las desapariciones de mujeres entre los doce y los veinticinco años habían aumentado de manera alarmante. Al gobierno estadunidense, por su parte, le preocupaba una nueva droga que generaba una pronta adicción, que tenía efectos mortales a corto plazo y que estaba siendo traficada desde México con bastante éxito.
Sebastián resopló y cerró la carpeta, Karla regresó a la parte donde se encontraba la fotografía del H22 y la observó a detalle con el firme propósito de grabarse su rostro; aquella tarde frente a la narco fosa en la que yacían los restos de su hermano, prometió que, aunque la vida se le fuera en ello, lucharía porque ninguna familia tuviese que vivir el dolor que ella y su familia vivieron. La periodista cerró la carpeta y miró de reojo a Sebastián, vio en su gesto la incertidumbre, el miedo y las dudas. Se rigió a sí misma para tomar el papel de hermana mayor, lo jaló del brazo e hizo que se levantara de la cama, lo llevó hacia el espejo rectangular que colgaba de la pared y lo obligó a mirarse, Karla sabía que una vez en México no habría tiempo para vacilaciones.
—¡¿Quién eres?! —le gritó ella mientras lo obligaba mirarse en el espejo.
—Sebastián —respondió él con voz tenue.
—Ah, sí —dijo ella—, el chico que secuestraron por débil, que utilizaron, la presa fácil.
—¡No! ¡Ya no soy ese Sebastián! —gritó el como respuesta.
—¿Ya no eres ese Sebastián? Entonces, respóndeme, ¿qué haces aquí?
—Estoy aquí porque tengo potencial, porque soy inteligente, porque tengo la capacidad de dirigirme a las personas y hacerme escuchar, mover a las masas, persuadirlas.
—¡Te estás sobreestimando!
—¡No!
—¿Estás seguro, Sebastián? ¿En verdad los sentimientos no te ganarán? ¿No vas a quebrarte?
—¡No, no lo haré! Estoy aquí porque no quiero quedarme de brazos cruzados.
—Hacer justicia desde el poder, amigo.
—Hacer justicia desde el poder, amiga.
Ambos miraron sus reflejos, tenían los ojos llorosos, la piel enrojecida, el corazón acelerado y sus extremidades temblaban; se reconocieron a sí mismos y luego él uno en el otro: hermanos de circunstancias, compañeros de guerra, soñadores aleados. Se miraron una última vez y asintieron, un abrazo selló lo que acababa de suceder frente al espejo y salieron de la habitación.
En las profundidades de ese lugar que marcó la vida y el destino de los tres, cada uno luchaba a su manera contra sus demonios.
Karla pensó en Manuel Arriaga, recordó cómo había escapado junto a él de las entrañas de la sierra, llevaba meses sin saber del mayor de los Arriaga, Manuel aún se mantenía en las sombras, pero Karla no podía sacárselo de la mente, era el asesino confeso de su hermano y algo en su sangre ardía cada vez que lo recordaba, Manuel tenía razón cuando le dijo que se convertiría en la persona que ella más odiaría en su vida, tampoco se equivocó cuando aseveró que volverían a encontrarse, tarde o temprano, ella se encargaría de que la justicia le cobrara todas las que debía.
Emiliano recordó a Jaime, unas cuentas semanas atrás llegó ante él la información sobre su caso, la carpeta de investigación sobre el asesinato del profesor seguía abierta, aunque Emiliano ya no le encontraba mucho sentido, no tenía dudas de que su amigo había sido asesinado por los mudos ante la fallida misión de terminar con la vida de Hilario Meléndez, y eso solo convertía en una estadística más. Sin embargo, no podía dejar atrás el hecho de que había sido él quien lo metió en las entrañas de esa conspiración y esa guerra, Jaime luchó a su manera, por eso Emiliano quería darle un cierre justo a su historia, era lo menos que podía hacer por su amigo y por la esposa y por el hijo de este.
Sebastián llevó a su mente a la comunidad tarahumara en la que renació. Rememoró la búsqueda del jicurí, las noches que durmió bajo esos árboles, la caminata en el desierto, a Rahui dirigiéndolos, el momento en el que encontró la primera mata de peyote, a Salvador corriendo hacia él y estrechándolo de felicidad entre sus brazos. También vino a su memoria la conversación que tuvo con Salvador en la noche de regreso a la comunidad, el cómo, durante la búsqueda, dejaron de ser unos completos desconocidos porque comenzaron a luchar contra sus miedos y se dieron la oportunidad de convertirse en amigos. Evocó la madrugada del ritual, aquella vez que ambos se rompieron para sanar sus heridas internas; desde ese día se volvieron inseparables, se afianzaron sus ideales y, a la vez, fueron conscientes de la atracción que ambos sentían.
—¿Qué haremos aquí durante una semana? —preguntó Sebastián para escapar de sus recuerdos.
—Observar —Respondió Emiliano y dejó de ver un par de segundos al frente para dedicarle una mirada rápida.
—¿Observar qué o quién?
—Ustedes conocen este lugar, sus circunstancias los obligaron a internarse en sus profundidades. Estamos en el lugar de origen de los principales laboratorios clandestinos donde se produce la, lamentablemente famosa, "moronga". Tenemos que dar con ese origen de forma precisa a como dé lugar.
—¿Moronga? ¡Qué nombre tan raro! —dijo Karla mientras intentaba procesar el nombre.
—Es porque es una droga que parece sangre coagulada, de ahí el nombre —explicó Emiliano, bien concentrado al frente ante el tramo de carretera lleno de curvas que tomaron.
—Por aquí hay varias comunidades serranas, ¿nos infiltraremos en alguna? —preguntó Sebastián en un intento de llegar al fondo de la misión.
—Tú eres demasiado famoso para infiltrarte en algo así, te reconocerían al instante y estarías muerto en minutos, ni siquiera nos acercaremos a ninguna comunidad, vigilaremos la sierra, sus caminos, sonidos, silencios, paisajes, todo desde las sombras. Ahora están en una misión y tiene que aprender a ser agentes.
La noche arribó de lleno e impregnó el ambiente de una sensación de incertidumbre que invitaba a la precaución. Emiliano encendió las luces altas de la Toyota de una cabina en la que viajaban y disminuyó la velocidad para evitar contratiempos ocultos en la oscuridad que pudiesen tomarlos por sorpresa. Cuando encontró una zona bastante poblada de árboles, se desvió del camino y escondió la camioneta.
—Aquí acamparemos —avisó y abrió la puerta—. Intentaremos estar despiertos los tres la mayor cantidad de tiempo posible, pero cuando el cansancio haga sucumbir a alguno, dos vigilan y uno duerme, ¿de acuerdo?
Karla y Sebastián asintieron y pudieron ver a Emiliano sacar una caja de cigarrillos y un encendedor, les ofreció uno y ambos lo aceptaron sin dudarlo. Los tres fumaron en silencio hasta que Sebastián decidió hablar para escapar de sus recuerdos una vez más:
—Emiliano, tu identidad también fue revelada cuando los mudos te capturaron, eso te hace correr demasiado peligro, deberías ser un testigo protegido, sin embargo, te veo más activo que nunca.
—Justo de eso quiero hablarles —dijo Emiliano luego de darle una calada profunda a su cigarro—. Voy a tomar el mando de la DEA en México.
—-¡Vaya, qué noticia! —expresó Sebastián—, ¿estás seguro?
—Completamente, ya todos saben que soy un agente de la DEA, llegó el momento de luchar dando la cara.
Sebastián apretó el hombro de su amigo como muestra de su apoyo, sabía que el hecho de que Emiliano asumiera ese puesto representaba un peligro inminente, pero prefirió guardarse sus observaciones, era consciente de que la decisión estaba tomada y ya nada lo haría cambiar de opinión. Karla al parecer no se tomó la noticia para nada bien, siguió fumando sin decir palabra. La intimidad en la que se encontraban, motivó a Sebastián a sacar temas peliagudos a flote, aún tenían temas pendientes que resolver, y esa noche parecía perfecta para hacerlo.
—Karla ya se ha disculpado conmigo —dijo Sebastián dirigiéndose a Emiliano—. No esperaba mucho de ti, pero al menos un: "Lo siento, Sebastián".
—¿Perdón? ¿Por qué tendría que disculparme yo contigo? —inquirió Emiliano mientras pisaba con fuerza la colilla de su cigarro.
—Sabes muy bien por qué tendrías que hacerlo, Emiliano —respondió Sebastián y lo miró con firmeza a pesar de que la noche no les concediera la oportunidad de analizar sus miradas y expresiones.
—Jamás pediría perdón por haber hecho lo que tenía que hacer.
—Bueno, a veces se puede dejar de ser un idiota —dijo por fin Karla.
—Por favor Karla, tú también hiciste lo necesario —se quejó Emiliano—, y estuviste de acuerdo conmigo.
—Y yo ya pedí disculpas, yo si tengo educación y todavía me queda algo de humanidad —se defendió Karla.
Emiliano soltó una sonora carcajada, negó un par de veces y resopló, luego caminó hacia Sebastián y lo tomó por los hombros, con esa cercanía, Sebastián pudo distinguir el ojo verde del agente sobre los suyos.
—Escucha muy bien lo que voy a decirte, Sebastián —le pidió Emiliano con voz clara y firme, sin llegar a los gritos—. No sé qué escuchaste, tampoco qué suposiciones has hecho a partir de ello, mucho menos las ideas que te hiciste en la cabeza, pero Salvador Arriaga, sí, el cabrón del que te enculaste, ¡está muerto! ¡Muerto! Sí, te mentimos, sí, te usamos, pero era lo que teníamos que hacer. Asúmelo. Crece y sigue adelante. De corazón y con toda la educación y humanidad que me quedan, te lo digo: es el mejor consejo que puedo darte.
Lo único que Sebastián atinó a hacer luego de las palabras de Emiliano, fue pedirle otro cigarrillo y encenderlo con desesperación. Karla apretó los labios y se dio la vuelta para darles la espalda, las palabras de Emiliano habían sido contundentes, pero en el fondo, ella no podía negar que tenía razón, ese era el mejor consejo que podía darle; Salvador murió aquella mañana, así como ellos intentaban asesinar a sus yo del pasado, luego de sus decisiones y sus circunstancias, no había más opción que esa.
Ya pasada la noche Sebastián pidió el primer turno para dormir, no estaba cansado, pero el silencio entre los tres lo exasperaba, sin embargo, en ese silencio vio la oportunidad perfecta para hacerse a un lado y dejar que Karla y Emiliano intentarán limar las asperezas que aún se mantenían como cuchillas filosas entre ellos. Así que se fue a la camioneta y se recostó en la extensión del asiento. Recordó las palabras que le dijo Emiliano y sacó desesperado la billetera de su pantalón, de ahí tomó la fotografía que conservaba de Salvador,esa que había sacado debajo de su colchón para llevarla consigo, la miró con la luz tenue que desprendía la luna y un nudo se formó en su pecho. Buscó también el papel que encontró doblado en la chamarra de Salvador aquel día que se despidió de México y volvió a leerlo: «Te amo. Hasta que nos volvamos a encontrar». Estuvo a punto de hacerle caso a Emiliano, de romper la fotografía y el papel y olvidarse para siempre de Salvador. La simple idea se sintió como una bala de grueso calibre que atravesaba su corazón, volvió a guardar sus recuerdos, se aferró a ellos y lloró en silencio.
Hola mis estimados, ¿cómo están?
Sé que dije que actualizaría el viernes, sin embargo, creo que puedo esforzarme para actualizar esta historia dos días a la semana: lunes y viernes. Tú, Yo, Anarquía se actualizará los miércoles. Tres capítulos a la semana es todo un reto, pero creo que puedo comprometerme hacerlo.
Pero hablemos ya de este nuevo capítulo.
¡Emiliano dirigente de la DEA en México! Eso es bueno... y peligroso.
¿Podrán Emiliano y Karla limar sus asperezas? ¡Cuánta tensión entre esos dos!
¿Qué opinan del consejo que Emiliano le dio a Sebastián?
Nos leemos el viernes,
Los quiere, Ignacio.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top