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11 días después.

26 de septiembre de 2011


Tal y como Hilario lo había esperado, cuarenta y cinco minutos después de que su hijo volviese al que fue y siempre sería su hogar, en la entrada principal del rancho de los Meléndez el secretario de seguridad, el fiscal general y el General Lozano, actual líder del ejército mexicano, esperaban a que Hilario los recibiese.

En cuanto Sebastián arribó corriendo por los sembradíos traseros del rancho, no hubo demasiado tiempo para explicaciones, Hilario le hizo una señal a su hija Denisse que esta comprendió al instante, padre e hija habían aprendido a entenderse con una sola mirada, la guerra los obligó a eso. Justo gracias a ello, a la guerra en la que su familia se vio inmiscuida, fue que Hilario aprendió a ser más malicioso y menos ingenuo, por su ingenuidad perdió cosas que le importaban, no estaba dispuesto a perder nada en absoluto a causa de su idealismo, sobre todo si se trataba de su familia.

Cuando creyó que había perdido a Sebastián para siempre, Hilario cayó en una depresión que, aunque se esforzó por ocultar, llegó un grado en el que no pudo más y tuvo que buscar ayuda; el punto de quiebre ocurrió el día que su hijo volvió a marcharse de su lado, un miedo irascible lo invadió en cuanto vio a Sebastián subirse al avión que lo llevaría a ese destino que eligió, pero que él, como padre, se negaba a aceptar. Durante dos semanas enteras, Hilario luchó contra esos sentimientos asfixiantes que querían apoderarse de su ser y se forzó a cumplir con sus obligaciones como presidente municipal; sin embargo, cuando una mañana entró a la habitación de Sebastián y encontró la cama vacía e impoluta, el miedo se apoderó por completo de él y lo paralizó, unos cuantos segundos después perdió el conocimiento.

Fue Denisse quien lo encontró tirado en la entrada de la habitación de Sebastián, asustada, la hija mayor de la familia llamó a los hombres de seguridad para que la ayudasen a levantar a su padre. Hilario recuperó la conciencia un par de minutos después y se descubrió recostado en la que era la cama de su hijo, se enderezó sobresaltado y quiso abandonar la habitación, pero Denisse no se lo permitió. Una hora después el médico familiar y mejor amigo de Hilario llegó para revisarlo. Testarudo por naturaleza, Hilario se negaba a ser atendido, lo último que quería era preocupar a su familia, no obstante, si él era testarudo Denisse lo era aún más y terminó ganando esa batalla padre-hija.

A la mañana siguiente Denisse y Dalia lo llevaron al hospital general del municipio para que le hiciesen los estudios que el médico había ordenado. Al salir, mientras caminaba por los pasillos, Hilario se encontró con una puerta en la que podía leerse «Psicología», como si se tratara de una epifanía, la palabra hizo una conexión abrumadora con Hilario, así le dio sentido a lo que ya sabía pero no quería aceptar: sus problemas más que físicos eran emocionales. Un par de días después, sin que Denisse ni Dalia lo supieran, regresó al hospital y pidió una cita con la psicóloga.

Fue durante las sesiones con aquella joven mujer que pudo ponerle nombre a todo lo que sentía y lo abrumaba. En un principio fue complicado poder abrirse con esa mujer que lo miraba con una paciencia apremiante, pero conforme las sesiones avanzaron Hilario se descubrió hablando de su infancia, de su vida y de sus miedos. Ahí entendió que un sentimiento de culpa no resuelto era lo que más lo afectaba en su día a día, que esos ataques que lo paralizaban se debían al estrés post traumático luego de lo sucedido con Sebastián y todo lo que vino después. Minerva, así se llamaba la psicóloga que lo ayudó a entender y afrontar sus miedos, lo animó a hablar sin tapujos de lo que sentía, en ese espacio Hilario se sintió por primera vez en mucho tiempo libre, podía expresarse sin miedo a ser juzgado, y esa libertad fue la que lo hizo entender que su lucha no había terminado, apenas comenzaba.

Hilario pudo perdonarse a sí mismo por los errores que cometió, hacerlo lo ayudó a reenfocar su manera de luchar, logró llegar a la plena conciencia de que muchas personas tenían puestas sus esperanzas en él, y aunque eso lo abrumó también revolucionó sus motivaciones; luego de cuatro meses de terapia, o conversaciones con Minerva, a él le gustaba más llamarlo así, Hilario consiguió dejar de paralizarse ante sus miedos y volver a respirar con tranquilidad.

El asesinato de Jaime, del que él fue el perpetrador, fue un tema del que nunca habló abiertamente con Minerva por obvias razones, pero, con los consejos, perspectivas y estrategias que la mujer le dio, Hilario llevó a la reflexión por su cuenta lo sucedido con el profesor rural. Así logró entender que, aunque las pesadillas y la culpa que ese hecho le causaba, no se arrepentía de haberlo de haber defendido a su hijo como lo hizo; aquel había sido el primer rompimiento de Hilario, esa revolución que, de cierta forma, destruyó lo que fue en el pasado y que, a pesar del temor de aceptarlo, no quería volver a ser. Había asesinado a un hombre y decidió dejar atrás los remordimientos, su instinto salvó a Sebastián aquella tarde, estaba dispuesto a seguir salvándolo a pesar de todo y de todos.

Con suma paciencia, Hilario echó dos hielos en el vaso y luego lo llenó de whisky, se sentó detrás de su escritorio y después de dar un trago para saborear el licor dio la orden de que les permitiesen la entrada a los hombres que lo esperaban en la puerta principal de sus tierras. Miró el reloj colgado en la pared frente a él y, mientras toma de su whisky, vio avanzar el segundero, sabía que los hombres que lo buscaban llamarían a la puerta de su despacho en menos de cuatro minutos.

Tal cual lo intuyó, cuando el segundero marcó tres minutos y cuarenta y dos segundos, alguien al otro lado golpeó la puerta un par de veces con los nudillos. «Adelante», gritó Hilario. Primero vio al jefe de guardaespaldas del rancho entrar, tras él entraron los tres hombres que se suponía tenían la seguridad del país en sus manos. Saludaron con un: «Buenas tardes», Hilario hizo un asentimiento leve y con la mano los invitó a tomar asiento. En el pasado, Hilario se hubiese puesto de pie y les habría ofrecido algo de beber, sin embargo, el hombre en el que se convirtió no estaba dispuesto a tener formalidades que los cabrones que intentaban arruinar su vida y la de su familia.

—¿En qué puedo ayudarlos, señores? —cuestionó Hilario luego de volver a beber de su whisky.

—Creo que los sabes muy bien, Hilario —fue el secretario de seguridad quien respondió. —No, secretario, se equivoca, no sé en qué puedo ayudarlo, dígame y con gusto veré qué puedo hacer.

—Hace cerca de una hora te llamé para informarte que dos sospechosos habían ingresado a tu rancho y te pedí amablemente que me permitieras entrar a revisar, pero te negaste y me dijiste que solo permitirías mi ingreso y el de mi gente con una orden judicial, bien, aquí la tienes —dijo el secretario poniendo la carpeta que llevaba en la mano sobre el escritorio.

A Hilario no les sorprendió que esa orden judicial fuese otorgada y se imprimiera en menos de una hora, ya estaba preparado para ello. Aun así, tomó la carpeta y con paciencia leyó cada palabra.

—Hilario, no sé qué le pasa —expresó esta vez el fiscal—, nosotros solo nos preocupamos de que dos hombres que pueden ser peligrosos hayan ingresado a su propiedad y pusieran su vida la y la de su familia en peligro, la camioneta en la que ingresaron parece ser de los mudos.

—Como ya debieron haberse dado cuenta —dijo Hilario y luego hizo una pausa para darle un trago más a su whisky—, mis tierras están aseguradas por cada rincón. Aquí no ha entrado nadie.

—Eso nos tocará confirmarlo a nosotros —dijo el secretario.

—Hilario, le recuerdo que usted es un funcionario público y es su deber colaborar con la justicia —volvió a intervenir el fiscal.

—Estoy colaborando con ustedes, caballeros, yo más que nadie quiero justicia —expresó Hilario con seriedad.

—¿Esto es por lo que ha pasado con tu hijo? —cuestionó el fiscal—. Nosotros solo estamos haciendo nuestro trabajo.

—¿Mi hijo? ¿Qué tiene qué ver él con esto? ¿Ya saben algo de él o dónde se encuentra? Los medios dicen que se lo llevaron en ese helicóptero.

—No, todavía no, de momento —respondió el General Lozano que había permanecido en absoluto silencio hasta entonces.

—Bueno, agradecería profundamente que me notifiquen a la brevedad si saben algo de él —dijo Hilario y se tomó el último trago de whisky que quedaba en el vaso—. Yo más que nadie quiero que lo encuentren, sabemos a la perfección lo que le hicieron hace dos años que lo secuestraron quienes se supone debían protegerlo.

—Como me lo exigiste —reiteró el secretario y se puso de pie—, aquí tienes la orden para ingresar a tu propiedad. Nuestros elementos ya tienen rodeadas tus tierras y otra parte entrará a inspeccionar cada rincón.

—Adelante, caballeros, si me necesitan para algo aquí estaré trabajando. —Hilario también se puso de pie para despedirlos.

Los tres le dedicaron una mirada llena de cólera que no se esforzaron en disimular. Hilario los vio salir de su despacho y se sirvió un segundo vaso de Whisky, Sebastián y Salvador ya se encontraban resguardados cinco metros bajo tierra, pensó, podían levantar cada piedra del rancho si querían, por más que los buscaran no iban a encontrarlos.


Sebastián miró con asombro la habitación en la que ahora se encontraba mientras caminaba por el lugar, su padre había construido bajo la casa un especie de departamento que, aunque sencillo, contaba con todas las comodidades: un cuarto de baño hecho en el espacio debajo de la escalera, una cama individual, una televisión, un sillón reclinable frente a la pantalla, una alacena y un refrigerador atiborrados de comida y, al fondo, una parrilla eléctrica en la que cocinar. A través de las paredes se encontraba un sistema de ventilación que proporcionaba el oxígeno necesario para sobrevivir en ese lugar una buena cantidad de tiempo. En sus adentros, Sebastián se preguntaba en qué momento su padre había construido dicho lugar.

Las tripas de Sebastián comenzaron a rugir por lo que decidió hacerles caso a las demandas que le hacían, se acercó al refrigerador y de ahí sacó un par de yogures bebibles, destapó una sabor a manzana, el de fresa se lo lanzó a Salvador, este vio el empaque en silencio durante unos segundos para después volver a mirar a Sebastián.

—Curiosa elección de sabor has tenido para mí —dijo Salvador y su característica sonrisa chueca le curvó los labios, luego destapó el yogurt y se lo bebió de un solo trago.

—No estoy enviándote ninguna indirecta. —Se rió Sebastián de forma inevitable—. Ni siquiera me fijé en los sabores, tengo preocupaciones más importantes.

—Solo quería bromear un poco contigo —dijo Salvador—, te ves muy tenso, tranquilízate. Creo que aquí podremos estar a salvo al menos por un tiempo.

—No puedo estar tranquilo cuando allá arriba personas que quiero libran una guerra que yo volví a despertar.

—Ahora mismo no puedes hacer nada, no podemos hacer nada, Sebastián. Solo nos queda esperar.

—Pero... ¡No puedo estar tranquilo por más que lo intento! Karla se quedó en medio de ese infierno, Ramírez y Elías también se quedaron ahí... y joder, no sé qué fue de Daniel, no sé si ellos están vivos a muertos, ¡necesitan mi ayuda y yo aquí, cinco metros bajo tierra!

—Estamos vivos, Sebastián, y mientras lo estemos aún podemos hacer algo por ellos. A mí igual me urge salir de aquí, ¡joder, Karla es mi amiga y la he extrañado demasiado! Además, allá arriba también tengo personas que me importan. —A la mente de Salvador vino de inmediato Boris, no se podía sacar de la mente al chico desde la noche anterior—. Lo único que hicimos fue sobrevivir y tenemos que seguir haciéndolo si queremos hacer algo por ellos.

—Tienes razón, Salvador y, además... estoy muy feliz de haberte encontrado aunque allá sido en esas circunstancias, ¡casi me matas, cabrón!

—Lo siento, en verdad lo siento tanto, no sabía que eras tú, a ti jamás podría hacerte daño, si tú sufres yo sufro también.

De forma inevitable, una sonrisa volvió a curvar los labios de Sebastián.

—¿Por qué y en qué momento mi padre construyó este lugar? —preguntó Sebastián con toda la intención de cambiar de tema.

—En qué momento no lo sé —respondió Salvador—, por qué puede ser que lo sepa: estamos en guerra y tu padre lo han lastimado y ha perdido mucho; la mula no era arisca, la hicieron. Así como mi padre construyó túneles de escape en su rancho, tu padre construyó este refugio para proteger a lo que más quiere, y no se equivocó.

—Ya que sacas a tema lo de la guerra, creo que tú y yo tenemos mucho de qué hablar, Salvador. Un año es mucho tiempo.

—Tienes razón, fresita, a mí un año me ha sabido a una eternidad.

Sebastián se sentó en el suelo frente a Salvador, en el espacio libre entre el refrigerador y la pared, Salvador decidió dejar la comodidad del sillón y sentarse a su lado, ya habían pasado separados demasiado tiempo, ahora que lo tenía ahí en carne y hueso no estaba dispuesto a desperdiciar ni un solo segundo a su lado.

—Bien, Salvador, nos quedamos en la parte en la que te conté como termine convertido en un agente de la DEA y tú me explicaste las razones por las que tuviste que fingir tu muerte. —Sebastián miró el pecho de Salvador subir al ritmo de su respiración. Aún le costaba creer que lo tenía junto a él, quería acariciar su mejilla, juguetear con su cabello y tomarlo de la mano, ¡cuánto deseó ese momento!, pero se contuvo, aún tenían demasiado que entender—. Puedes preguntarme lo que sea, que voy a responder.

—Necesito entender cómo llegamos hasta este punto. —Salvador miró hacia el techo, reflexivo—. He leído mucho, he investigado por cuenta propia para tratar de comprender y armar el rompecabezas, pero hay demasiadas cosas que se me escapan... ¿Quién era Alexander Murphy?

Durante algunos minutos, Sebastián guardó silencio para, en sus adentros, encontrar las palabras precisas para responder a ese pregunta, iba a decirle que había sido el último embajador estadunidense en México, pero estaba seguro de que esa información que la sabía, su pregunta iba encaminada hacía quién fue Alexander en su vida, responder a ese cuestionamiento iba a ser más complicado, no obstante, era consiente que por algún punto tenía que comenzar.

—Fue un buen amigo y un aliado —respondió, al escuchar las palabras salir de su boca se quedó tranquilo, había sido una buena manera de comenzar.

—¿Cómo lo conociste? —indagó Salvador luego de reflexionar la respuesta anterior en silencio.

—Lo conocí porque Alexander Murphy era un objeto de investigación de la DEA, Karla y yo teníamos la misión de indagar a profundidad en su vida.

—¿Y por qué la DEA quería investigar a un hombre que se supone era un representante más del país para el que ambos trabajan?

—Justo ahí comienza lo interesante, Alexander Murphy no era quien decía ser y la DEA lo sospechaba, pero ante todas las investigaciones que hicieron el hombre salía limpio. Entonces necesitaban que alguien se inmiscuyese en su vida y encontrar eso que nadie había podido, Karla y yo fuimos los elegidos para ello.

—Y lo lograron... por eso las cosas terminaron así, ¿verdad?

—Sí, lo logramos, pero no fue de la manera que piensas.

Salvador dejó de mirar hacia el techo y buscó los ojos de Sebastián. Desde que aquella madrugada que entró a Twitter para encontrar la señal de Jasha con la que ambos se jugarían la vida en Norilsk y, por casualidad, se encontró con las imágenes de Sebastián escapando con pistola en mano y la ropa y el rostro manchados de sangre, Salvador se preguntó si su compañero de desgracias sería capaz de cometer un crimen de esa magnitud. En aquel momento creyó de inmediato que no, que si lo había hecho fue en defensa propia; no podía concebir la idea de Sebastián siendo un asesino a sangre fría, sin embargo, ahora que se reencontraron y que pudo ser testigo de la firmeza con la que Sebastián quería ganar esa guerra, de lo mucho que esa misma guerra lo cambió, Salvador no estaba ya del todo seguro y eso le preocupó. De pronto sintió un vació en el estómago.

—¿Y entonces de qué manera fue? —inquirió Salvador sin dejar de mirarlo, luego de mantenerse reflexivo.

—Sucedió de una forma muy extraña —expresó Sebastián y le sostuvo la mirada—, fuimos cazadores y presas a la vez. Nosotros quisimos investigar la vida de Alexander, pero él ya tenía las nuestras investigadas de pies a cabeza, antes de que Alexander fuese nuestro objetivo, nosotros ya habíamos sido el de él bastante tiempo antes.

—Entiendo... pero a la vez no. —Salvador quiso encontrar indicios de mentira en los ojos de Sebastián, sin embargo, solo encontró sinceridad, eso lo tranquilizó un poco—. ¿Por qué te volviste amigo y aliado de alguien que había investigado de esa forma tu vida?

—Conforme nos acercábamos a Alexander, él también se acercaba a nosotros, mientras nosotros nos esforzábamos por ganarnos su confianza, él se ganaba la nuestra. A mí se me nombró como dirigente de la organización por la paz y eso nos unió a él todavía más. Cuando ya teníamos una relación más cercana, Alexander nos sorprendió con su abrumadora sinceridad. Una noche nos lo contó todo, Salvador, confesó mirándonos a la cara que había investigado a profundidad nuestras vidas y los motivos por los que lo había hecho. Alexander conocía a la perfección nuestras vidas y los objetivos que Karla y yo teníamos para luchar en esta guerra, fue entonces cuando nos ofreció aliarnos y nos dio información que nos dejó sorprendidos e intrigados por igual, como un niño al que le muestras una paleta. Karla y yo decidimos ceder un poco, lo que Alexander tenía para ofrecernos era demasiado tentador, fuimos probándolo y en cada prueba demostraba estar de nuestro lado. Cuando se sinceró por completo con nosotros y nos contó a profundidad sus motivaciones nos dimos cuenta que nuestros ideales coincidían, así se volvió nuestro amigo y mejor aliado.

Otra vez un silencio reflexivo por parte de Salvador, luego, con delicadez, tomó la mano de Sebastián y la apretó con fuerza sin dejar de mirarlo a los ojos.

—Bien, Sebastián, creo que hasta el momento entiendo —dijo y no mentía, el rompecabezas comenzaba a tomar forma en su mente—: Alexander en verdad se volvió en un aliado para ustedes, pero hay dos cuestiones que no me dejan en paz.

Con la mirada, Sebastián alentó a Salvador a que le dijese sus inquietudes. Salvador asintió y luego las formuló:

—Karla y tú trabajan para la DEA y fue la agencia antidrogas quien les ordenó que investigaran a Alexander, y si se los ordenó, fue porque algo en el embajador no les gustaba, o les inquietaba... entonces, cuando dices que los ideales de Alexander y los suyos coincidían, ¿te refieres a que Alexander terminó uniéndose a la DEA como lo hicieron ustedes para pelear en equipo?

Sebastián apretó los labios y negó al instante.

—Actualmente, Karla y yo no trabajamos para la DEA, nuestras relaciones con la organización se rompieron por así decirlo —confesó Sebastián y apretó la mano de Salvador con más fuerza.

—¿Por qué? —cuestionó Salvador de inmediato—. ¿Cuáles fueron los motivos para que sus relaciones con la DEA se rompiesen?

—Es complicado de explicar, Salvador.

—Explícamelo todo, sabes que esto es necesario, sobre todo porque yo sigo trabajando con la DEA.

—Lo sé.

—Entonces, ¡habla!

—Desde un comienzo Karla y yo teníamos nuestras dudas sobre si ingresar a la DEA era la opción correcta, pero en ese momento fue la opción más viable, como ya te lo conté, necesitábamos aferrarnos a algo. —Sebastián se tomó un momento para que los recuerdos viniesen a su mente—. Decidimos seguir y tomar el entrenamiento porque Emiliano estaba ahí, era nuestro jefe directo, pero más que nada, era nuestro amigo y confiábamos ciegamente en él.

—Emiliano... —dijo Salvador en un susurro—, ese justo a un tema al que quería que llegaras.

—Y es un tema de suma importancia —declaró Sebastián y una vez más apretó la mano de Salvador—, Emiliano, tiene mucho que ver en que las cosas estén como ahora están.

—Sigue hablando, por favor —pidió Salvador mientras correspondía al estrechamiento de manos—, ya no voy a interrumpirte.

Sebastián volvió a asentir.

—Fue Emiliano quien nos entrenó, fue Emiliano quien nos convirtió en lo que hoy somos. Por mi parte, se convirtió en un amigo indispensable, como un hermano mayor. —El pensar en Emiliano puso melancólicos a ambos y un nudo se formó en sus gargantas—. Emiliano en verdad se preocupaba por nosotros y nos protegía, él quería nuestro bienestar, pero a la vez, era sumamente fiel a la DEA y a los ideales de la organización, ese de cierta forma chocó con nosotros, y nos distanció un poco de él. —Sebastián tomó un largo respiro y guardó silencio durante algunos segundos antes de continuar, estaba por hacer una de las confesiones más complicadas—. Pero tampoco puedo negar que Karla y yo le fallamos hasta cierto punto porque... nuestra alianza con Alexander nos llevó a mentirle.

—¿A mentirle? ¿A Emiliano? —volvió a cuestionar Salvador.

—Sí, le mentimos, Alexander nunca hubiese podido ser parte de la DEA y por protegerlo, a él y a nuestra alianza, tuvimos que mentirle a Emiliano.

Salvador volvió a quedarse callado mientras sopesaba lo que su compañero acaba de confesarle. En sus reflexiones logró entender una de sus dudas hasta cierto punto, Sebastián y Karla estaban en un bando distinto al de la DEA; sin embargo, otros cuestionamientos surgieron en los adentros de Salvador: ¿Quién era en realidad Alexander Murphy y por qué el vínculo que hicieron fue tan fuerte como para mentirle a Emiliano? Sobre todo, había una cuestión que no dejaba en paz a Salvador, ¿cómo las cosas entre Alexander y ellos terminaron así?

—Sé que Emiliano es tu mejor amigo y sé que trabajas para la DEA, pero quiero ser sincero contigo por completo, ¡necesito que puedas entenderme!, ¡te necesito a ti, de mi lado! —Sebastián se quebró durante un instante y eso lo llevó a terminar con la poca distancia que los separaba, rodeó a Salvador con sus brazos y lo apretó con fuerza. Salvador correspondió al abrazo de su compañero sin dudarlo.

—No voy a juzgarte, Sebastián —le susurró al oído—, solo necesito comprender lo que pasó. Yo siempre estaré de tu lado, siempre.

Las palabras de Salvador ocasionaron que Sebastián terminara de romperse y, por más de cinco minutos, Sebastián lloró con el rostro apoyado en el hombro de Salvador, el cual solo lo apretó con tanta fuerza como pudo. Ahí estaba una vez más, el Sebastián frágil e inseguro del que se enamoró.

—No tienes una idea de cuánto me hiciste falta —confesó Sebastián entre sollozos.

—También me hiciste mucha falta, pero ahora estamos aquí juntos otra vez. —Salvador comenzó a juguetear con el cabello de su compañero de desgracias,

—¿Pero por cuánto tiempo, Salvador? —inquirió Sebastián, iracundo—, ¿cuánto tiempo volverá a pasar antes de que tengamos que separarnos? ¡Tenías razón cuando dijiste que esta guerra es inútil! Yo también estoy cansado.

—No volveremos a separarnos —dijo Salvador y lo besó en la frente.

—¡No digas cosas solo por decirlas! Mentirnos es lo que menos debemos hacer ahora mismo.

—No es una mentira, es una promesa: mientras viva, nadie, nunca, volverá a separarme de ti.

Tras esa imponente declaración, Sebastián dejó de llorar y decidió guardar silencio, Salvador lo imitó y ambos se estrecharon el uno al otro durante, segundos, minutos u horas, no estaban del todo seguros, perdieron la noción del tiempo. Cuando ambos estuvieron más tranquilos, Sebastián se dispuso a retomar la conversación.

—¿Has oído hablar de Rosa Blanca? —le preguntó Sebastián con voz clara.

Salvador lo pensó un rato, luego, cuando su memoria conectó con el nombre, respondió:

—Sí, antes de volver a México, Willy mencionó ese nombre, dijo que eran una organización criminal más y enemigos de los que tenía que cuidarme.

—Pues ahora mismo tienes a uno de los líderes de Rosa Blanca entre tus brazos.

La confesión hizo que Salvador dejara de abrazarlo y buscase su rostro, Sebastián correspondió a su mirada, sabía que tenía que hacerlo.

—¿Qué estás diciendo? —Inquirió Salvador aún con sorpresa en su voz.

—Lo que oíste. —Sebastián volvió a tomarlo de la mano—: Yo soy el fundador y uno de los líderes de Rosa Blanca.

—¿Y quiénes son los otros líderes?

—Ramírez y Karla, por supuesto.

—Sebastián, no estoy entendiendo mucho, creo que tienes que recapitular. ¿Qué demonios es Rosa Blanca?

—Rosa Blanca somos los responsables de que esta guerra haya revivido con mayor intensidad, también la razón por la que tuvimos que mentirle a Emiliano, jamás lo habría aceptado, se habría interpuesto porque nos quería y se preocupaba por nosotros. ¡Pero teníamos que hacerlo! Luchar sin seguir otros ideales que no fuesen los nuestros. Permíteme contártelo desde el principio.

Esta vez fue Salvador quien asintió, y por cerca de una hora, Sebastián le contó qué era Rosa Blanca, porqué esa organización se formó y cuáles eran sus objetivos. Cuando Sebastián terminó su relato, Salvador se quedó boquiabierto, la cabeza comenzaba a dolerle debido a toda la información que tenía que procesar, pero a la vez el rompecabezas comenzaba a tomar forma. De pronto, un bostezo se le escapó y sintió los parpados demasiado pesados. Sebastián lo miró y luego se puso de pie para tenderle la mano.

—Creo que tenemos que dormir —le dijo—, ha sido demasiada información por hoy y ambos estamos muy cansados. —Salvador asintió—. Tú duerme en la cama, yo me quedaré en el sillón.

—Los dos podemos dormirnos en esa cama —objetó Salvador y no permitió que Sebastián deshiciera el agarre de sus manos.

—¡Es una cama individual, no vamos a caber! —protestó Sebastián e intentó zafarse del agarre de su compañero.

—Sebastián, hemos dormido en espacios mucho más reducidos, cabremos a la perfección.

—Salvador...

—Sebastián...

Salvador se desprendió de la ropa que llevaba encima y de un brinco saltó a la cama, se acomodó de costado y con la mano y una sonrisa en el rostro palmeó el espacio libre en el colchón. Sebastián negó, también con una sonrisa que curvaba sus labios, pero comenzó a desvestirse hasta quedar en ropa interior para después ocupar el diminuto espacio libre en la cama.

Con premura, Salvador lo abrazó por la espalda y estrechó sus cuerpos; el volver a sentir la respiración de Salvador contra su cuello hizo que el corazón de Sebastián se acelerara. Ambos entrelazaron sus dedos, después, Salvador le dio un par de besos en el cuello.

—Agradece que estoy muy casado —le susurró Salvador al oído.

—Yo también estoy muy cansado, pero más que agradecerlo, lo lamento —dijo Sebastián y se estrechó aún más contra el cuerpo de Salvador.

Ambos sonrieron en silencio y, un par de minutos después, se quedaron profundamente dormidos.

Hola, mis estimados.

El día de hoy vengo con un capítulo de domingo.

Cómo extrañaba esas conversaciones entre mis Salvastián.

Ustedes me pedían que les diera un respiro, que se lo merecían, pues lo tendrán. Pero esas conversaciones entre ellos son y serán muy importantes. Salvador irá armando el rompecabezas de lo que sucedió y ustedes, como lectores, podrán ir armándolo junto con él hasta el final.


Nos leemos muy pronto.

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