35
10 días después.
25 de septiembre de 2011
Por primera vez desde que logró escapar de sus secuestradores, más de un año atrás, Sebastián sintió que su final estaba cerca. Llevaban dos días internados en las profundidades de la sierra madre occidental, y volver a ese infierno representó un gran reto para él, aun así se armó de valor, restregó en los más profundo de sus entrañas con el objetivo de encontrar la entereza necesaria para lo que implicaría regresar a las tierras donde su vida cambió para siempre, Daniel no se merecía menos.
El comandante Ramírez les había sugerido una estrategia fantasma: pasar desapercibidos todo el tiempo que fuese posible hasta encontrar un indicio que los llevara a Daniel, lograron hacerlo por más de cuarenta y ocho horas, sin embargo, aquella noche vivieron las consecuencias de estar en medio de una guerra. Llegaron al triángulo dorado con un ejército que superaba los doscientos elementos; Ramírez sugirió dividirse en dos grupos para cubrir la totalidad de la sierra, uno liderado por el comandante y la periodista y el otro por Sebastián y Elías. Desde las sombras, el equipo en el que Sebastián estaba al frente, lograron identificar a miembros del cartel del norte y los vigilaron a la distancia.
Para la sorpresa de todos, esa noche, vieron llegar a Manuel Arriaga al campamento. Elías informó de la situación a Ramírez y les ordenó que siguieran los pasos del nuevo líder del cartel del norte con prudencia, así lo hicieron hasta que, pasada la media noche, Manuel volvió a subirse en el carro en el que llegó para esta vez marcharse. Elías y Sebastián sabían que aquella era una oportunidad que no podían desperdiciar, por lo que se vieron obligados a designar nuevos líderes que se quedaran al frente en las profundidades de la sierra y ellos se llevaron a veintidós hombres distribuidos en tres patrullas para ir detrás de Manuel.
Siguieron al mayor de los Arriaga desde la distancia, tratando de pasar desapercibidos, por cerca de quince minutos lograron hacerlo sin mayor problema, sin embargo, de forma accidental, en cuestión de segundos dejaron de ser cazadores y se convirtieron en presas cuando los mudos hicieron acto de presencia con toda su ira y violencia. En un principio, Sebastián creyó que los disparos iban dirigidos hacia ellos, pero después se dio cuenta de que no eran el objetivo, solo habían quedado en medio de la trifulca, el objetivo de los mudos también era Manuel.
Salvador le había contado a Sebastián sobre Manuel en el pasado, le dijo que era un hombre de cuidado y un rival difícil de vencer, esa noche, Sebastián comprobó con sus propios ojos que su amigo, amante y compañero de desgracias no exageró ninguna de sus palabras. En cuanto Manuel se vio rodeado, los hombres que lo acompañaban en el carro comenzaron a disparar a quemarropa y el mayor de los Arriaga pisó el acelerador a fondo aprovechando la ventaja que le daba el blindaje del automóvil, luego chocó a la camioneta que se interpuso en su camino y no se detuvo hasta que el carro inició su descenso por la zona montañosa al lado del camino. Los mudos no dejaron de disparar, pero Manuel abandonó la seguridad del vehículo a medio camino, sabía que en él no llegaría lejos. De forma inteligente, optó por bajar y perderse en la majestuosidad de la sierra madre occidental.
Elías también era un hombre de reacciones rápidas y, mientras los mudos se entretenían en su intento de capturar a Manuel, ordenó una retirada inmediata. Las tres patrullas se desplazaron en reversa a la mayor velocidad que les fue posible hasta que lograron tomar de frente un camino alterno. Durante algunos segundos, Sebastián contuvo la respiración cuando se encontraron frente a frente con el ejército del cartel del norte: desquiciados, furiosos, enardecidos por salvar a su líder. Elías dio la orden de aumentar la velocidad, sabía que la única forma de salir vivos de ahí era escapar de la batalla campal que estaba por suceder, la confrontación debía ser el última cartucho a quemar, se encontraban disminuidos y una clara desventaja.
Un par de minutos después las ráfagas de fuego cruzado se apoderaron del ambiente. Las tres patrullas aceleraron sin rumbo fijo, no importaba adónde llegarían, solo tenían que ir tan lejos de esos hombres sedientos de violencia como fuese posible. Sebastián sonrió al vislumbrar en libertad el camino frente a ellos y al pensar que lo habían conseguido, sin embargo, cuando la patrulla que lideraba la caravana frenó de golpe y obligó a que las otras dos también lo hiciesen, fue consciente de que había celebrado antes de tiempo. El rostro de Sebastián se impactó contra el asiento frente a él debido a la brusca parada que se vieron obligados a hacer, de inmediato sintió como su pómulo comenzaba a inflamarse, pero la adrenalina del momento lo ayudó a olvidarse del dolor, se enderezó y tomó el fusil con ambas manos.
Pasaron dos minutos de absoluto silencio, luego se encontró con la mirada de Elías y entendió que no podían darse por vencidos, que debían luchar hasta las últimas consecuencias. En cuestión de segundos, sujetos con chamarras negras y pasamontañas rodearon las patrullas y los apuntaron con fusiles idénticos a los que ellos portaban, estaban en medio de una guerra, una guerra de muchos bandos. Lograron escapar de dos, sin embargo, su suerte nos le permitió llegar más lejos.
Elías comenzó a contar con los dedos y Sebastián supo que cuando su compañero levantase el tercero tenía que seguirlo sin pensar en nada más, quizá en cuanto saliera de la patrulla sería su final, porque en el momento que Elías abriese la puerta más de una bala perforaría su cuerpo sin contemplaciones; crueles como solían ser la vida y el destino, moriría ahí en ese infierno en el que debió morir un año atrás. Sin embargo, no iba a darse por vencido, Manuel Arriaga no era el único testarudo. Elías levantó el tercer dedo, abrió la puerta y de un salto se dejó caer sobre el despeñadero a su izquierda, mejor morir desquebrajados que en las manos del enemigo. Sin dudar ni un solo segundo, Sebastián fue tras él.
El impacto de su hombro al tocar el suelo hizo que Sebastián soltase un leve quejido, pero a la vez suspiró al ser consciente de que ninguna bala había perforado su cuerpo. Intentó aferrarse con manos y piernas de algún árbol o piedra que lo ayudase a frenar su caída, No obstante, la inercia de la caída lo hizo rodar hacia abajo sin posibilidades de detenerse. De pronto, sintió como su brazo se rasgaba y otro quejido salió de su garganta, sus piernas chocaron contra un troncón y eso ocasionó que la velocidad disminuyese. Sebastián utilizó todas sus fuerzas y, apoyándose en el troncón, se puso de pie. Pero su tortura no término ahí, de inmediato se dio cuenta de que alguien lo seguía y entre trompicones continuó con su descenso.
La sensación de que en cualquier momento una bala iba perforarle la espalda o el cráneo no le permitía concentrarse en el camino lo que ocasionó que tropezara con la raíz de un árbol y volviese a caer hacia abajo del despeñadero, se llevó un golpe en el estómago que lo hizo perder el aire durante varios segundos, rodo sin control hasta que su cuerpo se impactó contra una enorme roca al final del camino. Sebastián quiso levantarse, intentó luchar hasta las últimas consecuencias, sin embargo, el hombre que lo perseguía no le dio tiempo de nada, en cuestión de segundos estaba encima de él.
—Ni se te ocurra moverte —dijo una voz que perforó su tímpano.
En sus adentros, Sebastián se cuestionó si ya había perdido la consciencia, creyó que estaba desvariando, la voz que escuchó más que asustarlo le dio una inmensa tranquilidad que se sintió extraña y reconfortante a la vez. Su cuerpo se paralizó y decidió dejar de luchar, ya no tenía sentido hacerlo. El hombre encima de él inspeccionó su cuerpo hasta que dio con la pistola que llevaba encajada a la cintura y se la arrebató, luego sintió como lo hacía girar hasta que ambos quedaron frente a frente. A Sebastián ya le costaba jalar aire hacia los pulmones, pero en cuanto el hombre que lo sometía puso la rodilla sobre su estómago, sintió que la vida se le iba en ese instante.
Hubo unos segundos de absoluto silencio y Sebastián solo se preguntaba: ¿por qué no me ha matado? De pronto, el hombre hizo un movimiento rápido para quitarle el pasamontañas que cubría su rostro, Sebastián utilizó las fuerzas que le quedaban para mantener los ojos abiertos y encontrarse con la mirada del hombre que terminaría con su vida. Sin embargo, el sujeto dio un respingo cuando sus miradas coincidieron, dejó caer el pasamontañas a un costado y de ejercer presión sobre su estómago. Sebastián volvió a creer que desvariaba en el momento que la luna iluminó la oscuridad que los rodeaba y, debajo del pasamontañas que protegía la identidad de su agresor, apreció unos ojos verdes en los que se perdió y encontró tantas veces.
Llegó un momento en el que los disparos cesaron y un silencio abrumador volvió a apoderarse del ambiente hasta que la consciencia a la que Sebastián se aferraba le permitió escuchar el sonido de varias personas que corrían cerca de donde ellos se encontraban. Eso ocasionó que su agresor se quitara de encima de él, fue como si el hombre estuviese en un trance y de pronto volviera en sí, siendo consciente del lugar y las circunstancias en las que se encontraban. Sebastián cedió al dolor y al desgaste de su cuerpo y cerró los ojos, cuando sintió que su cuerpo se elevaba en el aire ya no supo distinguir entre la realidad y sus desvaríos.
Sebastián luchó por no perder la consciencia, volvió a abrir los ojos y se dio cuenta de que su agresor, el hombre que segundos atrás estuvo a punto de asesinarlo, ahora lo cargaba y corría entre el bosque y la oscuridad, aunque no sabía por qué motivo. Llegó un punto en el que los brazos y las piernas de su agresor ya no resistieron más y se vio obligado a detenerse y esconderse detrás de un grueso troncón. Con una suma precaución que a Sebastián le pareció desconcertante, el hombre colocó su cuerpo en el suelo terroso para después situarse a sus espaldas, abrazarlo con fuerza y colocar la mano sobre su boca, tal vez para evitar que cualquier ruido pudiese delatarlos.
Entre los troncones y arbustos en los que estaban escondidos y la luz en el cielo que anunciaba que el amanecer estaba a punto de llegar, en sus últimos segundos de lucidez Sebastián logró ver como varias personas con pantalones verde militar pasaban a unos cuantos metros de donde ellos se encontraban. A sus espaldas, su agresor lo abrazó con más fuerza, Sebastián quiso luchar por mantenerse alerta, sin embargo, su cuerpo ya no resistió más, poco a poco cerró los ojos hasta que perdió la consciencia a la que se aferraba y se sumió en una profunda oscuridad.
Despertó cuando sintió que los rayos del sol se impactaban contra su rostro, abrió los ojos despacio y comenzó a ver borroso, pero conforme su mirada se adaptó fue consciente de que se encontraba rodeado de árboles verdosos que parecían alcanzar el cielo. Sebastián abrió y cerró los ojos en reiteradas ocasiones hasta que logró ver con mayor claridad. Su primer instinto fue moverse, sin embargo, descubrió entonces que una mano se aferraba a su vientre. Permaneció quieto unos segundos más y fue capaz de sentir a consciencia el cuerpo a sus espaldas en el que el suyo reposaba, la respiración constante que impactaba contra su nuca y los dedos que jugueteaban con su cabello.
En un principio creyó que seguía en la profundidad de sus sueños, la posición en la que se encontraba se sentía inmensamente bien, como un primer día de playa luego de meses enteros de un trabajo en una ciudad asfixiante: conciliador, libre, apremiante. No obstante, cuando Sebastián miró con atención la mano a su alrededor se dio cuenta de que no se trataba de un sueño; le hizo caso a sus instintos y utilizó todas las fuerzas que tenía para zafarse del agarre. Logró ponerse de pie, pero un intenso dolor en su rodilla izquierda lo hizo doblegarse y casi vuelve a caer, con trabajo logró mantener el equilibrio y se dio la vuelta para estar frente a frente con la persona que lo sometía.
Sebastián se encontró con un hombre que vestía unos jeans azul oscuro, una chamarra negra de piel y su rostro cubierto por un pasamontañas, era el mismo hombre que lo doblegó cuando intentó escapar junto a Elías. Con precaución, Sebastián dio un par de pasos atrás y el sujeto, que hasta entonces se había mantenido recargado en el troncón del árbol, se puso de pie de inmediato. Las pulsaciones de Sebastián se aceleraron y volvió a dar dos pasos hacia atrás, el hombre frente él dio un par de pasos al frente y levantó las manos para mostrarle que estaba desarmado y que no pretendía hacerle daño.
Las pulsaciones de Sebastián estaban tan aceleradas que creyó que en cualquier momento su corazón se iba a paralizar. La luz del día le permitió analizar al hombre frente a él con mayor atención y detalle, apreció su estatura y su complexión física, pero sobre todo estudió sus manos, las miró y un escalofrío recorrió su columna vertebral. Sebastián comenzó a negar, de pronto sintió que no podía respirar con normalidad y un extraño sentimiento se apoderó de él, como si todo su cuerpo estuviese a punto de paralizarse, quiso correr, huir tan lejos como fuese posible para evitarlo, pero entonces escuchó una voz que lo obligó a detenerse, que lo dejó choqueado durante algunos segundos.
—¡No, Sebastián, no te vayas, por favor, no te vayas!
Sebastián utilizó la fuerza de voluntad que le quedaba y volvió a mirar hacia atrás, fue ese el momento en el que el hombre frente a él se quitó el pasamontañas y Sebastián se encontró con un rostro que conocía a la perfección, un rostro del que memorizó cada facción y cada gesto, con la mirada en la que se encontró y perdió tantas veces, la de su amigo, amante y compañero de desgracias. Salvador Arriaga se encontraba frente a él, con los ojos llorosos y un gesto de asombro que Sebastián estaba seguro debía asemejarse al suyo en esos instantes.
El cuerpo de Sebastián se congeló, quiso moverse, pero sus piernas no le respondieron y la abrumadora sensación de ser consciente de que eso que sus ojos veían no era una ilusión, lo desconcertó por completo. Salvador, su salvador estaba ahí frente a él con sus sonrisa chueca y su mirada conciliadora. «Hasta que nos volvamos a encontrar», recordó Sebastián las palabras escritas en aquel papel, seis palabras a las que se aferró para sobrevivir, las culpables de sus sueños más placenteros y también de sus pesadillas más aterrorizantes. «Es él —se repetía Sebastián una y otra vez en sus adentros—, en verdad es él en carne y hueso: Salvador Arriaga».
En un momento de lucidez Sebastián logró dar un par de pasos hacia el frente, fue entonces cuando logró ver a los dos hombres vestidos de verde militar que desde la distancia apuntaban hacia Salvador. El pensar que la vida le había dado la oportunidad de volverlo a ver solo para verlo morir hizo que la sangre de Sebastián hirviera en sus venas y se negó a que ese fuera su destino.
—¡Agáchate! —le gritó Sebastián mientras corría hacia él para taclearlo.
Los disparos se escucharon cuando ambos cayeron al suelo. Sebastián ya había abandonado el estado de shock que le causó el rencuentro con su compañero de desgracias, así que gateó de inmediato hacia el fusil que se encontraba al lado del troncón y lo tomó con ambas manos. Salvador lo alcanzó y de su cintura desencajó la pistola que horas atrás le había quitado a Sebastián. Los dos miembros del ejército del norte saltaron de entre los arbustos sobre ellos, pero Sebastián ya los esperaba y, sin dudarlo ni un segundo, disparó a quemarropa contra ambos hasta que cayeron por completo al suelo, ya sin vida.
Sin perder el tiempo, Sebastián se puso de pie y le tendió la mano a Salvador. «En minutos esto estará lleno de sicarios», le dijo. Salvador asintió y tomó con fuerza la mano de su compañero, como si también se cuestionara si lo que pasaba era real o producto de su imaginación. Sebastián sintió como Salvador temblaba en cuanto le dio la mano, por instinto, la apretó con la misma fuerza para hacerle ver que estaban juntos, por fin estaban juntos. Con pistolas en mano ambos siguieron su descenso por la colina, Sebastián quiso correr, pero su rodilla no se lo permitió, tuvo que conformarse con cojear tan veloz como pudo.
En cuanto llegaron a una zona boscosa Sebastián se detuvo, una vez más apretó la mano de Salvador para cerciorarse de que lo sucedido era real. Cuando encontró un troncón igual de grueso y alto que el anterior, Sebastián hizo lo que llevaba queriendo hacer desde que su cuerpo se paralizó en el momento que descubrió que el hombre debajo del pasamontañas era Salvador: lo miró a los ojos, necesitaba mirarlos de cerca. Salvador correspondió a su mirada y Sebastián tuvo la sensación de que volvería a perder la consciencia, pero se aferró a la entereza que le quedaba para seguir de pie y lo abrazó con todas las fuerzas que tenía, como si al soltarlo fuese a desaparecer de su vida una vez más. Salvador correspondió al abrazo con la misma fuerza, entonces Sebastián no pudo contenerse más y comenzó a llorar.
Luego de un par de minutos así: aferrados el uno a otro y con las lágrimas que escurrían por sus mejillas, ambos se obligaron a contenerse porque sabían que las circunstancias en las que se encontraban no eran las ideales para romperse, para ser más humanos menos agentes.
—Aquí somos un blanco fácil —dijo Sebastián luego de obligarse a desprenderse de él.
—Tenemos que llegar a un lugar seguro —estuvo de acuerdo Salvador.
—Las cosas están muy tensas como para caminar por la sierra —argumento Sebastián—, tenemos que esperar a que se calmen un poco antes de hacer cualquier movimiento.
—¿Y qué sugieres? —preguntó Salvador con una sonrisa en el rostro, el ver lo mucho que Sebastián había cambiado lo abrumaba y divertía por igual.
—¿Qué tan bueno eres escalando árboles? —cuestionó Sebastián.
—Podría intentarlo.
—Hagámoslo entonces, ahora mismo los árboles son nuestro mejor refugio.
Sebastián caminó algunos pasos hacia al frente para inspeccionar la zona hasta que dio con un árbol de un troncón no tan grueso como el del árbol en el que estaban escondidos, pero sí de la misma altura. Con la mano le hizo una señal a Salvador para que lo siguiera, en cuanto lo tuvo a su lado le pidió que acunara sus manos para ayudarlo a subir. El dolor en la rodilla lo hizo soltar algunos quejidos, aun así Salvador lo vio escalar por el árbol con una habilidad que admiró y envidió por igual. Cuando le tocó su turno, Salvador cayó un par de veces y se llevó unos buenos raspones en los brazos y las manos, pero luego Sebastián desde arriba fue dándole instrucciones de cómo hacerlo, al quinto intento logró subir.
Con la velocidad que su rodilla le permitía, Sebastián escaló rama tras rama hasta que llegó a una de considerable tamaño y altura en la que podrían estar un buen rato, al menos hasta que la noche se convirtiese en una aliada más, unos cuantos minutos después Salvador logró alcanzarlo.
—¿Dónde aprendiste a escalar de esta forma? —lo interrogó.
—Emiliano nos escondía la comida en lo alto de los árboles, si queríamos comer teníamos que subir por ella, Karla y yo tuvimos que encontrar la forma de lograrlo —respondió Sebastián.
—Emiliano y sus métodos de enseñanza... —Se rió Salvador.
—Es bueno en lo que hace, no podemos negarlo.
Luego de las palabras de Sebastián, Salvador permaneció en silencio y lo miró, aún le parecía surreal lo que sucedía.
—Sebastián, ¿esto es real?, ¿en verdad estamos tú y yo aquí, en la cima de un árbol, en el lugar en donde todo comenzó, volviéndonos a salvar la vida el uno al otro?, ¿no estoy soñando?
Una sonrisa curvó los labios de Sebastián, luego respondió:
—Creo que es real, ya me he pellizcado varias veces.
Salvador también sonrió.
—Sebastián, creo que tú y yo tenemos mucho de que... —Sebastián le puso el dedo en los labios y no le permitió que siguiese hablando.
—Tú y yo ya hemos perdido mucho tiempo en esta guerra y no sé tú, pero yo no quiero perder ni un solo segundo más.
Con premura, Sebastián tomó el rostro de su amigo, amante y compañero de desgracias con ambas manos, lo miró en silencio durante algunos segundos y luego, sin contemplaciones ni tapujos, lo besó con una pasión desbordante que llevaba meses guardándose.
A la distancia, el sonido de disparos por el fuego cruzado se volvió a escuchar.
Hola, mis estimados.
¡Ha sucedido!
¡Salvastián is back!
Ha sido un viaje largo, pero hemos llegado al que quizá era el momento más esperado por todos.
El hijo del político y el hijo del narcotraficante están juntos una vez más.
Muero por leer sus teorías de lo que viene, puede dejarlas aquí.
Sé que esta vez no hay odio, solo amor, je.
Nos leemos pronto.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top