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9 días después.
24 de septiembre de 2011
A salvador la guerra lo había ayudado a descubrir mucho de sí mismo, gracias a la guerra entendió que era un sentimental sin remedio. Durante años huyó de sus sentimientos, los encerró en un cajón y tiró la llave en el que creyó era el punto central del océano, en una profundidad recóndita en la que pensó que se perdería para nunca volver; sin embargo, nunca previó que el océano era imprevisible, a veces arrastraba personas, vidas y cosas a sus profundidades para nunca regresarlas, pero en otras ocasiones su ir y venir, sus mareas y su volatilidad traían de regreso a la orilla aquello que creíamos o queríamos perdido.
La llave que Salvador intentó perder flotó a las orillas de vuelta el día que Isabela apreció en su vida. Ese día comprendió que el dolor y la añoranza estarían incrustados en su ADN y que por más que quisiese huir de ellos serían siempre parte de su ser. Con esa planea consciencia, Salvador afrontaba la guerra, ya no podía renunciar a sus sentimientos, no podía olvidarse de quienes amaba, tampoco ignorar lo que pasaba a su alrededor. La guerra también le enseñó que, para su desgracia, el dolor era más fuerte que sus añoranzas.
Luego de dejar atrás Valle de Bravo, Salvador decidió no regresar a la casa de seguridad en la que dejó a Boris, no tenía caso el volver a enfrentar una despedida del chico. Willy estaba a punto de aterrizar en la capital del país y le dio indicaciones para verlo en uno de los centros clandestinos de operaciones que la DEA aún manejaba dentro de México. La batalla librada en aquella ciudad llena de cascadas y lagos había descontrolado aún más el tenso ambiente que se respiraba en las calles; el sol ya lucía en su máximo esplendor y los civiles que aún se aferraban a seguir sus vidas con normalidad y monotonía transitaban por las banquetas, en sus automóviles y transporte público rumbo a sus trabajos, escuela y quehaceres diarios, era como si la guerra siguiese efectuándose desde las sombras a pesar de que las batallas se libraban ante sus ojos, pero ellos se negaban a verlo. Salvador no juzgaba su negación porque no era más que una forma de defensa, ignorar la cruel realidad para olvidarse de ella.
Fueron varias ocasiones en las que la camioneta en la que Salvador y los hombres de la DEA viajaban tuvo que esconderse entre calles privadas y otros vehículos cuando una caravana de patrullas o de camionetas del ejército pasaba frente a ellos. En esos instantes, Salvador se aferraba con una mano al pomo de la puerta y con otra a la pistola encajada a su cintura. Ir por el centro de la ciudad resultaba imposible, así que tuvieron que rodear por las colonias más alejadas. Llegar hasta el lugar en el que Willy los citó les llevó más de cuatro horas, pero solo hasta que la camioneta estuvo dentro de la seguridad de aquel centro que por fuera simulaba ser una bodega, Salvador pudo respirar con normalidad.
Willy ya los esperaba en el centro, lo primero que hicieron siete de los ocho hombres que se transportaban en la camioneta fue devorar los alimentos esparcidos en la extensión de una mesa al fondo de la habitación. Por su parte, Salvador solo se preparó un café cargado que bebió con lentitud, tenía el estómago cerrado. Con la mirada, el dirigente de la DEA lo invitó a seguirlo y Salvador fue tras él de inmediato, la incertidumbre se lo carcomía poco a poco, necesitaba accionar a la brevedad o la ansiedad que sentía terminaría por matarlo.
—Willy, ¿estás enterado de lo que sucedió en Valle de Bravo? —cuestionó Salvador en cuanto estuvieron a solas.
—Lo estoy —respondió el dirigente de la DEA—, agradezco que no hayamos tenido ninguna baja, pero sé que tú te pusiste demasiado en riesgo. Salvador, debes aprender a ser más prudente.
—Todo sucedió muy rápido, Willy, pero no perdamos tiempo en mí, yo estoy bien. ¡Dime lo que sabes! —exigió Salvador.
—Pues que hubo fuego cruzado entre las fuerzas armadas y otros grupos criminales, pero aún no hay información más detallada sobre eso.
—¿Fue Sebastián a quien ese helicóptero se llevó? —preguntó Salvador, directo al grano.
—Tampoco hay información certera sobre ello, algunos medios de comunicación dicen que sí, otros solo especulan y teorizan, las autoridades oficiales no pueden confirmar nada porque no están seguros de nada, aunque todo parece indicar que sí. Pero... tú estuviste ahí, Salvador, dime qué fue lo que viste.
—Todo fue muy extraño, los hombres en la cascada iban vestidos de policía, incluso yo peleé con uno de ellos, pero todos llevaban pasamontañas, también el que se llevaron en el helicóptero. No sé si está información se maneja en los medios: antes de que subieran al hombre al que se llevaron, este mostró una especie de credencial y una medalla, supongo que esos detalles deben ser importantes.
—¿Una medalla? —inquirió Willy, luego guardó silencio por unos segundos y caminó hacia la mesa al fondo, de ahí tomó una especie de cartel y se lo mostró a Salvador, era el cartel de "se busca" de Sebastián—. Si te das cuenta, Sebastián en esta fotografía lleva una medalla puesta, y la última vez que yo lo vi en persona también llevaba esta misma medalla colgando de su cuello.
—¡Maldita sea, entonces sí fue él a quien se llevaron!
—No saques conclusiones apresuradas, Salvador, la verdad es que eso no prueba nada, solo nos permite seguir teorizando.
—¿Y qué hacemos, Willy? Me siento con los brazos atados, no poder hacer nada solo me frustra.
—Creo que debemos seguir con la línea de lo sucedido en Valle de Bravo, yo también he intentado contactar a Ramírez por todos los medios, pero no lo he logrado. No te lo he dicho, pero la relación actual con el comandante no es precisamente la mejor, en el pasado tuvimos nuestras diferencias por lo sucedido con Emiliano. Aunque creo que si dialogamos podemos llegar a acuerdos, Ramírez era uno de nuestros mejores aliados.
—Creo que hay muchas cosas que no sé —expresó Salvador—, un año se siente como si hubiesen pasado diez, y el no poder entender me hace sentir muy frustrado. ¡Odio esta guerra, Willy! Solo quiero que termine de una vez por todas.
—También odio esta guerra, Salvador, esta guerra me ha arrebatado demasiado, al igual que tú, ansío que termine, pero la única forma de lograrlo y salir indemnes es ganar, ganar a costa de lo que sea. Ya han destruido a lo que más amo, no voy a descansar hasta ganar.
Las palabras de Willy asustaron y entusiasmaron a Salvador por igual, quizá el dirigente tenía razón: la única forma de salir indemnes era ganar. De un solo trago, Salvador bebió el resto de café en su vaso y buscó la mirada del hombre que, desde hace más de cuatro años, cuando lo ayudó a ser testigo protegido, se había convertido en un amigo y aliado. El desprecio de ambos por el mundo de las drogas era compatible, fue ese ideal el que los llevó a dialogar y unirse. De cierta forma, fue Willy quien alentó la primera revolución de Salvador, el que terminó de inmiscuirlo por completo en esa guerra que odiaba, pero que, sin embargo, lo había librado también de ese ambiente cruel en el que nació y creció, de lo que implicaba llevar el apellido Arriaga en la sangre.
—¿Qué vamos a hacer para ganar esta guerra, Willy? —cuestionó Salvador sin dejar de mirarlo a los ojos.
—Terminar de raíz con quienes nos han arrebatado todo, Salvador. —Willy desvió la mirada y le dio la espalda, pero Salvador logró percibir como el dirigente de la DEA estaba a punto de llorar.
—¿Y cómo logramos eso, Willy, cómo? —volvió a cuestionarlo.
—Vamos paso a paso —contestó Willy—. Tengo información importante, sé que el helicóptero ese huyó hacia el norte del país, hacia a esa zona que tú conoces muy bien porque ahí naciste y creciste: el triángulo dorado, la sierra madre occidental o el mismísimo infierno, como prefieras llamarlo. Salvador, tendrás que volver a tus orígenes — le dijo, sin voltear a mirarlo a la cara.
Salvador miró por la ventana de la avioneta en la que viajaban y un miedo, que al ser tan racional, lo invadió y se apoderó de su cuerpo. Se descubrió a sí mismo aferrándose con vehemencia al cinturón de seguridad atado a su cintura cuando a la distancia logró divisar el verde característico de la sierra madre occidental. De forma inevitable, los recuerdos comenzaron a irrumpir en su memoria, la imagen de su compañero de desgracias conduciendo a gran velocidad y sin control debido a la sangre que escurría de su mano izquierda se incrustó en sus pensamientos, luego vinieron las imágenes del carro estrellado contra un enorme troncón, su pierna prensada ante la rama que cayó sobre el cofre y Sebastián moribundo a su lado. Tuvo que tomar su pierna derecha porque con los recuerdos volvió a experimentar el dolor que le produjo librarse del vehículo para poder salvarlos a ambos.
Un nudo se formó en su garganta cuando recordó la mano de Sebastián aferrándose a la suya. A partir de esa memoria, sintió que los momentos vividos en las profundidades de ese infierno pasaban ante sus ojos en segundos: los días en la comunidad tarahumara y cuando comenzó a conocer y a entender a su compañero de desgracias, su escape de esas tierras que fue para los dos como un renacimiento, cuando tuvo que volver en compañía de Manuel, Willy y Ramírez para internarse a través de los túneles a aquel que fue su hogar y su infierno durante casi toda su vida. Salvador dejó los recuerdos atrás en el momento que sintió que la avioneta iniciaba su descenso, abrió y cerró los ojos para volver en sí y se dio cuenta de que las manos, la frente y la espalda le sudaban a pesar de que el clima era más bien frío.
La avioneta hizo su arribo a las orillas de la sierra madre occidental, Salvador resopló y se tomó unos cuantos segundos en tranquilidad y silencio, cuando se armó de valor, se aseguró de que el pasamontañas le cubriese a cabalidad el rostro, luego se desabrochó el cinturón de seguridad y se encontró con la mirada inquisitiva de Willy, Salvador solo asintió y sin pensarlo demasiado para dejar de torturarse bajó de la avioneta y, ya más de cerca, apreció ese hermoso infierno en el que conoció lo que era el amor.
—¿Cuál será nuestro objetivo una vez que estemos ahí? —le había preguntado Salvador a Willy antes de subirse a la avioneta.
—Vamos a internarnos en las profundidades de la sierra —respondió el dirigente de la DEA—. Tenemos dos objetivos primordiales: encontrar a Sebastián o algo que nos lleve hacia él y localizar la guarida de los mudos e ir por ellos, el H22 es el líder y principal objetivo, pero los mudos parecen ser una barrera impenetrable así que cualquier miembro de esos cabrones que caiga es bueno para nosotros.
Cuando bajaron de la avioneta, todo un ejército de más de ciento cincuenta elementos ya los esperaba, eran parte del equipo de Willy y la DEA, pero dichos soldados llevaban semanas infiltrados en triángulo dorado. Uno de los agentes se acercó a ellos y les estrechó la mano, Salvador se quedó sorprendido ante la altura del hombre, fácilmente le sacaba quince centímetros, en sus adentros agradeció que estuviesen en el mismo equipo.
—Me gustaría decirles que son bienvenidos, sin embargo, eso estaría fuera de lugar por completo —les dijo el hombre. Un escalofrío volvió a recorrer la columna vertebral de Salvador—. Esta es zona de guerra, las últimas semanas todo por aquí ha estado muy feo.
—Sabemos a lo que venimos, agente —expresó Willy mientras le estrechaba la mano.
—Hola, soy Ben —se presentó el hombre ante Salvador cuando le tocó su turno de estrechar manos.
—Salvador, un placer.
—Sé quién eres, compañero, has logrado regresar vivo de Rusia, esa es una proeza digna de reconocerse. De corazón deseo que tengas la misma suerte en este infierno. Si salimos vivos de aquí iremos a tomarnos unas cervezas para que me cuentes qué tal Rusia. —Ben le sonrió y le palmeó la espalda, luego con las manos les hizo una señal para que lo siguieran.
Willy y Salvador subieron a la misma camioneta que él, y en cuanto Ben se colocó el pasamontañas de nueva cuenta como también lo hicieron ellos, fue como si entrara en un trance, como si alguien hubiese encendido un botón en él. Ben condujo por la sierra madre occidental en absoluto silencio, con una mano en el volante y la otra aferrada al fusil de grueso calibre que lo acompañaba.
Conforme se internaban en ese infierno tan bello y siniestro, los recuerdos invadían a Salvador con mayor nitidez, se vio obligado a pensar en todo aquello que durante su adolescencia lo lastimó; volver a esos recuerdos dolorosos lo ayudó a concentrarse y ser consciente de que estaba ahí para luchar, volver a eso que lo motivó a inmiscuirse en la guerra encendió su fuego interior, justo lo que necesitaba para estar en sintonía con el infierno en el que se encontraba.
Por más de dos horas, Ben manejó en absoluta tranquilidad. El hombre tenía la sierra madre occidental estudiada de arriba abajo y había ingresado a ella por un lugar que sabía se encontraba libre de guerra. Cuando llegaron a una zona poblada de enormes árboles y rocas, Ben se detuvo y las camionetas que lo seguían también lo hicieron.
—Vamos a ingresar poco a poco y divididos en cuatro grupos de cuarenta hombres —explicó Ben—. No estamos seguros si el tal Sebastián Meléndez es el que fue traído aquí, tampoco sabemos a ciencia cierta en dónde se encuentra la guarida de los mudos, así que nos tocará entrar un poco a ciegas, será nuestro deber investigar e intuir. Todos llevaremos intercomunicadores para mantenernos al tanto de nuestra situación en todo momento. —Ben les dedicó una mirada a Willy y a Salvador y luego continuó—. En esas profundidades no vamos encontrarnos con un solo enemigo, nos encontraremos con muchos: mudos, seguro, miembros del cartel del norte, también, guachos y policías quizá en menor medida, pero de igual forma estarán ahí, súmenle otros grupitos que podemos desconocer. Por ello es importante que memoricen bien, nuestro uniforme son los jeans, las camisas negras y chamarras de piel, pero sobre todo tengan en cuenta la insignia con la D mayúscula y dorada que llevamos al lado izquierdo del pecho.
En silencio Salvador revisó que toda su vestimenta concordara con la descripción de Ben. Entre Willy y Ben organizaron los grupos, a salvador le tocó en el mismo grupo que ellos, le daba la impresión de que querían protegerlo, él solo se limitó a seguir indicaciones. En el momento en el que la división estuvo hecha y las instrucciones fueron dadas, cada grupo partió para cumplir con lo encomendado. La estrategia principal de los agentes de la DEA consistía en pasar desapercibidos, no iban con la intención de atacar primero, su posición era más a la defensiva que a la ofensiva.
El primer día internados en las profundidades de la sierra fue sumamente monótono y exasperante, llegaron hasta una zona montañosa que les permitió tener un vista más amplía dela sierra, sin embargo, lo único que se dedicaron a hacer fue a estudiar caminos y rutas de escape. Ben les habló de las posibles zonas en las que se encontraban las guaridas de los mudos y del cartel del norte, durante horas estudiaron cada centímetro para cuando lograran llegar y penetrar las madrigueras de esos cabrones debían ser capaces de conocer el terreno con los ojos cerrados.
Salvador fue uno de los hombres que se presentó como voluntario para recolectar comida durante el segundo día en las entrañas de ese infierno. La incertidumbre y ansiedad comenzaban a dominarlo, la noche anterior Willy lo mandó dormir en más de dos ocasiones, sin embargo, solo lograba dormitar veinte minutos y luego despertaba sobresaltado y ya no podía volver a cerrar los ojos. Caminar por el bosque lo ayudó a tranquilizarse un poco, en su equipo de exploración conoció a un chico más joven que él, se llamaba Toni y apenas tenía diecinueve años, la DEA lo había reclutado apenas cinco meses atrás.
Contrario a Salvador, Toni era uno de esas personas que les gustaba hablar mucho, durante las dos horas que se les permitió recolectar alimentos a dos kilómetros a la redonda del lugar en el que se instalaron, Toni le contó a Salvador toda su vida: le dijo que se había enlistado en el ejército desde los diecisiete años, que su sueño siempre fue ser parte de las fuerzas aéreas estadunidenses, pero que ese sueño se frustró cuando un accidente en la zona de entrenamientos lo hizo perder un dedo de su mano derecha. De inmediato fue suspendido de sus labores y durante meses cayó en depresión por lo pronto que sus anhelos militares fueron frustrados. Todo cambió cuando un día un primo le comentó que la DEA estaba reclutando elementos, Toni no lo pensó dos veces y asistió al llamado. A pesar de lo sucedido con su dedo, Willy lo recibió con gusto y él no lo pensó demasiado, aceptó las condiciones al instante.
En sus adentros, Salvador pensó que los miembros de la DEA no habían sido buenos con Toni, lo reclutaron porque necesitaban hombres para venir a la guerra, a la muerte misma; sin embargo prefirió callarse, ¿quién era él para matar las ilusiones y las ganas de un chico que desde su perspectiva y circunstancias creía haber recibido una segunda oportunidad? Escuchar a Toni ayudó a Salvador a despejar su mente y pensar en otras cosas y cuando regresaron al campamento se lo agradeció, esa noche pudo dormir por más de tres horas seguidas.
Fue durante la tercera noche que la guerra dejó de descansar y volvió con toda su inclemencia e ira. Salvador se encontraba en guardia en el momento que los primeros disparos comenzaron a escucharse hacia el centro de la sierra madre occidental, Ben, que había aceptado dormitar un poco, salió deprisa de la casa de campaña con fusil en mano y se colocó de lado de Salvador, los disparos no cesaban ni un segundo, Willy se les unió un par de minutos después.
De pronto, los tres vieron a tres camionetas desplazarse a gran velocidad por el camino que se ubicaba unos cuantos metros debajo del lugar en el que ellos se establecieron, las camionetas llevaban las luces apagadas para intentar pasar desapercibidas, pero el rugido de los motores y de las llantas al rodar sobre la tierra no contribuían mucho con sus intenciones. Cuando los tres vehículos frenaron de golpe uno tras otro, Salvador y el resto de agentes supieron que los tenían justo donde querían, la mañana interior entre todos habían bloqueado el camino con piedras para emboscar a quien se atreviese a pasar por ahí.
Con el dedo índice, Ben les indicó que guardaran silencio, cada elemento a sus espaldas siguió la instrucción dada mientras se aferraban a sus armas con fuerza y listo para atacar. Esperaron expectantes durante algunos segundos y todo permaneció en silencio, Willy y Ben intercambiaron miradas y luego el dirigente de la DEA levantó la mano izquierda, después un dedo, luego un segundo, el tercer dedo se irguió ante la vista de todos cada uno sabía a la perfección lo que tenían que hacer, deprisa comenzaron a descender por la pequeña colina y en cuestión de segundos rodearon las tres camionetas, eran cuarenta elementos y de antemano sabían que ni de broma podían superarlos en número. Una vez cerca, se dieron cuenta de que no se trataba de simples camionetas, eran patrullas de la policía federal.
—¡Bajen de las patrullas con las manos en alto en menos de diez segundos o abriremos fuego sin contemplación! —ordenó Ben con un grito fuerte y claro.
Debajo del pasamontañas, Salvador sudaba a chorros, comenzó a contar mentalmente desde diez hacia cero y se aferró a su fusil con más fuerza. Cuando quedaban cuatro segundos, las puertas de las patrullas se abrieron y sujetos con uniformes de policías y pasamontañas fueron bajando con las manos en alto, todo iba en orden hasta que la puerta trasera de la patrulla al centro se abrió y, de un gran salto, dos policías rodaron su cuerpo hacia el despeñadero al lado del camino.
Salvador y Toni, que se encontraba a su lado, fueron los primeros en reaccionar. Toni alcanzó a disparar, pero fue demasiado tarde, Salvador reaccionó al instante y comenzó a descender por el despeñadero tras los dos policías que intentaban escapar, Toni y un par de elementos más fueron tras él mientras el resto de agentes sometían a los otros policías. Salvador logró apreciar como los dos policías intentaban escapar a gatas, en un momento de lucidez decidieron separarse. Con una señal, Salvador informó a sus compañeros que descendían tras él y les indicó que fueran por el de la izquierda y él se fue sobre el de la derecha.
En un momento de desesperación al saberse perseguido, el policía aumentó la velocidad lo que provocó que tropezara y rodase sin control hacia abajo del despeñadero, una pierda de considerable tamaño detuvo el descenso cuando su cuerpo se impactó contra su dureza. Salvador escuchó un quejido y supo que era su momento y quizá la única oportunidad que podría tener, así que utilizó toda la velocidad que la pendiente le permitió y cuando estuvo a unos metros del policía saltó sobre él para someterlo.
—¡Ni se te ocurra moverte! —lo amenazó mientras le apuntaba con su fusil a la cabeza.
Algo extraño sucedió los segundos posteriores, en un principio, a Salvador le dio la impresión deque el policía iba luchar hasta las últimas consecuencias, sin embargo, luego de que habló, fue como si el policía se hubiese paralizado. Salvador utilizó todas sus fuerzas y logró girarlo para evitar cualquier sorpresa, sin contemplaciones, puso una rodilla sobre el estómago del hombre para sofocarlo e inmovilizarlo. Rendido, el policía solo volvió a emitir un leve quejido, Salvador lo inspeccionó hasta que dio con la pistola anclada a su cintura, se hizo con ella y la ancló a la suya.Una vez el policía estuvo indefenso por completo, Salvador colocó su fusil a un costado y respiró largo y profundo para estabilizarse, quiso analizar al hombre al que sometía, pero al igual que él llevaba el rostro cubierto, se tomó unos segundos, luego se decidió y de un jalón le quitó el pasamontañas para analizar su rostro con atención. Fue ese el momento en el que sintió que su corazón se paralizaba.
Hola, mis estimados.
Moría de ganas de poder compartir este capítulo con ustedes.
Ignacio se disculpa porque le gustan los capítulos con finales dramáticos y los hace sufrir.
Pueden dejar sus opiniones del capítulo aquí.
Gritos de perra loca aquí.
¿Alguna pregunta?
Nos leemos muy pronto.
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