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6 días después
21 de septiembre de 2011
Para Manuel, internarse en las profundidades de la sierra madre occidental siempre era como bálsamo de adrenalina que se apoderaba de su cuerpo y lo hacía sentir invencible, quizá esas sensaciones se debían a que ahí, en las entrañas de esas tierras boscosas, había librado sus peores batallas.
Poco a poco, el cartel del norte recuperaba el poderío que lo caracterizó durante los mejores años del Chepe Arriaga, en verdad, Manuel se esforzó por reconstruir aquello que le arrebataron. Recargado en el troncón de un árbol mientras se comía una manzana de esas grandes y jugosas, vio a uno de sus hombres de mayor confianza tirado pecho tierra al tiempo que ponía el ojo en la mirilla y acariciaba la extensión del fusil que, semanas atrás, les habían enviado en un fuerte cargamento desde los Estados Unidos.
Más de trecientos hombres conformaban el ejército que Manuel tenía esparcido por cada rincón de la sierra madre occidental, eso lo hacía sentir poderoso, lleno de orgullo; sin embargo, por más que intentaba permanecer apacible ante lo bien que las cosas le salían, no podía evitar sentirse intranquilo por el silencio absoluto con el que los mudos se movían. «Esos cabrones sí que le hacen honor a su nombre», pensaba Manuel, el mutismo de sus enemigos lo desconcertaba porque sabía que eso los hacía aún más peligrosos, no obstante, aprendió que lo único podía hacer era estar preparado para hacerle frente a cualquier cabrón que se interpusiera en sus planes.
Los primeros disparos lograron escucharse como un eco debido a la distancia, pero Manuel ya había desarrollado un fino sentido de la audición gracias a las tantas batallas a las que se enfrentó. Deprisa, lanzó lejos la manzana a medio comer y se aferró con fuerza al fusil que descansaba sobre sus piernas, se puso pecho tierra como sus hombres de seguridad y apuntó a la nada. Cuando estuvo en posición de ataque, se colocó el audífono en la oreja y demandó información al instante.
—¿Qué pasa? ¡Repórtense! ¿Por qué los disparos? —cuestionó Manuel a través del micrófono.
—Cuatro camionetas desconocidas —respondió el hombre encargado de vigilar la sierra desde las alturas—, estamos en medio de fuego cruzado.
A Manuel no le gustaba perder el tiempo, se puso de pie y con una señal invitó a los cinco hombres que lo acompañaban a que lo siguieran; se desplazaron medio erguidos, ocultándose entre los enormes árboles que los rodeaban. A la distancia, los disparos seguían escuchándose en ráfagas continuas por espacio de dos minutos hasta que, en un momento, lo único que logró escucharse fue el sonido de una parvada de aves que, asustadas antes los tétricos estallidos, emprendían el vuelo en busca de refugio.
—¡Hemos logrado someter a tres de las camionetas! —gritó uno de los elementos al servicio de Manuel a través de su intercomunicador—, pero los de la camioneta que venían hasta el final se han peleado, no pudimos evitar que esos cabrones se escaparan.
—¡Dame tu ubicación exacta! —ordenó Manuel.
—Escuadrón cuatro, al centro del camino principal —respondió el hombre.
Menos de un kilómetro era la distancia que separaba a Manuel del resto de su equipo, la paciencia no estaba dentro de sus cualidades, así que, sin esforzarse demasiado en protegerse, se desplazó a través del pequeño barranco que acortaba el camino. Sus latidos eran desproporcionados, y Manuel sabía que la razón de la adrenalina que corría por sus venas se debía a que, por primera vez en mucho tiempo, podía tener en su poder a gente de los mudos y quizá, si la suerte le sonreía ese día, tendría en sus manos al mismísimo Sebastián Meléndez.
Cuando terminó su descenso logró distinguir a sus hombres, todos vestidos de verde militar, también sus ojos pudieron ver las camionetas negras que habían sido sometidas. Arrodillados en el suelo y con ambas manos puestas en la nunca, había aproximadamente dos docenas de hombres que vestían de negro, los elementos de Manuel los obligaron a formar un círculo y les apuntaban con los fusiles, el triplicarlos en número fue el factor que les ayudó a ganar esa batalla.
Manuel terminó su recorrido y analizó a detalle la situación. Lo primero que llamó su atención fue el único hombre, de los más de veinte, que llevaba puesto un pasamontañas y que estaba ubicado al centro del círculo. En silencio, Manuel caminó alrededor e intentó reconocer el rostro de los hombres arrodillados en el suelo, entonces descubrió un segundo detalle que lo sorprendió: la mayoría parecían ser extranjeros.
—¡Reporte! —ordenó Manuel.
—Las cuatro camionetas se desplazaban hacia el norte de la sierra a gran velocidad —respondió el mismo hombre que notificó la situación a través del intercomunicador—. En cuanto las detectamos hemos comenzado a disparar, intentamos emboscarles, pero la camioneta que venía hasta el final logró echarse en reversa y escapar, los hombres en las otras tres camionetas respondieron al ataque e intentaron defenderse, pero al verse superados se rindieron, todas las camionetas tienen un blindaje bastante eficaz.
—¿Han interrogado a alguien? —cuestionó Manuel.
—No, a nadie —respondió el hombre—, estábamos esperando a que llegaras. Al parecer, trasladaban hacia algún lugar a este cabrón con pasamontañas, lo transportaban en la tercera camioneta y durante el ataque lo protegieron a costa de todo, la tercera camioneta también intentó escapar, pero se los impedimos, tampoco le hemos quitado el pasamontañas, eso te corresponde a ti.
Con cautela, Manuel se acercó al sujeto que llevaba el pasamontañas puesto y analizó su complexión física: a pesar de la ropa, podía notarse su cuerpo atlético, la piel en sus manos dejaba ver que se trataba de alguien joven y de tez blanca. Una vez más, las pulsaciones de Manuel se aceleraron, siguió de cerca el tema del vídeo y gracias a sus informantes sabía de la batalla que se desató en Valle de Bravo, ¿acaso es quién pienso que es?, se preguntó Manuel en sus adentros y sonrió. Ya sin pensarlo tanto, le quitó el pasamontañas al sujeto arrodillado ante él y se encontró con un cabello castaño y rebelde, las facciones de un hombre que apenas debía superar los veinte años y unos ojos que no lo miraron con miedo, sino con expectación. Manuel analizó con atención el rostro del cabrón que le sostenía la mirada, aunque eran algo parecidos, estaba seguro de que ese no era Sebastián Meléndez.
—¿Quién eres? —lo interrogó Manuel y le apuntó con su pistola a la sien—, responde ahora y con la verdad o aquí mismo te mueres, cabrón.
—No vas a matarme, eres más inteligente que eso, Manuel Arriaga —respondió el sujeto sin dejar de mirarlo.
Manuel no podía negar que las palabras de ese hombre arrodillado ante él lo habían tomado por sorpresa, le sorprendió la insolencia con la que se dirigió a él, le sorprendió que lo llamase por su nombre, pero sobre todo, le impresionaba que no dejase de mirarlo a pesar de las circunstancias en las que se encontraba. En sus adentros, Manuel maldijo porque el cabrón insolente tenía razón: era más inteligente que meterle un plomazo a la primera, sin embargo, eso lo hizo enojar, su orgullo no podía quedar pisoteado ante sus hombres. Su primera reacción fue apretar los dientes, luego el arma entre sus dedos, concentró toda su fuerza en el brazo derecho y estrelló la parte trasera de su fusil en la mejilla izquierda del cabrón insolente, el golpe fue tan fuerte que ocasionó que el sujeto cayese de costado sobre el césped terroso, una línea roja se formó en el rostro del hombre y la sangre comenzó a escurrir.
—Veo que conoces mi nombre —dijo Manuel sin miedo a reconocer que era él—, entonces sabrás también que mis métodos para hacerte cantar no van a ser para nada amigables, en un par de horas desearas olvidarte de mi nombre.
A pesar de que el sujeto estaba en el suelo y sangrando, volvió a mirar a Manuel sin miedo, al mayor de los Arriaga no le quedaron dudas de que ese cabrón sería un hueso duro de roer, no necesitó sobre analizarlo para saber que estaba entrenado, que conocía las reglas del juego, pero Manuel sonrió porque la adrenalina volvió a apoderarse de su cuerpo, él también era un experto en el juego.
—Espósenlos a todos y llévenselos a nuestra guarida —ordenó Manuel mientras limpiaba las gotas de sangre que quedaron en su fusil—, también llévense las camionetas.
Manuel caminó en tranquilidad de regreso al lugar en donde dejó el carro en el que solía transportarse, mientras caminaba, puso a trabajar su memoria para intentar encontrar un indicio que le permitiera saber quién era ese cabrón insolente que lo había retado con la mirada, definitivamente no se trataba de un mudo, no tenía la certeza para afirmarlo pero su intuición pocas veces le fallaba. También tenía dudas sobre si los hombres que transportaban a ese sujeto eran parte de los mudos, ¿acaso esos cabrones reclutaban extranjeros? Manuel había estudiado a profundidad los orígenes de ese cartel, se formó con militares que desertaron del ejército, sin embargo, ya habían pasado bastantes años desde su formación y no existía un reporte que precisara a profundidad que o quienes conformaban ese enigmático cartel.
Poco más de cuarenta minutos les llevó regresar a la nueva guarida del cartel del norte, Manuel había conseguido, y no por las buenas, hacerse de un rancho a las orillas de la sierra madre occidental, los terrenos eran de considerable tamaño y en cuanto se deshizo de los dueños legítimos de esas tierras, lo primero que hizo fue reforzar la seguridad y mandó a construir a los alrededores bardas que superaban los cinco metros de altura. En lo que llevaba de vida aprendió, y de la peor forma, que tener túneles de escape era indispensable para alguien como él, los ingenieros llevaban más de cinco meses en esos trabajos, pero Manuel tuvo que aprender a ser paciente porque un trabajo de calidad como el que su padre realizó en su antiguo hogar, necesitaba de tiempo.
—¿Qué hacemos con estos sujetos? —le preguntó Víctor, su hombre de mayor confianza.
—Enciérrenlos en los calabozos, al que traía el pasamontañas me lo encierran solo —respondió Manuel mientras sacaba su celular para hacer una llamada—, vamos a hacer que pierdan la noción del tiempo, que se vuelvan un poco locos, vamos a quebrarlos, ustedes saben qué hacer. Yo tengo que viajar a la capital, me llevaré una docena de hombres y tú te quedas a cargo de lo que pase aquí, solo planeo estar por allá un día, mañana mismo estoy de regreso.
La persona al otro lado atendió la llamada, Manuel caminó hacia adentro de la casa para hablar en privacidad y dejó a Víctor hacer su trabajo.
El avión privado en el que Manuel viajó hizo su arribo a la capital del país en un aeropuerto clandestino pasado el mediodía. En cuanto el mayor de los Arriaga comenzó a descender por las escaleras se encontró con la mirada de Andrea Ramos sobre él, la ex primera dama del país lo esperaba ya en la pista de aterrizaje. Manuel llegó hasta donde la mujer se encontraba, le sonrió y le tendió la mano, aunque le costó aceptarlo, tuvo que aprender a ceder y ser un poco más educado con ella, si iban a ser aliados tenían que llevar la fiesta en paz para que los planes pudiesen llevarse a cabo, estaban en guerra y las peleas internas no ayudaban a ganar batallas externas y más importantes, Manuel era consciente de debían conciliar sus diferencias y aprender a trabajar en equipo.
Andrea correspondió a su saludo y también le sonrió de vuelta, al parecer la profesora había llegado a las mismas conclusiones a la que él llegó. La camioneta que Andrea utilizaba para trasladarse ya los esperaba, Manuel se subió en el mismo asiento que su aliada, pero se sorprendió al encontrarse con una niña, que no debía tener más de cinco años, sentada al medio de ambos. La pequeña le sonrió con algo de vergüenza y, para su sorpresa, Manuel se descubrió correspondiendo a su sonrisa. De forma inevitable pensó en su hermana Isabela, él mismo la había enviado lejos junto a la mujer que la cuidaba, sin embargo, gracias a las investigaciones que realizó, sabía que su hermana pequeña se encontraba bajo el cuidado de los Meléndez, descubrirlo lo desconcertó e intrigó por igual, ¿cómo Isabela había llegado a esa familia? En el fondo era consciente de que la respuesta a esa pregunta estaba en Sebastián Meléndez.
—Ella es mi hija Claudia —le dijo Andrea obligándolo a salir de sus pensamientos—, vive conmigo desde hace algunos días.
—Veo que esmerándote en hacer un buen trabajo —respondió Manuel y volvió a mirar a la niña.
—Me estoy esforzando bastante, Manuel, y en unos minutos más vas a descubrirlo. —Andrea le dedicó una mirada y le sonrió una vez más.
Tras librar el característico tráfico de la capital, lograron llegar al edificio en donde se ubicaba el departamento en el que Andrea vivía. Manuel vio estacionarse por el espejo retrovisor a los hombres de seguridad que lo acompañaban, esperó algunos segundos a que todos estuviesen abajo y en sus posiciones y luego bajó en compañía de Andrea y la niña, pasaron varios filtros de seguridad que la misma profesora puso en el trayecto a su departamento hasta que llegaron y Manuel cerró la puerta a sus espaldas.
—Bien, Manuel aquí estamos —dijo Andrea mientras servía dos copas de whisky—, muero por saber a qué se debe esta reunión tan importante.
—Yo sé que ya lo sabes, Andrea —manifestó Manuel luego de aceptar la copa de Andrea y sentarse en el sillón más amplio—, pero se te olvida que quien debe rendirme cuentas a mí, eres tú.
—Yo tengo mucho por decir, ya te dije que he estado haciendo mi trabajo, quería dejar lo mejor para el final —refutó Andrea—, pero si quieres que comience sin problema lo hago.
—¿Y por qué estás tan segura de que lo que me dirás es mejor que lo mío? —inquirió Manuel y sonrió.
—Créeme, Manuel, vas a quedar boquiabierto, con el ojo cuadrado.
Las palabras de Andrea generaron expectativa en Manuel, de un solo trago se terminó el whisky y con la mirada le pidió a su aliada que volviese a llenarle el vaso. Andrea así lo hizo, luego se dirigió a su habitación y de la caja fuerte al fondo de su clóset sacó su laptop, la encendió mientras caminaba de regreso a la sala, con paciencia se colocó en la mesa e invitó a Manuel con la mirada a sentarse a su lado.
—Manuel, ¿crees en los muertos vivientes? —inquirió Andrea, divertida ya había superado la fase de frustración que el impacto de las imágenes que iba a mostrarle a su aliado, le causaron.
El mayor de los Arriaga permaneció en silencio ante el cuestionamiento de Andrea, prefirió reflexionar la respuesta en silencio antes de responder. Sus pulsaciones se aceleraron cuando su sentido de la intuición se despertó, llevaba meses con una espina en su corazón que no lo dejaba dormir en tranquilidad y, de pronto, entendió que sus inquietudes eran fidedignas. Cuando Andrea giró la laptop para mostrarle la pantalla, de antemano, Manuel sabía ya lo que sus ojos iban a ver.
—Al parecer, a tu hermanito le gustó el asunto de las resurrecciones —dijo Andrea mientras lo veía al rostro, expectante de su reacción—. Salvador Arriaga está vivo.
Manuel miró la fotografía en la pantalla del computador en la que su hermano se encontraba encerrado en un círculo rojo, la imagen no era de la mejor calidad, no obstante, Manuel no necesitaba un alta resolución para reconocerlo, no le quedaba ninguna duda, era él: Salvador.
—Te dije que estuve haciendo mi trabajo —continuó Andrea ante el silencio de su aliado—. Conseguí estas fotografías gracias a un aliado que tengo en el aeropuerto que la DEA utiliza para hacer sus viajes al país, Salvador llegó a México hace un par de días en un avión de la DEA. —Andrea se puso de pie para volver a llenar su vaso de whisky—. Debo reconocer que la agencia antidrogas y tu hermanito hicieron un muy buen trabajo, caí redondita, sin duda alguna fue un gran montaje. Estoy segura de que mi futuro ex marido estuvo aliado con ellos, eso ayudó a que yo cayera como una estúpida.
—¿Y por qué ha vuelto? —preguntó Manuel más para sí mismo, cuando se encontró con la mirada de Andrea sobre él se recordó que no estaba a solas, así que se esforzó en recuperar la pose—. ¿Sabes algo? —la cuestionó.
—No, no aún, pero ya trabajo en ello —respondió Andrea—, aunque puedo asegurar que está relacionado con Sebastián Meléndez, todo gira alrededor de él.
—Pienso lo mismo —concordó Manuel—. ¿Y sabes la ubicación en la que se encuentra Salvador?
—Lamentablemente no, pero también trabajo en eso.
—Tienes que darte prisa, Andrea.
—Lo sé. Pero ya que hablamos de Sebastián, ¿qué es lo que tú tenías que decirme? Presiento que está relacionado con él.
—¿Qué sabes de lo sucedido en Valle de Bravo?
—Que se armó una trifulca buena, el ejército y la policía federal peleando con distintos grupos criminales, se habla de Rosa Blanca por los uniformes que se lograron reconocer. También los medios y algunos de mis informantes confirman que el intercambio se hizo, que los hombres en el helicóptero les entregaron a la mujer y se llevaron a Sebastián, pero ya aprendí a ser escéptica, ya no creo nada hasta que tengo los pelos de la burra en la mano. Se sabe que helicóptero huyó hacia el norte, hacia tus rumbos.
Manuel asintió y comenzó a caminar en círculos, aún tenía la imagen de Salvador incrustada en sus pensamientos, luchaba por lograr concentrarse.
—¿Y si te dijera que tengo en mi poder a los hombres del helicóptero y al supuesto Sebastián?
—No esperaría menos de ti, Manuel —expresó Andrea.
—Pues haces bien, porque los tengo.
Andrea sonrió y también se puso de pie.
—¿Fueron los mudos quienes están detrás de todo este embrollo? —lo interrogó.
—Aún no estoy seguro —respondió Manuel—, lo que sí puedo asegurarte es que el hombre que se llevaron no es Sebastián Meléndez, a menos que solo sea un distractor, no lo sé. ¿Y si es una trampa?
—No hay que descartar nada, estamos en guerra, Manuel —expresó Andrea—, pero tú y yo estamos haciendo las cosas muy bien, tenemos información y avances realmente magníficos. Manuel, podemos ser los ganadores, ¿eres consciente de ello?
—Sí, lo soy, por eso te elegí. Me gustaría que estuvieras presente en los interrogatorios que haré a esos hombres, el avión sale por la madrugada, prepara lo que tengas que preparar, yo tengo que ir a solucionar otros asuntos.
Manuel estaba a punto de irse, sin embargo, Andrea lo tomó de la mano y lo detuvo, en silencio buscó su mirada. Las pulsaciones del mayor de los Arriaga no habían disminuido desde que vio la fotografía de Salvador, la adrenalina corría por sus venas y un sentimiento que le costaba explicar se había apoderado de él. Manuel hizo lo primero que sus instintos le sugirieron, comenzó a besar a Andrea y, para su sorpresa, ella le correspondió con un fervor que lo entusiasmó.
La pequeña Claudia se quedó jugando en la sala con las muñecas que su madre le compró mientras Manuel arrastraba a Andrea a una de las habitaciones y cerraba la puerta a sus espaldas.
Hola, mis estimados.
Esta ha sido una semana algo ocupada, pero aquí estoy con una nueva actualización.
Hoy en un nuevo capítulo de ships que nadie esperaba...
Que quede claro que me encantan los enemies to lovers, je.
Nos leemos muy pronto.
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