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6 días después.

21 de septiembre de 2011


Daniel se había escapado de la casa de seguridad en una de las motocicletas que los elementos de Ramírez utilizaban para hacer misiones que requerían de una rapidez absoluta. Al tener uno de los rangos más altos en el equipo del comandante, Daniel aprovechó para mentir y que, los elementos que cuidaban la casa desde afuera, le soltasen la motocicleta y la llave. «El comandante me ha delegado una misión de suma importancia. Denme la llave ahora mismo», les había dicho Daniel.

Ramírez se dio cuenta de ello cuando, en compañía de Sebastián y Elías, salieron deprisa para intentar alcanzarlo. Karla se había quedado en la casa de seguridad para apoyarlos desde ahí a través de la ventaja que le daban las cámaras alrededor de la ciudad. En cuanto sus compañeros se fueron, la periodista volvió a la habitación en la que Daniel fingió dormir, todo estaba revuelto, y una inspección rápida le bastó a Karla para entender el porqué: antes de escapar, Daniel hurgó entre las cosas de Sebastián y le robó la billetera y la cadena con medalla que Hilario le regaló cuando fue nombrado dirigente de la organización por la paz.

Karla intentó seguir el rastro de Daniel, pero el chico no era un improvisado, sabía a la perfección lo que hacía. Las cámaras dentro del radio de los primeros dos kilómetros alrededor de la casa de seguridad lograron captar a Daniel desplazándose a gran velocidad, pero luego tomó calles oscuras de colonias y delegaciones alejadas de las que era consciente que las cámaras de seguridad nunca llegarían. De inmediato, Karla contactó al comandante para informarle a detalle lo que logró detectar.

—Tenemos que dividirnos —dijo Ramírez cuando se dio cuenta de que detener a Daniel no iba a ser sencillo—, yo dirigiré una patrulla, Elías otra y tú una más, Sebastián.

—Creo que no debemos perder tiempo al buscar a Daniel entre calles —intervino Elías—, debemos ir directamente al lugar al que sabemos se dirige.

—Valle de Bravo es enorme —expresó Sebastián—, hay que evitar a toda costa que Daniel llegue a la zona de la cascada.

—Bien, no hay que perder más tiempo que Daniel nos lleva ventaja. A través de los radios les informaré qué zona del lugar debe cubrir cada uno.

Sebastián tomó las llaves de la patrulla asignada, esperó que los elementos que lo acompañarían tomaran sus lugares en el vehículo, prendió la torreta y aceleró a más de cien kilómetros por hora mientras atendía las indicaciones que Ramírez daba a través del radio. Hasta cierto punto, Sebastián se sentía culpable de que Daniel hubiese escapado, ya había previsto que su amigo pudiese tener una reacción peligrosa, sin embargo, cuando Ramírez regresó con toda esa información sobre el asesinato de Alexander, su mente centró su atención en ese asunto y, por un tiempo, se olvidó de Daniel. El poder hablar con su familia después de tantos días incomunicados también lo trastocó y lo hizo perder el foco. Ahora Daniel se encontraba en un inminente peligro y si algo le pasaba jamás podría perdonárselo.

No podía juzgar la reacción impulsiva que su amigo había tenido, si su madre, padre o cualquier ser querido estuviese en riesgo, él tampoco podría quedarse de brazos cruzados; sin embargo, la simple idea de Daniel cayendo en las garras de los mudos hacía que un escalofrío le recorriese cada centímetro de la columna vertebral, sobre todo porque cuando esos hombres descubrieran que Daniel solo estaba haciéndose pasar por él no tendrían consideraciones al saberse engañados. Esos pensamientos hicieron que Sebastián aumentara la velocidad.

Los inicios de Valle de Bravo se vislumbraron a la distancia, Ramírez había informado que él intentaría entrar por el oeste de la ciudad, a Elías le correspondía el este y Sebastián tenía el camino despejado para entrar por la zona frontal y principal. No obstante, tal cual y Karla lo dijo, Sebastián era el hombre más buscado del país en esos momentos, y ese vídeo solo funcionó como una carnada para desatar una feroz cacería. Por el espejo retrovisor, uno de los elementos de Ramírez que lo acompañaba en la patrulla avisó que camionetas del ejército se acercaban a sus espaldas. Sebastián apretó los dientes y quiso ir más rápido, pero la camioneta ya había alcanzado su velocidad máxima. En cuanto vio una desviación del camino, Sebastián la tomó para esconder el vehículo entre los enormes árboles que se encontraban alrededor.

—Si el ejército nos detiene e interroga, estoy perdido —dijo Sebastián, en su voz podía percibirse la desesperación que comenzaba a invadirlo.

—Quien ahora mismo representa un peligro eres tú —expresó el hombre que lo alertó sobre la presencia del ejército—, nosotros solos somos simples policías, así que haremos esto: nos bajaremos de la patrulla y comenzaremos a disparar a la nada con el único fin de entretener a los militares, tú sigue adelante con la misión, trataremos de encontrar alguna excusa, no tenemos de otra.

Sebastián asintió y, de inmediato, los policías bajaron de la patrulla y corrieron entre los árboles, Sebastián volvió a poner el vehículo en marcha y un par de segundos después escuchó los primeros disparos que sus compañeros lanzaron al aire. Con una mano se ajustó el pasamontañas para que ni un milímetro de su rostro quedase al descubierto, ingresó a Valle de Bravo a gran velocidad y sin pensar en nada que no fuese detener a Daniel.

En cuestión de minutos, Sebastián atravesó las características calles empedradas de la ciudad, el ambiente comenzaba a teñirse de un color grisáceo que anunciaba el amanecer, era como si el cielo se convirtiese en un cronometro que advertía una bomba que estaba a punto de estallar. A la distancia los disparos aumentaron, un sentimiento de agobio invadió a Sebastián al pensar en sus compañeros policías, pero ellos se habían sacrificado por él y por Daniel, no podía permitir que ese sacrificio fuese en vano.

—He logrado entrar a Valle de Bravo —dijo Ramírez a través del radio.

—Estoy a punto de entrar —informó Elías—, pero esto va a ponerse feo, el lugar ya está lleno de militares y policías.

—También estoy dentro —comunicó Sebastián—, sin embargo, mi equipo tuvo que sacrificarse porque teníamos a los saldados pisándonos los talones, no sé cuál sea su estado.

—Si estás dentro lo que importa es llegar a la cascada a la brevedad, concéntrate en eso por ahora —le ordenó Ramírez.

La zona montañosa de Valle de Bravo se asomó ante los ojos de Sebastián que volvió a acelerar hasta el límite que la patrulla le permitió. La terracería lo hizo dar algunos saltos descontrolados, pero la forma en la que el color grisáceo en el cielo se aclaraba minuto a minuto hacía que Sebastián recordase que el amanecer era, en esos momentos, su peor enemigo. De pronto, el sonido del agua que chocaba contra rocas al caer lo obligó a disminuir la velocidad para escuchar con mayor atención, cuando no tuvo dudas de que se trataba del sonido característico de las cascadas, Sebastián volvió a acelerar sin miramientos.

Cuando, sin que lo esperara, una persona se atravesó en su camino, Sebastián no tuvo siquiera tiempo de frenar, sin embargo, para su fortuna, la persona a mitad del camino tuvo una reacción rápida y saltó al otro extremo lo que ocasionó que cayese al vacío. «Daniel», pensó Sebastián y frenó de golpe. Deprisa, volteó hacia atrás para intentar ver si había rastros de la persona a mitad del camino, sin embargo, el precipicio al otro extremo lo llevó a pensar lo peor.

Se bajó de la patrulla sin pensar en nada más, corrió hacia la orilla del barranco y miró con atención hacia abajo, pero la tenue luz con la que se comenzaba a teñir el cielo no le permitió distinguir con claridad lo que sucedía en la profundidad de ese abismo. El sonido del agua al caer y chocar contra las rocas fue el aliciente necesario para que Sebastián se armase da valor y comenzara a descender por el acantilado.

Lo que a continuación sucedió lo tomó por sorpresa, cuando logró estar en tierra firme corrió hacia donde se originaba el sonido de la cascada, sin embargo, a mitad del camino algo o alguien, no estaba del todo seguro, lo derribó con una fuerza desmedida haciéndolo rodar por el suelo. Sebastián comenzó a luchar de inmediato, fue entonces que descubrió el cuerpo de otro hombre sobre él que trataba de someterlo. Su memoria hizo un viaje rápido a la infinidad de ocasiones en las que Willy los obligó a enfrentarse a agentes de mayor peso y tamaño como parte de su entrenamiento, aquellos días, tras los moretones y mallugones con los que su cuerpo terminaba al finalizar los entrenamientos, llegó a odiar al dirigente de la DEA, ahora, sin embargo, Sebastián agradecía la rudeza con la que Willy les enseñó a defenderse.

Un mínimo descuido del hombre sobre él y Sebastián aprovechó para girarse, sin contemplaciones, se colocó encima y comenzó a golpearlo, con un vistazo rápido, analizó la ropa que llevaba puesta, no portaba uniforme de ningún tipo pero si un pasamontañas. Sebastián notó que el sujeto estaba exhausto e iba a darle un par de golpes más para dejarlo inconsciente, sin embargo, el sonido de un helicóptero que sobrevolaba la zona hizo que Sebastián se distrajera por unos segundos dándole al hombre tiempo para retomar algo de fuerza. De pronto, un rodillazo en la zona baja del estómago lo hizo quedarse sin aire durante algunos segundos, Sebastián sintió como su atacante lograba zafarse de su agarre mientras él permanecía de rodillas en el suelo intentando recuperar la respiración.

El sonido de la hélices que giraban a gran velocidad en el aire retumbó en sus oídos, Sebastián enderezó la mirada hacia al cielo y se dio cuenta de que el helicóptero ya sobrevolaba a pocos metros del suelo, un par de segundos después una incandescente luz iluminó el espacio a los alrededores, eso lo obligó a reaccionar de inmediato y se arrastró hacia la zona de los árboles. Recargado contra un tronco, Sebastián se esforzó en recuperar el ritmo normal de respiración. Cuando sintió que sus pulmones volvían a llenarse de aire, miró una vez más hacia arriba y logró apreciar cómo la puerta del helicóptero se abría y desde ahí saltaba alguien que reconoció al instante: Cristina.

La madre de su amigo pendía en el aire gracias a un arnés sujeto a su cuerpo. Sebastián se puso de pie y se llevó la mano a la cintura para desencajar la pistola, sin embargo, luego de tentar en reiteradas ocasiones se dio cuenta de que ya no llevaba el arma consigo, debió haberla perdido durante la pelea que tuvo con ese hombre, maldijo entre dientes, pero cuando vio a otro hombre, que portaba un uniforme que reconoció al instante, salir del otro extremo de los árboles y mostrar en el centro de la luz la identificación y la medalla que le había robado, Sebastián se paralizó durante algunos segundos. Al momento que logró reaccionar, ya era demasiado tarde porque Daniel ya había sujetado su cuerpo al arnés y el helicóptero lo elevaba por el aire.

«Daniel, no, detente», quiso gritar Sebastián mientras corría hacia el helicóptero pero la voz se le quedó atorada en la garganta. Ante sus ojos, Elías y los elementos que lo acompañaban lo rodearon para intentar protegerlo. «Estoy bien, pero he perdido mi arma», les gritó Sebastián, con rapidez, Elías se desencajó la pistola que llevaba anclada a la rodilla y se la dio. En cuanto tomó la pistola con firmeza, vio a Elías correr hacia el lado opuesto donde él se encontraba con el arma al frente listo para disparar. Sebastián se dio la vuelta y entendió que a quien su compañero apuntaba era al hombre con el que minutos atrás había peleado.

El hombre levantó las manos al verse superado, luego cayó de rodillas al suelo para dejar en claro que se rendía, Sebastián iba avanzar hacia él para someterlo y quitarle el pasamontañas, sin embargo, una ráfaga de disparos surgió desde la parte alta del acantilado, lo que los obligó a tirarse en el suelo y volver a arrastrarse una vez más hacía los árboles. Cuando estuvieron a salvo, Elías lo obligó a pararse y correr; Sebastián perdió la noción del tiempo, solo corrió de forma mecánica hasta que llegaron a la patrulla que Elías manejaba.

Exhausto, Sebastián se subió en la parte trasera, se quitó el pasamontañas y dejó caer su corpulencia sobre el respaldo del asiento. Sus pulsaciones eran aceleradas y constantes, se vio obligado a respirar con profundidad en reiteradas ocasiones para llenar sus pulmones de aire. A los segundos, sintió al vehículo ponerse en marcha, pego la frente contra el cristal de la venta y miró hacia el cielo pero ya no había rastros del helicóptero. Un nudo se formó en su garganta y una indiscreta lágrima descendió por su mejilla izquierda, no podía dejar de pensar que le había fallado a Daniel.


Llegaron a la casa de seguridad media hora después, ya había amanecido y, durante el camino de regreso, Elías lo había obligado a ponerse el pasamontañas. Sebastián aceptó las órdenes en silencio, sin rechistar, lo último que quería hacer era pelear. La patrulla de Ramírez llegó un par de minutos después que la de ellos. En cuanto Sebastián vio al comandante bajarse y escoltar a Cristina hacia dentro de la casa, volvió a la vida. Deprisa se bajó de la camioneta junto con Elías y ambos se apuraron a ingresar.

La imagen con la que se encontró en cuanto abrió la puerta volvió a hacer que el nudo en la garganta se formara y que el estómago se le constriñera: Ramírez intentaba abrazar a Cristina, pero ella luchaba por zafarse mientras lanzaba manotazos hacia el pecho del comandante.

—¡¿Por qué permitiste que se llevaran a mi hijo?! ¡Maldita sea! ¡¿Por qué?! —gritaba Cristina con vehemencia—. Cuando lo reclutaste, tú me prometiste que lo cuidarías con tu vida y yo confié en ti. ¡Dime por qué lo permitiste!

Sebastián se acercó para intentar tranquilizarla, sin embargo, su presencia la alteró todavía más.

—¡Tú eres el culpable de todo esto! —le gritó ella— ¡Maldita sea la hora en la que te cruzaste en su vida! ¡Maldita sea la hora el que se te ocurrió pararte en nuestra casa!

El nudo en la garganta de Sebastián se hizo más áspero, Karla que había observado la escena desde el rincón se acercó a su amigo, lo tomó de la mano para retirarlo y luego lo abrazó. Fue Elías quien logró que Cristina se tranquilizara, el agente la abrazo con fuerza y así permanecieron por varios minutos hasta que logró convencerla de que lo acompañase a una habitación.

Ramírez se quitó con desesperación el chaleco antibalas y lo lanzó a un lado del sillón, luego se recostó en el espacio libre, exhausto. Karla abrazó a Sebastián con más fuerza.

—¿Se han llevado a Daniel? —preguntó Karla unos minutos después aunque ya de antemano conocía la respuesta.

—Sí, se lo han llevado —respondió Sebastián y después se tomó el tiempo necesario para explicarle a la periodista todo lo que había sucedido.

—Sé en parte lo que pasó —aclaró la periodista—, seguí minuto a minuto lo que sucedía alrededor de Valle de Bravo a través de las cámaras. Tengo distintas imágenes del helicóptero.

Las últimas palabras de Karla hicieron que Ramírez se pusiera de pie y se colocara al lado de ambos amigos.

—Muéstrame lo que tienes —le pidió.

Karla abrió la carpeta en la que guardó todas las imágenes y vídeos de las horas en las que los acontecimientos sucedieron, con atención y paciencia, los tres analizaron toda la información recabada gracias a las cámaras.

—¿Qué piensas, comandante? —cuestionó Sebastián luego de ver a Ramírez tan pensativo mientras analizaban las imágenes.

—El helicóptero de negro por completo —respondió Ramírez—, no tiene ni un solo logo.

—Sí, noté lo mismo —dijo Karla.

—¿Recuerdan cuando los mudos atacaron la mansión de los pinos desde helicópteros? —les preguntó el comandante.

—Sí, los helicópteros también eran negros —respondió esta vez Sebastián—, pero...

—Pero... —alentó Ramírez a que Sebastián siguiese hablando.

—Pero tenían la característica letra H de los mudos al centro del helicóptero y en color rojo —terminó Sebastián.

—Tiene razón —expresó Karla—. A los mudos les gusta que su sello se distinga, les gusta llamar la atención.

—¿Crees que a Daniel no se lo llevaron los mudos, comandante? —inquirió Sebastián mientras en sus adentros reflexionaba lo sucedido en Valle de Bravo.

—No lo sé, Sebastián lo sé —dijo Ramírez, serio—, quizá solo estoy haciéndome ilusiones, aferrándome a una esperanza.

Sebastián se tomó un momento para seguir con las reflexiones de lo sucedido, pensó en Daniel, estaba escondido al otro extremo entre los árboles, quizá si ese extraño hombre con el que peleó no se hubiese interpuesto en su camino habría podido lograr detener a Daniel. ¿Quién demonios era ese sujeto?, se preguntó, ¿acaso pertenecía a los mismos hombres que se llevaron a Daniel en el helicóptero y por eso cuando Elías y él lograron someterlo sus aliados comenzaron a dispararles? Sebastián abandonó sus pensamientos cuando vio a Cristina y a Elías salir de la habitación al fondo, la madre de Daniel ya lucía más tranquila.

—Perdón por mi reacción —se disculpó ella—, entenderán que lo que he vivido ha sido muy fuerte.

—No tienes que disculparte, Cristina —dijo Ramírez y se acercó a ella—. Tienes razón en lo que has dicho: te fallé a ti y, sobre todo, le fallé a él.

—Hablar con Elías me ha hecho entender muchas cosas —expresó Cristina—, me ha aclarado el panorama, ¡estamos en guerra!, y me ha tocado entenderlo de la peor forma.

Con cautele, Sebastián fue acercándose a Cristina, cuando estuvo frente a ella la miró a los ojos y tomó la entereza necesaria para hablar, sin embargo, Cristina se lo impidió.

—No te disculpes conmigo —le pidió—, nada de lo que está pasando es tu culpa, ya lo he entendido, sé que mi hijo es importante para ti, que lo aprecias y que harás lo necesario para rescatarlo, dediquémonos a ello y no perdamos más tiempo.

Sebastián tomó la mano de Cristina, la apretó con fuerza y luego asintió.

—Cristina, necesito que cuentes todo el relato desde el principio, ¿qué fue lo que sucedió en la otra casa de seguridad? —le pidió Ramírez.

—Esas personas que me mantuvieron retenida iban directo a por la caja —comenzó a relatar Cristina—, yo solo fui un premio agregado con el que se encontraron. Abatieron a los policías que resguardaban la casa sin contemplaciones, pero a mí nunca me hicieron daño, nunca. Y miren que yo me defendí, puse resistencia, pero ellos solo me contuvieron y me llevaron. Adonde sea que me hayan llevado, solo me interrogaron un par de veces, la primera me negué a hablar, su método de castigo y precisión fue dejarme sin comer y en un cuarto oscuro. Me rompí rápido lo admito, la segunda vez les dije todo lo que yo sabía, que no era mucho. Después de que hablé, me llevaron a una habitación con todas las comodidades, me dieron mis tres comidas al día y me trataron de lo mejor. No puedo decir mucho porque no hay nada más por decir, al día siguiente solo me obligaron a sostener esa cartulina y grabaron el vídeo.

—Eso no suena para nada a los mudos —intervino Karla.

Todos los presentes asintieron para mostrar su acuerdo con la periodista. Elías iba a hablar, pero una llamada entrante al teléfono del comandante se lo impidió. Ramírez salió al patio trasero para atender la llamada, se tardó alrededor de cinco minutos que parecieron horas mientras esperan en silencio y expectantes.

—He recibido una llamada de uno de mis contactos en fiscalía —informó Ramírez en cuanto regresó—. El ejército ha seguido al helicóptero hasta donde han podido, por la ruta que han tomado se sospecha que se dirigían hacia alguna zona del triángulo dorado en la sierra madre occidental, y eso solo quiere decir una cosa.

—Tendremos que volver al infierno —completó Sebastián la oración.

Hola, mis estimados.

Nos hemos vuelto a leer pronto.

Un capítulo multiperspectiva, ventajas del narrador omnisciente.

Creo que las preguntas que surgieron con el capítulo anterior han quedado resueltas.


Nos volvemos a leer el fin de semana.

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