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5 días después.

20 de septiembre de 2011


Sebastián observaba a Daniel con preocupación.

Habían pasado más de doce horas desde que le informó lo sucedido con su madre y, en cuanto se lo dijo, su amigo entró en una especie de trance que lo desconectó de lo que sucedía a su alrededor. Sebastián esperó que, cuando le contó los detalles de lo que ocurrió en la casa de seguridad, Daniel saliera corriendo para intentar hacer algo, pero él solo se paralizó y, desde entonces, no volvió a hablar. Quizá perderse en sí mismo fue la reacción de su conciencia ante el impacto y el miedo que le ocasionó la incertidumbre.

Sin embargo, Sebastián era consciente de que, en algún momento, su amigo tendría que abandonar ese refugio y afrontar la realidad; cuando eso sucediera, la reacción de Daniel podía ser peligrosa, ese fue el motivo por el cual Ramírez delegó a Sebastián la responsabilidad de no quitarle el ojo de encima ni un solo segundo y él cumplía con la tarea a rajatabla, no solo porque fuese una orden del comandante, sino porque Daniel en realidad le preocupaba. En algunas de las misiones que juntos emprendieron en las profundidades de la sierra madre occidental, Daniel ya había presentado algunas crisis de estrés postraumático que, luego de la última misión, trató con el equipo médico al servicio de Ramírez, pero Sebastián sabía que no era sencillo recuperarse de dicha afección; aún recordaba cómo su cuerpo temblaba y los nervios y el miedo se apoderaban de él los meses posteriores al escape de su muerte inminente junto a Salvador. Daniel lo había arriesgado todo para ayudarlo, él iba a hacer lo mismo.

Sentado en el sillón más amplio de la nueva casa de seguridad a la que llegaron, Sebastián navegaba entre sus pensamientos y lo que sucedía a su alrededor, no podía sacarse de la mente lo que Karla les contó sobre la conversación que mantuvo con Emiliano y lo que el agente le confirmó: Salvador estaba vivo y en Rusia, además investigaba a Supremacy, esa organización que financiaba a los mudos y que tanto Karla como él mismo sabían era clave en esa guerra. Quizá su compañera tenía razón, llegar a Salvador podía ser un paso importante en esa batalla.

Mientras Sebastián reflexionaba sobre la guerra y lo que estaba por venir, observaba a la vez a Daniel con suma atención, su amigo llevaba más de veinte minutos revolviendo el azúcar en una taza de café que no se llevó a la boca ni una sola vez, el líquido ya debía estar frío. Karla se encontraba sentada al otro extremo del comedor, había pasado frente al computador las casi doce horas que llevaban ahí; en la capital del país, existía un sistema de video vigilancia al que Ramírez tenía acceso, aunque no de forma lícita; ese acceso fue permitido también a la periodista que se defendía bastante bien en temas de computación.

Analizar las más de quince mil cámaras no era una labor sencilla, pero Karla no era de las que se daba por vencida, cada cierto tiempo, Sebastián la veía despegar por unos cuantos segundos los ojos de la pantalla para hacer anotaciones rápidas. En un momento, ya casi al anochecer, la periodista soltó un gritó que obligó a Sebastián a espabilarse y a Daniel a dejar de mover la cuchara dentro de la taza y enderezar la mirada. «Lo tengo», esas fueron las palabras de Karla. Sebastián se levantó aprisa del sillón y corrió hacia donde se encontraba su amiga. Aunque más despacio, Daniel hizo lo mismo, la voz de Karla fue el estímulo que lo sacó del trance en el que se encontraba.

—¿Qué es lo que has encontrado? —preguntó Sebastián en cuanto se puso al lado de Karla.

—A las camionetas que han hecho el ataque a la casa de seguridad y que han raptado a Cristina y robado la caja fuerte —respondió Karla mientras miraba con atención la pantalla del computador.

Daniel se colocó al lado de Sebastián y, con ciertas reservas, miró la pantalla. La periodista abrió algunas ventanas y comenzó a explicarles a sus compañeros lo que había descubierto.

—Por razones de seguridad, la casa en la que estábamos está fuera del alcance de las cámaras de video vigilancia, lo mismo con la casa en la que nos encontramos ahora —expuso Karla al tiempo que con la flecha en la pantalla les mostraba las imágenes capturadas—. Las cámaras lograron captar dos kilómetros a la redonda de donde se encuentra la primera casa de seguridad.

—Bien, entiendo —dijo Sebastián con la mirada puesta en las imágenes que su compañera les mostraba. Hizo un movimiento para poner su mano sobre el hombro de Daniel y así mostrarle su apoyo.

—Nosotros salimos de la casa de seguridad a las ocho con dieciséis minutos de la mañana —continuó Karla con su explicación—, reconstruí el camino que seguimos hacia el altiplano, en esta imagen se puede ver al taxi en el que yo me transporté y segundos después se puede ver la patrulla en la que ustedes iban cuidándome las espaldas. —Tanto Daniel como Sebastián asintieron—. Según los reportes de Ramírez, el ataque a la casa de seguridad comenzó a las ocho de la mañana con cuarenta y cuatro minutos, media hora después de que nosotros nos fuéramos.

—Tan solo media hora... ¿cómo pudieron dar con la casa tan rápido? —reflexionó Sebastián en voz alta.

—Creo que tengo la respuesta a eso —dijo Karla y apretó los labios—, pero permítanme llegar ahí.

La periodista cambió de ventana para mostrarles una imagen capturada en una hora distinta. Daniel y Sebastián reconocieron la calle que Karla les había mostrado minutos atrás, pero, esta vez, ya no se observaba ni el taxi ni tampoco las patrullas, en su lugar, lograba apreciarse la imagen de dos camionetas negras en su totalidad, los vidrios polarizados impedían que se pudiese ver hacia adentro. En cuanto la imagen de las camionetas apareció en la pantalla, Daniel entreabrió los labios ante la sorpresa que le causó y miró la imagen con más atención.

—¿Qué pasa, Daniel? —inquirió Sebastián, que estaba atento a lo que sucedía con su amigo.

Daniel permaneció en silencio sin dejar de ver a la pantalla, como si siguiese en una lucha para abandonar el trance en el que se sumergió luego del impacto de la noticia. Sus manos temblaron y Sebastián tomó con la suya la que tenía más cerca para intentar tranquilizarlo. «Respira», le pidió y Daniel así lo hizo, jaló aire hacia sus pulmones hasta que fue capaz de hablar:

—Son las mismas camionetas que nos atacaron —dijo con la voz entrecortada—, los hombres que me hicieron la herida en la pierna.

Sebastián se acercó para mirar la imagen con mayor precisión, quería memorizar cada detalle.

—Lo sospechaba —dijo al tiempo que entornaba los ojos para ver mejor y apretaba la mano de su amigo que no había dejado de temblar.

—Sí, también lo sospeché —expresó Karla y luego cambió de ventana—, pero al parecer esta vez fueron más precavidos y organizados. Analicé el territorio a la redonda y, como podrán ver en las imágenes que les mostraré a continuación, fueron un total de dieciséis camionetas las que atacaron, dividas en ocho grupos, rodearon la casa sin dejar espacio para escapar. Nosotros dejamos solo a cuatro patrullas cuidando, era imposible que pudiesen hacer algo, lucharon, sí, pero fueron sometidos de inmediato.

—Nos siguieron, ¿verdad? Ese fue nuestro error —inquirió Sebastián, apretó los diente y los puños ante la ira que lo invadió—. Eso o que tenemos un topo.

—No precisamente —respondió Karla y miró a Sebastián a los ojos—, les dije que tenía la respuesta y sí, cometimos un error, sin embargo, hay que considerar que Daniel estaba herido y nosotros sumamente expuestos, no podíamos detenernos a reflexionar con calma, hicimos lo que las circunstancias nos demandaban.

—¿Cuál fue el error que cometimos? —preguntó esta vez Daniel aún con una voz ronca y entrecortada.

—La caja fuerte —contestó Karla—. Estoy segura de que tenía un dispositivo de geolocalización, por eso en cuanto entramos a la casa de Alexander comenzó a sonar esa alarma y las camionetas trataron de sobrepasar la muralla que Daniel organizó, por eso dieron con la caja fuerte y su ubicación exacta tan rápido. —Karla miró a sus dos compañeros con la certeza de que lo que intuía no estaba equivocado—. Alexander debía tener protegida esa caja. Sebastián, tú y yo lo conocimos, sabemos que es algo que él haría.

Sebastián correspondió a la mirada de Karla y asintió, luego se dio la vuelta y pateó el sillón frente a él ante la frustración que sentía, se pasó las manos por el cabello y se obligó a caminar en círculos; de uno de los cajones de la alacena en la cocina, sacó una cajetilla de cigarros y un encendedor. Daniel lo miraba y con los ojos le imploró que compartiese un cigarrillo con él, Sebastián asintió y caminó hacia su amigo, tendió la cajetilla para que lo tomase, sin embargo, las manos de Daniel seguían temblando y le fue imposible sacarlo. Sebastián lo sacó y lo puso entre sus labios, después, con paciencia, puso el encendedor en la punta para encenderlo; miró a su amigo jalar el humo hacia adentro y luego expulsarlo lentamente.

—Pero, entonces, ¿por qué se llevarían a Cristina? —reflexionó Sebastián en voz alta, luego de estar por un tiempo perdido en sus pensamientos, para que sus amigos le ayudasen a llegar a la respuesta.

—Tú conociste a mi mamá —dijo Daniel mientras restregaba la colilla de cigarro en el cenicero—, yo la conozco mejor que nadie... estoy seguro de que luchó, de que se defendió, a ella y a la caja porque sabía que era importante, así como luchó contra ti cuando llegaste a nuestra casa y te apuntó con el arma, debió luchar con esa misma entereza, por eso se la llevaron.

—Tienes razón, Daniel —concordó Sebastián con su amigo—, tu madre es de carácter fuerte y sin duda debió defenderse.

—Y justo por eso creo que está muerta... ella no es policía, ella no sabe que cuando te atrapan debes tragarte el orgullo para sobrevivir, ¡joder!, ella no tiene ese entrenamiento —se lamentó Daniel y estuvo a punto de llorar, sin embargo, se esforzó para contener las lágrimas.

—No, no creo que esté muerta —lo contradijo Sebastián esta vez—, si la hubiesen matado habrían encontrado su cuerpo en la casa, de nada sirve llevarse a un cuerpo sin vida, se la llevaron viva porque se defendió y defendió a la caja, entonces saben que es importante y que puede darles información.

—Sebastián tiene razón, Daniel —expresó Karla mientras se levantaba de la silla para estirar los músculos—. Estoy segura de que Cristina está con vida, y haremos todo para sacarla viva de donde sea que esté. Permítanme que siga explicándoles.

Sebastián se acercó a Daniel, le palmeó la espalda, lo tomó de los hombres y lo incitó a volver a acercarse a la pantalla del computador para juntos analizar lo que Karla tenía que decirles. No quiso exteriorizar del todo sus sentimientos para no abrumarlo, pero él podía empatizar con todo lo que Daniel sentía porque en el pasado vivió una situación similar cuando se vio obligado a recluirse junto a Salvador en aquella casa de seguridad ubicada en Mazatlán; durante aquellos días, Sebastián estuvo a punto de perder la cordura debido a la ansiedad que le causaba el estar tan lejos de su familia cuando su padre había sufrido distintos atentados contra su vida y era un claro objetivo del crimen organizado. Esa frustración de saber que quienes más amas están en peligro y tú no estás en las circunstancias adecuadas para hacer algo por ellos, destroza el alma segundo a segundo.

—Pero si está viva... —dijo Daniel, sin embargo, no logró terminar la oración porque su voz se quebró por completo. De forma inevitable, una lágrima descendió por su mejilla izquierda.

Para mostrarle su apoyo, Sebastián estrechó su cuerpo con fuerza. Tanto él como Karla guardaron silencio para darle espacio, Daniel seguía renuente a quebrarse por completo. Cuando recuperó algo de fuerzas, terminó la oración que dejó a medias.

—...Si está viva, seguro están torturándola. —Con vehemencia, Daniel apretó los puños y resopló.

Ni Karla ni tampoco Sebastián pudieron emitir palabra alguna, tampoco quisieron hacerlo. Ellos mejor que nadie sabían que las palabras de Daniel tenían mucha razón, y no podían jugar con los sentimientos de su compañero dándole falsas esperanzas, solo lo dejaron desahogarse, en esos momentos creyeron que era lo mejor que podían hacer por él.

—No puedo asegurarte que tu madre estará del todo bien —expresó Karla y tomó la mano de Daniel—, lamentablemente, no puedo hacerlo. Pero si puedo prometerte que haré todo lo que está en mis manos para encontrarla. Miren —dijo Karla y volvió a señalar la pantalla—, en estas imágenes se le puede ver a las dieciséis camionetas cundo van con rumbo hacia la casa de seguridad, dieciocho minutos después se les ve alejarse. Seguí el rastro de cada una, aunque por distintas vías, todas siguieron el mismo rumbo, se dirigen hacia Toluca. No tengo acceso a las cámaras de esas zonas del país, pero ya le he pedido a Ramírez que trabaje en ello, voy a rastrearlas hasta la última grabación que se me permita.

En ese momento, el sonido de distintos vehículos que arribaban a la casa de seguridad los puso alerta a los tres. De inmediato, Sebastián se llevó las manos a la cintura para tomar la pistola y apuntar hacia la entrada; Ramírez había colocado una fortaleza a la redonda de la casa de más de veinte patrullas, sin embargo, los tres eran conscientes de que «seguridad» no era la palabra más fiable cuando se encontraban en medio de una guerra feroz. Las puertas de seguridad fueron abriéndose una a una, y solo hasta que Sebastián vio a Ramírez y a Elías entrar, fue que dejó de apuntar.

—¿Tienes el acceso a las cámaras? —preguntó Karla sin saludos dichos a modo de prólogo.

El comandante asintió y de una de las bolsas de su pantalón sacó una hoja de máquina con varios dobleces y se la entregó a la periodista. Karla la desdobló de inmediato y tecleó las claves que estaban escritas la hoja.

—¿Hay alguna novedad? —preguntó esta vez Sebastián.

—Demasiadas novedades, no sé ni por dónde empezar —respondió Ramírez.

Sebastián vio que Elías se acercó a Daniel y le dio un abrazo para después alejarlo de la sala y dedicarle algunas palabras, ambos agentes eran muy buenos amigos, Sebastián esperaba que las palabras del mayor pudiesen ayudar aunque sea un poco a Daniel.

—Empieza por donde sea, pero empieza, no hay tiempo que perder —pidió Karla sin dejar de teclear ni de mirar la computadora.

Ramírez vio a Sebastián fumar y, al igual que Daniel, le pidió un cigarro con la mirada. Sebastián le lanzó la cajetilla y el encendedor, el comandante los tomó entre sus manos y con paciencia encendió un cigarrillo, luego se sentó en el sillón más amplió y extendió toda su corpulencia para descansar un poco, en sus parpados podían apreciarse los estragos de haber dormido poco, pero sobre todo, el estrés al que el comandante había sido sometido durante los últimos días.

—Todos los miembros de la organización por la paz se encuentran de momento seguros, incluida tu familia, Sebastián —dijo Ramírez para ponerlos al corriente de las novedades—, los he convencido de que regresen al municipio, el rancho Meléndez está resguardado por una muralla de policías, nadie pasará por ahí.

—¿Entonces hablaste con ellos, comandante? —inquirió Sebastián con la clara melancolía que le provocaba el hablar de su familia.

—Sí, con Hilario y con Denisse —respondió Ramírez—. He tenido que ser sincero con ellos, de otra forma jamás hubiese convencido a tu padre de que se fuera de la ciudad. Le he dicho que te encontré y que estás a salvo y le he prometido con mi vida que voy a cuidarte, tú conoces a tu padre mejor que yo.

Sebastián asintió y sonrió, aun así, un nudo se formó en su garganta, su familia siempre sería su talón de Aquiles.

—La promesa incluía una llamada tuya para asegurarles que estás bien —explicó el comandante—, de otra manera jamás lo iba a convencer, le he dado uno de los celulares de seguridad, haz la llamada ahora mismo, es el número registrado con las primeras cinco letras del abecedario. —Ramírez le tendió el celular y Sebastián lo tomó con ciertas dudas—. Ya sabes, tienes que colgar antes de los tres minutos.

—No... no sé si estoy preparado para hablar con ellos —se sinceró Sebastián.

—¡Tienes que estarlo! —exigió Ramírez—, es tu responsabilidad tranquilizarlos para que se mantengan resguardados en la seguridad del rancho.

Con un asentimiento, Sebastián le dio la razón al comandante, luego resopló para intentar controlar la firmeza de su voz, se tomó algunos segundos para hacerse del valor necesario. Karla dejó de mirar la pantalla y miró a Sebastián para darle su apoyo. Sin dejar más espacio para las dudas, Sebastián tecleó un par de veces y se llevó el celular a la oreja; la llamada fue atendida antes de que el primer timbrazo terminara.

—Hola, sí, ¿quién habla? —preguntó la voz al otro lado del teléfono.

—Papá...

—Sebastián, ¡eres tú!

—Sí, soy yo. Ramírez está aquí conmigo.

—¡Gracias a Dios! Tu madre y tu hermana también están aquí, voy a poner el teléfono en altavoz.

—Papá, ¿es seguro?, ¿no hay nadie cerca?

—Es seguro, estamos en nuestra habitación. Sebastián, ¡¿qué ha pasado?!

—No tengo mucho tiempo para explicarlo, solo quiero que sepan que yo no asesiné a Alexander, por favor, tienen que creerme, ¡soy inocente!

—No tienes ni que decirlo, sabemos que eres inocente. —Sebastián reconoció la voz de Denisse.

—¡Denisse! Cuida mucho a mis papás por favor, no los dejas hacer ninguna locura y cuida también a Isabela, ¡cuídala mucho!

—Sabes que así lo haré, Sebastián, no te preocupes por eso, yo los cuidaré.

—Sea lo que sea que vean, sea lo que sea que escuchen, ¡no hagan nada! Esperen a que Ramírez, Karla o yo hablemos con ustedes. Voy a demostrar mi inocencia y voy a volver a su lado, se los prometo.

Sebastián terminó con la llamada sin permitirles decir una palabra más, no podría resistirlo, se le estaban terminando las fuerzas. En cuanto colgó, apretó el celular entre sus dedos y se tomó unos minutos para vencer al nudo en su garganta. Fue hasta que vio a Elías regresar sin Daniel que pudo volver a la realidad que tenía que afrontar.

—¿En dónde está Daniel? —preguntó Sebastián.

—Lo he convencido de que duerma un poco —respondió Elías y se acercó a Karla para observar lo que hacía en la computadora—. ¿Alguna novedad? —le preguntó a la periodista.

—Las camionetas huyeron con rumbo a Toluca, estoy tratando de seguirles el rastro.

—Tu teoría del dispositivo de geolocalización debe ser cierta —dijo Ramírez—, estoy tan seguro como tú de ello. Lo que me hace pensar, ¿qué demonios hay en esa caja?

—A mí me preocupa Cristina —expresó Sebastián, preocupado—. ¿Y si Daniel tiene razón y está muerta? Ella menos que nadie debe pagar por nuestras acciones.

—No está muerta y puedo asegurarlo —afirmó el comandante y se puso de pie para fumarse otro cigarrillo—. Estoy seguro de que van a utilizarla para negociar, por eso se la llevaron, no tardan en hacerlo.

—¿Pero negociar qué? —cuestionó Sebastián—. ¡Ya tienen la caja!

—Cuando se está en guerra son muchos los intereses —expresó Ramírez luego de darle una calada al cigarrillo—. Les dije que tenía muchas novedades, una de esas novedades es sobre el asesinato de Alexander.

—¿Qué investigaste? —preguntó Sebastián de inmediato.

—Gracias a la corrupción que existe en este país, tengo en mis manos la carpeta de investigación del caso. —Ramírez se sacó una USB de la bolsa de su pantalón y se la lanzó a Karla, la periodista de inmediato la introdujo en la computadora—. Ahí están las grabaciones del palacio nacional, Elías y yo estuvimos analizándolas un buen rato.

—Y descubrimos algo interesante —completó Elías.

—¿Qué cosa descubrieron? —preguntó Karla mientras abría los archivos.

—Varios minutos de las grabaciones de la noche del quince de septiembre fueron borrados —respondió Elías—, y curiosamente la fiscalía lo está manejando como información confidencial, están más enfrascados en demostrar que Sebastián es culpable que en recuperar esos minutos.

—Quizá ya hasta los recuperaron, pero no han soltado esa información —intuyó Ramírez.

—¿Qué minutos fueron borrados? —preguntó Karla, era consciente de la importancia que eso podría tener el caso.

—Es toda una secuencia en distintas cámaras lo que fue borrado —respondió Elías y se colocó a un lado de Karla, Sebastián y Ramírez lo siguieron—. Alguien borró todo el trayecto de una o varias personas hacia el salón de embajadores.

—Mira, ya he avanzado un poco al trabajo —comenzó a explicar Elías—. A las nueve con cuarenta y dos minutos de la noche tenemos a Alexander entrando al salón de embajadores. —Los cuatro miraron las que fueron las últimas imágenes del embajador estadunidense con vida—. Luego, a las diez con veintiún minutos tenemos a Sebastián entrando al salón, Alexander le había enviado el mensaje para hablar con él. Después de eso tenemos absoluta tranquilidad a las afueras del salón de embajadores porque la celebración se llevaba a cabo en la planta de arriba, es hasta que termina el grito que comienza el espectáculo.

Elías se estiró para cambiar las imágenes en el computador.

—A las once con ocho minutos de la noche tenemos la imagen de Fátima Carvajal entrando al salón —continuó Elías con la explicación—, y a las once con dieciséis minutos tenemos la ya famosa imagen de Sebastián escapando con pistola en mano.

—Entonces... ¿qué partes de las grabaciones fueron borradas? —preguntó Sebastián al tiempo que se veía a sí mismo en pantalla.

—Los minutos anteriores a que Alexander entrara al salón de embajadores —respondió Elías y volvió a cambiar de imagen—. La mayoría de grabaciones de las ocho con cuarenta y cinco minutos a las nueve con treinta y tantos han sido borradas.

—Espera... ¿estás diciendo que alguien entró al salón de embajadores antes de que Alexander y yo entráramos?

—Estoy casi seguro de que fue así —aseveró Elías y miró a Sebastián.

—Pero yo estuve ahí en plena consciencia y no había nadie más que Alexander y yo —negó Sebastián—, esperaba que los minutos borrados fuesen durante el tiempo que estuve inconsciente luego del golpe que Alexander me dio.

—Crees que estaban solos, pero no es algo que puedas asegurar —intervino Ramírez.

—¿Sospechan que en el salón hay paredes ocultas o algo así? —preguntó Karla que había seguido el hilo de la conversación con suma atención.

—Lo sospechamos y ya estamos trabajando en ello —contestó Ramírez y sonrió ante la intervención de Karla, a la periodista no se le iba nada.

—¡Mierda! —vociferó Sebastián— ¡Mierda!

La impresión de lo que Elías y Ramírez acaban de decirle lo obligó a volver a caminar en círculos ante la frustración que sintió, cada vez que desataban un nudo, surgían veinte más, esa sensación de incertidumbre comenzaba a superarlo.

—Tranquilo, Sebastián —le pidió Karla que lo conocía muy bien—. Hemos llegado a un punto vital en todo esto, muchas cosas comienzan a aclararse. Si recuperamos esos vídeos, tendremos al asesino en nuestras manos. Ahora más que nunca debemos actuar con suma inteligencia.

—¡Demonios! —gritó Elías desde la habitación del fondo—. ¡Daniel no está!

De inmediato, los tres corrieron por el pasillo hasta llegar a la habitación, la cama al centro estaba revuelta pero vacía. Cada uno buscó en cada habitación y rincón de la casa, fue Sebastián quien vio la ventana de uno de los baños abierta, era de considerable tamaño, «aunque no tan fácilmente, Daniel debió haber salido por ahí», pensó Sebastián.

—¡Tienen que ver esto! —gritó Karla desde la sala, había regresado a la computadora para intentar rastrear a Daniel a través de las cámaras.

Los tres se posicionaron de prisa al lado de Karla y ella volvió a reproducir el vídeo colgado en Youtube minutos atrás. En la pantalla podía verse a Cristina sentada en una silla y sosteniendo un cartulina en el que podía leerse: «Sebastián Meléndez, en tus manos está el evitar una desgracia. Preséntate antes del amanecer en la Cascada Velo de Novia ubicada en Valle de Bravo. Todo depende de ti. ¿Héroe o villano?».

—¡Maldita sea! —gritó Sebastián— ¡Daniel se va a hacer pasar por mí!

—¡Pero es una locura! —gritó también Karla—. ¡Eres el hombre más buscado! ¡La policía, el ejército, los mudos y Jesucristo resucitado van a estar ahí, esperándote!

—Es una trampa, eso está clarísimo —dijo Elías.

—Tenemos que evitar a toda costa que Daniel llegué ahí, ¡vamos! —ordenó Ramírez.

Hola, mis estimados, los extrañé.

Estamos en mood Sebastián: desatamos un nudo y surgen veinte más, pero yo se los advertí y sobre advertencia no hay engaño.  Estamos entrando al clímax de la historia.

¡Alguien detenga a Daniel, por favor!

¡Que comiencen las apuestas!

¿Quién mató a Alexander?


Nos leemos pronto. 

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