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196 días antes.

14 de marzo de 2011


Hacía bastante tiempo que Sebastián no se ponía un traje que, cuando se vio frente al espejo, se sintió irreconocible, ajeno a sí mismo, un hombre que ya no era. Con paciencia, se acomodó el nudo de la corbata tal y como su padre lo enseñó a hacerlo cuando era un adolescente, la sintió incómoda alrededor del cuello y se obligó a respirar para acostumbrarse, se arregló las mangas de la camisa y se abotonó el saco. Sonrió porque, a pesar de la incomodidad, le gustó lo que vio en su reflejo, el cómo la tela se amoldaba al cuerpo atlético que formó gracias al entrenamiento militar que la DEA le dio. Nunca en su vida había estado tan fornido, pero el resultado no le disgustó.

Otra sonrisa volvió a curvar sus labios cuando apreció sus mejillas sonrojadas, y no fue el hecho de sonrojarse lo que lo hizo burlarse consigo mismo, sino la fantasía que provocó dicho rubor. También, por primera vez en mucho tiempo, se permitió que la imaginación volara sin tapujos ni consideraciones: imaginó que su compañero de desgracias estaba a sus espaldas, con las manos sobre sus hombros y la nariz y los labios sobre su cuello, tal y como estuvieron en cada amanecer en los que se mantuvieron recluidos en las playas de Mazatlán; contempló la mirada de su salvador en el espejo, no le rehuyó, al contrario, lo miró con firmeza; las manos de su amigo y amante bajaron de sus hombros a su pecho con la minuciosidad con la que sus movimientos se caracterizaban. En el reflejo, sus miradas volvieron a encontrarse y no hubo reproches, solo añoranza, eso hizo que los labios de Salvador se curvasen en su característica sonrisa chueca.

La voz de Karla desde la otra habitación obligó a Sebastián a abrir los ojos y dejar sus anhelos eróticos de lado. Su sexo erguido por debajo de la tela del pantalón le recordó que era un hombre con deseos, hacer el amor le gustaba, eso no podía negarlo, sobre todo si Salvador estaba en la ecuación, pues fue él quien le permitió conocer a plenitud dicha conexión afectiva durante el sexo. La última vez que Sebastián sucumbió a sus deseos carnales, fue la mañana en la que se despidió de Salvador, antes de que el susodicho partiera hacia Chiapas para luego ser aprendido como parte de esa plan al que nunca debió acceder a participar, ese estúpido plan en el que su salvador puso en práctica todo lo aprendido y fingió su propia muerte con una maestría que lo hizo parecer tan real, y que a él le destrozó el alma.

Pasaron varios meses desde entonces, Sebastián se había esforzado por centrar sus pensamientos y deseos en ganar esa maldita guerra en la que cada día se inmiscuía más y más de forma inevitable. Sin embargo, no siempre se podía luchar contra los sentimientos y la conciencia. «Lo que daría por tenerte aquí a mi lado ahora mismo, cabrón», pensó Sebastián y un gesto amargo le frunció las facciones; se pasó las manos por el cabello para centrar sus energías en otra cosa, pero no fue suficiente, tuvo que caminar alrededor de la habitación para que el éxtasis de esos anhelos reprimidos se largase lejos de sus pensamientos.

—¡Sebastián, ya llegó el taxi! —gritó Karla una vez más.

—Sí, ya voy, dame un par de minutos —pidió Sebastián también en un grito.

Antes de que los dos minutos se cumplieran, Sebastián se dio el último vistazo en el espejo, roció un poco de loción sobre su cuello y salió de la habitación. Se encontró con una arrolladora Karla esperándolo en la sala, llevaba un vestido negro sin mangas que hacía que sus hombros y clavículas lucieran en una sensual libertad, los tacones de aguja alargaban las piernas de la periodista que se dejaban ver gracias al corte de dos centímetros por debajo de la rodilla; el cabello recogido en un chongo y los discretos pendientes de un brillo platinado resaltaban la elegancia de esa mujer que se había convertido en su aliada y amiga inseparable, pero más allá de la excelente elección de atuendo y accesorios, eran los ojos radiantes y la sonrisa comedida de Karla lo que hacía que no pudieses dejar de verla al rostro. Ella sonrió sin disimular ni un ápice de su vanidad cuando Sebastián la miró boquiabierto y la hizo dar una vuelta mientras la tomaba de la mano.

Bajaron juntos desde el cuarto piso en el que se encontraba el departamento de Karla, ella sujeta a su brazo y él demostrando la caballerosidad que le fue inculcada. El destino que los esperaba con ansias era el departamento de Alexander Murphy, esa noche la cena que el embajador estadunidense ofrecía sería en su honor, por eso ambos se vistieron de gala para la ocasión. Sobre todo, porque sabían que en la celebración se encontrarían con la crema y nata de la sociedad política mexicana. Alexander les dijo que sería algo discreto, sin embargo, eran conscientes de que la discreción solía ser sinónimo de opulencia en esas esferas. En el taxi, Sebastián comenzó a cuestionar a Karla sobre por qué no había invitado a Emiliano. «Prohibido mezclar lo nuestro con el trabajo», dijo la periodista imitando la voz seria del agente de la DEA. Eso hizo carcajearse a Sebastián, cada vez que se encontraba con Emiliano en el departamento de Karla, se cobraba todas las que su amigo le debía, verlo sonrojarse era un bálsamo de alegría para Sebastián.

Llegaron al departamento de Alexander treinta y cuatro minutos después, tal y como supusieron, se dieron cuenta de que la cena no iba a ser tan discreta como el embajador estadunidense dijo, afuera del edificio, se encontraban varios vehículos de aspectos lujosos estacionados y rodeados por guardaespaldas que resguardaban el lugar.

—Esto me da un poco de escalofríos —dijo Sebastián mientras le daba la mano a Karla para ayudarla abajarse del taxi—, me recuerda a la cena que ofreció mi padre para darme la bienvenida y anunciar su candidatura a la alcaldía del municipio de la muerte. Esa noche fue cuando todo se torció.

—No seas supersticioso. —Karla le sonrió y volvió a tomarlo del brazo—. Esta noche intentaremos disfrutar un poco que nos lo merecemos.

—Venimos a trabajar —dijo Sebastián con toda la intención de recordarle a Emiliano a la periodista.

—Se puede trabajar y disfrutar a la vez —objetó Karla al tiempo que jalaba del brazo a su amigo para ingresar al edificio.

Un hombre de traje y aspecto afable ya los esperaba a la entrada del lugar, con una sonrisa en el rostro les dio las buenas noches y los invitó a seguirlo. El edificio en el que Alexander vivía gritaba «lujo» por cada rincón: los ventanales, los pisos y los candelabros parecían emanar un brillo natural, Karla se sintió un poco encandilada conforme avanzó. El hombre los llevó hasta el elevador y los invitó a pasar, luego tecleó el botón con el número ocho, conforme hacían su ascenso, Karla y Sebastián podían apreciar las luces de la ciudad gracias al diseño con ventanales que tenía el elevador.

Llegaron hasta la planta indicada y, al abrirse la puerta, se encontraron con más de veinte personas que bebían diferentes tipos de cocteles y charlaban en grupos de tres, cuatro y hasta cinco personas, al parecer toda la planta era ocupada por el departamento de Alexander. Ambos hicieron su ingreso con una sonrisa discreta en el rostro, los primeros con los que se encontraron fueron el presidente Castrejón y su esposa, Andrea Ramos, por cortesía saludaron al primer mandatario de mano y a la primera dama con un beso en la mejilla. A Sebastián se le revolvieron las tripas cuando su cachete chocó con el de esa mujer, las investigaciones respecto a su persona continuaban, pero nadie podía negar que se enfrentaban a una mujer inteligente, la primera dama estaba bien blindada, llevaban meses buscando pruebas que pudiesen vincularla con los difuntos De la Barrera y Rodríguez, pero, de momento, habían fracasado en todos sus intentos. Los siguientes en saludarlos fueron Alexander y su esposa, el embajador la presentó ante ellos por su nombre: Jessica.

De inmediato, un mesero se acercó y les ofreció una copa de champaña, la aceptaron y comenzaron a beber. Una extraña plática sobre vinos salió a flote en un intento de Alexander por romper el hielo entre los seis que habían formado un pequeño círculo. Fue la llegada del embajador canadiense y su esposa lo que los salvó del momento incómodo, apenas Fernando y Alexander se distanciaron para recibir al nuevo invitado, Karla y Sebastián escaparon hacia el rincón más alejado.

—¿Cuánto gana un embajador? —preguntó Karla mientras observaba el para nada modesto departamento de Alexander.

—Muy bien por lo que veo —respondió Sebastián—, ¿será porque es gringo?

—Tal vez, seguro por esto Alexander dejó el ejército y se decantó por la política, tú no dejes de analizar todo a detalle que cualquier cosa puede servirnos. —dijo Karla en un susurro.

La noche avanzó, y en una enorme mesa montada en la terraza del departamento, los más de veinte invitados cenaron e intercambiaron palabras. En un momento, la conversación se puso tensa cuando el tema de las relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos salió a flote, todo comenzó con un chiste de mal gusto hecho por el secretario de seguridad.

—¡Miren nada más! ¿Quién lo iba a decir? Estamos aquí, cenando en la casa del enemigo —dijo el secretario—, creí que los vecinos de arriba eran indeseables para el país.

El comentario hizo que todos los presentes en la mesa guardaran silencio, en el rostro del presidente Castrejón pudo verse incomodidad, en el rostro de Alexander una clara molestia que lo obligó a masticar más a prisa para poder responder a la las palabras del secretario.

—No, no, no, se equivoca —rebatió Alexander con una sonrisa en el rostro y una mirada divertida—, yo no soy enemigo, soy aliado, justo por eso sigo aquí.

—Solo bromeaba un poco. —Se carcajeó el secretario, pero fue el único que lo hizo—. Sé que eres un hombre importante ahora mismo.

—Lo soy, pero porque sé que puedo ayudar a que termine esta guerra, esta violencia —dijo Alexander sin dejar de mirar al secretario con firmeza, la sonrisa se le había borrado del rostro—. Mis hijas y mi esposa viven también en este país, lo que aquí pasa también les afecta. Además que nuestros países llevan años de relaciones diplomáticas que han sido beneficiosas para ambos territorios, las cosas deben seguir así.

—¿Entonces estás diciendo que mi querido Fernando se equivocó al dar aquellas declaraciones y tomar dichas acciones luego de la batalla que libramos? —cuestionó el secretario.

Fernando Castrejón le dedicó una mirada de pocos amigos que no fue indiferente para nadie, los presentes sabían que el secretario de seguridad era uno de los principales críticos de Castrejón, estaba en ese lugar porque fue impuesto cuando Fernando no era más que un títere que seguía órdenes. Las aspiraciones del secretario de ocupar la silla presidencial el siguiente año, eran claras.

—No, señor secretario —respondió Alexander—, no ponga palabras en mi boca, yo nunca he dicho eso, Fernando hizo lo necesario para salvar al país, siempre se lo he externado a él y le he dejado claro que cuenta con todo mi apoyo.

—Entonces eres un traidor de los intereses de tu propio país. —El secretario volvió a carcajearse.

—¡Cuide sus palabras! —advirtió Alexander elevando un poco el tono de voz, pero sin perder ni un solo segundo los estribos.

—Solo bromeo, tranquilos, señores —dijo el secretario y se cruzó de manos.

—Para que quedé claro, no, no estoy traicionando los intereses de mi país, los estoy defendiendo y, a la vez, colaboro con este país tan bello que me ha dado tanto durante los últimos años —expresó Alexander. En silencio, Sebastián y Karla estudiaban con admiración la paciencia que el embajador mantenía ante el ataque del secretario—. Por lo que veo, usted, señor secretario, cree que todo es blanco y negro, pero lamento decepcionarlo, vivimos en un mundo de grises. Creo que los radicales de ambas partes son los que más daño han hecho, pero créame, voy a ponerles un alto.

—Y yo estoy dispuesto a ayudar a lograrlo también —expresó el secretario y volvió a sonreír—, voy a buscar la presidencia el próximo año.

Alexander sonrió, divertido. El resto de presentes vieron al secretario con seriedad, esa noche iba solo, ni siquiera su esposa lo acompañaba. El ambiente en la mesa se sentió tenso, Sebastián se preguntó en sus adentros por qué Alexander había invitado a ese hombre, estaba seguro de que todos en la mesa pensaban lo mismo que él: «Dios nos libre de que un hombre así llegue a la presidencia». La mirada que intercambió con Karla se lo confirmó. Pasada la media noche la cena terminó, el secretario de seguridad se fue con una sonrisa triunfal en el rostro, Sebastián pensó que su ego desmedido le nublaba el juicio, esa cenaba había dejado claro que el hombre no era el favorito de nadie, aunque, para desgracia de todos, sabían que en México las elecciones no se ganaban siendo precisamente el favorito.

El presidente Castrejón y Andrea también se despidieron, el resto de invitados aprovecharon para seguir bebiendo y cuchicheando lo que acaba de pasar en la cena. Karla y Sebastián volvieron a la terraza para alejarse lo más posible de ese ambiente al que no pertenecían pero estaban obligados a estar. Ya avanzada la noche, cuando el alcohol comenzaba a cobrar estragos, Alexander se acercó a ellos con una botella de champaña y una sonrisa en el rostro.

—Reservé esta botella para ustedes —les dijo mientras ocupaba la silla libre frente a ambos.

—Por mi parte ya he bebido lo suficiente —expresó Karla con una sonrisa educada.

—No, Karla, no voy a permitir que no me aceptes al menos una copa, son ustedes mis invitados de honor —rebatió Alexander la negativa de la periodista.

—Yo te acompaño con gusto —dijo Sebastián y también sonrió.

Karla se inclinó de hombros y extendió su copa hacia Alexander para que la llenase, este la miró complacido.

—Perdón por el show bochornoso que tuvieron que presenciar durante la cena —se disculpó Alexander.

—No te disculpes —dijo Karla—, fue divertido el ver cómo el secretario de educación creía que era gracioso. Tiene la autoestima muy alta si creé que llegará a la presidencia, ¿o debo preocuparme por algo?

—No, no te preocupes, solo es eso: una autoestima muy alta —respondió Alexander y se sirvió su segunda copa.

—¿Por qué lo invitaste? —preguntó Sebastián con una genuina curiosidad.

—Justamente por eso que sucedió —reconoció Alexander con toda sinceridad—, sabía que el secretario vería la invitación como una provocación y como pudieron ver, la prudencia no es algo que caracterice al hombre. Necesitaba que mostrase sus cartas tal y como lo hizo. Créanme que ahora Castrejón hará hasta lo imposible por tumbar a ese pendejo de la contienda presidencial.

—Hablas muy bien español, Alexander, ¿dónde lo aprendiste? —indagó Karla aprovechando que el embajador mostraba una auténtica sinceridad en la conversación.

—Mi abuelo era mexicano, fue él quien me lo enseñó, y bueno, con los años que he vivido aquí lo he perfeccionado. —Las miradas de Alexander y Karla se encontraron, el embajador estuvo a punto de cohibirse ante la seguridad intimidante de la periodista, pero resistió su mirada y volvió a sonreír.

En silencio, Sebastián observó a su amiga y a Alexander intercambiar algunas palabras. Por su cuenta volvió a llenarse la copa de champaña y estudió al embajador estadunidense con atención, aún no había logrado interpretarlo del todo, sabía que detrás de esa sonrisa amable se ocultaban intereses personales y secretos que, a como diera lugar, tenía que develar. Algo en Alexander le generaba inquietud, había momentos en que lo sentía como un hombre genuino que tenía preocupaciones reales por el país, sin embargo, en otros momentos lo sentía demasiado hermético y calculador, eso hacía que Sebastián tuviese sus reservas.

—¿Y tu esposa? —preguntó Karla.

—Fue a ver a las niñas y dijo que ya estaba cansada, que la disculpara porque iba a recostarse.

—Gracias por la bienvenida, Alexander —expresó de pronto Sebastián—, me siento sumamente halagado.

—No hay nada qué agradecer, Sebastián. —Alexander la sonrió—. Es así como se recibe a personas tan valiosas.

—¿Valiosas? Pero si apenas y nos conoces —argumentó Karla y lo miró con especial atención a la espera de lo que tenía que responder.

—Los conozco más de lo que creen —afirmó Alexander sin dejar de sonreír.

—No sé cómo sentirme ante esa afirmación —exteriorizó Sebastián con sinceridad.

—Halagado, amigo mío, como hasta hace algunos segundos. —Alexander terminó de beber la champaña que le quedaba en la copa—. Créeme, mis halagos no los recibe cualquiera.

—He de admitir que tus halagos son un poco intimidantes —dijo Karla, divertida.

—Justo por eso los he invitado a esta cena, creo que es el momento oportuno para hablar de alianzas. —Alexander los miró a ambos con una mirada que despertó sentimientos confusos como todo en él, sus ojos se mostraban serios y afables a la vez.

—¿Alianzas? —inquirió Sebastián también divertido.

—Sí, alianzas —respondió Alexander—. Sé que a ustedes los reclutó la DEA y que una de sus misiones es investigarme, no tendrán que esforzarse mucho, yo mismo me abriré con ustedes y espero lo mismo de su parte, la sinceridad es sumamente importante en una alianza. Juntos vamos a ganar esta guerra.

Karla y Sebastián miraron a Alexander sorprendidos ante sus palabras, lo que acaba de decir, ¿era una amenaza o una promesa? Ninguno de los dos logró articular palabra alguna, permanecieron en silencio. Alexander dejó de mirarlos y comenzó a buscar en las bolsas internas de su saco, de ahí saco dos fotografías y las puso sobre la mesa. En ambas podía observarse a la distancia a Andrea Ramos, la primera dama, en la fotografía a la izquierda estaba acompañada por el general Rodríguez, en la de la derecha su acompañante era el almirante, Antonio de la Barrera. Al mismo tiempo, Sebastián y Karla dejaron de mirar las fotografías y dirigieron sus ojos hacia Alexander.

—Sé que esto no prueba nada, no aún —dijo el embajador sosteniéndoles la mirada—, pero entre los tres nos encargaremos de que sea diferente. Sebastián te prometo que tendrás la tranquilidad que tanto quieres para ti y para los que quieres, y a ti, Karla, te prometo que conseguirás la justicia para tu hermano que tanto anhelas.

Sin dejar de mirarlo, en sus adentros, Sebastián no dejaba de preguntarse: ¿Quién demonios eres, Alexander Murphy? 

¡Feliz día internacional del libro, mis estimados!

No podía dejarlos sin actualización este día.  Gracias por acompañarme en cada nueva historia que emprendo.

Y hablando del capítulo, alguien dele un vasito de agua helada a Sebastián.

No todas las alianzas terminan siempre bien, sobre todo si se está en guerra.


Nos leemos el miércoles.

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