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4 días después.
19 de septiembre de 2011
Cristina se sirvió su cuarta taza de café durante esa madrugada, quiso dormir al menos un par de horas cuando todos se fueron, pero cada vez que cerraba los ojos el sonido de las sirenas de las patrullas que pasaban por calle la hacía enderezarse y caminar alrededor de la habitación ante los nervios que la invadían. En el momento en el que el reloj marcó las cinco de la mañana se dio por vencida en sus intentos de conciliar el sueño, puso la cafetera a andar y se sentó en el comedor para seguir las noticias.
La mayoría de noticiaros cubrían en vivo un suceso que acaba de ocurrir apenas unos minutos antes: la explosión de una casa en la colonia Roma de la ciudad, el lugar ya se encontraba rodeado de medios de comunicación, militares y policías. Los primeros informes manejaban la teoría de que esa casa perteneció a Alexander Murphy, pero eran solo eso, suposiciones. Aún no existía ninguna información fidedigna, sin embargo, la intuición de Cristina le decía que dichas teorías tenían fundamentos. La mujer de nombre Karla le dijo a Ramírez que ellos se encargarían de demostrar la inocencia del tal Sebastián y si querían hacerlo, buscar entre las cosas y la vida del embajador estadunidense era el paso obvio a seguir.
La preocupación de Cristina se centraba en que Daniel, su hijo, fue asignado a la misión de demostrar la inocencia de Sebastián. Ante eso, distintos sentimientos la invadían, estaba molesta con Ramírez por mandar a Daniel con esos dos en lugar de incluirlo en su equipo y en el de Elías, el comandante ya le había demostrado muchas veces a Cristina que la seguridad de su hijo era prioridad para él porque Daniel pertenecía a los hombres de su mayor confianza y estima. Elías también le dejó claro en infinidad de conversaciones que tuvieron que Daniel era un como un hermano para él y que iba a protegerlo. Fue hasta que lo reflexionó cuando pudo entender por qué Ramírez y Elías habían tomado esa decisión: ambos eran plenamente conscientes de lo que los mudos eran capaces de hacer y no quisieron exponer a Daniel a ello. La inquietud de Cristina se debía a que no estaba del todo segura sí, en esos momentos, estar al lado de Sebastián Meléndez era más seguro o más peligroso para Daniel que enfrentarse a los mudos. Recuperó el ritmo de la respiración cuando un reportero confirmó que, dentro de la casa, no fueron encontrados restos humanos.
Cristina aún no lograba concluir cuál era su posición y sentimientos respecto a Sebastián. El chico se había portado con ella a la altura cuando la policía y el ejército comenzaron a catear viviendas, todo el tiempo la protegió y se aseguró de que estuviese bien. También, Cristina era consciente de que si Daniel le daba su apoyo y su lealtad debía ser porque el tal Sebastián se lo ganó, lo mismo pasaba con el resto de miembros del equipo pues cada uno estaba dispuesto a arriesgar su propia vida por él. Sin embrago, ella todavía no lograba llegar a ese punto de confianza y en verdad quería hacerlo, pero como siempre actuaría con prudencia.
Las chapas de las puertas principales de la casa se escucharon abrirse y entonces Cristina supo que su intuición no había fallado, ni tampoco la de los medios de comunicación: la explosión ocurrida minutos atrás estaba relacionada a Alexander Murphy, de eso ya no tenía duda. Las puertas de metal se abrieron y Karla, Sebastián y Daniel ingresaron tan deprisa como les fue posible. Cristina se puso de pie cuando vio que su hijo avanzaba a trompicones mientras se apoyaba de los hombros de los otros dos. Con precaución, ayudaron a Daniel a sentarse en el sillón más grande, fue el momento en el que Cristina pudo ver la sangre que escurría de la pierna de su hijo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó ella al tiempo que, asustada, se acercaba a Daniel.
—Tranquila, mamá, solo ha sido un rasguño —dijo Daniel para tranquilizar a su madre.
Karla se apresuró a arrodillarse a un lado de Daniel y le rompió el pantalón a partir del orificio que dejó la bala, con paciencia analizó a detalle la herida.
—En efecto, solo ha sido un rasguño algo profundo —confirmó Karla—, voy a limpiar la herida y a suturar.
A un costado de su amigo, Sebastián también se dejó caer en el sillón, exhausto. Había cumplido su promesa de no quitarse el pasamontañas, pero ante la seguridad que brindaba el interior de la casa lo desprendió con desesperación de su cabeza, fue entonces que los presentes pudieron ver que tenía el rostro lleno de sangre y eso los asustó. Cristina que había accionado al instante para ir por uno de los botiquines en cuanto los vio llegar, se apuró para acercarse a Sebastián y poder auxiliarlo.
—Se te ha abierto la herida que cerré hace días —dijo mientras le limpiaba el rostro con un algodón.
—Caí de rostro contra el suelo cuando ocurrió la explosión —explicó Sebastián—, eso debió haber ocasionado que se abriera de nuevo.
—Entonces lo que dicen en los medios es verdad —dijo Cristina— esa casa que explotó pertenecía al embajador asesinado.
—¿Los medios ya han dicho que pertenecía a Alexander? —preguntó Karla, sorprendida.
—Sí, es la información extraoficial que se maneja —respondió Cristina al tiempo que preparaba lo necesario para volver a trabajar en la herida de Sebastián.
—Te dije que sería cuestión de tiempo para que dieran con esa casa. —Sebastián soltó un quejido cuando Cristina comenzó a suturar la rajada en su frente—. Apenas y logramos hacerlo.
—Pero lo logramos, que es lo que importa —expresó Karla mientras ponía atención a lo que decían los reporteros en televisión.
—No puedo quitarme de la cabeza quiénes serían los atacantes en las camionetas negras que intentaron llegar hasta la casa —reflexionó Sebastián en voz alta.
—Sicarios, es lo más probable —teorizó Karla.
—¿Contratados por Alexander? —cuestionó Sebastián—, hicieron acto de presencia en cuanto esa alarma sonó. ¿Cómo eran las camionetas, Daniel? ¿Lograste ver algo?
—Suburbans negras, con los vidrios polarizados y blindadas —respondió Daniel—, los atacantes llevaban pasamontañas también, así que no logré reconocer a nadie. Lo que sí es que estaban dispuestos a todo, tiraron a matar, pero se vieron superados en número por nosotros y se replegaron, además de que las calles están llenas de policías, seguir con su ataque hubiese sido una locura.
Las miradas consternadas de Karla y de Sebastián se encontraron, no necesitaron palabras para entender que a ambos los invadían sentimientos de duda y frustración que vinieron a partir de ser conscientes del todo de que Alexander dejó de confiar en ellos, y aunque podían entender sus motivos los hechos no dejaban de doler. La imagen de la pizarra llena de fotografías y notas se incrustó en sus pensamientos, ¿cuántos secretos más les ocultó Alexander durante las últimas semanas?, se preguntaron ambos en sus adentros.
—La visita a Emiliano no puede esperar —dijo Karla en voz alta—, ¡tiene que ser hoy mismo!
—Estoy de acuerdo, pero ni de broma iras tu sola —sentenció Sebastián antes de que Karla pudiese siquiera plantearlo.
—En la calle y a pleno día corres demasiado riesgo, Sebastián —refutó ella luego de terminar de curar la herida de su compañero.
—No pienso quitarme el pasamontañas, además te esperaré en la patrulla. Que vayas sola es más arriesgado incluso a que vaya yo.
—Yo también pienso ir —intervino Daniel—, Sebastián tiene razón, Karla.
—¡Testarudos! —rezongó la periodista mientras guardaba los materiales de vuelta en el botiquín.
En cuanto Cristina terminó de cerrar la herida de Sebastián una vez más, este se puso de pie y con una seña indicó a los elementos que resguardaban la entrada de la casa que bajaran la caja fuerte de la patrulla y que la metiesen a la casa. Entre cuatro hombres siguieron la orden de Sebastián y colocaron el pesado metal al centro de la sala. Sebastián miró la caja y apretó los dientes, su historia con Alexander se reducía ahora a un objeto que no tenía idea de cómo iba a abrir y que esperaba adentro tuviese las respuestas que demostrasen su inocencia.
—¿Cómo demonios vamos a abrir esto? —preguntó Karla como si le hubiese leído los pensamientos.
—Ramírez tiene un elemento experto en estas cosas, nos ha tocado abrir varias cajas fuertes en algunos operativos, aunque ninguna tan grande como esta —respondió Daniel a cuestionamiento de la periodista.
—No hemos tenido noticias del comandante —recordó Sebastián ante la mención de su nombre—. Alguien présteme un celular para marcarle —pidió—, el mío hace días que se fue a la mierda.
Daniel se puso de pie y se dirigió a una de las habitaciones, aprovechó para calar qué tan molesta era la herida en su pierna, un intenso ardor persistía, pero podía pisar y caminar sin problema alguno. Regresó a la sala con una caja de zapatos, al menos en apariencia, cuando la abrió frente a todos se dieron cuenta de que estaba llena de teléfonos celulares de distintas marcas y tamaños, con la mirada invitó a Sebastián a tomar uno.
—Detrás tiene escrito el número —explicó Daniel—, Karla y yo agendaremos el número del que elijas, nunca sabemos cuándo va a ser necesario llamarte si el sistema de comunicaciones por radio llegase a fallar. Este es el número de Ramírez y guarda también los nuestros, el teléfono cuenta con el saldo suficiente para que hagas las llamadas que sean necesarias.
Sebastián agradeció con un asentimiento, luego procedió a guardar los números de los miembros más cercanos de rosa blanca, se sabía de memoria los números de sus padres y su hermana, por seguridad prefirió dejarlos en su mente guardarlos podía ser peligroso. El recordar los números también los hizo recordarlos a ellos, contactarlos para informarles que estaba a salvo era otra de sus prioridades, después de la visita a Emiliano tendría que encontrar la forma de hacerlo. Cuando terminó de guardar contactos llamo de inmediato al teléfono privado de Ramírez, el comandante contestó al tercer timbre.
—¿Quién habla? —cuestionó Ramírez con voz agitada.
—Elemento 001 —respondió Sebastián, cada miembro de rosa blanca tenía un código numérico de identificación—. Llevamos tiempo sin saber de ti, comandante, por eso te llamo.
—Ahora mismo trabajamos por trasladar a la escritora y su familia a una casa de seguridad fuera del país, las cosas están algo tensas —explicó Ramírez—. ¿Cómo les ha ido a ustedes? Me han reportado una explosión en el centro de la ciudad.
—Sí, nosotros tuvimos que ver con esa explosión, con más calma podremos explicarte a detalle, aunque no estamos del todo bien: Daniel fue herido en la pierna, es leve, nada de qué preocuparse, pero perdimos a dos elementos —relató Sebastián a Ramírez.
—Mandaré a otros elementos de mi confianza para que reclamen los cuerpos de los caídos y para que les den sus familias, también para ver qué pueden investigar de los informes policiales de la explosión —expresó el comandante—. Creo que duraremos un tiempo sin vernos, hoy fue Ana Luisa, pero no van a detenerse, tengo que asegurarme de que todos los que aparecieron en ese vídeo estén bien.
—Encárgate de eso, comandante, nosotros seguimos en lo nuestro. Me dice Daniel que cuentas con un elemento experto en abrir cajas fuertes, vamos a necesitarlo.
—Necesitaré contactarlo, eso tomará algunas horas, agente.
—Bien, envía a tu elemento a la casa de seguridad, nosotros tenemos que hacerle una visita a Emiliano e intentaremos regresar para cuando el elemento esté aquí.
—¿A Emiliano? ¿Para qué? Ir al altiplano puede ser muy peligroso.
—Lo sabemos, comandante, pero es necesario.
Ramírez permaneció en silencio durante unos cuantos segundos.
—Bien, confío en ustedes, sobrevivan. Espero poder encontrarnos pronto.
El comandante terminó con la llamada, Sebastián miró a Karla inclinada en cuclillas frente a la caja fuerte, la periodista no perdía el tiempo. Los presentes la miraron teclear en los números al frente del objeto metálico y luego negar y darle un ligero golpe en la parte superior ante la frustración.
—Intenté con algunas fechas importantes para Alexander —explicó Karla—, pero nada, la posibilidad de combinaciones es infinita. No perdamos más tiempo con esto y dejemos que el experto haga su trabajo en cuanto llegue.
—Bien, ¿cuál es el plan para ir al altiplano? —preguntó Sebastián, ese era el nombre que se le daba al reclusorio masculino más grande del país, lugar en el que a Emiliano se le mantenía preso.
—Tengo que ir vestida como civil y desarmada —dijo Karla—, caminaré entre calles lo más lejos que se pueda de aquí para no exponer nuestra ubicación, luego intentaré tomar un taxi con normalidad para ir hasta allá. Ustedes pueden seguirme en las patrullas a una distancia prudente, el hecho de que haya tantas patrullas haciendo rondines por las calles nos ayuda bastante. Y luego entro al altiplano y no salgo de ahí hasta que haya hablado con Emiliano, vuelvo a regresar en taxi y nos ocupamos de la caja fuerte y lo que sea que encontremos en ella —expuso la periodista su plan mientras se desprendía del uniforme policial.
—En teoría suena muy fácil —manifestó Daniel al tiempo que recargaba su arma y guardaba otros tantos cargadores en las bolsas de su uniforme.
—En teoría... —comentó Sebastián preocupado y apretó los dientes.
—Bien, nos vamos en quince minutos, preparen lo que tengan que preparar —indicó Karla antes de irse a poner la ropa con la que había llegado a esa casa.
Veinte minutos después, la periodista dejó de ser la agente infiltrada y caminaba por las calles de la periferia de la ciudad, advirtió con el rabillo del ojo a las patrullas que la seguían cien metros atrás, eso le dio seguridad y los nervios que sentía poco a poco la abandonaron. Caminó con tranquilidad hasta que llegó a un boulevard que se encontraba a una distancia prudente de la casa de seguridad. A Karla le sorprendió que el tráfico en las calles fuese el habitual de cada día, quizá las personas se habían acostumbrado a la guerra, a la violencia, a ver militares desfilando frente a ellos, tal como lo hacía una caravana de camionetas del ejército que pasaba frente a la periodista y la analizaban a detalle de arriba abajo, y ella esforzándose por mantener el temple y la postura, sin mirarlos a la cara porque una simple mirada podría ser interpretada como provocación.
Pasaron uno, dos, tres taxis y Karla no tuvo éxito, todos iban ocupados. Fue hasta el quinto que lo logró, el auto se detuvo frente a ella y el chofer se estiró desde su asiento para abrir la puerta trasera desde adentro. Antes de subir, Karla analizó al conductor: era un señor mayor, seguro rondaba ya los sesenta años; la sonrisa del hombre le inspiró confianza y se subió, aun así, antes de que el taxi arrancara, la periodista volteó hacia atrás para comprobar que Sebastián y Daniel estaban ahí, cuidándole la espalda.
—Buenos días, señorita, ¿adónde me dirijo? —preguntó el chofer con amabilidad.
—Buenos días —respondió Karla—, voy al reclusorio número uno, al altiplano.
El hombre la miró por el espejo retrovisor y la analizó por unos cuantos segundos, Karla entendió que mencionar el altiplano era como mencionar el mismo infierno y comprendió la mirada analítica del hombre, le sonrió para tranquilizarlo. El chofer dejó de mirarla cuando fue consciente de que estaba siendo imprudente, solo asintió y puso en marcha al vehículo. Karla sabía que lo que estaba por decirle al hombre no ayudaría a tranquilizar los nervios del taxista, pero era necesario:
—Lléveme a dónde le pido sin rodeos y en menos de una hora y va a ganarse una buena propina.
El chofer volvió a mirarla por el retrovisor y una vez más asintió, sin embargo, dejó su mirada fija en el espejo sin mirar a Karla y de pronto bajó la velocidad.
—Nos viene siguiendo patrullas —informó en voz alta.
—No se preocupe, no van a detenerlo, solo están haciendo rondines. No es usted a quien buscan —dijo Karla para tranquilizarlo.
Quizá por los nervios, el chofer no volvió a mirar por el retrovisor ni a dirigirle la palabra, solo se dedicó a conducir a una velocidad constante, en sus adentros, Karla lo agradeció. Estaba por ver a Emiliano y eso la entusiasmaba, pero a la vez la ponía algo nerviosa porque primero tenía que lograr que él aceptara hablar con ella y si aceptaba vendría lo más complicado, pues de lo que Emiliano dijera dependían muchas cosas, Karla tenía que lograr que el agente se sincerara por completo con ella y sabía que, a pesar de todos lo que los unía, no iba a ser fácil.
Cincuenta y cuatro minutos después el taxi se detuvo frente el altiplano. Karla sacó dos billetes de quinientos pesos de su cartera y se lo entregó al chofer, este los miró con sorpresa y, aún nervioso, le dio las gracias con una voz tenue. La periodista le sonrió y se bajó del auto para comenzar su camino hacia el interior de ese infierno.
Con discreción miró a sus espaldas y pudo apreciar como las patrullas se detenían a una distancia considerable del reclusorio, pero esta vez no pudo evitar sentirse nerviosa, si algo pasaba dentro, no habría nada que Sebastián y Daniel pudiesen hacer por ayudarla, en cuanto atravesara esas paredes estaría sola, sin embargo, no iba a rendirse, asumiría el riesgo, ese era su deber.
Karla siguió todos los protocolos de seguridad del reclusorio como lo haría cualquier persona, le tomó más de veinte minutos lograr entrar hasta las oficinas donde tenía que solicitar la visita. Cuando logró hablar con la persona encargada, el hombre la miró con especial atención en el momento en el que dijo el nombre del recluso que quería visitar, Karla lo interrogó con la mirada, pero este siguió viéndola en silencio como si intentara reconocerla o grabarse su rostro.
—¿Cuál es su nombre? —la interrogó el hombre.
—Karla Irigoyen —respondió y le mostró su identificación como sabía que tenía que hacer—. ¿Hay alguno problema?
—Sí, lo hay —alegó el hombre sin dejar de mirarla—, el recluso que desea ver ha recibido varias visitas las últimas semanas, por ley solo tienen derecho a dos visitas a la semana y ayer acaba de recibir una. Necesito preguntarle al recluso si desea recibirla, permítame un momento.
El sujeto se puso de pie y Karla lo vio perderse detrás de una puerta. Lo que acaba de decirle generó demasiadas preguntas en Karla, principalmente, ¿por qué Emiliano estaba recibiendo visitas tan frecuentes?, ¿y quién o quiénes eran las personas que lo estaban visitando? Otra pregunta que la invadió fue, ¿qué iba a hacer si Emiliano se negaba a verla? Para su sorpresa, el hombre regresó diez minutos después y le dijo:
—El recluso ha aceptado verla, en un momento más puede pasar a verlo, señorita Karla Irigoyen. —La forma en la que el hombre hizo énfasis en su nombre encendió las alarmas en Karla, pero se obligó a relajarse, ya que Emiliano había aceptado verla tenían que estar concentrada.
Las ganas de llorar que la invadieron cuando esperaba sentada a que Emiliano saliera por la puerta al fondo, la tomaron por sorpresa. Se descubrió apretando los dientes y respirando con mayor profundidad en un intento de contener las lágrimas; un hormigueo comenzó a subir por sus extremidades y sintió a su estómago constreñirse. Lo vio salir un par de minutos después, Emiliano caminaba con la firmeza que lo caracterizaba, le costó definir las expresiones de su rostro, sus facciones se debatían entre la seriedad y la consternación. La periodista no resistió más y una indiscreta lágrima descendió por su mejilla izquierda, el ver los moretones alrededor del ojo derecho de Emiliano, su cabeza rapada y lo delgado que lucía, la conmocionó.
—Hey tú, ¿cómo estás, Irigoyen? —preguntó Emiliano en forma de saludo y le sonrió.
Karla dio un profundo respiro y se tragó el nudo que se había formado en su garganta, se limpió las lágrimas y, cuando estuvieron sentados frente a frente, tomó las manos del amigo, compañero, jefe y amante con las suyas y correspondió a su sonrisa.
—Molesta contigo porque estuve aquí tantas veces y tú te negaste a verme —respondió Karla con toda sinceridad.
—No voy a justificarme, Karla —dijo Emiliano y dejó de sonreír—. Lo siento, pero me mantengo firme en que en ese momento fue lo mejor. Ahí dentro uno tiene que ser duro, y ver a las personas que uno ama no ayuda mucho a poder lograrlo.
De forma inevitable otro par de lágrimas se le escaparon a Karla.
—Ya veo que dentro tienes que ser duro —expresó Karla cuando logró tranquilizarse, haciendo alusión a los moretones de Emiliano.
—Debiste ver cómo quedó el otro —dijo Emiliano y sonrió para quitarle importancia.
—¿Ser duro también implica dejar de comer? —inquirió ella para esta vez dejar clara la preocupación por su físico.
—Es que la comida ahí dentro es horrible, pero no seas exagerada, estoy en mi peso ideal —se defendió Emiliano—, también estoy seguro de que no estás aquí para que hablemos de mi físico. No tenemos mucho tiempo, preciosa.
—No, no estoy aquí por eso, pero siempre, escucha bien, Emiliano, siempre voy a preocuparme por ti.
Esta vez fue Emiliano quien se vio obligado a suspirar y desviar la mirada en un intento de mantenerse firme.
—Gracias, Irigoyen, sabes que también siempre estaré para ti.
—Qué bueno que lo dices porque ahora más que nunca te necesitamos, el gorrión ha vuelto a volar —dijo Karla sosteniéndole la mirada.
Emiliano apretó los labios y correspondió a la mirada de la periodista, permaneció unos cuantos segundos en silencio, reflexivo.
—Lo sé, Karla, lo sé —se sinceró Emiliano.
—¿Cómo lo sabes? —inquirió Karla.
—Aquí dentro las noticias vuelan.
—¿Sabes también el motivo, que Alexander fue asesinado?
Emiliano asintió. Karla esperó a que el agente dijese algo más, pero este permaneció en silencio.
—Emiliano, no estoy mintiendo, ¡te necesitamos más que nunca!
—Lo sé, sé que me necesitan, pero yo no puedo hacer nada. Tendrán que hacerlo solos esta vez, poner en práctica todo lo que les enseñé. Son fuertes, yo confío en ustedes.
—¡Emiliano, por favor! Sebastián es inocente y corre mucho peligro, tú mejor que nadie lo sabe.
—¡Pero entiende que yo no puedo hacer nada, Karla! ¡Joder! ¡Lo siento, lo siento tanto!
—¡Sí que puedes hacerlo, Emiliano! ¡Eres inocente! ¡¿Por qué estás haciendo esto?!
Aunque lo intentó, Emiliano ya no pudo sostenerle la mirada. Se pasó una mano por la cabeza rapada y volvió a resoplar. Karla siguió mirándolo con firmeza, ahora que lo tenía de frente no iba a callarse nada.
—La única verdad es que estamos metidos en esto por ti —expresó Karla sin contemplaciones—, porque creímos en ti. Tú hiciste promesas que no estás cumpliendo.
El agente siguió en absoluto silencio, Karla dejó de sostenerle las manos.
—Emiliano, mírame a los ojos y dime que tú lo hiciste y te juro que voy a entenderlo, te lo juro que lo haré. Lo único que quiero es entender qué pasó, nos prometimos confianza y lealtad, aún podemos ayudarnos entre nosotros.
Karla volvió a tomarlo de las manos, sin embargo, Emiliano fue incapaz de mirarla a la cara.
—Me conoces, me conoces muy bien, Emiliano —dijo Karla con firmeza—. Acabas de darme una respuesta y sabes que no voy a quedarme en paz. Voy a descubrir qué fue lo que pasó y el motivo por el cuál estás rompiendo las promesas que le hiciste a la gente que más te ama. Voy a demostrar tu inocencia, yo no voy a abandonarte.
La periodista pudo ver como varias lágrimas escapaban a través de los ojos de Emiliano a pesar de que él luchaba por contenerlas. Miró el reloj en la pared y se dio cuenta de que solo les quedan unos cuantos minutos, necesitaba hacer a Emiliano hablar.
—Solo voy a hacerte unas preguntas, Emiliano, y si aún hay algo de ese Emiliano al que yo decidí seguir y admirar, espero que me respondas.
Emiliano apretó las manos de Karla con fuerza.
—¿Salvador aún está vivo? —pregunto Karla sin perder el tiempo.
Con un movimiento mínimo, Emiliano asintió.
—¿Salvador está en Rusia? —continuó la periodista con el interrogatorio.
Un asentimiento más por parte de Emiliano.
—¿Salvador investiga a Supremacy?
Esta vez, Emiliano se puso rígido y tras dudarlo unos segundos, volvió a mirar a Karla a la cara, luego asintió.
—Se acabó el tiempo —dijo el policía que estaba al fondo.
Karla correspondió al agarre de Emiliano y también apretó sus manos con fuerza.
—¿Estás intentando protegernos? —inquirió Karla antes de que el policía obligara a Emiliano a levantarse, pero este no alcanzó a responder.
El nudo que Karla intentó suprimir, logró liberarse y las lágrimas descendieron a brotones por sus mejillas mientras veía a al hombre que amaba regresar a ese infierno. Antes deque la puerta al fondo se cerrase por completo, vio a Emiliano volver a asentir.
Hola, mis estimados.
Les aviso que estamos entrando a la mitad de la historia y eso significa que nos encaminamos al clímax, entonces, van a necesitar oxígeno porque no voy a darles ni un respiro.
Este es uno de mis capítulos favoritos de este segundo libro aunque me haga sufrir, porque sí, ver sufrir a cualquiera de mi cuarteto favorito me hace sufrir a mí también, pero la historia tiene que seguir su curso.
Esta vez no digo más, dejo que sean ustedes quienes interpreten los detalles.
Nos leemos el miércoles.
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