23

4 días después.

19 de septiembre de 2011


Manuel sostuvo el rifle con fuerza entre sus manos, se arrodilló para tener un mejor ángulo, colocó su ojo izquierdo en la mira telescópica y contuvo la respiración por unos cuantos segundos. La indefensa liebre permaneció quita mientras urdía entre algunas plantas en el prado, fue el momento en el que Manuel aprovechó para disparar. Sonrío entre dientes cuando vio al animal caer.

Cazar era la forma que el hijo mayor de los Arriaga utilizaba para luchar contra el estrés que solía estar bastante presente en su vida, pero sobre todo, lo hacía para homenajear a su padre, una forma de rendirle tributo y honrar su memoria; los mejores recuerdos que tenía a su lado habían sucedido en los bosques, cuando se internaban en las profundidades en busca de sus presas, fueron esos los momentos en los que más unidos estuvieron. Cada vez que Manuel salía a cazar sentía que el Chepe estaba a su lado, sentía que lo había perdonado y que ya no existían reproches, los momentos en el bosque eran los que lo hacían mantener la cordura que se esforzaba por preservar.

Los diez escoltas que lo acompañaban en todo momento esperaron en silencio a los alrededores tal y como Manuel les ordenaba que lo hiciesen, él caminó hasta la liebre, la tomó con la mano que tenía libre y se la echó al hombro. El haber perdido a su padre y también algunas batallas de esa guerra obligó a Manuel a ser menos testarudo y más inteligente, aunque su ego le gritase que podía lograr lo que él quisiera, sabía que luchar solo ya no era una opción. En el pasado, por descuidarse, estuvo cerca de perderlo todo, aún recordaba la humillación de tener que huir hacia el bosque, descalzo y en ropa interior.

El que se hubiese librado del destino que el mundo entero quería para él fue un milagro, no, un milagro no, Manuel no creía en esas cosas, había sido una hazaña y cada día se lo recordaba. Para volver a conseguir su libertad tuvo que ser muy paciente, pero sobre todo, demasiado perspicaz. Aquella madrugada en las profundidades de la sierra madre occidental tomó dos decisiones que fueron vitales para conseguirlo: primero, asesinar a Carlos Ruiz, eso desestabilizó al almirante y a su organización y a él lo hizo verse como una amenaza, un hombre fuerte y de cuidado que no estaba dispuesto a rendirse. Segundo, el salvar a esa periodista y hacer equipo con ella, hacerlo fue el verdadero motivo que lo mantuvo con vida, sin Karla no lo hubiese logrado y eso no podía ni quería negarlo.

Aunque de forma involuntaria, la periodista le salvó la vida y lo llevó hasta donde se encontraba. Manuel había jugado un poco con su mente, pero si algo descubrió de esa mujer fue que no tenía ni un pelo de tonta. Ella lo había ayudado porque necesitaba salvarse a sí misma, no por miedo, tampoco por compasión, solo hizo lo que tenía que hacer para sobrevivir. Esa entereza que la periodista demostró fue lo que motivó a Manuel a ser compasivo con ella y darle esa tranquilidad que tanto buscaba.

Cuando las circunstancias y el fervor del momento hicieron que la periodista le contase su historia, algo dentro de Manuel ocasionó torbellinos y su memoria le jugó una treta que le quitó el sueño durante varias noches, jamás imaginó que su pasado lo conectase a esa chica de nombre Karla de una forma tan siniestra. Desde el primer momento que pudo volver a ser libre, lo primero que Manuel hizo fue investigar la historia de la periodista a fondo y hasta el último detalle, además de los datos que recabó, obligó a trabajar a su memoria y una noche tuvo una epifanía que, para su sorpresa, le enchinó la piel: él era el asesino de ese hermano que Karla llevaba buscando por tantos años. Recordó el bar, recordó lo drogado que iba, recordó como el chico le derramó la cerveza sobre la camisa al chocar accidentalmente con él, recordó como el hermano de Karla se disculpó, pero él no aceptó sus disculpas; Manuel tenía diecinueve años y se creía el rey del mundo, en ese entonces la ira ya lo dominaba con facilidad, a toda costa quería demostrar que era el mejor, ganarse el cariño y la aprobación de su padre a través de la demostración de su poderío y su hombría. Por eso les buscó pleito dentro del bar, y cuando ellos se negaron a pelear, los esperó a fuera, llamó a todos los hombres a su servicio, los siguieron por la carretera, los obligó a parar, los retuvieron en contra de su voluntad, los torturaron y luego él mismo los asesinó sin ninguna contemplación.

Con la documentación e informes policiales comprobó que se trataba de la misma persona, cuando no tuvo ninguna duda, se emborrachó durante dos días seguidos en un intento de matar a la consciencia, no sabía por qué, pero por primera vez en toda su vida descubrió lo que era el remordimiento. Sin embargo, el alcohol no pudo matar las voces en su cabeza, sin contemplaciones, como las que él tampoco tuvo, seguían atormentándolo. Fue entonces que supo lo que tenía que hacer: debía contárselo a la periodista, por primera vez también descubrió lo que era la responsabilidad, sintió que tenía la obligación de terminar con esa incertidumbre por la que la mujer pasaba.

Por más que le disgustara la idea, durante meses tuvo que ocultarse, necesitaba tiempo para recuperar fuerzas para después luchar por reconstruir al menos una parte de ese imperio de los Arriaga que destruyeron. Cuando fue capaz de rearmar a la organización y rodearse de personas de su entera confianza, fue el momento en el que decidió reencontrarse con Karla. Volvió a hacer trabajar a su memoria para recordar la fosa en la que había enterrado los restos del aquel chico, no fue sencillo, sin embargo, puso a trabajar a todos los hombres que volvía a tener a su servicio hasta que dio con el lugar.

Siguió a Karla durante un par de semanas y, en la primera oportunidad que tuvo, la secuestró para llevarla hasta el lugar que había buscado durante años. Antes de hacerlo, Manuel dudó si era lo correcto, una vez que le contase a la periodista ya no habría marcha atrás: iba a odiarlo para siempre. Al Manuel del pasado le hubiese importado muy poco que lo odiaría, por el contrario, se habría regocijado en ese odio que le encantaba provocar en los demás; con la periodista fue diferente, por una razón que no lograba entender del todo, no quería que lo odiara. Sin embargo, ante ella, tampoco podía actuar con falsedad. Por eso no lo dudó más y lo hizo, la llevó hasta donde se encontraban los restos de su hermano y se lo confesó todo, le dejó ver el monstruo que en realidad era. Y tal como lo esperaba, ella lo odió, pudo verlo en su mirada, no obstante, el haberla escuchado liberar la frustración que había guardado por tanto tiempo, fue lo único que logró acallar las voces y el remordimiento. El odio absoluto de Karla se convirtió en el precio a pagar.

Manuel volvió a sonreír porque ya tenía en su cosecha a dos libres y una ardilla, pero no estaba satisfecho, ver al ciervo que trotaba al final de la pradera le devolvió la alegría al cuerpo. Con la mano le hizo una señal a su hombre más cercano para que avisara a todos los que lo protegían que lo siguieran en absoluto silencio, caminaron de forma sigilosa cerca de cuatrocientos metros, luego, con una nueva señal, Manuel se puso pecho tierra y sus escoltas lo imitaron; se arrastró más de diez metros hasta que consiguió estar en la posición y en el lugar adecuados.

Por cerca de diez segundos, Manuel contuvo la respiración tal y como su padre se lo enseñó cuando era niño, un par de segundos después soltó el aire por la boca, despacio, y cuando sus pulmones se vaciaron por completo, disparó. La bala dio justo en el punto en el que Manuel quería y eso lo hizo soltar un grito de celebración que vino acompañado de unos cuantos aplausos. Con una nueva señal mandó a sus hombres a finalizar el trabajo y arrastrar el cuerpo del ciervo hasta un punto en el que pudiesen trabajar en él.

Ya había amanecido por completo cuando subieron por la cordillera hasta el lugar en el que dejaron las camionetas en las que se transportaban. El propio Manuel encendió una fogata y se dedicó a cocinar las dos liebres para él y sus escoltas, se había propuesto crear una fraternidad con todas las personas que trabajaban a su servicio y lo estaba logrando, aprendió que ser cercano a los suyos le traería, por lógica, mayor fidelidad a la causa y a la organización. Mientras veía las llamas elevarse al tiempo que consumían la leña, pensó en la reunión que había tenido el día anterior con Andrea Ramos, la famosa profesora. Tenía que admitir que la llamada de la mujer lo sorprendió, sobre todo la valentía que tuvo para ponerse en contacto con él; Andrea era una mujer sumamente ambiciosa, de eso no tenía duda, arriesgar su propia vida con tal de conseguir sus objetivos al hacer esa llamada, lo dejaba claro.

La mujer tuvo que hacer una profunda investigación para dar con él, hacerlo no era sencillo, se requería de muchos contactos y poder de convencimiento y Andrea consiguió incluso el número personal de Manuel, no podía negar que la mujer tenía determinación. Cuando atendió la llamada y le dijo su nombre y su apodo, una ira descontrolada se apoderó de él, apretó con tanta fuerza el celular que estuvo a punto de quebrarle la pantalla. El hombre irascible que fue en el pasado hubiese aventado y pisoteado el celular hasta deshacerlo en mil pedazos para después ir a buscar a la profesora y hacerla pagar por la insolencia de atreverse a dirigirle la palabra. En cambio, el hombre en el que se esforzaba en convertirse, menos testarudo y más inteligente, se obligó a respirar para escuchar lo que esa mujer tenía que decirle.

Y es que escucharla era algo que le convenía, eso tampoco podía negarlo. Andrea Ramos tenía bastante poder y contactos importantes que él necesitaba si quería crecer y escalar a los niveles a los que su padre llegó. Sin embargo, era consciente de la necesidad de demostrarle que no trataba con un hombre al que podría manejar a su antojo como lo hizo con el almirante, si lo contactaba debía ser porque en sus deseos estaba llegar a acuerdos con él. Una regla básica es que quien busca es quien necesita, entonces Manuel tenía que dejarle bastante en claro a la profesora que quien se encontraba al mando de la cosas era él.

Así lo hizo, atendió su llamada con tranquilidad y dejando ver el humor que lo caracterizaba. Durante la conversación que mantuvieron, Manuel solo se dedicó a escucharla con atención, a responder con monosílabos y, de vez en cuando, soltar uno que otro chiste. Andrea no tenía pelos en la lengua y sin pena ni tapujos le dejó bastante claras sus intenciones de hacer equipo, Manuel mostró una cordialidad que hasta a él mismo sorprendió y que le funcionó porque la profesora pactó un encuentro presencial para hablar de una posible alianza.

En cuanto la llamada terminó, Manuel se dedicó a investigar a detalle la vida de la profesora, mandó a sus hombres a seguirla día y noche, una vez más se obligó a dejar la testarudez de lado y fue paciente; cuando logró conocer a fondo a Andrea, sus ambiciones, sus fortalezas y sus debilidades, fue el momento en el que se decidió a atacar. La verdad era que a la profesora la guerra la había destrozado tanto como a él lo destrozó: perdió a sus aliados más importantes, su organización fue desarticulada y ella se vio obligada replegarse y actuar con un bajo perfil desde las sombras. Al igual que él intentaba recuperar todo el poder que alguna vez tuvo en sus manos.

Luego de hacer un análisis exhaustivo con sus dos socios más cercanos, Manuel decidió que una alianza con la profesora no era una idea tan descabellada, las elecciones presidenciales estaban muy cerca y tener control sobre quien se sentara en la silla debía ser un objetivo a lograr; sus socios estuvieron de acuerdo en que en Andrea encontraban una opción viable para ocupar la presidencia, tenían los días encima y elegir otro candidato les llevaría bastante tiempo, además, lo mudos debían tener ya al candidato al que darían su apoyo, ganar esa guerra política debía ser primordial y eso Manuel lo sabía.

El hacerse a la idea de que la alianza con la profesora era inminente lo llevó a actuar de inmediato, por eso se apersonó ante ella hasta el lugar que la mujer consideraba seguro e impenetrable, así le demostró que con él no podría jugar, que él estaba al mando, que él tenía el control. A Manuel no le temblaron las manos al momento de mostrarse contundente y desmedido con Andrea, a pesar de que ambos se necesitaban, ella no dejaba de ser la asesina intelectual de su padre y eso Manuel nunca iba a olvidarlo, solo tenía que ceder a lo que sus propias conveniencias exigían para crecer y fortalecerse. Decidió ponerla a prueba y le pidió que le entregara vivo a un hombre que en verdad estaba siendo molesto y que no podía negar que le preocupaba: Sebastián Meléndez.

Manuel sabía mejor que nadie que, en ese mundo de guerras por el poder, no existía nada más peligroso que un hombre con determinación y ese tal Sebastián ya había demostrado tener mucho de ello, quizá se lo aprendió al padre, otro testarudo con mucha osadía para cambiar el mundo y sus reglas o al menos intentarlo. En un año como alcalde, Hilario Meléndez logró poner orden en el municipio de la muerte: el hombre se involucró con el pueblo, él mismo armó grupos de autodefensa, consiguió unir a la gente y a la policía para trabajar en equipo y logró darle a la población del municipio una sensación de tranquilidad y de prosperidad.

El crimen se vio obligado a mudarse a otros municipios, a corromper distintos lugares, a apoderarse de la tranquilidad de nuevas regiones. Sin duda alguna, los Meléndez representaban una amenaza, la profesora y su organización no se equivocaron cuando eligieron a Hilario como mártir del que colgarse para lograr sus objetivos, pero a la vez se equivocaron al subestimarlo, su audacia los superó. Por eso Manuel no quería cometer el mismo error, si el padre se convirtió en una molestia en su municipio, el hijo lo estaba siendo a nivel nacional; desde que tomó el mando de la organización por la paz los negocios se habían visto seriamente mermados, y lo peor era que, además de determinación, el tal Sebastián también tenía ambición, no se conformaba, no se daba por vencido, asimismo tenía a su lado a Karla y Manuel que la conocía muy bien sabía lo que eso significaba.

La demanda contra los Estados Unidos que planeaba regular el tráfico de armas y la propuesta de ley para legalizar las drogas avanzaban de forma alarmante, había que ponerles un alto a como diera lugar. Ese era el principal motivo por el que Manuel quería a Sebastián vivo y frente a él, ansiaba verlo a la cara y comprobar si en verdad era tan valiente, deseaba dejarle en claro que ya había ido demasiado lejos con su osadía y que no iba a permitírselo más. Pero sobre todo, existía otro tema que a Manuel le quitaba el sueño y no lo dejaba en paz: ¿cuál era la relación entre ese tal Sebastián y Salvador?, investigó la respuesta hasta el cansancio, sin embargo, todo entre ellos estaba rodeado de ambigüedad, ¿se conocían?, ¿eran aliados?, ¿por qué Denisse Meléndez los recibió en su rancho aquella madrugada que casi los atrapan? Y la pregunta que más inquietud le generaba: ¿en realidad Salvador estaba muerto o solo se trataba de una más de sus tretas? Manuel ya había caído una vez y no iba hacerlo una segunda, y estaba seguro de que Sebastián Meléndez tenía mucho que decir al respecto.

Cuando Manuel descubrió que Salvador estaba vivo varios sentimientos se movieron en su interior. Aquella plática que tuvo con él lo hizo empatizar hasta cierto punto, sin embargo, con el paso de los días se dio cuenta de que ellos eran como el agua y el aceite, de que en Salvador nunca podría encontrar esa fraternidad necesaria para entablar una relación de confianza. Descubrió que con ese cabrón nunca se equivocó, siempre fue un maldito traicionero, un pendejo que se esforzaba por hacerle honor a su nombre y ser un salvador, alguien que todo el tiempo se creyó superior. El descubrir que su hermano tenía relaciones con la DEA llenó a Manuel de una ira y un odio de una intensidad que nunca antes experimentó, por algún momento llegó a pensar que podría confiar en él e intentar a hacer las paces, pero se dio cuenta que su objetivos jamás podrían ser los mismos y eso dolió. Fue también el motivo por el cual decidió traicionarlo. Tuvo que fingir estar de su lado, era necesario para conseguir su libertad, y el regresar a la que había sido su casa fue la oportunidad que necesitaba.

No se arrepentía de haberlo hecho, si hubiese confiado en él seguro que no se encontraría en el bosque cazando libres, ardillas y ciervos, estaría refundido en una cárcel gringa o muerto. Salvador no era más que un vil traicionero de su propia sangre, la traición fue lo que siempre se mereció. En verdad, Manuel deseaba que estuviese muerto, eso haría las cosas más sencillas, porque de lo contrario, si Salvador seguía con vida y algún día volvía a encontrárselo, esta vez, no iba a dudar en quitarlo del camino de una vez por todas y no iba a remorderle la consciencia ni siquiera un poco. Antes de que Manuel pudiese atizar un leño más a la fogata, su celular sonó, lo sacó de la bolsa del pantalón y vio la pantalla, era Andrea quien llamaba.

—Espero que lo que tengas que decirme sea importante como para que te atrevas a interrumpirme —dijo Manuel con cinismo.

—Creo que sé la forma en la que puedo dar con Sebastián Meléndez —expresó Andrea con voz seria al otro lado del teléfono.

—¡Habla! —exigió Manuel.

—Los mudos lanzaron una amenaza a todos los que están involucrados en la organización por la paz —indicó Andrea—, esta madrugada atacaron a la escritora Ana Luisa Camargo. El comandante Alejandro Ramírez también apareció entre los amenazados y por supuesto que intentarán defenderse, no tengo dudas de que Ramírez nos llevará a Sebastián, son buenos amigos.

—Hasta que los mudos hacen algo bien —enunció Manuel y se rió—, van a ahorrarnos mucho trabajo, ojalá acaben con todos esos pendejos de la OPP.

—Manuel, quiero que sepas que estoy de acuerdo contigo, luego de lo que acaba de suceder con Alexander Murphy encontrar a Sebastián Meléndez con vida es indispensable, es el hombre más buscado y ser los primeros que lo encuentren seguro traerá muchas recompensas —dijo Andrea y también sonrió aunque con más discreción que Manuel.

—Bien, profesorcita, háblame cuando tengas al cabrón con vida y que sea pronto, de lo contrario no te molestes en volver a llamarme —sentenció Manuel antes de colgar.

Hola, mis estimados.

Espero y estén teniendo una excelente mitad de semana.

Un capítulo introspectivo que nos ha permitido conocer los pensamientos, propósito y motivos de Manuel. Hacía falta profundizar en este aspecto luego de que al final del capítulo 56 de El Hijo Pródigo solo se fue sin dar explicaciones. 

Sí, Manuel traicionó a Salvador y no se arrepiente ni un poco de ello.

Veremos qué nos trae esa alianza entre Manuel y la profesora.


Nos leemos el sábado.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top