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198 días antes.

12 de marzo de 2011


Tan pronto como Sebastián introdujo la llave a la cerradura del departamento de Karla supo que la puerta estaba abierta. Ambos amigos llevaban cuatro días viviendo en la capital porque echar a andar la organización por la paz requería de su tiempo y presencia cerca de las oficinas del gobierno federal. La periodista ofreció el departamento en el que vivió antes de que la búsqueda de su hermano la llevase a las latitudes donde la violencia se vivía con mayor intensidad e impunidad. Karla no había aceptado un no por respuesta de parte de Sebastián. «Más que nunca necesitamos estar juntos», le dijo la periodista y él no pudo argumentar nada contra esa afirmación.

La noche anterior Sebastián no había dormido en la residencia de su amiga porque Castrejón lo invitó a una importante reunión con el gobernador del Estado de México. «Es necesario que comiences a relacionarte», argumentó Fernando. La reunión se alargó hasta altas horas de la madrugada por lo que se vieron obligados a quedarse en un hotel, manejar de noche definitivamente no era una opción viable. A Sebastián le pareció extraño que la puerta del departamento estuviese abierta porque, por su parte, Karla tuvo que viajar una vez más a San Pedro por un llamado que Emiliano les hizo, se suponía entonces que el departamento tenía que estar solo y por ende cerrado con llave.

Las alarmas en Sebastián se encendieron de inmediato, sin pensarlo dos veces, se llevó la mano a la pistola que llevaba encajada a la cintura y sostuvo la manija con fuerza; poco a poco fue girándola hasta que la puerta se abrió, dio un vistazo rápido hacia adentro y todo parecía en orden. Terminó de abrir por completo y entró al departamento con la pistola bien sujeta hacia el frente. En la sala todo se encontraba en orden, despacio, Sebastián comenzó a adentrarse un poco más, fue entonces cuando los vio y, de forma genuina, una sonrisa se formó en su rostro.

Emiliano y Karla estaban en la cocina, la periodista recargada sobre la barra y el agente con sus manos a los costados de ella, como si formara una barrera que no le permitiese huir; sin embargo, a Sebastián le quedó claro que las intenciones de su amiga no consistían en escapar, por el contrario, tenía sus manos sobre el cuello de Emiliano y correspondía al beso que el agente le daba en los labios.

Por un momento, Karla abrió los ojos y notó la presencia de Sebastián en el departamento, pegó un respingo y luego un grito y se apuró a separarse de Emiliano; el agente reaccionó a los movimientos de Karla, se llevó la mano a la cintura, desencajó la pistola y giró deprisa para apuntar hacia el intruso. Sebastián se carcajeó y levantó las manos.

—Tranquilo, matador —le dijo con una voz burlona—, aquí no ha pasado nada, yo estaba aquí, pero ya no estoy. —Una carcajada todavía más sonora vino en cuanto terminó de hablar.

La piel de Emiliano se puso tan roja que Sebastián creyó que las mejillas iban a explotarle, el dirigente de la DEA en México fue incapaz de sostenerle la mirada. A espaldas de Emiliano, Karla luchaba por aguantarse la risa.

—Lo siento por interrumpir, hubieras puesto un calcetín en la puerta, compadre —siguió Sebastián mofándose de él, Karla ya no soportó más la risa y se le unió.

—¿No se suponía que regresabas hasta después del medio día? —inquirió Emiliano aún con las mejillas sonrojadas.

A sus espaldas Karla fingió lavar los trastes en un intento de contener la risa.

—A Castrejón le surgió un compromiso que nos hizo regresar en cuanto amaneció —respondió Sebastián—, ya sabes cosas del presidente de la república. ¿Ustedes no se supone deberían estar en las entrañas de San Pedro?

—Atendimos el pendiente durante el día y volamos de madrugada, Ramírez sigue allá a cargo de todo —contestó Emiliano y le sonrío a Sebastián—, por ahora estar en la capital es necesario, qué bueno que regresaste pronto, necesito hablar con ambos.

—Bien, ustedes sigan en lo que estaban que aquí yo no he visto nada —expresó Sebastián mientras correspondía a la sonrisa de Emiliano, se acercó a él y le dio un par de palmadas en el hombro—. Voy a darme una ducha no tan rápida, me tardaré más de los cinco minutos reglamentarios.


Media hora después, Sebastián regresó y se encontró con Karla y Emiliano sentados a la mesa, aunque lo intentaba, no podía dejar de sonreír. La reunión a la que fue con Castrejón había sido bastante pesada, tuvo que poner buena cara a un montón de personas que no conocía y fingir interés en sus conversaciones, hacerlo mientras su mente estaba ocupada en las preocupaciones que le generaban el ataque recibido noches atrás cuando salieron del restaurante en el que celebraron su nombramiento oficial como dirigente de la organización por la paz, también por su familia y el como su padre no dejaba de luchar y como su madre se involucraba cada vez más en la política y lo que eso significaba. Encontrarse con la escena de sus amigos cediendo a sus sentimientos al abrir la puerta, de cierta forma, lo revitalizó, lo hizo olvidarse por un tiempo de las preocupaciones y pensar en cosas más agradables: esa sensación de añoranza por el futuro que suele venir cuando los efímeros momentos de felicidad se hacen presentes, sobre todo en las vidas de personas marcadas por la guerra; la esperanza de que podrá dejarse atrás aquello que destrozó el espíritu, la paz interior y los anhelos.

—Ya deja esa sonrisita, Sebastián —ordenó Emiliano, pero de forma involuntaria también una sonrisa se formó en el rostro del agente.

—No, ahora tendrás que soportarme como yo tuve que soportarte a ti —sentenció Sebastián y la sonrisa en su rostro se amplió.

—Bien, Emiliano, ya estamos aquí los tres —intervino Karla—, ¿de qué quieres hablar con nosotros?

Emiliano se tomó su tiempo para servirse una taza de café y prepararlo a su gusto, lo endulzó, movió la cuchara con tranquilidad y dio un par de sorbos para probarlo, el sabor amargo le hizo echarle una tercera cucharada de azúcar.

—De Alexander Murphy —respondió Emiliano un par de segundos después.

Sebastián y Karla se dedicaron una mirada.

—¿Qué hay con él? —inquirió Sebastián.

—Nada en específico —respondió Emiliano—, solo espero que tengan bastante presente cuál es su misión respecto al embajador estadunidense.

—Inmiscuirnos es su vida —expresó Karla luego de darle un sorbo a su propio café.

—Pero parece que los patos están tirándole a las escopetas —dijo Sebastián mientras tomaba la cafetera y una taza para acompañar a sus amigos.

—¿Por qué lo dices? —indagó Emiliano.

—Siento que es el tal Alexander quien pretende inmiscuirse en nuestras vidas —respondió Sebastián—, las dos veces que hemos coincidido es él quien se me ha acercado, y por las conversaciones que mantuvimos, me dio la sensación de que sabe mucho más de mí que lo que yo sé de él.

Emiliano asintió como si ya esperara que le dijeran algo como lo que Sebastián acababa de contarle.

—Excelente, entonces déjenlo que entre a sus vidas y aprovéchense de ello, recuerden que siempre deben ir un paso adelante —dijo Emiliano.

Karla se puso de pie y caminó hacia el librero que se encontraba en un rincón de la sala, de la parte de abajo, abrió uno de los cajones y de ahí sacó una carpeta. Sebastián la reconoció al instante, era la información que Emiliano les dio sobre Alexander aquel día en la bodega de Ramírez.

—Yo he estado haciendo mi tarea —dijo Karla al tiempo que le daba leves golpes a la carpeta con el dedo índice—, me he leído esta información una y otra vez y he encontrado cosas interesantes.

—No esperaba menos de ti —declaró Emiliano, había abandonado ya al hombre ruborizado que se permitió romper la barreras de acero con las que se protegía para, al menos una vez, dejar ganar a sus sentimientos. Volvía a meterse en el papel de agente, de ese hombre que tenía la historia de dos países en sus manos—. ¿Qué cosas interesantes has encontrado?

La periodista sonrió ante el cumplido, Karla era tan genuina en su personalidad que, al contrario de Emiliano, no se esforzaba demasiado en ocultar sus sentimientos.

—Digamos que la historia de Alexander es interesante —expresó Karla—: un ex militar estadunidense que abandonó el ejército para ingresar a la universidad y luego convertirse en senador y después en embajador de uno de los grandes aliados comerciales de Estados Unidos.

—Un ex militar que termina convirtiéndose en embajador, sí, peculiar —reconoció Emiliano.

—Pero más curioso aún —continuó Karla—, es que tenemos todo un año sin saber nada de la vida de Alexander, luego de que renunció al ejército no sabemos nada de él durante meses hasta que se decide a entrar a la universidad.

—No crean que yo no hice mi tarea —intervino Sebastián—, según la información es porque luego de abandonar el ejército, Alexander se tomó un año sabático.

—Estás en lo correcto, sin embargo, amigo mío, siempre hay que ir más allá —manifestó Karla—, luego de que Alexander renunció al ejército, no regresó a los Estados Unidos, todo el año siguió con su vida fuera de su país. ¿Qué hizo en todo ese tiempo? ¿En verdad solo paseó por Europa y se tomó fotos en la Torre Eiffel? No hay ni un solo registro.

Lo que Karla comenzaba a teorizar puso pensativos a Emiliano y a Sebastián.

—Además es sorprendente como siendo tan joven Alexander alcanzó puestos de tal importancia —continuó Karla—, su ascenso es en verdad sorprendente.

—El tipo tiene carisma, eso no podemos negarlo —dijo Sebastián.

—Pero para escalar en política necesitas mucho más que carisma —le dio Emiliano la razón a Karla—, no todas las persona son tu padre, Sebastián. Sin duda Karla tiene un punto que me ha puesto a pensar demasiado.

—Además, súmenle que Alexander ha sido bastante polémico durante su carrera política y eso suele ser una arma de doble filo, pero a él le ha funcionado —agregó Karla después de terminarse su café.

—Bien, Karla, muy bien —volvió a reconocerla Emiliano—, y ese será justo su trabajo, a eso me refiero cuando digo que deben inmiscuirse en su vida. Si se hacen sus amigos a lo mejor pueden indagar qué hizo Alexander durante ese año sabático. Yo por mi parte y por medio de la DEA y otros contactos también investigaré, luego compararemos información.

Los tres asintieron al mismo tiempo y sonrieron, esa sonrisa de ser conscientes de que los tres hacían un buen equipo. Emiliano miró el reloj en su muñeca y se puso de pie.

—Aprovecharé que he podido hablar con ustedes antes de lo planeado para resolver otros pendientes —informó Emiliano—, espero poder volver a verlos en la noche.

El agente se despidió de Sebastián con un abrazo, a Karla también la abrazó, pero antes de salir, le dio un beso en los labios al que ella correspondió. En cuanto el agente cerró la puerta por completo, Sebastián pegó un grito indiscreto y aplaudió con euforia, Karla negaba mientras sonreía.

—Tienes que contarme todo con lujo de detalle —exigió Sebastián mientras tomaba a su amiga del brazo para llevarla a la sala. Ambos se sentaron sobre la alfombra.

—Deja de ser tan cotilla Sebastián Meléndez Camarena —ordenó Karla, sin embargo, no dejaba de sonreír.

—Y un carajo, ¡me lo cuentas todo con lujo de detalle, he dicho!, ¿ya lo hicieron?

—¡Sebastián!

La periodista no pudo evitar carcajearse ante la insolencia e indiscreción de su amigo, pero sobre todo, sonreía porque ver a Sebastián así era ver al Sebastián así, al chico de veintitrés años, tan ordinario como cualquiera de su edad; ese que sería si la violencia no lo hubiese alcanzado, si la guerra no lo hubiese obligado a cambiar.

—No tiene nada de malo un poco de salseo de vez en cuando, ahora mismo solo quiero olvidarme de lo horrible que fue esa reunión con Castrejón —se defendió Sebastián—. ¡Por favor, Karla! He visto a esa piedra de nombre Emiliano expresar sentimientos, ¿tú crees que voy a quedarme así?

—Yo nunca me puse de cotilla contigo y con Salvador —argumentó Karla a su favor.

—Porque no quisiste, puedes preguntar lo que sea que voy a responder —afirmó Sebastián con esa sonrisa burlona en su rostro.

—¿Ah sí? —inquirió Karla también burlesca—, muy bien entonces vamos a cotillear ambos.

—Respóndeme, entonces, ¿lo hicieron? —En lo que Karla tomaba valor para responder, Sebastián se puso de pie para ir por una botella de vino tinto que había visto en la alacena y dos copas de cristal. Volvió a sentarse junto a su amiga y sirvió hasta la mitad ambas copas, luego le dedicó una mirada a Karla en espera de una respuesta.

—No, no lo hicimos —respondió Karla—, vamos paso a paso, poco a poco.

—Ay, qué aburridos —expresó Sebastián y volvió a carcajearse—, la vida es un suspiro, amiga mía, hoy estamos y mañana ya no, aprovecha.

—Ay, me vas a decir que tú y Salvador lo hicieron en cuanto se vieron —ironizó Karla.

—Ganas no me faltaron, pero las circunstancias no eran las adecuadas. —Se carcajeó Sebastián luego de tomar de su copa—. No te creas, Karla, solo bromeo. Salvador y yo también tuvimos nuestro proceso, pero yo tuve que insinuar y poner todo de mi parte, Salvador es lentito como Emiliano, dejaran de ser amigos.

—¿Y qué tal es en la intimidad? —inquirió Karla motivada por las indiscreciones de su amigo y el vino que tomaba.

—Amiga, ya entraste en calor. —Siguió riéndose Sebastián—. Lento, minucioso y delicado —respondió—, pero a la vez apasionado, fuerte, determinado cuando agarra la confianza suficiente. La combinación perfecta, no puedo negarlo.

—No puedo negar que Salvador tiene ese no sé qué, que qué sé yo... que llama la atención —reconoció Karla.

—Pues lo mismo digo de Emiliano, esa altura, esa espalda, ese parche en el ojo, qué te digo.

Esta vez ambos se carcajearon, terminaron el vino en sus copas y volvieron a servirse una vez más.

—¿Lo extrañas? —preguntó Karla luego de unos minutos de silencio.

Sebastián dejó de sonreír y agachó la mirada, se tomó su tiempo para responder.

—Mucho —dijo luego de un par de minutos—, más que a nada a decir verdad.

La periodista terminó con la distancia entre ambos y abrazó a su amigo.

—Si alguna vez vuelves a verlo, ¿qué harías? —inquirió Karla sin tapujos, la respuesta en verdad la intrigaba.

—No lo sé —confesó Sebastián—, no me gusta pensar en ello, vivir de esperanzas solo trae más dolor.

Karla estaba a punto de decir algo cuando el timbre del departamento sonó, ambos se miraron extrañados, pero ella se puso de pie para quitarse las dudas. Puso el ojo en la mirilla y luego volteó a ver a Sebastián, sorprendida. Le dijo algo con los labios, pero él no logró entender en un principio, fue hasta que Karla abrió la puerta y vio quien estaba al otro lado que pudo comprender, era Alexander con una sonrisa en su rostro y una botella de vino en la mano.

—Lo siento, ¿interrumpo algo? —preguntó a modo de disculpa—. Supe que estaban estableciéndose en la ciudad y quise venir a darles la bienvenida.

—No, para nada, pasa —dijo Karla haciéndose a un lado para dejarlo pasar—, justo estábamos relajándonos un poco.

Sebastián iba a levantarse de la alfombra para ser educado y saludarlo, pero Alexander no se lo permitió. Deprisa se sentó a su lado y así estiró la mano para saludarlo, Karla se les unió.

—¿Qué tal la ciudad? —preguntó Alexander para romper el hielo.

—Yo viví aquí casi toda mi vida —respondió Karla—, estoy acostumbrada.

—Y yo viví en Madrid por mucho tiempo —expresó Sebastián— estoy acostumbrado también a las ciudades llenas de gente y de caos.

—Yo llevo ya algunos años aquí y todavía me cuesta —continuó Alexander con la conversación.

—Oye, no había podido agradecerte lo que hiciste lo otra vez por mí —se apuró a decir Sebastián antes de que la conversación cayese en uno de esos silencios incómodos.

—Solo fue la reacción obvia. —Alexander le sonrió—, sé que tú hubieses hecho lo mismo por mí.

Sebastián asintió y, esta vez, si se puso de pie para traer una tercera copa para Alexander, antes de volverse a sentar, cerró la carpeta sobre la mesa del comedor y la llevó al librero.

—Vengo también a invitarlos a cenar mañana a mi departamento —volvió a tomar la palabra Alexander en cuanto Sebastián se sentó—, mi esposa quiere conocerlos y darles la bienvenida también. La verdad es que en este tiempo que llevamos aquí no hemos hecho muchos amigos.

—Oh, será todo un honor, por supuesto ahí estaremos —dijo Karla y le sonrió.

Sebastián le sirvió la copa a la mitad y volvió a llenar la propia y la de Karla.

—Por supuesto —dijo en cuanto puso la botella a un lado—, ahí estaremos.

—También quiero decirles que cuentan conmigo para todo lo que sea necesario —expresó Alexander—. No es un secreto que las cosas entre su país y el mío están algo tensas, y al ser ustedes quienes estarán al frente de esa organización por la paz, es mi deber colaborar con ustedes para lograrlo, no hay nada que me disguste más que la violencia.

Karla y Sebastián sonrieron y asintieron, en un momento en el que Alexander centró su atención en analizar el departamento, aprovecharon para dedicarse una mirada.

—Debe ser difícil, ahora más que nunca, ser el embajador en México.

—Lo es, pero me gusta serlo, México me encanta, es un gran país.

—Sí, lo malo es mucho, pero lo bueno es más —reconoció Karla.

—Sé que ustedes me ayudarán a terminar de conocer todo lo bueno que me falta y que seremos un gran equipo por la paz —manifestó Alexander y levantó su copa a modo de brindis.

Los tres sonrieron y chocaron sus copas, la conversación se alargó hasta más allá del medio día. Fue ahí que dio inicio el trío victorioso, ese que incomodaría y pondría en jaque a muchos, pero también, con el que, desgraciadamente, vendrían muchas tragedias.

Hola, mis estimados.

Sí, un poco tarde pero cumpliendo con el capítulo.

Y sí, el Karmiliano es real.

El amor heterosexual también es parte de esta historia, je, je, je.


Nos leemos el miércoles.

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