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202 días antes.

08 de marzo de 2011


Esa madrugada, Sebastián se fumaba un cigarro en soledad cuando vio llagar la patrulla en la que: Daniel, Elías, Emiliano y también Hilario, arribaron a la oscura belleza de la sierra madre occidental. Aquella noche, se respiraba en el ambiente una falsa sensación de tranquilidad, como si unos cuantos días atrás no se hubiese librado una batalla que dejó a la líder del municipio y a tres de los elementos de Ramírez, muertos.

El silencio en el que se encontraban era de cierta forma exasperante porque en el fondo todos sabían que se trataba de una calma momentánea, que en cualquier momento los disparos volverían a escucharse, que solo vivían esa efímera tregua que solía venir luego de una batalla, que el final de esa guerra parecía más que nunca una utopía lejana, inalcanzable, casi irreal y que, sin embargo, ninguno estaba dispuesto a rendirse. Ese era el motivo por el cual se encontraban reunidos dicha madrugada, a pesar del frío y del cansancio; el motivo por el cual permanecían en lo siniestro de esa belleza sin que las amenazas tácitas les importaran un carajo: «Bienvenidos al infierno».

Sebastián vio a su padre intercambiar palabras con Ramírez y Emiliano a la distancia, no supo si reír o llorar, los sentimientos de encontrarse ahí eran tan discordantes que quizá podría hacer ambas cosas a la vez sin problema alguno. En el fondo, Sebastián sabía lo afortunados que habían sido hasta entonces, a su padre también trataron de quitarle la vida en reiteradas ocasiones, una vez estuvieron muy cerca de lograrlo, pero el hombre que le dio la vida era un hueso duro de roer; la alcaldesa de San Pedro tuvo quizá la misma fortaleza, pero no la misma suerte.

El recordar aquellos días siempre ocasionaba que un escalofrío recorriera la columna vertebral de Sebastián y lo hiciese temblar, ese pasado cruel que se negaba a abandonarlo y que mantenía con vida al hombre frágil y sentimental del que deseaba a toda costa escapar. Aquellos días en los que su padre estuvo a punto de morir, Sebastián no pudo hacer nada para protegerlo porque él mismo luchaba para salir avante en la batalla de seguir con vida; podía recordar con una claridad dolorosa lo frustrante que fue el enterarse a través de lo que, de vez en cuando, Salvador accedía a contarle sobre el sufrimiento por el que su padre y su familia pasaban.

Era consciente de que Salvador solo intentaba protegerlo del dolor pero, sobre todo, el objetivo de su compañero de desgracias consistía en hacerlo más fuerte y resiliente. Sebastián estaba agradecido porque gracias a esas lecciones de entereza logró sobrevivir y, ahora, podía estar frente a su padre para protegerlo de todo aquello que en el pasado no pudo hacer. El municipio de la muerte, ese que vio a Sebastián nacer, se mantenía en estabilidad, en una tregua luego de tantas batallas. Como Karla dijo: el infierno solo se traslada hacia el lugar más vulnerable, pero si en algún momento le tocaba a Hilario volver a ser el protagonista de la lucha, esta vez, Sebastián no iba a dejarlo solo.

En el momento en el que pisó la colilla de cigarro para apagarlo, fue cuando se dio cuenta de que Hilario también lo miraba, su padre se despidió de los agentes con unas palabras que Sebastián no logró descifrar y, despacio, caminó hacia él.

—¿Desde cuándo fumas con tanta frecuencia? —lo cuestionó Hilario en cuanto estuvo a su lado.

—Desde que fue la opción más viable para controlar mi ansiedad —respondió Sebastián con sinceridad y se hizo a un lado para invitar a su padre a sentarse junto a él en la roca en la que observaba la noche pasar.

—Si no odiara tanto el olor a tabaco te acompañaría con uno, ahora me hace falta —dijo Hilario y lo abrazó.

—Papá, ¿qué demonios haces aquí? —preguntó Sebastián sin tapujos.

—Lo mismo que tú: luchar y proteger a los que quiero. —Hilario extendió la mano para aceptar la taza de café caliente que Emiliano se acercó para darle. Lo vieron retirarse en silencio, tal como llegó, el agente de la DEA sabía que padre e hijo necesitaban privacidad.

—Papá, no deberías estar aquí, representa un gran peligro para ti, lo sabes.

—No te preocupes que mañana mismo me voy, Sebastián. Pero no es como que tenga demasiado tiempo para estar a tu lado y hablar contigo, necesitaba aprovechar la oportunidad.

Sebastián huyó de la mirada de su padre y perdió su vista en las luciérnagas que prendían y apagaban entre la oscuridad y los árboles. A la distancia, vio a Karla platicar de forma amena con Emiliano, no pudo evitar sonreír. Huía de la mirada de su padre porque en los últimos mesas la conversación siempre terminaba yendo a donde mismo, Hilario aún seguía posicionándose en contra de que Sebastián hubiese dejado todo atrás para aceptar el reclutamiento de la DEA, había logrado asimilar su decisión y la respetaba, sin embargo, no la apoyaba y quizá nunca iba a hacerlo. Eso causaba rencillas entre ambos, y a Sebastián le disgustaba que el tiempo que pasaban juntos se les fuese en una pelea sobre una decisión que ya había tomado hace bastante tiempo y que no iba a cambiar.

—No me malinterpretes, papá. —Sebastián se atrevió a mirarlo—. Disfruto y agradezco a la vida cada segundo que me permite estar a tu lado, pero las últimas veces que nos hemos visto siempre terminamos discutiendo sobre lo mismo y no quiero que sea así.

—Tampoco me gusta pelear contigo, hijo —dijo Hilario y le sonrió—. Ya entendí que, por más que me duela, ya no eres mi pequeño. También ya entendí que esa guerra en la que te viste inmiscuido te cambió, nos cambió a todos, y que ya no hay vuelta atrás. No tiene sentido que peleemos entre nosotros, por eso quiero trabajar a tu lado.

Aunque tarde, Sebastián correspondió al abrazo que minutos atrás su padre le había dado y, de igual forma, a la sonrisa que le dedicaba. Por un momento se permitió sentirse como ese niño pequeño de papá, se esforzó por ignorar el lugar en el que se encontraban, por olvidarse de las amenazas dictadas en su contra y de las circunstancias que, esa madrugada, los tenían en ese infierno tan bello.

—Yo estaré encantado de trabajar a tu lado, papá, llevaba meses esperando que me dijeras esto, que llegáramos a ese acuerdo —declaró Sebastián con una voz tan melancólica que casi se le quiebra—, pero tienes que irte de aquí, en verdad corres peligro. No quiero que vuelvas a ser su objetivo.

—Me iré al amanecer, Emiliano ya me dijo que él personalmente me llevará hasta la puerta del rancho, deja de preocuparte por eso —pidió Hilario luego de darle un sorbo a su café—. Quien está preocupado porque te quedes aquí soy yo y no voy a negarlo, en verdad quisiera llevarte conmigo, pero no voy a cuestionarte más.

—A veces uno tiene que sacrificarse, eso tú me lo enseñaste desde pequeño.

—A veces quisiera que mis enseñanzas aplicaran solo para mí, pero dejaremos ese tema por la paz, hijo, porque tenemos que tratar otro tema muy importante, uno que a lo mejor me concede el deseo de que te vayas de aquí, pero que a la vez te pone en otras situaciones quizás más peligrosas. ¿Qué vas a hacer con lo que Castrejón te propuso?

Todo el tiempo desde la reunión con el presidente, Sebastián había pensado en la propuesta y en lo que haría al respecto; sin duda alguna, el estar dentro de las grandes esferas de la política del país haría que luchase en esa guerra desde otra perspectiva, con otras reglas y como su padre bien acaba de decirlo, con otros riesgos. Aun así, Sebastián creía que era algo que debía intentar. «Luchar por la justicia desde el poder», se recordaba cada día, pero un paso así no podía darlo solo, debía consultarlo con quienes más confiaba.

—Creo que puede ser una buena oportunidad —expresó Sebastián y volvió a perder su mirada en la oscuridad, reflexivo—, pero no es una decisión que tomaré solo, tú y mis amigos tienen que ayudarme.

Con una señal, Sebastián llamó la atención de Karla y Emiliano y los invitó a unírseles, estos no dudaron ni un segundo y se pusieron de pie para reunirse con los hombres Meléndez: la periodista se sentó en el césped frente a su amigo, el dirigente de la DEA en México en una piedra al otro extremo. Ambos miraron a Sebastián y a Hilario, expectantes, a la espera de lo que tenían que decirles.

—Hablaba con mi padre sobre la propuesta del presidente Castrejón —comenzó a hablar Sebastián—, creo que es un tema que nos concierne a todos.

—Te dije que Castrejón te lo propondría desde antes de que iniciaras tu reclutamiento en la DEA —dijo Emiliano y miró a Sebastián—, ¿qué piensas tú al respecto?

—Creo que podría servirnos para afrontar esta guerra desde otra perspectiva —respondió Sebastián.

—Antes de decidir cualquier cosa tenemos que tomar en cuenta todas las implicaciones —intervino Hilario y se tomó el resto del café de un solo trago.

Karla, como ya era una costumbre en ella, miraba y escuchaba en silencio lo que los demás tenían que decir para luego poder dar su opinión y refutar en lo que no estaba de acuerdo.

—Sí, es algo a tomar en cuenta lo que significaría que Sebastián acepte —estuvo de acuerdo Emiliano—. ¿Qué es lo que a ti más inquietud te causa, Hilario?

—Que Sebastián acepte significaría que lo asocien por completo a Castrejón y al partido político que representa. Yo mantengo una relación cordial con el presidente, pero no sé si relacionarse con él a ese extremo sea algo que le convenga a Sebastián —dijo Hilario con sinceridad.

—Creo que eso es algo menor. —Emiliano prendió un cigarrillo—. Eso importaría si Sebastián tuviese intereses políticos más allá de esto, pero creo que no es el caso. Aunque entiendo por qué te preocupa, Hilario, tú sí que tienes intereses políticos y lo que haga Sebastián se asociará contigo. Yo creo que es una excelente oportunidad que Sebastián dirija un organismo tan importante como el que Castrejón propone.

—En la política yo soy un hombre independiente —refutó Hilario—, y mi carrera la he formado yo solo. Me preocupa con lo que pueda relacionársele a Sebastián por los peligros que eso implica, sobre todo ahora que las elecciones presidenciales se aproximan.

—Estar dentro de presidencia también le da blindajes —argumentó Emiliano luego de darle un calada larga al cigarro.

—Entiendo que a ti te conviene que Sebastián acepte, Emiliano —rebatió Hilario mientras miraba al agente de la DEA con firmeza—, ante las posturas contra el intervencionismo que tiene el presidente, tener a alguien dentro es algo que tú necesitas.

—Creí que ya había quedado claro que luchábamos del mismo bando, Hilario —refutó esta vez Emiliano—, que Sebastián esté dentro es algo que nos conviene a todos.

—¡Dejen de pelear! —intervino Sebastián para defenderse—, si entro es porque dirigir una organización por la paz es algo que en verdad me interesa. ¡Yo no soy el títere de nadie!

Karla sonrió satisfecha ante la intervención de Sebastián, no podía sino estar orgullosa de su amigo, al parecer todas las pláticas y reflexiones que habían tenido durante madrugadas enteras, surgían efecto en él y lo llevaban a desarrollar ese pensamiento crítico tan necesario para tomar decisiones; no todo era blanco y negro, en los grises siempre se encontraban matices y perspectivas a tomar en cuenta. La periodista miró a Sebastián y le sonrió, luego se decidió a por fin intervenir.

—Caballeros, creo que en este intercambio de ideas y verdades han dicho tres palabras que son clave: trabajo en equipo —enfatizó Karla con la mirada en alto y voz firme—. Emiliano, hace ya bastantes días que tuvimos esta conversación, más que regirnos del todo por las decisiones y deseos de la DEA, nos regimos por ti, es en ti en quien confiamos, la DEA es solo un instrumento. Aquella noche en la bodega de Ramírez, nos prometimos que nos cuidaríamos entre nosotros y hasta ahora así ha sido, quiero y tiene que seguir siendo así. —Los tres miraban a la periodista con una atención que no la ponía nerviosa en absoluto, al contrario, la hacía sentir más segura de sí misma y del poder que tenía—. Por otro lado creo que las inquietudes de Hilario son genuinas: que Sebastián tome la batuta de ser el responsable de la paz en el país traerá muchos riesgos consigo, hasta ahora Sebastián se ha mantenido con un bajo perfil, aceptar esto lo volverá en un objetivo de muchos, de eso no tengan duda —aseveró Karla y apretó los labios—, pero conozco a mi amigo, y sé que es un riesgo que asumirá.

—Solo si ustedes están a mi lado —dijo Sebastián con una sonrisa y les dedicó una mirada a cada uno.

Esa madrugada, el amanecer los alcanzó mientras hablaban de objetivos, promesas, acuerdos y luchas.


Pasado el mediodía, el avión privado en el que Sebastián y Karla viajaban rumbo a la capital, hacía su arribo en un aeropuerto privado de la ciudad. Varias camionetas del estado mayor ya los esperaban para trasladarlos hasta el palacio presidencial. Al llegar, Fátima Carvajal, la asistente de presidencia, los recibió con una sonrisa y los invitó a seguirla. A Sebastián le sorprendió la amabilidad de la mujer, otras veces que había estado ahí había sido menos cordial.

Castrejón los recibió en la oficina principal de presidencia. A pesar de que apenas y se habían visto un par de días atrás, les estrechó la mano y los abrazó como si fuesen unos amigos de toda la vida a los que llevaba varios años sin ver. Tanta efusividad comenzaba a incomodar a Sebastián, sin embargo, el tener un papá político lo había curtido un poco en cuanto a relaciones diplomáticas, Hilario le advirtió que sería así: cada vez que una alianza de tal importancia se consolidaba, la diplomacia y, sobre todo, la camaradería hacían acto de presencia para dar esa imagen de confianza y liderazgo necesarias en política.

—¡Qué gusto me da tenerlos aquí y tan pronto! —expresó Castrejón aún con la sonrisa en el rostro.

—¿Quién lo iba decir presidente? Hace unos meses nos reunimos porque el país pasaba por una de sus batallas más violentas, y ahora estamos aquí para volver a trabajar juntos y evitar que unos hechos tan lamentables como los de aquel día vuelvan a suceder —intervino Karla y correspondió a la sonrisa del presidente.

—No creas que he olvidado la forma tan poco amable en la que tú y tu amigo me privaron de la libertad para que hablara con ustedes aquella noche —dijo Castrejón y agregó una pequeña carcajada para quitarle seriedad a su reclamo.

—A situaciones desesperadas, medidas desesperadas, señor presidente —contestó Karla y su sonrisa se amplió—. Gracias a eso que mi amigo y yo hicimos, hoy los tres podemos estar aquí.

—Y es justo por lo que estamos aquí —terció Sebastián para intentar aligerar la conversación y dirigirla hacia el rumbo correcto—, como dijo Karla: debemos trabajar para que unos hechos tan lamentables como los sucedidos meses atrás, no vuelvan a ocurrir.

Castrejón asintió y volvió a sonreír, Sebastián encontró al mirarlo que aquella era una expresión genuina; más allá de la diplomacia e intereses personales, al parecer, el presidente estaba en verdad contento porque ellos estuviesen ahí. Le quedaba poco más de un año en la silla presidencial y su interés por dejar al país en paz y lo más alejado de la violencia parecía nacer desde la sinceridad y el interés, eso a Sebastián lo dejó más tranquilo y lo hizo también sonreír.

—Como sabrán, la organización por la paz es una iniciativa que yo presenté y que ya ha sido aprobada por el senado —expresó Castrejón mientras los veía a los ojos—, su objetivo será tener presencia en los treintaiún estados de la república y el Distrito Federal, y trabajar de la mano del sector educativo y de desarrollo social para apoyar a ciudades, municipios y comunidades afectados por la ola de violencia en la que vivimos. Atacar el problema de raíz y cumplir con dicho objetivo será su trabajo —concluyó el presidente.

Karla y Sebastián voltearon a verse y asintieron, ya habían estudiado de principio a fin la propuesta presentada por Castrejón, sabían a la perfección a lo que se enfrentarían y cuál sería su trabajo. Las sonrisas en sus rostros también eran genuinas, aunque ambos tenían sus propios intereses personales en el proyecto, el estar al frente era algo que los entusiasmaba, que los motivaba y que los hacía más fuertes.

—Estaremos encantados de comenzar a trabajar en ello —expresó Sebastián.

—Excelente, pronto haré tu nombramiento oficial —informó Castrejón—, entre más rápido comencemos a trabajar, mucho mejor.

Los tres estrecharon la mano y sonrieron para cerrar el pacto y, ese día, Castrejón los trajo de aquí para allá en sus actividades oficiales como parte de esa unión que acababan de afianzar. Por la noche, el presidente los invitó a una cena para celebrarlo, fui ahí donde volvieron a encontrarse con Alexander Murphy.

Cuando llegaron al restaurante, varias personas ya ocupaban un sitio alrededor de la mesa, estaban ahí presentes: el secretario de gobernación, el de educación y el de desarrollo social, también Fátima Carvajal, el jefe de gobierno del Distrito Federal y, por supuesto, Alexander con toda su seguridad y simpatía que lo caracterizaba.

En un principio, Sebastián se puso algo nervioso, ser el centro de atención no era algo que le encantara, por más que había trabajado en ello, seguía costándole llevar la batuta de una conversación; sobre todo ante personas con rangos tan altos e importantes, sin embargo, logró mantener la calma y llevar una conversación amena con los presentes. Fue de gran ayuda que, esa noche, no hablasen de trabajo, sino de la vida en general, también Karla fue un gran apoyo con su personalidad extrovertida y su sinceridad que sacaba carcajadas y bocas torcidas por igual.

Lo ameno que la plática se volvió, hizo que Sebastián se desinhibiera y comenzara a tomar más de lo sensato, fue cuando sintió que su lengua ya no coordinaba del todo con sus pensamientos, el momento en el que se disculpó para ir a los servicios. Una vez estuvo a solas, se inclinó sobre el lavabo y se mojó la cara en reiteradas ocasiones; su piel blanca estaba enrojecida y sentía los parpados adormilados, negó ante el espejo y sonrió, luego se dio un par de cachetadas para espabilar.

Al salir de los servicios no se sentía del todo en condiciones para regresar a la mesa, así que decidió ir a la terraza con la que contaba el restaurante para tomar un poco de aire. Pasaba ya de media noche y el lugar se encontraba vacío, en silencio, Sebastián observaba con asombro las luces de la ciudad y su belleza. En todos los meses de entrenamiento que había tenido, aprendió a utilizar sus sentidos con mayor agudeza, sintió que alguien caminaba a sus espaldas y volteó de inmediato, se trataba de Alexander.

—¿Te aburriste de las anécdotas de la clase política mexicana? —preguntó el embajador en cuanto estuvo a su lado.

—No, solo quería tomar un poco de aire —respondió Sebastián y lo miró a la cara.

—Así que has aceptado la propuesta de Castrejón —inquirió Alexander para seguir con la conversación.

—Sí, he aceptado, trabajar por la paz es algo que me motiva —reconoció Sebastián mientras volvía a perder la mirada en las luces de la ciudad.

—Eres todo un idealista como tu padre. —La sonrisa en el rostro de Alexander se amplió.

—Pues por algo soy su hijo —contestó Sebastián—, tengo que parecerme a él.

—¿Tienes idea de en qué te estás metiendo? —cuestionó Alexander, pero no en un tono severo, sino curioso.

—Soy un sobreviviente de esta guerra, créeme, sé lo que hago.

—No eres solo un sobreviviente: ¡eres el sobreviviente de esta guerra!

—Al parecer me conoces demasiado bien.

—¿Quién en este país no conoce a Sebastián Meléndez? Tu resurrección en televisión nacional fue más emocionante que la de Jesucristo.

—Si fuese un hombre religioso estaría molesto contigo por blasfemo.

—Qué bueno que no lo eres, los religiosos y yo no solemos llevarnos muy bien, y yo quiero llevarme bien contigo.

Sebastián volvió a mirarlo a los ojos y se encontró con su sonrisa, de forma genuina le sonrió de vuelta.

El equipo de seguridad de presidencia los interrumpió para informarles que la mayoría de invitados a la cena estaban por retirarse, ambos asintieron y caminaron en silencio detrás de los hombres de seguridad. Cuando llegaron a la mesa, Sebastián se dio cuenta de que Karla también había tomado de más, la tomó del brazo y la ayudó a ponerse de pie. «Estoy bien», le susurró ella al oído cuando notó su cara de preocupación.

Poco a poco fueron abandonando el restaurante, los vehículos oficiales esperaban estacionados a las afueras. Alexander caminaba con discreción detrás de Karla y Sebastián, cuando este volteó a verlo, ambos se sonrieron una vez más. Fue el momento en el que Karla había subido a la camioneta y Sebastián esperaba con paciencia a que lo hiciera, cuando el sonido de dos motocicletas que avanzaban por la avenida a gran velocidad pudo escucharse, Alexander, que tenía una visión más amplia de la calle, reaccionó de inmediato y tacleó a Sebastián para tirarlo al suelo, un par de segundos después fue que unos cuantos disparos sonaron y las motocicletas aumentaron la velocidad para dejar atrás la avenida.

No dispararon hacia ellos, los disparos fueron hacia el aire: un aviso, una advertencia de que los vigilaban. De cierta forma, Alexander había arriesgado su vida para salvar la de Sebastián. Así comenzaba su amistad.

Hola, mis estimados.

Este capítulo debió publicarse ayer, pero tuve algunos problemas técnicos. En fin, gracias por su comprensión.

Este viaje al pasado nos ayuda a dimensionar a detalle lo complejo y lo que implica el asesinato de Alexander.

¿El dirigente de la organización por la paz cometiendo un magnicidio de esa magnitud? Contradictorio cuando se lucha por la paz.

Alexander le salva la vida a Sebastián y luego Sebastián lo asesina...

¿Sebastián miente o dice la verdad?

El asesino de Alexander solo quería que la guerra volviese a explotar... y lo consiguió.


Nos leemos el sábado.

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