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3 días después.

18 de septiembre de 2011.


En cuanto llegaron a la casa de seguridad que Ramírez tenía en la capital, Karla y Sebastián se abrazaron con fuerza. El comandante les había dado una tregua, «tenemos que descansar un poco», les dijo, y en sus adentros Sebastián lo agradeció porque sentía que, en cualquier momento, el cansancio que dominaba su cuerpo, iba a vencerlo. La casa de seguridad se ubicaba a las orillas del oriente de la ciudad, durante el camino para llegar Sebastián había apretado en más de una ocasión los puños y los dientes cuando una camioneta del ejército pasaba frente a ellos, cada cinco minutos tenía que recordarse que iba dentro de una patrulla de la policía federal y que no iban a detenerlos.

El lugar donde se resguardarían durante los próximos días era una casa de apariencia discreta por fuera: la pintura estaba vieja y la humedad hacía que se cayera a pedazos de la pared, podían observarse varias partes que necesitaban ser resanadas y la hierba cubría casi toda la banqueta, sin embargo, por dentro, era como una fortaleza. La casa tenía todo lo necesario para resguardarlos en comodidad y seguridad. Para entrar, el comandante había tenido que abrir tres puertas de metal que aumentaban su grosor de menos a más, las ventanas también estaban protegidas con secciones de acero y en el recorrido que Ramírez les dio por cada rincón les enseñó las distintas salidas de emergencia que la casa tenía.

Lo más interesante era que en lugar de haber una sala convencional, se encontraba al centro de esa habitación una especie de centro de computación que Karla sonrío al ver, sin duda les sería bastante útil. La casa contaba con tres habitaciones, Ramírez había sugerido la división obvia para él: Karla y Cristina en la habitación más alejada para poder protegerlas en caso de ataque, Sebastián y Daniel en la habitación frente a ellas y Elías y él en la principal para estar al pendiente de cualquier situación, sin embargo, Cristina se opuso al instante:

—Quiero estar en la misma habitación que mi hijo —había dicho—, voy a sentirme más segura de esa manera.

—Yo puedo dormir con Sebastián sin problema —agregó Karla al instante—, hagamos el cambio.

A Ramírez no le había quedado de otra más que aceptar, aunque Sebastián pudo ver en su rostro que no estaba del todo conforme, aún tenían acuerdos a los que llegar y trabajar para recuperar la confianza el uno en el otro, pero, a la vez, el comandante tenía que ceder, ese era un primer paso. Sebastián también se encontró con la mirada de Cristina y no pudo evitar sonreír, a pesar de todo, la actitud de la mujer le gustaba, Sebastián sabía que había sugerido el cambio no para que Daniel cuidara de ella, sino para ella cuidar de él.

Luego de terminar de mostrarles la casa e indicarles qué hacer en caso de emergencia, Ramírez les dio luz verde a todos para ir a descansar un par de horas; fue cuando estuvieron dentro de su habitación asignada que Karla y Sebastián se abrazaron con fuerza, el saberse cerca el uno del otro les revitalizó el alma a ambos. Antes de decir palabra alguna, se miraron a los ojos y se comunicaron a señas, pusieron en práctica todo lo que Emiliano les había enseñado y comenzaron a buscar micrófonos y cámaras ocultas; querían confiar en Ramírez, pero la vida les había enseñado a ser cautos, en los únicos que podían confiar a cabalidad era en ellos mismos. Cuando comprobaron que la habitación se encontraba libre de espionaje, Karla tomó a Sebastián de las manos y lo cuestionó:

—¿Qué ha pasado? —preguntó la periodista en un grito susurrado.

Sebastián resopló y volvió a abrazarla, se tomó su tiempo para responder.

—Ni yo mismo sé qué sucedió —expresó con sinceridad y, agotado, se recostó en el colchón.

—Tienes que contarme lo que sucedió dentro de ese salón sin omitir nada —exigió Karla.

Una vez más, Sebastián se obligó a regresar a los recuerdos de lo sucedido la noche de la celebración de independencia y se lo contó a Karla con lujo de detalle dentro de la precisión que su memoria le permitió.

—¡Alexander muerto, Sebastián!, ¡muerto! Aún me cuesta creerlo —dijo Karla en cuanto su amigo terminó el relato.

—Imagínate mi sorpresa cuando recuperé la consciencia y vi su cuerpo sin vida. —La imagen hizo que Sebastián volviese a temblar—. Sin embargo, si tenemos en cuenta quién era Alexander en realidad, no debería sorprendernos tanto.

Karla se puso de pie y caminó en círculos alrededor de la habitación, era como una manía que utilizaba cuando necesitaba reflexionar. Sebastián se esforzó por mantener los ojos abiertos, sabía la importancia de hacer una evaluación sobre su situación actual para, a partir de ahí, encontrar la mejor manera de actuar. Tener a Karla a su lado lo hacía sentirse seguro, en el tiempo que llevaban luchando juntos, ambos se habían complementado a la perfección; Sebastián tenía plena consciencia de que podía confiar en Karla con los ojos cerrados, y lo que él podía brindarle a ella era reciproco.

—Cuando Daniel me susurró al oído tu mensaje tuve mucho miedo, Sebastián —se sinceró Karla con él—. Ya había perdido a Emiliano, no podía perderte a ti también.

—¡No hemos perdido a Emiliano, Karla! —Se enderezó Sebastián para mirarla a los ojos.

—Sabes muy bien a lo que me refiero, la sensación de quedarme sola en medio de esta guerra, me abrumó.

—Por eso escapé de ahí, Karla. Sabía a la perfección lo que significaba quedarme, ¿hice bien?

—Hiciste bien, Sebastián. Todo está en tu contra.

Sebastián volvió a tirarse sobre el colchón y se llevó las manos a la cabeza, la plena consciencia de lo que sucedía le llegó de golpe luego de que Karla dijese esas últimas palabras; todo estaba en su contra y sabía que ganar esa batalla no sería sencillo. Alexander estaba muerto y el hecho de pensar en lo que había detrás de esa muerte hacía que un sentimiento de ansiedad y desesperación se apoderara de él. A veces le pasaba por la cabeza la idea de rendirse con la esperanza de que así todo terminara, sin embargo, rendirse significaba causar daño a otras personas que no se lo merecían.

—¡Mi familia! —gritó Sebastián y luego apretó los ojos, los diente y los puños.

—Los vi cuando el fiscal me llevó a declarar, pero desde entonces ya no he sabido nada de ellos —dijo Karla—. De momento, llamarlos o tratar de comunicarnos con ellos no sería apropiado, tendremos que buscar otras vías para contactarlos.

Una vez más, Sebastián puso en práctica aquella técnica que Salvador le había enseñado en el pasado: cerró los ojos y colocó las manos sobre su abdomen, luego comenzó a respirar lento y profundo; se permitió unos minutos de tranquilidad en un intento de olvidar lo que pasaba fuera de esa habitación; sintió como sus manos subían en compañía de su abdomen al ritmo de su respiración y también a su corazón latir. Hacerlo lo ayudaba siempre a recuperar su centro, a aferrarse a su entereza y así afrontar los hechos con valentía. De cierta forma, Salvador seguía haciéndole honor a su nombre.

—Karla, necesitamos saber qué haremos en cuanto salgamos de esta habitación.

—¿Crees que podemos confiar en Ramírez?

—Creo que podemos hacerlo, en su interrogatorio yo me sinceré por completo con él y estoy seguro de que creyó en mi palabra, de lo contrario no estaríamos aquí. Karla, es necesario que encontremos aquello que unió a Rosa Blanca en el pasado, Ramírez no es un mal tipo, el problema es que sigue creyendo que Emiliano es culpable, eso es lo que nos separa porque nuestros objetivos siguen siendo los mismos.

—Entonces demostrar la inocencia de Emiliano y sacarlo de ahí debe ser una de nuestras prioridades, Sebastián.

—El detalle es que solo tenemos la confianza, la fe y el cariño que sentimos por él como pruebas de su inocencia. Emiliano está tan jodido como yo, todo está en su contra.

—Hay que llegar a las pruebas reales, entonces, amigo.

—¿Y sí nos estamos equivocando, Karla? ¿Y si en verdad Emiliano es culpable?

—¡No puedo creer que estés dudando de él!, yo no tengo ninguna duda de que Emiliano es inocente.

—No me malinterpretes, Karla, pero es que el mismo Emiliano nos enseñó a dudar de todo y de todos.

—Justo en el dudar creo que está la clave para demostrar la inocencia de Emiliano. Lo conozco bien, Sebastián. Y lo que vi en sus ojos me hace creer en él. ¿Por qué Emiliano se culparía a sí mismo de algo que estamos seguros que no hizo?

—¿Crees que la muerte de Alexander puede estar relacionada con lo de Emiliano?

—Estoy casi cien por ciento segura de que es así.

Al igual que su amiga, Sebastián se puso de pie y caminó en círculos alrededor de la habitación, mientras lo hacía, reflexionaba la situación en la que se encontraban antes de que Alexander fuese asesinado, tenían que unir todas las piezas para poder armar el rompecabezas. Decidió exteriorizar sus pensamientos en voz alta para que así Karla pudiese ayudarle a encontrar piezas que podían estar escapando de su vista y razonamiento.

—Recapitulemos —le pidió Sebastián a Karla—. Alexander no era el hombre que decía ser, eso lo descubrimos porque él mismo nos lo dijo cuando acudió a nosotros en busca de ayuda, estaba arrepentido de lo que había hecho y, de cierta forma, quería redimirse.

—Correcto, y agrego que todo nuestro panorama cambió en cuanto Alexander se volvió nuestro aliado —manifestó Karla—. Rosa Blanca no habría llegado hasta donde llegó de no haber sido por toda la ayuda que Alexander nos dio.

—Recuérdame por qué confiamos en Alexander —pidió Sebastián mientras él mismo hacía un viaje en su memoria hacia a aquellos días.

—Porque con hechos nos demostró conocer los origines de la guerra que hoy nos tiene aquí —respondió la periodista.

—Karla, si tenemos en cuenta la organización de la que Alexander era parte y que estaba a punto de traicionar, las personas que querrían verlo muerto serían muchas.

—Pero los únicos que lo sabíamos éramos tú y yo, Sebastián. Nadie más.

—O eso es lo que nosotros creemos, Karla.

Ambos volvieron a mirarse en silencio mientras en sus adentros intentaban encontrar algo que se les estuviese escapando. Sebastián no había dicho a nadie en absoluto nada de lo que Alexander le había confiado, era consciente de lo mucho que estaba en juego detrás de esos planes, sabía también que Karla tampoco sería capaz de filtrar información tan seria. De lo que no tenía certeza absoluta era de qué otras cartas jugaba Alexander, sobre todo después de que la relación entre los tres comenzó a fracturarse.

—¿Estás pensando que Alexander pudo contarle lo que haríamos a alguien más? —inquirió Karla a modo de pregunta retórica, de antemano sabía la respuesta.

—Sí, es justo lo que estoy pensando —expuso Sebastián—. Alexander necesitaba respaldos y blindajes, sobre todo después de cómo estaban las cosas entre nosotros. Eso o que alguien pudo descubrirlo sin que ninguno de nosotros nos diéramos cuenta.

—Me voy más por la primera opción —dijo Karla—, ¿pero a quién pudo contárselo?, ¿Ramírez?

—No lo sé, lo vi demasiado consternado, como si en verdad no supiera lo que pasó. Además el comandante no se anda con rodeos, en verdad creo que está volviendo a confiar en nosotros.

—¿Entonces? Sebastián, investigamos todo sobre su vida, pasábamos la mayor parte del tiempo a su lado y se volvió no solo nuestro aliado, sino también nuestro amigo. Alexander era un hombre bastante solitario y con toda seguridad te digo que, si todo salía de acuerdo a lo planeado, su deseo en verdad era desaparecer junto a la familia que le quedaba.

—¿Su esposa? Quizá luego de lo que sucedió pudo decirle algo a ella.

—No lo creo, Alexander se esforzaba demasiado en mantenerla lejos de toda esta mierda, sobre todo después de la tragedia. Jessica vive en una especie de burbuja, pero no estaría de más investigar un poco.

—Creo que es oportuno hablar también de cómo estaban las cosas entre Alexander y nosotros, en nuestras tenciones quizá podemos encontrar algo que nos ayude, ¿no crees, Karla?

La periodista volvió a caminar por la habitación para regresar a sus reflexiones y recuerdos. Un nudo se formó en su garganta al recordar los días vividos junto a Alexander y Sebastián, una sonrisa melancólica curvó con discreción los labios de Karla porque esa sensación de plenitud que experimentó cuando junto a sus amigos ganó batallas importantes, volvió a invadirla. Desde el día que Manuel la llevó hasta el cuerpo de su hermano, algo en ella había muerto; creyó que nada la haría recuperar esa pasión que la caracterizaba, se equivocó. Lo vivido con Sebastián y Alexander, y también con Emiliano, le había devuelto las ganas de vivir con un propósito, sin embargo, en su siniestra naturaleza, esa guerra ahora intentaba arrebatárselo una vez más, no iba a permitirlo.

—Tienes razón —dijo Karla después de que abandonó sus reflexiones—, las cosas entre Alexander, tú y yo iban muy bien hasta que aquella tragedia sucedió, estábamos cerca de ponerle fin a esta guerra, pero todo se torció en ese momento. Alexander no fue el mismo desde entonces.

—Alexander perdió a su hija, Karla. No puedo dimensionar lo que llegó a sentir, pero es justo al punto al que quería llegar. —Sebastián se recargó en la pared y cruzó los brazos con la mirada fija en su amiga, lo que daría por tener un cigarro para fumar en esos momentos—. Para Alexander, nosotros nos pusimos del lado del asesino de su hija, seguro que se sintió traicionado y al perder la confianza en nosotros, le contó a otra u otras personas nuestros planes. El dolor que sentía pudo nublarle el juicio y hacerlo confiar en las personas equivocadas, la información se infiltró y Alexander terminó muerto.

—Tienes un punto, amigo, lo tienes —reconoció Karla—, y si tienes razón, nosotros estamos involucrados en los planes de Alexander hasta los dientes. Quizá por eso te han incriminado en el asesinato de Alexander, así matan dos pájaros de un tiro.

—Bien, también tienes un punto, amiga —concedió Sebastián a Karla—, pero sí Alexander nos traicionó, entonces nuestro anonimato como miembros de Rosa Blanca está expuesto...

—Y esa puede ser la razón por la que los mudos nos han señalado de forma directa y por la que quieren nuestras cabezas —teorizó Karla.

Sebastián caminó hacia ella y volvió a abrazarla, ambos necesitaban de ese gesto, llegar a las conclusiones a las que llegaban, implicaba ser más fuertes que nunca, y esa fortaleza solo podían dársela entre ellos mismos, de momento era lo único que tenían. Ambos sabían lo que significaba ser un objetivo de los mudos.

—Bien, Karla, muy bien. Ahora tenemos algo con lo que podemos trabajar —dijo Sebastián en cuanto terminaron con el abrazo.

—Sí, de acuerdo. Pero también recuerda lo que Emiliano nos enseñó —le pidió Karla mirándolo a los ojos—: no podemos cerrarnos a una solo posibilidad, hasta ahora, estos son los hechos más obvios, pero puede haber otros que no estemos viendo. Los mudos no son nuestros únicos enemigos.

—Estoy consciente de ello Karla —dijo Sebastián—. Yo mismo hablé con Alexander y le recordé que las cosas no siempre son como aparentan, que él era mi amigo y yo quería justicia para su hija tanto como él, que nos diera tiempo para demostrar la inocencia de Emiliano y así encontrar al verdadero culpable, pero el dolor lo cegó y no pudo entenderme. No lo juzgo, me pongo en su lugar y yo sí puedo entenderlo. Tenemos que asegurarnos de que su esposa y sus dos hijas aún con vida estén bien, se lo debemos, Karla.

—Se lo debemos y vamos a hacerlo, Sebastián, pero para ello primero tenemos que poder salvarnos a nosotros mismos —expresó la periodista—. Volvamos a Emiliano, ¿por qué nuestro amigo se echaría la culpa de algo tan horrible?, ¿qué o a quién está protegiendo y por qué?

—Interesante pregunta, Karla. Al parecer Emiliano no nos contaba todo lo que hacía.

—Si tú no mataste a Alexander, ¿quién entonces jaló de ese gatillo?

—Veamos qué pregunta podemos responder primero, quizá una respuesta nos lleve a todas las demás, amiga mía.

La periodista asintió y se masajeó las sienes, tenía un molesto dolor de cabeza que comenzaba a exasperarla.

—¿Y qué tenemos que hacer para encontrar esas respuestas? —inquirió Karla al tiempo que se tronaba el cuello en busca de un poco de relajación.

—Empezar a partir de lo que tenemos —respondió Sebastián—. Sabemos que Alexander era parte de Supremacy, sabemos también que los mudos trabajan o son financiados por esa organización de origen ruso, me parece que ese es un buen comienzo.

Karla miró a Sebastián en silencio mientras sopesaba lo que él acaba de decirle, en ese mismo silencio puso a trabajar a su memoria en un intento de recabar cualquier información que pudiese servirles, para salir abantes de esa batalla iban a necesitar mucho más que conjeturas. Los recuerdos que vinieron a su mente le dieron un poco de luz, sin embargo, no estaba segura de qué tan prudente sería decírselo a Sebastián, sobre todo porque ni ella misma tenía certeza sobre ello, pero ante la situación en la que se encontraban, no podía guardarse nada.

—No estoy del todo seguro, Sebastián —comenzó a hablar Karla—, pero creo que debería decírtelo...

—¡Dilo sin rodeos! —exigió Sebastián.

—Bueno, los días en que tú estuviste con Alexander y yo con Emiliano, oí cosas. También algunas veces, por casualidad, oí cosas detrás de la puerta de la oficina de Willy, ya sabes, soy periodista, investigar es lo mío...

—Ajá, ¡dilo ya!

—No tengo certeza, pero por lo que oí y por lo que sé, la misión de Salvador se desarrolla o desarrollaba en Rusia y su objetivo era investigar a fondo a Supremacy...

Sebastián miró a Karla y, al igual que minutos atrás lo hizo ella, en silencio meditó lo que acababa de decirle, varias conjeturas se formaron en su mente pues, a pesar de que lo que Karla decía eran meras sospechas, sus palabras tenían mucho sentido. Sebastián dejó de pensar, resopló y se pasó las manos por el cabello.

—Suponiendo que tienes razón, ¿cómo eso podría ayudarnos? —cuestionó Sebastián.

—Vamos, amigo mío, nos ayudaría muchísimo, lo sabes.

—Bien, entonces podemos ir con Willy, explicarle la situación y pedirle información...

—Willy no va a darnos información, Sebastián. Tengo entendido que esa misión está clasificada como C+, no tenemos el rango para acceder a ella. Además, Willy no está nada contento con nuestras rebeldías, con Emiliano fuera nuestra situación dentro de la DEA es demasiado ambigua.

—¡¿Y qué hacemos entonces, Karla?! —volvió a cuestionar Sebastián—, ¿nos montamos muy tranquilos a un avión con rumbo a Rusia para ir a buscar al cabrón de Salvador?

Karla vio cómo Sebastián desviaba la mirada y luego le daba la espalda, sonrío porque sabía lo que Salvador seguía significando para su amigo, por más que él tratara de negarlo. Se acercó a él y puso la mano sobre su hombro, con la otra acarició su cabello como forma de solidaridad.

—Amigo, trata de no pensar con el corazón —le pidió Karla y sonrió, luego lo obligó a que la mirará a los ojos.

—Perdón —se disculpó Sebastián—, no volverá a suceder. Pero siendo objetivos, no sabemos nada de la situación de Salvador, si está en Rusia o no, si está vivo o muerto.

—Quizá yo deba hacerle una nueva visita a Emiliano para hacerle una cuantas preguntas, porque tú eres en estos momentos el hombre más buscado, pero yo solo soy una simple periodista que hace su trabajo hasta que alguien demuestre lo contrario.

—Pero quisimos ver a Emiliano muchas veces y se negó.

—Esta vez no va a negarse, yo me encargaré de ello.

Con un asentimiento, Sebastián le concedió la razón a Karla, luego miró su reloj y se dio cuenta de que ya casi se cumplían las dos horas que Ramírez les había dado para descansar, pronto tendrían que volver a darle la cara.

—La visita a Emiliano tendrá que esperar mínimo un par de días —dijo Sebastián—, pero mientras eso sucede, no podemos quedarnos de brazos cruzados. Yo creo que el primer paso debe ser recuperar toda la información que Alexander guardaba en ese departamento que, hasta donde sabemos, solo tú y yo conocíamos su existencia. Y tenemos que hacerlo rápido porque siento que tenemos un cronómetro en el cuello que está a punto de llegar a ceros para hacer explotar la bomba. Si nadie más sabe de los secretos de Alexander que nosotros sí, pronto se encargaran de descubrirlos.

—Tenemos que recuperar esa información hoy mismo —estuvo Karla de acuerdo.

Fue ese el momento en el que Elías llamó un par de veces a la puerta para después asomar la cabeza para informarles que Ramírez quería verlos en la sala. Karla y Sebastián asintieron y, antes de salir, volvieron a darse un fuerte abrazo. Cuando llegaron a la sala ya todos estaban ahí, en cuanto el comandante los vio, les sonrió. Esa era una buena señal.

—Espero que hayan tenido tiempo de descansar —les dijo luego de estrecharles la mano.

Ambos solo asintieron y correspondieron a la sonrisa con discreción.

—Allá afuera las cosas se ponen peor a cada minuto —continuó Ramírez—, y no podemos quedarnos escondidos aquí.

—Estamos de acuerdo en eso —dijo Sebastián mirándolo a los ojos.

—Yo confío en ustedes, chicos. Y espero que ustedes también puedan confiar en mí. —Ambos pudieron ver en la mirada de Ramírez esa seriedad que lo caracterizaba cuando se trataba de temas delicados—. Ahora mismo tenemos dos objetivos: descubrir quién asesinó a Alexander para demostrar la inocencia de Sebastián y evitar a toda costa que los mudos nos maten.

—Nosotros llegamos a la misma conclusión, comandante —dijo Karla esta vez.

—Creo también que le debemos seguridad a esas personas que nos apoyaron y nos siguen apoyando en la organización por la paz —expresó Ramírez—. Hace unos minutos, la escritora, Ana Luisa Camargo, me llamó muy asustada porque alguien la estaba persiguiendo y luego de ver el vídeo de los mudos, está claramente asustada. Es nuestro deber protegerlos.

—De acuerdo, comandante —asintió Karla—, pero creo que para cumplir los objetivos tendremos que dividirnos, usted y sus hombres pueden encargarse de los mudos, nosotros de demostrar la inocencia de Sebastián.

—Como en los viejos tiempos —intervino Elías y sonrió.

—Como en los viejos tiempos —estuvo de acuerdo Sebastián.

—Bien, lo haremos así, entonces —concretó Ramírez—. Sebastián, quiero que sepas que en verdad puedes confiar en mí, no voy a decirle a nadie que estás conmigo, pero creo que no es necesario decirte que debes cuidarte mucho, si te atrapan estás y estamos todos perdidos. Ahora mismo las cosas no están nada bien para ti.

—Lo sé, comandante, estoy consciente de ello.

—No te quites el pasamontañas para nada cuando estés fuera de aquí, ¡para nada! Sé que eres un hombre entrenado, no tengo que ser tu pilmama.

—Ese es mi papel —dijo Karla y todos sonrieron.

Ramírez les dio la espalda para tomar una caja, con cuidado la abrió frente a ellos y uno a uno fue sacando los uniformes que caracterizaban a rosa blanca: negros de pies a cabeza con pasamontañas, casco y chalecos antibalas. Le dio a cada uno su informe y, sin dudarlo, se lo pusieron con una sonrisa en el rostro ante el recuerdo de los viejos tiempos. Una vez que todos estuvieron listos, el comandante volvió a tomar la palabra:

—Sebastián, Karla y Daniel ustedes son el equipo B, les asignaré a cuarenta de mis elementos para que estén con ustedes, es su trabajo coordinarlos. Elías y yo estaremos en el equipo A. Lo ideal será vernos mañana a esta misma hora y en este mismo lugar para hablar de nuestros avances, ya todos tienen las llaves y las claves. Cristina, tú te quedas en esta casa y serás la responsable, tendré a muchos de mis elementos cuidando los alrededores.

Cada uno de los presentes asintió en silencio y se miraron a los ojos.

—Bien, mis chicos, como les digo en cada misión: ¡sobrevivan, es una orden! —gritó Ramírez antesde que salieran de la casa.

Hola, mis estimados.

Este ha sido un capítulo de fuertes revelaciones, pero también de grandes intrigas.

Las subtramas comienzan a unirse y, por ende, los personajes también.

Nos leemos el miércoles.

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