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2 días después.
17 de septiembre de 2011
Andrea salió de los pinos de madrugada y sin dar más explicaciones.
Héctor, su asistente de toda la vida, la esperaba con la camioneta estacionada frente a una de las salidas traseras. En cuanto la vio salir, se bajó deprisa del asiento del conductor para ayudarla a subir la única maleta que su jefa se llevaba de la que había sido su casa durante los últimos cinco años. Andrea se subió en el asiento trasero y echó una última mirada hacia atrás antes de que la camioneta arrancara, en sus adentros, juró que la despedida de ese lugar sería temporal, en poco más de un año estaría de regreso, ya no como primera dama, sino como presidenta del país. No tenía ninguna duda de que iba a lograrlo.
—¿Adónde vamos? —preguntó Héctor.
—Vamos a la casa de seguridad, necesito dejar la maleta y descansar un poco, ha sido un día pesado —respondió Andrea obligándose a dejar atrás su ensimismamiento—. Después iremos al DIF y tendré varias reuniones durante el día.
Lanzándole una mirada por el espejo retrovisor, Héctor asintió y aceleró rumbo a la salida. Por la mente de Andrea llegó a pasar el pensamiento de que Fernando intentaría retenerla, sin embargo, el asesinato de Alexander no pudo ser más oportuno para sus planes, su ya casi ex esposo estaba demasiado ocupado en intentar salvar su dignidad y en evitar el colapso absoluto del país. Anunciar el divorcio durante la hecatombe en la que se encontraban había sido el tiro de gracia para Fernando, pero la cereza en el pastel para ella; sus puntos de popularidad aumentaron de forma descomunal, estaba casi al nivel de Sebastián: a México le encantaban las telenovelas, y divorciarse del presidente era quizá mucho más escandaloso que asesinar al embajador estadunidense. Andrea no pudo evitar sonreír.
En cuanto Héctor la dejó en la casa de seguridad, Andrea se tiró sobre el colchón y se permitió despejar su mente por cinco minutos, era el máximo tiempo que podía permitirse. Por la ventana pudo observar que el cielo comenzaba a teñirse de un gris claro, estaba a punto de amanecer. Cuando miró el reloj en la pared y se dio cuenta de que habían pasado ya sus minutos permitidos de desconexión, se puso de pie y se desvistió frente al espejo; observó su cuerpo desnudo y sus facciones, el equipo de personas que armó para trabajar a su lado aún no se decidían si debían explotar la belleza y juventud que todavía poseía o, por el contrario, suavizar su imagen y darle una personalidad más recatada y aseñorada. Ella creía que ser joven y bella era un arma a favor, así que iba a utilizarla sin importar lo que sus asesores tuvieran que decirle.
Se metió a la ducha y, mientras el agua tibia caía sobre su cuerpo, se permitió continuar con sus reflexiones sobre sí misma. Era consciente de que sus revoluciones tenían que tener límites, por más que le gustara romper estereotipos debía entender, aceptar y adaptarse al concepto del país que pretendía gobernar. Justo por eso ir al DIF sería lo primero que iba a hacer. Cuando conoció a Fernando él ya era un hombre divorciado y con hijos mayores, contraer matrimonio fue el paso que ambos necesitaban para sus planes: no podía haber un presidente sin primera dama y ser primera dama era lo que ella necesitaba para escalar; sin embargo, tener hijos de la relación que ambos formaron nunca estuvo en los planes de ninguno, eran conscientes de que lo suyo era un arreglo que beneficiaba a los dos, por aquellos años que comenzaron su relación tener un hijo representaba más un obstáculo que un beneficio, ahora que las cosas se torcieron hasta llegar al punto en el que se encontraban, Andrea se arrepentía de no haber tenido al menos un hijo, no porque el instinto materno le perturbase la consciencia, sino porque sabía que el país en el que se encontraba nunca simpatizaría con una mujer soltera, sin hijos y libre.
Desde que Antonio y Rodríguez fueron asesinados y su organización fue obligada a replegarse, Andrea fue consciente de que sus circunstancias de vida le habían nublado el juicio, le hicieron creer que estar en el poder tras bambalinas era la única opción que ella tenía; sin embargo, al tocar fondo, experimentó una especie de epifanía que le dio la clarividencia que necesitaba para darse cuenta de que no necesitaba estar detrás de nadie, era la profesora, la líder, la que tomaba las decisiones y, por lo tanto, debía ser quien estuviese al frente, ser el rostro y no solo la mente.
Cuando fue consciente a plenitud de ello, comenzó a urdir sus planes; el primer paso a seguir sería adoptar, ese siempre le pareció uno de los actos más bondadosos y si a la vez le ayudaba en sus objetivos, entonces era un paso correcto. Andrea visitó tantas casas hogares como le fue posible, el ser la primera dama y tener injerencia directa en el DIF la ayudó a ahorrarse toda la burocracia que existía alrededor de los procesos de adopción. Encontró a la niña perfecta en una casa hogar al sur de la ciudad, tenía cuatro años y desde que la vio sintió una conexión que la hizo dejar de buscar, era a ella a quien quería.
Andrea salió de ducharse y, frente al espejo, volvió a vestirse con la misma pulcritud y elegancia de siempre, a propósito, decidió ponerse un maquillaje discreto, sabía que desde que hizo público el proceso de divorcio la prensa la acecharía a diario y no quería dar una imagen fría y desinteresada que la hiciese parecer la villana de la historia, mostraría un sufrimiento que no sentía era necesario. Se dio el último visto bueno y con paciencia preparó su desayuno, abrió las persianas para desayunar con la luz del día. Prendió la televisión y lo primero que vio fue su propia imagen mientras los noticieros mañaneros anunciaban la separación de la pareja presidencial, ya en las noticias especulaban distintas teorías. Andrea sonrió después de que le dio un sorbo a su café negro.
Cuando dejaron de hablar sobre el divorcio, el tema del asesinato de Alexander tomó el protagonismo. En pantalla, apareció el presidente estadunidense mientras emitía declaraciones a sus ciudadanos y al mundo entero; su tono era poco amigable y, con palabras que desdibujaban la línea de la diplomacia, dejaba claro que al gobierno de México no le convenía iniciar una guerra y que por eso esperaba la visita de Fernando Castrejón en su país para intentar arreglar las cosas por la vía diplomática.
«Por supuesto que lo harían viajar a Estados Unidos, por supuesto que se harían los dignos», pensó Andrea. En el fondo, se sintió mal por Fernando y todo por lo que tendría que afrontar, desde su perspectiva, no lo veía como un mal hombre, solo era alguien que le faltaba determinación y perspectiva, por años fue un títere que hacía lo que otros le ordenaban, cuando se cansó y se armó de valor para tomar el papel de presidente, las consecuencias le explotaron en la cara, para hacer lo que él hizo se necesitaba mucho más que buenas intenciones. Sí, Fernando tenía razón, en las muertes que dejó la guerra contra el tráfico de drogas, el gobierno estadunidense tenía mucha culpa, darles una lección era necesario; sin embargo, Fernando se sobrestimó a sí mismo y subestimó a los gringos. Sus acciones representaron un duro golpe para el vecino de arriba durante algunos meses, pero ahora Fernando tenía que ir hasta el propio país que despreció y culpó de los males del mundo y de rodillas pedirles perdón, era una dolorosa humillación en toda regla.
Andrea terminaba de comerse su segundo pan tostado cuando el timbre sonó, el simple sonido la hizo pegar un respingo porque no había motivo alguno para que nadie llamase a la puerta. Deprisa, caminó hacia la sala y del librero tomó una de las muchas pistolas que ocultaba dentro de la casa, con cautela se dirigió a la puerta principal. «Señora Andrea, ábrame, por favor, soy yo, Héctor», escuchar la voz de su hombre de confianza la tranquilizo, Andrea se asomó por la mirilla de la puerta y vio a Héctor de frente. Despacio, quitó los seguros de la manija y abrió, pero en cuanto pudo ver el rostro de su asistente a detalle, se dio cuenta de que había cometido un error.
Lo segundo que Andrea vio fue la pistola que apuntaba a Héctor en su costado derecho, luego la pistola que apuntó directo hacia ella, quiso reaccionar y apuntar con su propia arma, pero sabía que si habían logrado someter a Héctor y a todo el equipo de seguridad alrededor de la casa, entonces ella no tendría ni la mínima oportunidad de hacer algo.
—Señora, sí no quiere que le meta ahora mismo una bala en la frente, deme su arma ahora mismo —exigió el encapuchado que le apuntaba.
Andrea extendió el arma sin poner resistencia. Cuatro encapuchados más entraron a la casa e inspeccionaron todas las habitaciones.
—Todo en orden, jefe, puede pasar —gritó uno desde adentro.
Fue ese el momento en el que Andrea se encontró con un rostro que, aunque no conocía en persona, tenía muy bien grabado en su memoria: Manuel Arriaga se paró frente a ella y le sonrió.
—Buenos días, profesora, es un gusto por fin poder conocerla en persona —dijo Manuel con cinismo—. ¿No me va a invitar a tomar un café con usted?
Andrea lo miró de arriba abajo para analizarlo, ya pasado el susto, no le sorprendió que estuviese ahí, lo había estudiado durante años y sabía a la perfección quién y cómo era, su reacción ante su visita tenía que estar a la altura, con Manuel no podía trastabillar.
—Hola, Manuel, el gusto de conocerte es todo mío —dijo Andrea, sonriente—, pasa y toma asiento.
Aún con la sonrisa cínica en el rostro, Manuel entró a la casa y analizó con la mirada cada detalle que tenía a la vista, luego se sentó con las piernas abiertas en el sillón más grande. Andrea vio cómo se llevaban a Héctor y a los cuatro encapuchados quedarse dentro con sus pistolas a la mano, listos para disparar. Caminó despacio hacia la sala y se sentó frente a Manuel.
—Creí que nuestra reunión sería hasta las cinco de la tarde —dijo Andrea y lo miró a la cara.
—No me gusta esperar —respondió Manuel y se puso de pie para caminar hacia ella y tenderle la mano—. Debo admitir que cuando te pusiste en contacto conmigo me intrigué demasiado.
—Soy una mujer determinada, Manuel —expresó Andrea y también sonrió—, sé que hablar contigo era necesario.
—Sí que eres una mujer determinada. —La sonrisa en el rostro de Manuel se amplió, sus blancos dientes lucieron en su totalidad—. Mira que querer reunirte conmigo cuando eres la responsable de la muerte de mi padre, ¡maldita perra!
Andrea no vio venir la mano de Manuel que la tomó del cuello y que, con un solo movimiento, la recostó sobre el sillón para someterla. Las miradas de ambos se encontraron y la forma en la que Manuel seguía riendo con exageración hizo que, por primera vez en mucho tiempo, ese sentimiento de pánico que invade tu cuerpo y te hace temblar, se apoderase de Andrea; sin embargo, ella no mentía cuando dijo que era una mujer determinada, así que luchó por vencer ese sentimiento que intentaba dominarla y en su mente comenzó a elucubrar qué decir para salvarse.
—Yo no fui quien terminó con tu padre, fueron los mudos —logró decir Andrea con voz entrecortada.
Manuel apretó su cuello con más fuerza.
—¡Vamos, acepta tus culpas, desgraciada! —gritó Manuel.
La forma en que Manuel la miraba, le dejo claro a Andrea que no iba a inmutarse ni siquiera un poco para matarla; el que Manuel hubiese investigado la dirección de la casa de seguridad, el que haya burlado toda la seguridad y el que se haya apersonado ante ella con esa sonrisa cínica en el rostro, era una muestra de supremacía, de dejar bien en claro quién tenía el control, Andrea era consciente de ello, tendría que doblegarse, si quería sobrevivir no tenía otra opción.
—¡Fue Antonio quien decidió traicionarlos! —clamó Andrea con las fuerzas que le quedaban.
—¡Antonio solo era un pendejo que seguía tus órdenes!
—Manuel... suéltame para poder explicártelo.
—¡No quiero tus explicaciones!
—Escúchame... por favor.
—Por favor, ¿eh?, ya no eres tan determinada como alardeabas.
Manuel la soltó y volvió a caminar hacia el sillón de enfrente, antes de sentarse, desencajó la pistola que llevaba a la cintura y comenzó a juguetear con ella. Andrea se enderezó y tosió para intentar liberarse de la sensación de asfixia que aún la invadía.
—Habla, más te vale que comiences a hablar porque la paciencia no es una de mis cualidades y ya te estás tardando —amenazó Manuel.
—Tienes razón, perdóname. —Andrea solo se puso de pie para arrodillarse ante él, por dentro, la sangre le hervía y sentía que en cualquier momento volvería el estómago; sin embargo, era consciente de que para sobrevivir y triunfar tenía que hacer sacrificios—. Antonio fue quien los traicionó, te juro que fue así, lo único que yo hice fue autorizarlo.
Otra vez esa sonrisa cínica en el rostro de Manuel al ver a la mismísima profesora arrodillada ante él.
—¡¿Y por qué chingados lo autorizaste?! —cuestionó Manuel, furioso—. Créeme, Andreita, en este juego vas perdiendo.
—Manuel, tu padre ya no era el mismo —se sinceró Andrea.
Manuel desvió un poco la mirada y Andrea supo que tenía que seguir jalando de eso hilo, también tenía un as bajo la manga que las circunstancias la obligaron a quemar.
—El amor que tu padre tenía por Salvador le nubló el juicio por completo —continuó Andrea—. Sabes que desde su presunta muerte no volvió a ser el mismo.
Andrea pudo ver como Manuel apretaba los dientes, sus ojos estaban aguosos.
—¡Eso no te daba derecho a matarlo! —exclamó Manuel, colérico.
—Ninguno de nuestros hombres le disparó al Chepe —aclaró Andrea con serenidad.
Una vez más Manuel desvió la mirada.
—¡Me orillaron a hacerlo! —gritó después de unos segundos en silencio.
—No soy perfecta, Manuel, también cometo errores —dijo Andrea y buscó los ojos de Manuel—, dejarme llevar por lo que Antonio decía, fue uno de ellos.
—Pues yo pocas veces suelo equivocarme —dijo Manuel, se puso de pie y le apuntó con el arma en la frente.
—Manuel, sí me he puesto en contacto contigo es porque sé lo fuerte que eres, tenerte de mi lado es lo más inteligente que puedo hacer.
Una sonora carcajada pudo escucharse dentro de toda la casa.
—Ahora quieres que seamos amiguitos, ¡mira nada más! —Manuel seguía carcajeándose—. Sí que sueles equivocarte.
—Si estás aquí es porque lo que tengo que proponerte también te interesa, de lo contrario ya me hubieses matado hace bastante tiempo —dijo Andrea sin dejar de mirarlo a la cara.
—¿En verdad crees que te necesito? Permíteme volver a reírme.
—Los mudos son un dolor de cabeza para ti, Manuel, una piedra en tu camino. No puedes negarlo.
—¿Y tú vas a poder contra ellos? Ja, no seas tan egocéntrica, eso déjamelo a mí.
—Necesitas aliados políticos fuertes y sabes que yo lo soy, Manuel, lo sabes. Está en tus manos si dejamos atrás el pasado e intentamos limar las asperezas entre nosotros o simplemente dejas que tu ira gane y me asesinas, pero si lo haces, tú también pierdes. No tienes muchas opciones, Manuel, las alianzas en nuestro mundo son primordiales, por eso ahora me tienes de rodillas ante ti.
Manuel no emitió palabra alguna, caminó en círculos por un largo tiempo en absoluto silencio, se entretuvo con la decoración de la casa de Andrea mientras reflexionaba y jugueteaba con su pistola. Cuando sus pensamientos se aclararon, volvió a dirigirse a Andrea y la miró a los ojos.
—¿Qué sabes de Salvador? —le pregunto Manuel.
La pregunta tomó por sorpresa a Andrea.
—¿Salvador, tu hermano? —inquirió ella con algo de duda.
—Sí, ese cabrón, ¿qué sabes de él?
—Lo último que supe de él fue que murió.
Manuel volvió a guardar silencio y a caminar en círculos.
—¿Estás segura? —la cuestionó.
—Yo misma vi su cuerpo ser perforado por balas y desplomarse en el suelo; en el informe que mi esposo me dio decía que los mudos lo habían asesinado. ¿Por qué la pregunta?
—Nada importante —respondió Manuel—, solo necesitaré leer ese informe.
Andrea solo asintió sin dejar de mirarlo a la cara.
—Muy bien, Andreita, por ahora te has salvado —continuó Manuel—, pero tienes que ganarte mi confianza.
—¿Y cómo puedo ganarme tu confianza? —cuestionó Andrea.
—Ese tal Sebastián Meléndez me preocupa, y para que yo diga esto, el asunto es serio, no sé, ese cabrón me da algo de intranquilidad. Lo quiero vivo y frente a mí.
Esas fueron las últimas palabras que Manuel dijo antes de darse la vuelta y salir de la casa de Andrea, los cuatro encapuchados salieron tras él.
MANUEL ARRIAGA IS BACK.
¿Eso es bueno o malo?
¡Lo descubriremos!
Nos leemos el sábado.
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