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206 días antes.

04 de marzo de 2011


«Cómo el infierno puede ser tan bello», pensó Karla cuando se adentraron al camino de la sierra madre occidental que los conduciría al municipio de San Pedro. Iba en la cabina trasera y en la misma camioneta que su amigo, ella en la ventana del extremo izquierdo y él en el extremo derecho, en medio de ambos, con la mirada hacia el frente, viajaba uno de los hombres de Ramírez que apenas habían conocido ese día, se llamaba Pablo y llevaba bien sujeto a sus manos un FX-05, un fusil de asalto creado y desarrollado por el Centro de Investigación Aplicada y Desarrollo Tecnológico de la Industria Militar de México, listo para disparar si era necesario. Sebastián, al igual que ella, tenía la mirada perdida en el verde profundo de los árboles que ascendían desde el suelo hasta más allá de donde la vista les permitía apreciarlos, eran como los rascacielos de una gran ciudad, y no importaba cuántas veces volvieran a ese infierno tan bello, en cada regreso quedaban hipnotizados ante su natural fastuosidad.

Quizá eran los recuerdos que ambos tenían de ese lugar lo que hacía que lo apreciaran con tanta melancolía; Sebastián conoció a Salvador entre ese verde profundo, se recordó Karla, y ella se convirtió en la mujer que era cuando logró salir con vida de ahí; enamorarse y sobrevivir ante una muerte inminente son actos que transforman la vida, aunque quisieran huir de ese infierno estarían unidos a él para siempre. La patrulla en la que viajaban iba al centro de la caravana, en total eran doce patrullas y noventa y seis elementos que arribaban a San Pedro para combatir el mal que aquejaba al municipio: la desaparición o rapto de hasta dos o tres niños y adolescentes a la semana. Karla y Sebastián acudían a la misión como agentes infiltrados como policías federales, tenían prohibido quitarse el pasamontañas fuera de la habitación que se les asignaría para descansar en turnos de cuatro horas.

Daniel y Elías no se encontraban entre los noventa y seis miembros que el presidente Castrejón había mandado como apoyo al municipio, sus labores serían otras incluso más importantes: Daniel se infiltraría al municipio como el maestro rural que supliría al que abandonó el municipio semanas atrás, la escuela estaba teniendo hasta tres maestros al mes que luego de siete días de servicio renunciaban; ninguno quería arriesgar su vida por unos cuantos míseros pesos que les pagaban. Elías, por su parte, se infiltraría en el municipio como un seminarista que aspiraba a convertirse en sacerdote. La escuela y la iglesia eran los lugares que aún frecuentaban los pocos niños y adolescentes que quedaban en el municipio o a los que sus padres permitían salir de sus casas. Ramírez y Emiliano sabían que infiltrarse entre la gente del pueblo era primordial, el boca a boca podía ser la mejor fuente de información.

Las patrullas se detuvieron a la entrada del municipio, a Karla se le revolvió el estómago porque lo que sus ojos miraron le recordó los peores días del municipio de la muerte, semejaba un pueblo fantasma, sin vida y olvidado. Apenas y eran las ocho de la mañana, la hora en que la vida suele retomar su curso, a la periodista le dieron escalofríos al pensar cómo debía lucir el pueblo por las noches. Desde que Hilario tomó las riendas del municipio de la muerte, poco a poco sus habitantes recuperaron sus vidas, sin embargo, parecía que lo siniestro de la muerte solo cambia de lugar en lugar, como un cuento de nunca terminar.


Aquella mañana, Daniel llegó a primera hora a la escuela primaria de la ranchería más alejada del municipio de San Pedro, creyó que se encontraría con la escuela en completa soledad, su supervisor de zona, aquel con el que lo enviaron luego de que Ramírez hiciera los trámites necesarios con sus contactos en la secretaría de educación para que él pudiese estar ahí, solo le dio las llaves de la escuela y lo mandó a su suerte. Por lo que Daniel leyó en la carpeta de investigación que le facilitó Ramírez, se dio cuenta de que iría a una pequeña escuela con dos salones y pocos alumnos; en sus mejores tiempos, a la primaria solían acudir poco más de cuarenta niños, con la violencia y las tragedias sucedidas en el municipio, la asistencia de alumnos se redujo a no más de quince. La mayoría de habitantes migraron hacia otros municipios, estados e incluso países. Otros tantos se quedaron ahí, renuentes a dejar sus tierras, pero veían a la escuela como una pérdida de tiempo.

Aun así, Daniel llegó a la primaria y se encontró con un niño y su madre esperando sentados a las afueras de la escuela. El pequeño debía tener entre seis y ocho años, estaba vestido con un pulcro uniforme conformado por un pantalón azul marino de vestir, una playera formal de cuello blanco y un suéter rojo de lana con cuello en forma de uve. Daniel sonrío porque el relamido peinado de Benito Juárez que el niño lucía le recordó la forma en la que su madre lo peinaba a él para llevarlo a la escuela en su niñez. La madre era joven, no debía tener más de veinticinco años; platicaba con su hijo mientras le acomodaba los libros en la mochila que el pequeño llevaba colgada a los hombros.

—Bueno días —saludó Daniel y puso su maletín en el suelo para darle la mano a la mujer. Ella dudó por unos segundos, luego se restregó la mano en el pantalón de mezclilla para limpiarla y correspondió al saludo.

—Buenos días —dijo sin atreverse a mirarlo a la cara.

—¿Es el maestro, mamá? —preguntó el niño.

—Sí, yo voy a ser tu maestro —respondió Daniel y le sonrío.

Daniel siguió la intuición de lo que debía hacer y buscó en el maletín las llaves que el supervisor le había dado. Abrió un salón y luego el otro, el primero tenía un pizarrón, una que otra butaca y algo de material didáctico pegado a las paredes. El segundo era más pequeño y, al parecer, maestros anteriores lo utilizaron como bodega, estaba lleno de escobas, trapeadores y productos de limpieza. En la parte de enfrente había una cancha de futbol con dos porterías sin red y, al otro lado de la cancha, dos cuartos pequeñitos con tinacos arriba, Daniel supuso que debían ser los baños.

Los salones estaban llenos de polvo a causa del abandono, pero en cuanto estuvieron abiertos, la madre del niño accionó y sacó productos de limpieza para comenzar a realizar el aseo. Trabajaron en equipo y en cuestión de una hora dejaron los salones, las canchas y los baños limpios.

—llevábamos tres semanas sin maestro, por eso estaba tan sucio —dijo la mujer en cuanto terminaron.

—¿Usted también se va ir, profe? —preguntó el niño desde la entrada del salón mientras jugaba con una pelota que se había encontrado.

Durante la hora que llevaba ahí, Daniel descubrió que el niño se llamaba Rodolfo, pero le gustaba que le dijeran Rodo, tenía ocho años y cursaba el tercer grado de primaria. Vivía solo con su mamá, su padre migró a los Estados Unidos en busca de mejores oportunidades, sin embargo, un día dejó de llamarlos sin darles explicaciones. La madre, de nombre Victoria, trabajaba en lo sembradíos de mariguana. A Daniel le sorprendió la normalidad con la que ella se lo contó.

Rodo observaba a Daniel en espera de una respuesta a su pregunta, sin embargo, Daniel no sabía qué responderle. Sí, iba a irse, su estancia en ese lugar sería efímera, lo que pudiese investigar en un mes y adiós, ¿cómo iba a explicarle eso al niño?, no quería hacer promesas vacías, pero tampoco quería engañarlo. Aún tenía grabada en su mente la mirada de ilusión de Rodo cuando lo vio llegar, al parecer la escuela era algo que le gustaba, pero que le arrebataban de forma constante y Daniel no quería romper sus ilusiones; tantos meses de entrenamiento para no involucrarse sentimentalmente en ninguna misión y a la primera sus sentimientos lo estaban dominando. Decidió hablarle con la verdad.

—Estaré un mes por aquí —le dijo—, después de eso ya veremos.

Rodo aceptó la respuesta con una sonrisa, quizá porque no era consciente de que un mes era muy poco o, tal vez, porque para él un mes era demasiado tiempo.

—Usted es muy optimista, profe —expresó Victoria—. Todos se van de aquí a la semana.

—¿Tan feas están las cosas? —Se metió Daniel en su papel.

—No quiero asustarlo, profe, capaz y se nos va mañana mismo. Una semana ya es ganancia —dijo ella y sonrió. A pesar de todo, la gente de San Pedro no dejaba de sonreír.

La conversación terminó porque Daniel vio a tres niños curiosos pararse de puntitas para asomarse por la ventana del salón. Salió para saludarlos, pero ellos corrieron deprisa hacia afuera de la escuela; lo siguió y se encontró con otros más a la entrada, acompañados por sus madres.

—Pásenle —dijo Victoria a sus espaladas—, él es el nuevo maestro.

Ese primer día se reunieron un total de ocho alumnos de distintas edades, siete niños y una sola niña que llevaba el cabello tan corto como sus compañeros y el mismo uniforme que ellos portaban. Daniel no necesitó demasiadas explicaciones sobre por qué era así, por eso no hizo preguntas, sabía de antemano las respuestas. A pesar de que tenía una nula preparación en pedagogía y de que ni si quiera inició la universidad y a duras penas terminó la preparatoria, se esforzó por enseñar todo lo que sabía a esos niños que lo observaban risueños. Al fin de cuentas, en verdad estaba ahí para salvarlos o, al menos, para intentarlo.


Aquella primera noche en San Pedro, Sebastián y Karla descubrieron que Ramírez no jugaba cuando les advirtió que solo en sus manos estaba el poder de salir con vida de ahí, fue sincero con ellos y les dijo que si no se sentían preparados era mejor que no se subieran a la patrulla, que los entendía y no iba a juzgarlos. Sebastián observó cierta duda en la mirada de la periodista y él también dudó, pensó en sus padres y en Isabela, esa sensación constante que lo invadía cada vez que volvía a verlos y creía que esa sería la última vez que podría hacerlo, se apoderó de él. Sin embargo, en cuanto Karla se subió a la patrulla sin emitir palabra Sebastián la siguió, estaban juntos en esto y no podía echar por la borda tantos meses de trabajo por sentimentalismos. Se había preparado para luchar e iba a luchar, sabía que si se quedaba de brazos cruzados nunca recuperaría la paz interior que, la mayoría del tiempo, anhelaba.

Estaban a las afueras del municipio, en lo alto de un cerro y camuflados entre los árboles, desde ahí podían ver las casas y las rancherías que componían el municipio. A lo lejos se escuchaba el aullar de los perros que se mezclaba con los mugidos de las vacas. Los primeros disparos pudieron escucharse pasadas las once de la noche, Sebastián tomó su fusil con fuerza entre los dedos y Karla hizo lo propio, ambos intercambiaron una mirada en medio de la oscuridad para darse valor. Los disparos cesaron por un momento y los ladridos de los perros impactaron contra sus tímpanos con mayor intensidad. Pablo, el hombre que los dirigía y que habían conocido esa mañana, se puso de pie para ampliar su campo visual, observaba el municipio a través de los monoculares de visión nocturna que sostuvo en sus manos desde que la noche llegó.

De pronto más disparos volvieron a escucharse, pero esta vez los estallidos fueron cercanos a su posición. Sebastián se agachó por instinto, pensaba que los estaban atacando, luego se dio cuenta de que los disparos se efectuaban en la parte baja del cerro y no iban dirigidos hacia ellos. Hubo unos minutos de absoluto silencio hasta que más disparos volvieron a escucharse al otro extremo del municipio, silencio una vez más y luego disparos cercanos a su ubicación volvieron a escucharse.

—Repórtense, repórtense —pidió Pablo a través del radio—. Aquí en el escuadrón número tres todo en orden.

—¡Necesitamos apoyo urgente! —escucharon a Ramírez gritar por la bocina del radio. Al parecer están atacando los escuadrones cuatro y ocho.

Pablo comenzó a descender deprisa hacia la carretera donde habían dejado oculta la patrulla y les hizo una señal para que lo siguieran. Sebastián y Karla corrieron tras él con sus fúsiles en alto; los noventa y seis elementos que llegaron aquella mañana a San Pedro se habían dividido en ocho grupos de doce miembros cada uno, los grupos uno y dos se internaron dentro del municipio y hacían rondines por todas las calles, los otros seis grupos se distribuyeron por los alrededores del municipio para cubrir las entradas y salidas. El fuego cruzado continuó por periodos a la distancia y a la cercanía conforme descendían. Karla se tomó un momento y comenzó a ponerse reflexiva mientras corría, que hubiese disparos en dos puntos distintos a la vez no era algo habitual, hacerlo hacía que todos los grupos se movieran de sus puntos estratégicos. «Quizás eso es justo lo que quieren», pensó Karla. Deprisa comenzó a hablar por su radio.

—Ramírez, Ramírez, ¿en dónde te encuentras? —cuestionó Karla con voz agitada.

—Vamos hacia el escuadrón ocho para apoyar —respondió Ramírez.

—¡No, tienen que regresar! —gritó Karla—, que dejen solo el centro del municipio es justo lo que quieren, ¡No desprotejan el centro!

—Estamos a nada de llegar al escuadrón ocho —dijo Ramírez—, regresar no tiene sentido.

Los disparos volvieron a escucharse, primero a la lejanía donde se ubicaba el escuadrón número ocho, después demasiado cerca, tanto que Sebastián sujetó su fusil con más fuerza. Llegaron a la patrulla y arrancaron al instante, Pablo condujo por la terracería a gran velocidad. De pronto los disparos dejaron de sonar y el aullido de los perros volvió a penetrar sus tímpanos con intensidad.

—Escuadrón cuatro, repórtense, repórtense —pidió Pablo a través de su micrófono.

Pero solo hubo silencio.

—¡Repórtense, por favor, repórtense! —insistió.

Otra vez silencio.

—Aquí escuadrón cuatro —dijo una voz luego de un par de minutos de expectación.

—¿Cuál es su situación? —cuestionó Pablo.

—No estoy del todo seguro —expresó la voz al otro lado del micrófono—. Hay bajas, dos de mis compañeros han muerto, no sé si alguien más, también debe haber heridos. Nos enfrentamos en fuego cruzado, pero las camionetas que nos atacaron ya se han marchado.

Por primera vez en su vida, Karla deseó con todas sus fuerzas no tener la razón; sin embargo, sus dotes de intuición no se habían equivocado. Tras unos minutos de silencio, otras ráfagas de disparos volvieron a escucharse al centro del municipio.

—¡Maldita sea! —escucharon gritar a Ramírez a través del micrófono.

—Karla tenía razón —dijo Sebastián y golpeó la puerta de la patrulla con el puño.

—Ramírez, regresa al centro del municipio junto con el escuadrón dos, nosotros también iremos hacia allá, que los escuadrones cinco y siete se encarguen de auxiliar a los cuatro y ocho, ¿de acuerdo? —sugirió Karla.

El comandante no respondió, pero ellos sabían que eso era un sí. Pablo aceleró la patrulla hacia el centro del municipio mientras más disparos volvían a escucharse. Karla iba sentada junto a Sebastián y pudo sentir como el cuerpo de su amigo temblaba, puso su mano sobre la de él para intentar darle algo de tranquilidad, por más entrenamiento que ambos tuviesen, los recuerdos de lo vivido en el pasado sería algo que los acompañaría quizá toda su vida; sentir miedo ante las memorias era algo normal y Karla lo entendía, había que luchar contra ese miedo poco a poco.

Pablo entró al municipio a gran velocidad, las calles pavimentadas del centro del municipio le permitieron pisar el acelerador casi hasta el fondo, pero una vez que lograron llegar al centro tuvo que disminuir la velocidad porque el ambiente invitaba a la cautela. No se habían vuelto a escuchar disparos, por el contrario, un silencio sepulcral invadía las calles. Sebastián se ajustó el auricular al oído y carraspeó un poco antes de hablar por su micrófono.

—Ramírez, repórtate, ¿cuál es tu ubicación? —le pidió Sebastián.

—Al parecer los disparos vinieron por el rumbo donde vive la alcaldesa, voy hacia allá —respondió el comandante.

—Te alcanzamos allá —dijo Sebastián.

A la distancia pudieron escuchar el sonido de varias camionetas que abandonaban el municipio por el otro extremo a gran velocidad, Pablo volvió a acelerar. Cuando llegaron a la zona donde se ubicaba la casa de la alcaldesa, las patrullas de los escuadrones uno y dos ya se encontraban ahí. Pablo se estaciono deprisa a un lado de la casa y con precaución bajó de la patrulla.

—Esperen aquí —les ordenó.

Así lo hicieron hasta que vieron a Ramírez salir de la casa, la furia que lo invadía podía verse en su expresión corporal, cuando, lleno de frustración, el comandante pateó la barda frente a él, Karla y Sebastián bajaron deprisa de la patrulla.

—¿Qué ha pasado, Ramírez? —cuestionó Karla.

—La han asesinado —respondió Ramírez y volvió a patear la pared.

Karla nunca había visto tan colérico a Ramírez, pero pudo entender sus razones, no necesitó de demasiadas explicaciones. La periodista se acercó a él con cautela y lo tomó del brazo para intentar tranquilizarlo, pensó que el comandante rechazaría su apoyo, en cambio, Ramírez abrazó a Karla y por primera vez lo vieron llorar.

El que Ramírez se rompiera tomó por sorpresa a Sebastián, siempre se había mostrado fuerte e imbatible ante ellos; sin embargo, ese rompimiento fue el aliciente para que los muros de rosa blanca comenzaran a levantarse. Sebastián entró a la casa de la alcaldesa y, cuando el comandante se desprendió de Karla, ella fue tras él. Los cuerpos del equipo de seguridad de la alcaldesa se encontraban tirados por toda la sala, ninguna había logrado sobrevivir. Escucharon sollozos al fondo del pasillo, se guiaron por lo sonidos hasta que llegaron a la habitación de donde procedían. Se encontraron con el cuerpo sin vida de la alcaldesa en el suelo, varias balas perforaron su cuerpo; seguro escuchó los disparos y se levantó de la cama para ver qué ocurría, ahí la asesinaron. El que debía ser su esposo lloraba desconsolado sobre su cuerpo. Al lado había un papel, en lo escrito con letras grandes y rojas podía leerse: «Se lo advertimos».

Sin embargo, no fue eso lo que hizo que a Karla y a Sebastián se les helara la piel. Cuando salieron de la habitación, pudieron ver de frente el mensaje escrito con letras rojas en toda la extensión de la pared del pasillo: «Bienvenidos al infierno».

Hola mis estimados.

Me da mucho gusto volver a saludarlos.

Extrañaba demasiado volver a esta historia. Muchas gracias por su paciencia, les juro que la espera valdrá la pena; con todo lo que está por venir se van a quedar sin aliento. ¡Fuego!

Ahora si volvemos a las actualizaciones regulares con esta historia.

Este capítulo es solo una prueba de lo duro que Karla y Sebastián lo pasaron en el pasado, y lo que está por venir para ellos, eso que los hará tan fuertes en su presente, lamentablemente, la guerra nunca terminó.

¿Qué les pareció el capítulo?

Nos leemos el mircóles.

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