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212 días antes.

26 de febrero de 2011


Sebastián tuvo que salir a flote cuando sus pulmones se quedaron sin aire, salió desesperado del fondo del agua y abrió la boca para volver a llenar su cuerpo de vida. Decepcionado, se dio cuenta de que era el primero en salir, pero justificó para sí mismo su derrota por todo el trabajo físico de esa mañana, sin ayuda de nadie, se propuso restaurar la casa del árbol para Isabela. Lo primero que vio al salir del agua fue la mirada de la niña sobre él y esa sonrisa chueca que cada vez que veía se le retorcían las tripas y se le estrujaba el corazón.

Isabela aprendió a flotar muy rápido y, cada medio día de la semana que llevaban de vuelta en el municipio de la muerte, les exigía que la llevaran al río a nadar. En cuanto lo reconoció, la niña nadó hacia él, Sebastián la levantó con ambas manos tan alto como pudo, la pequeña se rió en el aire, pero mientras caía al agua puso una cara de susto que hizo a Sebastián carcajearse. Isabela pataleó y manoteo para salir a flote, la forma en la que lo miró cuando estuvo fuera del agua volvió a recordarle a él, a ese Salvador orgulloso que no le gustaba perder; como venganza, la niña le echó agua con las manos, él quiso defenderse, sin embargo, el ataque se volvió cinco contra uno: Denisse, Karla, Daniel y Elías habían terminado su competencia que medía la fortaleza de sus pulmones y se unieron al embate de Isabela.

Salieron del río casi media hora después, cuando la energía de Isabela se agotó después de varias carreras de orilla a orilla. Sebastián se sentó al borde del agua y tuvo que aferrarse a la imagen de Denisse, Karla y la niña, rebosantes de felicidad, mientras tendían sus toallas en el césped con el objetivo de tomar el sol. Los fantasmas del pasado amenazaban con arrastrarlo al precipicio, quiso escapar a toda costa de los malos recuerdos, sin embargo, fue imposible no sentirse culpable de nadar y ser feliz en las aguas que se encargaron de borrar las huellas del crimen que su padre y él cometieron justo en ese lugar. «Fue en defensa propia», se recordó a sí mismo. «Jaime iba a matarte a ti y a tu padre», se dijo para acallar a sus demonios. «Para él ya era muy tarde y nada podías hacer», asió su mente a ese pensamiento y agradeció que Daniel se sentara a su lado para ya no pensar más en el pasado.

—¿Por qué tan reflexivo? —le preguntó su compañero.

—Demasiados recuerdos de este lugar —le respondió.

—¿Bueno o malos? —volvió a cuestionarlo.

—Mejor cambiemos de tema —le pidió Sebastián con una sonrisa—. ¿Qué te está pareciendo la tierra que me vio nacer?

—Ya conocía el municipio de la muerte, he estado aquí infinidad de veces, pero nunca tan relajado y feliz —respondió Daniel con la mirada perdida entre el río y los árboles.

—Yo necesitaba tanto volver, necesitaba ver a mi familia y llenarme de ellos para ser más fuerte y recordar por qué estoy donde estoy y por qué hago lo que hago —confesó Sebastián.

Daniel observó a Sebastián lanzar piedras al río y le fue imposible disimular la sonrisa que se formó en su rostro. En el pasado, durante semanas, él y su madre siguieron el caso de Sebastián, juntos especularon sobre lo que sucedía en realidad, soltaron sus más locas teorías e incluso hicieron apuestas. Su madre, tan escéptica y ácida cuando se trataba de política, era de las que aseguraba que el secuestro lo había planeado la propia familia como una estrategia para que el padre ganara popularidad de cara a las elecciones. «Demasiadas coincidencias», argumentaba Cristina. Daniel, por su parte, defendía a Sebastián a capa y a espada, aunque no lo hubiese admitido en voz alta, siempre había sentido una especie de fascinación hacia Sebastián, que fue aumentando con los días, las acciones y el protagonismo que el hijo de Hilario Meléndez tomó en la historia del país. El hecho que desde el principio apostara a favor de Sebastián, quizá tuvo que ver con su formación como policía, entendía el crimen y, sobre todo, lo que estaban dispuestos a hacer aquellos que lo perpetuaban por alcanzar el poder; por eso apostó contra su madre por la inocencia de Sebastián, y no se equivocó.

—Entonces debemos agradecer a Emiliano por permitirnos estos días —expresó Daniel cuando abandonó sus pensamientos para retomar la conversación con Sebastián.

—Emiliano no da paso sin huarache —dijo Sebastián mientras lanzaba otra piedra al río—. No estamos aquí por casualidad, tampoco de vacaciones.

Como si la vida tratase de darle la razón a Sebastián, su madre hizo acto de presencia en el río, saludó a los presentes y luego procedió a anunciarles el motivo por el que estaba ahí:

—Emiliano los espera en la casa —infirmó Dalia.

Sebastián volteó a ver a Daniel, se encogió de hombros, le sonrió y, mientras torcía los ojos, se puso de pie para acudir al llamado de Emiliano. Daniel le sonrió de vuelta y se puso de pie para ir tras él. Lo vio caminar hacia la casa mientras trotaba con Isabela montada en sus hombros.


Emiliano esperaba sentado en la mesa del comedor principal de la casa de los Meléndez mientras tomaba un whisky en compañía de Hilario; los vio llegar enredados en toallas y aún con el cabello empapado. Saludaron entre risas y buenas tardes y se disculparon para ir a cambiarse deprisa. El agente de la DEA fijó su mirada en la hermana de Salvador y le sonrió, estaba sorprendido por lo mucho que había crecido, miró los moretones en su cuerpo y se recordó que Isabela seguía en su lucha contra la enfermedad que condicionaba su vida, Sebastián le había dicho que lo más recientes tratamientos rendían frutos, Isabela estaba bien y eso se veía reflejado en el rostro y la mirada de la niña, esas serían noticias que alegrarían a otra persona tanto como lo alegraban a él.

—¿Cómo van las cosas por aquí en el municipio? —le preguntó Emiliano a Hilario cuando volvieron a quedarse a solas.

—He armado un gran equipo y juntos trabajamos para que las cosas vuelvan a la normalidad —respondió Hilario mientras se servía un segundo whisky.

—Su esposa ha tomado un papel importante en el municipio, ¿verdad? Me alegra que sea así —inquirió Emiliano, en su memoria recordaba todas las notas dedicadas a Dalia Camarena, la esposa de Hilario y madre de Sebastián, que leyó durante las últimas semanas.

—Sí, lo que pasó con nuestro hijo la motivó a involucrarse más con las personas, Dalia ha iniciado junto a mi hija Denisse algunas campañas para la búsqueda de personas desaparecidas. No necesito contarte a ti todas las deficiencias que tiene nuestro sistema de justicia, mi esposa sueña con hacer algo al respecto. —Hilario le dedicó una mirada analítica al agente, aunque su relación con él era cordial, en el fondo sabía que a Emiliano lo movían sus propios intereses—. ¿Y a ti cómo te va, Emiliano? Sé que no las has tenido nada fácil —lo cuestionó.

Emiliano imitó a Hilario, se sirvió una segunda copa de whisky y le miró para analizar su semblante, sabía que estaba ante un hombre inteligente y de palabra, si quería hacer equipo con él, debía poner las cartas sobre la mesa, con Hilario nada de medias tintas, ya había sido complicado que el hombre cediera para que su hijo se involucrara en la DEA, si no hablaba con claridad, era consciente de que iba a lograr poco o nada.

—Bastante difícil, Hilario —se sinceró Emiliano—. Yo solo quiero hacer mi trabajo, pero parece ser que Castrejón solo quiere complicarme la vida, y mira que yo lo ayudé un chingo, si no hubiéramos intervenido el país habría colapsado.

—Si te soy sincero, Emiliano, las acciones que Castrejón tomó considero eran necesarias y hasta ahora han resultado efectivas, ha habido un alto al fuego.

—Hilario, tú y yo podemos hablar sin tapujos, ambos sabemos que la guerra sigue, solo que tras bambalinas.

—Pero como bien dices, el país estaba a punto de colapsar, las acciones que Castrejón tomó nos dieron un respiro a todos.

—Y nosotros le dimos al presidente todas las armas necesarias para que ganara esa batalla, y su respuesta no fue precisamente un agradecimiento.

—¿Sabes, Emiliano? Estuve a punto de perder mi hijo, he vivido en carne propia las consecuencias de esta guerra, pero créeme, no voy a cometer el mismo error dos veces, estoy en constante comunicación con Sebastián, entre los dos hay una estrecha relación de confianza.

—Sé todo eso, Hilario, ¿a qué quieres llegar?

—Sé que quien le dio todas esas armas a Castrejón fue ese chico de nombre Salvador, mi hijo me lo contó todo.

—¿Te lo contó todo, Hilario? —Emiliano se rió.

—Sí, todo —respondió Hilario y continuó con la mirada firme en el agente—. Sé quién fue ese chico y sé que mi hijo tuvo sus queveres con él, sé que se enamoró de él.

—Pues sí, Salvador le hizo honor a su nombre y salvó a tu hijo en varias ocasiones y sí, ambos fueron amantes. Y Salvador fue testigo protegido de la DEA, trabajaba para nosotros. Insisto, Hilario, ¿a qué quieres llegar?

Hilario bebió con tranquilidad de su whisky, vio a su esposa salir de la habitación del fondo y despedirse de ambos con un saludo rápido; Emiliano tenía razón en cuanto a su afirmación de que su esposa había tomado un papel importante en el municipio, pensó Hilario, él mismo estaba sorprendido por la forma en la que Dalia había renacido, una catarsis contundente que vino del dolor. Hilario se sentía orgulloso por la forma en la que su familia afrontaba la vida tras lo sucedido, sin embargo, era imposible para él no sentirse preocupado; el agente de la DEA también tenía razón sobre el hecho de que la guerra seguía su curso tras bambalinas. Justo por eso Hilario lo recibió, sabía que Emiliano era el titiritero que manejaba los hilos de la vida de Sebastián y que su destino dependía de las decisiones que Emiliano tomara para él. Hilario necesitaba conocer cuáles eran las cartas que el agente tenía para jugar la partida, no cometería el mismo error dos veces.

—Me hubiera encantado conocer a ese chico, a Salvador —dijo Hilario para retomar la conversación, y no mentía. Aún tenía presente el fervor con el que Sebastián le habló de él, y no podía negar que sentía especial curiosidad por conocer qué de aquel chico había conquistado a Sebastián de tal manera.

—Salvador es un gran amigo —declaró Emiliano en un descuido.

—¿Es? —cuestionó Hilario al estar atento a cada palabra y gestos del agente—. Creí que estaba muerto.

—Fue un gran amigo —corrigió deprisa Emiliano—. Perdón, aún no me acostumbro a que ya no esté.

Siendo un hombre perspicaz, Hilario quiso jalar el hilo de esa conversación que parecía poner nervioso a Emiliano.

—Nunca me quedó del todo claro quiénes fueron los asesinos de ese chico —expresó Hilario con la intensión de poner el tema sobre la mesa.

—La investigación aún está abierta —afirmó Emiliano—. Salvador era hijo del mismísimo Chepe Arriaga, tenía demasiados enemigos, pudo ser cualquiera, aunque si me lo preguntas a mí, creo que los mudos fueron los responsables.

—Los mudos son una pesadilla, yo pensé que con la muerte de su líder perderían fuerza, pero ocurrió todo lo contrario, aunque se mueven entre las sombras sé que su organización se hace más fuerte. —Hilario apretó los labios, esa era una afirmación que le quitaba el sueño.

—Si lo sabré yo —ironizó Emiliano mientras señalaba el parche en su ojo izquierdo.

El reloj en la pared frente a Hilario marcó las tres de la tarde, las personas que se reunirían con ellos estaban a punto de llegar e Hilario aún no tenía del todo claro qué tanto podía confiar en Emiliano. El nombre del chico del que Sebastián se enamoró, ocasionó algo inusual, había hecho trastabillar en sus palabras al agente y eso podía ser un indicio. Hilario guardó en su memoria el nombre de Salvador Arriaga, ese podía ser un buen comienzo para su investigación.

Cansado de rodeos, Hilario decidió hablar con Emiliano sin tapujos, en el ambiente en el que ambos se desarrollaban no había espacio para imprecisiones. Así que Hilario volvió a mirarlo con decisión y le habló con franqueza:

—Sé que la DEA tiene un pie fuera de México.

—No voy a negar eso —reconoció Emiliano—. Las cosas entre México y Estados Unidos no están bien.

—Sé sincero y dime qué quieres —exigió Hilario.

—Solo quiero trabajar contigo, hacer equipo. —Emiliano se terminó el whisky que le quedaba en el vaso.

—Sé más específico. —La contundencia que Emiliano vio en la mirada de Hilario le dejo claro que al hombre nadie volvería a jugársela y eso lo alentó, él no quería hacerle daño, ni a Hilario ni a su familia, en verdad quería unir fuerzas con él.

—Estoy siendo sincero, Hilario.

—Venga, Emiliano, no me tomes por tonto.

—Jamás haría eso, yo te respeto mucho.

—Te llevaste a mi hijo y ahora su destino está en tus manos, tú mandas y él obedece. Sé que el que hayan reclutado a Sebastián no fue una casualidad, en nuestro ambiente no hay casualidades; eso de que lo hicieron para protegerlo no me lo trago. Ahora me lo traes una semana, ¿para qué? ¿Para ablandarme? Si yo le pido a Sebastián que abandoné la DEA, lo va a hacer, te lo aseguro. Así que habla claro, Emiliano, es la única oportunidad que tendrás conmigo.

Emiliano sonrió, ya poco quedaba del Hilario amable y educado que conoció la primera vez. ¿En qué habían convertido a este hombre?, se preguntó en sus adentros. Quizá ese carácter fuerte siempre estuvo en él y solo era necesaria una pequeña chispa para que ardiera, esa chispa se llamaba Sebastián, a Emiliano eso le quedaba claro.

—Voy a hacerte una pregunta y quiero que la respondas, por favor —le pidió Emiliano—: ¿Crees que a México le conviene romper relaciones diplomáticas con Estados Unidos e iniciar una guerra?

—No, para nada nos conviene eso —respondió Hilario de inmediato—. Sin embargo, de las muertes y guerras que aquí luchamos, el gobierno estadunidense carga demasiada responsabilidad y algo se tiene que hacer.

—En eso estamos de acuerdo, Hilario, pero tú estarás de acuerdo conmigo en que el rumbo que están tomando las cosas no le conviene a nadie, ¿cierto?

Hilario asintió en silencio.

—Yo lo que quiero es detener esta guerra —declaró Emiliano.

—¿Cómo? —cuestionó Hilario, contundente.

—Tú tienes más poder del que imaginas, Sebastián tiene más poder del que imagina, por eso lo recluté y por eso quiero hacer equipo contigo.

—¿Y qué quieres de nosotros?

—Necesitamos unir fuerzas para combatir a ese huracán que son los mudos e inteligencia para evitar un conflicto más grande entre ambos países.

Hilario guardó silencio, escuchó a Sebastián y a sus compañeros salir de las habitaciones de la planta alta para bajar a reunirse con ellos. Le sostuvo la mirada a Emiliano y estiró su mano hacia él.

—Voy a confiar en ti, Emiliano —le dijo Hilario—, pero tienes que prometer que defenderás a Sebastián con tu vida y que no lo meterás en más problemas. Tienes seis meses, luego de eso Sebastián dejará la DEA.

—Es una promesa —juró Emiliano al tiempo que miraba a Hilario y estrechaba su mano.


Sebastián y el resto llegaron hasta el comedor, ya duchados y con ropa limpia, en sus rostros y miradas aún podía observarse la felicidad de esa semana que habían pasado en el rancho de los Meléndez. Emiliano admiró la suspicacia de Hilario, el hombre no se equivocó cuando afirmó que el permitir que Sebastián pasara unos días junto a su familia había sido una estrategia para poder acercarse a él, pero tampoco eran mentira los lazos de amistad y fraternidad que Emiliano formó con Sebastián, y esos lazos también tuvieron que ver en la decisión que tomó de darles un respiro, sin embargo, esa tregua llegaba a su fin para volver a sus realidades.

El comandante Alejandro Ramírez llegó al rancho de los Meléndez en compañía de tres alcaldes, dos hombres y una mujer, cada uno gobernaba los municipios vecinos al liderado por Hilario: el municipio de la muerte. Apenas y los cuatro nuevos invitados se sentaron alrededor de la mesa, el ambiente de alegría cambió. Karla y Sebastián se lanzaban mirada inquisitivas, Daniel apretó los labios porque sabía que la presencia de Ramírez ahí significaba el fin de sus días de relajación y olvido.

—Qué gusto tenerlos en esta su casa —tomó Hilario la palabra—, aunque lamento que tenga que ser en estas circunstancias.

—¿Qué circunstancias? —preguntó de inmediato Karla.

—Estamos ante un gran problema —intervino la alcaldesa del municipio al norte del gobernado por Hilario—. Los casos de niñas y adolescentes desaparecidas en nuestros municipios son alarmantes.

—¿Trata de personas? —cuestionó Sebastián.

—Sí, por lo que hemos investigado, es toda una red para traficar personas, órganos y drogas. La nueva metodología que los mudos están implementando —respondió Ramírez.

Un silencio sepulcral invadió el lugar cuando Isabela bajó junto con Matilde, la mujer que la cuidaba. En la niña, todos los presentes vieron reflejadas los cientos de niños que, sin importar su inocencia, se habían convertido en víctimas de la ambición por el poder. A Sebastián la piel se le enchinó, pero reafirmó por qué estaba en donde estaba y, en silencio, se prometió a sí mismo que no permitiría que los mudos siguieran haciendo daño a personas inocentes.

—Karla, Sebastián, Daniel y Elías —los nombro Emiliano uno a uno—. Están aquí porque tendrán la misión de inmiscuirse en las profundidades de este problema para arrancarlo de raíz.

Hola, mis estimados.

Después de unas pequeñas vacaciones retomamos las actualizaciones.

¿Qué tal pasaron su navidad?

¿Les trajo algo Santa?

Pero hablemos del capítulo, ¿qué será eso que Hilario quiere indagar sobre su querido yerno?, ¿cómo eso podría servirle? ¡Lo descubriremos!

Al parecer Emiliano no pudo cumplir del todo su promesa...

¡Alisten sus maletas! Estamos muy cerca de hacer un viaje hasta el otro lado del mundo.

Nos leemos en el próximo capítulo.

Con cariño, Ignacio.

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