Capítulo 24
Recuerden que ayer en la noche hubo actualización, no se salten el capítulo. Y no se olviden de votar, eso ayuda a posicionar mejor a la historia:3
Me encontraba sentaba en el sofá, viendo una película con mamá y mis hermanas cuando tocaron el timbre.
—Que la más fea abra —murmuró mi mamá sin dejar de ver la pantalla.
—Vas, Lira —mencioné. Mi hermanita volteó hacia mí como niña poseída y me miró con una furia demoniaca, así que me levanté del asiento—. Ya, ya, voy yo.
Dejé el tazón de palomitas en la mesa de centro y abrí la puerta. Me sorprendí un poco al ver a los Gold, no los esperaba, así que salí y cerré la puerta tras de mí. Lo que me terminó de descolocar fue que Aristóteles se hincó, me abrazó las piernas y empezó a llorar.
—¡Sue, no me dejes, por favor! ¡¿Por qué me haces esto?! ¡Yo te amo!
—¿Qué? —Volteé hacia sus primos, buscando una explicación, pero no la obtuve. Adonis le pedía a Aristóteles que se levantara y dejara de hacer el ridículo; Aquiles, por su parte, sacó su celular y empezó a grabarlo.
—Esto vale oro —murmuró. El rubio lo vio feo pero le valió.
—¡¿Por qué, Sue?! ¡No se vale lo que me has hecho!
—¡Hey, tranquilo! ¡Levántate que me estás bajando la falda! —Exclamé pero no le importó, siguió pegado a mis piernas, sin soltarme en ningún momento.
—¡Yo te amo, Sue! ¡Yo puedo darte más dinero que mi madre! Bueno, no, no puedo pero podré hacerlo en un futuro. —Restregó su rostro contra mi falda—. ¡No me dejes, por favor!
Mi cerebro hizo clic, de seguro la vieja chismosa le dijo a su hijo que preferí el sobre lleno de dinero antes que él.
—Aristóteles, levántate, por favor —pedí. Vi que algunos vecinos, atraídos por el escándalo, se asomaron por sus ventanas—. ¡Vamos, ya párate!
—Pero... —Alzó el rostro y me vio con sus ojitos llorosos, me dio tanta ternura que, con dificultad, me agaché para quedar a su altura.
—No te cambié por dinero, mi amor —musité con ternura, acariciando su cabello con mi mano izquierda—. Solo quería estafar a tu madre.
—¡Buena esa! —Exclamó Aquiles pero lo ignoramos.
—¿E-en serio? —Me vio con ilusión—. ¿No me cambiaste por el sobre?
—¡Claro que no! Tu madre me ofreció dinero y pues lo tomé, ya sabes, no creo que le haga mucha falta si anda por ahí dándolo, pero jamás pensé terminar contigo, la quería agarrar de tonta —le sonreí.
Aristóteles me devolvió el gesto y lo ayudé a levantarse. Nos vimos a los ojos un momento y él aprovechó para acariciar mi mejilla. Me alcé de puntitas y él se inclinó hacia mí para compartir un beso. Después de unos segundos, nos separamos.
—¡Qué bellos! —Exclamó Adonis, moviendo sus manos con un gesto dramático—. Te dije que debías hablar con ella.
Aquiles, por su parte, nos veía con una sonrisita de medio lado.
—Emmm, ¿por qué están ellos aquí? —Los señalé. No quise ser grosera pero tuve curiosidad.
—Los traje para tener apoyo moral. —Limpió el resto de sus lágrimas y tomó el pañuelo de su chaqueta para sonar su nariz.
—Ah. Bueno, estamos viendo una película, ¿quieren pasar?
Los tres aceptaron; mi mamá y mis hermanas se mostraron entusiasmadas por tenerlos en casa. Lira, al ver a Aquiles, fue hasta su cuarto y pronto regresó con el dibujito que le hizo para su cumpleaños.
El pelirrojo lo tomó y lo vio con interés, seguía luciendo un poco incómodo a su alrededor pero cada vez se acostumbraba más a sus dibujitos, sobre todo porque eran muy bonitos. Aristóteles, Adonis y yo nos asomamos para verlo, en él se encontraba Aquiles vestido como un rey, se veía genial.
—¡Qué bonito! —Exclamó Adonis—. ¿Puedes hacer uno para mí?
—Sí pero te cobraré —dijo mi hermanita.
—Claro.
—¿Te gustó tu regalo? —Lira se dirigió a Aquiles.
—Sí, te quedó muy bien —le sonrió y acarició su cabeza con ternura—, muchas gracias.
Lira se ruborizó y bajó el rostro.
—Me alegra que te haya gustado —murmuró.
Mamá preparó más palomitas, botanas y refrescos, y nos acomodamos en la sala, estábamos apretujados pero era un ambiente agradable, incluso Aristóteles me lo hizo saber.
—Se siente muy bien estar aquí —me susurró—. Es cálido y familiar, muy diferente a mi casa.
—Lo sé. —Acaricié su cabello con ternura.
—Por favor, no me dejes. —Me tomó por la cintura y me pegó más a su cuerpo—. No sé qué haría sin ti.
—Te dije que no te desharías de mí tan fácilmente. —Besé su mejilla—. Te quiero mucho.
—Y yo a ti.
***
La siguiente semana regresamos a clases. Mindy y sus amigas empezaron a correr los rumores de que Aristóteles me dejó por su prometida, una chica mucho más educada, amable y linda que yo pero él se encargó de cortarlos de raíz, indicando que el compromiso era por puro interés y estaba cancelado, que yo seguía siendo su novia oficial y que seguía en pie la amenaza, si alguien se metía conmigo, él no respondería de manera amable.
Después de algunos días, obviamente la señora Gold se enteró que no cumplí mi parte y seguí con su hijo. Me mandó un mensaje, muy enojada, citándome en la misma cafetería de la otra vez. Decidí mostrárselo a Aristóteles, él se molestó y dijo que hablaría con ella.
—Espera, déjamelo a mí.
—Pero la otra vez...
—La otra vez le saqué dinero. —Sobé mi cuello, me sentía un poquito avergonzada pero no me arrepentía—. Sin embargo ahora pienso hablar bien con ella.
—¿Segura?
—Sí.
—No dejes que te intimide, si empieza a hacer comentarios despreciables, me avisas.
Asentí con la cabeza repetidas veces. Ya era hora de lidiar con esa señora loca. No podía estar más desquiciada que mi madre, ¿o sí? Si podía con Jessica, también podría con Idara.
Quedamos de vernos el sábado a mediodía. Le avisé a Aristóteles que estaba en camino, quería que le contara todo. Una vez que bajé del taxi y pagué lo correspondiente, entré al local y puse los brazos en jarra, localizando a mi suegrita en la misma mesa de la otra ocasión.
Caminé hacia ella y me senté enfrente. Idara me miró con una mueca que oscilaba entre el enfado y la diversión.
—Aquí estás, pequeña cínica.
—Hola, suegrita.
—¡Y tienes el descaro de llamarme así!
Asentí con la cabeza e hice una bomba de chicle; me lo quité del rostro y lo envolví en una servilleta. Idara estuvo a punto de decir algo pero un chico se acercó para tomar nuestra orden. La señora Gold, como siempre, pidió un capuchino. Yo miré el menú y me decidí por una hamburguesa y una soda, tenía hambre.
Idara me vio con desdén pero no se atrevió a decirme nada. Estuvimos en silencio hasta que llegaron con nuestra comida. Mientras le daba un mordisco a mi hamburguesa, ella le dio un sorbo a su café.
—Y bien, María Susana, ¿tienes algo qué decir? —Me pasé el bocado y asentí con la cabeza—. Te escucho.
—Sé que piensa que no cumplí el trato, y es cierto, nunca pensé en dejar a Aristóteles, solo que acepté el dinero porque a mí me hace más falta.
—¡Qué cínica eres!
—Más que usted no —afirmé—. Podré ser una desvergonzada pero usted quiere interponerse en la felicidad de su hijo —le reclamé—. ¿Qué clase de madre hace eso?
—¡Yo no estoy en contra de la felicidad de mi hijo! —Exclamó. A diferencia de cuando llegué, se veía alterada.
—Claro que sí, uno como padre puede dar consejos pero no entrometerse al punto de querer decidir por ellos.
—Tú qué sabes —masculló—. Yo amo a mi hijo y quiero lo mejor para él.
—Lo sé pero sus métodos son muy arcaicos. Aristóteles me dijo el otro día que mi hogar se siente cálido, muy diferente al suyo.
Idara entrecerró sus ojos grises, siempre tan gélidos, tan impasibles, pero en ese momento mostraban una gran rabia.
—Maldita...
—Mire, señora Gold, yo no soy su enemiga —dije con seriedad—. Al contrario, me parece admirable. Mi meta fue siempre ser como usted...
—¿Como yo?
—Sí, ya sabe, ser la señora de Las Lomas —suspiré—. Ana Rosita Victoria me dijo que usted es una vieja huevona y mantenida, pero yo pienso que es admirable, en serio, ya quisieran muchas estar en su lugar, viéndose tan joven y elegante, con su caminar refinado. ¡Una mujer tan distinguida como usted!, yo quiero ser así. —Pausé y noté que me veía con una ceja alzada, al menos ya no lucía molesta—. Además piense, si Aristóteles está conmigo no tendrá ningún vicio, gastará en mis cosas y no le alcanzará para comprar alcohol ni estar en malos pasos. Lo voy a traer derechito y marcando el paso; yo amo a mi madre, así que me aseguraré de que a él no se le pase ni un cumpleaños ni día de las madres sin un súper regalo para usted. Lo obligaré si no quiere.
—¿Tú crees?
—¡Claro!
—¿Qué le hiciste al dinero que te di?
—Supuse que ya no abriría mi cuenta con mi fondo universitario al enterarse que seguía saliendo con su hijo, así que mamá me ayudó a hacer una y ahí metí el dinero.
—¿Te preguntó de dónde lo sacaste?
—Claro.
—¿Y qué le respondiste?
—Después de inventar un discurso que no me creyó, le tuve que decir la verdad y me dijo: "eso, mamona".
La señora Idara se quedó seria un momento, observándome con detenimiento. Después de algunos segundos, bajó la cabeza y empezó a reír, acto que me sorprendió.
—Eh, ¿se siente bien?
Idara siguió riendo un rato más y yo solo la vi sin saber cómo reaccionar. Cuando terminó, volvió a alzar el rostro y me enfocó, esa vez su mirada era más cálida y amable.
—Creo que si mi hijo te escogió fue por algo.
—¿En serio? —Abrí los ojos con impresión—. Digo, ¡wiiii!
Idara negó con la cabeza y tomó una servilleta para limpiarse las comisuras de sus labios.
—Sinceramente aún tengo mis dudas pero confiaré en Aristóteles. En el fondo eres agradable.
—¡No se arrepentirá, señora Gold! En serio, déjeme demostrarle que puedo ser una buena nuera.
—Está bien, te daré la oportunidad. Aún me pareces un poco cínica por aceptar el dinero pero no te culpo, creo que fuiste más lista que cualquier otra chica que hubiera estado en tu lugar.
—Sí, probablemente mi hermana mayor no habría sabido qué hacer. Mi hermana menor sí lo toma... ¡Hablando de ella! Lamento mucho lo del pastelillo, en serio...
Idara, al recordar ese suceso, negó con la cabeza.
—Ni lo menciones. Creo que tus hermanas y tú son muy excéntricas pero si mi hijo está bien con eso, yo también lo estaré.
Al final terminamos cayéndonos muy bien y echando chisme, me contó cómo era Aristóteles de chiquito y me reí mucho con sus anécdotas. De repente me llegó un mensaje, así que vi la pantalla de mi celular y tecleé mi respuesta con velocidad.
Mi novio hermoso: ¿Todo bien?
Yo: Excelente.
Al final todo salió mejor de lo que esperaba.
***
Las cosas estuvieron tranquilas durante dos semanas, hasta un viernes en que Pelusita apareció tieso. Desde hacía algunos días había dejado de comer bien y parecía muy distraído, su respiración era lenta y casi no se movía. Karen estaba muy preocupada pero quería mantenerse positiva, sin embargo cuando nos dimos cuenta fue demasiado tarde, el gato murió de vejez.
Karen quedó devastada, estuvo junto con ese gato diecisiete años, tenía mi edad. Asimismo, mamá, Lira y yo también nos pusimos tristes, convivimos mucho tiempo con ese animal.
En lo que Lira y yo nos alistábamos para la escuela, mamá y Karen enterraron a Pelusita en el jardín. Le pregunté a mi hermana mayor si iría a la universidad pero no quiso, necesitaba guardarle luto a su mascota.
Se me hacía tarde para la escuela, así que tomé un taxi y, cuando llegué a mi destino, lo primero que hice fue ir con mis amigos para contarles las malas noticias. Lola y Ronny me consolaron y dijeron que todo estaría bien, que era normal porque el gato era muy viejo.
Necesitaba más consuelo, así que fui al salón y lo primero que hice fue abrazar a Aristóteles, que ya se encontraba ahí junto con sus primos.
—Mi amor, ¿qué sucede? —Preguntó con preocupación.
—Se murió un miembro de la familia —murmuré.
Adonis y Aquiles, que también escucharon, me miraron con sobresalto.
—¡Oh, por todos los cielos! —Exclamó el rubio.
—¿Qué pasó, Pulguita? ¿Quién se murió? —Aquiles empezó a atiborrarme de preguntas—. ¿Tu papá? ¿Algún primo lejano...? ¡No me digas que fue Lira!
—¡Nooo! —Me separé de mi novio y lo miré con enfado—. ¿Por qué sería ella?
—Pues no sé, creí que en un ataque de ira se lanzó por la ventana, yo qué sé —musitó, sobando su cuello.
—Nuestra casa es de un piso —le recordé.
—¿Y? Gente se ha muerto por menos. —Se cruzó de brazos.
—Pues no fue Lira, fue Pelusita —expliqué, volviendo a abrazar a Aristóteles.
—¿El gato? —Me vio con incredulidad.
—Sí, el gatito —mascullé.
Aquiles negó con la cabeza.
—Tanto drama por un animal... Pinche gato.
—¡No lo insultes! Respeta su memoria —exigí.
—¡Mi pobre Karen debe estar devastada! —Exclamó Adonis. Asentí con la cabeza en su dirección.
—Sí. ¿Quieres verla después de clases?
—¿Puedo?
—Claro.
El rubio asintió con la cabeza. Aristóteles, por su parte, palmeó mi espalda y me dijo que todo estaría bien. ¡Tan divino!
Aww, ya se ganó a la suegris... Pero no crean que ahí acaba todo, tendremos otro tipo de drama. A ver, qué cliché de dorama falta. Por el momento pasamos victoriosos el de la prometida y la suegra mala que se opone xD
Espero que les haya gustado el capítulo. Por cierto, les comento que empecé a subir la historia en otras plataformas, si la ven por ahí le pueden dar apoyo.
¿Algo que le quieran decir a los personajes?
Maricucha
Aristóteles
Adonis
Aquiles
Karen
Lira
Lola
Ronny
¡Nos vemos pronto! Seguimos con Adonis :D
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