Capítulo 16.
Días antes de la fiesta de Adonis, me dirigí a Ronny, que ya no llevaba muletas y no me dirigía la palabra desde la vez que me llamó "puta" —prefería que me dijera así antes que Maricucha pero bueno—. Cuando estuve delante de él, me miró con seriedad.
—Hola, pendejo.
—¿Qué quieres, pu... Maricucha? —Me vio con un gesto malicioso, sabiendo que me molestaba más ese ridículo apodo.
—Ah —suspiré—, venía a darte esto. —Saqué la invitación que me sobraba—. Pero creo que no la querrás porque me odias.
—¡Ay, Maricucha, claro que no te odio! ¡Te amo! —Se acercó a mí y me arrebató la invitación—. ¡Gracias, gracias, gracias! —Sin darme tiempo para reaccionar, besó mi mejilla al igual que Lola y salió corriendo.
—¡Agh, me contaminas! —Me quejé y me limpié con rapidez.
En ese momento los Gold se acercaron a mí. Lola, que iba junto a Aquiles, parloteaba algo mientras el pelirrojo tenía cara de fastidio. Una vez que estuvieron cerca de mí, la morena me saludó y preguntó por Ronny. Le dije por dónde se fue, me agradeció y se alejó dando saltitos. Todos pudimos notar cómo se alzaba su falda, esa vez sus bragas eran rosas.
—¡No la vean, es Satanás y nos quiere tentar! —Exclamó Aquiles, tapándose los ojos con sus dos manos.
—Soy papa casada, soy papa casada —repitió Adonis con una sonrisita adornando su rostro.
—Bah, no es primera vez que le vemos los calzones, siempre se le anda alzando la falda —murmuró Aristóteles.
—¿Cómo que ya le viste los calzones a Lola? —Lo vi con reproche. Yo también pero como buena novia tenía que recriminarle.
—Pues se le alza la falda, no fue a propósito —explicó—. Además a ella le interesa Aquiles. —Lo señaló.
—Es bien rara —murmuró el pelirrojo—. Ahorita me andaba diciendo que sus "lolas" se llaman Lala y Lili, ¿puedes creer eso? —Se dirigió a mí.
—Sí, está loca. —Asentí con la cabeza. De repente me sonrió con malicia.
—¿Y las tuyas cómo se llaman?
Aristóteles puso una expresión de enfado y estuvo a punto de reclamarle pero me adelanté.
—Esta se llama "Vete a" —señalé mi pecho derecho—, y esta "La verga". —Señalé el izquierdo, devolviéndole el gesto socarrón.
—¿Puedo tocar "La verga"?
—Claro, la de él. —Señalé a Adonis, que puso una expresión de enfado. Aquiles se dio una palmada en la frente y Aristóteles empezó a carcajearse.
—¡Qué pendejo eres, Aquiles! —Se quejó el rubio—. De veras contigo...
—Pero... No pensé que fuera a decirme eso.
—Ese es tu problema, que no piensas.
—Ay, ya, no es para tanto.
Adonis se alejó con paso rápido y Aquiles lo siguió. Una vez que estuvimos solos, Aristóteles tomó mi mano.
—Sue, ¿te gustaría ver una película esta tarde?
—Claro, ¿a qué hora es la función?
—Emm, yo pensaba que fuéramos a mi casa, claro, si tú quieres —dijo con timidez. Lo miré con impresión, sin decir nada durante unos segundos, hasta que volví a la realidad.
—Cla-claro, me gustaría ir.
Aristóteles se inclinó para besar mi mejilla, logrando ruborizarme.
—Bueno, te veo al rato, voy con mis primos.
—Sí, nos vemos —susurré.
Mi novio se alejó y yo me quedé en shock un momento, hasta que reaccioné.
—¡Lola! —Exclamé, corriendo por donde ella se había ido. Algunos compañeros me miraron con extrañeza pero los ignoré.
Una vez que llegué donde estaba mi amiga, que hablaba con Ronny, me acerqué a ambos, sin importarme interrumpirlos.
—¡Necesito tu ayuda!
—¿Qué sucede, Sue?
—Aristóteles me invitó a ver una película en su casa, ¡en su casa! ¿Qué hago?
—Ay, Sue. —Me vio con orgullo. Ronny hizo lo mismo.
—Qué suertuda la perra esta. —Me señaló—. No puedo creer que vayas a perder la virginidad con uno de los Gold, ¿qué clase de pacto hiciste para que sucediera esto?
—¡Cállate! —Exclamé. En seguida me dirigí a Lola—. ¿Qué hago?
—Tranquilízate, Sue.
Lola logró calmarme y me dio algunos consejos pero a la salida mi mente ya había olvidado todo, estaba en blanco. Me subí a la limosina con los Gold y le mandé un mensaje a mamá para avisarle que no llegaría a comer porque iría a casa de Aristóteles.
Mamá: Okey ;) recuerda que sin gorrito no hay fiesta.
En otra ocasión me habría dado una palmada en la frente pero esa vez me limité a guardar mi celular en la mochila.
—¿Qué van a hacer? —Preguntó Aquiles, señalándome.
—Tenemos que ver un proyecto de los mateatletas —murmuró Aristóteles.
—Ay, ajá —se burló Adonis. Lo vi con enojo pero le valió y siguió riendo.
Entramos a un hermoso complejo residencial donde había muchas casonas preciosas y enormes. Primero pasamos a dejar a Adonis y luego a Aquiles.
—¿Siempre eres el último al que llevan? —Pregunté a mi novio, que se limitó a asentir con la cabeza.
En cuanto estuvimos frente a la enorme mansión de Aristóteles, bajamos del vehículo. Me ayudó a cargar mi mochila y me tomó de la mano. Un amable mayordomo nos recibió en la entrada.
—Buenas tardes, señor Gold; señorita —dijo a modo de saludo. Moví mi mano para corresponder y avanzamos.
En el pasillo nos encontramos a algunos sirvientes que limpiaban con pulcritud los muebles y Aristóteles les pidió que llevaran algunos bocadillos a su habitación.
—¿Están tus padres? —Pregunté con curiosidad mientras subíamos las escaleras, pensando que tal vez querrían comer con su preciado hijo.
—No.
—Ah, bueno, entonces podremos hacerlo sin interrupciones —murmuré. Aristóteles se detuvo y volteó hacia mí.
—¿Qué dijiste?
—Nada, nada, ya vamos.
—Umm, está bien.
Una vez que estuvimos en su enorme habitación —hasta pensé que estaba más grande que mi casa—, vi todas sus lujosas cosas con admiración, en especial la enorme pantalla. Aristóteles dijo que me pusiera cómoda mientras él entraba a su baño, así que me quité los zapatos y me senté en la cama.
Después de unos minutos, salió del baño, ya sin el suéter ni el chaleco del uniforme puestos. En ese momento tocaron la puerta, él dio su autorización y una chica entró con una bandeja llena de bocadillos, palomitas y dos vasos llenos de refresco. Dejó todo en una mesita y se despidió.
Una vez solos nos vimos a los ojos, sin decir nada, hasta que él reaccionó, tomó la bandeja, se recostó en la cama y prendió el televisor.
—Ven aquí. —Señaló su costado, invitándome a acercarme. Hice caso a su petición y me recosté a su lado, queriendo ignorar el hecho de que mi corazón palpitaba con mucha fuerza.
Empezamos a ver una comedia romántica mientras comíamos chucherías pero no podía estar pendiente de la película, no cuando pasaría un acontecimiento muy importante en mi vida. Sin embargo, después de media hora viendo el filme y que mi novio no hiciera un intento por acercarse más, hablé.
—Bueno, ¿a qué hora vamos a coger?
Aristóteles, que tenía un puñado de palomitas en la boca, empezó a ahogarse. Le tuve que palmear la espalda para que dejara de toser. Después de un momento en que pudo volver a respirar con normalidad, me vio con fijeza.
—Sue, ¿qué dijiste?
—Pues estamos aquí por eso, ¿no? —Bajé la mirada con nerviosismo—. Creí que querías acostarte conmigo —susurré.
—No te traje aquí para eso, yo... —Alcé el rostro para enfocarlo y vi que estaba rojo como tomate—. ¡No es que no quiera! —Movió sus manos con desesperación—. Pero es muy pronto, además debes estar segura, yo también, es lo mejor para que no nos sintamos incómodos, y...
Su parloteo se me hizo tierno, así que solté una risita, dándome cuenta que era cierto, quería apresurar las cosas cuando era mejor que se diera todo de manera natural. Él calló y me vio con atención.
—¿Por qué te ríes? ¿Tan patético crees que soy? —Susurró, bajando el rostro.
—¡No, no, no! —Tomé sus mejillas entre mis dos manos—. Pienso que tienes razón, eso es todo.
—¿En serio? —Me vio con ilusión—. ¿No piensas que soy un perdedor? —Me preguntó con tono triste—. Adonis o Aquiles ya habrían intentado algo pero yo... no puedo, no soy como ellos.
—Y qué bueno. Ellos tienen su manera de ser y tú tienes la tuya. —Le di un pico y envolví su cintura con mis brazos—. Me gustas más tú.
—Me alegra saber eso.
Aprovechando la posición en la que nos encontrábamos, recosté mi cabeza sobre su pecho y él colocó sus manos en mi cintura. Pude sentir su calidez e incluso escuché los latidos acelerados de su corazón. Nos quedamos de esa manera un buen rato, hasta que alcé el rostro.
—¿Ya sabes de qué te vas a disfrazar en la fiesta de Adonis? —Pregunté, ignorando el filme, que estaba a punto de finalizar—. Mientras no sea de vaquero todo bien —reí pero él me miró con un gesto inquieto—. Ay, no me digas que sí querías disfrazarte de vaquero.
—No, no, ¿cómo crees?
—¿Seguro?
—Sí, muy seguro.
—Bueno.
—¿Tú de qué irás? —Enredó mi cabello entre sus dedos para juguetear con él.
—No sé, Lira se encargará de hacer mi disfraz, incluso de escoger de qué iré.
Cuando terminamos de ver la película, estuvimos un rato más platicando, hasta que vi la hora y decidí que era tiempo de ir a casa. Aristóteles se ofreció para llevarme en su auto y acepté. Me coloqué los zapatos, tomé mi mochila y bajamos las escaleras. Antes de llegar a puerta principal pasamos por la sala de estar, donde dos adultos charlaban, sentados en un sofá lujoso.
—Aristóteles. —Escuchamos la voz de la mujer. Ambos nos detuvimos y volteamos hacia ella. Al verla, supe que era la madre de Aristóteles, tenía el mismo pelo negro y pupilas grises. En cambio, su padre tenía el cabello y los ojos castaños.
—Buenas noches, padres.
—Buenas noches —dijo con tono frío—. ¿Quién es ella? —Me señaló, posando su mirada sobre mí. Normalmente las personas no me intimidaban por su estatus pero esa señora tenía un gesto tan indiferente como aterrador.
—Ella es María Susana, vino a la casa porque tenemos un proyecto para los mateatletas —dijo la misma mentira que a sus primos.
—¡Mucho gusto, María Susana! —Exclamó el señor Gold con un gesto amable. La señora, en cambio, me vio de arriba abajo, examinándome con atención.
—Mucho gusto —murmuré.
—Bueno, voy a llevarla a su casa, en un momento regreso.
—Puedes decirle al chofer que la lleve —indicó su madre con el mismo tono gélido que me ponía los nervios de punta. Aristóteles se quedó en silencio un momento, viéndola con molestia. No quería que tuviera problemas con su familia, así que asentí.
—Eh, Aristóteles, puedo irme con el chofer o pedir un taxi...
—¡No! —Exclamó tomando mi mano—. Regreso en un rato. —Sin decir más, nos dirigimos a la puerta.
Una vez que estuvimos fuera, volteé hacia él.
—¿Esto te causará algún problema?
—No. —Me sonrió—. No te preocupes.
—¿En serio? —No estaba segura de que dijera la verdad. Él asintió y me dio un beso en la mejilla.
—En serio, ahora vamos, te llevo a tu casa.
Asentí con la cabeza y me olvidé de ese asunto, en ese momento no sabía que debía prestarle más atención.
***
Días antes de la fiesta de Adonis, Lira hizo probarme el disfraz para darle los últimos retoques. Al ver el traje de hada solté un chillido de emoción, era perfecto.
La noche del sábado veintinueve de octubre, me alisté para la celebración. El vestido era color rosa pálido, tenía guantes y medias verdes, y unas enormes alas brillosas. Lira ayudó a rizar mi cabello y a maquillarme. Al terminar, colocó en mi cabeza una corona de flores hechas de papel.
Mi hermanita me tendió el espejo y me encantó el resultado, me veía linda. Confiamos en que Karen se arreglaría sola, no tendría problemas con ello porque usaba un poco de maquillaje para ir a la universidad pero al verla en la sala de estar, Lira soltó un grito y yo me quedé boquiabierta.
Karen estaba sentada, esperándome, con un mameluco de gato puesto. Cuando me dijo que se disfrazaría de gatita, imaginé que se pondría una minifalda y una diadema con orejitas pero jamás imaginé que se vestiría así. El traje era blanco pero en el abdomen predominaba el color rosa al igual que en las orejitas del gorrito; en los pies llevaba puestas unas pantuflas de gato, y en el rostro tenía pintada una nariz y unos bigotes negros.
—¡Karen, ¿qué carajos...?! —Exclamó Lira—. De haber sabido que te pondrías esta aberración, te habría hecho el disfraz a ti.
—Confirmo —dije haciendo una mueca.
Mamá, que escuchó nuestro escándalo, se acercó y vio a Karen con una expresión pasmada.
—Karen, ¿por qué?
—¡Se ve bonito! —Sonrió—. Ya vámonos que se hace tarde —se dirigió a mí.
—Pendeja, quítate esa madre. Tienes una diadema con orejas de gato, ponte esas con una minifalda —indicó Jessica.
—No hay tiempo. —Karen sonrió y se acercó a la puerta.
Lira corrió al cuarto de nuestra hermana mayor con dicha diadema en manos pero para esto, Karen ya había salido de la casa.
—Yo la llevo. —Tomé la diadema, la guardé en mi bolsa y lancé un suspiro.
Conocía a mi hermana, no se cambiaría ni aunque mi madre la amenazara con echarla de la casa. Salí y cerré la puerta tras de mí, lo mejor era irnos antes de que Lira y Jessica hicieran un escándalo.
Tomamos un taxi y, una vez que llegamos a nuestro destino, vi el lugar con admiración; la fiesta era en un gran club nocturno que los Gold se encargaron de rentar exclusivamente para ese evento, el lugar era elegante y vistoso, justo como Adonis.
Había muchas personas afuera sin invitación y el guardia no los dejaba pasar. Cuando estuvimos frente al enorme muchacho que nos pidió los pases, le entregué el mío. Karen, por su parte, empezó a buscar en su bolso pero no lo encontraba por ningún lado. Después de varios minutos, me miró con una sonrisa apenada.
—No lo traje.
—¡¿Qué?! ¡Karen, por favor...! ¿Puede entrar? Viene conmigo. —Me dirigí al guardia pero él nos vio con seriedad.
—Sin invitación no hay ingreso.
—Agh —suspiré con frustración—. Esperaré a que llegue Ronny para quitarle su invitación y dártela.
—Eso es muy grosero, Maricucha.
—Me vale madres.
—Sigue siendo grosero.
—¿Entonces qué hacemos?
—¡Ya sé! Regresaré a casa por la invitación.
—Si vas a casa, mamá va a matarte. Además te conozco, eres capaz de quedarte jugando con Pelusita en vez de regresar acá.
—Tienes razón.
—Espera aquí, iré por Adonis.
—Sí... ¡Mira, un bebé! —Exclamó agachándose para acariciar a un gato callejero.
—¡No te muevas de acá!
Entré al club y busqué a Adonis por todo el lugar pero había mucha gente, así que no lo encontré pronto. Mientras alzaba mi cabeza como suricata para localizar mi objetivo, unas manos se posaron en mis hombros.
—Hola, mi amor. —Escuché la voz de Aristóteles. Me di la media vuelta y lo saludé con un beso en la mejilla. Al alejarme, advertí que su disfraz era de vampiro sexy pero antes de que mi mente empezara con sus marranadas, decidí concentrarme en lo importante.
—Hola. ¿Sabes dónde está Adonis? —Pregunté con voz rápida, lo que menos quería era que mi hermana estuviera más tiempo ahí afuera.
—Sí, ¿por?
—La mensa de Karen olvidó su invitación y está afuera esperando.
—Oh. —Alzó ambas cejas con preocupación—. Ven, vamos.
Mientras caminábamos, Aquiles, que estaba disfrazado y maquillado como un hombre lobo, nos vio con una sonrisa socarrona.
—Vampiro y mosquito, me gustan sus disfraces de pareja. Traen la misma vibra.
—¡Soy un hada, imbécil! —Prorrumpí.
—Yo te veo más como mosquito, chiquito y molesto.
—Idiota —farfullé. Si ya no le dije más cosas fue porque me urgía encontrar a Adonis.
Después de un rato localizamos al rubio, que estaba vestido del fantasma de la ópera y rodeado de varias chicas del club de teatro. Alcé la voz para que me escuchara e hice ademanes con mis manos para atraer su atención pero no sirvió de nada. De repente, Aristóteles puso sus manos en mi cintura y me alzó. Ese acto funcionó, pues Adonis, que hacía un momento estaba enfrascado en su conversación, me notó. Se disculpó con sus acompañantes y pidió que le hicieran un espacio para pasar. Una vez que estuvo frente a mí, mi novio me colocó en el suelo.
—¡Hola, Chaparrucita! ¡Qué bueno que viniste! —Volteó a su alrededor, en busca de algo o mejor dicho, de alguien—. ¿Dónde está Karen?
—La pendeja olvidó su invitación y está afuera —expliqué.
Adonis hizo una mueca de preocupación.
—¿De qué vino disfrazada?
—De gato. —Puse los ojos en blanco.
—Ahora vuelvo.
Adonis se alejó con paso rápido y Aristóteles y yo lo seguimos. En la entrada, le dijo al guardia que dejara pasar a todas las chicas que estaban disfrazadas de gato, incluso entró uno que otro güey raro que no conocía, pero Karen ni sus luces.
—No está. —Adonis me miró con preocupación.
—De seguro se fue a perseguir al gato callejero —farfullé—. Debe estar afuera pero no creo que esté muy lejos.
—Vamos a buscarla.
—Está bien, si la encuentras me avisas, por favor.
—Claro, lo mismo para ti.
Aristóteles me acompañó afuera del club para buscar a Karen pero no la encontrábamos por ningún lado. Después de algunos minutos, empecé a desesperarme hasta que me llegó un mensaje de Adonis diciendo que la había localizado. Sin embargo, no entraron al salón hasta cuarenta y cinco minutos después.
Ya conocimos a los suegros de Sue, ¿qué impresión les dieron? ¿Creen que darán problemas o los dejarán ser?
Y ya estamos en la fiesta de Adonis, ¿pero qué habrá hecho con Karen en esos 45 minutos? Pronto lo sabremos.
Muchas gracias a los nuevos lectores que han llegado. Amo ver sus comentarios y reacciones.
Nos vemos muy pronto:D
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