«Feliz cumpleaños, papá»

Capítulo dedicado a PichulaaaContenta gracias por darle tanto amor a esta historia. 💙🥺

<< Extra 3 >>

(Canción Somebody's beloved de MILCK)

Años más tarde...

Limpio la isla de la cocina. Se ha quedado todo el mármol lleno de restos de comida por culpa de los dos trastos que tengo como hijos. Paso una vez más la bayeta antes de lanzarla al fregadero. Seco mis manos en el trapo que hay colgado en la silla. Escucho pequeños pasos en la planta de arriba, yendo de un lado al otro. De vez en cuando, están acompañados de un grito infantil.

Me acerco al pie de la escalera. Recoloco la mochila azulada de mi hija antes de llamarlos a ambos.

—¡Esther! ¡Enzo!

—¡Voy! —grita de vuelta mi hijo.

—¡Caéa! —vocifera mi hija.

«Ay, no, otra vez no».

—¡Sin carreras!

—¡Joé!

—¡Sin palabrotas! —digo, adquiriendo ese tono autoritario que usaba mi madre con Eva y conmigo. Aunque, en realidad, por dentro me estoy muriendo de la risa.

—¡Peó!

—Esther ha dicho pedo —suelta Enzo al bajar el último escalón, riéndose sin tapujos a costa de su hermana.

No e verdá.

—Sí que lo es.

—¡Qué ño!

—¡Qué sí!

—¡Qué ño!

—Chicos —hablo, captando la atención de los dos —. Esther, papi viene ya. Tienes que estar preparada, ¿vale, cariño?

Mi hija pequeña asiente, haciendo que sus ondulaciones castañas y peinadas se rebelen. Enzo, en lugar de mejorarlo, revuelve su cabeza de forma fraternal. Lo único que consigue así es que de estar peinada pase a parecer una melena de león. Mi hijo parece leerme el pensamiento.

—Mira mami, es un león —anuncia Enzo.

—¡Roar! —grita Esther, enseñando los dientes.

—Esta pequeña leona tiene que peinarse de nuevo.

—¡Ño!

Enarco una ceja y formo una línea recta con mis labios. No necesito decir nada más para que Esther comience a andar en dirección al baño de la planta baja. Yo voy detrás de ella, escuchando sus refunfuños.

Se sienta encima de la taza del váter. Rebusco en el armario que está debajo del lavabo hasta encontrar su cepillo. Me pongo detrás de ella para cepillarle el cabello. Con cuidado e intentando no tirar demasiado, desenredo cada uno de los nudos.

—¿Poqué teó que ir? —pregunta con su voz aguda.

—Porque es tu padre y si no se va a poner muy triste.

—¿Trité?

—Mhm, y no queremos que papi se ponga triste, ¿a qué no?

Estoy a punto de enganchar la segunda coleta con el coletero cuando Esther comienza a negar repetidas veces con la cabeza.

—Necesito que te estés quieta, cariño.

Se queda firme en su sitio. Aprieto ambas coletas, le echo colonia y beso su coronilla antes de alentarle a que se levante. Ella no tarda en salir corriendo del baño. Recojo el pequeño desastre que se ha formado en tan solo unos minutos y salgo.

Me encuentro la imagen de Enzo y Esther sentados juntos en el salón viendo la tele. Mientras que la pequeña revolotea alrededor del mayor, Enzo no para de reírse de las tonterías de su hermana. Miro la hora de mi móvil. Estoy a punto de sentarme a su lado cuando escucho el claxon de un coche.

Miro por una de las ventanas del salón y localizo el coche negro de Eloy. Abro la puerta de la entrada y le hago una seña con las manos. Observo como él saca ligeramente su cuerpo por la ventanilla y me ofrece uno de sus atisbos de sonrisa.

—¡Esther, papi está aquí!

Oigo los pequeños pasos de mi hija y se posiciona a mi lado. Coloco bien las asas de su mochila y me agacho hasta acabar a su altura. Antes de que sea capaz de hacer nada siento los delgados brazos de mi hija rodeando mi cuello. La estrecho un poco más, acercándola todo lo posible a mí. Cualquiera que nos viera pensaría que no la iba a ver durante semanas y solo sería pasar la tarde con Eloy, mientras yo me voy con Enzo.

Ño quiro ir —susurra contra mi pelo.

—Tienes que ir, cariño. Papi se va a poner muy feliz.

Vuelvo a estrecharla, inundándome de su olor tan característico.

Te quero.

—Yo también, amor mío.

Beso su frente. Dejo de abrazarla y me enderezo. Cuando me quiero dar cuenta, Eloy está fuera de su coche y acuclillado, con sus ojos negros como la noche clavados en nuestra hija.

—¡¿Cómo está mi guerrera?! —cuestiona, abriendo los brazos.

Esther sale corriendo a su encuentro, saltando sobre él. Escucho la risa infantil de mi hija. Siento unos nuevos brazos rodeándome y bajo la mirada a mi pequeño príncipe.

—¡Di adiós a mamá y a Enzo!

Ella mueve la mano de un lado al otro antes de decir: —¡Adió!


* * *


Aparco el coche en la acera de en frente. Saco las llaves de la toma de mandos y escucho la puerta de atrás abriéndose a la misma vez que yo abro la mía. Lo rodeo por delante hasta toparme con mi pequeño príncipe. Entrelazo mi mano con la suya que tiene libre, mientras que la otra está ocupada por un ramo de flores.

El día hoy está nublado por completo, tiñendo el cielo de un gris igual de intenso que su mirada. Llevo un paraguas en la mochila por si acaso. Cruzamos la calle con prisas hasta acabar delante de la entrada. Una gran puerta metálica de color negro nos da la bienvenida al lugar. Las enredaderas que sirven como decoración le dan un aspecto menos lúgubre al cementerio.

Caminamos por las distintas calles que lo conforman, en busca de su tumba. En estos últimos años he intentado venir lo menos posible. Pero desde que Enzo creció, hizo preguntas y para él el hecho de venir significa estar un poco más cerca de su padre. No fui capaz de negarme y nunca lo seré.

«¿Cómo iba a hacerlo?»

A la tercera vuelta localizamos la zona donde lo enterraron, rodeado de varios arbustos verdes que alegran un poco más el lugar en el que se encuentra. Nos colocamos los dos en frente de la lápida.

Enzo Rubio Montero

13 de mayo de 1994- 31 de marzo de 2019

Observo a Enzo dejando los tulipanes que le compramos en un pequeño jarrón de metal. Oigo como sorbe por la nariz e intenta retirar las lágrimas que se escapan de sus ojos.

—Ven aquí, mi niño —digo en el momento en que lo abrazo.

Aunque es él quien quiere venir a visitarlo, no quita que le duela. Su rostro se oculta en mi pecho mientras que sus pequeños brazos me rodean la cintura. Acaricio su espalda con lentitud, intentando relajarlo. También peino sus rizos castaños cómo solían ser los de él. Alzo su rostro y retiro cada una de las lágrimas que se han escapado de sus bonitos ojos grises.

—¿Quieres decir algo antes de irnos? —susurro con cautela.

Se limita a asentir con la cabeza. Se gira sobre sí mismo y se agacha hasta acabar a la altura de la lápida. Veo como recorre cada una de las letras, sin prisas.

—Feliz cumpleaños, papá —susurra con la voz encogida.

Enzo se endereza y sacude la tierra de su pantalón. Rodeo sus hombros y caminamos de vuelta al coche. El resto del trayecto lo transcurrimos en silencio. Siempre ocurre así. Al llegar a casa, veo a Eloy sentado en el salón, él se percata de nuestra presencia, pero no dice nada. Intercambiamos una mirada antes de que yo acompañe a Enzo hasta su habitación. Él se adentra al baño para salir al cabo de unos minutos con el pijama puesto.

Escala por la cama hasta introducirse bajo las mantas. Me siento a su lado y acaricio su pelo, notando como se relaja ante mi gesto. Sonrío al ver su rostro sereno, sin ningún problema irrumpiendo su tranquilidad.

—¿Puedes acercarme la manta de papá?

Asiento. Me levanto de la cama y me acerco al armario empotrado. Saco de él la manta que cosió una vez Eva con Mar cuando estuve de bajón en el embarazo de Enzo, pero que nunca me atreví a usar y decidí guardarla para mi hijo. Está compuesta por cada una de las camisetas de mi difunto prometido. A veces, tengo la sensación de que todavía huele a él. De alguna forma parece que sigue con nosotros.

La desdoblo y la estiro, arropando a Enzo con ella. Mi pequeño inhala con profundidad y se remolonea, desordenando por completo la cama.

Vuelvo a sentarme a las orillas de su cama. Sus ojos grises se clavan en mí y me ofrece una pequeña sonrisa antes de hacer morritos —igual que cuando era pequeño—. Niego con la cabeza divertida, acerco mi mejilla a sus aniñados labios y hasta que no escucho un sonoro mua de su parte no me alejo.

—Buenas noches, principito.

N/A: No sé si os habéis dado cuenta, pero la frase del prólogo es del Principito y... para Inma su bebé es su principito.

Os prometo que no lo hice aposta y me di cuenta después y me emocioné mucho, porque parece que todo empieza y termina de "
la misma "forma".

No tengo palabras suficientes para agradeceros todo lo que habéis hecho por mí y por todo lo que haréis.
Nunca, jamás, en un millón de años creí que llegaría a tener más de 50K de leídas y ya somos 85K.

ES QUE AAAAAAA. 👁👄👁

Tres amores y medio, ha supuesto un GRAN antes y después, en un sentido solo son detalles pequeños como las notas de autora o autocomentarme, en otras ha sido muy muy importante... hasta septiembre siempre estaba atascada en seguidores, no pasaba de los 400 y ahora en tan solo unos meses ya somos más de 2 kilitos de personas. 🥺❤

Gracias por acompañarme en este viaje, a Inma y a Enzo. También a Eloy, aunque fuese menos rato.

Espero leernos en otra historia, pesadas. ❤

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