Capítulo Treinta y Cuatro

Capítulo dedicado a inanisanimi y a su prima. El mensaje de hace unas semanas me mató, en el buen sentido. Este es de mis capítulos favoritos, espero que os guste tanto como me gustó a mí escribirlo. 👉👈❤

(Canción: Give Me Love de Ed Sheeran)

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Parpadeo un par de veces y recorro con la mirada la habitación en la que me encuentro. No es la mía, de eso estoy segura porque si no a la derecha me hubiera encontrado la cuna del bebé. Como si él fuese capaz de leerme el pensamiento siento una patada de su parte. Me froto los ojos y bostezo. Todo está demasiado callado. Me retiro las sábanas y salgo de la cama sintiendo el suelo de mármol frío contra mis descalzos pies. Salgo de la habitación tras bostezar de nuevo. Camino desorientada por el pasillo hasta que oigo a alguien quejándose en voz alta. «Raro en Mar», pienso irónica. Entonces, segundos después de su queja el llanto de un bebé se abre paso por el lugar.

Es agudo y se mete directamente en mi cabeza. Sigo caminando hasta llegar al final del pasillo. Lo primero que me encuentro es su salón. Hay dos sillones beige en el centro, rodeados por un parque para bebés, con juguetes a su alrededor y mantas en el respaldo. Hay un par de biberones en la mesa de café. Continúo mi recorrido hasta llegar a la cocina. En la encimera hay un cuenco de papilla desparramado y Mar está dando vueltas, aupando a su hija mientras que ella no deja de llorar.

—Buenos días —digo elevando la voz para hacerme oír.

—¿Te he despertado? Perdona, cielo. Es que está con el primer diente y últimamente está insoportable...

—Estaba ya despierta. ¿Tú qué tal has dormido?

Mar me ofrece una pequeña sonrisa. Se encoge de hombros y cambia a su pequeña de cabellos rizados y pelirrojos a su otra cadera. Ya no llora con tanta intensidad, sino que gimotea bajito. Tiene dos pares de ojos azules impresionantes que por culpa del llanto se ven incluso más claros de lo normal.

—Bueno, todo lo que he podido —bromea.

—¿Y si yo me quedo con Malva y tú descansas?

—¿Segura?

Asiento con la cabeza. Me acerco a donde se encuentra ella y estiro mis brazos en dirección a Malva. Sus ojos azules me escrutan con detenimiento antes de dejarse coger por mí. Oculta su rostro en el hueco que hace el cuello con el hombro. Noto como una de sus pequeñas manos peina un mechón de mi pelo. Me balanceo sobre mi propio eje mientras tarareo la canción que nos solía cantar papá cuando éramos pequeñas.

—Vas a ser una madre genial, Inma —susurra Mar, apoyando ambos brazos en la encimera.

—Tengo una buena profesora, supongo.

Mar niega con la cabeza divertida. Yo sigo balanceándome mientras que ella limpia el estropicio de la encimera. Observo como se acerca a la cafetera y la pone a funcionar dejando dos tazas bajo el chorro. La cocina se inunda del olor amargo de la bebida. Es en ese momento cuando recuerdo algo de la noche anterior.

«¿Cómo se me había podido olvidar?»

Sujeto a Malva con un brazo, mientras que con la mano libre tanteo los bolsillos del pantalón de chándal que me prestó ayer Mar cuando llegué a su casa por la noche. Encuentro el móvil en uno de ellos. Lo saco y desbloqueo antes de meterme en el chat que tengo con Eloy. Entonces me percato de que tengo dos mensajes nuevos.

ELOY:

Buenos días.

¿A qué hora te viene bien?

Miro la hora en la parte de arriba de la pantalla: «12:30». Los mensajes son de las 10:15. Debe de pensar que he pasado de él o que al final me he arrepentido. Nada más lejos de la realidad. Intento escribir un mensaje con una mano, pero me detengo al oír el sonido de una llamada. Me doy cuenta demasiado tarde de que proviene del mío y que es porque estoy llamando a Eloy. Me quedo un par de segundos observándolo sin ser consciente de lo que significa.

«Estoy llamando a Eloy...»

¡Estoy llamando a Eloy!

Miro con pánico mi teléfono y levanto la vista encontrándome a Mar, que no disimula lo entretenida que está ante mi cara de horror. Me debato entre sí colgarle o no y fingir demencia si me pregunta, pero cuando quiero actuar sobre ello me percato de que el minutero está sumando segundos. Con una lentitud demasiado dramática me pego el móvil a la oreja.

—Hola —saludo, susurrando.

Tengo todavía a Malva dormida entre mis brazos y lo último que quiero hacer es despertarla.

—Hola —susurra él—. ¿Por qué estamos susurrando?

—Tengo un bebé dormido en mis brazos y la madre de la criatura intentando contener la risa, por eso estamos susurrando.

—Ah, vale. Suena bastante lógico, ¿para eso me has llamado?—. cuestiona, y a pesar de no poder verlo sé por el tono de su voz que está sonriendo al otro lado.

—Te he llamado sin querer.

—Ah, ¿quieres que cuelgue?

—¿¡Qué?! —pregunto en voz alta, aunque rápidamente vuelvo a los susurros—. Mm, no, no quiero que cuelgues.

—Vale. Entonces, ¿qué quieres que haga?

Me quedo un par de segundos en silencio sin saber qué decir. Él también parece meditarlo porque lo único que logro escuchar es su respiración acompasada. Suspiro sin tener ni idea de qué hacer a continuación.

—¿Sigues en casa de Mikel? —vuelve a hablar él.

—Eh, sí.

—¿Qué te parece si te recojo y nos tomamos ese café taaaan espectacular del que me hablaste ayer?

—Suena como un buen plan para mí —respondo, sonriendo. Aunque al darme cuenta de que Mar me mira fijamente intento disimular la sonrisa.

—Nos vemos en media hora, Macu.

—No me llames Macu.

—Adiós, Macu.

—Argh, te odio —mascullo.

—No lo creo. —Antes de que pueda rebatírselo, me cuelga.

Fulmino con la mirada mi teléfono como si se tratase del rostro de Eloy. Lo dejo en la encimera y peino distraídamente los rizos pelirrojos de Malva mientras que ella se remueve en sueños. Veo como Mar deja la taza de café frente a mí antes de apoyarse en la encimera y mirarme de esa manera. Pongo los ojos en blanco al ser consciente de lo que se viene a continuación.

—Eloy y tú os lleváis bien, ¿no? —pregunta sonriendo abiertamente.

Cojo la taza de café y le doy un sorbo ignorando su pregunta. Lo único que consigo es que la sonrisa de la pelirroja se amplíe más, si eso es posible.

—Bueno bien o muuuy bien, ¿cómo os lleváis?

—Bien, a secas. Sin el muy.

—Sin el muy, ¿no? —E intenta contener la risa que amenaza por escaparse de sus labios.

—Eres increíble —mascullo, irritada.

—Gracias, me lo suelen decir mucho.

Gricis, mi li silin decir michi.

Mar niega con la cabeza divertida. Yo me termino mi café y dejo la taza en el fregadero con cuidado de no hacer demasiado ruido por miedo a despertar a Malva. Mar ha desaparecido de la cocina, creo que dijo que iba al baño, no sé.

Camino hasta llegar al salón, me siento en uno de los sofás y cierro los ojos al apoyar la cabeza en el respaldo. Acaricio con los dedos la pequeña espalda de Malva, que a pesar de estar dormida no ha aflojado su agarre alrededor de mi cuello. La otra mano la apoyo en mi bajo vientre, esperando sentir algo en repuesta. No pasan ni tres segundos antes de que note un flojo pataleo, aunque por la intensidad de este supongo que ha sido una mano en lugar de un pie.

—¿Qué haces?

Abro los ojos, encontrándome de frente a Mar con ambas cejas pelirrojas enarcadas.

—¿Descansando?

Mar me mira fijamente mientras que su ceja izquierda se va alzando con el paso de los segundos. Coloca ambos brazos en su cadera en forma de jarra.

—¿Piensas estar así todo el día? —cuestiona. Abro la boca para responderle, pero haciendo un gesto con la mano, es la propia pelirroja quien me silencia antes de continuar con su monólogo —: No sé ni para qué te pregunto. La respuesta es no, señorita. Tienes una cita y estás tú ahí, tan tranquila, ¿cómo es eso posible?

—Tu sofá es muy cómodo y estoy embarazada.

—¿Así que si es una cita? —pregunta, sonriendo.

—¿Qué? No, claro que no.

—Cita o no, que estés embarazada no justifica que vistas como una vagabunda —comenta, haciéndome un recorrido con la mirada de pies a cabeza.

—A mí me gusta.

—Pues tienes un gusto horrible, que lo sepas. —Me limito a encogerme de hombros en respuesta. Mar pone los ojos en blanco y se sienta a mi lado del sofá —. Habrá cosas que no cambiarán nunca —suelta en un suspiro.

Desvío mis ojos de mi amiga y vuelvo a centrarla en la pequeña de melena rizada y pelirroja que se remueve entre mis brazos. Observo como abre los ojos y parpadea un par de veces. Se restriega uno de sus pequeñas manos contra su rostro. Me fijo en como su labio inferior comienza a temblar. No necesito nada más para saber que no tardará en ponerse a llorar. Como puedo, me levanto del sofá y vuelvo a balancearme en mi sitio para calmarla.

—Hoy no vas a poder hacer de canguro. Dámela y la llevo con Mikel a la habitación.

A regañadientes, dejo a Malva en brazos de su madre. Veo como Mar desaparece por el pasillo para que, tras un par de minutos, vuelva a aparecer de nuevo. Me agarra del brazo, de una manera un poco más brusca de la cuenta, y me arrastra por su casa mientras yo bufo cada dos segundos. Entramos las dos juntas a la habitación de invitados. Encima de la cama de matrimonio desecha —porque se me olvidó hacerla, ups— hay varias prendas de ropa que observo frunciendo el ceño.

—Al menos cámbiate la parte de arriba y ponte una camiseta que no esté babeada por mi hija —dice, dándome un ligero codazo.

Bajo la mirada a la tela y efectivamente, hay varias manchas oscuras y pequeñas que deben de tratarse de las babas de Malva. Ni siquiera me había percatado de ello. Me acerco a la cama y cojo la única negra que hay. Mar no aparta su mirada de mí y yo me cambio delante de ella sin inmutarme. Al terminar, decido recogerme el pelo en una coleta.

Es justo en ese momento cuando oigo a lo lejos una estruendosa bocina. Aunque lo que en realidad me alerta es el grito agudo de mi amiga pelirroja. No deja de chillar emocionada. El llanto de un bebé es lo que logra acallarla y que deje de taladrar mis oídos. Mar se tapa con ambas manos su boca y sé que está sonriendo bajo sus palmas porque sus ojos se han achicado un poco.

—Estás tú más emocionada que yo. ¿Seguro que no quieres venir?

—¿Qué? No. Lo último que me apetece es hacer de sujeta-velas.

—¿Sujeta- qué?

Sin embargo, no recibo ninguna respuesta porque Mar ya no está en la habitación conmigo. Me miro una última vez en el espejo de pie que hay al lado de la puerta antes de girarme y coger mi abrigo. La verdad es que la gabardina con el pantalón de chándal no es la mejor combinación, pero estoy demasiado cansada para preocuparme ahora por mi aspecto. Además, solo es Eloy.

«Ese es el problema, querida yo. Es Eloy».

Vuelvo a bajar mi mirada. Observo el chándal ancho y la camiseta negra y arrugada, todo esto combinado con unas zapatillas blancas y una gabardina gris. Si me encierro en el baño, nadie me echará de menos, ¿verdad?

Aunque cualquier tipo de plan de evacuación se va al traste cuando me percato de mi amiga apoyada en el marco de la puerta de la entrada hablando con alguien. Trago saliva antes de atreverme a mirar en dirección a Eloy. A diferencia de otros días, hoy simplemente está vestido con una camiseta blanca y unos vaqueros. Por lo menos así, desentonaré menos.

Me acerco a ellos dos con paso cauteloso. Me froto las manos sudadas contra el pantalón de algodón antes de sacudirlas un poco, intentándome quitar el nerviosismo que me carcome por dentro. Cuando llego al lado de Mar ni siquiera me da tiempo a procesar lo que está pasando. Siento una mano en mi espalda, dándome un ligero empujoncito, provocando que yo dé un traspié en respuesta chocando contra otra persona en consecuencia. No me he caído, pero lo hubiera preferido. No me atrevo a mirar hacia su cara y me limito a clavar los ojos en el suelo.

—Me alegro de verte, Macu.

Lo imito irritada por lo bajo, sonrojándome al escucharlo reír.

«He regresado a mi pubertad, en fin».

—¡Pasadlo bien! —le oigo decir a Mar antes de escuchar como cierra la puerta detrás de mí.

Carraspeo y hago el amago de alejarme de él, pero entonces siento como rodea mi brazo, deteniéndome. Me tenso y relajo en cuestión de segundos. Esta vez sí me atrevo a mirarlo. Sus ojos azabaches están clavados en mí, mientras que una de sus cejas está elevada ligeramente hacia arriba. Su pelo está igual de despeinado que siempre, aunque es más corto de lo que recordaba.

—¿Te has cortado el pelo? —suelto de sopetón.

—¿Sueles hacer esa pregunta cada vez que te chocas con alguien?

—¿Qué? Eh, no.

—Me había asustado —comenta, intentando disimular la sonrisa.

—Idiota —digo, golpeando su brazo y sacudiendo la cabeza, reprimiendo la risa que amenaza con escaparse de mis labios.

—Yo también me alegro de verte, Macu.

—Supérame.

—Eso es complicado de hacer. —Esta vez no se reprime y se ríe abiertamente a mi costa.


* * *


Lo único que interrumpe el silencio entre los dos son las olas chocando contra las piedras que conforman el espigón. El viento me golpea directamente la cara, removiendo el par de mechones rebeldes que se han escapado de mi coleta. Cierro los ojos e inhalo de nuevo el aroma a sal que se respira. Noto como con tan solo una inspiración toda la tensión desaparece de mi cuerpo mientras que la espuma de mar lame las piedras. Al abrir los ojos y mirar a mi izquierda me encuentro con la mirada azabache de Eloy, que estaba clavada en mi perfil y ahora se limita a aguantar la mía. No me atrevo —no quiero— apartarla. El silencio sigue reinando a nuestro alrededor, el ir y venir de las olas es nuestra única banda sonora y yo simplemente me limito observar lo oscuros que son sus ojos.

—¿De cuánto estás? —pregunta de repente.

Parpadeo un par de veces antes de apartar mi mirada de él. Rodeo con más fuerza de la necesaria el vaso de cartón del café y suspiro.

—Siete meses y medio, creo.

—No te queda nada para conocerlo, entonces —dice con aire pensativo. Centra su mirada en el horizonte antes de seguir hablando. Lo imito—. ¿Has pensado en cómo se va a llamar?

—No sé siquiera si es un chico o una chica.

—Ah, ¿no? —Niego con la cabeza en respuesta—. ¿No tienes ningún nombre en mente?

Voy a negar de nuevo cuando me doy cuenta de que, en realidad, sí que tengo uno. Me muerdo el labio inferior antes de atreverme a decir:

—Tengo uno.

—¿Tan horrible es?

Desvío la mirada del horizonte, chocando con su par de ojos azabaches. Tiene una ceja enarcada mientras que una sonrisa divertida comienza a hacerse paso por su rostro moreno.

—¿Qué? No, es solo que... mhm... había pensado que si era chico lo llamaría como su padre.

La sorpresa se apropia de sus facciones, aunque no tarda en disimularla. Vuelve a sonreír, pero de manera más tierna, como si él supiese algo que a mí se me escapa. Intento no darle demasiadas vueltas a ese detalle porque estaría paranoica el resto del tiempo que estemos juntos y por una vez estaba tranquila. Distraída de los problemas, más centrada en el presente y en el ahora.

—¿Y qué piensa él? —pregunta, captando mi atención de nuevo.

Trago saliva.

—Pues no lo sé. Si tú sabes como hablar con fantasmas... —intento bromear, sin embargo, no debo de hacerlo demasiado bien cuando la sonrisa se esfuma de su rostro.

Eloy se arrastra a través de las piedras, hasta acabar el uno junto al otro, brazo contra brazo. Pasa uno por mis hombros y me estrecha de forma ladeada. Yo acabo apoyando la cabeza en el suyo. Su mano acaricia mi brazo de arriba abajo, cierro los ojos y vuelvo a respirar profundamente, aunque esta vez el aroma a sal se entremezcla con el olor de su colonia.

—Lo siento mucho, Inma.

No me atrevo a mirar en su dirección y continúo con los ojos cerrados, buscando de alguna forma armarme de valentía. Aunque, que me llame por mi nombre en lugar de por el dichoso motecito me enternece. Creo que ni él mismo se ha dado cuenta de lo que ha hecho, o si lo ha hecho no le da importancia.

—Estoy bien, de verdad. Yo estoy viva y él está muerto. Las cosas son así, ¿no? Blanco y negro. Vida y muerte —digo en voz baja.

Abro los ojos y elevo mi mirada hasta su rostro. Él tiene la mirada perdida de nuevo en el horizonte. Esta vez no hay ni un atisbo de diversión, su ceño está fruncido y sus labios forman una línea recta.

—Es una forma de verlo, sí. Aunque yo prefiero otra.

—¿Cuál? —no puedo evitar preguntar.

—Que todo es de alguna forma una gama de grises. Pueden ser más oscuros en los momentos malos o tristes y más claros en los instantes felices, pero siguen siendo grises.

Nunca lo había pensado así. Él no aparta su mirada del frente y yo no soy capaz de dejar de observar su rostro sereno. Su ceño ha dejado de estar fruncido y sus labios vuelven a estar curvados hacia abajo, como si estuviese molesto con algo, pero en realidad no es así. El silencio parece querer volver a reinar nuestra conversación, pero yo no se lo permito.

—Cuéntame algo de ti.

Simplemente así, con esa frase logro que desvíe su mirada para clavarla en mí. Noto como me encojo por la intensidad oscura que compone su iris. Eloy se encoge de hombros y dice:

—No hay mucho que contar.

—Venga ya, seguro que habrá algo —le codeo. Niega con la cabeza, sonriendo.

Nope. Nada.

—Vale... pues, mhm, dime algo que poca gente sepa —digo, en un intento de que la conversación entre los dos no muera.

Se queda un par de segundos en silencio. Baja la mirada encontrándose con que el hecho de yo lo estaba observando fijamente. La comisura de su labio superior se curva hacia arriba al darse cuenta de lo que estaba haciendo y yo enrojezco en mi lugar.

—¿Sabías que las personas tristes se pueden reconocer entre ellas?

—Imposible.

—Te lo prometo. —Sonríe al decirlo. Enarco una ceja, escéptica ante ello y él decide continuar hablando—: Una vez vi a una chica entrar al bar de Mikel. A pesar de lo empapada que estaba me di cuenta de que estaba moqueando y se pasaba varias veces las manos bajo los ojos, supongo que para retirarse las lágrimas. Entonces, en lugar de cantar la canción que teníamos planeada, le propuse a Ali hacer una cover de Almost is never enough.

—¿Por qué esa?

—Porque cuando estás triste lo último que quieres hacer es escuchar algo alegre o empalagoso. La gente, yo incluido, tiende a querer oír algo igual a lo que experimenta. Si estás tristes escucharás una canción igual de triste para poder sentirte comprendido.

—Puede que tengas razón.

—Te aseguro yo que sí —bromea.

Nunca lo había visto hablar así. Es raro en él, es incluso divertido. Siempre parece tan sereno y correcto, que me resulta extraño —en el buen sentido— que haga un comentario de ese tipo. Suelto una risa floja ante su arrebato. Es la primera vez que me siento cómoda junto a un chico —que no pertenece a mi grupo habitual—, y tampoco tengo la sensación de estar traicionando a nadie. No tengo ganas de llorar por estar sonriendo, ni tampoco por haberme reído. Ahora vivo. No solo me limito a sobrevivir.

—No te lo creas tanto, eh. Tienes el ego un poco subido, ¿no?

En lugar de responderme, se limita a sonreír mientras niega con la cabeza. Imito su gesto, sonriendo yo también. Nos mantenemos la mirada el uno al otro. No sé cuánto tiempo transcurre. El tiempo parece detenerse. Incluso el oleaje del mar se queda opacado por los latidos de mi corazón, que retumban dentro de mi cabeza. Ni siquiera me he dado cuenta de la poca distancia que hay entre ambos. Intento no pensar demasiado en ello para no ponerme nerviosa, pero es demasiado tarde. Ya lo estoy. Siento el rostro acalorado y coloco una de mis manos encima de mi mejilla, intentando enfriar la zona.

—¿Te acuerdas de mi forma de ver la vida? —pregunta de sopetón.

Aparto la mano de mi mejilla y lo observo confundida.

—Tengo mala memoria, pero no taaaaan mala, ¿vale?

Las comisuras de sus labios se curvan un poco más, dejando a la vista un atisbo de sonrisa. Sin embargo, tan rápido como aparece, desaparece. Sus ojos nocturnos se clavan en los míos con un brillo distinto. Entonces noto el recorrido de su mirada por todo mi rostro hasta posarse en mis labios. Trago saliva en respuesta. Y aunque intento contenerme, yo también acabo observando los suyos, quedándome más tiempo del que debo mirándolos, viendo como están cada vez más cerca de mi boca.

—Ahora mismo, eres mi tono de gris favorito —susurra con voz aterciopelada, una octava más grave de lo habitual.

No me muevo de mi sitio. Noto como ahueca mi rostro con su mano y su mirada azabache vuelve a subir hasta chocar con la mía. La pregunta está reflejada en ella. Suspiro, rozando sutilmente mis labios con los suyos. Entonces, antes de ser capaz de procesar nada más noto la calidez de su boca contra la mía. Al principio no le correspondo, me quedo estática sin hacer nada y dejándome besar.

Siento como rodea con su otra mano mi cintura, acercándome a su cuerpo. Es ahí cuando algo parece hacer clic en mi cabeza. Rodeo su cuello y correspondo a su caricia. Su boca y la mía se mueven en sincronía. Un escalofrío me recorre la columna vertebral. Una sensación extraña se asienta en la boca de mi estómago, pero rápidamente es sustituida por una patada más fuerte de lo normal por parte del bebé. Él parece notarlo también porque corta el beso entre los dos.

Entonces lo que acaba de ocurrir cae sobre mí.

«He besado a Eloy».

N/A: AAAAAAAAAH! ¿Ya he dicho que es de mis capítulos favoritos? Porque tengo la sensación de que no lo he dicho suficientes veces. Y no, no es por el beso, aunque eso sume puntos. Es más bien por el lado filosófico de Eloy que es muy parecido al mío y me encanta jeje.

Buenoooo, ahora viene la parte mala... y es que quedan 3 capítulos para que esto llegue a su fin (está el epílogo y los extras también pero modo drama queen sísoy). Yo terminé esta historia hace dos meses y sigo sin estar mentalizada. ¿Lo bueno? Siempre se puede releer 😏🥺

¿Qué tal vuestra semana?

Espero que bien, yo he empezado los exámenes ya y quiero llorar porque tendré menos tiempo para escribir, pero, a la misma vez, los fines de semana que no tengo nada que hacer me los paso en modo marmota, así que no sé de qué me quejo, en fin.

Nos vemos la próxima semana, pesadas. ❤

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