Capítulo dedicado a Ev_BLc06 una lectora que está amando la historia y que yo adoro cada uno de sus comentarios. 🥰❤
(Canción: Take on The World de You Me at Six)
<< 9 >>
Me aseguro de que no se me olvida nada antes de cerrar la mochila que parece que va a explotar en cualquier momento. Pero es que me niego a llevar una maleta a casa de mis padres. Además de que seguramente tendré alguna que otra prenda todavía por ahí perdida.
Cojo los auriculares de la cama y el libro que había empezado la otra noche llamado YIN de la mesilla. Me visto con mi cazadora vaquera y agarro la mochila antes de salir de la habitación. Iván y Mar están sentados en el sofá viendo algo en la tele y no tardo en localizar a Hugo en la cocina por el alboroto que está formando. Entonces me fijo en la isla dónde está mi ordenador.
«¿Cómo pensaba hacer los trabajos sin ordenador?»
¿En papel? ¿Al aire?
—¡Ya nos vuelve a dejar! —grita Iván cuando estoy buscando mis llaves en el bol que tenemos a la entrada.
—¡Vuelvo el lunes, melodramático!
Entonces noto que alguien me rodea la cintura y mi espalda choca a contra el torso de otra persona.
—Y va a ser un fin de semana taaaaan aburrido sin ti.
—¿No será porque soy la única que escucha tus dramas?
—También, pero no solo por eso.
Sus brazos dejan de rodearme la cintura y noto unas manos frías apoyadas en mis hombros que hacen que me dé la vuelta. El rostro pecoso y el pelo naranja de Mar aparecen en mi visión.
—Te echaré en falta por aquí. Ahora son dos contra uno.
—¡Siempre ha sido uno contra uno! —vocifera Hugo.
Normalmente si hay una discusión siempre acaba siendo entre Iván y Mar mientras nosotros los observamos. Yo totalmente entretenida y Hugo pidiendo paciencia al universo.
—¡Cállate y cocina! —grita Mar de vuelta. Soy capaz de oír el bufido que suelta Hugo. —Llámame para lo que necesites. ¿Llevas los champús que te traje?
—Mmh.
—Más te vale, a ver si en vez de rubia, el lunes vuelves verde o de otro color —se queja antes de abrazarme.
—Yo también te quiero —susurro al devolverle el abrazo.
—Y yo, si te lo digo por eso mismo.
—¡Adiós, Huguito!
—¡¿Sabes que los motes son para acortar el nombre no para alargarlo, Inmaculada?!
Fulmino con la mirada la pared que impide que lo fulmine a él directamente antes de abrir la puerta de la entrada. Estoy a punto de irme cuando alguien frena mis pasos.
—¿Traerás comida casera?
—Lo intentaré.
—Con todas tus fuerzas —dice Iván.
Apoyo una mano en el lado izquierdo del pecho donde bombea mi corazón.
—Te lo juro.
Iván sonríe satisfecho con eso y me libera de su agarre no sin plantarme antes un beso en cada mejilla. Me recoloco la mochila y cojo el ordenador.
Dejo todo en los asientos traseros del coche. Configuro mi móvil con el bluetooth del coche para poder tener música en el trayecto de tres horas y así no tener que lidiar con las radios ni los anuncios. Salgo en dirección a la autopista y me sorprende la poca cantidad de coches que hay en comparación a la que me he encontrado este verano. Subo un poco más el volumen de la canción y bajo la ventana. Tamborileo sobre el volante mientras canto a todo pulmón, centrada únicamente en la carretera y en la voz de la cantante.
Y así es como transcurro la primera hora y media antes de parar para tomarme algo y usar el aseo en una gasolinera. Entonces, transcurre una hora y media más y los árboles, los altos edificios y la gran cantidad de gente que suelo encontrarme en el centro va disminuyendo. Las palmeras van abriéndose paso, sus hojas se balancean al son del viento y hay un par de gaviotas revoloteando alrededor.
Puedo vislumbrar el mar en la distancia. La música sigue resonando a través de los altavoces del coche. O bueno, lo hacía hace dos segundos. El estruendo sonidito que hace mi móvil cuando entra una llamada siempre me provoca dolor de cabeza.
«Hay que cambiarlo, definitivamente».
Le doy al botón del volante que descuelga la llamada antes de escuchar el gritito de mi hermana entusiasmada.
—Te he escrito varios mensajes y no me los has contestado, así que te he llamado. ¿Estás conduciendo?
—Mmh.
—¿¡Estás viniendo para acá?!
—Sí, Eva. Estoy yendo para allá.
—¡Mamá, que sí viene! —le dice a mi madre con el teléfono pegado a ella. Mi madre grita en la distancia algo que no logro entender y Eva vuelve a hablar—. Dice mamá que ahora te prepara tu comida favorita. ¡Qué ilusión!
—¡Pero si te dije que venía!
—¡Me hace ilusión igual, cascarrabias! Te dejo, que dice papá que no te distraiga conduciendo. Te quiero.
—Y... —Pero escucho el sonido que hace el móvil cuando cuelgan la llamada.
«¡Qué raro! No sé ni por qué me sorprendo».
Le doy de nuevo al botón para que se reproduzca la canción que se había cortado por la llamada. Ahora deseo desacelerar la velocidad del coche. Eva sola puede ser muy escandalosa, pero si se junta con mi madre es peor, y con mi padre con sus familiares comentarios se escandalizan más y no sabría decirte quiénes son peores, si Mar e Iván o mi madre y Eva.
Salgo de la autopista y cojo la tercera salida de la rotonda. Las calles me resultan más familiares y estrechas. La gente vuelve a dominar las calles, aunque de una forma más desenfadada que en la capital. Bajo una calle y giro a la izquierda de una esquina. Entonces una serie de casas blancas se van abriendo paso. Y cómo hacía de pequeña, empiezo a contarlas.
Siete.
Seis.
Cinco.
Cuatro.
Tres.
Freno en seco. Con energía renovada aprieto la bocina del volante y el sonido estridente que hace retumba sobre el silencioso mediodía que estaba transcurriendo. Al tener las ventanas bajadas soy capaz de escuchar como cruje la madera de la puerta principal y los pasos de alguien al bajar las escaleras del patio delantero. El chirrido metálico de la puerta de la entrada hace que fije mis ojos en él y en el marco de esta aparece mi hermana en bikini con un pareo cubriéndolo y una pamela en la cabeza. Mi madre lleva uno de esos monos blancos que siempre viste cuando está en la playa y no deja de frotar sus manos contra un trapo de cocina.
—¡Hijita mía! —grita al verme.
Rodea el coche por delante, abre la puerta del piloto mientras yo me desabrocho el cinturón precipitadamente antes de que note como unos delgados brazos rodean mis hombros y me apretujan contra ella. Su aroma floral mezclado con el ligero olor a verduras inunda mi nariz. Noto como sus dedos comienza a peinar mis hebras rubias y onduladas, aunque de vez en cuando se les atasca por los nudos que tengo en el pelo.
«Uy, que pena».
—Te queda muy bien ese color, te favorece el color de ojos —dice al separarse de mí. Me sorprende que no me regañe por no decirle nada, aunque mi respuesta a su no regañina aparece a su lado poco después.
—¡Hermanita!
Eva aparta a mi madre de mi lado y se lanza a mis brazos. Me tambaleo sentada y acabo apoyándome en lo primero que pillo que resulta ser el centro de mi volante dónde se encuentra la bocina. Esta suena de nuevo provocando que pegue un respingo con mi hermana todavía abrazada a mí y ambas nos damos contra el techo.
—Yo también os echo de menos, pero necesito respirar —digo haciendo como que me ahogo.
Ambas sueltan una risita.
«Otras que se divierten a mi costa».
—Nosotras volvemos adentro entonces. ¡Ve preparando la mesa, Eva! —ordena mi madre, antes de centrar su atención de nuevo en mí.
Mi hermana hace un mohín en contestación porque normalmente esas tareas me tocaban a mí por ser la pequeña.
—¿Vienes cansada?
«Hoy no pienso hacer nada».
—Muchoooo, mami —digo y suelto un suspiro después.
—La próxima vez avisa a tu padre para que Ernesto pueda ir a recogerte.
—No hace falta. Me gusta conducir, ¿hay espacio en el garaje?
—Claro, cielín. Y podrías dejar ese cachivache ahí y llevarte uno de los que hay aquí.
—No hace falta, mamá. Este funciona perfectamente.
—Pero es que es tan feo...
—Puede ser, pero me lleva y me trae y estoy satisfecha con eso.
Mi madre asiente resignada y me da un beso en la frente antes de desaparecer por la puerta metálica que se cierra automáticamente detrás de ella. Cierro la puerta del piloto y arranco de nuevo el coche. El silencio vuelve a reinar las calles hasta que un chirrido metálico mucho más ruidoso que el de antes lo vuelve a corromper. Los altos y grandes portones del garaje de mi casa comienzan a elevarse dejando ver los coches que tiene mi familia. Rápidamente me adentro en él y aparco mi coche.
De todos los que hay, el único vehículo que me llevaría sin mirar atrás sería el Mustang del '76 y ese es el único coche del que estoy segura de que mi padre no quería darme. Me guardo mi móvil en el bolsillo antes de abrir las puertas de los asientos traseros y sacar mi mochila y el portátil.
La puerta de madera que hay haciendo esquina en el garaje se abre de nuevo, aunque para tranquilidad mía no se trata de ninguna de las otras dos mujeres que se hacen llamar mi madre y hermana. Mi padre está apoyado en el marco con su camisa sacada del pantalón, los mocasines han sido sustituidos por pantuflas de estar por casa y lleva el pelo grisáceo despeinado para ser él.
—Pensaba que ya no te acordarías de nosotros —dice mirándome con un brillo en los ojos que siempre me gusta causarle.
—Sabes perfectamente que si no llamo es porque estoy estudiando, papá.
—Sí, pero seguro que para salir de fiesta si tienes tiempo, jovencita —me recrimina burlonamente.
Abro la boca para contrariarlo, pero la cierro inmediatamente al darme cuenta de que a mi padre no soy capaz de mentirle. Enrojezco en su lugar.
—Ven a darle un abrazo a tu viejo.
No hace falta que me lo diga dos veces para que deje el ordenador y la mochila en suelo y acorte la distancia entre ambos de forma rápida. Rodeo su cadera y hundo la cara en su pecho. Sus brazos me rodean por debajo de las axilas. El olor a colonia cara y vieja me inunda por completo y me siento en casa.
No era consciente de lo que lo había echado de menos hasta ahora.
—¿Has bebido?
—No, ¿por qué? —preguntó con la voz ahogada por su cercanía.
—Creo que es el abrazo más largo que me has dado, hija.
Me separo de él y lo miro con la indignación pintada en el rostro.
—¡Eso no es cierto!
—Si lo es.
—¡Claro que no!
—Porque eleves la voz no significa que tengas razón.
—Pirqi ilivis li viz ni significi qi tingis rizin —susurro, irritada.
—¿Inma?
—Perdón, papá.
Mi padre me ofrece una sonrisa divertida que deja ver las ligeras arrugas que comienzan a decorar su rostro. Le devuelvo la sonrisa.
—Recoge tus cosas y vamos a comer.
Asiento. Agarro mi mochila y el ordenador antes de entrar a lo que solía llamar hogar.
* * *
Después de un intenso almuerzo dónde mi madre lo ha convertido en un interrogatorio sobre lo que me ha sucedido en estos dos meses, ya me encuentro en mi habitación. Tanto mis padres como mi hermana han insistido en que me diese un baño en la piscina climatizada que tenemos en la terraza, pero han acabado desistiendo cuando me he negado varias veces.
Ahora estoy tirada en la que solía ser mi cama. Tengo los auriculares con la música a todo volumen y no dejo de mirar los distintos pósteres de grupos de música y de algún libro que luego se hacía película que tengo colgados en el techo. Mi escritorio sigue en su sitio y los montones de folio llenos de garabatos siguen amontonados en una de las patas. Cierro los ojos, perdiéndome en las notas musicales cuando noto que me zarandean el hombro con delicadeza. Al principio. Intento ignorar a quién sea que me zarandea, pero este se vuelve más agresivo y la persona también comienza a gritar en mi dirección.
Abro los ojos.
Eva tiene el pelo castaño pegado a su rostro y pequeñas gotas resbalan a través de su cuello. Tiene el ceño fruncido y los labios dibujados en una línea recta.
¿Y yo ahora qué he hecho?
«La verdadera pregunta es: ¿Qué no habré hecho?»
Me quito los casos, incorporándome.
—¿Qué te pasa?
—¿No tenías que decirme nada el otro día?
¿Todavía se acuerda? ¡Qué mal!
—Mmh... ¿tiene que ser ahora?
—Pues si porque yo también tengo que decirte algo. Bueno dos cosas. —Se sienta a mi lado.
—Vale, pues empieza tú.
—En realidad son tres. Nico viene a cenar, te tienes que arreglar y vas a ser tita y nuestros padres no lo saben.
«Whoa».
Demasiada información.
Nico —o Nicolás— es el prometido de mi hermana. Llevarán cuatro años ya juntos y parecen un matrimonio de abuelitos. Mi hermana está loca por él y Nico se arrastra por mi hermana, literalmente. Todo lo que diga Eva se hace o te verás con la furia de Nicolás.
—¿Va a venir Nico? ¿Me tengo que arreglar para qué? ¿Y qué era lo último?
Que torpe soy algunas veces.
«Siempre soy torpe».
—Vas a ser tita y nuestros padres no lo saben.
Espera, ¿qué?
—¿C-cómo? ¿Estás embarazada?
—Ding, ding. Qué genio eres, hermanita.
Y me quedo medio embobada mirándola. Eva frunce aún más su ceño y mis ojos dejan de mirar su rostro para centrarlo en la barriga plana de mi hermana mayor.
Voy. A. Tener. Un. Sobrino.
«O sobrina».
—¡MADRE MÍA! ¡Voy a ser tía!
—Sh, sh. Papá y mamá no lo saben aún.
—¿Aún?
—Por eso Nico viene, se lo vamos a decir hoy. Así que arréglate que es una cena importante.
«Y mañana supuestamente también».
Pero decido no decir eso y simplemente asiento. Eva se marcha felizmente de mi habitación no sin antes insistirme de nuevo en que me arregle. Así que, en vez de tumbarme de nuevo, desenchufo los auriculares del teléfono y dejo que la música inunda mi habitación. Me adentro al baño tarareando y me ducho con Gun n Roses de banda sonora. Cada una de sus notas me dan fuerzas renovadas para afrontar la cena y la tediosa presencia de Nico.
Al terminar, salgo del baño dejando un vaho detrás de mí y miro mi armario con mala cara. En la mochila solo hay ropa de estar por casa y como mucho habrá una camisa medianamente decente que estará arrugada y que mi madre no aprobaría que vistiese para una ocasión tan especial. Sin tener todas conmigo, lo abro y me encuentro con las prendas de ropa que yo odiaba —y odio— vestir y que mi madre siempre quería que vistiera.
¿Sabéis cuál es el truco para saber que le va a gustar a mi madre?
«El que menos me guste a mí».
Acabo vestida con una falda de tubo azul marina y un jersey blanco de cuello alto que llevo estirando todo el tiempo que tardo en bajar las escaleras por la molestia. Sin contar con lo incómodo que me resulta llevar tacones y lo innecesario que me parece al estar en mi propia casa. Me he atado mi pelo rubio en un moño bajo y he tenido que usar muchas horquillas para que los mechones no se escapasen, aunque siempre hay alguno que se escapa. Siempre.
Estoy a punto de entrar directamente a la cocina cuando una voz varonil y grave me intercepta. Me giro sobre mi propio eje y me encuentro con Nicolás. Va vestido con un traje de chaqueta y corbata todo pulcramente planchado y el pelo completamente engominado. Lo peor de todo son las patillas anchas y largas que son taaaaan de otra época —como diría Iván— que ni mi profesor Palacios las llevaría así.
—¿Qué tal, Inmaculada? —pregunta con cortesía mientras se arregla las solapas de la chaqueta.
Que manía tiene este hombre con llamarme por mi nombre completo. Ugh.
—Bien, Nicolás. ¿Y tú? ¿Mucho trabajo en la empresa?
—Con trabajo sí, aunque me he tomado un descansillo este fin de semana. ¿Vas a salir estos días?
Mmh. No me gusta nada cuando hace esa pregunta porque sé que vendrá a continuación. Niego con la cabeza.
—Mi primo te manda saludos. Eduardo te tiene mucho cariño.
«Ahí estaba el dichoso comentario».
—Ajá, voy a ir al salón a ver si mi madre necesita algo —miento descaradamente.
Aunque con lo alelado que está, no creo que se dé cuenta.
—Me ha mandado muchos recuerdos de su parte, Inmaculada. No sabe nada de ti desde verano.
—Sí, es que con la universidad y eso he estado muy ocupada.
«Ocupada comiéndole la boca a Enzo».
Y roja como un tomate me marcho al salón. Me encuentro con mi hermana sentada en el sofá mirando muy poco disimulada su —todavía— plana barriga mientras que mi madre está arreglando los últimos detalles en la alargada y acristalada mesa de comedor. Mi padre seguramente esté encerrado en su despecho o lo estaba hasta que mi madre pega un grito alentándonos a sentarnos en la mesa.
Todos nos sentamos, mis padres en cada extremo de la mesa, mi hermana y su prometido en un lado de la mesa mientras yo me siento en frente de ellos, sola. Mi madre va y viene con bandejas de comida y aunque yo me ofrezco a ayudarla acabo siendo regañada porque debo de seguir estando muy cansada del viaje.
«Cansada no inválida».
De todo lo que hay en la mesa solo me como las patatas, las judías y la sopa que sirve como entrante y que acaba convirtiéndose en mi plato principal. Mis padres siguen sin estar muy de acuerdo con que sea vegetariana, pero no me dicen nada al respecto directamente. Sin embargo, el prometido de mi hermana hace uno que otro comentario que me toca mucho las narices.
—Nicolás y yo tenemos algo que deciros —empieza a hablar mi hermana, entrelazando su mano con la de su prometido—. Vais a ser abuelos.
Mi padre que está bebiendo en ese momento aparta la copa precipitadamente de sus labios mientras el líquido carmesí borbotea de su boca. Mi madre pega un grito agudo antes de dejar la servilleta encima del plato y precipitarse a abrazar a mi hermana con lágrimas en los ojos. Yo sonrío a ambos antes de susurrar: «Enhorabuena».
Mis padres le hacen diversas preguntas a mi hermana y a su prometido y estos le responden encantados. Cuanto más pasa el tiempo, más ganas tengo de marcharme a mi habitación. De repente, mi móvil vibra debajo de mi muslo. Discretamente, lo saco y lo desbloqueo debajo de la mesa. Tengo un mensaje nuevo.
ENZO:
Felicidades, pesada.
Dime que he sido el primero.
Miénteme.
INMA:
Has sido el primero, idiota.
ENZO:
Si estuvieses aquí te hubiera felicitado de otra forma. Pero tendremos que esperar.
INMA:
¿Qué forma?
ENZO:
¿Se me ha olvidado decir que es sorpresa?
INMA:
Capullo.
«Esta conversación era demasiado bonita para ser verdad».
Pero los mensajes de ese capullo han conseguido hacerme sonreír. Ni siquiera me he dado cuenta de que mi familia sigue enfrascada en una conversación que no me integra, que es mi cumpleaños y ni se han dado cuenta y mi buen humor repentino va decayendo.
—Estoy cansada del viaje. Lo mejor será que descanse —digo mientras me levanto. Hago el ademán de recoger los platos, pero mi madre me hace un gesto con la mano para que los deje estar y obedezco.
Subo las escaleras con más prisas de la normal. Al llegar a mi habitación cierro y echo el pestillo. Me desnudo por completo dejando la ropa en el suelo rodeándome y suspiro. Las ganas de llorar retoman fuerza y no sé explicar el porqué de ellas. Apago las luces, deshago la cama y me acurruco entre las sábanas. A ciegas busco en la mesilla de noche los auriculares hasta que doy con ellos y los enchufo al teléfono. Al desbloquearlo, me doy cuenta de que tengo más mensajes.
LARA:
Felicidades, fea.
¿Qué tal por el pueblo?
INMA:
Bien. Como siempre.
LARA:
No te preocupes, a la vuelta haremos una fiesta.
INMA:
No hace falta.
LARA:
Sí que la hace. Además, es la excusa perfecta.
La dejo en leído y salgo del chat. Me meto en la aplicación de música y reproduzco la canción de la lista. Entonces el móvil vibra en mi mano por un mensaje nuevo.
ENZO:
Por cierto, ¿qué tal?
¿Recordando los maravillosos viejos tiempos a mi lado?
INMA:
Bien.
Y no.
Ni siquiera le pregunto por él. Estoy cansada, frustrada y molesta y no es una buena combinación. Cierro los ojos, todavía escuchando Take on the World de You Me At Six.
Silence the voices that haunt you inside
And just say the word, we'll take on the world
And just say you're hurt, we'll face the worst.
La pantalla de mi teléfono se ilumina por la llegada de un nuevo mensaje.
ENZO:
Incluso a distancia sé que me estás mintiendo y que no estás bien.
Buenas noches.
«Esta vez sí tiene razón».
Solo esta vez.
Nobody knows you, the way that I know you
Look in my eyes, I will never desert you.
INMA:
Buenas noches, sabiondo.
We'll fight, we'll crawl into the night
Our world, we'll go, with you by my side.
* * *
Salgo de mi habitación vestida con un pantalón de chándal grisáceo, una sudadera que tiene la caricatura de The Big Bang Theory en la parte frontal con el pelo todavía recogido —más o menos— en el moño que me hice ayer para dormir.
Bajando las escaleras soy capaz de captar retazos de conversación dónde los otros integrantes de esta casa están en ella.
Genial.
«Desayuno familiar».
Rodeo la isla y me freno al llegar a la nevera. Mis padres y mi hermana siguen hablando como si nada. Me gustaría decir que es la primera vez que pasa algo así, pero estaría mintiendo porque es más bien lo contrario. Resultaba ser rutinario cuando vivía aquí.
Abro la nevera y rebusco en su interior a ver si hay algo que pueda tomar. El fiambre, la carne y el pollo de anoche es lo primero que me da los buenos días. Busco en los cajones de la parte de abajo y encuentro una manzana un poco pocha. Suficiente.
Dejo la manzana en la encimera antes de encaminarme a los armarios del lazo izquierdo de la nevera para sacar la tetera y hacerme un té. Me apoyo en la encimera y voy mordisqueando la manzana mientras espero a que el agua hierva.
—¿A eso le llamas desayunar? —cuestiona mi madre con ese tono de voz que da a entender que no está para nada de acuerdo con lo que estás haciendo.
—Buenos días —musito.
—¿No había nada más?
—No sé, es tu nevera no la mía.
La manzana desaparece de mi mano y levanto la vista en dirección a la persona que me ha arrebatado mi escaso desayuno. Mi madre me observa ligeramente enfadada y tiene una mano en la cadera mientras tiene la otra ocupada con mi manzana.
—¿Por qué no buscas mejor?
Bufo algo que ni yo misma entiendo antes de volverme hacia la nevera y abrirla. Observo de arriba abajo cada uno de los estantes. Lo único que me puedo comer dentro de ese frigorífico son las verduras, las frutas, la leche, los yogures y los huevos.
—¿Quieres que desayune huevos?
—Busca un poquito mejor, hijita.
Vuelvo a pasear mi mirada de arriba a abajo de la nevera. Nada ha cambiado a excepción de la caja de cartón que hay en el estante más alto. Lo saco dubitativa y miro a mi madre enarcando una ceja cuando veo que está sonriendo. Mi hermana y mi padre han dejado de hablar en el otro lado de la isla.
Abro la caja con el pulso a cien porque me temo cualquier cosa. Una tarta de chocolate aparece en el centro de dicha caja de cartón con distintas coberturas y en el centro de esta descansa una felicitación junto a un nombre. Mi nombre.
Noto como el labio inferior me tiembla y los ojos me escuecen por las ganas de llanto contenidas. Siento como una lágrima recorre mi mejilla y levanto la vista para encontrarme con la estampa de los tres miembros de mi familia observándome expectantes para después cambiar sus rostros a una mueca preocupada y las ganas de llorar incrementan.
Mi madre se levanta del taburete y me abraza con fuerza. Hundo mi cara en el hueco de su cuello rodeándome del aroma floral que desprende su colonia.
—Feliz cumpleaños, Inma. —Esas tres palabras dichas desde su boca son el detonante para que me eche a llorar como una niña pequeña.
Los brazos delgados alrededor de mi cuerpo se aprietan un poco más. Noto como peina los mechones sueltos de mi recogido y susurra palabras tranquilizadoras para que deje de llorar, pero causan el efecto contrario.
—¿Qué te pasa, cariño?
—P-pensaba... Mmh... que os habíais olvidado de mi cumpleaños.
Escucho cómo otro taburete chirría cuando es arrastrado contra el suelo de mármol y unos brazos más fuertes y grandes me rodean por la espalda. Entonces me doy cuenta de que estoy temblando.
—Claro que no, trasto mío —susurra mi padre.
—¡Qué poca fe en nosotros, hermanita! —se queja mi hermana antes de abrazarme por dónde puede—. ¡Abrazo familiar!
Y todos rompemos a reír, incluso yo con lágrimas en los ojos todavía. Nos quedamos un par de segundos todos abrazándonos mutuamente hasta que escucho como otra persona comienza gimotear y me percato de qué es mi madre, aunque rápidamente se recompone y hace que rompamos el abrazo. Se marcha a sentarse mientras se abanica el rostro para retirarse las lágrimas del rostro sin estropearse el maquillaje.
—Entonces, ¿me la puedo comer para desayunar? —pregunto como una niña pequeña.
—Ni hablar, señorita. Te quiero comiendo un desayuno saludable, después ya veremos —me regaña mi madre.
Me giro en busca de apoyo en mi padre, pero lo pillo intentando contener una risa a espaldas de mi madre y yo le sonrío con complicidad.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top