Capítulo Dieciocho (II)

Capítulo dedicado a oterogomez #nomássufrimientoparaEnzo ¿no? 😏😉

Mini-Maratón 2/2

(Canción: Ruin My Life de Zara Larsson)

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—¿Quieres una cita?

Enrojezco en respuesta. «Joder». Gruño frustrada y me tapo la cara con las manos, intentando disimular lo roja que seguramente estoy. Siento como los dedos ásperos del chico de rizos castaños y mirada grisácea, apartan las manos de mi rostro.

La sonrisa ladeada ha desaparecido para dejar paso a esa que es amplía y honesta y que tanto me gusta ver en él. Sin verlo venir sus labios y los míos chocan en un beso casto.

—Venga a dormir, que mañana tengo una cita importante. Puedes robarme una camiseta si quieres.

Rueda sobre la cama conmigo encima hasta acabar ambos de lado, el uno junto al otro. Me levanto del colchón y me acerco a su armario. Estoy a punto de irme al baño para cambiarme cuando la idea maliciosa de desnudarme delante de él cruza mi mente. De cara a la pared y de espaldas a él me quito el jersey y el pantalón. A suerte mía, la ropa interior no es la peor que tengo. Me pongo la camiseta y me quito el sujetador, dejándolo caer con el resto de mi ropa.

Ahora es Enzo quién traga saliva. Él simplemente se ha quitado el pantalón vaquero y el bulto en sus calzoncillos es incluso más llamativo que antes. Suelto una risa divertida antes de taparme con las sábanas.

—¿De qué te ríes?

—¿Yo? De nada —respondo, sin contener la nueva risa que me invade.

—Ven aquí.

Siento como uno de sus brazos rodea mi cintura. De un momento a otro siento el calor de su pecho desnudo contra mi espalda. Mis piernas y las suyas se enredan y no te sabría decir dónde empiezan las suyas y dónde acaban las mías. Siento su barba incipiente contra la piel de mi cuello antes notar la calidez de unos labios. Hago el amago de separarme de él, pero parece que Enzo no me quiere dejar escapar tan rápido. Estiro mi brazo para darle al interruptor y apago las luces de la habitación.

Remoloneo muy cerca de su cuerpo, siendo consciente de que partes de mi cuerpo se encuentran con zonas del suyo. Enzo suspira, haciendo que su aliento cálido choque contra mi piel y está se ponga de gallina.

«Lo ha hecho aposta».

—Capullo.

—Futura novia.


* * *


Mar y yo llevamos media hora metidas en mi habitación. Después de un incesante interrogatorio por parte de mi amiga pelirroja y mi colega castaño mientras que Hugo observaba a ambos con desaprobación he podido librarme de ellos. O bueno, de uno de ellos. En cuanto Mar se ha enterado de que hoy seguramente tampoco pasaba la noche aquí porque voy a tener una —primera— cita con Enzo me ha arrastrado a mi cuarto y aquí estoy. Dejando que mi estilista personal —nombrada ella misma— me ayude a arreglarme.

«Doy gracias porque Iván no se haya enterado».

Si no nunca acabaríamos.

—Sí, un vestido —dice la pelirroja, moviendo mis perchas de un lado al otro. —Es una cita. Un vestido es la opción segura.

—¿Y si no es formal?

Mar deja de revisar mi armario y se gira sobre su propio eje. Tiene sus manos apoyadas en las caderas en forma de jarra mientras me observa con una ceja enarcada, juzgándome con su mirada verdosa.

—Una cita siempre es formal. Hazme caso, que soy mayor que tú.

—Yo no te he visto teniendo muchas citas... —comento por lo bajo.

Pero al ver cómo vuelve a clavar sus ojos del color de la menta en mí sé que me ha escuchado.

—Que no te cuente mis decepciones amorosas no significa que no tenga.

—Ah, ¿sí? —cuestiono exageradamente sorprendida, haciéndola rabiar.

—Pues sí, señorita. Pero no me desvíes de tema. ¿Cuál de los dos? —Saca dos vestidos ligeramente arrugados que tendría al fondo del armario.

En el brazo izquierdo, un vestido rojo y largo cuelga rozando el suelo. Tienen uno de sus lados abierto en la zona de la pierna y el escote en palabra de honor. Es ceñido y resalta mis atributos de una forma sutil y sensual a la vez. En el brazo derecho, por otro lado, tiene uno negro, corto y ceñido. Me llega a mitad del muslo y tiene el escote en forma de pico. A pesar de tener poco culo, ese vestido hace milagros y logra resaltarlo por completo.

Si elijo el rojo tendría que llevar tacones sí o sí, sin embargo, con el negro podría combinarlo mis botines militares y una cazadora de cuero. Señalo el brazo derecho de mi amiga y esta hace un mohín en respuesta.

—¿Qué?

—Es que el rojo es muy bonito —dice, apenada.

Me levanto de la cama y cojo el vestido rojo para meterlo de nuevo en el armario bajo la atenta mirada de Mar.

—Voy a una cita, no a una gala. Y no quiero llevar tacones.

—En vez de la loca de los gatos, es la loca de los botines.

—¡Eso no es verdad!

—¿Qué no? ¿Cuántos botines tienes?

Abro la boca para responder, pero la cierro ante su pregunta. Me quedo un par de segundos pensativa y comienzo a enumerarlos contando con los dedos como si estuviese en primaria.

—Solo tengo cuatro.

— Y dos son del mismo color...

—Pero no son lo mismo, unos son negros casuales y otros formales.

—¿Cuál es la diferencia?

—Los formales no tienen cordones —contesto decidida.

Aunque tardo poco tiempo en reaccionar ante la gilipollez de respuesta que acabo de soltar.

—Te vas a maquillar, ¿no? —pregunta, paseándose por mi habitación en busca de mi neceser como si se tratase de su cuarto.

«¡Viva la confianza!»

Mientras Mar se centra en registrar mi pequeño neceser azulado, yo me marcho al baño a ducharme. El agua caliente logra tranquilizarme y bajo la manguera parece que los problemas se vuelven gotas y desaparecen por el desagüe. Al salir y volver a mi habitación me encuentro con el desorden que han organizado mi amiga pelirroja e Iván.

«¡Huye!»

No obstante, no lo hago porque tengo una cita y es en menos de una hora. Iván me agarra del brazo y me obliga a sentarme. Lo único con lo que estoy vestida es con la toalla que tengo enrollada en mi cuerpo, pero parece que ese pequeño detalle no le importa a ninguno de los dos. La toalla que tenía colocada en mi pelo mojado desaparece y siento los mechones húmedos por el agua pegados en mis hombros, espalda y rostro.

Escucho como mueven cosas a mis espaldas y el clic que hace algo al conectarse a un enchufe. El ruido del secador inunda la habitación. No necesito girarme para saber —gracias a los tirones que me está metiendo— que Iván es quién se está encargando de desenredarme el pelo y secármelo. Mar se posiciona delante de mí y comienza a echarme un producto en la cara que provoca que tose.

«¿Y eso para qué es?»

Aunque ni siquiera me molesto en preguntar porque con lo concentrada que está, me ignoraría deliberadamente. Saca de mi neceser la base y comienza a maquillarme con ella. Su ceño se frunce y sus labios se dibujan en una línea recta. Al terminar, saca varios broches de un estuche que nunca antes había visto en mi vida. Empieza a acercarlos a mi rostro con distintos potingues que no entiendo para qué sirve ninguno.

Dejo de escuchar el ruidoso secador. Oigo como Iván lo desenchufa para enchufar otra cosa en el enchufe. Siento como sus dedos separan un mechón y el bip que hace la plancha cuándo llega a la temperatura adecuada. Mar se acerca un poco más a mi rostro con dos botes negros que no tardo en reconocer cómo la máscara de pestañas y el delineador.

—Si no quieres ir como un panda a tu cita, ahora no te muevas —me advierte antes de destapar el primero.

Intento concentrarme en los dedos de Iván en mi pelo en lugar del cosquilleo que experimento cuándo siento el pincel en mi párpado. Minutos más tarde, escucho cómo desenchufa la plancha.

—Ya puedes abrir los ojos.

Acato la orden de la pelirroja y los abro. Todavía sigo en toalla, pero soy capaz de apreciar los tirabuzones cuidadosamente hechos que conforman mi pelo rubio.

—Gracias, chicos.

Iván parece que va a decir algo, pero el timbre lo interrumpe. Escuchamos los pasos de Hugo resonando por el salón y el crujir de la puerta al ser abierta.

—¡Enzo ya está aquí!

Iván y Mar intercambian una mirada. Antes de marcharse de mi habitación me dan un beso cada uno y me desean suerte. En cuanto la puerta se cierra detrás de ellos, me precipito a mi cómoda para sacar un conjunto de ropa interior y cojo el vestido negro junto a los botines del mismo color. Intento tardar lo menos posible en vestirme.

Aunque queda en intento.

Al salir de mi habitación me encuentro con el salón vacío a excepción del chico de rizos castaños y mirada grisácea que está sentado en mi sofá amarillento. Sus ojos grises azulados se encuentran con los míos y siento cómo la respiración se me atasca por la imagen. Enzo está vestido con una camisa negra, arremangada y abierta en los primeros botones dejando a la vista la tinta que decora su piel, acompañada por unos vaqueros ceñidos que deben resaltar su culo a la perfección y unas zapatillas.

Enzo se levanta y acorta la distancia entre nosotros. Su mirada escudriña mi rostro con detalle. Uno de sus dedos retira uno de mis tirabuzones de mi cara para terminar ahuecándola. Giro mi cara un poco más para poder absorber por completo su caricia. Él sonríe, dibujando una sonrisa en mí automáticamente. Podría quedarme así horas que no me cansaría de admirar sus cejas pobladas, sus ojos ceniza, su pequeño lunar, su nariz recta y sus rosadas labios. Las comisuras de Enzo se elevan un poco más ante mi atención en ellos para después acabar anclados con los míos.

Apenas ha pasado un día desde la última vez que nos besamos y ya añoraba su contacto. Sus manos se anclan en mi cintura para ir deslizándose hacia abajo por mi cuerpo, incendiándolo con sus caricias. Mis manos hacen un recorrido por su pecho para acabar entrelazándose detrás de su nuca mientras que mis dedos se entierran en sus rizos castaños.

Y en medio del beso, volvemos a sonreírnos. Las mariposas en mi estómago agitan sus alas con fiereza y el vértigo y la adrenalina que se despiertan a su alrededor hace estragos a mi cuerpo y mente. Ahora mismo, sería capaz de hacer cualquier cosa si sé que Enzo está a mi lado.

—Teníamos una cita, ¿no? —pregunta con su voz enronquecida.

Asiento, divertida. Enzo posa su boca contra la mía una vez más en un beso rápido antes de separarnos. Entrelazamos nuestras manos y salimos del apartamento.

Al llegar a su coche Enzo desenlaza su mano con la mía para abrirme la puerta. Lo observo sorprendida ante el gesto. Me pongo de puntillas y beso una de sus mejillas antes de sentarme en el asiento del copiloto. Cierra la puerta para rodear el coche y sentarse en el asiento del conductor. Enciende la radio y dejamos que la música inunde el vehículo mientras conducimos en la noche.

Apoyo mi cabeza en la ventana y me fijo en que hoy hay luna llena. Las estrellas a su alrededor se ven más opacadas debido al brillo lunar, pero aun así soy capaz de apreciarlas en contraste a la negrura que las rodea.

El coche para y Enzo apaga el motor. Sale del vehículo y lo rodea de nuevo para abrirme la puerta. Le sonrío al bajarme, aunque tardo poco tiempo en convertirla en una mueca de confusión cuando veo que se dirige al maletero y lo abre. Lo que saca de él me deja más confundida.

Una tabla de skate y un casco es dejado en mis brazos mientras observo los dos objetos con el ceño fruncido. Enzo, por otro lado, me mira con entretenimiento y diversión oculta.

«Un vestido no es una elección segura para una cita, Mar».

Enzo rodea mi cintura con uno de sus brazos y me obliga a comenzar a andar. Dejamos atrás la noche oscura para entrar en una zona de hormigón iluminada por grandes focos. Hay recovecos y rampas por doquier junto a personas saltando, corriendo y cayéndose alrededor. Un par de cabezas se giran en nuestra dirección y saludan al chico que tengo al lado.

—¿Qué vamos a hacer? —pregunto con miedo.

Me recoloco como puedo el vestido ajustado que se ha subido mientras andaba hacia aquí. Enzo me ofrece una sonrisa ladeada y me guiña un ojo antes de arrebatarme el skate con maestría. Veo como corre por el pavimento de hormigón, suelta la tabla que rueda a su lado antes de que salte para acabar sobre ella y se deje caer en un socavón. Con pasos rápidos me acerco y observo cómo se desliza por las paredes cóncavas con facilidad, cómo si llevase años haciéndolo.

El chico de ojos grises no tarda en acelerar para saltar sobre el agujero y acabar a mi lado. Tiene varios rizos pegados a la frente por el sudor y su camiseta queda más ajustada a su tonificado torso por la tensión en sus músculos.

—¡Ahora te toca a ti! —dice eufórico.

Espera, ¿qué?

—¿Yo? No, imposible.

Empiezo a alejarme de las rampas mortales, pero una persona no me deja andar más porque siento como me rodean por detrás de las rodillas y me alza hasta acabar viendo todo a mi alrededor boca abajo.

—¡Enzo! ¡Suéltame!

—Así no se piden las cosas, Inma —responde con tranquilidad mientras camina conmigo en su hombro.

—¡Cómo no me bajes ahora te voy a matar!

Él se ríe en respuesta. Me muevo cómo si fuese un pez fuera del agua que intenta volver al mar. Aparte de que intento que el vestido no se me suba demasiado y deje a la vista mi ropa interior frente a tanta gente.

—Si te sigues moviendo vas a hacer que nos caigamos.

—¡Pues bájame!

Enzo me ignora deliberadamente y sigue andando. Lo insulto mientras avanza conmigo a cuestas. Por lo menos consigo tener buenas vistas de su redondo culo, aunque no me dejo distraer por ello.

—¡Enzo, estoy perdiendo mi paciencia, me bajas o...!

Pero me callo abruptamente cuándo vuelvo a sentir el suelo. Sin embargo, son los labios de alguien los que han ahogado mi grito. A pesar del enfado, respondo a su caricia. Un gruñido escapa de su garganta mientras yo acerco todo lo posible mi cuerpo al de él. Enzo rompe nuestro beso.

—Ahora vamos a ver cómo se te da esto.

Deja la tabla de skate en el suelo y me ofrece el casco. Le ofrezco mi mirada más asesina. Me abrocho el dichoso casco y observo el skate con enfado. Siento sus brazos rodeándome mis hombros. No necesito mirarle la cara para saber que está sonriendo ahora mismo.

—Súbete.

—¿Tú quieres que me mate?

—¿Confías en mí? —pregunta en respuesta en un susurro muy grave que llega a lugares que no debería.

«Sí».

—No.

—La confianza es la base de una relación. Habrá que cambiar eso.

—¿Nuestra relación se va a basar en que me monte en ese estúpido cachivache?

—Que le digas estúpido cachivache es el primer error que tendremos que enmendar.

—Vete a la mierda —mascullo.

—Te he escuchado.

—Ya lo sé.

Irritada, me acerco a la tabla de skate. Pongo un pie en ella mientras deslizo el otro por el pavimento. De un momento a otro siento como pierdo el control y el equilibrio desaparece de mi sistema. Espero la caída y el dolor en el culo, pero en su lugar siento un brazo rodeándome, evitando mi caída.

—Sube los dos pies.

—¿Y cómo pretendes que me empuje?

—De eso me encargo yo.

A regañadientes, obedezco. Estoy de pie por completo en la tabla. Siento un nuevo peso detrás de mí y cómo el skate comienza a deslizarse. El chirrido que hace las ruedas contra el suelo de hormigón es lo único que se escucha en la noche. Noto las manos de Enzo agarradas a mi cintura y entrelazo mis dedos con los suyos, sintiendo más seguridad. Debido a la velocidad, el viento frío choca contra mi rostro. De un momento a otro, el skate se tambalea ligeramente para volver a recuperar el equilibrio.

Sus manos afianzan su agarre y yo suelto mis manos de las suyas y las alzo al cielo antes de soltar un grito, exaltada. La adrenalina y el vértigo vuelven a invadir mi cuerpo. Escucho la risa ronca del chico detrás de mí.

—Te dije que debías confiar.

—Y yo te dije que te fueses a la mierda —contesto sin poder evitar soltar una pequeña risa al final.

La velocidad del skate va disminuyendo. Resulta liberador, tanto cómo conducir con las ventanas bajadas y la música al máximo volumen. El peso en la tabla se vuelve a desequilibrar porque Enzo se ha bajado de ella. Deja un pie en cada lado del skate, acabando lo más cerca que puede de mí. Esta vez soy yo la que enarca una ceja divertida.

—Si tú te vienes a la mierda conmigo me voy encantado, pesada.

La sonrisa ladeada aparece en su rostro de nuevo y me mira con altanería.

«Capullo».

N/A Ahora sí... ¡Feliz Navidad! Muchas gracias por estos meses. No sabéis lo feliz que me hace que os esté gustando tanto la historia. ❤

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