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La planta principal del subterráneo de la ciudad de Buenos Aires se hallaba en la cima de una escalera de siete peldaños, con escalones de concreto y papeles publicitarios anunciando la construcción de una nueva universidad llamada «Universidad Nacional de L. Alem» pegados en las paredes de los lados. La misma, sabía Leo, había sido anunciada años antes. El lugar era muy amplio y podía oírse resonar un ventilador encendido —aún siendo una época de frío—, pero además de ello, todo era dominado por el silencio. El grupo dio la vuelta y notó dos hileras enfrentadas de pequeños comercios; en su mayoría se encontraban en alquiler. Era como si dos columnas se hubiesen caído en ese lugar. En el fondo había una pequeña sala con paredes pintadas de rojo rubí, y un felpudo en el cual sentarse. En su vidriera se anunciaba «Zona de WI-FI».

—Este lugar da miedo. —dijo Leo. La sensación que él sintió era similar a la que había experimentado cada vez que fue al cine a ver una película de terror que él considerase "Buena". Él pensó que en algún momento, un bicho de esos iba a salir de algún negocio, e iba a perseguirlos por todo el lugar.

—Sin duda, este gobierno fundió a todos esos negocios —dijo Sergio—; incluso hicieron mejor trabajo que las arañas.

—No lo dudo. —replicó Leo.

A Leo le parecía muy extraño pasar por ese lugar sin sentir de fondo la música de Los Abuelos de la Nada, oyendo «La otra noche te esperé bajo la lluvia dos horas, mil horas...» en una emisora de radio que alguien sintonizó en los altavoces del área; sin embargo, todo se sentía muy vacío.

—Es cierto, es aterrador —concordó Melanie—. Siento que en cualquier momento aparecerá algo.

—No lo dudo —repuso Leo mientras caminaba—; supongo que tendremos que estar en guardia.

El grupo recorrió todo el pasaje, sintiendo nada más que sus pasos al avanzar. Vieron cada una de las vidrieras y su reflejo, al menos hasta llegar al otro extremo. Dieron un giro a la derecha para esquivar la Sala WI-FI, y a Leo le comió la curiosidad. Observó dentro, y vio en ella algo; habían telas de araña en el techo, con pequeñas crías del tamaño de un dedo pulgar merodeando en ellas. Él se alejó un poco de forma inmediata, alertando al resto

—¿Qué pasa? —preguntó Sergio. A su lado, Melanie se hallaba a su lado, observándolo, quizás con muchas dudas.

—Miren —dijo Leo—; No me lo creo.

Ambos le siguieron el dedo, y pudieron observar la tela de arañas. Melanie pegó un grito, el cual justo escucharon tanto Diego como Jessica, quienes los alcanzaron. Ambos miraron hacia el mismo sitio, y quedaron petrificados.

—¡Vaya! —se quejó Diego. Jessica no expresó ninguna palabra, pero su reacción no parecía ser de agrado.

—Mejor nos alejamos —opinó Sergio—; ya sabemos cómo actúan esas cosas, pero no sabemos del todo hasta qué punto pueden llegar con eso.

Ellos sabían que eso podía significar que esos seres se encontraban fuera, pero seguían sin estar seguros del todo, ya que cabía la posibilidad de que estos solamente colocarán su nido ahí. Sin embargo, algo les hizo replantearse todo eso, cuando Jessica pegó un grito caminando por una zona llena de puertas. Una de estas tenía una escalera mecánica para carros de compra que iba en bajada, y tras ella un pasillo con luces parpadeantes, y al final de este una figura arácnida del tamaño de una puerta, resguardándose dentro de las penumbras del lugar. Sus ojos brillaban y parecían observarlos directamente, y era casi como ver a esas arañas que se ocultan al fondo de los huecos de las casa, pero en tamaño XXL. Poseía un pelaje completamente negro, y su torso era más bien esférico.

—¡Mierda! —exclamó Leo—, no grites, Jessica.

—Lástima que no tomo calmantes, sino le dabamos un Valium. —comentó Sergio.

Leo esperaba a que dicho sonido de grito no se haya escuchado tanto como para alertar al ser que se hallaba acechando en el fondo, mientras tenían la impresión de que de un momento a otro esa cosa correría hacia ellos con un andar tambaleante debido a su tamaño, entonces el grupo se alejó en cuclillas de ahí.

Tras tal recorrido, el grupo se detuvo ante las escaleras que llevaban hacia la superficie, y lejos de sentir el ruido de las gomas cruzando las calles, no sé oía más que el silencioso y aterrador sonido ambiental, en conjunto con un silbido que anunciaba que por encima no había ninguna señal de vida cercana. 

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