51
Cruzaron Arenales, siguiendo por la calle Libertad. Leo se apoyó en un semáforo apagado debido a la falta de electricidad en el área, y sin duda alguna, en ese caso Edesur no existía más como para hacer que regrese. Tampoco era algo que una reparación en un poste iba a solucionar; al igual que tampoco hacía falta ya que no había prácticamente tránsito. Sergio se sentía agotado por la larga caminata que hicieron. Dio un profundo respiro intentando nivelar el aire que entraba en sus pulmones, y funcionó.
—¿Estás bien? —preguntó Leo.
—Sí —dijo Sergio—, es sólo que estoy algo cansado. —agregó.
—Estamos dando muchas vueltas, pero, ¿acaso la comisión de líderes podrá solucionar nuestro problema? —preguntó Melanie.
—Hay que empezar por algo; ya si no se puede, entonces vemos que hacer nosotros por nuestra propia cuenta. —dijo Leo.
Tanto Leo como Sergio se recompusieron, y anduvieron por esa calle hasta llegar al edificio del círculo italiano de Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El establecimiento era equivalente a una mansión de color blanco, podía decirse que si un extranjero que desconocía la ciudad pasaba por frente a ella, podría llegar a pensar que es una oficina gubernamental. El diseño estaba bien estructurado, de forma similar a la del Jockey Club de Buenos Aires, y era atractivo observarlo. Las puertas parecían ser de madera maciza, y el interior estaba dividido por una reja del exterior; sin embargo, colándose por encima podrían llegar a llamar a ella. Leo fue el que escaló y cayó del otro lado, al igual que el que tocó la puerta, antes de que se abra del otro lado.
Un joven salió del lugar. «El conejo salió de su madriguera» pensó Leo. El mismo iba vestido con un pantalón vaquero junto con una playera que tenía descrito NIKE en ella.
—Muy buenas. —dijo Leo.
—¡Hola, buen hombre! —replicó el chico—, ¿Ustedes buscan refugio o son supervivientes de otra colmena? —preguntó.
—Venimos desde El Café de Marco, de parte de Juan. —explicó Leo.
—Entiendo —dijo el chico—él fue mi compañero en la universidad. Solíamos hacer muchas cosas juntos; una vez intentamos fundar un club de lectura.
—Venimos a entregarle esto —Se sacó la mochila, la abrió y revolvió en ella entre papeles, panfletos del Starbucks y cuadernos, hallando por fin el Walkie-Talkie que tenía guardado, un aparato de color negro con un botón que era para responder a alguien que se comunicaba. Se lo entregó en mano. El chico lo observó de lado a lado, y luego volvió hacia Leo.
—¿Esto lo envió Juan? —inquirió.
—Sí —repuso Leo—, lo envió él. Es para reunir a todas las colmenas. —agregó mientras se rascaba la cabeza en un ademán un tanto ansioso, puesto a que no sabía mucho como hablar con la gente.
—Muchas gracias, me contactaré con él al instante...
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