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La elegancia abundaba dentro del edificio de la Sociedad Científica Argentina. En la entrada esperaba un salón grande con unas cuantas sillas que usaban para aguardar los que entraban. Las paredes eran de un color blanco crema, y tras ese salón se encontraba una sala en la que daban conferencias. A los visitantes los recibían dos columnas que posaban en la entrada sin sostener nada por encima, además de un globo terráqueo y una bóveda celeste. La sala de conferencias poseía un montón de sillas que apuntaban hacia un escenario, y en sus alrededores cortinas de color bordó. Sin embargo, ellos solamente pasaron por ahí para conocer el recinto. Pasaron por una zona muy similar a una biblioteca, la cual tenía libros de todo tipo de ciencia exacta. «Física I» se encontraba justo al lado de «Historia de la química». Encima de las estanterías se podían observar algo similar a banderas, pero con logotipos relacionados al ámbito del que la institución se encargaba de promover al mundo antiguo. Leo sabía algo de ciencias debido a Cosmos, pero en el resto de cosas era un profano. Melanie había estado estudiando una licenciatura en física en el mundo anterior al apocalipsis, que sin embargo, no iba a utilizar nunca ya que no llegaría a terminarla. En el segundo piso, después de la entrada, se hallaban un montón de ventanas cerradas y tapadas con tablones de madera; quizás para evitar que los arácnidos entren a perturbar a los refugiados. En ese lugar también se habían reunido varias veces los del Mensa.

—¿Les gusta? —preguntó Antelo.

—Sí —dijo Leo.

—Está lindo el lugar. —replicó Sergio.

—Tomen asiento. Yo les prepararé un exquisito café —dijo Antelo—, mientras tanto, espérenme.

Leo se sentó junto a Melanie, mientras que del otro lado se sentó Sergio. Los tres esperaron por un buen rato a Antelo, quien llegó con cuatro tazas de café y se las ofreció. Los tres agradecieron caso al unísono, y cada tanto tomaban un poco.

—Bueno, ¿qué necesitaba Juan? —preguntó Antelo.

—Juan necesita tener el contacto de los líderes de las doce colmenas —explicó Leo—, así que nos mandó a repartir Walkie-Talkies.

—Entiendo lo que quiere hacer —musitó Antelo—. Quiere crear una red entre las doce colmenas con el objetivo de que podamos contactarnos todos.

—Sí —repuso Leo.

En ese momento, Leo supuso que Juan buscaba crear una red entre colmenas, colocando los Walkie-Talkies juntos. Le pagaría a alguien para que esté haciendo eso, y dividiría de alguna forma por turnos el trabajo. No sabía cuántos turnos iban a ser, pero con el sistema de monedas que él creó, era posible que varios acepten el trabajo. Leo se preguntó, si en el resto de colmenas había un sistema similar a ese, en el cual se ganaba monedas por medio de los aportes que se hagan en la misma, con el único fin de avanzar. Era muy ambicioso el proyecto, pero podía resultar, al igual que el sistema de pago que se usaba.

—Yo conozco al líder actual de la colmena de la basílica Nuestra Señora de la Piedad —dijo Antelo—. Es un chico muy bueno, y bien, sigue siendo todavía el compañero de nuestro querido Felipe y Juancito. Era un as en el ajedrez de la universidad, o eso me contaron. Yo fui a mi tercera carrera ahí dentro, y aunque la organización era desastrosa, aun así, yo anhelo esos momentos de compañerismo que tuvimos. Estuvimos a punto de fundar nuestro propio club; algo similar a lo que se hace en Estados Unidos, o hasta en Japón.

—Eso suena curioso —dijo Leo—, pero interesante. ¿De qué iba a ser el club?

—Iba a ser un club de lectura —explicó Antelo—, eso fue hace unos años. Yo estaba cursando mi segunda carrera, cuándo ocurrió. Lamentablemente ahora no puedo seguir estudiando, no estoy seguro que quede ningún profesor vivo.

—Lamentablemente estamos viviendo ésta situación —dijo Leo—, y aunque quisiéramos, no es un mal sueño. Ésta es la realidad, y lo que nos toca afrontar. —agregó.

—Dios le deja las peores luchas a sus mejores guerreros —dijo Antelo—, un viejo refrán que no recuerdo de dónde lo leí; seguramente de algún libro antiguo que tenga por ahí en mi librería.

—Es una bella frase, buen hombre. —dijo Sergio.

—Sergio tiene razón. —agregó Melanie.

—¿Entonces están para traer un Walkie-Talkie?

—Sí —Leo agarró de su mochila un Walkie-Talkie negro, y se lo dio en la mano al hombre, y después le dio otro—, toma. El segundo es para el líder el cual conoces.

—Te lo agradezco mucho. —dijo Antelo.

Tomó el aparato con sus delicadas y envejecidas manos, y lo miró un buen rato, reflexionando acerca de su uso, y lo posó sobre una pequeña mesa de luz que se hallaba al lado de la banca. Leo observó el gesto, y se preguntó si el hombre sabía usarlo. Recordó que, cuando su abuelo estaba vivo, solía preguntarle acerca del uso de las computadoras de oficina; ya que él no sabía acerca de lo mismo. Leo le enseñó cómo mover carpetas del escritorio, crearlas, y hasta borrarlas. En aquel momento el internet estaba muy primitivo, pero poco a poco fue ganando popularidad. Durante su bachiller solían escucharse mucho bandas como My chemical romance, pero en ciertos ambientes tiraban a escuchar más rap, sin embargo, él odió el reggaetón desde el inicio de su existencia. En la actualidad, su abuelo ni sabría cómo abrir el Word, sin embargo, el mismo falleció después de su estadía en el bachiller. Melanie en cambio, hizo el bachillerato en Venezuela, y se mudó tiempo más tarde con el fin de poder estudiar la universidad. Quizás la hubiese terminado si las arañas gigantes nunca hubiesen existido. En la misma, solía llevarse muy bien con sus compañeras de curso, y de hecho, solía realizar varios proyectos en conjunto, para después prepararse a dar los finales. Al final de la carrera se solía dar una tesis acerca de algo sobre el tema del que se estudió, y ellas estaban preparando una acerca de los agujeros negros.

Sergio no pudo ir a la universidad, ya que comenzó a trabajar desde muy temprano en su vida. Terminó el bachillerato e inmediatamente fue al servicio militar; aquel lugar al que llamaba «zona de esclavitud», debido a que era obligatorio hacerlo. También trabajó en una aduana, hasta fines de los noventa cuando encontró trabajo en una oficina de correo, y poco después se volvió gerente en ese lugar. Correo Argentino, rezaba el letrero, sin embargo, ahí fue donde pasó gran parte de su vida. Leo había escuchado algo sobre la vida de Sergio, pero no tanto.

En esa estadía en dicha colmena, hablaron acerca de sus vidas. Antelo contó que terminó la carrera de Física en la Universidad Sarmiento del sur, un lugar ubicado en la localidad de Sarmiento, cercana a Alem, y después se mudó para Ciudad Autónoma de Buenos Aires, dónde dio varias conferencias. Decidió seguir su segunda carrera en la Universidad de Alem, sin embargo, la situación que estaban pasando lo detuvo completamente a hacerlo. Su sobrino, era como su nieto (a pesar que no tenía), pero fue asesinado a mordiscos por uno de los seres arácnidos que rondaba las afuera de la Linea A del subterráneo. Él sabía sobre otros miembros que se encontraban viajando por al Línea Sarmiento, que cruzaba la estación Once hasta Moreno, habían pasado por un destino similar, dónde tuvieron que tarde o temprano salir, y varios fueron mordidos por aquellos seres demoniacos. Las colmenas del centro desconocían completamente si en algún otro lugar existían colmenas, más allá de CABA, quizás dentro del conurbano. Una colmena en Merlo, Alem, Ituzaingó, Morón, San Martín o Quilmes, estaría interesante, sin embargo, el viaje era riesgoso, ya que no poseían aún ningún vehículo para poder iajar hasta allá, y los únicos supervivientes fueron aquellos que se encontraban en el subterráneo o dentro de estructuras completamente metálicas. Leo recordó en ese momento, el ascensor en el que iba Osvaldo poco antes de que sus compañeros de oficina se transformen en esos bicharracos horridos de los cuales tendría que escapar. El esfuerzo que tendría que hacer Osvaldo para correr pese a su edad, era algo que Leo no podía imaginar.

Leo terminó de escuchar aquello que Antelo tenía para decirle, y recibió de él, como regalo, un libro acerca de Física clásica, que tocaba temas como la atracción gravitatoria de Newton, y las formulas básicas usadas en mecánica o electrónica como la ley de Ohm o la de Coulomb. Un ejemplar único, que sin embargo, a Leo no le importaba tanto, ya que estudió la carrera de Economía, y trabajaba para una oficina bancaria. Él se opuso totalmente a la idea de mantener a la AFIP dentro del país, ya que consideraba los impuestos como un robo legal, ya que el dinero no era ganado legítimamente por quienes lo obtenían, sino que era quitado de alguien más.

—Muchas gracias. —dijo Leo al recibir el obsequio.

—Espero que te guste. —repuso Antelo.

—¡Claro! —dijo Leo—, quizás en alguna me leo éste libro. —agregó. Él pensó dentro de sí «Mientras no me coma ninguno de esos bichos, todo bien, lo leeré». Sergio volvió a darle otro sorbo a su café, mientras pensaba en la colmena; aquellos cinco generadores dejarían de funcionar en algún momento, sin embargo, él sabía que en ese instante alguien debía ir más lejos; y quizás ese momento sea el turno de él para irse hasta Merlo a ver si su familia estaba a salvo.

—Bien —dijo Leo—, tendremos que ir en busca de las otras colmenas; ya tan solo nos queda ocho de ellas.

—¿Tienes el mapa? —preguntó Melanie.

—Sí, acá lo tengo —repuso Leo—, nuestro próximo destino es la Sociedad Italiana. —agregó.

—Bueno, entonces los voy dejando ir. —dijo Antelo.

—Sí, nos tenemos que ir —replicó Leo—, tenemos que terminar la misión que nos otorgó Juan.

—Fue un gusto haberlos conocido; gracias por pasar éste rato conmigo. —agradeció Antelo.

—No hay de qué agradecer, fue un placer. —dijo Leo...

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