5
El grupo se había corrido dos vagones —desde el que se encontraban anteriormente— hacia el lado de Avenida Corrientes, y se sentó ahí, intentando relajarse y buscar soluciones. Leo evadía el mirar hacia las ventanas, pero revisaba constantemente los lados por si entraba alguno de los bichos que rondaba las afueras del tren. Habían momentos en los que resonaban golpes en el techo, similar a un caminar danzante que se estremecía en cada paso que daba. El grupo ya no sentía casi sentimientos de miedo al oírlo, pero la ansiedad de estar alerta perduraba, pues no sabían qué podía entrar ahí, o si algo más ocurriría en el lapso de tiempo que tenían hasta verse obligados a subir a la superficie para sobrevivir. Diego se encargó de hablar un rato con Jessica, quien parecía responder de una forma suave, pero con una tonalidad perturbada.
—¿Cómo creen que esto acabará? —preguntó Leo—, ¿creen que terminará de buena forma?
—Espero que sí —respondió Melanie
—No creo —repuso Sergio—, todos sabemos acá que la vida no tiene finales felices como te lo plantean.
—Al menos intentaremos que termine de la mejor forma —dijo Leo.
Melanie sostuvo en sus piernas la jaula del caniche, quien estaba acostado, pero despierto y observando su rostro mientras sacaba la punta de la nariz en uno de los espacios que había entre las rejas.
—¿Te parece el Teatro Colón como refugio? —inquirió Leo a Sergio.
—En el lado del norte tiene una cafetería —replicó Sergio—, pero su puerta es fácil de abrir. Diría de ir a algún restaurante en el cual las arañas no puedan cruzar las vidrieras, o al menos no puedan ver hacia el otro lado y terminar encontrándonos.
—¿Y si acaso pueden olernos? —inquirió Melanie
—Yo no sé si eso pasa —replicó Sergio—; no son arañas normales, y no sé cómo llegaron hasta este lugar.
—Lo único que sé es que este lugar me está sentando mal —dijo Leo. Él sentía mareos, y se preguntaba el tipo de droga que podía causarle una sensación similar. La realidad se sentía para él muy apagada, tanto que parecía que estaba en una simulación. Hizo un esfuerzo para no desmayarse del estrés, y se concentró en el lugar, mejorando notablemente su ánimo, aún sabiendo que ese día iba a cambiar por completo toda su rutina. La única vez que probó una droga fue fumando marihuana en la secundaria, pero aquella sensación no fue ni un poco parecida a ello. En ese momento las penumbras se hicieron más notorias, pareciendo que la linterna tenía poca batería. Leo le dio un par de golpes en la parte trasera, haciendo que la luz de la misma regrese. Melanie centró su atención a su Chihuahua, que parecía haberse alertado con algo, y comenzó a ladrar hacia el lado de Avenida Corrientes. Diego dejo de observar a la mujer, y observó hacia el lado opuesto.
Si—¿Qué le pasa a tu perro? —inquirió Sergio.
—Creo que percibió algo. —replicó Melanie, con un ademán tenso.
—Leo —dijo Sergio—, apunta hacia aquel lado. —ordenó, señalando hacia donde el perro ladraba. Leo obedeció, pero al apuntar a esa zona, notó que estaba iluminando algo que parecía una pata de araña. En ese momento la mujer miró fijamente a la araña, quizás en contra de su propia voluntad, y soltó un alarido.
—¡Mierda! —exclamó Leo—; creo que será mejor que nos vayamos de acá. ¿Tenés a mano una palanca de emergencia?
—Acá hay una —replicó Sergio.
—¡Tirá de ella! —ordenó Leo, mientras retrocedía poco a poco. Sergio obedeció, y las puertas del tren se abrieron repentinamente. Leo ordenó a todos que salgan junto a él en cualquiera de las puertas. Todo el grupo salto hacia las vías en el túnel oscuro, y se alejaron dirigiéndose hacia la estación de la Avenida Corrientes. Cuando pasaron justo por una de las ventanas, notaron que una pata de araña rompió los cristales para intentar salir, sin éxito por lo pequeño que era el agujero para ellas. Corrieron por el túnel hasta que el tren casi no se veía entre las penumbras.
—¡Vamos! —ordenó Leo.
—Esperemos que de ese lado no haya ningún bicho de esos —deseó Sergio, en voz alta, pareciendo intuir que pensaba el resto del grupo. Todos se juntaron en cierto punto y siguieron caminando a pasos largos, buscando una salida del túnel.
—¡Mierda! —exclamó Melanie—. No puede ser que las arañas hayan entrado.
—Quizás hicieron algún hueco en alguna ventana —supuso Diego.
—Espero que no haya crecido de algún huevo en cuestión de horas —dijo Leo—; de ser así, tendremos un problema más.
—Tenés razón —afirmó Sergio—, si esas cosas crecen rápido, tendremos que estar observando todo el rato que no haya ninguna cría.
El grupo caminó por el túnel hasta llegar a una zona iluminada que poco a poco se acercaba. Frente a ellos se hallaba un andén. Anduvieron por las vías de acero hasta juntarse lo suficiente a este. Leo colocó las manos encima y subió.
—¡Por fin! —dijo Leo— ¡Suban!
Melanie subió al andén junto a Sergio y el Chihuahua. Les siguió Diego junto a Jessica. Tan pronto llegaron arriba, saltaron las barricadas, y Leo dio paso al resto del grupo por las escaleras hacia el piso superior. Cuando volteó hacia las vías, al final del túnel, una araña blanca se acercaba hacia ellos con movimientos tétricos, retorciéndose bruscamente mientras avanzaba. Él fue el último en subir, y sabía que dicho monstruo no tenía el tamaño para pasar por ese sitio.
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