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El cansancio de Leo estaba chocando con la idea de tener que hacer un trabajo más, sin embargo, él prefería el hecho de tener que deshacerse de aquello pesado para poder dormir con tranquilidad, o al menos tener un tiempo de descanso. Melanie y Sergio se acercaron a él, formando el clásico grupo que se había unido desde el principio de todo el problema. Los tres se cruzaron hasta el edificio del frente, y se sorprendieron de que las puertas se hallaran abiertas. Apenas entraron al salón se toparon con una gran escalera, rodeada por pasillos. A su lado había una gran vidriera que llevaba a una zona, la cual al parecer funcionaba como lugar para cenar. Leo subió la escalera hasta arriba, y probó suerte con la puerta delantera. En definitiva, la misma se abrió, dando paso a una zona tapada con una cortina, la cual al abrirla, lograron ver un gran salón en el interior. Había espadas, una alfombra que lucía como un tablero de ajedrez, y un techo con un cielo dibujado en él.

—¡¿Qué mierda?! —se preguntó Leo.

—Éste lugar es enorme. —dijo Sergio.

—¡Miren, hay papeles en esa mesa! —observó Melanie.

Leo se acercó a la mesa, y leyó los papeles, éstos hablaban sobre la luz y la oscuridad. Melanie recordó a la mujer de blanco en ese momento. ¿Y la oscuridad? Quizás era la situación, pero para Melanie era más oscura la rata negra que se topó varias veces. Era algo interesante, pero el oso no sale de su cueva si no es para comer, y ellos estaban buscando espadas con el fin de usar como arma contra los bichos que invadían el país. Sergio encontró varias espadas guardadas en un cajón escondido en una de las puertas del lugar, y se las enseñó al resto del grupo.

—¡Acá tengo espadas! —exclamó.

—¡Qué bien! —felicitó Melanie.

—¡Muchas gracias, Sergio! —agradeció Leo.

Habían encontrado más espadas de utilería buscando por la zona, a las cuales se les podía dar filo en la cafetería, y se quedaron satisfechos con el hallazgo.

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