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La torre del reloj que se encontraba en la Av. Maipú, volvía a verse a través del ambiente crepuscular que el planeta le dio al grupo expedicionario de las colmenas. Leo pasó frente a ella, y el resto le siguió. Aún empapados por sangre, decidieron darse un chapuzón en una de las fuentes de agua del lugar, con el fin de sacarse toda la mugre. Poco después de eso salieron del agua, y se dirigieron por la calle Alvear, frente a la plaza Gral. San Martín, y la recorrieron hasta llegar a la Avenida Leandro N Alem. Y continuaron por dicha calle.

—Tiene el nombre de mi localidad. —dijo Leo.

—Hay muchos lugares con ese nombre —dijo Sergio—, seguramente nos encontremos más de una calle con susodicho nombre.

—Es cierto —contestó Leo—, hay otra en mi localidad, que desemboca en una rotonda con el monolito del Rotary Club de Alem.

El grupo prosiguió caminando por esa calle hasta llegar la Plaza Roma. Doblaron hacia el Este, y llegaron a unas vías de un ferrocarril. Caminaron por sobre ella hasta que Melanie sintió algo que le pasó por a través de sus piernas y le hizo gritar.

—¿Qué pasó? —exclamó Leo.

—Marico, creo que fue una rata. —dijo Melanie.

Muy a lo lejos lograron ver una rata negra alejarse, muy similar a la que estaba en el andén de la Línea O.

—Tranquila, Mel —dijo Leo, y le dio un abrazo.

El grupo siguió caminando hasta llegar a ver los primeros comercios. Un Hard Rock Café con las ventanas completamente rotas se podía observar. Algunos muebles se hallaban fuera, y tras ella se veían las grúas de Puerto Madero.

—Ya llegamos —dijo Leo—, querido Puerto Madero.

—Amaba éste lugar —dijo Sergio—, venía con mis nietos a mirar el espacio con esos telescopios en los que te hacían pagar. Uno de ellos logró sacarle foto a Saturno.

—Yo fui una vez a la costanera. —dijo Leo.

—Yo también. —dijo José.

—Momentos muy felices que no creo que vuelvan. —dijo Felipe.

—No es momento de agachar la cabeza —replicó Leo—, hay que intentar averiguar la forma en la que podemos volver al mundo a la normalidad.

Cruzaron la Av. Alicia Moreau y llegaron hasta Puerto Madero. Frente a ellos se encontraba la gran grúa abandonada que recibía a los visitantes y turistas, sin embargo, en ese momento estaba todo vacío. y a pesar de que algunos comercios se encontraran abiertos, no había nadie en ellos. Leo, en ese momento, comenzó a buscar señales de algo o alguien que pueda guiarlos a su destino. De esa forma lo vio a lo lejos. Entre la torre ICBC y la oficina de Oracle se hallaba una tela de araña gigante la cual su tercer pilar era el edificio de YPF.

—¡Mierda! —exclamó Leo. Sobre la tela se encontraba una cantidad de al menos veinte seres arácnidos, los cuales seguían tejiendo, Varias de ellas desfilaban hacia el edificio de YPF mediante un hueco que había en una ventana en los pisos más altos en el oeste.

—Parece que tendremos que entrar ahí. —dijo José.

—Yo aseguro que sí. —repuso Sara.

Caminaron por todo el puerto, viendo el agua del río ondeando de lado a lado, el cual estaba algo bajo, sin embargo se hacía notar. Un par de botellas de plástico se podían ver flotando en él las cuales se quedaron estancadas cerca del muelle.

Ellos cruzaron reluciente puente de la mujer, con picos blancos como la nieve y el camino asfaltado a inicios de año. Llegaron hasta una plaza en la otra punta de la misma, y caminaron nuevamente hacia el norte. Leo tenía un mal presentimiento, pero a su vez pensaba que le podría generar alguna noción de cómo solucionar el problema el hecho de hacer aquel viaje. Caminaron nuevamente hacia el puente destruido frente al Hard Rock Café, y caminaron hacia el este. Caminaron por el bulevar hasta llegar a un estacionamiento, el cual, parecía estar custodiado por un arácnido, el cual se les acercó, sin embargo, no les hizo daño. Leo volvió a ver al cielo, y encontró algo que le abrió la boca; una gran escalera bajaba del mismo, y aterrizaba dentro del edificio en la zona este.

«¿Vienen a ver a nuestra reina?»

El sonido, sin embargo, no provenía de la araña, sino que dentro de la cabeza de Leo. Él escuchó nuevamente que le hablaba la misma.

Araña guardiana: ¿Vienen a ver a nuestra honorable reina?

Leo: Sí

Leo, con su pensamiento, logró hablar con la misma, la cual les hizo paso. Melanie caminó dentro junto al resto del grupo, pero difiriendo en que ella entró con los brazos cruzados como si tuviese frío; aunque en realidad sentía ansiedad. ¿Acaso ahí dentro encontrarían a la temible reina de las arañas? ¿Acaso con saber sobre ella se podría negociar y salir del problema en el que estaban? Leo no sentía mucha comodidad en saber que en algún momento podrían ser atacados por cientos de arañas, las cuales inundaban todo el edificio, sin embargo, parecía que cada una les dejaba paso. Una de ellas se acercó.

Araña: Tienen que ir al piso 10.

Leo vio un postulado debajo de ella como si de un videojuego JRPG de los noventa se tratase. Al parecer, algo en su mente estaba cambiando, y en ese momento, Leo comenzó a sentir que estaba enloqueciendo.

—Según esa araña, tenemos que ir al décimo piso. —dijo Melanie.

Al parecer todos vieron el rótulo bajo su mirada, como si de una pantalla se tratara, y el cual siguió a su visión como las manchas verdes que se pueden ver después de observar una luz muy fuerte, hasta que desapareció.

—Creo que sí —dijo Leo—, hay que hacerle caso.

—Yo no sé si confiar en la araña.

En ese momento, Melanie recordó su sueño: Una mujer vestida de blanco, pálida como la nieve, que poseía un cabello negro y liso como Samara Morgan, se acercó a ella, y le dijo: «Hazle caso, sigue a la araña». Al parecer no era un recuerdo sacado de Harry Potter, sino que se refería a ello.

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