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El hombre asiático se presentó; se llamaba Mao Wang Zhao. Y salió del interior del buque junto a ellos, sin embargo, ahí fuera escucharon un ruido similar a una golpiza. El grupo miró hacia todos lados, sin embargo, lo que vieron no fue nada bueno. Una araña del tamaño de uno de los contenedores del barco se hallaba justo por delante de ellos. La araña era totalmente negra, o al menos gris oscuro.

—¡Mierda! —exclamó Melanie.

—Corramos hacia el otro lado. —dijo Leo.

La araña se abalanzó por encima de Mao, y presionó sus quelíceros contra su cuerpo. Éste se desprendió en dos partes mientras que la roja sangre brotaba del mismo. Su grito fue tan estremecedor que ninguno volteó a ver, a excepción de Leo, quien contempló la horrida escena. Volteó nuevamente hacia delante, y se dio cuenta que varios caminos estaban tapados por otras arañas del mismo tamaño. Ellos se escondieron, sin embargo se dieron cuenta que faltaba uno de los miembros. Leo salió del escondite, blandió su espada, y observó desafiante a la araña. Ésta tenía en su mandíbula a Diego Zaracinni.

—¡AYUDAAA! —gritó Diego.

Leo golpeó con la espada una de las patas de la araña, la misma se contrajo.

—¡AYUDAME! —gritó nuevamente.

La araña mordió la pierna de Diego, y ésta se desprendió de su cuerpo. La sangre comenzó a brotar del muñón del mismo mientras que él emitió un chillido tan fuerte que hizo a Leo taparse los oídos por un breve instante, hasta que se dio cuenta, y se los soltó.

—¡Ahí te ayudaré! —gritó Leo. A él se le unió Felipe y Sara.

Sara golpeó de lado otra de las patas de la araña, y ésta cayó al suelo de frente, pero sus patas traseras aún se movían. La mandíbula de la araña se abrió, y la pierna de Diego se metió dentro de su boca.

—¡Bicho de mierda! —exclamó Felipe.

La araña volvió a agarrar a Diego. Leo golpeó su espada contra el abdomen de la araña, y ésta volvió a caer, pero ésta vez su boca engulló a Diego mientras que éste agonizaba. La araña había muerto. Leo intentó sacar a Diego de dentro de la boca de la misma, pero solamente logró encontrar su cabeza llena de líquido viscoso.

—¿Diego? —inquirió Melanie.

—Lo siento... —dijo Leo.

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