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El grupo siguió caminando, mientras recordaban «Terminal 4».

—¿Acaso no es dónde tenemos que ir? —dijo Leo.

—Segura. Pero, ¿Por qué escuchamos lo mismo? —preguntó Melanie.

—No tengo ni idea, pero probablemente muy pronto lo sabremos. —repuso Leo.

Caminaron lentamente por encima de la plataforma de la zona portuaria, con algo de miedo de aquello que podía llegarse a encontrar. Leo nunca aseguró que la llegada a dicha zona sea libre de arácnidos, pero aun así, esperaba que no haya ninguno en la zona. Sergio hubiese pensado que con la mejor de las posibilidades, encontrarían cadáveres, y que las arañas establecieron su base en el obelisco. José estaba algo asustado, pero no tanto, ya que no tenía tanta esperanza desde que comenzó todo. ¿Qué tantas probabilidades había de que lo que hallaran ahí sea bueno? Sin embargo, tarde o temprano el primer suceso extraño llegó. Cuando encontraron la Terminal 4, se dieron cuenta que en la entrada al buque habían cinco cadáveres humanos, mutilados completamente. Sus rostros parecían tener rasgos asiáticos. Leo pensó en los posibles hechos que pudieron haber pasado en ese lugar:

1 – Accidente laboral

2 – Las arañas los mutilaron.

Sin embargo, algo le decía a Leo que tenía que entrar al buque de todas formas, a lo que dio un paso adelante junto a Sara, Felipe, José y Diego; pero Melanie y Sergio se quedaron atrás.

—¿No vienen? —preguntó Leo.

—¡Hay cadáveres ahí! —señaló Melanie—, ¿CREES QUE ES BUENA IDEA? —preguntó.

—Mira, Mel —dijo Leo, hizo una pausa, tragó saliva y prosiguió—... ya nos arriesgamos muchas veces, y con el simple hecho de salir de la colmena. ¿Acaso no querés saber qué originó todo el problema y ser de quienes lo resuelvan?

Melanie suspiró, sus puños se cerraron fuerte contra la palma de sus manos, y avanzó un paso, enfrentando la ansiedad que eso le daba. Sergio siguió atrás.

—Yo soy muy viejo —dijo Sergio—, seguro voy a entorpecer la investigación.

—Yo creo que es mejor que vengas, ya que es más peligroso si te quedás solo acá afuera. —dijo Leo.

—¡Quedáte tranquilo, Sergio! —tranquilizó Diego—, somos multitud; te aseguramos que te vamos a defender en cualquier situación que se presente.

En ese momento, Sergio también avanzó.

—Vamos —dijo Leo—, no hay tiempo que perder.

Subieron encima del buque de carga, lograron observar contenedores enormes de algo que ellos desconocían, sin embargo, prosiguieron hasta llegar a la puerta que llevaba al interior del mismo. Ésta estaba abierta, y había manchas rojas en ella; Leo supuso que era sangre. El hecho le heló los pelos a Melanie, pero con valentía, ella continuó. Ellos bajaron por una escalera del buque hasta su interior, y cuando bajaron se encontraron con un pasillo bastante largo. Caminaron por en medio de éste, mientras que dentro hallaban puertas con vidrieras enormes y mesas llenas de tuercas y aparatos metálicos. Sin embargo, cuando caminaron hasta el último compartimiento, notaron que la puerta estaba abierta, y su interior estaba repleto de cadáveres. Entre el suelo gris metálico se hallaban charcos de sangre, mientras en una de las paredes encontraron cabezas putrefactas. Todos los cadáveres estaban casi deshechos, de forma similar a la que encontraron al pequeño Timmy ese fatídico día en el tren subterráneo de Buenos Aires, Línea O.

Leo notó en su vidriera unos caracteres, pero se encontraban en chino. Ellos entraron ahí, y encontraron una nota que solamente decía «...---...», frente a ellos un montón de maquinaria y computadoras extrañas, en las cuales justo por encima había un libro. Leo lo agarró y lo puso en su mochila. 

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